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Dámaso I, Santo

Memoria Litúrgica, 11 de diciembre

XXXVII Pontífice

Martirologio Romano: San Dámaso I, papa de origen hispano, que en los difíciles tiempos en que vivió, reunió muchos sínodos para defender la fe de Nicea contra cismas y herejías, procuró que san Jerónimo tradujera al latín los libros sagrados y veneró piadosamente los sepulcros de los mártires, adornándolos con inscripciones († 384).

Breve Biografía

San Dámaso, de origen español, nació hacia el año 305. Su pontificado comprende desde el año 366 al 384. Fue diácono de la Iglesia de Roma durante el pontificado del Papa Liberio.

Su elevación a la cátedra de Pedro no se vio exenta de contrastes debido a los enfrentamientos de los dos partidos contrapuestos. Pero los frutos de su pontificado no se dejaron esperar. Ignorando las amenazas imperiales, depuso a los obispos que se habían adherido al arrianismo y condujo a la Iglesia a la unidad de la doctrina. Estableció el principio de que la comunión con el obispo de Roma es signo de reconocimiento de un católico y de un obispo legítimo.

Durante su pontificado hubo una explosión de ritos, de oraciones, de predicaciones, con nuevas instituciones litúrgicas y catequéticas que alimentaron la vida cristiana. A la iniciativa de este Papa se deben los estudios para la revisión del texto de la Biblia y la nueva traducción al latín (llamada Vulgata) hecha por San Jerónimo, a quien San Dámaso escogió como secretario privado.

En estos años la Iglesia había logrado una nueva dimensión religioso-social, convirtiéndose en un componente de la vida pública. Los obispos escribían, catequizaban, amonestaban y condenaban pública y libremente.

En el año 380, con ocasión del sínodo de Roma, el Papa Dámaso expresó su agradecimiento a los jefes del imperio que habían devuelto a la Iglesia la libertad de administrarse por sí misma. Con esta libertad conquistada, los antiguos lugares de oración como las catacumbas se habrían arruinado si este extraordinario hombre de gobierno no hubiera sido al mismo tiempo un poeta sensible a los antiguos recuerdos y a las gloriosas huellas dejadas por los mártires. Efectivamente, no sólo exaltó a los mártires en sus famosos “títulos” (epigramas grabados en lápidas por el calígrafo Dionisio Filocalo), sino que los honró dedicándose personalmente a la identificación de sus tumbas y a la consolidación de las criptas en donde se guardaban sus reliquias.

En la cripta de los Papas de las catacumbas de San Calixto, él añadió: “Aqui, yo, Dámaso, desearía fueran enterrados mis restos, pero temo turbar las piadosas cenizas de los mártires”. San Jerónimo sostiene que el Papa Dámaso murió casi a los ochenta años. Fue enterrado en la tumba que él mismo se había preparado, humildemente alejada de las gloriosas cenizas de los mártires, sobre la vía Ardeatina. Más tarde sus restos mortales fueron trasladados a la iglesia de San Lorenzo.

11 de diciembre de 2021

 

 

Necesitamos un mediador

Santo Evangelio según san Mateo 17, 10-13. Sábado II de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme la gracia, Señor, de entender y hacer vida lo que me pides.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 17,10-13

En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».

Él les respondió: «Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».

Entonces entendieron los discípulos que se les hablaba de Juan el Bautista.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

 

En pocos días celebraremos la solemnidad de la natividad de nuestro Señor, y el Evangelio de hoy nos invita a reconocer los signos de los tiempos; también hace ver la necesidad de una persona que ayude a comprender aquello que no está al alcance.

Surge la pregunta: ¿Cómo podemos reconocer estos signos? Y la respuesta surge de manera inmediata, cuando leemos en el Evangelio que los discípulos entendieron la explicación de Jesús: Elías había vuelto, pero no lo reconocieron. También el mismo Bautista había mostrado a Simón, Andrés, Santiago y Juan que Jesús era el Cordero de Dios, pero ellos tampoco comprendieron en ese momento lo que esto implicaba.

Es en esta dinámica que se puede reconocer lo que Dios nos pide, para esto hay que ayudarse de quienes viven una vida cristina, buscando constantemente crecer en nuestra relación personal con Cristo – al igual que los discípulos -, mediante una vida sacramental y de oración que lleve al amor y servicio a los demás.

«Queridos amigos, pidamos a la Virgen María por todos los educadores, especialmente por los sacerdotes y los padres de familia, a fin de que sean plenamente conscientes de la importancia de su papel espiritual, para fomentar en los jóvenes, además del crecimiento humano, la respuesta a la llamada de Dios, a decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”». (S.S Benedicto XVI, Ángelus el 15 de enero de 2012).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Señor, dame la gracia de ser agradecido por todos aquellos que me guían para comprender y vivir según tu Voluntad.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré ayuda para comprender aquello que no tengo claro, preferentemente en mi próxima dirección espiritual.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

¿Los santos tenían defectos?

Si idealizamos a los santos, los deshumanizamos, y si los deshumanizamos, les robamos la belleza de la santidad

No niego que sea lindo pensar en los santos como seres inmaculados cuyas vidas fueron un derroche de oración, gracia y santa ternura. Y ante tanta lindura normalmente no tendría ningún problema en omitir cualquier comentario que pudiese desestimar esta belleza (especialmente cuando hablo con niños pequeños). Pero creo que es un modo de aproximarse a los santos cuya belleza no solo es aparente, sino que puede llegar a ser peligrosa para la vida cristiana. Y es que los santos, como sabemos, no son piezas de museo ni figuritas coleccionables, más bien son poderosos intercesores y auténticos modelos de vida.

Si los santos fueron estas brillantes y distantes figuras de porcelana cuyas vidas nunca se mancharon con ningún pecado, ¿qué relación pueden tener conmigo?, un ser de carne y hueso que pierde y gana batallas y muchas veces debe levantar el rostro después de haberlo tenido hundido en el fango… ¿Cómo podemos confiar en la intercesión o podemos tener por modelos de vida a quienes solo saben de éxtasis místicos, actos heroicos y entrañables gestos de misericor…

-¡Pero los santos no fueron así!- podría decirme alguien y yo estaría totalmente de acuerdo; sin embargo, ¿cuánto sabemos de sus pecados? ¿Cuántas novelas hemos leído cuyos autores esconden los rasgos más difíciles del carácter del santo y endulzan hasta volver inofensivos sus momentos de duda y hasta de rebeldía ante Dios? Créeme, ¡son muchas! Por esta razón he decidido escribir un artículo para repasar los pecados de los santos. No te asustes. Mi intención no es negar la santidad de nadie, todo lo contrario, quiero explicarte cómo la santidad brilla con más fuerza y se expresa en toda su auténtica belleza cuando nace, por la Gracia de Dios, en el corazón herido de un hombre verdadero. Creo que solo así podremos redescubrir la importancia radical de la amistad con los santos en nuestro camino hacia el cielo.

Para hacer esto utilizaré la Biblia (porque el Espíritu Santo es el único autor de vidas de santos que no endulza a sus personajes) y un estilo de narrativa teatralizado y un poco irónico para amenizar la lectura; así que nadie se escandalice, por favor.

Hay 5 santos en la Biblia que no serían santos si yo fuera Dios. ¡No, Señor! Si me hubiesen hecho lo que le hicieron a nuestro Padre celestial de un solo sopapo hubieran terminado con uno que otro diente roto y de patitas en la calle… del purgatorio. Si yo fuese Dios hubiese sido tajante, claro desde el inicio: “Si quieres estar conmigo te conviertes y de ahí en adelante nada de tonterías, ¿ok?” Pero nada. La justicia de Dios no es la mía. Sin embargo – ¡ay mamá! – si fuese la mía, el primero en salir de mi lista de santos sería el fresco de…

1. Moisés

Imagínense. Dios lo elige, lo anima, le encarga la gran misión de liberar a su pueblo y para ello derrama sobre él una ingente cantidad de gracia. Los milagros son portentosos: Dios convierte el río Nilo en sangre y abre el mar rojo ante sus ojos. Moises fue amigo del Señor. Así es, Dios habló con él como nunca había hablado con ninguno desde Adán y hasta le reveló su nombre: «yo soy el que soy» (Ex 3, 14). ¡¿Eso hacen los amigos o no?!

¿Y qué le pidió a cambio? Solo le pidió confianza. Y Moisés confió, no puedo negarlo. Pero los lamentos del pueblo en el desierto le agotaban el corazón y horadaban su confianza como la gota que roe la piedra. Pienso en aquella noche en la que Moisés increpó a Dios: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? (…) ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: “llévalo en tu regazo?” (…) Si vas a tratarme así, mátame, por favor» (Num. 11,11). Aquí se pasó: ¿tratarlo mal, matarlo?, entiendo que no le haya gustado la figura femenina del regazo pero ofenderse así después de todo lo que Dios había hecho por él, ¿no es exagerado? Ahí ya me hubiera empezado a molestar este Moisés pero eso no es todo.

Imagínense. Dios lo perdona y lo consuela: «¿Es acaso corta la mano de Yahvé? – le dijo – Ahora vas a ver si vale mi palabra o no» (Num. 11,23) y ¡cataplún!, el Señor hizo llover codornices hasta dejar a todo el pueblo satisfecho. También hizo llover maná y otras cosas ricas pero no me quiero detener aquí. Lo más lindo fue la alianza que Dios selló con su pueblo a través de Moisés. Un enorme signo de su amor que prepararía la alianza definitiva y que nuestro profeta acogió – démosle un poco de crédito – con un corazón agradecido y humilde. Pero el pueblo cobarde ya no aguantaba más, se había acostumbrado a convivir con las maravillas de Dios y sus reclamos y lloriqueos rompían ahora como olas contra la roca frágil del corazón de Moisés… y nuestro “santo” terminó por ceder ante tanta presión. Moisés dudó de Dios.

Y Dios, como era obvio, aquí sí se molestó de verdad y le dijo: «Por no haber confiado en mí y reconocido mi santidad ante los israelitas, os aseguro que no entrareis en la patria prometida». Claro que Dios después lo perdonó y bla bla bla, pero en mi historia hipotética, conmigo como protagonista, cae un rayo y el bueno de Moisés se va con su desconfianza y sus cobardías a otro lado ¡Habrase visto! No reconocer la santidad de Yahvé delante de esa chusma malagradecida. Hasta el mismísimo Dios una vez dio la cara por Moisés cuando el pueblo dudó de la legitimidad de su llamado: «Él es de toda confianza en mi casa – le dijo al pueblo – boca a boca hablo con él, abiertamente y no en enigmas, y contempla la imagen de Yahvé». Eso hace un amigo de verdad… ¡Dar la cara por el otro!… Moisés se cansó de hacerlo y yo, si fuese Dios, me hubiese cansado de él. ¡Next!

2. El Rey David

 

¡Qué gran hombre fue David! Dios lo eligió entre 11 hermanos más robustos y capaces que él por su buen corazón. Lo consagró para hacer grandes cosas. Y la primera de ellas sí que fue grande, ¡enorme! diría yo: venció un duelo imposible contra el mayor guerrero del pueblo filisteo, el terrible Goliat… y lo derribó con una piedra bien puesta en el entrecejo, ¡sí, señor! David confiaba mucho en Dios y nuestro Señor bendecía cada uno de sus pasos.

David era «valeroso, buen guerrero, de palabra amena y de presencia agradable» (1 Sam, 16, 18). No me extraña que con ese curriculum haya despertado los celos del rey Saúl. Pero descuida porque Dios, que nunca abandona a sus elegidos, lo protegió de la persecución de Saúl y tras una prolongada guerra civil lo colocó en el trono del rey de Israel y de Judá. La gratitud hacia Dios desbordaba en el corazón del nuevo rey. De pastorcito de ovejas pasó a ser el rey de Israel, ¡qué historia! Todo fue un magnífico hasta que…

¡Dios mío! ¿Por qué lo hiciste David? Tu corazón estaba forjado en la batalla. Eras un hombre cabal, recio, señor de sí mismo; y no solo eso, eras apuesto y poderoso, podías conquistar a la mujer que quisieras ¡¿Por qué elegiste a Betsabé, la mujer de Urías?! Y no solo cometiste adulterio con ella sino que usaste el poder que Dios te había confiado para consumar un pecado mayor: «Poned a Urías – dijiste a tu comandante – en el puesto más duro de la lucha, y cuando arrecie el combate, dejadle solo, para que caiga muerto» (2 Sam 11, 15). ¡Fuiste un canalla! Allanaste el camino para casarte con Betsabé ensangrentando tus manos y sacrificando tu amistad con Dios…

¡Oh, sí! Te arrepentiste. Pero Dios tuvo que enviarte al profeta Natán para despertar tu conciencia adormecida. Y ahí el corazón se te deshizo en lágrimas al ver con claridad tu pecado. Es cierto, no pusiste más excusas, ayunaste y pasaste noches enteras acostado en tierra, rogaste el perdón de Dios y hasta escribiste un salmo desgarrador: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro – orabas entre sollozos – renueva en mi interior un espíritu firme; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu» (Sal 50).

Pues agradece que yo no soy Dios porque no hubieras vuelto a ver ni mi espíritu ni mi rostro. Después de todo lo que hizo Dios por ti, ¿crees que tu pecado se paga con salmos, ayunos y lloriqueos? Algo vio Dios en tu corazón que yo no puedo ver porque si por mí fuera hubieses ido a parar a un cuadrilátero de boxeo con Urías, Saúl y Goliat juntos. Cuánta razón tenías cuando dijiste eso de «es mejor caer en las manos misericordiosas de Dios que no en las manos de los hombres» (2 Sam 24, 14). Seguramente ya intuías que tú tampoco formas parte de mi lista de santos.

3. El profeta Elías

 

Es un profeta enigmático. Todo en él es fuerte, empezando por su nombre: Eli Yahu, que significa “Yahvé es mi Dios”. Elías aparece en la historia de Israel para denunciar los abusos y las injusticias vengan de quien vengan, del populacho o de los mismísimos reyes. ¡Y se necesitaban agallas! Porque Elías surgió en uno de los tiempos más duros de la historia de Israel: cuando sus doce tribus, desperdigadas por la tierra prometida, olvidaron a Yahvé y llenaron sus altares de ídolos. Dicho esto creo que todavía no queda clara la envergadura del hombre del que estamos hablando. Veamos si lo hago mejor en el próximo párrafo.

Para demostrar que Yahvé es el único Dios, Elías citó a medio millar de sacerdotes de Baal (divinidad o idolillo de la época) en el monte Carmelo y les propuso lo siguiente: «Elegid un novillo, despedazadlo, ponedlo sobre la leña. Yo haré lo mismo. Invocad el nombre de vuestro dios. Yo rogaré a Yahvé. El que responda con fuego, ése es Dios» (Cfr. 1 Re 18, 20–40). Los sacerdotes aceptaron el reto e invocaron a su dios, pero no ocurrió nada. Elías hizo lo mismo y Yahvé no solo rostizó al becerrito sino que abrasó con su fuego la leña, las piedras y la tierra alrededor de las cuales se encontraba el animalito. Todos quedaron mudos. El pueblo estaba atemorizado. Pero poco a poco fueron elevándose las voces hasta alcanzar la algazara: «¡Yahvé es Dios, Yahvé es Dios!». El pueblo había vuelto al culto de Yahvé.

¿Ya entiendes mejor de quién estamos hablando? ¿Te imaginas la confianza que Elías tenía en Yahvé, su cercanía a Dios? Si esto no te sorprende te cuento que la Biblia no narra su muerte, nos dice que fue envuelto en llamas y desapareció sin dejar rastro… ¿quieres más? Pues Elías es, junto a Moisés, quien se aparece a Jesucristo el día de la transfiguración. ¡Imagínate! Tal vez no haya personaje en la Biblia cuya santidad esté más confirmada que la de este hombre… y sin embargo…

¿Te gustó lo que ocurrió durante el desafío con los sacerdotes de Baal? A mí también, pero a la reina Jezabel no le gustó para nada y decidió deshacerse de nuestro profeta. ¿Qué se te ocurre que hizo Elías? ¿La esperó y la recibió con una sonrisa confiada? ¿La fue a buscar para enfrentarla? ¡No, papá! Nuestro temible profeta, el mismísimo que desafió a 500 sacerdotes en el monte Carmelo, nos dice la Biblia: «tuvo miedo, se levantó y se fue a poner su vida a salvo» (1 Re 19, 3) ¡¿Qué?! Sí. Algo así como ocurrió con San Mateo que cuando miró al Señor Jesús «Dejándolo todo, se levantó y lo siguió» (Lc 5, 38), pero al revés.

El profeta, apesadumbrado y lleno de vergüenza, caminó errabundo por el desierto hasta que se recostó agotado sobre una retama e imploró: «¡Ya es demasiado Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!». Esta es la parte donde Dios se conmueve pero yo me irrito; donde Él renueva la fuerza de sus elegidos y yo les sacaría en cara toda su mezquindad; donde Él confirma la misión de sus santos y yo los mandaría de regreso a su casa con un cartel bien grande que dijese: “perdedor”. Me pregunto: si a pedido suyo Dios era capaz de enviar fuego del cielo, ¿por qué Elías dudó de su poder y de su amor ante la persecución de Jezabel? El corazón de un verdadero santo no puede tener este tipo de grietas. Elías tampoco clasifica para mí.

4. Jonás

 

Cuento corto: Nínive era una ciudad pagana, capital de Asiria (muy cercana a la actual Mosul, al norte de Iraq), que se había alejado de Dios. Los excesos, el robo, la rapiña y la idolatría se habían vuelto pan de cada día, así que Dios elige a un hombre para enmendarles la plana. Nada nuevo bajo el sol.

Lo que sí es novedoso es que Dios elige a un tipo insoportable y engreído llamado Jonás, que para colmo de males no tenía la más mínima voluntad de cumplir el divino encargo. A pesar de todo, Jonás se embarca y se pone en marcha, ¡pero en sentido contrario: a Tarsis! Es decir, se aleja de Nínive lo más que puede pensando que de esta manera Dios lo dejaría en paz. Pero nuestro Señor, que no abandona a sus elegidos por más papanatas que sean, se las ingenia para que unos marineros lancen a Jonás por la borda y un pez enorme lo lleve derechito hasta Nínive. Hago un paréntesis para decir que yo lo hubiera lanzado por la borda y nada más. Pero sigamos…

Una vez en Nínive Jonás se rinde ante la voluntad de Dios y decide proclamar el mensaje de conversión. La gente se conmueve, hace penitencia y vuelve a la fe verdadera. ¡Qué gran logro! ¡Felicitaciones, Jonás! ¿¡Pero, qué!? ¿¡No estás contento!? No, Señor. Jonás no estaba contento. «Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis – le responde Jonás a Dios – Bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en el amor. Así que, Yahvé, quítame la vida pues prefiero morirme a estar vivo» (Jon 4, 2-3) O sea que Jonás no huyó por el esfuerzo ni por el cansancio de la empresa. ¡Huyo porque no quería la conversión de los ninivitas!

¡Ay, Señor! Qué paciente fuiste con Jonás. Lo seguiste hasta la choza donde lo llevó su malhumor y ahí no dejaste de tocar a la puerta de su corazón hasta que abriera y comprendiera la razón por la cual tú te apiadas de los pecadores y sufres con sus transgresiones. Es verdad, Señor, Isaías tenía razón: «los caminos de Dios no son nuestros caminos» (Cfr. Is 55, 8), porque yo lo hubiera molido a palos hasta que aprendiera de memoria todos los salmos penitenciales. Jonás, para mí, no es santo ni por asomo.

5. Jeremías

 

Aquí Dios escogió mejor. Jeremías era un joven distinguido de diecinueve años y perteneciente a una familia sacerdotal. Cuando Yahvé lo llamó pensó que era muy joven y tuvo miedo porque su falta de experiencia podrían ser un problema pero Dios lo reconfortó: «Irás donde te envíe y dirás lo que te indique. No tengas miedo. Pondré palabras en tu boca y fuerza en tu voluntad para que arranques, destruyas y después, levantes y edifiques. Ponte en pie. No temas. Haré de ti una plaza fuerte, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda la tierra». Este hermoso augurio llenó de confianza el corazón de nuestro joven profeta y así empieza su historia de servicio y amistad con Dios.

Pero Jeremías se encontró con pueblos y reyes bastante menos acogedores que los ninivitas. Su predicación cayó en oídos sordos y hasta ocurrió que el Rey Joaquim llegó al límite de quemar el libro donde Jeremías había escrito el mensaje que Yahvé le había inspirado. Nuestro profeta empezó a dudar de esto tan bonito de ser columna de hierro y muralla de bronce, y se sintió frágil y abandonado. «Puede alguno destrozar el hierro y el bronce – encaró Jeremías a Dios -¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?» (Jer 15, 12, 18). Y los reproches fueron en aumento hasta desbocarse en «¡Maldito el día en que nací! (…) ¿Por qué no se me mató en el seno de mi madre, y hubiera sido ella mi sepulcro?» (Jer 20, 14–17)

Llegados a estas alturas supongo que pueden prever cómo actúa Dios con este tipo de malcriadeces. Sí, perdonando y reanimando. Jeremías eventualmente volverá a la batalla y proclamará la palabra de Dios hasta morir apedreado por su pueblo (según una tradición de San Jerónimo). Por mi parte entiendo el dolor del profeta pero llegar al punto de llamar a Dios «espejismo» y «aguas no verdaderas» me parece demasiado. Maldecir el día del propio nacimiento, también. Aunque reconozco que guardo respeto por Jeremías, yo hubiera preferido un profeta sin quebrantos. Como decimos en mi país: «machito no más». Por eso, aunque sé que algunos me criticarán, este señor completa mi lista de 5 santos que sacaría del cielo.

Me he divertido mucho escribiendo este elenco pero es momento de terminar con el tono teatral y divertido para hablar seriamente de la santidad.

Creo que la historia de estos 5 profetas – que yo considero grandes santos, por supuesto – hay tres elementos muy hermosos que nos pueden ayudar a comprender qué es la santidad.

1. Los santos son seres humanos

 

Espero que esto no te decepcione, pero San Juan Pablo II, San Maximiliano Kolbe, el Padre Pío y compañía, han tenido momentos tan humanos como los de nuestros profetas. Fueron frágiles, lloraron, pidieron perdón, ofendieron y lucharon como cualquiera de nosotros. Su intercesión es poderosa y son un gran modelo para nosotros porque ellos saben muy bien qué significa ser hombres, pecadores, acechados por la tentación y el demonio. También conocen la belleza de las batallas ganadas, han percibido el rocío de la gracia derramarse sobre sus vidas y supieron poner de su propia cosecha para cooperar con el auxilio constante de Dios. Se han maravillado de Dios una y mil veces precisamente porque son hombres, porque han visto que el amor del Señor excede siempre nuestras expectativas y hace con nosotros cosas que jamás hubiésemos esperado. Si idealizamos a los santos, los deshumanizamos, y si los deshumanizamos, les robamos la belleza de la santidad.

2. La santidad es iniciativa de Dios

 

Me encantan las historias que hemos repasado porque queda clarísimo cómo Dios es el primer motor de la santidad. Moisés, Jonás, Jeremías, David y Elías llegan a un momento de sus vidas donde no pueden más, donde necesitan ponerse en las manos de Dios para poder seguir adelante con la misión que el Señor confío a cada uno. En la historia de la humanidad ha pasado lo mismo con cada santo. Todos cooperaron con Dios pero nadie se hizo santo a sí mismo. El amor que Dios nos invita a vivir es posible, claro que sí, pero solo si sabemos acoger su gracia y reconocer que es Él quien tiene la iniciativa. Quienes queremos ser santos – que deberíamos ser todos los cristianos – debemos estar siempre muy atentos a no olvidar que en nuestro ascenso al cielo, es Dios quien puso la escalera en primer lugar. Nosotros ponemos las ganas de subir, y a veces, hasta en eso recibimos un empujón de Dios; como le pasó a nuestros profetas.

3. La santidad empieza cuando…

 

No sé si se dieron cuenta que en nuestras cinco historias, en algún momento, nuestros profetas quisieron morirse. Este detalle, que podría ser interpretado como un dramatismo exagerado en realidad es una pista muy significativa que tomaré simbólicamente para explicar un elemento clave de una vida cristiana que empieza a acercarse a la santidad. Lo tomaré simbólicamente porque obviamente no creo que los santos hayan querido morirse en algún momento de sus vidas. De eso no se trata. Pero sí se trata de un momento de quiebre en el que el hombre reconoce la pobreza de sus propia condición, la inutilidad de sus esfuerzos, la volubilidad de sus promesas, etc., y siente que por sus propios medios no es capaz de alcanzar el amor al que Jesús, desde la cruz, lo ha llamado. Es este el momento de crisis el terreno fértil donde Dios siembra la semilla de la santidad. Es en esta simbólica muerte a nosotros mismos donde somos – ¡al fin! – capaces de empezar la verdadera ascensión hacia el cielo.

Si de algo estoy seguro en mi aún breve experiencia de vida cristiana es que Dios busca este momento en nuestras vidas. A cada uno le llega de maneras distintas. Algunos bienaventurados lo alcanzan con mucha connaturalidad y otros sufren muchísimo. No sé cual sea tu camino hacia este momento pero estoy convencido de que cada santo, como nuestros profetas, llegaron a ese día donde entendieron que para amar como Cristo hay que amar con el corazón de Cristo. Y que esto no es un símbolo bonito, ¡No! De verdad es Cristo mismo quien debe darnos su corazón, es a Él a quien debemos pedirle una nueva vida, y nosotros tenemos que aceptar la aventura preciosa y misteriosa de que Él ame en nosotros a pesar de nuestra miseria.

Creo que a eso se parece a la santidad. Disculpen si me extendí demasiado.

 

 

Que la Navidad no se contamine con el consumismo

El Papa a donadores del árbol y pesebre.

 

“En Navidad, Dios se revela no como el que está en lo alto para dominar, sino como el que se abaja, se hace pequeño y pobre, para servir: esto significa que la manera de parecerse a Él es la de abajarse, la del servicio”, lo dijo el Papa Francisco en sus saludos a los miembros de las delegaciones que este año han donado el pesebre y el árbol de Navidad que han sido instalados en la Plaza de San Pedro, a quienes recibió en audiencia, la mañana de este viernes 10 de diciembre, en el Aula Pablo VI del Vaticano.

En sus saludos, el Santo Padre agradeció y dio la bienvenida a las delegaciones del Perú, quienes han donado el pesebre para la Plaza de San Pedro; a la delegación de Trentino, en Italia, quienes han donado el árbol de Navidad y a la delegación de la parroquia de San Bartolomé in Gallio, en la diócesis de Padua, Italia, quienes han donado el pesebre para el Aula Pablo VI.

El pesebre de los Andes simboliza la llamada universal a la salvación

El Papa Francisco dirigiendo sus saludos a la Delegación Peruana de Huancavelica – departamento en el que se encuentra el pueblo de Chopcca, de donde proviene el gran pesebre instalado en la Plaza de San Pedro – agradeció a Monseñor Carlos Salcedo Ojeda, Obispo de Huancavelica, y a las Autoridades civiles y eclesiásticas, especialmente al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, y a todos los que han colaborado en la realización de este pesebre. “Los personajes del pesebre – precisó el Santo Padre – realizados con materiales y ropas característicos de esos territorios, representan a los pueblos de los Andes y simbolizan la llamada universal a la salvación. De hecho – subrayó el Papa – Jesús vino a la tierra en la concreción de un pueblo para salvar a todo hombre y mujer, de todas las culturas y nacionalidades”.

El abeto es un signo de Cristo que brilla con la luz del amor

Asimismo, al dirigir sus saludos a la Delegación de Andalo, en Trentino, Italia, el Papa Francisco saludó a las Autoridades, los sacerdotes, y a los fieles acompañados por el Arzobispo, Monseñor Lauro Tisi. A ellos les dijo que, “el árbol permanecerá junto al pesebre hasta el final de las fiestas navideñas y será admirado por peregrinos de muchos lugares. El abeto es un signo de Cristo, el árbol de la vida un árbol al que el hombre no tenía acceso a causa del pecado. Pero con la Navidad, la vida divina se ha unido a la vida humana. El árbol de Navidad, entonces, evoca el renacimiento, el don de Dios que se une al hombre para siempre, dándonos su vida. Las luces del abeto recuerdan la de Jesús, la luz del amor que sigue brillando en las noches del mundo”.

No dejemos que la Navidad se contamine con el consumismo

El Santo Padre también exhortó a que, no dejemos que la Navidad se contamine con el consumismo y la indiferencia. Sus símbolos, especialmente el pesebre y el árbol decorado, nos devuelven a la certeza que llena de paz nuestros corazones, a la alegría de la Encarnación, al Dios que se hace familiar: vive con nosotros, da un ritmo de esperanza a nuestros días. “El árbol y el pesebre – indicó el Pontífice – nos introducen en el típico ambiente navideño que forma parte del patrimonio de nuestras comunidades: un ambiente de ternura, de compartir y de intimidad familiar. No vivamos una Navidad falsa y comercial. Dejémonos envolver por la cercanía de Dios, por el ambiente navideño que el arte, la música, las canciones y las tradiciones traen a nuestros corazones”.

El pesebre de Padua fruto del compromiso de los jóvenes

Finalmente, el Papa Francisco dijo que, los que vengan aquí, al Aula Pablo VI, en los próximos días podrán saborear este ambiente también gracias al belén que hicieron los jóvenes de la parroquia de San Bartolomé in Gallio, en la diócesis de Padua, Italia. A ellos les agradeció por este regalo, fruto del compromiso y la reflexión sobre la Navidad, la fiesta de la confianza y la esperanza. La razón de nuestra esperanza es que Dios está con nosotros, confía en nosotros y nunca se cansa de nosotros. Viene a habitar con los hombres, elige la tierra como morada para estar con nosotros y asumir las realidades donde pasamos nuestros días. Esto es lo que nos enseña el pesebre. “En Navidad – concluyó el Papa – Dios se revela no como el que está en lo alto para dominar, sino como el que se abaja, pequeño y pobre, para servir: esto significa que la manera de parecerse a Él es la de abajarse, la del servicio. Para que sea verdaderamente Navidad, no olvidemos esto: Dios viene a estar con nosotros y nos pide que cuidemos de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres, débiles y frágiles, a quienes la pandemia corre el riesgo de marginar aún más. Porque así es como vino Jesús al mundo, y el pesebre nos lo recuerda”.

 

 

Famosas montañas de salvación

No podrás subir a las alturas del Reino de los cielos, si antes no pasas como Cristo por el camino de la cruz, del dolor y de la entrega.

 

Subir a la montaña siempre será un reto. Lo saben bien los jóvenes que quieren subir más y más y hasta llegar a las más altas cumbres, a miles de metros de altura. Nunca se cansan de subir, de fijarse nuevas metas, de escalar las más difíciles montañas.

Hoy se nos habla de dos montañas, y de dos ascensiones. La primera montaña o monte Moria, debería ser escalada, Oh ingratitud, por un anciano y con un cometido definitivamente ingrato: sacrificar al Dios de los cielos al hijo que se le había concedido en su ancianidad. Se trata de Abraham, un buen viejo, que dejó su tierra, y su casa y todo lo que tenía, para ir tras un llamado misterioso del Dios de los cielos. Lo dejó todo, sólo con la esperanza de un hijo para su ancianidad.

Y cuando el hijo era apenas un muchachito, un adolescente, Dios se lo pide en sacrificio como hacían algunos pueblos que sacrificaban a su primogénito. Quienes sean padres sabrán el dolor que aquél hombre llevaba, pero también podrán aquilatar la fe del anciano que no duda en responder a los planes de su Dios que le pedía tal atrocidad. Los detalles son sobrecogedores, pero el resultado es encantador. A punto de sacrificar a su hijo, le es detenida la mano, pues Dios pudo aquilatar la valentía, la reciedumbre y la fe de Abraham. Con esto dio una lección viviente a todos los circundantes: a Dios no le agrada la muerte, Dios no es Dios de muertos, no quiere el sacrificio de ninguno de sus hijos.

La segunda montaña, es el Tabor. Y debería ser escalada por un hombre joven, en plenitud de sus facultades y con planes encantadores. En medio de una planicie maravillosa, se destaca el Tabor, que aún hoy inspira con su silencio, su belleza, el canto de sus pajarillos y el colorido de sus flores. Hacia allá fue Jesús con algunos de sus seguidores. No iba de camping ni de excursión. Iba a la oración, a la alabanza, a hablar a Dios de los hombres que él se había encontrado en el camino. No era un momento fácil para él. Había hablado a los hombres sencillos y abiertos de Galilea, pero ahora había cambiado su auditorio, en Judea y concretamente en Jerusalén. Ahí había encontrado una franca oposición. No le entendían y no querían entenderle.

Las multitudes tampoco se fijaban en sus palabras. Querían pan, querían milagros, querían salud, lo demás no importaba. Jesús se desesperaba, porque sus mismos discípulos no entendían ni papa de lo que les quería decir Y sobre todo, ya se apoderaba de su ánimo la proximidad de otra montaña muy temida: el Calvario. Sentía que el cerco se hacía más estrecho cada día, y sentía ya las pisadas que tendría que realizar, pero ya no acompañado de los suyos, sino en profunda soledad, y sobre todo cargando una pesada cruz sobre sus espaldas.

En esas condiciones había subido Jesús al Tabor. Los apóstoles, sus amigos, eran gente fuerte, de lucha, aguerridos, pero se quedan aparte, quizá descansando, quizá contemplando el paisaje. Acompañan al Maestro, el hombre sencillo que les había invitado a seguirle. Era tremendamente cercano a todos los hombres. Sus palabras eran dulces pero tocaban fibras sensibles del corazón. Su mirada atraía a las gentes, pero nunca comprendieron su mensaje ni su persona.

Ahora en la montaña, Jesús se sumerge en profunda oración. Y ahí ocurre algo extraordinario. Los apóstoles no nos alcanzan a decir con palabras lo que vieron. Un Jesús transformado, distinto, luminoso, sonriente, fragante. Y junto a él, aparecen dos personajes muy queridos del pueblo hebreo, Moisés, el gran profeta, el iluminado, el legislador, y Elías otro profeta que pide respuesta a la alianza de Dios, que llama a la cordura a la fidelidad, a la alianza, que pide una respuesta pronta del pueblo hebreo. La conversación entre ellos no nos fue transmitida. Pedro, uno de los acompañantes de Cristo, balbucea cierta petición que nos hace pensar que esta fuera de honda. Y luego, las cosas se sucedieron tan rápidamente, tan vertiginosamente, que aparece una nube sobre la montaña, que cubre a los tres personajes, y desde dentro de ella una voz misteriosa, que no era de este mundo: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”.

Pronto la nube se disuelve, el paisaje vuelve a ser el mismo, el silencio es interrumpido por Cristo que les invita a bajar, a volver a la vida diaria, a prepararse, pues pronto les esperaría la otra montaña, a donde subiría solo, pues sus apóstoles le abandonarán en el momento crucial de su vida.

Pareciera que esa ascensión fue un hecho aislado en vida de Jesús. Pero fue todo lo contrario. Cuando los enemigos les arrebatan al Maestro, cuando le toman prisionero, cuando los apóstoles corren cobardemente a esconderse, cuando les llegan noticias de que al Maestro lo han subido en la cruz, cuando el cielo y toda la ciudad de Jerusalén se estremece ante la muerte de Cristo, cuando a todos les dan ganas de huir, y ponerse a salvo para no correr la misma suerte que el Mesías, Pedro y sus compañeros recordarían la visión del Monte Tabor y sostendrían la fe de sus hermanos los apóstoles y los discípulos de que el Padre le cumpliría la palabra a Cristo de resucitarlo, de volverlo a la vida y de hacerlo sentar a su derecha, después de ser probado en la cruz, como el mismo Abraham y como Isaac fueron probados en la obediencia. A Abraham se le pidió a su hijo. En la Cruz el Padre lo ofreció a la humanidad, y el Espíritu Santo lo sostuvo hasta el último momento para que pudiera testimoniar desde el patíbulo de la cruz, que el amor redime, que el amor salva, que el amor libera y no es vano.

 

Ya se estarán preguntando los lectores que me hayan seguido hasta aquí, cuál es el mensaje para nosotros. Si cada uno de los lectores se decide a volver a leer personalmente el capítulo noveno de San Marcos, sabrá que cada palabra es un mensaje. Yo solo haría dos consideraciones.

Primera. “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Fue la palabra del Padre, y no fue un consejito piadoso. Es un mandato. En Cristo encontramos la paz, la salvación, el perdón y el camino de acceso al Padre. Si la humanidad anda perdida, sin rumbo fijo, como los satélites que el hombre lanza al espacio y comienzan a deambular eternamente sin rumbo fijo cuando han perdido su vida útil, es porque no hemos escuchado al Padre.

La segunda consideración. Pedro, en aquella visión espectacular, quiso hacer una enramada para los invitados de Cristo y permanecer en aquella visión tan singular. Pero Cristo lo saca de su sueño y lo invita a bajar con él, para comprometerse con sus hermanos, para alimentarlos, para darles la vida, para señalarles caminos, para enseñarles a amarse, para enseñarles en carne propia el amor del Padre y que todos pudieran considerarse hermanos. No se podían quedar en la montaña, en las alturas, en la ensoñación. Había que bajar a comprometerse con sus hermanos, con su mundo, con sus problemas. Es lo que a nosotros nos falta. Sí, nos sentimos más o menos cómodos en Misa, damos la impresión de que aceptamos la voluntad de Dios. Nos sentamos para escuchar, nos ponemos de pie para responder, nos arrodillamos para adorar. Pero ahora nos falta una sola cosa: ir con nuestros hermanos a comprometernos con sus problemas, con sus aspiraciones, con sus angustias, con sus frustraciones, para llevarles el mensaje de paz, de reconciliación fraterna, de solidaridad y de amor de los unos para con los otros, para decirles a todos que el Padre nos ama y que todos somos hermanos.

No podrás subir a las alturas del Reino de los cielos, si antes no pasas como Cristo por el camino de la cruz, del dolor y de la entrega.

 

 

El tango también sirve para evangelizar

Nota que relata cómo se ha adaptado, con todo respeto, el popular ritmo porteño a la liturgia jugando un papel evangelizador.

 

Lo que no cabría esperar

Primero fue la Misa Criolla, de Ariel Ramírez; ahora es la Misa Tango, de Juan Carlos Barbará y Rino Selmi. El popular ritmo porteño, adaptado con todo respeto a la liturgia, también es capaz de jugar su papel evangelizador en una sociedad que cambia día a día. El jueves 30 de octubre, ha tenido lugar en la Basílica María Auxiliadora, de la Parroquia San Carlos Borromeo, en Buenos Aires, el concierto Misa Tango ejecutado por la orquesta Buenos Aires Tango y los coros Grupo Vocal Cántico y Coral Manoblanca. El público la ha juzgado como “una obra muy bien lograda, muy agradable, de excelente buen gusto y para nada agresiva como tal vez podía esperarse. A veces las apariencias engañan…

Con todo el sentido profesional

El acto ha sido organizado por FUNDAI y, al finalizar, un sacerdote ha impartido la bendición a los presentes. La dirección del concierto y arreglos musicales han estado a cargo del maestro Alfredo Montoya. Han actuado como solistas Roxana Barbará, Enrique Barcala, Luis Prado y Nora Roca. La coordinación técnica-operativa ha estado a cargo del maestro Hugo René Sanz y se ha encargado del sonido y video, Soundtec S.R.L. Temas: Kyrie, Gloria, Credo, Ave María, Sanctus Benedictus, Agnus Dei y Dominus Salvum.

 

Cada tema está precedido por un texto que es leído desde el ambón. Las armonías han sido tratadas cuidadosamente, brindando las mayores posibilidades de desplazamiento de los coros e instrumentaciones, sin acordes extraños a la natural riqueza del tango. Dentro de la esencia, ritmo y estilo típico argentino, los temas principales de cada uno de los pasos han sido concebidos en su mayoría en modo menor, ajustando los textos traducidos del latín al castellano por Rino Selmi, casi literalmente.

Exitosos antecedentes

El 25 de junio de 1996, se interpretó por primera vez la Misa Tango en un templo de la ciudad de Buenos Aires, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario (Convento de Santo Domingo), con autorización del entonces arzobispo, cardenal Antonio Quarracino. Participaron la Orquesta del Tango de la Ciudad de Buenos Aires, el Grupo Vocal Cántico y los solistas Leticia Daneri, Quique Barcalá y Luis Prado.

 

En abril de 1999, el arzobispo porteño, cardenal Jorge Mario Bergoglio, ratifica su disposición hacia la obra y deja en manos de los párrocos la posibilidad de su realización. El 8 de septiembre del mismo año, la Misa Tango se interpreta en la Basílica Nuestra Señora del Pilar, y el 30 de noviembre de 2000 se concreta el estreno internacional de la Misa Tango en la ciudad de Washington, con el patrocinio de la embajada argentina y la colaboración de la Asociación de Familiares de Funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo.

La Arts and Education Society organiza la presentación en la Catedral de San Mateo, oportunidad en que más de mil personas ovacionan de pie la actuación de la Orquesta Buenos Aires Tango. El acontecimiento cultural y social, elogiado por la crítica, se realizó en apoyo de FUNDAI de la Argentina.

 

 

El origen histórico del Adviento

Para nosotros el Adviento debe prepararnos para la celebración de venida del Señor. tanto en lo referente a su nacimiento cuanto a su venida gloriosa al final de los tiempos.

 

El Adviento es un tiempo litúrgico preparatorio a la Navidad, que busca disponernos a vivir intensamente la espera por la venida del Señor. ¿Pero cuándo se empezó a dar? Vamos a tratar de explicar un poco su origen y los inicios.

No se tiene una fecha exacta de cuándo empezó a celebrarse el Adviento, pues en su inicio no fue concebido como una celebración preparatoria consciente, ni fue algo universal, sino que se fue acentuando poco a poco en el discernimiento de preparar la celebración de venida del Señor. ¿Pero cuál venida? Aquí se plantean dos posiciones: una espera a su nacimiento, lo que sería una especie de adviento para la Navidad, y otro respecto a su venida gloriosa, que sería de carácter escatológico[1].

Para nosotros como cristianos, el Adviento debe representar ambas posiciones, pues por un lado recordamos el hecho histórico de su venida, pero eso mismo debe disponer nuestro corazón para acoger el mensaje que anuncia su venida gloriosa. Nosotros en Adviento nos preparamos para una venida de Cristo, que debe ser permanente, acogiendo al Señor cada día, para que su gracia nos transforme con su venida. Bien diría Benedicto XVI en una homilía de Adviento:

Los cristianos adoptaron la palabra “Adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras[2].

 

Precisamente por ser la Navidad, una celebración de su nacimiento, el Adviento como preparación es algo que surge posterior a la celebración de la Navidad misma[3]. Incluso, en los Padres de la Iglesia que se toman como referencia para encontrarle raíces al Adviento, no se puede afirmar que lo hagan de forma explícita sino sólo indicios de un llamado a tomar conciencia de lo que pronto se va a vivir. Ese es el caso de San Máximo de Turín, padre del cual nos quedan dos sermones alusivos a los días previos a la Navidad. En el Sermón 61 por ejemplo nos expresa:

Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se adelanta a mi predicación. El mundo con sus mismas angustias nos está indicando la inminencia de algo que lo mejorará, y desea, con impaciente espera, que el resplandor de un sol más espléndido ilumine sus tinieblas…

Hagamos también nosotros lo que acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo empieza a incrementar la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las lindes de nuestra justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a ricos y pobres, sea también una nuestra liberalidad para con los indigentes y peregrinos; y del mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la oscuridad de sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.

 

Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del cuerpo. Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos suntuosos pueden cubrir los miembros, pero son incapaces de adornar la conciencia, si bien es cierto que ir impecablemente vestido mientras se procede con sentimientos corrompidos es vergüenza mucho más odiosa. Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre interior, para que el vestido del hombre exterior esté igualmente adornado; limpiemos las manchas espirituales, para que nuestros vestidos sean resplandecientes[4].

De este sermón podemos resaltar que si bien no se trata de una alusión directa al Adviento, sí nos lleva air preparando nuestra vida interior a la celebración del Nacimiento de Cristo.

Otro texto que es importante resaltar, y podríamos decir que la mención más antigua de un tipo de preparación es uno de los cánones del Concilio de Zaragoza, en el año 380 d.C, que expresa el precepto de asistir a la Iglesia sin falta en los días previos a la Epifanía:

IV. Que ninguno falte a la iglesia en las tres semanas que preceden a la Epifanía.

Además ley: En los veintiún días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía que es el 6 de enero, no se ausente nadie de la iglesia durante todo el día, ni se oculte en su casa, ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes ni ande descalzo, sino que asista a la iglesia. Y los admitidos que no hicieren así, sean anatematizados para siempre. Todos los obispos dijeron: Sea anatema[5]

Tanto la cita del concilio de Zaragoza en el siglo IV, como la de San Máximo en el siglo V no logran probar una celebración como tal del Adviento, pero sí van mostrando la conciencia que toman los cristianos, de prepararse como debe ser para vivir el Nacimiento de Cristo.

Posteriormente en el siglo VI, el Concilio de Tours sigue mostrando la observancia de un ayuno para los monjes desde el primero de diciembre hasta Navidad, todos los días[6]. Esto indica que tenían la concepción de ver los días previos a la Navidad de forma penitencial, y es por ello que el tiempo de Adviento utiliza el color morado en tres de las cuatro semanas.

Ya hemos mencionado a San Martín, y ese nombre será clave para el paulatino desarrollo del tiempo de adviento con carácter penitencial, pues se cuenta que San Perpetuo de Tours en el siglo V, ordenó en su diócesis, tres días de ayuno por semana desde la fiesta de San Martín (11 de noviembre) hasta la Navidad, algo que nos menciona San Gregorio de Tours en su obra titulada Historia de los Francos, quien fuera posterior en la sede a San Martín de Tours[7]. Este tiempo era como una segunda cuaresma y por eso recibió el nombre de la Cuaresma de San Martín, y así fue pasando a otros países[8].

Este tiempo de carácter cuaresmal, preparatorio, tuvo diversa duración en distintas partes. Mientras en Milán y en las iglesias de España duraba seis semanas, en Roma se dejó en cuatro semanas, tal como lo tenemos hoy día, que fue la norma seguida por el resto de Iglesias con el tiempo. Esas cuatro semanas comprendían las anteriores a la misma celebración de Navidad.

La Liturgia mostró en su práctica, la fuerte herencia que Cuaresma le dejó al Adviento, por ejemplo se generalizó el uso del color negro en los ornamentos sacerdotales (más tarde, se pasó al morado), los diáconos no vestían dalmáticas, sino planetas y se eliminaron los cantos del Gloria, el Te Deum y el Ite missa est, así como el sonido de los instrumentos musicales. También se prohibió la celebración de las bodas solemnes. Después del rezo del Oficio Divino, estaban prescritas algunas oraciones de rodillas. En algunos lugares, para asemejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos días de Adviento se cubrían con velos las imágenes y altares, igual que en el tiempo de Pasión. Durante siglos, el himno más usado en las Misas y en el Oficio fue el Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum (Is 45,8), con las estrofas penitenciales que piden perdón por los pecados[9].

Los sacramentarios, textos litúrgicos que contenían los textos que debía recitar el sacerdote u obispo en la celebración de la Misa o los sacramentos, nos dejan alguna evidencia de la evolución que tuvo el tiempo de Adviento. Por ejemplo, el sacramentario gelasiano, que data del siglo V, supone que más que una preparación previa a la Navidad, la palabra Adventus designaba un recuerdo de la Parusía (segunda venida), el que sería su contenido original. En el sacramentario gelasiano, el tiempo de Adviento estaba conformado por cinco semanas previas a Navidad.
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BERGAMINI, Augusto. Cristo, Fiesta de la Iglesia. Pág. 189-190.
[2] Benedicto XVI. Homilía en Adviento, 28 de noviembre de 2009
[3] http://ec.aciprensa.com/wiki/Adviento
[4] SAN MAXIMO DE TURÍN. Sermón 61. En la obra traducida por Boniface Ramsey OP. Newman Press, pág. 150
[5] http://www.filosofia.org/cod/c0380z1.htm
[6] LOUIS-RICHARD, Charles. Los sacrosantos concilios generales y particulares. Tomo II. Pág. 378
[7] La Verdad Católica. Periódico religioso. Tomo IV. Pág. 50
[8] Repertorio de párrocos. Tomo IV. Pág. 229. Madrid 1851.
[9] http://www.caminando-con-jesus.org/adviento/HDELADVIENTO.htm

 

 

San Dámaso, el Papa de las catacumbas

Restauró las catacumbas, combatió al antipapa Ursino y gracias a él, san Jerónimo elaboró la Vulgata

 

Dámaso nació en el año 305 en lo que hoy es Portugal, en una familia de ascendencia española. Creció en Roma.

Era intelectual y experto en Sagrada Escritura. Fue el mecenas de san Jerónimo, entre cuyos trabajos se encuentra la Vulgata, traducción de la Biblia al latín que se utiliza en la Iglesia romana como oficial desde el Concilio de Trento.

San Dámaso combatió las calumnias, le herejía del arrianismo y la presencia del antipapa Ursino. Defendió la Iglesia, mejoró la liturgia y restauró las catacumbas, testimonio de los mártires.

Falleció el 11 de diciembre del año 384.

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Santo patrón

San Dámaso es patrón de los arqueólogos.

Oración a san Dámaso

Oh glorioso papa san Dámaso,
que junto a san Jerónimo tanto hiciste por el cristianismo
y amaste fielmente a la Iglesia en los tiempos difíciles,
mandaste traducir la Biblia al idioma popular,
diste gloria y promoviste el culto de los numerosos mártires
que entregaron la vida por su fe
haciendo grabar sus nombres para que no fueran olvidados
en lápidas en las catacumbas de Roma,
alzaste iglesias y catedrales
y nos legaste, entre otras, la oración:
«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén»:
yo quiero glorificar a la Santísima Trinidad contigo
y pedir tu intercesión para alivio de mis males.

Ayúdanos en nuestros sufrimientos

Oh venerable y ejemplar san Dámaso,
que por tu digna, leal y virtuosa vida
y los sufrimientos en tu suplicio
mereciste estar junto a los elegidos de Dios,
te rogamos tu valiosa ayuda y protección
para conseguir que Dios Nuestro Señor
aligere y haga desaparecer nuestras cargas y sufrimientos,
que Él sabe son muchos y cómo nos duelen;
pide por los que llegamos a ti con esperanza,
y que tus oraciones nos sirvan
para conseguir de Dios los bienes y favores necesarios
para dejar atrás todo lo que nos hace sufrir,
y en especial pedimos que nos sea concedido:
(hacer la petición).

En los momentos difíciles

San Dámaso bueno y distinguido,
esperamos confiadamente tu auxilio y protección,
para salir adelante en estos momentos difíciles,
atiende sin tardar nuestro pedido
y ruega mucho a Dios que no deje de asistirnos,
pues sin Él, que es todo misericordia y bondad
y está atento a las desgracias de sus hijos,
no es posible que salgamos de tanta pena.

San Dámaso, confiamos en ti

San Dámaso bendito, en tus manos dejo mis angustias,
como lo hacen también los que a ti llegan
buscando alivio y consuelo en sus dificultades,
intercede con tu habitual generosidad,
danos tu poderosa asistencia
y pide auxilio para los que hoy te necesitamos,
ante la Santísima Trinidad,
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo,
para mitigar nuestras necesidades y carencias,
nuestras adversidades y problemas
y que podamos llevar una vida mejor,
llena de salud, felicidad, paz, amor y bienestar.
Por nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina con Dios Padre,
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

(Se rezan tres Padrenuestros y siete Glorias. Se repite tres días sucesivos).