John 3:13-17
Amigos, hoy celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. ¡Que extraña fiesta debe haber sido para alguien en el mundo antiguo! ¡El triunfo de la Cruz! Habría sido similar a que alguien hoy hable sobre el triunfo de la silla eléctrica o la exaltación de la horca.
La cruz era algo terrorífico para la gente en la época Greco-Romana, y ese era el punto. La cruz era terrorismo de estado, una forma de castigo capital reservado para aquellos que, del modo más ofensivo, habían socavado la autoridad del estado Romano.
Entonces, ¿por qué razón estamos celebrando el triunfo de la Cruz? Hay sólo una explicación posible, y ella es la Resurrección de Jesús de entre los muertos. Todo intento de minimizar y restar importancia a la Resurrección quedan afuera por medio de esta fiesta. Si Jesús fue sólo víctima de esa terrible cruz tout court, entonces todos debemos irnos a nuestras casas.
Pero cuando la experiencia de la Resurrección comenzó a ser internalizada, los primeros cristianos se volcaron con cautivante atención a la Cruz, convencidos que en ella iban a encontrar algo decisivo. De algún modo, en la extraña providencia de Dios, esa Cruz fue un ingrediente en el mismo proceso por el cual Dios salvaría al mundo.
Jesús levantado: en la cruz. Moisés hace una serpiente y la levanta. Jesús será levantado, como la serpiente, para dar la salvación. Pero el núcleo de la profecía es precisamente que Jesús se hizo pecado por nosotros. No ha pecado: se ha hecho pecado. Como dice San Pedro en su carta: “Llevó nuestros pecados en su propio cuerpo” (cf. 1Pe 2,24). Y cuando miramos el crucifijo, pensamos en el Señor que sufre: todo eso es verdad. Pero nos detenemos antes de llegar al centro de esa verdad: en este momento, Tú pareces el mayor pecador, Tú te has hecho pecado. Ha tomado sobre sí todos nuestros pecados, se ha aniquilado a sí mismo hasta ahora. La cruz, es verdad, es un tormento, está la venganza de los doctores de la Ley, de los que no querían a Jesús: todo esto es verdad. Pero la verdad que viene de Dios es que Él vino al mundo para tomar nuestros pecados sobre sí mismo hasta el punto de hacerse pecado. Todo pecado. Nuestros pecados están ahí. Debemos acostumbrarnos a mirar el crucifijo bajo esta luz, que es la más verdadera, la luz de la redención.
(Homilía Santa Marta, 31 marzo 2020)
Exaltación de la Santa Cruz
Fiesta
Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.
Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fue llevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.
Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: «En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero» (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.
«No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado» (León Bloy). «Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía» (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
———————————————
La Exaltación de la Santa Cruz
Himno (laudes)
Brille la cruz del Verbo luminosa,
Brille como la carne sacratísima
De aquel Jesús nacido de la Virgen
Que en la gloria del Padre vive y brilla.
Gemía Adán, doliente y conturbado,
Lágrimas Eva junto a Adán vertía;
Brillen sus rostros por la cruz gloriosa,
Cruz que se enciende cuándo el Verbo expira.
¡ Salve cruz de los montes y caminos,
junto al enfermo suave medicina,
regio trono de Cristo en las familias,
cruz de nuestra fe, salve, cruz bendita!
Reine el señor crucificado,
Levantando la cruz donde moría;
Nuestros enfermos ojos buscan luz,
Nuestros labios, el río de la vida.
Te adoramos, oh cruz que fabricamos,
Pecadores, con manos deicidas;
Te adoramos, ornato del Señor,
Sacramento de nuestra eterna dicha. Amén
ORACIÓN
Señor, Dios nuestro, que has querido salvar a los hombres por medio de tu Hijo muerto en la cruz, te pedimos, ya que nos has dado a conocer en la tierra la fuerza misteriosa de la Cruz de Cristo, que podamos alcanzar en el cielo los frutos de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-
Himno (vísperas)
Las banderas reales se adelantan
Y las cruz misteriosa en ellas brilla:
La cruz en que la vida sufrió muerte
Y en que, sufriendo muerte, nos dio vida.
Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
Que, al ser herido por la lanza dura,
Derramó sangre y agua en abundancia
Para lavar con ellas nuestras culpas.
En ella se cumplió perfectamente
Lo que David profetizó en su verso,
Cuándo dijo a los pueblos de la tierra:
“ Nuestro Dios reinará desde un madero”.
¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol hornado con la regia púrpura
y destinado a que su tronco digno
sintiera el roce de la carne pura!
¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes,
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos!
A ti, que eres la única esperanza,
Te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos
Que acrecientes la gracia de los justos
Y borres los delitos de los malos.
Recibe, oh Trinidad, fuente salubre
La alabanza de todos los espíritus,
Y tú que con tu cruz nos das el triunfo,
Añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén
Dios nos ama con amor gratuito
Santo Evangelio según san Juan 3, 13-17. Exaltación de la Santa Cruz
Por: Cristian Gutiérrez, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Di con todas tus fuerzas, di al Señor: “Busco Tu rostro. Tu rostro busco, Señor”. Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo Te encontraré. Dios Altísimo, ¿qué hará este desterrado lejos de ti? Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Colma nuestros deseos y seremos felices. Sin ti todo es hastío y tristeza. Enséñanos a buscarte. Muéstrame Tu rostro, porque si Tú no me lo enseñas no puedo buscarte. Te buscaré deseándote. Te desearé buscándote. Amándote, Te encontraré. Encontrándote, Te amaré». (Fragmentos de una oración de san Anselmo)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Puedo detenerme a meditar con ayuda de este pasaje dos ideas. La primera de ellas es contemplar que enviaste a tu Hijo para salvarme. No lo enviaste para condenar, sino para salvar. Y no «salvar» en general, sino «salvarme». Es por ti, Jesús, que puedo llegar al cielo, que puedo obtener la vida eterna. Fuiste Tú, con tu cruz, quien alcanzó para mí la salvación eterna.
«Jesús me ha salvado», puede ser ya una frase trillada, que ya no dice nada a mi vida. Sin embargo, meditándola encuentro la verdad más importante de mi existencia. Ya no estoy condenado a la muerte eterna, a separarme de ti para siempre. No. Estoy salvo. Y no por mis propios méritos, por mi trabajo o mi esfuerzo; no por mi cruz, sino por la tuya. Dame la gracia de valorar siempre más el don de mi salvación y corresponder a los méritos de tu Pasión y muerte con mi amor y fidelidad.
La segunda idea es que enviaste a tu Hijo no para condenar. Lo enviaste para salvar, es decir, para enseñar, para corregir, para mostrar, para prevenir. Puede ser, Señor, que a veces tengo en mi vida una imagen tuya parecida a la de un juez, un juez muy a las medidas humanas: vigilante, vengativo, justiciero, incomprensivo. Sin embargo, este pasaje me habla de un Padre, un padre que envía a su Hijo.
No enviaste, Dios mío, un testigo, un juez, un acusador. Enviaste un Hijo, para que pudiera descubrirte como Padre, antes que como juez. Un Hijo que también me alcanza la filiación divina haciéndome su hermano. Un hermano que pone todos los medios posibles, incluso una cruz, para que yo, su hermano menor, pueda llegar a gozar eternamente de un Padre que me ama, y no de un juez que me condena. ¿Qué sentido tendría ir al cielo eternamente a «disfrutar» de alguien a quien no se conoce, no se ama, sino que se teme, a un juez? Pero si es un Padre, un Hermano al que ya se conoce y al que se le ama… entonces, creo, Señor, que sí vale la pena.
«No obstante los hombres hubieron incumplido más de una vez la alianza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús -el vínculo de la nueva y eterna alianza- un vínculo que nada podrá romper nunca».
(Ángelus de S.S. Francisco, 15 de marzo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me esforzaré por hacer con atención la señal de la cruz siempre que me vaya a signar o persignar como el mejor recuerdo de mi salvación.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El hallazgo de la Cruz de Cristo
La historia narra el hallazgo de tres cruces en una antigua cisterna, junto con los clavos…
En el 327 la emperatriz, madre de Constantino, fue peregrina en Jerusalén y quiso buscar la Santa Cruz.
La historia narra el hallazgo de tres cruces en una antigua cisterna, junto con los clavos (de los que uno está montado en la Corona férrea en Monza, un segundo está en la Catedral de Milán y el tercero en Roma) y del titulus, el cartucho –querido por Pilato- que contenía la condena en tres idiomas (un fragmento se encuentra en Roma, en la iglesia de la santa Cruz). Un milagro permitió identificar la cruz de Cristo.
Cuenta la leyenda que hacia el año 326 la emperatriz Elena de Constantinopla (madre del emperador Constantino I el Grande) hizo demoler el templo de Venus que se encontraba en el monte Calvario, en Jerusalén, y excavar allí hasta que le llegaron noticias de que se había hallado la Vera Cruz. El viaje se había realizado con objeto de encontrar el Santo Sepulcro, que se hallaba perdido. Se inició la búsqueda debido al culto de la cruz, desde la muerte de Jesucristo.
Según la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, cuando la emperatriz —que entonces tenía ochenta años— llegó a Jerusalén, hizo someter a interrogatorio a los judíos más sabios del país para que confesaran cuanto supieran del lugar en el que Cristo había sido crucificado. Después de conseguir esta información, la llevaron hasta el supuesto Monte de la calavera (el Gólgota), donde el emperador Adriano, 200 años antes, había mandado erigir un templo dedicado a la diosa Venus. Se cree que en realidad el Gólgota era una antigua cantera abandonada con un macizo rocoso, poco útil para la construcción, que quedó sin utilizar y constituyó posteriormente el patíbulo donde colocaban las cruces los romanos. Esta cantera estaba fuera de la muralla, pero cercana a ella.
Santa Elena ordenó derribar el templo y excavar en aquel lugar, en donde según la leyenda encontró tres cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones. Como era imposible saber cuál de las tres cruces era la de Jesús, la leyenda cuenta que Elena hizo traer un hombre muerto, el cual, al entrar en contacto con la cruz de Jesucristo, la Vera Cruz, resucitó. El hallazgo de la reliquia se conmemoraba antiguamente en el mes de mayo con el nombre de fiesta de la Invención de la santa Cruz.
La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo un fastuoso templo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia. Mucho después, en el año 614, el rey persa Cosroes II tomó Jerusalén y, tras la victoria, se llevó la Vera Cruz y la puso bajo los pies de su trono, como símbolo de su desprecio a la religión de los cristianos.
Tras quince años de luchas, el emperador bizantino Heraclio lo venció definitivamente en el año 628. Poco después, en una ceremonia celebrada el 14 de septiembre de ese año, la Vera Cruz regresó a Jerusalén, llevada en persona por el emperador a través de la ciudad procesionalmente. Dice la leyenda que cuando el emperador, vestido con gran magnificencia, quiso cargar con la reliquia, fue incapaz de hacerlo, no siéndole posible hasta que no se despojó de todas las galas a imitación de la pobreza y la humildad de Cristo. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Santa Cruz.
La Capilla de Santa Helena
Es una iglesia armenia del siglo XII en el nivel inferior de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén. En el sureste de la capilla hay una silla que tenía fama de ser un asiento que era usado por Santa Elena, madre del emperador Constantino, cuando fue en busca de la Vera Cruz. Hay dos ábsides en la iglesia, dedicados uno a Santa Elena y el otro a Dimas, el ladrón arrepentido en la cruz. La capilla está adornada con modestia en la memoria de la simplicidad de Santa Helena.
Desde el deambulatorio, una escalera baja hasta la capilla dedicada a Santa Elena. Las paredes de la escalera están recubiertas por cruces, incisas en los siglos pasados por los peregrinos Armenios para testimoniar la devoción por la Cruz de este pueblo.
La capilla de tres naves, con 4 columnas que sostienen la cúpula es de propiedad de los Armenios y es del siglo XII. Fuentes y excavaciones arqueológicas confirman que ya en el proyecto constantino el aula se utilizaba de alguna manera. De las paredes cuelgan muchas lámparas según el estilo armenio.
Desde la Capilla armenia de santa Elena se accede a la inferior del “Inventio Crucis”, en la que se celebra cada año, el 7 de mayo, la memoria del hallazgo de la Santa Cruz y donde el padre Custodio franciscano lleva en procesión la reliquia de madera de la Cruz de Cristo al punto en el que tradicionalmente se encontró.
Artículo relacionado:
Un cristianismo sin cruz se vuelve estéril
Divina Liturgia Bizantina en memoria de los mártires greco-católicos.
Fuente: Vatican News
Esta mañana Francisco preside la celebración de la Divina Liturgia Bizantina en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Miles de fieles están presentes en la plaza de la Mestská športová hala de Prešov.
La comunidad greco-católica es una comunidad pequeña, sin embargo, fue fuertemente perseguida durante la época comunista.
La comunidad greco-católica es una de las Iglesias orientales unida al Papa y hace de interfaz en la unión entre oriente y occidente. Esta celebración en particular hace presente la preocupación de Francisco por las minorías y confirma la unidad y cercanía entre las Iglesias.
Un cristianismo sin cruz se vuelve estéril
«Nosotros —declara san Pablo— proclamamos a un Mesías crucificado […], fuerza y sabiduría de Dios», indica el Papa en su homilía, y añade: “el Apóstol no esconde que la cruz, a los ojos de la sabiduría humana, representa todo lo contrario: es «escándalo» y «locura» (1 Co 1,23-24). La cruz era instrumento de muerte, y sin embargo de allí ha venido la vida”.
Francisco recuerda que el día de hoy, 14 de septiembre, la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Cruz, y en particular nos hace presente la imagen del evangelista Juan al pie de la cruz: “Contempla a Jesús, ya muerto, colgado del madero, y escribe: «El que lo vio da testimonio» (Jn 19,35). San Juan ve y da testimonio”.
¿Qué ve Juan al pie de la cruz?
A esta pregunta el Papa responde: “lo que han visto los demás”. Esto es: “Jesús, inocente y bueno, muere brutalmente entre dos malhechores (…) la enésima demostración de que el curso de los acontecimientos en el mundo no se modifica: a los buenos se los quita del medio y los malvados vencen y prosperan. A los ojos del mundo la cruz es un fracaso”.
El Papa nos advierte de “detenernos en esta primera mirada, superficial, de no aceptar la lógica de la cruz; de no dejar que Dios nos salve”. En suma, nos advierte de “No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios débil y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran tentación”.“Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril” insiste Francisco y nos anima a ver con más profundidad la realidad de la cruz: “San Juan, en cambio, vio en la cruz la obra de Dios. Reconoció en Cristo crucificado la gloria de Dios. Vio que Él, a pesar de las apariencias, no era un fracasado, sino que era Dios que voluntariamente se ofrecía por todos los hombres”.Jesús “eligió el camino más difícil: la cruz”, dice Francisco, porque “allí, donde se piensa que Dios no pueda estar, Dios ha llegado. Para salvar a cualquier persona que esté desesperada quiso rozar la desesperación, para hacer suyo nuestro más amargo desaliento gritó en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?».
El grito del Abandonado, el grito que salva
Este es un grito que salva, afirma Francisco: “Salva porque Dios hizo suyo incluso nuestro abandono. Y nosotros, ahora, con Él, ya no estamos solos, nunca”.
Francisco nos indica que para ver la gloria de la cruz tenemos que “detenernos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se llena de conmoción y no lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros”. El Papa también nos pide poner atención a cualquier reduccionismo de la cruz: “No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social”.
Dar testimonio
“Si se ahonda la mirada en Jesús, su rostro comienza a reflejarse en el nuestro, sus rasgos se vuelven los nuestros, el amor de Cristo nos conquista y nos transforma” indica el Papa, quien seguidamente recuerda: “¡Cuántas personas generosas aquí en Eslovaquia sufrieron y murieron a causa del nombre de Jesús! Un testimonio realizado por amor a Aquel que habían contemplado largamente. Tanto, hasta el punto de asemejarse a Él, incluso en la muerte”.
La cruz, fuente de un nuevo modo de vivir
“La cruz no quiere ser una bandera que enarbolar, sino la fuente pura de un nuevo modo de vivir. ¿Cuál? El del Evangelio, el de las Bienaventuranzas. El testigo que tiene la cruz en el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos y hermanas por los que Jesús ha dado la vida” dice Francisco.
A continuación, el Papa refiriéndose al testigo de la cruz dice: el testigo de la cruz “no usa los caminos del engaño y del poder mundano”, tampoco “quiere imponerse a sí mismo y a los suyos, sino dar la propia vida por los demás”; sigue el Papa, “No busca los propios beneficios”, para luego vivir de doble manera, que no es “el testimonio del Dios crucificado”.
El Papa dice, el testigo de la cruz persigue la estrategia del Maestro, “que es el amor humilde. No espera triunfos aquí abajo, porque sabe que el amor de Cristo es fecundo en lo cotidiano y hace nuevas todas las cosas desde dentro, como semilla caída en tierra, que muere y da fruto”.
El Papa finalizó la homilía haciendo un llamado: “Conserven el amado recuerdo de las personas que los han amamantado y criado en la fe. Personas humildes, sencillas, que han dado la vida amando hasta el extremo (…) Los testigos engendran otros testigos, porque son dadores de vida. Y así se difunde la fe (…) Y hoy el Señor, desde el silencio vibrante de la cruz, te dice también a ti: “¿Quieres ser mi testigo?”.
El Papa, invocando la intercesión de la Santa Madre de Dios dice: “pidamos la gracia de convertir la mirada del corazón al Crucificado. Entonces nuestra fe podrá florecer en plenitud, entonces los frutos de nuestro testimonio madurarán”.
El Triunfo de la Santa Cruz
La Exaltación de la Santa Cruz es una fiesta religiosa de la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa y otras denominaciones cristianas
Los libros litúrgicos contienen dos fiestas dedicadas al culto de la Cruz: La Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación, el 14 de septiembre.
La Exaltación de la Santa Cruz, también conocida como Triunfo de la Santa Cruz, es una fiesta religiosa de la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa y otras denominaciones cristianas, que se celebra el 14 de septiembre, ya que ese día es el aniversario de la consagración de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en 335.
La fiesta del Triunfo de la Santa Cruz se hace en recuerdo de la recuperación de la Santa Cruz obtenida en el año 614 por el emperador Heraclio, quien la logró rescatar de los Persas que se la habían robado de Jerusalén.
Al llegar de nuevo la Santa Cruz a Jerusalén, el emperador dispuso acompañarla en solemne procesión, pero vestido con todos los lujosos ornamentos reales, y de pronto se dió cuenta de que no era capaz de avanzar. Entonces el Arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: «Es que todo ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles».
Entonces el emperador se despojó de su manto de lujo y de su corona de oro, y descalzo, empezó a recorrer así las calles y pudo seguir en la piadosa procesión.
La Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron «Veracruz»(verdadera cruz).
Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.
A San Antonio Abad (año 300, fiesta el 17 de enero) le sucedió que el demonio lo atacaba con terribilísimas tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante cada vez que le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la cruz y el enemigo huía. Y dicen que entonces empezó la costumbre de hacer la señal de la cruz para librarse de males.
De una gran santa se narra que empezaron a llegarle espantosas tentaciones de tristeza. Por todo se disgustaba. Consultó con su director espiritual y este le dijo: «Si Usted no está enferma del cuerpo, ésta tristeza es una tentación del demonio». Le recomendó la frase del libro del Eclesiástico en la S. Biblia: «La tristeza no produce ningún fruto bueno». Y le aconsejó: «Cada vez que le llegue la tristeza, haga muy devotamente la señal de la cruz». La santa empezó a notar que con la señal de la cruz se le alejaba el espíritu de tristeza.
Cuando Nuestra Señora se le apareció por primera vez a Santa Bernardita en Lourdes (Año 1859), la niña al ver a la Virgen quiso hacerse la señal de la cruz. Pero cuando llegó con los dedos frente a la cara, se le quedó paralizada la mano. La Virgen entonces hizo Ella la señal de la cruz muy despacio desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Y tan pronto como la Madre de Dios terminó de hacerse la señal de la cruz, a la niña se le soltó la mano y ya pudo hacerla ella también. Y con esto entendió que Nuestra Señora le había querido dar una lección: que es necesario santiguarnos más despacio y con más devoción.
Mire a la gente cuando pasa por frente a una iglesia. ¿Cómo le parece esa cruz que se hacen? ¿No es cierto que más parece un garabato que una señal de la Cruz? ¿Cómo la haremos de hoy en adelante?
Como recuerdo de esta fecha de la exaltación de la Santa Cruz, quiero hacer con más devoción y más despacio mi señal de la Cruz.
Santoral 14 de septiembre: Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz: la mayor muestra del amor de Dios
En la misa se reza antes del Evangelio este aleluya: «Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo»
El 14 de septiembre se celebra en la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y en algunas confesiones protestantes la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
El calendario del Martirologio Romano recuerda que esta celebración va situada al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, que fue erigida sobre el Sepulcro de Cristo en el año 335, después de que santa Elena encontrara el lugar.
Te puede interesar: Así es como santa Elena reconoció la Verdadera Cruz de Cristo
La Santa Cruz es la señal distintiva del cristiano, porque es la gloria y la exaltación de Cristo, que murió por todas las personas para salvarnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna.
Te puede interesar: Cómo (y por qué) hacerse la señal de la cruz antes del Evangelio en la misa
San Pablo escribe en la Carta a los Filipenses 2, 6-11:
«Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
‘Jesucristo es el Señor’».
Señal de victoria
La Cruz fue castigo injusto, supuso dolor y fue la muerte de Cristo, pero significó el paso previo para que Dios llevara a cabo nuestra Redención con la Resurrección posterior.
Además, el Señor ha prometido que vendrá al final de los tiempos llevando la cruz en señal de victoria.
En «La peregrinación de la monja Egeria» se recoge una tradición que indica que en el año 628 el emperador romano de Oriente, Heraclio, recuperó la Cruz, que estaba en manos de los persas.
Estos, al apoderarse de ella, la habían llevado a Ctesifonte después de ocupar Jerusalén en el año 614.
Te puede interesar: ¿Quién fue la primera viajera, turista y peregrina?
Heraclio, al querer devolver la cruz a su lugar decidió tomarla y llevarla triunfante. Pero conforme avanzaba se le hacía más pesada, hasta tal punto que ya no podía con ella.
Le indicaron entonces que si quería alcanzar la cima, debía despojarse de sus vestimentas y de la parafernalia. Es la lección que puede aplicarse cualquier cristiano a su vida, al seguir las palabras de Cristo en el Evangelio: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará».
Lc 9, 23-24 También hoy es momento de crecer en la fe recordando aquella otra frase del Señor en el evangelio de san Juan, 12, 32:«… Y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Oración Señor, Dios nuestro,
que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo,
muerto en la Cruz,
concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio,
alcanzar en el cielo los premios de la redención.
Por nuestro Señor Jesucristo.