La paz esté con ustedes. Nuestro Evangelio de hoy es de Mateo capítulo 15, la famosa historia de Jesús y la mujer sirofenicia. Me he encontrado, en mis años de predicación, que este es uno de los Evangelios que fastidia a la gente. Se acercan a ti al final, e incluso luego de tu homilía, que piensas que has aclarado todas las cuestiones; aún dicen, “Mire, no lo entiendo. Este Evangelio me pone nervioso”. Conocen la historia, en que Jesús ha subido ahora a la región de Tiro y Sidón. Sería justo fuera de las fronteras de Israel. Y se topa con esta mujer cananea, y le pide a los gritos, “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Normalmente, Jesús hubiera respondido, “De acuerdo, haré algo al respecto”. Bueno, en este caso, hay una cierta cualidad que repele, ¿cierto? Primero Jesús no dijo una palabra para contestarle. ¿Pueden imaginarse, alguien que se acerca a ustedes a pedirles un favor y ni siquiera le dicen, “Lo siento”, o “No puedo hacerlo en este momento”? Ni siquiera le dicen una palabra. Y luego llegan los discípulos, el séquito de Jesús. En cierto modo abordan su caso, y le piden que la eche. Y ella continúa insistiendo. Y Jesús dice, “No, no. Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel, no a una mujer como esta”. Y entonces cuando ella continúa insistiendo, ¿qué le dice? Y es una de las cosas más severas, parece ser, de las que dice en los Evangelios: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Aquí está entonces esta mujer que tiene una gran necesidad. Está pidiendo, les advierto, no para ella sino para su hija. Ha venido con fe, parece ser, hasta Jesús, llamándolo Hijo de David, y ha sido desalentada una y otra vez. Y luego tiene una de las grandes réplicas en los Evangelios. “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. A esta altura, Jesús dice, “De acuerdo mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Bueno, pueden ver por qué fastidia a la gente. Aquí está Jesús, el Cristo libre de pecado, y parece ser bastante malhumorado, bastante cascarrabias. Sus discípulos, estamos acostumbrados a verlos un poquito detestables; ¿Pero Jesús mismo? ¿Y luego lanzar esta frase en el rostro de esta mujer que está muy necesitada y la llama perro, esencialmente? ¿Qué conclusión extraemos de esto? Bueno, puedo decirles en primer lugar cómo no interpretar esta historia. Aun cuando escuché mientras crecía probablemente cientos de homilías en esta línea, este no es el modo de interpretarla. Bueno, el pobre Jesús tuvo un día duro de ministerio y estaba cascarrabias y malhumorado al fin del día, cansado, probablemente con hambre. Y aparece esta mujer y lo está fastidiando. Y él en cierto modo la trata mal. Muestra su humanidad y muestra sus limitaciones. Y entonces esta valerosa mujer sirofenicia, pelea hasta el final y se enfrenta al poder. Y muestra entonces cuán inteligente es y obtiene lo que desea. Por favor, esa no es la forma de interpretar esta historia. Vean, el primer problema con esto es, digan lo que quieran, lo convierte a Jesús en un pecador. Y no podemos tener al Hijo de Dios sin pecado siendo un pecador. Incluso si dijeran, “Oh, está cascarrabias y malhumorado luego de un largo día de trabajo”. Aun así, no me interesa cuan cascarrabias y malhumorado sea yo, si al final de la jornada comienzo a tratar mal a la gente e insultarlos, bueno, eso es un pecado. Así que no podemos interpretar esta historia como si Jesús se convirtiera en un pecador, porque el momento en que Jesús se convierte en un pecador, no es el Salvador. Este es entonces un problema serio. Así que deshagámonos de esta interpretación. Pienso que tenemos que interpretar esto de un modo mucho más sutil. Está queriendo llegar a un tema que es muy central a la Biblia. Es el tema de la relación entre Israel y las otras naciones. Israel y las otras naciones. ¿Es Israel el especial pueblo elegido de Dios? Sí. Sí. Bueno, ¿es que eso significa que las otras naciones están como allí fuera en la oscuridad? No. Israel ha sido elegida para beneficio de las naciones. Ese es el principio. Y esta es una buena ejemplificación de ese principio en el Nuevo Testamento. Regresen al comienzo mismo de la Biblia cuando Dios crea los cielos y la tierra. No existe Israel en ese momento. Dios está creando todo lo que existe. El propósito salvífico de Dios no tiene que ver solo con Israel. Tiene que ver con el universo entero. Más aún, piensen en esas historias iniciales y Noé, por ejemplo. Noé no es israelita. No existe Israel en el tiempo de Noé. Pero Dios está preocupado por él sin embargo. Dios se preocupa de toda su creación y con toda su humanidad. Ahora, ¿cuál es el medio? Esto es muy importante. Es muy importante comprender esto porque mucho en la Biblia gira sobre esto. ¿Cuál es el medio que Dios eligió para ocuparse de toda su creación y toda su humanidad? El medio elegido es la formación de un pueblo particular, Israel. Comenzando entonces con Abraham —recuerden el llamado de Abraham— y luego a partir de él Isaac y Jacob, y luego Moisés y Josué y Saul y David. Tenemos el templo, tenemos la Torá, tenemos alianza, tenemos profecía. Tenemos todas las instituciones de Israel. ¿Cuál fue el propósito de todo ello? Fue formar un pueblo sagrado, de acuerdo a la mente y corazón de Dios, que luego atraería hacia ellos todas las naciones del mundo. O cambien la metáfora, desde este lugar central emanaría el orden bueno de Dios para llevar a todo el mundo a una unión con el Dios creador. Israel es elegido, sí. Ellos son el pueblo especial. Pero no son elegidos para ellos mismos. Son elegidos para beneficio del mundo. Una vez que comprenden eso, es como una llave que destraba toda clase de puertas en la Biblia. Comienzan a entender la vocación de Israel. Estoy delatando mi edad aquí. Hay un viejo álbum de John Lennon allá por los setenta. Se llama “Walls and Bridges”. Siempre me gustó esa frase, “muros y puentes”, porque saben qué, necesitan ambos. ¿Qué hacen los muros? Los muros definen. Apartan una cosa. Incluyen y excluyen, ¿cierto? Construyen una pared alrededor de algo, están diciendo “es esto”. Es esta identidad, y no son las cosas de afuera. Las paredes definen. ¿Existe un gran muro alrededor de Israel? Sí, en todo el Antiguo Testamento. Regresen al libro de Levítico, el libro de los Números, gran parte del libro del Éxodo. Miren a las prescripciones de la Ley. Observen las prácticas del templo. ¿Cuál era el objeto de todo eso? Estaba destinado a circunscribir a este pueblo particular. No debían ser como las otras naciones, porque si se asemejaban a las otras naciones, perderían su integridad, y entonces no serían capaces de traer nada al resto del mundo. Si los muros de Jerusalén eran atravesados e ingresaban las otras culturas con sus adoraciones falsas y sus prácticas morales malas y lo demás, Israel perdería su alma. Y si Israel perdía su alma, entonces se perdería la esperanza de la salvación para el mundo entero. Por lo tanto, por Dios, necesitamos muros. Israel necesitó muros. Necesitó definición. Pero recuerden, muros y puentes. Finalmente, habiéndose definido adecuadamente, Israel construye ahora un puente para así llevar su vida fuera al resto del mundo. He utilizado antes la imagen del arca de Noé, algo que se preservó dentro de los muros del arca de Noé. Miren, si no hubiera habido muros en ese barco, se hubiera hundido, punto, y todo dentro de él se habría perdido. Los muros definían al arca de Noé. Pero luego, luego, una vez que retrocedieron las aguas, se dejó salir a la vida. Ese es la cadencia Bíblica. Ahora regresen a esta historia teniendo presente todo aquello. No es Jesús que tiene un día difícil y una señora intrépida que le vuelve a hablar. Esa es una imposición moderna. ¿Acaso no vemos aquí, en una vívida muestra narrativa, los principios mismos de los que he estado hablando? ¿Qué objeto tiene esta especie de rechazo de Jesús y de los Apóstoles? Es una especie de representación, si se quiere, del hecho de los muros. Es una afirmación de la definición de Israel. “No he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Ese es el acto inicial, que Israel debe tener su propia definición. Pero vean, ¿cómo termina la historia? No termina allí con Israel simplemente ensalzándose en su peculiaridad. No, finalmente, y qué hermoso es; esta mujer es un personaje hermoso en el Nuevo Testamento porque representa a todas las naciones del mundo que perciben la belleza y la integridad de Israel y están buscando vida a partir de ella. Ella está allí, como si fuera, junto al muro, diciendo, “Por favor, quiero lo que tú tienes”. Y al final de cuentas en esta historia, Jesús, que primero enfatizó la cualidad de muro, ahora establece el puente. La fe de ella se transforma en un puente desde su lado. La misericordia de Jesús se transforma en un puente desde el otro lado. Y ahora algo de la gracia y la vida de Israel sale hacia el resto del mundo. Por eso es que ella es un símbolo hermoso, no una muchacha intrépida, inteligente; es un símbolo de las naciones, de la Iglesia, que ha recibido a través de este puente que es Cristo la vida y la gracia de Israel. Permítanme cerrar con esto, para que no digan, “De acuerdo, está bien, todo eso es una interpretación bíblica muy interesante”. Vean, todo trata sobre nosotros. Pienso en mi propia vida cuántas gracias recibí, nacer en la familia que nací. Mis padres, maravillosos Católicos devotos, me mandaron a una escuela Católica para mi formación, a Misa cada domingo; estuve expuesto a lo mejor de la tradición intelectual y artística Católica y todas estas cosas maravillosas que se me dieron. Son una gracia. No me las gané. No las logré. En cierto modo me fueron dadas como una gracia. ¿Por qué? Para que pudiera sencillamente descansar en ellas y decir, “¿Acaso no soy un muchacho agradable porque tengo estos dones especiales?”. No, no, no. Veo a medida que mi vida se ha ido desarrollando, el propósito entero de eso fue que pudiera luego ser capaz de compartir lo que se me dio con el resto del mundo, lo cual estoy haciendo ahora mismo a través de esta cámara frente a mí, que está funcionando como una especie de puente a las naciones. Pero de nuevo, recuerden, recuerden, a menos que hubiera muros en un momento en mi vida, a menos que algo se hubiera definido para mí, no tendría nada sustancial para dar. Vean, de cierta manera la batalla liberales-conservadores —sé que es complejo— pero una manera de mirarla podría ser reducirla a esto. ¿Eres tú una persona más como muro o más como puente? Los liberales tienden a ser más como puentes, mirando hacia el resto del mundo y estableciendo conexiones y contactos. Bueno, ¡genial! Adoro los puentes. Pero los puentes son inútiles a menos que hayan estado precedidos por algo como un muro. Porque si todo lo que hago es establecer contacto con el resto del mundo, luego puedo convertirme simplemente en el resto del mundo. Puedo perder mi carácter distintivo. O si soy un conservador y digo, “Mira, estoy totalmente a favor de los muros. A favor de definir quiénes somos como Católicos”. Bueno, genial, estoy a favor de eso también. Pero entonces si eso es todo lo que tengo, me voy a agazapar detrás de esos muros altos, y no cumpliré la misión de la Iglesia, que finalmente es construir un puente desde esa comunidad hermosa hacia el resto del mundo. Puedo sugerirles, ese es el marco correcto teórico y teológico para interpretar esta historia maravillosa de Mateo 15. Ambos, muros y puentes; ambos, un Israel definido y un Israel misionero. Esa es la naturaleza apropiada de la Iglesia. Y Dios los bendiga.
Mateo 15:21-28
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús alaba la fe de la mujer cananea que persistió en la oración por su hija.
San Agustín ofrece una perspectiva sobre la oración de petición. Dios quiere que pidamos persistentemente, no para que él pueda cambiar, sino para que nosotros podamos cambiar. A través de la negativa inicial a darnos lo que queremos, Dios obliga a nuestro corazón a expandirse para recibir adecuadamente lo que quiere dar.
En el mismo proceso de tener hambre y sed de ciertos bienes, nos convertimos en vasos dignos. No es como si, al pedir a Dios, nos acercáramos a un bajá testarudo oa un jefe de una gran ciudad a quien esperamos pueda ser persuadido por nuestra persistencia. Más bien, es Dios quien obra una especie de alquimia espiritual en nosotros al obligarnos a esperar.
En su tratamiento del Padre Nuestro, Tomás de Aquino nos dice, muy en el espíritu de Agustín, que la petición inicial del Padre Nuestro, “santificado sea tu nombre”, no es pedir que algo cambie en Dios, que el nombre de Dios es siempre santo; más bien, es pedir que Dios pueda obrar un cambio en nosotros para que santifiquemos a Dios sobre todas las cosas.
Bernardo de Claraval, Santo
Memoria Litúrgica, 20 de agosto
Fuente: Centro de Espiritualidad Santa Maria
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia (1153).
Etimológicamente: Bernardo = corazón de oro. Viene de la lengua alemana
Fecha de canonización: Fue canonizado el 18 de enero de 1174 por el papa Alejandro III, y posteriormente el papa Pío VIII lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1830.
Breve Biografía
En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían.
Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: «¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar». Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo mucha paz.
Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos.
Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos.
Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban «el cazador de almas y vocaciones». Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.
La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban «El Doctor boca de miel» (doctor melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María».
Y repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir».
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. «Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial». Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.
Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado «De consideratione», en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: «Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación».
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: «Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca». Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
¿Y si Jesús no contesta?
Santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28. Domingo XX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
“Señor, hijo de David, ten compasión de mí”. Mira, Señor, este corazón que tanto has amado. Mira, Señor, este corazón, marcado por la tristeza, el sufrimiento y la miseria. Mira, Señor, este corazón que tiene tanta sed de ti.
“Señor, hijo de David, ten compasión de mí”. Mira, Señor, todo lo que ya has hecho en mi vida. Mira, Señor, tanto bien que ya has hecho brotar en mí. Mira, Señor, y haz que mi alma sea cada día más como Tú quieres que sea.
“Señor, hijo de David, ten compasión de mí”. Mira, Señor, mis propósitos y planes para este día. Mira, Señor, cuánto necesito tu gracia para cumplirlos. Mira, Señor, cuánto te necesito a ti para dar gloria a Dios Padre. ¡Haz mi corazón semejante al tuyo!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 15,21-28
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Esta mujer cananea recorrió una larga distancia sin una sola respuesta de Jesús. Gritaba y gritaba, pero parecía que el Señor no tenía oídos para ella. ¿Por qué el buen Pastor no atiende a una oveja perdida? ¿Por qué la Luz del mundo deja un alma a oscuras? Hasta los apóstoles, cansados ya de escucharla, le dicen a Cristo que al menos la atienda para que los deje en paz…
Parecía que no pasaba nada entre tanta petición. Sin embargo, la insistencia de esta mujer fue dando algunos frutos de un valor incalculable: el crecimiento interior, la humildad y la fe.
Imaginemos que Jesús hubiera respondido inmediatamente. Ni siquiera hubiera hecho falta alzar la voz, y mucho menos insistir a gritos… Pero la mujer se hubiera perdido el gran tesoro de “acercarse a Jesús” y postrarse ante Él. Y es que cuando oramos con insistencia nos estamos acercando a Jesús. Decía san Agustín que orar es acercarse a Dios. La distancia entre Dios y nosotros se recorre con el corazón, que crece en el deseo ardiente de recibir a su Señor. Así, creciendo interiormente en la esperanza y en el deseo de Dios, tendremos suficiente espacio para acoger las gracias que Cristo desea darnos. Entonces sabremos lo valioso que es el don de Dios.
La mujer cananea ni siquiera se nos presenta con un nombre. No es parte del pueblo elegido y no entra en la misión de Cristo. En cuanto ella reconoce su pequeñez, el buen Pastor la toma sobre sus hombros. Sólo los humildes tocan el corazón de Cristo. Sólo los pobres, como María, son grandes delante de Dios. Sólo si tenemos las manos vacías podemos estar disponibles para que Él nos colme de bienes…
El tercer fruto es el más bello y maduro. “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” Cristo mismo se admira de esta fe y entonces queda “vencido” de compasión y ternura. No puede negarle el milagro a ella, que está tan segura de obtenerlo. Cristo no puede negarle su amor y su gracia a quien se abraza con tanta fuerza a su Corazón.
Insistamos en nuestra oración. No nos cansemos de gritar al Señor por nuestros hijos e hijas, por nuestras necesidades espirituales y materiales. Él no responderá de modo automático, pero seguro que ya está trabajando dentro de nosotros para que se den los frutos.
«Seguir a Jesús no es fácil pero es bonito y siempre se arriesga pero se encuentra una cosa importante: tus pecados son perdonados. Porque detrás de esa gracia que nosotros pedimos -la salud o la solución de un problema o lo que sea- está la necesidad de ser sanados en el alma, de ser perdonados. En realidad todos sabemos que somos pecadores y por eso seguimos a Jesús para encontrarlo. ¿Yo arriesgo o sigo a Jesús según las reglas de la compañía de seguros? ¡Hasta aquí, no hacer el ridículo, no hacer esto, no hacer aquello! Pero así no se sigue a Jesús. Es más, haciendo así, se permanece sentados como los escribas en el Evangelio que juzgaban. Seguir a Jesús, porque necesitamos algo, y arriesgando también en persona, significa seguir a Jesús con fe: esta es la fe. En resumen, debemos confiar en Jesús, fiarse de Jesús: precisamente con esta fe en su persona».
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 13 de enero de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré tres momentos concretos para rezar por mi familia; por ejemplo, un avemaría a media mañana, al final del trabajo y antes de dormir.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué sufren los niños y los inocentes?
El Beato Carlo Gnocchi responde: Sufre en primer término por su condición de hombre, responsable en esencia del pecado original
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: ElTeologoResponde.org
Pregunta:
Estimado Padre:
Algo que nunca he podido entender es el tema del dolor de los niños y de las personas inocentes. ¿Por qué Dios lo permite? ¿Acaso no es Dios? ¿Acaso no puede impedirlo? Estas preguntas a veces me quitan el sueño… y a veces parece que me pueden quitar incluso la fe. Ayúdeme.
Respuesta:
Para su pregunta puntual este artículo de Sebastián Sánchez puede representar la respuesta más precisa y magnífica. Resume el autor el pensamiento del Beato Don Carlo Gnocchi y de una pequeña joya de la teología católica, su obrita: ‘Pedagogía del dolor inocente’. Léalo; no tiene desperdicio.
El título original de este artículo es: ‘Breve semblanza de la figura y pensamiento del padre de los niños mutilados ‘, pero supera la pura semblanza y responde al tema del dolor del niño y del inocente.
Tomado de la Revista Arbil nº 87 // por Sebastián Sánchez
Según la acertada expresión de S.S. Juan Pablo II . Don Carlo Gnocchi, un desconocido para las generaciones hodiernas, fue uno de los más eminentes apóstoles de la Caridad del siglo XX dedicado especialmente al auxilio, espiritual primero y físico después, de los niños sufrientes. Su figura debe ser justipreciada en estás épocas de diabólica inquina contra la niñez
Vida y obra
Nació Don Carlo Gnocchi en San Colombano al Lambro el 25 de Octubre de 1902. Siendo muy pequeño, apenas cinco años, Carlo perdió a su padre y se trasladó a Milán con su madre y sus dos hermanos, Andrea y Mario, quienes poco después murieron víctimas de la tuberculosis. Apenas unos años más tarde ingresó al seminario del Cardenal Andrea Ferrari y en 1925 fue ordenado sacerdote del Arzobispo de Milán, Eugenio Tosi. El 6 de junio de ese año celebró su primera misa en Montesiro.
En 1936 el Cardenal Ildefonso Schuster lo nombró director espiritual de la escuela del prestigioso Instituto Gonzaga de los Fratelli delle Scuole Crist iane. Allí, Don Carlo se dedicó profundamente a estudiar y escribir sobre pedagogía, una de sus más grandes preocupaciones. Hacia fines de esa década, el Cardenal Schuster le encomendó la asistencia espiritual de los estudiantes de la Universidad Católica de Milán y en ese puesto lo encontró el inicio de la II Guerra Mundial, hacia la que partieron muchos de sus jóvenes universitarios. Por ello, sin dubitaciones, el P. Gnocchi se enroló como capellán voluntario del batallón alpino Val Tagliamento con el que fue destinado al frente greco albanés. Una vez terminada la Campaña de los Balcanes, y luego de un breve interregno en Milán, Don Carlo partió nuevamente al frente, esta vez a la Rusia desangrada por los rojos, junto a los alpinos de la División Tridentina . Allí comenzó su peregrinar por el dolor y el horror y, al mismo tiempo, su más grande aventura evangélica.
Una oscura y helada noche de enero de 1943 encontró a Don Carlo marchando junto a sus soldados en la dramática retirada del contingente italiano, poco después de ser derrotados por los comunistas. Mientras marchaba daba ánimo a los heridos y ateridos milites hasta que, extenuado por el dolor y vencido por el frío, se dejó caer junto a un grupo de agotados soldados a la vera del helado camino ruso. Poco después, un médico amigo pretendió recogerlo pero él, casi agonizante, se negó a dejar a sus soldados. Mas éstos le dijeron una y otra vez: ‘Id, Capellán, ayudad a nuestros hijos, amparad a nuestros huérfanos’. Estremecido por el pedido, Don Carlo aceptó ser trasladado a un hospital de campaña en el que se recuperó de las heridas del cuerpo. Allí terminó la guerra para él.
Una vez retornado a Italia, el P. Gnocchi comenzó su peregrinación por el Valle Alpino buscando a los huérfanos, en cumplimiento de la palabra empeñada a sus alpinos en Rusia.
En 1945 fue nombrado director del Istituto Grandi Invalidi de Arosio donde acogió a los primeros huérfanos de guerra y niños mutilados. De ahí en más una maravillosa obra coronaría los esfuerzos de nuestro sacerdote. En 1949 obtuvo su primer reconocimiento: el permiso para la fundación de la Federazione Pro Infanzia Mutilata. A partir de ese momento comenzó a fundar colegios para los niños mutilados y para los acuciados por una terrible enfermedad: la poliomielitis. Así nacieron los colegios de Parma (1949), Pessano (1949), Turín (1950), Inverigo (1950), Roma (1950), Salerno (1950) y Pozzolatico (1951).
Víctima de un tumor maligno incurable, Don Carlo Gnocchi partió a la Casa del Padre el 28 de febrero de 1956 en Milán. Italia entera se dispuso entonces a darle el último adiós al ‘padre dei mutilatini’.
Treinta años después de su muerte, el Cardenal Carlo María Martini instituyó el Proceso de Beatificación, cuya fase diocesana concluyó en 1991. El 20 de diciembre de 2002 el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable.
La Teología del dolor
Sin duda la obra del P. Gnocchi ha sido impresionante pero de poco habría de estimarse si no se comprende el sentido último que le impuso desde un primer momento. No fue filantropía la que lo movió a ocuparse de los niños sufrientes pues para ello hubiese bastado con la acción de las muchas logias masónicas que asolaban, y asolan, a Italia. Nuestro sacerdote no padeció la tara ideológica del progresismo eclesial que considera a la Iglesia una ‘agencia social’ y, justamente por ello, pudo dar testimonio del valor del dolor de los niños. Testimonio indeleble unido a la Tradición de la Iglesia para ejemplo del mundo.
Para que no hubiese confusiones respecto de su obra el P. Gnocchi escribió un libro precioso en el que magistralmente conjuga sus dos amores primeros: la enseñanza y la atención de los niños dolientes. De ese modo, el breve ‘Pedagogía del dolor inocente’ resulta ser su obra magna, en la que retoma la Tradición inefable y el Magisterio Auténtico para presentar las razones que deben mover a respetar y, en cierta medida, venerar el carácter salvífico del dolor de los niños. En ese sentido, esta pequeña gran obra es un antecedente de la magnífica Carta Apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II, en tanto magnífica exposición de la ‘teología del dolor’.
Don Gnocchi señala que la comprensión del dolor de los pequeños es la clave para comprender cualquier dolor y, puesto en esa tarea aprehensiva, concibe el sufrimiento humano en general como parte de una arcana solidaridad que ‘actúa en sentido vertical y en sentido horizontal, vincula a los miembros con la Cabeza y a todos los miembros entre sí’. Del mismo modo, el Santo Padre, en la Carta citada dice que ‘aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión (en forma individual), contiene en sí un singular desafío a la comunión y a la solidaridad'(Salvifici Doloris, N°8).
Dos fuentes tiene entonces el dolor de niño: sufre en primer término por su condición de hombre, responsable en esencia del pecado original y ‘por consiguiente implicado en su secular expiación’. He allí su solidaridad vertical.
Pero el niño sufre también, y esta es la base de la solidaridad horizontal, por los pecados y abominaciones cometidas por todos los hombres. Razón ésta, dice Don Carlo, que ‘debería servir de freno al hombre cada vez que se siente tentado a pecar’.
Para el primer caso, el ‘remedio’ es el óleo y el crisma del Santísimo Sacramento del Bautismo. Para el segundo, vale la reiteración, que los hombres se guarden de pecar convirtiéndose al Bien, la Verdad y la Belleza en tanto aceptación del llamado de Cristo.
Sin embargo, y pese a esta explicación, el hombre se pregunta: ‘¿Por qué sufre este inocente? ¿Por qué se abaten sobre él las iniquidades de los esbirros del Mal?’ ¿Por qué, Señor, no he de ser yo, pecador miserable, quien sufra en vez de esta criatura pura? En la base de estos interrogantes se encuentra el argumento que, como dijera en su día Gilson, más conquistas ha propiciado al ateísmo: ‘Si Dios existe, ¿por qué el mal?’.
La respuesta a esta cuestión nos la ha dado el Apóstol de los Gentiles cuando dice: ‘Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo’ (Col 1, 24). La comprensión del dolor inocente se completa y plenifica al advertir que el Cordero de Dios es el arquetipo del sufriente puro e inocentísimo. Alzando nuestra mirada al Varón de Dolores, como proféticamente lo llamara Isaías, nos acercamos al misterio inefable que permite aprehender el porqué del dolor de los niños.
En efecto, para la remisión total de los pecados del mundo era necesaria tal pureza en la víctima que sólo Dios podía poseerla y por ello envió a su propio Hijo sobre la tierra a morir en la Cruz. Pero para completar el sufrir del Ungido, como enseña San Pablo, es necesaria la más alta contribución que el hombre puede brindar: el ofrecimiento de las almas que sufren sin el peso de las propias culpas personales, al modo de Nuestro Señor.
‘El niño doliente – dice el P. Gnocchi – es un pequeño cordero que purifica y redime’. Es por ello, como dijera Pío XII en su hora, ‘un sacrificio viviente de la humanidad inocente por la humanidad pecadora’. Cada niño mancillado es, en virtud del Misterio, un precioso intercesor y mediador de gracias.
La Pedagogía del dolor inocente
El P. Gnocchi llega al núcleo de su obra cuando advierte que los educadores cristianos, es decir los padres, los sacerdotes y los maestros, deben conocer y aplicar los principios de la ‘pedagogía sobrenatural del dolor’. Tienen el deber de procurar, en cada niño sufriente, la conciencia y el sentido del valor de su dolor. El pequeño ha de reconocer así que el fin último de su pesar es Cristo crucificado que sufre con él y por él por la remisión de los pecados del mundo.
Sin esta conciencia debidamente inspirada por los educadores cristianos se produce un ‘enloquecedor derroche’ pues el niño no sabe porqué sufre (una razón más, vale agregar, para resistir el avance destructivo del laicismo anticristiano en nuestras escuelas). Si los pequeños no alcanzan esta conciencia, nos dice Don Carlo, ‘se priva a Cristo y a la Iglesia del tesoro insustituible y precioso del dolor infantil’.
En efecto, la casi siempre impertérrita desatención hacia las ‘cosas del Cielo’ suele impedir a los hombres advertir el enorme valor de tesoros espirituales como éste, escondido en las almas de los inocentes.
Es cierto que Don Gnocchi, testigo inmediato de la orfandad, enfermedad y mutilación de los niños, dedica poca atención al sufrimiento moral de los mismos. Pero es verdad también que vivió en una época signada por la guerra y en la que todavía no se vislumbraban los oscuros contornos de la Cultura de la Muerte. Hoy, el ‘dolor del alma’ de los pequeños es cosa cotidiana, asediados como están por quienes con escarnio e irrisión los hacen objeto de las más terribles atrocidades. Don Gnocchi no llegó a conocer la prostitución infantil institucionalizada, el aborto considerado como derecho humano, la ideología de género embebiendo toda perversa educación sexual. No alcanzó a ver, ¡feliz de él!, la retorcida pretensión destructiva de la niñez de los ‘defensores de los derechos de los niños’ que ocupan sitiales de honor en los organismos internacionales ni escuchó los argumentos a favor de la eutanasia de los niños enfermos, bajo pretexto de ‘no hacerlos sufrir’. Valga esto de excusa suficiente para algunas omisiones, que hoy en día resultarían del todo inadmisibles.
El Buen Combate por los niños dolientes
Grande yerro se comete si se cree que de lo antedicho se colige la pasividad ante el sufrimiento de los niños. La necesidad de adquirir el sentido de la sublime teología del dolor y su consecuente pedagogía, no invalida en absoluto el hecho de combatir la iniquidad del ‘mundo’ hacia los que sufren, especialmente contra los débiles e inocentes.
Lo sostiene con vigor el Santo Padre al advertir que ‘el Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento’ (S.D., N° 29) Nada puede, ni debe, abolir nuestra pena cuando asistimos a la visión de un niño mancillado en su pureza, vulnerado en su inocencia.
Lo ha dicho el Señor a los justos que piadosamente acunaron a los párvulos: ‘Todo lo que hiciereis a uno de mis pequeños, a Mi me lo hacéis’ (Mt 10,42). Pero también sentenció a los impíos que los avasallaron: ‘En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mt 25,45)
Apremia el derecho y la obligación del combate contra los que propalan el dolor físico y moral a niños. Son sus enemigos y por ello lo son de la Iglesia y de Cristo mismo.
El Buen Combate que ha de librarse es ante todo interior, para evitar que los párvulos sufran por la remisión de nuestras miserias. Pero es también exterior pues se trata, como dice Juan Pablo II, de ‘la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que nos presenta el mundo contemporáneo’ (S.D, N° 31)
Por ello, y se nos disculpará lo atrevido de la afirmación, restaurar los verdaderos derechos (naturales y sobrenaturales) de los niños es restaurar de los derechos de Cristo Rey. Es, en definitiva, iniciar el tránsito por el largo y providencial camino hacia la Restauración de Cristo en todas las cosas.
¿Cómo comenzar? Hagamos lo que nos ordena el P. Gnocchi: todas las mañanas besemos el corazón de nuestros pequeños para reconocer allí la Santísima Trinidad presente y operante.
San Bernardo de Claraval, el hombre más importante del siglo XII
Fue el gran impulsor de la Orden Cisterciense y tenía un don especial para convencer a las personas para que siguieran a Cristo
Bernard de Fontaine (san Bernardo de Claraval) nació en el castillo Fontaines-les-Dijon, en la Borgoña (Francia) en el año 1090. Sus padres eran los señores del castillo y recibió un alto nivel de educación junto a sus siete hermanos en las materias de latín, literatura y religión.
Se le considera el hombre más importante del siglo XII por su santidad y sus aportaciones a la Historia. Impulsó la arquitectura gótica, fue predicador de la Segunda Cruzada (aunque los cristianos perdieron ante los musulmanes), impulsó la Orden del Císter, desempeñó la función de abad de forma ejemplar… También defendió al papa Inocencio II del antipapa Anacleto.
Una personalidad que arrastraba
De su personalidad se dice que era líder, amable, simpático, alegre, inteligente… Se le llamaba el «doctor boca de miel» (melífluo) por la dulzura de sus palabras. Atrajo a muchas almas a Dios. Hasta tal punto, se dice, que había mujeres que tenían miedo de presentarle a sus novios para que no los convenciera y se entregaran a la vida religiosa.
Una conversión anhelada
San Bernardo no siempre fue así. Tuvo su conversión.
Durante algunos años vivió con las facilidades propias de su familia noble y frecuentaba la vida social con superficialidad. Sin embargo, notaba que la vida de lujo y fiestas no le llenaba el corazón.
Una noche de Navidad, durante la celebración litúrgica, se quedó dormido. Entonces se le apareció la Virgen con el Niño en brazos en Belén. La Virgen le ofreció a Jesús para que lo amara e hiciera que muchos otros lo amaran también. San Bernardo decidió en ese momento dar un giro a su vida y consagrarse a la vida religiosa y al apostolado.
Propulsor del Císter
En el año 1113, teniendo 23 años, ingresa como novicio en el convento de la Orden del Císter junto con un grupo de unos 30 hombres de origen noble que él mismo había reunido. Entre ellos estaban sus cuatro hermanos mayores, uno de ellos casado, al que convenció de que renunciara a su esposa e hijos para hacerse monje. Su padre ingresó al fallecer su madre, y también se entregaron a la vida religiosa su hermana santa Humbelina y el marido de esta.
El superior del convento era san Esteban Harding, que vio en Bernardo una vocación firme y fiel. De ahí que en 1115, cuando el monasterio está demasiado lleno, decide enviar al joven monje para que funde el monasterio de Claraval (Clairvaux). Así, a lo largo de su vida fundará 68 monasterios, siempre siendo abad de Claraval hasta su muerte.
A san Bernardo de Claraval se le atribuye una de las oraciones más rezadas por los cristianos a la Virgen, el “Acordaos”. Esto se debe a una confusión con el padre Claudio Bernardo, del siglo XVII, quien la difundió. Sin embargo, hay que decir que el santo contribuyó a la devoción a la Santísima Virgen con sus escritos.
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Falleció el 20 de agosto de 1153.
Patronazgo
San Bernardo de Claraval es patrono de Gibraltar, Algeciras (Cádiz), de los trabajadores agrícolas y del Queen’s College de Cambridge.
Oración
Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María! Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estella, invoca a María! Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: ¡invoca a María! Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios. En medio de tus peligros, de tus angustia, de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María! El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se parten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos. ¡Siguiéndola no te pierdes en el camino! ¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás! Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer. ¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial! Amén.
COMENTARIO DE MAYTE MALDONADO ESTÁ EN PAX Y VA TENER UN ENCUENTRO ABIERTO EN PAX ESTE MARTES. ESTÁN INVITADOS TODOS USTEDES. NO SE LO PIERDA SI PUEDE.
Descripción
Me busqué a mí misma y encontré a Dios. Busqué a Dios y me encontré a mí misma?. Proverbio sufí. Crucé los mares y los cielos infinidad de veces en pos de mi felicidad, pero sobre todo por el afán de hallar lo material: el lujo y el dinero, la fama y el poder; a veces todos ellos escondidos tras los múltiples disfraces del amor. Viví en el torbellino de muchas aventuras. Probé demasiadas veces la dulce miel del placer pero también probé la amarga hiel de la desdicha. Invito al lector a que venga y camine un rato conmigo y comparta las glorias y las vicisitudes de una mujer que ha luchado, que ha ganado y, también, que ha perdido; que ha llorado y ha sufrido; una mujer que, por encima de todo, ha celebrado con suma gratitud y gozo lo intensamente vivido.
Treinta años llevaban circulando en la mente de la salmantina Mayté Maldonado las líneas básicas de su nueva obra, Apocalipsis 2021 (Ediciones Punto Rojo), justo desde aquel momento en el que su exitosa vida personal y profesional se detuvo en seco para dar paso a una existencia espiritual plena, centrada en la extensión del mensaje de Jesús de Nazaret.
Nacida en la miseria más absoluta, en medio de la provincia de Salamanca, con un DNI en el que figura 1937 como fecha de nacimiento y con un pasaporte estadounidense que recoge que nació en el año 1944, esta mujer de padre desconocido vivió tres décadas de lujos, excesos y absoluto éxito profesional. Su objetivo atractivo físico le llevó a trabajar en el mundo de la noche madrileña de los años 50, donde rápidamente se convirtió en una estrella del espectáculo.
Dotada de un innegable talento para los negocios, siempre poniendo por delante la estrategia y la lógica, Mayte se convirtió en Mayté cuando optó por cruzar el océano Atlántico para seguir triunfando al otro lado del charco. Chile, México, Los Ángeles o Miami dieron cabida a sus multitudinarios y exitosos espectáculos, aunque nada comparado con lo cosechado en Panamá y, especialmente, en Puerto Rico, que es donde reside la parte del año que no vive en su casa salmantina de Vega de Tirados, el pueblo en el que nació.
La inmensa fortuna que atesoró después de décadas de trabajo constante fue directa a lo que se estilaba por aquella época (y por la actual): casas, pieles, joyas, helicópteros… y su presencia se hizo más que habitual en la incipiente prensa rosa de los años setenta y ochenta. Su nombre apareció vinculado a los de, solo por poner algunos ejemplos, Alfonso de Borbón, Cantinflas, Farah Diva, Adolfo Suárez o Alfonso de Hohenlohe. Por no hablar, claro, de Omar Torrijos, el militar panameño que gobernó su país durante la década de los 70 y al que le unió una gran amistad.
Todo esto ya lo contó Mayté Maldonado en La condesa se confiesa, el libro de memorias que publicó en 2015, y en el que hay un capítulo muy especial para rememorar su encuentro con Jesús de Nazaret en la habitación de la prestigiosa clínica Mayo en la que esperaba para ser operada de un cáncer de mama que tenía muy mal diagnóstico. A partir de ese momento todo cambió y lo que había sido una vida de éxitos, lujos y dinero, se convirtió en una existencia dedicada única y exclusivamente a transmitir el mensaje de Jesús, convirtiéndose en una de las mayores recaudadoras de fondos para la Iglesia de todo el mundo. Fue ese el momento en el que Mayté empezó a pensar que algo no iba del todo bien en el mundo.
Pero aún faltaba un último empujón para plasmar todas esas ideas en el libro que presentó la pasada semana en Madrid. El ascenso del Papa Francisco al liderazgo de la Iglesia católica en 2013 fue el espaldarazo definitivo que necesitaba para poner, negro sobre blanco, todo aquello en lo que pensaba y le trasmitía Nuestro Señor Jesucristo y que coincidía, punto por punto, con las primeras y, en aquel momento, rompedoras opiniones del Santo Padre.
En Apocalipsis 2021, Mayté Maldonado lanza un desesperado grito de socorro ante los gravísimos problemas que ponen en peligro la continuidad misma de nuestra especie, la hambruna, el calentamiento global y la emigración forzada, y con la pandemia de coronavirus como telón de fondo y primer y serio aviso previo a nuestra desaparición como civilización. Para luchar contra estos males, y contra todas las epidemias que están por venir, Maldonado aboga por la necesidad universal de pedir perdón, empezando por los políticos que creen dominar el mundo, y acabando por todas las personas que, durante las últimas décadas, han dado la espalda a Dios provocando así el actual triunfo de la oscuridad sobre la luz. El punto culminante de este Apocalipsis 2021 es la instauración de un fondo económico global en el que tomarán parte los mayores billonarios del mundo cediendo una parte de su fortuna, que quedará bajo el estricto control del Papa Francisco. La empresaria salmantina es consciente de que las personas más ricas del planeta ya son las principales donantes en el mundo actual, pero también de que es necesario el indiscutible liderazgo del Santo Padre para distribuir su dinero de manera ordenada y eficiente.
Toda aquella vida de trabajo, lujo, ambición y desenfreno se frenó el 5 de febrero de 1991, cuando le diagnosticaron cáncer de mamá. Intervenida en la prestigiosa clínica Mayo de Minnesota, le extirparon los dos pechos en una exitosa operación. Ahí es cuando sufre un tremendo procesión de conversión espiritual después de ver la imagen de Jesús de Nazaret. «Mi congoja era extrema y total. Nada ni nadie podía consolarme por haber dejado pasar tantos años sin dedicarle a este Ser tan maravilloso mi vida, mis pensamientos, mi alma, mi trabajo, todo lo que había ganado, y toda mi fortuna», cuenta Mayte, quien desde ese momento decide centrar todos sus esfuerzos, celibato incluido, en seguir la estela de Jesucristo. Y, a través de su fundación Jesús de Nazaret, hasta ahora.
Lo que han leído es solo un resumen de «La condesa se confiesa». Si se han quedado con ganas de más, que sería lo suyo, no lo duden. Búsquenlo y déjense sorprender. No pararán de hacerlo.