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• Luke 1:39-56

• Obispo Robert Barron

 

Amigos, el Evangelio de hoy habla de la visita de María a Isabel. Siempre me ha fascinado la “prisa” de María en la historia de la Visitación. Al escuchar el mensaje de Gabriel sobre su embarazo y el de su prima, María “viajó apresuradamente a la región montañosa, a un pueblo de Judá” para ver a Isabel.

¿Por qué fue con tanta rapidez y determinación? Porque había encontrado su misión, su papel en el teo-drama. Hoy estamos dominados por el ego-drama con todas sus ramificaciones e implicaciones. El ego-drama es la obra que estoy escribiendo, produciendo, dirigiendo y protagonizando. Vemos esto absolutamente en todas partes de nuestra cultura. La libertad de elección reina suprema: me convierto en la persona que elijo ser.

El teo-drama es la gran historia contada por Dios, la gran obra dirigida por Dios.

Lo que hace la vida emocionante es descubrir tu papel en ella. Esto es precisamente lo que le ha sucedido a María. Ha encontrado su papel —de hecho, un papel culminante— en el teo-drama, y ​​quiere compartir con Isabel, quien también ha descubierto su papel en el mismo drama. Como María, tenemos que encontrar nuestro lugar en la historia de Dios.

Hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, contemplamos su ascensión en cuerpo y alma a la gloria del Cielo. También el Evangelio de hoy nos la presenta ascendiendo, esta vez a una «región montañosa» (Lc 1, 39). ¿Y por qué sube? Para ayudar a su prima Isabel, y allí proclama el cántico gozoso del Magnificat. María sube y la Palabra de Dios nos revela lo que la caracteriza mientras sube: El servicio al prójimo y la alabanza a Dios. (…)  Y cuando nos agachamos para servir a nuestros hermanos y hermanas es cuando subimos: es el amor lo que eleva la vida. Nosotros vamos a servir a nuestros hermanos y hermanas y por este servicio vamos «subiendo». Pero servir no es fácil: la Virgen, que acaba de concebir, recorre casi 150 kilómetros para llegar a casa de Isabel desde Nazaret. Ayudar tiene su precio, a todos nosotros. (…) Pero el servicio corre el riesgo de ser estéril sin la alabanza a Dios. En efecto, cuando María entra en casa de su prima, alaba al Señor. No habla de su cansancio por el viaje, sino que de su corazón brota un cántico de júbilo. Porque quien ama a Dios sabe alabar. Y el Evangelio de hoy nos muestra «una cascada de alabanzas»: el niño salta de alegría en el seno de Isabel (cf. Lc 1,44), que pronuncia palabras de bendición y «la primera bienaventuranza»: «Feliz de ti por haber creído» (Lc 1,45); y todo culmina en María, que proclama el Magnificat (cf. Lc 1,46-55). La alabanza aumenta la alegría. La alabanza es como una escalera: eleva los corazones. (Ángelus, 15 de agosto de 2023)

 

 

Asunción de Nuestra Señora

Solemnidad Litúrgica, 15 de agosto




Solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, acabado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Esta verdad de fe, recibida de la tradición de la Iglesia, fue definida solemnemente por el papa Pío XII en 1950.

Un ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: «María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda». María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica, eco de la de Nazaret, fue el preludio del gran acontecimiento.



Poco después, los Apóstoles, que sembraban la semilla evangélica por todas las partes del mundo, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa que les llevaba a Jerusalén en medio del silencio de la noche.

Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, hecho con efluvios de altar, en que la Madre de su Maestro aguardaba la venida de la muerte. En sus burdas túnicas blanqueaba todavía, como plata desecha, el polvo de los caminos: en sus arrugadas frentes brillaba como un nimbo la gloria del apostolado. Se oyó de repente un trueno fragoroso; al mismo tiempo, la habitación de llenó de perfumes, y Cristo apareció en ella con un cortejo de serafines vestidos de dalmáticas de fuego.




Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: «Ven, escogida mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza». Y María respondió: «Mi alma engrandece al Señor». Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desaparecía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón que no sabía de pecado, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne nunca manchada. Por las venas no corría la sangre, sino luz que fulguraba como a través de un cristal.



 

Después del primer estupor, se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: «Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad ese cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas». Se formó un cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba san Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles agitaban sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: «No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré; porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable». Acudieron los judíos con intención de arrebatar los sagrados despojos. Todos quedaron ciegos repentinamente, y uno de ellos, el príncipe de los sacerdotes, recobró la vista al pronunciar estas palabras: «Creo que María es el templo de Dios».



Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno al sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: «La paz sea con vosotros». Era Jesús, que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro, y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde; pero esta vez tiene una buena excusa: viene de la India lejana. Interroga y escudriña; es inútil, en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires una estela luminosa, que se extingue lentamente, y algo que parece moverse y que se acerca lentamente hasta caer junto a los pies del Apóstol. Es el cinturón que le envía la virgen en señal de despedida.
 


Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos con soberanas claridades.

 

Nunca la Iglesia quiso incorporarla a sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Penetró en todos los países, iluminó a los artistas e inspiró a los poetas. Parece que resurgió, una vez más, en el valle de Josafat, allá donde los cruzados encontraron el sepulcro en el que se habían obrado tantas maravillas y sobre el cual suspendieron tantas lámparas. Como la piedad popular quiere saber, pidiendo certezas y realidades, la leyenda dorada aparece con los rasgos con que el oriental sabe tejerlos entre el perfume del incienso y azahares, adornada con estallidos y decorada con ángeles y pompas del Cielo. Se difunde en el siglo V en Oriente con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes, Gregorio de Tours la pasa a las Galias, los españoles la leen en el fervor de la reconquista con peregrinos detalles y toda la Cristiandad busca en ella durante la Edad Media alimento de fe y entusiasmo religioso.

Ni fecha, ni lugar. ¿Cómo fue el prodigio? Escudriñando la Tradición hay un velo impenetrable. San Agustín dice que pasó por la muerte, pero no se quedó en ella. Los Orientales gustan de llamarla Dormición con ánimo de afirmar la diferencia. ¿Tránsito? Separación inefable. Ni el Areopagita, ni Epifanio, ni Dante acertaron a describir lo real indescriptible, inefable: el último eslabón de la cadena que se inicia con la Inmaculada Concepción y, despertando secretos armónicos, apostilla la Asunción con la Coronación que el arte de Fra Angélico se atreve a plasmar con pasta conservada en el Louvre. La Iglesia celebra, junto al Resucitado Hijo triunfante, a la Madre, singularmente redimida, Glorificada desde la Traslación.

 

 

La Asunción de la Virgen María

Sugerencias para vivir esta celebración




Explicación de la fiesta

La Asunción es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la dicha de alcanzar el Cielo, la gloria de Dios y en la alegría de tener una madre que ha alcanzado la meta a la que nosotros caminamos.

Este día, recordamos que María es una obra maravillosa de Dios. Concebida sin pecado original, el cuerpo de María estuvo siempre libre de pecado. Era totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado.

También, tenemos presente a Cristo por todas las gracias que derramó sobre su Madre María y cómo ella supo responder a éstas. Ella alcanzó la Gloria de Dios por la vivencia de las virtudes. Se coronó con estas virtudes.

La maternidad divina de María fue el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María por su sola la maternidad, sino por sus virtudes: su caridad, su humildad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento.

María cumplió perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso es lo que la llevó a llegar a la gloria de Dios.

En la Tierra todos queremos llegar a Dios y en esto trabajamos todos los días. Esta es nuestra esperanza. María ya ha alcanzado esto. Lo que ella ha alcanzado nos anima a nosotros. Lo que ella posee nos sirve de esperanza.
María tuvo una enorme confianza en Dios y su corazón lo tenía lleno de Dios.

Ella es nuestra Madre del Cielo y está dispuesta a ayudarnos en todo lo que le pidamos.

Un poco de historia

El Papa Pío XII definió como dogma de fe la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma el 1 de noviembre de 1950.

La fiesta de la Asunción es “la fiesta de María”, la más solemne de las fiestas que la Iglesia celebra en su honor. Este día festejamos todos los misterios de su vida.

Es la celebración de su grandeza, de todos sus privilegios y virtudes, que también se celebran por separado en otras fechas.

Este día tenemos presente a Cristo por todas las gracias que derramó sobre su Madre, María. ¡Qué bien supo Ella corresponder a éstas! Por eso, por su vivencia de las virtudes, Ella alcanzó la gloria de Dios: se coronó por estas virtudes.

María es una obra maravillosa de Dios: mujer sencilla y humilde, concebida sin pecado original y, por tanto, creatura purísima. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado de Dios.

En la Tierra todos queremos llegar a Dios y por este fin trabajamos todos los días, ya que ésa es nuestra esperanza. María ya lo ha alcanzado. Lo que ella ya posee nos anima a nosotros a alcanzarlo también.

María tuvo una enorme confianza en Dios, su corazón lo tenía lleno de Dios. Vivió con una inmensa paz porque vivía en Dios, porque cumplió a la perfección con la voluntad de Dios durante toda su vida. Y esto es lo que la llevó a gozar en la gloria de Dios. Desde su Asunción al Cielo, Ella es nuestra Madre del Cielo.



Sugerencias para vivir la fiesta:

• Tener una imagen de la Virgen María en el momento de la Asunción y poner junto de ésta un florero para repartir una flor con un letrero de una virtud propia de la Virgen para que cada uno medite en esta virtud y deposite la flor.
• Coronar a la virgen María poniéndole una corona y explicando al mismo tiempo por que llegó al Cielo en cuerpo y alma.
• Llevar y ofrecer flores a la Virgen.
• Rezar el Rosario en familia con mucha devoción.
• Cantar la canción a la Virgen María “¿Quién será esa mujer?”

 

 

La Asunción de la Virgen María: su tránsito al cielo en cuerpo y alma

La Iglesia de oriente y de occidente celebran por igual este gran misterio de fe, María Santísima fue llevada al cielo en cuerpo y alma

 

 

La Iglesia universal celebra con gran gozo el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo, y la víspera, recuerda la “Dormición” o bien, el “Tránsito” de esta vida al cielo, sin haber sufrido los dolores de la muerte, como lo dicen algunos místicos, porque el anuncio del dogma no aclara si María murió o se durmió, solo dice “cumplido el curso de su vida terrena”. Sin embargo, lo que sí proclama es que ella fue elevada al cielo en cuerpo y alma a la gloria celeste, y por como está declarado, se entiende que lo hizo sin que su cuerpo sufriera la corrupción.

El papa Pío XII proclama el dogma de la Asunción

Este es el dogma establecido por S.S.Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica Munificentissimus Deus –La glorificación de María con la asunción al cielo en alma y cuerpo–, que a la letra dice:

«Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado; que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste».

Como todos los dogmas, es una verdad que debemos creer, porque Dios quiso que así fuera.  La maravilla del privilegio que Santa María tuvo, sin duda fue por el gran amor que su Hijo le tiene y por la ausencia de pecado original.

 

 

El tránsito de María al cielo

Después de morir, la tradición cuenta que pasó tres días en el sepulcro, y al tercero, fue elevada al cielo por los ángeles. 

Ana Catalina Emmerick dice que María Santísima murió de amor, apagó sus ojos en una dormición o tránsito y de ahí subió al cielo. En su visión, narra que la vio entrar en la Jerusalén celestial y llegar al trono de la Santísima Trinidad; ahí vio un gran número de almas, en las que reconoció a San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel, a Zacarías y a San Juan Bautista, que vinieron al encuentro de María con un júbilo respetuoso; continúa diciendo que Ella tomó su vuelo entre ellos hasta el trono de Dios y de su Hijo, haciendo brillar sobre todo lo demás la luz, que salía de sus llagas, la recibió con amor todo divino, la presentó con un cetro y le mostró el mundo a sus pies.

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Esta hermosa visión nos da la esperanza sobre lo que nos espera, si procuramos vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios, amando y trabajando, y –por supuesto– orando a la Santísima Virgen María para que interceda por nosotros y nos ayude a alcanzar nuestro último destino a su lado, alabando a Dios eternamente.

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Una bella oración de la Asunción

¿Te gustaría elevarte un poco de esta tierra y disfrutar el amor que te permite intuir cómo será el cielo? Celebra el día de la Asunción con esta oración

 

 

¿Sientes a veces que te gustaría elevarte un poco de esta tierra y disfrutar el amor que te permite intuir cómo será el cielo? Cuando la miseria de este mundo te robe la esperanza, busca a María, que ya está en la gloria y a la vez permanece contigo. Aquí tienes, para ayudarte a encontrarla, una oración de la Asunción:

 

 

Una preciosa oración

Querida Madre María:

Levanto mi mirada de la tierra y mis ojos encuentran descanso en ti.
Tu mirada acogedora, tu rostro maternal, esas manos que abrazaron a Jesús y a tantos…

Pienso ahora en el día en que fuiste al cielo
y pasaste de este mundo a disfrutar de la unión sin límite con Dios.

Tu manto azul que protegió a Jesús en su vida en la tierra
llega ahora hasta mí y me envuelve dándome seguridad y paz.
Tus vestiduras blancas se han vuelto aún más puras
deslumbrándome con la luz de Cristo que ya es la tuya
y recibo tu comprensión, esperanza, paz, amor.

Madre admirable,
tus hijos reconocemos hoy lo que Dios quiso para ti:
que su amor desde siempre te levantó de la tierra
y para siempre te elevó a las alturas que nosotros aquí todavía anhelamos,
hasta el Reino celestial donde nos esperas,
donde un día descansaremos por fin
y nos llenaremos como tú de gracia, de Dios.

¡Vivas y reines por siempre, María,
en nuestros corazones, en nuestras almas,
así en la tierra como en el cielo!