En este mes de agosto, el Papa hace una reflexión profunda sobre la situación de la Iglesia, su vocación, su identidad y llama a renovarla “desde el discernimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida diaria”. Para Francisco, en tiempos de crisis y dificultades, la Iglesia necesita una reforma que tiene que comenzar con la “reforma de nosotros mismos” y “a la luz del Evangelio”.
Remedios para una Iglesia en crisis: oración, caridad y servicio
“La Iglesia siempre tiene dificultades, siempre tiene crisis”, argumenta El Video del Papa en este mes.
Tan solo hace unos meses se hizo pública la carta con la que Francisco rechazó la renuncia ofrecida por el cardenal Marx.
En ella, no solo se mostró de acuerdo con que “toda la Iglesia está en crisis a causa del asunto de los abusos”, sino que lo animó continuar su labor de pastor. Y enfatizó:
“La reforma no consiste en palabras sino en actitudes que tengan el coraje de ponerse en crisis, de asumir la realidad sea cual sea la consecuencia. Y toda reforma comienza por sí misma. La reforma en la Iglesia la han hecho hombres y mujeres que no tuvieron miedo de entrar en crisis y dejarse reformar a sí mismos por el Señor”.
El remedio para afrontar y emprender esta reforma nunca puede estar en las propias ideas, ideologías o prejuicios.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, del corazón del Evangelio, el camino es aquel que avanza “a partir de una experiencia espiritual, una experiencia de oración, una experiencia de caridad, una experiencia de servicio”.
Como también dijo en la carta al cardenal Marx: este es “el único camino, de lo contrario no seremos más que ‘ideólogos de reformas’ que no ponen en juego la propia carne”.
Ponciano e Hipólito, Santos
Memoria Litúrgica, 13 de agosto
Mártires
Martirologio Romano: Santos mártires Ponciano, Papa, e Hipólito, presbítero, que fueron deportados juntos a Cerdeña, y con igual condena, adornados, al parecer, con la misma corona, fueron trasladados finalmente a Roma, Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina, y el papa Ponciano, al cementerio de Calisto (c. 236).
Breve Semblanza
Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.
El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.
Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.
Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación.
Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.
Es el proyecto de amor que Dios quiere
Santo Evangelio según san Mateo 19, 3-12. Viernes XIX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo en ti, Señor. Confío en ti y pongo en tus manos todo lo que soy y lo tengo. Sé que Tú nunca me vas a fallar y que contigo todo lo puedo. Te amo porque quiero amarte y no sólo porque me lo pides. Quiero amarte más y mejor. Ayúdame a serte fiel en todos los momentos del obrar cotidiano y concédeme aquellas gracias que más necesito en este momento. Te pido por todos los miembros del Movimiento que, en cualquier parte del mundo, nos unimos a ti en esta oración y ayúdanos a ser tus apóstoles incansables.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 19, 3-12
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y, para ponerle una trampa, le preguntaron: “¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?”.
Jesús les respondió: “¿No han leído que el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán los dos una sola cosa?’ De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Pero ellos replicaron: “Entonces ¿por qué ordenó Moisés que el esposo le diera a la mujer un acta de separación, cuando se divorcia de ella?”.
Jesús les contestó: “Por la dureza de su corazón, Moisés les permitió divorciarse de sus esposas; pero al principio no fue así. Y yo les declaro que quienquiera que se divorcie de su esposa, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, y se case con otra, comete adulterio; y el que se case con la divorciada, también comete adulterio”.
Entonces le dijeron sus discípulos: “Si ésa es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse”. Pero Jesús les dijo: “No todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. Pues hay hombres que, desde su nacimiento, son incapaces para el matrimonio; otros ha sido mutilados por los hombres, y hay otros que han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
En este pasaje me das algunas lecciones sobre el amor. Amor es una palabra demasiado utilizada en el mundo de hoy. Pero se queda en eso, en palabra. El amor es lo más genérico que puede mencionarse. Para muchos, Señor, el amor es sentimiento, es emoción, es gusto, es placer, es actividad, es mariposeo en el estómago, es rubor en las mejillas, es poesía, es literatura, es novela, es letra de canciones. Pero ¿qué es el verdadero amor? ¿Cuál es el amor que pensaste para el hombre?
En efecto, estas descripciones del amor son demasiado pobres para expresar tan sublime realidad. Tan pobres, que por ello encuentro a tantos que «amando» se sienten infelices, insatisfechos, vacíos, pobres. Se sienten objetos, no personas. Se descubren utilizados más que amados. Se hallan en arenas movedizas más que en suelo firme. Buscador de amor podría ser una definición del hombre. Hecho para el amor, pero un amor verdadero, fuerte, fiel, generoso, sincero, duradero, desinteresado, libre, real. No para ése contaminado, pobre, mezquino, falso, ilusorio, irreal, pasajero, que el mundo pone a la venta en cualquier lugar.
Es desde la perspectiva del amor verdadero desde donde se mira el matrimonio y la virginidad. «Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo» es lo que dices al final del pasaje. Ambos son dones que Tú das para salvaguardar el verdadero amor. Son como los cofres que lo conservan, las cajas fuertes que lo protegen, las bóvedas que los mantienen frescos.
El matrimonio es un regalo tuyo para aquellos que han sabido acoger tu amor y desde él, amar al otro. Entonces el motivo de la unión no es sólo el amor de un hombre por una mujer o al contrario, sino que será tu mismo amor que los ha unido y los quiere mantener así. El uno es instrumento de tu amor por el otro. Tú te encargarás de custodiar ese amor. Porque el amor del matrimonio implica fidelidad, responsabilidad por el otro, cuidado de la pareja, atención a los detalles, frescura en el trato, sinceridad y verdad a toda prueba; saber perdonar y pedir perdón; acoger al otro como es y no como yo quiero que sea; implica renuncia a sí mismo, entrega al otro, desinterés, cariño, sacrificio, ternura. ¡Éste es amor verdadero! No lo que me vende el mundo actual.
Señor, si el matrimonio ya es un don difícil de entender, más lo es el don de la virginidad o la castidad consagrada. Pero ambos son dones tuyos, y por ello ambos son valiosos, hermosos, buenos, santos. Son los que renuncian al matrimonio por entregarse de lleno al servicio del Reino, no porque el matrimonio sea algo malo, sino porque simplemente das a cada uno el tesoro que le corresponde. La castidad o la virginidad no es un «no» al amor. (Así lo ve el mundo de hoy). Por el contrario, es un «Sí» al amor verdadero. Porque así como los esposos se entregan al otro y el motivo de su unión es tu amor por los dos, de igual manera el consagrado se entrega a ti, y a los demás, movido por el amor que le das y que quiere transmitir.
Amar verdaderamente, en ambos casos, es saberse amado por ti y ser capaz de amar al otro. Es saberse amado por ti y entregarse, sacrificarse, donarse para que el otro sea feliz, se sepa amado, se realice, sacie su sed de amor que lleva dentro.
«De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem. Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su criatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano. Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor auténtico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total».
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de octubre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy viernes, rezaré el viacrucis para meditar sobre la gratuidad del amor de Dios y procuraré hacer un balance sobre la calidad de mi amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Mantener la fe a través de la tormenta
Que nuestra fe no dependa de las acciones que los pastores de la Iglesia hagan
Como católica y defensora de la familia y la infancia, me duele (y mucho) los escándalos en los que la Iglesia se ha visto inmersa últimamente, me duele no sólo por el daño que se ha hecho a los seres humanos más inocentes e indefensos, que son los niños, y a sus familias. Me duele aún más, porque por el pecado y las desviaciones de aquellos que prometieron hacer el bien, estamos pagando todos los que formamos parte de la Iglesia.
No creo que exista católico razonable que justifique o no sienta un profundo enojo y repudio por los abusos. Y, aunque parezca que desde nuestra posición, poco podemos hacer, tenemos la responsabilidad de primero que nada, rezar más y con más fe, de pedir perdón a Dios por nuestras faltas y por las de los demás. Rezar para que pronto podamos como Iglesia reparar los daños y prevenir más abusos. Y en segundo lugar, comprender que de todo mal, debemos sacar un bien, en este caso aprendizaje.
Ojalá que como católicos aprendamos que ‘todos somos capaces de los peores errores y los peores horrores’ que el ser católicos no es signo de estar exentos de todo mal, sino que es un signo de lucha constante y diarria.
Que aprendamos también a reorientar correctamente nuestra fe, plantearnos la pregunta: ¿en qué baso mi fe? Que nuestra fe no dependa de las acciones que los pastores de la Iglesia hagan, pero sí en las enseñanzas básicas de la Iglesia que parten de Cristo.
Y para ello, debemos profundizar más en ellas. Preguntarnos: ¿alguna vez he leído el Catecismo de la Iglesia Católica? ¿Con qué frecuencia leo la Biblia, asisto a clases de doctrina o participo en mi parroquia? ¿cuál es mi nivel de compromiso con mi fe?
Recordemos que Judas, uno de los más importantes y cercanos seguidores de Jesús fue quien lo traicionó, y no por eso los demás dejaron de creer en Cristo.
Que recordemos que los pastores viven la misma lucha que todos nosotros, que así como existe abuso sexual infantil en cualquier ámbito, nadie (religiosos o laicos) estamos exentos de caer. Que el mal existe y que no descansa por ver al bien fracasar. Que recemos más por nosotros y por nuestros sacerdotes y religiosos.
Que los pastores nos sirvan de ejemplo solamente, que así como tenemos personas que son nuestros puntos de referencia, por sus valores, virtudes o cualidades, (por ejemplo, un deportista que admiremos por su dedicación y esfuerzo), así tomemos como ejemplo, personas que viven la doctrina de la Iglesia de manera ejemplar (cabe mencionar que son muchísimos más los sacerdotes, religiosos y laicos que día a día realizan una labor silenciosa, coherente, humilde y entregada al bien), y ser lo suficientemente maduros para aprender, de los errores de otros, lo que no debemos hacer.
Que aprendamos también a ver más allá de los errores, de ser menos justicieros y más comprensivos con los demás, porque reconocemos que nuestra naturaleza es débil y podemos equivocarnos, que pongamos más en práctica el perdón que nos enseña nuestra fe. Un perdón que libera y que proviene de actos de amor.
Creo que la Iglesia a lo largo de los años ha tenido etapas en las que Dios permite que sufra, como una sacudida para ajustar las tuercas, y como sacrificio para recordarnos nuestra debilidad y crezcamos en humildad. Así como un padre que en ocasiones permite que su hijo se equivoque para que aprenda, porque sabe que en ese momento, experimentar el fracaso en cabeza propia le enseñará más que lo que él pueda decirle.
Hoy más que nunca comprendo el sufrimiento por el que pasan personas musulmanas de gran calidad humana (y vaya que conozco algunas que estimo mucho) que son duramente criticadas y etiquetadas de terroristas a causa de la mala actuación de otros que han malinterpretado las enseñanzas de su religión.
Pero que esta crisis por la que atravesamos, no nos desanime y que en lugar de dividirnos, nos unamos más, que nos comprometamos más en hacer el bien y que el mundo se dé cuenta que también existen muchos más católicos haciendo cosas extraordinarias a favor de la humanidad.
Hoy más que nunca, recordemos estas palabras de San Josemaría:
“Vosotros, como yo, os encontraréis a diario cargados con muchos errores, si os examináis con valentía en la presencia de Dios. Cuando se lucha por quitarlos, con la ayuda divina, carecen de decisiva importancia y se superan, aunque parezca que nunca se consigue desarraigarlos del todo. Además, por encima de esas debilidades, tú contribuirás a remediar las grandes deficiencias de otros, siempre que te empeñes en corresponder a la gracia de Dios. Al reconocerte tan flaco como ellos —capaz de todos los errores y de todos los horrores—, serás más comprensivo, más delicado y, al mismo tiempo, más exigente para que todos nos decidamos a amar a Dios con el corazón entero.
Los cristianos, los hijos de Dios, hemos de asistir a los demás llevando a la práctica con honradez lo que aquellos hipócritas musitaban aviesamente al Maestro: no miras a la calidad de las personas. Es decir, rechazaremos por completo la acepción de personas —¡nos interesan todas las almas!—, aunque, lógicamente, hayamos de comenzar por ocuparnos de las que por una circunstancia o por otra —también por motivos sólo humanos, en apariencia— Dios ha colocado a nuestro lado.”
No hay cultura ni belleza si se explota el trabajo esclavo
El Papa Francisco respondió al novelista italiano Maurizio Maggiani.
El valor del petirrojo, el título de uno de sus libros más conocidos, fue el suyo esta vez. El novelista Davide cuestiona la ética de la industria Goliat, de la que él mismo es miembro autorizado, en este caso la industria editorial, porque le repugna la cierta despreocupación con la que a veces esta industria evita investigar si parte de sus beneficios esconden situaciones inhumanas, si tras la finura de sus productos hay una cadena de violencia contra quienes los producen, si tras el brillo de la fachada se esconden historias invisibles de presas indefensas y depredadores crueles. La otra cara de la moneda se refleja en las conocidas convicciones del Papa, en cierto modo un «colega» y sobre todo una «voz fuerte» a la que podemos dirigir la pregunta que delata el dilema subyacente: «¿Vale la pena producir obras bellas y sabias si para ello necesitamos el trabajo de los esclavos?
En diálogo con Francisco
Se trata de un original e intenso diálogo a distancia que se ha desarrollado en los últimos días entre Maurizio Maggiani, escritor y periodista ligur, y Francisco, que ha querido responder al novelista con una carta -fechada el 9 de agosto, día en que la Iglesia celebra a Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, copatrona de Europa- a una cuestión planteada públicamente por el autor en una carta abierta, publicada el 1 de agosto en las columnas del Secolo XIX, que hoy publica la respuesta del Papa. Maggiani quiso compartir directamente con Francisco la «vergüenza» que sintió al enterarse, por una historia de crímenes, de que la producción de sus libros y los de otros autores pasaba también por una empresa del Véneto y la fábrica subcontratada del Trentino, ambas acusadas por la justicia de haber explotado con métodos criminales, «hasta lo indecible», escribe Maggiani, el trabajo de los trabajadores pakistaníes, literalmente embrutecidos
«Me sentí avergonzado de mí mismo»
Maggiani, que se define como no creyente (conozco, escribe, «la fuerza profética que estalla» de Cristo «pero nunca he tenido el don, la gracia, de ser paciente durante tres días junto a su tumba, esperando con María de Magdala y notando la resurrección del hijo de Dios»), dice que se dirigió a Francisco por una serie de razones, entre ellas la de una sensibilidad compartida. «Las historias que me gusta contar y que siento el deber de contar», dice el novelista, «son las historias de los silenciosos, de los últimos y de los humildes», pero la indiferencia a su por qué encontrada en sus colegas, «como si fuera una cuestión ociosa», le empujó a dirigirla a «Su Santidad, porque -confiesa- con toda mi búsqueda no veo ninguna otra autoridad moral que además de tener voz fuerte esté dispuesta a escuchar, a preguntar antes de juzgar». Preguntarse por las implicaciones del horror que se produjeron en aquel moderno lager, construido sobre la piel de pobres inmigrantes con salarios de hambre, sin horarios de trabajo y sin derechos, a los que se les daba patadas y puñetazos si se atrevían a pedir respeto: «Me sentí avergonzado de mí mismo, de ser tan cuidadoso de mantener las manos limpias y de no utilizar productos sospechosos de explotación esclava, y sin embargo», admite el escritor, «nunca he reflexionado sobre la evidencia de que mi trabajo de novelista, tan noble», forma «parte de una cadena del sistema de producción, la que llamamos modestamente cadena de suministro, no diferente de cualquier otra, y por tanto susceptible de las mismas aberraciones».
Ver lo invisible
Francisco responde destilando uno de los pensamientos clave de su magisterio. No haces una pregunta ociosa -reconoció el Papa a Maggiani-, porque lo que está en juego es la dignidad de las personas, esa dignidad que hoy se pisotea con demasiada frecuencia y facilidad con el «trabajo esclavo», con el silencio cómplice y ensordecedor de muchos. Lo vimos durante el encierro, cuando muchos descubrimos que detrás de la comida que seguía llegando a nuestras mesas había cientos de miles de trabajadores sin derechos: invisibles y los últimos -¡aunque primeros! – escalones de una cadena que, para proporcionar alimentos, privó a muchos del pan de un trabajo decente». Pero en realidad, continúa Francisco, asociar este tipo de infamia a la literatura «es quizás más chocante» si lo que el Papa llama «pan de almas, expresión que eleva el espíritu humano», está «herido por la voracidad de una explotación que actúa en la sombra, borrando rostros y nombres». Así, si se publica algo que se basa en una injusticia es «en sí mismo injusto» y «para un cristiano -recuerda el Papa- toda forma de explotación es un pecado».
Las dos cosas que hay que hacer
La solución, sin embargo, no pasa por la rendición. «Renunciar a la belleza sería un retroceso a su vez injusto, una omisión del bien», dice Francisco, que sugiere una reacción basada en dos verbos. La primera es «denunciar» los «mecanismos de muerte», las «estructuras de pecado», llegando a escribir «incluso cosas incómodas para sacarnos de la indiferencia, para estimular las conciencias, perturbándolas para que no se dejen anestesiar por el «no me interesa, no es asunto mío, ¿qué puedo hacer si el mundo va así?». El segundo verbo es «renunciar». Al agradecer a Maggiani que haya escrito lo que ha escrito sin calcular los «rendimientos de la imagen», Francisco sostiene que, además del valor de denunciar, se necesita el valor de renunciar. Renuncia «no a la literatura y a la cultura -dice- sino a los hábitos y a las ventajas que, hoy en día, donde todo está conectado, descubrimos, debido a los perversos mecanismos de explotación, que dañan la dignidad de nuestros hermanos y hermanas». Es una señal poderosa», insiste, «renunciar a posiciones y comodidades para hacer sitio a los que no lo tienen». Llegar a «decir no, por un sí mayor», hacer «objeción de conciencia para promover la dignidad humana».
La cultura, voz de los humillados no del mercado
El Papa de la Iglesia pobre para los pobres reiteró que amaba a Dostoievski «no sólo por su profunda lectura del alma humana y su sentido religioso, sino porque eligió contar vidas pobres, ‘humilladas y ofendidas'». Es una consideración que suscita un llamamiento: frente a los muchos humillados y ofendidos de hoy, sin prácticamente nadie que los haga «protagonistas, mientras el dinero y los intereses mandan», «la cultura no debe dejarse subyugar por el mercado».
Lenguaje y palabra: Pasión por la verdad
Más vale el reproche de un sabio que la alabanza de un necio
Narremos una historia. Se cuenta que un grupo de ranas viajaba por el bosque y, repentinamente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás se reunieron alrededor; al percatarse de la profundidad dijeron a las dos ranas que para efectos prácticos se debían dar por muertas.
Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar y salir fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras persistían que sus esfuerzos serian inútiles. Finalmente, una de las ranas puso atención al mensaje que las demás decían y se rindió, esta se desplomó y murió. La otra rana continúo saltando tan fuerte como le era posible.
Una vez más, la multitud de ranas gritaron a la superviviente que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltó cada vez con más ahínco hasta que finalmente salió del hoyo. Cuando salió, las otras ranas le preguntaron: «¿No escuchaste lo que te decíamos?» La rana les dijo que era sorda. Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más para salir del aprieto.
Esta historia contiene dos lecciones: La lengua tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento dirigida a alguien puede ayudarle a superarse. Una palabra inapropiada a alguien que se encuentre en dificultades puede acabar con él. Al parecer en esos momentos trances nos olvidamos de la solidaridad. Ante una persona en dificultades lanzamos nuestros pareceres y la sepultamos más abajo, dejando sobre ella el escombro de las críticas, chismes e ironías; las sepultamos.
Tengamos cuidado con lo que decimos. Hoy se habla mucho pero no se sabe de qué se habla. Todos quieren opinar por todas partes, pero sin valorar los efectos. Los comentarios hirientes, las críticas negativas, las palabras desalentadoras, los falsos testimonios, calumnias y mentiras destruyen. Basta decir algo negativo de una persona para destruirla. Peor aún si se trata de difusión de mentiras, calumnias, ideologías o decir cosas para buscar intereses personales.
Mas grave todavía si aquello que se dice es falso. La difamación es una injusticia y causa un grave daño a la persona e instituciones; pues todos tenemos derecho natural a la buena fama.
Un secreto para ser leales: pensemos las cosas antes de hablar. Cuando estás encendido por la pasión sosegate y pondera tus palabras. También conviene saber con quién, cuándo y cómo hablar. No podemos hablar de temas muy personales con cualquiera. Hay que buscar buenos consejos. No significa pérdida de libertad, mas bien fortalecimiento y seguridad. Un ciego no puede guiar a otro ciego. La Iglesia como experta en humanidad tiene un medio y es la dirección espiritual. Allí se juegan muchas cosas buenas y positivas. Aprovechemos esta ocasión. Pues “Más vale el reproche de un sabio que la alabanza de un necio” sentencia la sagrada escritura.
Cuando sufres y no entiendes nada
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios?
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro? Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.
Con el salmista (Sal 30) gritamos: tristeza
«Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.»
Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. «No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza.»
«A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve».
Las cosas no me cuadran
Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.
Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia… y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.
Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos… y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.
La Providencia Divina
Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.
La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad… para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.
Incendios que dan vida
Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: «¡Qué desastre!» Poco después apareció un gran cartel que decía: «Incendios que dan vida». El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.
Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador.
Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.
La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.» (Jn 16,33)
«Yo confío en ti, Señor,
te digo: ‘tú eres mi Dios’.
En tus manos están mis azares (…);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen”.
Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: “No busques más razones, me tienes a mí como respuesta”.
«Yo decía en mi ansiedad:
«me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba».
Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.
La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida.
No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.
Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.
El Papa: El diablo quiere dividir a la Iglesia en la raíz de la unidad, la Misa
Homilía de Francisco en Casa Santa Marta sobre la necesidad de estar unidos en torno a la Eucaristía
Las divisiones destruyen la Iglesia y el diablo trata de atacar la que es la raíz de la unidad, es decir la celebración eucarística: lo dijo el papa Francisco en la Misa matutina celebrada en Casa Santa Marta en el día en el que la Iglesia celebra el Dulce nombre de María.
Comentando la Carta de San Pablo a los Corintios, reprendidos por el Apóstol a causa de sus peleas, Francisco afirmó que el diablo tiene dos armas potentísimas para destruir la Iglesia: las divisiones y el dinero”.
Celos, codicia
Y que esto sucedía desde el principio: “divisiones teológicas, ideológicas que herían a la Iglesia.El diablo siembra celos, ambiciones, ideas, para dividir. O siembra codicia”.
Y después llega una guerra “que lo destruye todo”. Y el diablo se va contento. Y nosotros, ingenuos, estamos en su juego”.
“Es una guerra sucia la de las divisiones, repite otra vez Francisco, es como un terrorismo”, el de las murmuraciones en la comunidad, el de la lengua que mata, tira la bomba, destruye y así me quedo”.
“Y las divisiones en la Iglesia no dejan que el Reino de Dios crezca. No dejan que el Señor se deje ver bien, como es Él. Las divisiones hacen que se vea una parte, una parte contra otra ¡Siempre contra! No aparece el aceite de la unidad. Sino que el diablo va más allá, no solo en la comunidad cristiana, sino a la misma raíz de la unidad cristiana. Y esto es lo que sucede aquí, en la ciudad de Corinto, a los corintios. Pablo les reprende porque las divisiones han llegado a la misma unidad, es decir, a la celebración eucarística.
En el caso de los Corintios, se hace una división entre ricos y pobres durante la celebración eucarística. Jesús, destaca el Papa, rezó al Padre por la unidad “pero el diablo trata de destruirlo incluso allí”.
Las divisiones
«Os pido que hagáis todo lo posible para no destruir la Iglesia con las divisiones, ya sean ideológicas como de codicia y ambición o de celos. Y sobre todo que recéis para custodiar la fuente, la misma raíz de la unidad de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, y que nosotros, todos los días, celebremos su sacrificio en la Eucaristía”.
San Pablo habla de las divisiones entre los Corintios hace 2000 años… “esto podría decirlo el Pablo de hoy, a todos nosotros, a la Iglesia de hoy: ‘Hermanos, en esto, no puedo alabaros, porque os reunís no para lo mejor, sino para lo peor’.
La Iglesia reunida para lo peor, por las divisiones. ¡Para ensuciar el Cuerpo de Cristo en la celebración eucarística!
El mismo Pablo dice en otra cita: ‘Quien come y bebe el Cuerpo y Sangre de Cristo indignamente, come y bebe su propia condena’.
«Pidamos al Señor la unidad de la Iglesia, que no haya divisiones. Y la unidad también en la raíz de la Iglesia, que es el mismo sacrificio de Cristo, que celebramos todos los días”.
Estaba presente en la celebración también mons. Arturo Antonio Szymanski Ramírez [n. del e. falleció en 2018], arzobispo emérito de San Luis Potosí (México).
Al comienzo de la homilía el Papa lo ha mencionado, recordando que participó en el Concilio Vaticano II y que ofrece su ayuda en la parroquia. El Papa lo recibió en audiencia el 9 de septiembre de 2016.