Hermanos y hermanas queridos:
Hoy la salvación ha entrado en esta casa, decía Jesús a Zaqueo en el evangelio que acabamos de escuchar. La liturgia aplica esta afirmación a nuestra basílica. Hoy celebramos 429 años de su dedicación. Es decir, del día que por la oración de la Iglesia que acompañaba a la unción con crisma del altar y de las paredes -por significar que el Espíritu Santo los santificaba- y por la celebración de la eucaristía, el Señor entró en esa casa. Entraba para hacérsela suya. Para acoger la alabanza y la oración de los monjes, de los monaguillos y de los peregrinos. Para otorgarles la salvación por medio de la proclamación de su palabra y de la celebración de sus sacramentos.
El Señor quiso llenar de santidad esta casa (cf. oración sobre las ofrendas) para que quienes nos reunimos podamos alcanzar la plenitud de la curación y de la salvación (cf. oración colecta). Mientras peregrinamos hacia esta plenitud, el Señor se va construyendo aquí un templo espiritual que somos nosotros, individualmente y como Iglesia (cf. prefacio).
Hoy la salvación ha entrado en esa casa. Este hoy no vale sólo para ese 2 de febrero de hace 429 años, cuando la basílica fue dedicada. Es uno hoy que perdura. El evangelista san Lucas remarca a menudo a lo largo de su evangelio la palabra hoy para indicar la actualidad perenne de la salvación que trae a Jesucristo. Todos los días, por parte de Dios, es un hoy de salvación. Desde el día de la dedicación, cada día el Señor busca en este lugar a quienes acudimos y lleva la salvación, como hizo en casa de Zaqueo. Y las celebraciones que se hacen en esta casa de oración van transformando interiormente a quienes participamos y van haciéndonos posible el encuentro y el diálogo amistoso con Jesucristo que nos identifica con él y nos adentra en la filiación divina. El Señor sigue haciendo irrupción en nuestra historia y actualiza la salvación otorgada en Jesucristo una vez por todas. De este modo, nos va edificando individualmente como un templo espiritual para que todos juntos, reunidos en la Iglesia, formemos un templo de piedras vivas (1C 3, 16-17; Ef 21, 22).
Todo esto es posible gracias a la acción del Espíritu Santo. Él nos recuerda y nos atestigua la obra de Jesucristo, la hace presente y la actualiza para nuestra salvación. Y con su poder transformador la hace fructificar en nuestro interior de creyentes (cf. Jn 16, 12-13). Sin embargo, evidentemente, la eficacia de estos dones de Dios otorgados mediante la gracia del Espíritu Santo, está condicionada a la apertura de corazón ya la adhesión personal de cada uno. Dios no nos fuerza, respeta la libertad de las personas. Pero espera que nuestra mirada se cruce con la suya, como la de Zaqueo encaramado de alto de un árbol se cruzó con la de Jesús que levantó los ojos al llegar a ese lugar. Es necesario, pues, que tengamos una actitud acogedora, disponible en la conversión como la de Zaqueo, y que como él estemos agradecidos por la presencia del Señor y por los dones que nos otorga por la acción del Espíritu Santo
En esta basílica encontramos un elemento simbólico que nos recuerda esta acción del Espíritu Santo. Es la corona con el cubrecel situados sobre el altar. Son memoria de aquella sombra del poder del Altísimo por medio de la cual el Espere Santo bajó sobre María y la hizo fecunda para engendrar al Hijo de Dios (cf. Lc 1, 15). La corona con el cubrecel sobre el altar son un símbolo de la epíclesis que hace la Iglesia en sus celebraciones para que el Espíritu intervenga y haga comprensible la Palabra, intervenga y haga eficaces los sacramentos que para querer del Padre nos llevan a la salvación y nos configuran con Jesucristo (cfr. C. Valenziano, Architetti di chiese. Bologna, 2005, p.265-266). Corona y cubrecel son, aún, un símbolo de la acción del Espíritu que hace que la alabanza de la Liturgia de las Horas y todo el culto individual o comunitario que aquí se ofrece en esta basílica sea digno (cf. oració col recta), sea un culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 23).
En la oración eucarística que iniciaremos con el prefacio, existen dos invocaciones del Espíritu Santo o epiclesis. La primera sobre las ofrendas del pan y del vino “para que se conviertan en el cuerpo y en la sangre” de Jesucristo. Y la segunda sobre nuestra asamblea «para que seamos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» -es decir, porque todos juntos formamos el cuerpo espiritual o místico de Cristo- y para que cada uno de nosotros se convierta en «una ofrenda eterna» para tal de obtener «la herencia» de la vida para siempre (cf. oración eucarística III). Luego, en la comunión Jesucristo resucitado entrará dentro de nosotros, semejantemente a cómo entró en casa de Zaqueo. Entonces nuestro cuerpo será, de una manera análoga a la corona y al cubrecel que cubren el altar, tálamo de la presencia divina. Y desde nuestro interior, el Señor nos dará la vida en el Espíritu y nos enviará a ser testigos de su amor sanador y santificador, testigos de su palabra a favor de toda la humanidad. Así podremos cantar gozosos y con toda verdad las palabras de san Pablo que la liturgia pone como canto de comunión de este día: “sois un templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. El templo de Dios es sagrado, y este templo sois vosotros” (1C 3, 16-17).
Como ven, la solemnidad de la dedicación de esta basílica nos lleva a considerar también nuestra dedicación, la que en los sacramentos de la iniciación el Señor hizo de nosotros y que renueva cada día. Por eso podemos decir bien con el evangelio: hoy la salvación ha entrado en esta casa. Hoy. Ahora, en la eucaristía.
Que Santa María, a la que está dedicada esta casa de oración que es nuestra basílica, nos ayude a acoger esta salvación, a hacerla vida, a ponerla al servicio de los demás, sobre todo de quienes, desde la angustia y la preocupación causada por la pandemia, levantamos los ojos PAX y nos piden una oración y una palabra de consuelo, una palabra de esperanza, una palabra de salvación.
Las lecturas de la eucaristía de esta solemnidad de Cristo Rey, nos hablan de Jesús, como Pastor solícito, Rey misericordioso y Juez justo. Jesús es el Gran Pastor del Pueblo de Dios porque ha dado la vida por sus ovejas, es verdaderamente Rey universal porque ha sido el único hombre que ha hecho incomparablemente mejor el oficio de ser persona. Dios ya había hecho «el hombre rey de lo que había creado» pero la historia nos dice que éste ha hecho de sí mismo un tirano y se ha comportado con la naturaleza de idéntica manera.
Pero la imagen que hoy sobresale más en esta escena del juicio final es la de Jesús como Juez justo. El Padre ha dado a él el juicio porque él, abrazando la condición humana, ha vivido todos sus límites, ha sufrido sus tentaciones pero no ha caído en ningún momento en la maldad del pecado porque ha confiado siempre en Dios y se ha mantenido humilde y respetuoso frente a él. Jesucristo ha demostrado al género humano que ser persona, de acuerdo con el plan amoroso de Dios, es posible, no es fácil pero tampoco difícil, es ponerle; y en su providencia, conociendo nuestra debilidad, nos ha dejado como remedio a ese mal radical del egoísmo que nos domina, el don de la misericordia. ¿Por qué la misericordia y no otro don? Porque la misericordia nos hace humildes, más personas. Ejerciendo la misericordia tenemos una oportunidad muy personal de experimentar, de algún modo, el amor viviente que es Dios mismo. Y ese amor es el que puede ir transformando nuestro ego pagado de sí mismo en un yo liberado y liberador, en un yo en comunión fraterna con todos los demás.
La misericordia nos lleva a compartir más que a acumular, a cuidar más que a devorar, con lo que la naturaleza sale beneficiada y de rebote nosotros mismos. La misericordia nos empuja más a ser creativos que a ser consumistas sin freno; nos hace más portadores de paz que generadores de violencia.
Hablar de misericordia no es hablar de conmiseración paternalista, sino de empatía y autenticidad humana, de gozo por el valor útil y eficaz de la propia existencia. La capacidad de ser misericordiosos es el gran don que la Providencia ha puesto en nuestras entrañas. Ser misericordiosos, empático, comprometido con el bien, es lo que nos hace tontos de Dios, la falta de todo esto o su contrario es lo que arruina la propia vida y la convivencia que se deriva. Misericordia no es ir en lirio en la mano, es más bien tener el coraje de renunciar a toda violencia para apretar con fuerza las manos solidariamente con todo otro, tanto con los de cerca como los de lejos y ponerse juntos a abrir camino.
Las palabras de Jesús nos invitan a estar atentos a nuestras decisiones para no acabar condenando nuestra vida y nuestra historia, ya ahora, en un suplicio eterno a causa del egoísmo cegado o el amor inactivo. Los condenados que están a la izquierda y los salvados que están a la derecha del Señor, no estando por haber ignorado o conocido a Jesús y su evangelio, no se cuestiona aquí su religiosidad, la cuestión esencial que se debate es el ejercicio o no de la misericordia con quienes les son iguales en humanidad.
La argumentación de Jesús sopla sobre el incienso de piedad que podría ocultar los problemas que nos afectan a todos y que está en nuestras manos resolverse: el hambre, la falta de agua, la miseria, la inmigración, problemas todos ellos que mal resueltos o resueltos sólo para unos pocos acaban generando para todos violencia, lágrimas y resentimientos.
Jesús no nos pide un imposible, él mismo no hizo más que lo que estaba a su alcance natural; pero no quiere que, por desidia o por miedo, acabemos mirando a otro lado cuando Cristo necesitado lo tenemos delante; su evangelio nos hace mirar con la empatía de Dios la realidad humana que tenemos a nuestro alcance para así contribuir, entre todos, eficazmente, en el todo inalcanzable del mundo. Joan Maragall, poeta de alma rebelde y de espíritu inquieto, en su “Elogio de la vida”, expresa esta responsabilidad evangélica que todos y todas tenemos, con una belleza sobria y así acertadamente.
Ama tu oficio,
tu vocación,
tu estrella,
aquello por lo que sirves,
lo que realmente,
eres uno entre los hombres,
esforzado en tu quehacer
como si de cada detalle que piensas,
de cada palabra que dices,
de cada pieza que pones,
de cada martillazo que das,
dependiera la salvación de la humanidad.
Porque depende, créeme.
Si olvidándote de ti mismo
haces todo lo que puedes en tu trabajo,
haces más que un emperador que rige
automáticamente sus estados;
haces más que lo que inventa teorías universales
sólo para satisfacer su vanidad,
haces más que el político, que el agitador,
que lo que gobierna.
Puedes desdeñar todo esto
y el abono del mundo.
El mundo se abonaría bien solo,
sólo que cada uno
haga su deber con amor,
en su casa.
Oportunidad para demostrar mi amor
Santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44. Jueves XXXIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, vengo ante ti para adorarte, para darte el lugar que te mereces en mi día. Quiero responder a tu invitación y por ello quiero orar y estar contigo. No quiero dejarte solo jamás. Dame la gracia de ser fiel a tu amor. Creo que eres mi Dios y mi Señor. Te amo con todo mi ser y quiero corresponder a tu amor. Sé que Tú nunca me dejarás defraudado. Todo, Señor, lo espero de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44
En aquel tiempo, cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó:
«¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
En este Evangelio puedo contemplar un elemento de tu humanidad y por lo tanto un elemento que me asemeja a ti. Tú, Dios, lloraste. Pareciera imposible creer algo así, pero es lo que sucede en este pasaje de hoy. Podría detenerme a imaginar esta escena en la cual, en la cima de una montaña, mientras observas Jerusalén, las lágrimas empañan tu vista, recorren tus mejillas y caen al piso.
¿Por qué lloras, Señor? Lloras ante un amor no correspondido. Habías amado tanto a Jerusalén, le habías demostrado con obras tu cariño, y sin embargo ella no se daba cuenta de ello y seguía en su pecado. Era como el enamorado que había estado detrás de aquella persona amada persiguiéndola con regalos, flores, chocolates e invitaciones pero la amada nunca supo valorar aquellos detalles.
Así también pasa en mi vida. Tú me amas demasiado y buscas conquistarme. Dame la gracia, Señor, de no hacerte llorar con mi vida. Yo quiero corresponder a tu amor y hacerte feliz. Quiero valorar los dones que me das y aceptarlos para vivir una vida feliz contigo.
«Porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba». Son muchas las oportunidades que me das para corresponder a tu amor. No necesito de grandes actos de heroísmo para demostrar el amor. Ayúdame a descubrir esas oportunidades que pones en mi vida para corresponder a tu amor y aprovecharlas. Oportunidades sencillas como un acto de caridad, un buen rato de oración, una sonrisa al que la necesita, un abrazo a un familiar, un saludo a un compañero, un acto de cariño con el cónyuge, un poco de tiempo con los hijos, la buena realización de mi trabajo o estudio. Todas estas son oportunidades para demostrarte mi amor.
Gracias, Señor, por amarme como me amas. Dame la gracia de corresponder a tu amor.
«Él llora porque Jerusalén no había comprendido el camino de la paz y había elegido la senda de las enemistades, del odio, de la guerra. Hoy Jesús está en el cielo, nos mira y vendrá entre nosotros, aquí sobre el altar. Pero también hoy Jesús llora, porque nosotros hemos preferido el camino de las guerras, la senda del odio, la senda de las enemistades. Todo esto se comprende aún más ahora que estamos cerca de la Navidad: habrá luces, habrá fiesta, árboles luminosos, también pesebres… todo apariencia: el mundo sigue declarando la guerra, declarando la guerra. El mundo no ha comprendido la senda de la paz». (Homilía de S.S. Francisco, 27 de noviembre de 2015, en Santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me acercaré a esa persona de la que me he distanciado con un acto de servicio, una sonrisa, lo que crea que pueda iniciar un proceso de reconciliación.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo
Fiesta, 18 de noviembre
Dedicación de las basílicas de los santos Pedro y Pablo, apóstoles. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano, y al deteriorarse por el paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en este mismo día de su aniversario. La otra, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un lamentable incendio fue reedificada en su totalidad y dedicada el diez de diciembre. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia (1626; 1854).
La actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la Basílica antigua.
La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba de San Pedro.
Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.
Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.
La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el mundo que le iguale en extensión.
Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Angel y Bernini. Su hermosura es impresionante.
Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado «Las tres fontanas», porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontantas).
La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: «A San Pablo, Apóstol y Mártir».
Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.
La paz, es la tranquilidad en el orden.
La educación es el ámbito idóneo para la vivencia, difusión y formación en la paz.
En opinión del filósofo Agustín de Hipona: “La paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden; y el orden no es otra cosa que una disposición de cosas iguales y desiguales, que da a cada una su propio lugar”.
El orden, las leyes divinas, y humanas tienen por único objeto el bien de la paz. La paz “… es una forma de interpretar las relaciones sociales y una forma de resolver los conflictos que la misma diversidad hace inevitables. Por tanto, la paz sería evidentemente una ausencia de guerra; pero, ante todo y como estructura preventiva, la paz sería un estado activo de toda comunidad en la búsqueda de una sociedad más justa.
En esta sociedad los mecanismos para resolver los conflictos deberían ser los propios de las capacidades que la inteligencia humana nos permite, como: la comunicación, el diálogo y la cooperación. Estas capacidades consideradas como básicas de una cultura de la paz, deberían ser aplicadas en todos los ámbitos y escalas de la sociedad: en la familia, en la empresa, en la política
La educación también tiene esta función transformadora y necesita de utopías para ir hacia ellas. Una de estas es la paz, y desde una visión sistémica la construcción de la cultura de la paz podría ser la utopía referente, para lo que deberíamos hablar también de justicia, libertad, democracia, tolerancia y desarrollo.
La virtud es el justo medio entre los extremos, una persona virtuosa, es una persona fuerte, tiende a alcanzar el equilibrio de su naturaleza que le permite mantenerse en paz, amando a Dios y amando a su prójimo; en cambio, el vicio le desordena porque se busca a sí mismo; decía el filósofo Platón que malos son aquellos que no pueden dominar sus pasiones.
Como el hombre posee alma racional, todo lo que tiene de común con los animales busca sujetarlo a la paz de su alma racional.
La educación es el ámbito idóneo para la vivencia, difusión y formación en la paz; es en la comunidad educativa donde podemos promoverla ampliamente.
José, hombre de la periferia, enseña a la Iglesia a mirar lo esencial
Catequesis del Papa Francisco, 17 de noviembre de 2021
Tras terminar la serie de catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, este miércoles 17 de noviembre el Papa Francisco – durante su tradicional audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano – comenzó un nuevo tema de reflexiones semanales referidas a San José. “San José y el ambiente en el que vivió” es el título de la catequesis que se introdujo con la lectura en ocho idiomas de la lectura bíblica (Mi 5, 1.2-3.4) que reza:
Mas tú, Belén Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel […]. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel. El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh, con la majestad del nombre de Yahveh su Dios. […] El será la Paz.
El Santo Padre comenzó recordando a los queridos hermanos y hermanas presentes tras darles los buenos días, que el 8 de diciembre de 1870, el beato Pío IX proclamó a San José patrón de la Iglesia universal. A lo que añadió textualmente:
Estamos viviendo un Año especialmente dedicado a él, con motivo del 150¬º aniversario de su proclamación como patrono de la Iglesia universal. En la Carta apostólica ‘Patris corde’ recogí algunas reflexiones sobre él. Espero que, en este tiempo de crisis global que estamos viviendo, nos confiemos a su intercesión, y su ejemplo nos edifique y nos guíe cada día.
Oración a San José
En efecto el Pontífice explicó que por esta razón decidió dedicarle una serie de catequesis a este santo tan querido. Y manifestó su deseo de “enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial”. “Que puedan encontrar en San José – dijo Francisco – el testigo y el protector al que mirar. A él podemos dirigirnos con esta oración”:
“San José, tu que siempre te has fiado de Dios, y has tomado tus decisiones guiado por su providencia, enséñanos a no contar tanto en nuestros proyectos, sino en su plan de amor. Tú que vienes de las periferias, ayúdanos a convertir nuestra mirada y a preferir lo que el mundo descarta y pone en los márgenes. Conforta a quien se siente solo. Y sostiene a quien se empeña en silencio por defender la vida y la dignidad humana. Amén”
Un hombre de fe, que confía en los designios de Dios
El Papa recordó que en la Biblia hay más de diez personajes con el nombre de José, que en hebreo significa ‘que Dios te haga crecer’. Y explicó que este detalle nos permite reconocer un rasgo que distingue a san José: “es un hombre de fe, que confía en los designios y en la providencia de Dio”. Otro aspecto de su figura son las principales referencias geográficas de su vida, Belén y Nazaret, que eran dos lugares periféricos. “Esto – prosiguió diciendo Francisco – nos recuerda que tenemos que estar atentos a lo que el mundo ignora, y recuperar una mirada que sepa discernir y valorar lo esencial”.
Saludos del Papa
Tras el resumen de su catequesis en nuestro idioma, el Santo Padre saludó cordialmente a los diversos grupos de fieles y peregrinos presentes. En lengua española, el Obispo de Roma lo hizo con estas palabras:
“Hoy, de modo particular, quisiera que mi mensaje llegue a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias más olvidadas y que atraviesan situaciones de marginalidad. Que san José los proteja, y no se olviden de acudir a él en todo momento con confianza y amor filial. Que Dios los bendiga. Muchas gracias”
Al saludar a los peregrinos de habla portuguesa, el Papa les dejó una invitación:
“Los invito a pedir la intercesión de San José para que crezca nuestra confianza en los planes amorosos de la Divina Providencia y podamos amar más a los que el mundo descarta y deja al margen. ¡Que Dios los bendiga!”
A los participantes de lengua inglesa, especialmente a los grupos procedentes de los Países Bajos, Dinamarca y los Estados Unidos de América, Francisco les dijo:
En este mes de noviembre recemos por los seres queridos que nos han dejado y por todos los difuntos, para que el Señor, en su misericordia, los acoja en el Reino de los cielos. Invoco sobre ustedes y sus familias la alegría y la paz de Cristo. ¡Que Dios los bendiga!
Al dirigirse a los fieles procedentes de los países francófonos, en particular a las Hermanas Hijas del Corazón de María, a los elegidos de Hauts de Saine, acompañados por el Obispo de Nanterre, y al grupo de Alfabetización y Salud para todos de Camerún, Francisco les dijo:
Que san José, venido de las periferias, nos ayude a convertir nuestra mirada y a ocuparnos de las personas descartadas y a las que están marginados de la sociedad. ¡Mi bendición para todos!
A los queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, el Papa les dijo que “siempre y en todas las necesidades de nuestro tiempo y de nuestra vida podemos acudir a san José”. Siguiendo su ejemplo, confiemos plenamente en Dios y, al mismo tiempo, aportemos nuestra humilde y obediente contribución al plan divino de salvación.
A los grupos de peregrinos polacos, el Papa les recordó que “San José, Custodio de la Iglesia, es un hombre de profunda fe, valiente y humilde”. En este tiempo, marcado por la crisis global y la pérdida de valores, invoquémoslo para que nos enseñe a ver lo que el mundo pone al margen y rechaza. Que su intercesión nos ayude a ser sensibles a los demás. Los bendigo de corazón.
Al saludar a los fieles de habla árabe Francisco los invitó a pedir a san José, “que viene de las periferias, que nos ayude a convertir nuestra mirada y a preferir lo que el mundo descarta y margina”. Y que ustedes, que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial, que encuentren en san José el testigo y el protector al que mirar. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja siempre de todo mal!
Por último, antes de cantar el Padrenuestro en latín y de impartir su bendición apostólica final, el Pontífice saludó a los fieles y peregrinos de lengua, Ante todo dio su cordial a los participantes en la Conferencia de la conexión nacional de los santuarios, al grupo del Policlínico San Mateo de Pavía y a los fieles de Sant’Elpidio a Mare.
A todos ellos el Obispo de Roma los animó a adherirse “con alegría a la voluntad de Dios, encomendándose a la protección maternal de la Virgen María”.
Además, como es costumbre, el pensamiento del Santo Padre se dirigió a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados presentes en el Aula Pablo VI, a quienes les dijo:
“La liturgia de hoy conmemora a Santa Isabel de Hungría, mujer de profunda fe y ardiente caridad. Que el ejemplo y la intercesión de esta ilustre santa de la caridad ayude a cada uno de ustedes a vivir una vida virtuosa, saliendo al encuentro, con ánimo abierto, a los pobres y a todos los necesitados. A todos ustedes mi bendición”.
¿Qué es filosofía?
Breve descripción de la Filosofía. Acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre y Dios
La Filosofía, propiamente, empezó ahora hace unos veinticinco siglos en Grecia, en la antigua Atenas. Sucedía algo parecido a lo nuestro, de hoy: ilusión por la libertad (estaba cerca de la época de Pericles), por la belleza (pronto aparecerá Fidias), por el saber, que se atribuían los que a sí mismos se llamaban sophés, es decir, sabios.
Estos sophés se han quedado con el nombre de sofistas, que ha venido a significar algo así como pseudo sabios. Los primeros sofistas, ciertamente, eran hábiles en el manejo de la palabra. Podemos decir que ellos fueron los descubridores de la Retórica, es decir, del arte de persuadir con la palabra. Los sofistas se jactaban de ser capaces de persuadir a cualquiera de cualquier cosa.
Como se puede comprender, si a la gente le demuestran hoy que lo que ve son nabos y mañana que coles, se genera una desconfianza fundada hacia la verdad. Todo depende del punto de vista. Todo es relativo y el hombre es la medida de todas las cosas, en el sentido de que son como el hombre quiere. De hecho los sofistas sembraron una gran desconfianza en la capacidad humana de conocer la verdad. Los dioses se estremecían en el Olimpo ante la amenaza de su extinción y la moral andaba por los suelos.
Los sofistas decían que no existe el ser; que si existiera sería incomprensible y si fuera comprensible sería incomunicable.
En esto aparece en la agorá de Atenas un hombre de nariz respingona y aspecto poco agraciado, retando a los sofistas. Se llamaba Sócrates y no decía de sí mismo que era sophés, sino philósopho, es decir, deseoso o amante de la sabiduría. No se consideraba en posesión de la sabiduría, sino buscador, aficionado, como quien está lejos de lo que busca.
Filía significa amor, inclinación, deseo, afición a alguien o a algo.
Filodoxia, deseo o búsqueda de la opinión (también gloria o fama).
Platón, gran discípulo de Sócrates, dirá que los filósofos desean y buscan el saber, como captación de la verdad. En cambio, los filodoxos sólo buscaban opiniones, apariencias. Kant se lamenta de que muchos transforman la filosofía en filodoxia, como si no pudiéramos alcanzar más que meras opiniones sobre la realidad, y no verdaderas certezas.
Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras, eran enamorados de la verdad. En el siglo XX, Etienne Gilson dice que la primera pregunta que se debiera hacer a un estudiante de Filosofía es esta: «tú, ¿realmente estás enamorado (de la verdad)?
Ahora bien, esta verdad o sabiduría que anhela el filósofo, ¿es mera curiosidad? Evidentemente no. Por supuesto que hay una gran dosis de curiosidad, de asombro, de admiración ante la existencia del cosmos. Pero si buscamos el arjé -el principio de todas las cosas- no sólo es para admirarlo sino para descubrir el sentido de la vida. Es decir, se trata de un saber qué sentido tiene la existencia para poder vivir de modo adecuado a lo que somos.
O sea, que hace 25 siglos estaban más o menos como hoy: con un gran número de relativistas y escépticos, y unos cuantos que se esforzaban en conocer y difundir la verdad de las cosas: del mundo, del hombre y de Dios.
Estos son los grandes temas constantes a lo largo de la Historia: el mundo, el hombre y Dios. ¿Qué hay de verdad sobre estas cuestiones? ¿qué podemos conocer del mundo, del hombre y de Dios? ¿cómo hemos de habérnoslas con el mundo, con el hombre (nosotros mismos) y con Dios?
¿Qué hay de la verdad, qué hay de la bondad, que hay de la belleza? ¿En qué consiste la verdadera sabiduría? ¿Y la ética? ¿cómo debe ser mi conducta para ser «autenta», para vivir con autenticidad humana…?
Filosofía y cristianismo
Aquellos filósofos antiguos se dieron cuenta de que los humanos somos seres complejos, que no vivimos siempre como tales, sino que, en muchas ocasiones, actuamos por debajo de nuestras posibilidades y de nuestra dignidad excelsa. Advertían que no basta vivir, sino que hay que vivir bien, no dándonos a la buena vida, sino eligiendo una vida buena, recta, correcta, de acuerdo con las normas éticas que la razón descubre cuando discurre bien. Confiaban en la capacidad de la razón para conocer la naturaleza de las cosas y remontarse al principio de todas (arjé); y vislumbraban la libertad personal, con su correspondiente responsabilidad.
Frente a ellos estaban los escépticos, los sofistas, los fatalistas (materialistas), etc.
Como hoy: los escépticos abundan, los sofistas son legión y el materialismo campea a sus anchas. A pesar de los 20 siglos de cristianismo.
La Historia no es lineal, no avanza con regularidad, no progresa automáticamente. Se puede ir de bien en mal, de mal en peor, y de mal en mejor, incluso de bueno a lo óptimo.
Los griegos alcanzaron un conocimiento natural del mundo, del hombre y de Dios, muy elevado. El cristianismo encontró así un terreno bien abonado. En el siglo II surgen filósofos cristianos que argumentan ante los otros filósofos con sus mismas armas, es decir, con la razón, en cierto modo sola, porque al hablar con los demás no introducían argumentos sobrenaturales, sino razonamientos que todos podían entender, porque eran lógicos. La filosofía fue un buen instrumento para la transmisión de las ideas y los valores cristianos a quienes estaban dispuestos a utilizar la razón de acuerdo con sus propias leyes.
Algo parecido hemos de hacer hoy, que vivimos en una época escéptica, agnóstica y relativista que requiere, como insiste el Papa Juan Pablo II, una nueva evangelización.
Para ello se requiere utilizar, como los primeros evangelizadores, todos los medios sobrenaturales (oración, expiación), pero también todos los medios humanos (trabajo). Es necesario afinar bien ese instrumento formidable que es la razón para reconducir a nuestros contemporáneos al principio. Al principio absoluto de todas las cosas (Dios), a los principios que rigen el pensamiento correcto y a los principios éticos, que regulan el crecimiento de la persona como tal, libre y responsable hacia la plenitud humana y sobrenatural.
La Filosofía no es todo, desde luego. Tenemos la fe y la teología. Pero es menester hablar el mismo lenguaje que todos los hombres y la Filosofía proporciona términos y conceptos que todos lo que quieran pueden entender, porque surgen del uso natural de la razón. No quiere decirse que todo el mundo lo vaya a entender a la primera, pero como no se trata de otra cosa que de razonar, es seguro que muchos, que desean razonar bien, podrán captar nuestro mensaje.
Además, la buena filosofía presta una inestimable ayuda a la fe y a la teología. Porque la fe no es un acto irracional, sino razonable; y la teología no es otra cosa que la aplicación de las leyes lógicas de la razón a los conocimientos que nos presta la revelación divina (Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio).
Cuanto mejor podamos razonar filosóficamente, mejor podremos razonar teológicamente. El progreso en filosofía redundará en progreso de la teología. Conoceremos mejor a Dios y, en consecuencia, tendremos la posibilidad de amarle más.
Retengamos, pues, lo siguiente:
1. A la Filosofía interesa la verdad, sobre todo la verdad vital, la que afecta a la totalidad del vivir humano.
2. La Filosofía parte de la experiencia y utiliza la razón para avanzar en el conocimiento de la verdad.
3. La Filosofía es búsqueda de la verdad. Por consiguiente no se opone a ninguna verdad, ya sea la descubierta por las ciencias particulares, ya sea la descubierta por la teología. Dios es el autor de todos los órdenes del conocimiento y del resto de la realidad; y no puede contradecirse.
Equívocos sobre la Filosofía
Desde hace demasiado tiempo se enseña o se habla de filosofía como de una especialidad curiosa, de escaso interés y ninguna utilidad; a lo más, como un apéndice cultural o erudito de otros estudios.
En muchas universidades la filosofía se atiende en una especie de suburbio de la Facultad de Letras. Y en las bibliotecas públicas y librerías los libros de filosofía suelen disponerse junto a los que tratan de ciencias ocultas, mitos y cosas por el estilo.
Una actividad intelectual que tiene 25 siglos de existencia, ¿no merece una atención mayor por parte de los intelectuales?
¿Por qué nació? ¿por qué no ha cesado desde entonces?
La Filosofía, ciertamente, es una de las más constantes actividades intelectuales de la Historia. No son muchos los que se han dedicado a ella, pero nunca han faltado algunos. La Filosofía ha pasado por muchas crisis en estos 25 siglos y siempre que se ha anunciado su muerte inminente parece haber recobrado una vitalidad nueva. ¿Por qué esto es así? Quizá lo vayamos comprendiendo a medida que avancen nuestros estudios.
También tendremos que ocuparnos de los puntos de partida de la Filosofía: cómo arranca, cómo se pone en marcha y cómo discurre. Habremos de anunciar sus grandes cuestiones y acercarnos a ellas sin miedo, de la manera más sencilla y rigurosa posible, sin necesidad de abundante erudición.
Alguna cultura previa se requiere para entender y hacer filosofía, pero si se trata en verdad de esto que se ha llamado «filosofía» durante más de veinticinco siglos, no tiene por qué presentarse o pensarse de una manera difícil, críptica o esotérica. No es tan difícil hacerse cargo de las características del pensamiento filosófico, de su valor, relevancia, errores y conquistas históricas.
Nos gustaría introducir a una Filosofía que no fuera estrictamente hablando una «especialidad», sino sencillamente el saber racional que necesita toda persona humana para saber quién es él, cuál es su dignidad y cómo ha de comportarse para vivir conforme a ella.
Preciso es reconocer que bastantes filósofos han contribuido, al descrédito de la Filosofía. Se han encerrado muchas veces, no por fuerza de la razón sino de la voluntad, en laberintos inextricables construidos por ellos mismos, en una especie de suicidio intelectual poco inteligente, ofreciendo a la opinión pública un aspecto bastante penoso.
La Filosofía es un quehacer muy distinto de lo que muchos suponen. No es asunto de gente estrambótica y distraída hasta dar habitualmente con sus huesos en un pozo, o con sus gafas contras las farolas. La asociación «filósofo-tipo-raro» es corriente, y es justo reconocer que responde a la realidad de bastantes ejemplares de esta especie humana. También Cicerón bromeaba o se lamentaba, no lo sé bien, diciendo que no hay absurdo corriente, por enorme que sea, que no proceda de algún filósofo. Pero es injusto pensar que todos sean así o que el ser así sea consecuencia del filosofar.
En nuestra opinión es necesario recuperar la Filosofía como una disciplina intelectual que en cierta medida debiera cultivar toda persona de cultura media, porque, en fin de cuentas, el conocimiento filosófico -como hemos de ver enseguida- es lo que presta consistencia, fundamento, armazón, solidez a todo discurso o argumento acerca de la verdad de las cosas, incluso a todo el obrar del hombre.
Cuestiones vitales
En rigor, todos vivimos de cierta filosofía, acertada o no, explícita o implícita, aunque no sepamos definirla y exponerla de un modo sistemático y claro. La Filosofía se ocupa, precisamente (como veremos más adelante), de las cuestiones más vitales para el hombre, que no son abordables desde ninguna ciencia experimental. En síntesis, cabe decir que incumbe a la Filosofía ocuparse del sentido del cosmos y del sentido de la vida humana en el cosmos. Con otras palabras, se trata de hallar la razón de ser de nuestro ser, de aquello que explica nuestra existencia en cuanto a su origen y su fin (que no es otro que Dios. Dios permanece oculto a todo método de investigación experimental. La única manera racional de descubrirlo es con el ejercicio de la razón sobre la experiencia en el mundo).
A nosotros nos interesa la Filosofía justamente para descubrir de una manera intelectual y lógica, la respuesta racional a las grandes preguntas sobre el mundo, el hombre y Dios.
Razón y fe
Una de las maneras de acceder a la verdad sobre esos grandes temas, es la fe teologal. Pero la razón humana tiene también capacidad para conocer el orden natural creado y alcanzar incluso un conocimiento racional y verdadero de Dios como primer principio y último fin de cuanto existe. Sin embargo, a partir de la obra de la creación no se puede saber más de Dios que lo que puede conocerse de Velázquez en el Museo del Prado: se puede conocer la existencia de Velázquez y algo de su personalidad artística. Pero nada puede saberse de las demás facetas de su personalidad, de su conciencia, de sus gustos literarios, de su familia, de las relaciones con las gentes de su entorno, etcétera. Para esto tendríamos que tener otras fuentes de conocimiento además de sus lienzos. Para un conocimiento verdaderamente personal de Velázquez, habríamos de encontrarnos con él cara a cara y preguntarle y escuchar.
Para conocer a fondo a una persona es preciso que ella nos abra libremente su alma, su mente, su corazón y nos revele lo que ahí acontece. Lo mismo pasa con Dios. La razón puede descubrir que existe, a partir de la creación. Pero ¿qué es y cómo es Dios en su vida íntima? Esto sólo podemos conocerlo si Dios nos abre libremente su intimidad y nos revela lo que hay en Él. Y esto sólo puede suceder por voluntad suya (si quiere, con absoluta libertad) y de un modo sobrenatural.
Esto es lo que ha hecho Dios a lo largo de la Historia Sagrada, por medio de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y, finalmente por medio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.
Pero hay cosas sobre Dios que podemos conocerlas sin necesidad de la divina revelación: que Dios es nuestro primer principio y nuestro último fin, el gran por qué de nuestra existencia, el fundamento y el sentido de nuestro vivir.
De otra parte, la fe nos confirma muchas verdades de orden natural y nos aporta muchas otras de orden sobrenatural (el misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, etc.). Sabemos mucho más de Dios por revelación sobrenatural que por sabiduría racional.
Sin embargo, no podemos pensar: me basta con la fe para conocer a Dios, a mí mismo y el sentido de mi vida. La fe teologal es importantísima, sin ella es imposible agradar a Dios (cfr. Carta a los Hebreos). Pero no es suficiente, menos aún en los tiempos que corren, porque la fe sola, sin el apoyo de la razón, tiene un enemigo muy peligroso: la ignorancia.
Armonía entre fe y razón
Con mucha ignorancia sobre la fe o sobre la ciencia, se pretende oponer la ciencia a la religión y en general la razón a la fe. Se presenta la fe como mera credulidad, como un modo infantil de afrontar la realidad de nuestra existencia. Y es preciso salir al paso de este error. Dios no se puede contradecir: si nos manda creer no es contra la razón. Ni la fe se opone a la razón ni la razón a la fe. El mismo Dios es quien nos da la fe y la razón. No puede contradecirse. Si nos da la luz de la razón es para que la utilicemos del mejor modo posible para prestar el necesario punto de apoyo racional al acto de fe sobrenatural.
Es fundamental confiar en la capacidad de la propia razón para conocer verdades. Si yo no confiase en la capacidad de mi razón para conocer la verdad, tampoco podría confiar en otro, porque si confío en ti, es porque yo confío en que el conocimiento que tengo de ti es verdadero. Por eso, averiguar los fundamentos de mi conocimientos, redunda en una mejor confianza conmigo y contigo. Hay una disciplina filosófica que trata estas cuestiones: la filosofía del conocimiento.
La Filosofía, instrumento de comunicación
Todo esto se desarrolla a lo largo de los cursos filosóficos. Pero vale la pena advertir desde ahora que la filosofía, como saber racional que es, constituye un instrumento inestimable para comunicarnos verdades de modo rigurosamente racional con cualquier persona que admita alguna verdad y confíe en alguna certeza. Con el escéptico absoluto nada se puede hacer si no rezar.
Pues bien, en estos tiempos es muy necesario este instrumento de trabajo, de apostolado y hasta de vida espiritual que es la filosofía.
Por otra parte, la fe, en la medida de lo posible, debe ser doctrinal, es decir, bien fundada en sus principios sobrenaturales (los artículos de la fe) y en sus principios racionales (los del conocimiento intelectual).
La Filosofía que aquí queremos aprender es precisamente una filosofía que se haga cargo de las verdades de sentido común, de las evidencias inmediatas de la experiencia y de la razón y que a partir de aquí desarrolle el pensamiento de una manera lógica y natural.
La Filosofía puede ser como un idioma común con el que, aún contando con la diversidad de opiniones entre los mismos filósofos, cabe el diálogo, la conversación comunicadora de conocimientos. Toda ciencia es un vehículo de comunicación de verdades, una base sobre la que se puede hablar y entenderse. Pues bien, la Filosofía puede ser la base sobre la que conversar acerca de los grandes temas: el mundo, el hombre, Dios.
¡Emprende! tu negocio te espera
¿Te atreves? Tres interesantes claves para el emprendimiento
Según la agencia mexicana de estadística INEGI, el 95.2 por ciento de los negocios en el país son micro; esto es, tienen menos de 10 trabajadores o quizá ninguno, y junto a los clasificados como pequeños negocios (con hasta 50 trabajadores, en la industria y servicios), generan el 70 por ciento de los empleos formales del país. 30.5 millones.
Es posible que usted y yo trabajemos en o para alguna organización de estas dimensiones, o quizá para los del siguiente nivel: medianos (con hasta 250 trabajadores, si son industriales) que dan empleo formal, según INEGI, a casi 4 millones de mexicanos; esto es, el 9 por ciento de los registrados en la seguridad social.
Lo interesante de estos números, observo, está en que nos permiten dimensionar la importancia que haya más y mejores mujeres y hombres que se decidan a continuar y/o emprender negocios que -en el mejor de los casos- constituyen círculos de valor para ellas, ellos, sus familias, empleados, proveedores, clientes, autoridades, entorno; en fin, para México.
Y coincidirá que para emprender, antes conviene aprender el conocimiento de la ciencia de los negocios a través del estudio y experiencia necesaria. Pero no se asuste, la ciencia de los negocios, si bien se aprende en las magnificas escuelas de negocios, que ya existen en el país, afortunadamente, también la aprendemos, y mejor, en muchos casos, de quienes, como decimos aquí, ya la hicieron. Es el caso de estos dos emprendedores:
Son industriales del estado de Jalisco, presidentes de sus respectivas empresas, fundados micros, por sus papás; ahora de gran tamaño, con productos de calidad y líderes en su ramo. Su tercera generación ya está en la dirección de sus negocios, respectivamente. Recién tuve la oportunidad de encontrarme con ellos, y me expresaron por separado, libre y espontáneamente estas tres interesantes claves para estar donde están; aquí se las comparto:
UNO: a) que el trabajo me divierta, b) lograr que la gente se comprometa y haga el trabajo y c) escuchar lo que la gente piensa y aplicar sus recomendaciones.
OTRO: 1.- tener controlado el negocio, 2.- mantener buena relación familiar y 3.- cuidar mi salud.
Por supuesto que son opinables, y no las únicas para que los negocios funcionen, lo interesante, percibo, es que usted y yo podemos, igualmente, aprender de quienes están actuando, no echando sólo rollo “académico”, para emprender negocios prósperos, apoyándonos además, conviene aceptar, en probados asesores, entrenadores y mentores especializados en negocios, que nos ahorrarán, seguramente, pagar costosos cursos o aprendizajes, que a la mera hora, a veces, no resultan prácticos y sí en deudas impagables para el pequeño tamaño, las más, de nuestras organizaciones mexicanas.
Así, aprender de este tipo de emprendedores, estará de acuerdo, evitará, con buena probabilidad, que nos ocurra lo que registran las agencias municipales mexicanas, que otorgan las licencias para nuevas empresas en sus localidades: 90 por ciento no subsiste al segundo año.
Qué es y que no es el hombre
La persona humana no es algo epidérmico. Ella no se revela al primer contacto con la misma, a la primera percepción de un individuo. No es lo que se ve, el hombre que anda por la calle, sino más bien lo que no se ve. Es un enigma que tiene que ser descifrado.
Qué es y que no es el hombre.
Solamente en el Amor, se manifiesta la Verdad en toda su plenitud, sin sombras ni limitaciones. Todas las demás funciones de la conciencia, nuestros sentidos, nuestros sentimientos, la inteligencia, conducen a resultados parciales; sólo el Amor refleja la Verdad absoluta.
La persona humana no es algo epidérmico. Ella no se revela al primer contacto con la misma, a la primera percepción de un individuo. No es lo que se ve, el hombre que anda por la calle, sino más bien lo que no se ve. Es un enigma que tiene que ser descifrado. Para poder penetrar en la esencia de una persona en su fuero íntimo, tenemos, en primer lugar, que apartar algunas capas bajo las cuales aparece en el mundo exterior, tenemos que atravesar una serie de antecámaras, hasta descubrir su residencia.
El hombre se halla constituido de un núcleo espiritual, y este núcleo se manifiesta en el mundo material con la ayuda de un complejo psicofísico. Para poder sorprender al hombre en su intimidad, en su principio creador, debemos primeramente apartar esta construcción exterior, que nos impide mirar en su interior y contemplar la fuente de donde emana nuestra personalidad.
El hombre no es materia, no es una proyección biológica. Este cuerpo que vemos, que se mueve y al que confundimos con nuestra personalidad, es sólo el vehículo del que nos servimos en nuestra vida terrenal. El se halla sometido a las leyes de la naturaleza, puesto que hemos sufrido una transformación de nuestro ser inmortal debido al pecado del primer hombre. Pero, según nuestra fe cristiana, el hombre está destinado a otro mundo, en el cual podrá recuperar su inmortalidad.
De aquí resulta que debe existir algo en nuestro ser que sobrevive a la destrucción física, una sustancia que tiene el poder de escapar a la tiranía de las leyes de la naturaleza y emprender su vuelo, después del exilio terrenal, hacia su verdadera morada.
Incluso permaneciendo dentro del cuadro de la biología, nos damos cuenta de que el hombre es algo más que la vida. Las células del organismo se renuevan ininterrumpidamente. Nuestros órganos sufren las mismas transformaciones que los demás seres vivientes. La única excepción es aquella de las neuronas. A partir de cierta edad, su número disminuye, sin posibilidad de reconstitución. Pero en medio de estas continuas transformaciones que soporta nuestra persona visible, nuestro yo permanece inalterable. Los fenómenos biológicos no le alcanzan. Desde el punto de vista de nuestra identidad interior, somos exactamente los mismos, como cuando hemos tomado por primera vez conocimiento de nuestra existencia. Desde el nacimiento y hasta la muerte, nuestra persona se desarrolla en torno al mismo punto de referencia. La llama de la conciencia de sí mismo arde ininterrumpidamente. Cambiamos nuestra fisonomía, se debilitan las funciones psíquicas, mas no se pierde la unidad y la continuidad de nuestra persona. Nuestra biografía puede ser trazada gracias a esta permanencia del yo. En medio del «panta rei» biológico y de la corriente de nuestra conciencia, existe algo fijo en nosotros y tan solidamente arraigado que no puede tocarle ningún proceso vital. La persona humana es esta substancia misteriosa de nuestro interior que se guarda intacta en medio de todas las degradaciones que padece el hombre en su ser físico.
Siguiendo la exploración hacia el centro de la personalidad, encontraremos una nueva capa, su realidad psicológica, constituida según el criterio clásico, de razón, de sentimiento y de voluntad.
Tampoco estas funciones agotan el contenido de la persona humana. No hemos llegado a su centro. El hombre es algo más que la razón, voluntad y sentimientos. El factor psicológico opera solamente en la superficie de la conciencia y representa solamente nuestra conciencia exterior, aquella parte de la conciencia que toma contacto con el mundo, sirviendo para nuestra orientación en el ambiente en el que vivimos, sea el de la naturaleza sea el de la sociedad. Evidentemente, en una aceptación más amplia, todos estos elementos forman nuestra personalidad, inclusive el cuerpo con el que paseamos por la calle, pero el objetivo de nuestra investigación es de descubrir el substrato que sostiene toda esta estructura psicosomática y sin la cual el hombre no existiría
Pero ni los sentimientos ni la voluntad agotan a la persona humana
Mediante algunas palabras quisiera explicar por qué ni la razón, ni los sentimientos, ni la voluntad pueden arrojarse la paternidad de la persona humana. Estos no son más que instrumentos que ayudan al hombre para sobrevivir en el mundo material, y no la entidad que le define y le distingue del resto de la creación.
Empezaremos con lo que es más fácil de demostrar que no puede constituir el fundamento de la persona humana: los sentimientos. Creo que nadie está dispuesto a confundir su persona con esta masa psíquica fluida, inconsistente, que se halla en continuo movimiento como las olas del mar. El hombre puede estar ahora alegre y dentro de media hora triste, hoy amar con toda la pasión y mañana odiar a la misma persona, hoy puede ser generoso y mañana ser egoísta, envidioso o malo. Los sentimientos o los afectos representan la parte más vulnerable del alma; de un colorido vivo y atractivo, pero que se hallan en un continuo de ebullición y cambio.
En contraste con la movilidad del sentimiento, nuestro yo tiene una estabilidad de granito. En medio de las transformaciones corporales, en medio de los cambios que se producen ininterrumpidamente en nuestra conciencia, nuestro yo permanece igual consigo mismo, como un punto de referencia inmutable, en torno al cual se reconstituye permanentemente la persona humana. En su seno interior nos hallamos como en, un refugio que nos defiende contra las inclemencias del tiempo.
Vamos a insistir algunos momentos sobre la voluntad. Sabemos que existe una dirección filosófica que identifica la existencia con la voluntad; Schopenhauer y Nietzsche. La filosofía de Nietzsche es grandiosa, pero encierra en sí este monumental error que confunde el poder creador de la persona humana, con el de la voluntad del poder. Y este monumental error lo ha cometido Nietzsche, puesto que, no ha entendido el cristianismo. El poder creador de la persona humana emana del amor y no de la voluntad de poder.
La voluntad es una energía psíquica limitada. Se agota. No tiene el aliento del infinito. No es capaz del heroísmo de larga duración. Todas las grandes personalidades cristianas se han caracterizado no por una gran voluntad, sino por una gran pasión que arde sin cesar, sin agotarse jamás.
En segundo término, la voluntad es un poder ciego. Puede servir al bien y al mal con igual eficacia. La voluntad tiene que ser permanentemente dirigida por una idea, por un concepto para realizar algo. La voluntad puede ser, incluso, llevada y arrastrada con facilidad también por las fuerzas del mal y corre entonces a favor de éstas
Nuestra persona posee una reserva energética superior a la voluntad, tanto en intensidad como en la duración. El verdadero motor de la persona humana, una vez puesto en marcha, jamás agota su combustible, mientras que el motor de la voluntad se debilita y a menudo se para. Luego, no sólo es que nuestro yo auténtico desarrolla majestuosamente sus energías, sino que sabe al mismo tiempo arribar a buen puerto. A diferencia de la voluntad, que no dispone de ningún instrumento de orientación, nuestro yo superior se halla en permanente guardia y nos dirige con pasos firmes en el curso de nuestra vida.
Tampoco la razón se identifica con el espíritu.
En cuanto a la cuestión de la razón es más delicada, ya que una confusión que perdura desde hace siglos, sobre todo, en el Occidente, identifica el espíritu con la razón. La razón sería la sede de la persona humana, «cogito, ergo sum», de Descartes. «El hombre es un animal racional», se afirma en una archiconocida definición. «Quien atenta contra la razón, atenta contra el espiritu», se oyen protestas de muchas partes. Entre otros, Karl Jaspers y Giovanni Papini se han prestado a defender la razón como instrumento del conocimiento. Corneliu Codreánu, doctrinario de la acción creadora, rechaza la razón como factor determinante en la vida del individuo. Repudia la materia, pero también la razón. Se ha concedido demasiada confianza a estas entidades y los resultados son devastadores. «La razón -dice Corneliu Codreanu-, ha levantado al mundo contra Dios. Nosotros, sin echarla y menospreciarla, la vamos a situar allí donde tiene su lugar, al servicio de Dios y de las finalidades de la vida».
Vamos a meditar un poco sobre esta frase. Analizando desde el punto de vista histórico las actividades de la razón, descubriremos en ella comportamientos extraños. En la filosofía escolástica, la razón gozaba de tanta veneración, que el ejercicio del silogismo, con todas las sutilezas y los refinamientos posibles, constituía la pieza capital de la enseñanza. Pero ¿qué ocurre durante la Revolución francesa? La misma razón fue elevada al rango de deidad y se le ha constituido un culto oficial. En su nombre las iglesias son incendiadas y se lanzan piedras contra Dios. En el siglo XIX, la razón engendra la doctrina atea del materialismo. ¿Qué confianza podemos depositar en la capacidad de la razón para descubrir la verdad, cuando nos ofrece resultados tan contradictorios, durante diversas épocas? Posiblemente que la razón no es el instrumento adecuado para el conocimiento de la verdad, tal vez se le emplea erróneamente en sectores que superan su competencia.
La debilidad de la razón se hace patente cuando comprobamos que ella se halla dispuesta a servirnos argumentos para cualquier finalidad, creencias, ideas, e incluso, para cosas absurdas. Para el exterminio de los enfermos incurables, de los inválidos, de los locos, los dirigentes del Tercer Reich encontraron argumentos muy sólidos, basados en la genética y en las teorías raciales. El marxismo, también con argumentos racionales proclama la necesidad de destruir clases enteras de una nación, con el fin de asegurar el triunfo de la dictadura del proletariado. Incluso en los países de la Unión Europea, ¿no asistimos a los debates del parlamento donde con «pruebas científicas y bien expuestas racionalmente», se ha legalizado y primado la homosexualidad? Más aún, ¿cuántas aberraciones no son admitidas por los legisladores, por la sociedad, cuántas son difundidas por los escritores a base de unos «raciocinios» muy sólidos en apariencia? Las tiranías comunistas, con los millones de muertos, ¿no han sido justificadas en el mundo libre como una nueva forma social? Unos bandidos, unos asesinos, unos monstruos, unos torturadores de pueblos, han sido presentados durante años, con lujo de dialéctica, como unos reformadores sociales y genios de la Humanidad.
He aquí las perfidias de la razón, he aquí qué platos envenenados nos sirve si no vigilamos sus actividades.
Si admitimos que la razón forma el centro de la persona humana, ¿cómo contestaremos a otra cuestión? También los animales poseen una inteligencia, como lo demuestra la psicología animal, una inteligencia, bien entendido, limitada a su categoría biológica. Los animales igualmente razonan, ellos son también capaces de sacar ciertas conclusiones, de ciertas premisas. El silogismo le es también familiar a los animales. En esto se funda su amaestramiento.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Aceptamos la teoría evolucionista y nos declaramos también animales, poniéndonos en la misma categoría con los peces, los pájaros y los cornúpetas? ¿Somos también unos animales dotados con una inteligencia superior a los que se hallan debajo de nosotros en la escala biológica?
Sin embargo el hombre posee, además, el poder creador
Y nosotros preguntamos a los que sostienen que el hombre desciende del mono o de otros animales: pues bien, ¿qué queréis demostrar con esto? A pesar de que el hombre se separa del más evolucionado animal, por su enorme inteligencia, no es la inteligencia su característica principal. El hombre posee,en comparación con el animal, algo más: el poder creador. El hombre vivía antaño en cavernas y hoy día vive en palacios, mientras que el animal, a pesar de que el está también dotado con inteligencia, no se puede elevar por encima de sus condiciones de vida. Ningún animal se ha imaginado alguna vez poder vivir de otra manera que en su escondrijo. El animal permanece eternamente prisionero de la naturaleza. El hombre puede emanciparse de la tiranía de las leyes de la naturaleza, porque posee una facultad desconocida para el reino animal, que es su fantasía creadora, este don misterioso que revela su esencia divina.
Existe, además, una lógica primitiva como lo han demostrado los sociólogos que han estudiado las tribus de Africa, Asia, Australia y América, fundamentalmente distintas de nuestra lógica europea. Nuestras categorías mentales no se asemejan con las de las civilizaciones primitivas. Se observa, incluso, que cada civilización posee su lenguaje lógico, e incluso, de pueblo a pueblo, en el cuadro de la misma civilización, se notan ciertos matices.
¿Cómo nos orientamos en este caso? ¿ Puede constituir la razón la esencia de la persona humana, cuando la misma razón sufre tantas transformaciones, según la civilización que la emplea?
En nuestros días ocurren también otras cosas extrañas con la razón, logrando desconcertarnos. Parte de las funciones de la razón, y no de las menos importantes, como lo son los cálculos matemáticos, han sido transferidas a las máquinas. La cibernética trabaja sobre bases racionales y ha facilitado enormemente el esfuerzo de nuestra inteligencia. Pero estos ordenadores, estas computadoras, como se denominan, estas máquinas que piensan por nosotros, ¿han sustituido al hombre como pretenden algunos exaltados del progreso técnico?
En absoluto. La persona humana permanece la misma. El hombre ha creado estas máquinas y ellas sirven a su expansión en el mundo, pero actuando siempre bajo su control.
En el caso de la cibernética, la diferencia entre la razón y la persona humana aparece todavía más evidente. La cibernética demuestra que el hombre no es razón o no es sólo razón; por esto fue capaz de construir máquinas que se encargan de razonar por él. Pero ha sido sustituida por las máquinas solamente la razón, no el hombre en sí, quien tiene algo más que le eleva por encima de la razón y, desde luego, por encima de las máquinas que él ha construido. Es el hecho creador lo que distingue al hombre de éstas máquinas y de los procesos racionales para los que ellas sirven.
Entonces, ¿qué es la razón? Es un auxiliar de la persona humana. La razón ayuda a la organización de la vida material y de la vida social. Es un instrumento de comunicación entre los hombres, exactamente igual que el lenguaje. Un gran profesor de lógica de Bucarest, Nae lonescu, nos explicó que la razón no sirve al conocimiento de la verdad, sino para su transmisión. Es una especie de cinta transportadora de las verdades que obtenemos por otras vías estrictamente personales.
De hecho, nosotros no pensamos haciendo silogismos como nos enseña la lógica formal. Las ideas nos aparecen instantáneamente. Vamos a pensar en la manzana de Newton que caía del árbol y que, a la vista de este hecho, se le pasó por la mente, como un rayo, la ley de la gravedad.
Sólo cuando se trata de comunicar a otra persona nuestro pensamiento entonces tenemos que emplear la cadena de los silogismos. La verdad que a nosotros ha aparecido espontáneamente, para que sea comprendida por los demás, debe ser fragmentada, debe ser ofrecida trozo por trozo. Exactamente como pasa con una medicina que no se puede tomar de una sola vez, sino cucharilla tras cucharilla.
La meta principal de la razón es aquella de hacer accesible a otros las verdades adquiridas por nosotros fulminantemente, en virtud de una disposición especial de nuestra alma, y que, sin esta cinta transportadora, permanecerían incomprendidas.
No es de extrañar, pues, que exista una lógica primitiva y un modo de pensar de cada civilización, puesto que la razón siendo un instrumento de comunicación de las ideas, se adaptaría de manera natural al ambiente específico de las grandes comunidades humanas.
Por tanto, empleamos la razón en el lugar que le corresponde, al servicio de Dios y a las finalidades de la vida. En cuanto a la persona humana se refiere, debemos emprender una incursión más profunda en nuestro fuero interno, para descubrirla. Ella yace igual que el oro en el fango de una mina y tenemos que remover mucha tierra y rocas hasta localizarla.
El subconsciente es el deshecho de la existencia
Dándose cuenta de la fragilidad del principio «cógito, ergo sum», una serie de filósofos y sabios de la época moderna, han realizado sondeos en otros departamentos de la persona humana, con la esperanza de hallar una explicación más satisfactoria para nuestra existencia. Entre otras experiencias y teorías, se ha revelado la existencia del subconsciente. En esta dirección se han intensificado las investigaciones en tal medida, que se ha creado una escuela de la investigación del subconsciente, siendo el fundador de la misma, Freud. En su nombre, legiones de médicos, de sociólogos y psicólogos, se han lanzado a la exploración del subconsciente, con la esperanza de descubrir el lugar del nacimiento de la persona humana. Según esta teoría, el hombre no sería lo que se pensaba hasta Freud; una expresión de la vida psíquica consciente, una manifestación de sus actividades en estado de vigilancia. Sino que el origen de la persona humana hay que buscarlo en una región mucho más profunda que escapa al control del yo consciente. La conciencia no sería más que un derivado, un epifenómeno, siendo permanentemente dominada por el subconsciente.
La idea de perforar la conciencia exterior del individuo para descubrir las primeras palpitaciones de la persona humana, ha sido hecha bien, pero se ha efectuado el sondeo en un sitio equivocado. Lo que se ha encontrado no contiene el manantial de la persona humana. El subconsciente, no sólo no puede ser identificado con el «nervum rerum gerendarum» de la persona humana, sino que representa exactamente lo que su nombre dice, una categoría inferior de la conciencia, inferior a la psicología normal. El subconsciente es algo así como un subsuelo donde se acumulan los deshechos de la existencia. La escoria que queda de la actividad de nuestra alma, se deposita aquí como en una especie de recipiente. Así como las amas de casa llevan diariamente a fuera la basura de la casa y la depositan para que sea transportada por el servicio público, del mismo modo la persona humana se desprende de todos los elementos nocivos de los instintos adulterados, de las imágenes morbosas, de las tendencias repugnantes, condenadas por el yo consciente, de las turbulencias funcionales, y las deposita en este «container», denominado subconsciente, a la espera de su vaciado.
Y, ¿qué ocurre con el contenido del subconsciente? Un alma sana lo quema, liberándose de él, exactamente como proceden las amas de casa. El subconsciente es la basura del alma. Bien entendido que si no se quema a su debido tiempo, si se le deja amontonarse, entonces el subconsciente invade la conciencia, provocando perturbaciones. El individuo al que le gusta remover los deshechos de su actividad psíquica, se acostumbrará al final a vivir en éste ambiente interior infectado exactamente igual a como ocurre en la periferia de la sociedad donde se encuentra toda clase de individuos a los que les repugna el trabajo, tienen horror al esfuerzo, prefiriendo la existencia de los vagos y maleantes que pululan bajo los puentes del Sena y en los asilos de noche. Los complejos psíquicos, la doble personalidad, las neurosis, se producen a raíz del deslizamiento del hombre en la promiscuidad del subconsciente.
La inspiración de cualquier naturaleza artística, literaria, científica, no hay que atribuirla al subconsciente, como afirma esta escuela. Del subconsciente no nos llegan más que malos y perjudiciales impulsos para el proceso creador. La inspiración, como dice Horacio, es «mens divinior», ella desciende del Cielo, es un don de la super-conciencia nuestra, de nuestro yo superior, y no se destila de las miasmas del subconsciente.
Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo
En honor a los principales apóstoles de Cristo se construyeron dos enormes edificios que hoy son emblemáticos de la Iglesia universal
El 18 de noviembre se honra a los dos principales apóstoles de Cristo, Pedro y Pablo. En torno a los lugares de Roma donde murieron como mártires surgieron la Basílica de San Pedro y la Basílica de San Pablo Extramuros.
La Basílica de san Pedro se encuentra en el Vaticano mientras que la de san Pablo está en la vía Ostiense. Fueron dedicadas por los papas Silvestre y Siricio, respectivamente, en el siglo IV.
La fiesta se celebra desde el siglo XII en toda la cristiandad de rito romano.
Oración
Defiende a tu Iglesia, Señor, con la protección de los apóstoles, para que, habiendo conocido más a Dios gracias a ellos, consiga llenarse más de su vida divina hasta el fin de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.