Matthew 25:1-13
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús reconoce la prudencia de las diez vírgenes sabias. En la Edad Media, la prudencia era llamada “la reina de las virtudes”, porque permitía a uno hacer lo correcto en una situación particular. La prudencia es una percepción de la situación moral, algo así como aquella que tiene un mariscal de campo sobre el juego o un político respecto de los votantes de su distrito.
La sabiduría es, como la prudencia, un tipo de visión, pero a diferencia de la prudencia es comprender el panorama general. Es la capacidad de examinar la realidad desde la perspectiva de Dios, apreciando la más grandiosa visión. Sin sabiduría, incluso el juicio más prudente sería erróneo, miope, o inadecuado.
La combinación, por lo tanto, de prudencia y sabiduría es especialmente poderosa. Alguien que sea sabio y prudente tendrá una idea del panorama general y también de la situación particular.
Esta es la combinación que poseen los santos. Es por eso que muchos de los santos podían ser etéreos y prácticos. Pensemos en la Madre Cabrini, una mujer con una visión notablemente amplia que también era capaz de negociar con banqueros y agentes inmobiliarios.
Está claro que con esta parábola Jesús quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y de las buenas obras. La fe que verdaderamente nos une a Jesús es la que, como dice el apóstol Pablo, «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Ser sabios y prudentes significa no esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato, empezar ahora. “Yo … sí, luego me convertiré” — “¡Conviértete hoy! ¡Cambia tu vida hoy!” — “Sí, sí: mañana”. Y lo mismo dice mañana, y así nunca llegará. ¡Hoy! Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor, debemos cooperar con él a partir de ahora y realizar buenas acciones inspiradas en su amor. (Ángelus, 8 noviembre 2020)
Josué, Santo
Patriarca del A.T., 1 de septiembre
Patriarca
Martirologio Romano: Conmemoración de san Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, que al recibir la imposición de manos por Moisés, fue lleno del espíritu de sabiduría, y a la muerte de Moisés introdujo de modo maravilloso al pueblo de Israel, cruzando el Jordán, en la tierra de promisión (Jos, 1, 1).Muerto Moisés, Josué es el capitán que introducirá a su gente Tierra Prometida. Ya era la hora de poseer la tierra que Dios prometió a los israelitas al sacarlos de Egipto. Han pasado cuarenta años. Es un pueblo joven el que está en las proximidades de Canán. Son los hijos de los que Yavé sacó con mano poderosa. Se han curtido en el desierto inhóspito donde han vivido del mimo de Dios y presenciando a diario sus grandezas. Tienen esculpida en su alma la idea de que sólo en la fidelidad a la Alianza tienen garantía de la protección de Dios.
Breve Reseña
Josué es un varón pletórico de fe y casto, joven y fuerte, que mantiene la seguridad de que será Dios quien vencerá a los poderosos habitantes de la tierra que se les da en posesión. Tienen que pelearla, pero sólo Dios les dará la victoria.
Jericó es la plaza fuerte que les abrirá las puertas a la conquista. Posee murallas duras y sus habitantes están aprestados a defenderla.
Es Dios quien habla ahora con Josué, como antes lo hiciera con Moisés, dándole instrucciones para la empresa. No se le pedirá pasividad, sino una disposición absoluta al misterio. La táctica guerrera sugerida es la más impensada y la menos descrita en las praxis de la guerra: hay que dar vueltas a la ciudad, cantando y tocando las trompetas. Así se caerán las potentes murallas de defensa.
Sin un «pero» de Josué y con la presteza originada por la fe sucede como Dios dice. Y es que Dios se ríe de las encuestas, la lógica humana se ve superada en su potencia y las estadísticas de los hombres se tornan enanas en su presencia. Sin embargo, la fe hace que se derriben las más altas murallas de la tierra.
¿Cómo te imaginas hoy el cielo?
Santo Evangelio según San Mateo 25, 1-13. Viernes XXI del Tiempo Ordinario.
Por: Balam Loza, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, amigo mío, vengo en este momento a estar un tiempo contigo. Quiero simplemente estar sin preocuparme de tantas cosas que poco a poco van ocupando mi corazón. Muchas veces busco el descanso en el confort de las cosas o en las distracciones pasajeras, que más o menos puedo disfrutar en el momento. Hoy vengo a tus pies para descansar contigo. Tú eres el que das la verdadera paz. Dame la paz, Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 25, 1-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras.
Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’. Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’. Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Salieron a esperar al esposo» Nuestra vida es un espera, un espera del momento en que nos encontraremos cara a cara con Dios. Este mundo no es nuestra morada porque es el cielo nuestro destino. Y es justamente lo que hoy Jesús nos quiere enseñar. Parece como si Jesús nos estuviese diciendo «¡Amigo, espera en mí! Todo pasa y solamente Yo quedo».
Puede pasar que con los años vamos «acomodándonos» y olvidando nuestro destino. Cuando éramos niños y nos hablaban del cielo nuestros ojos se iluminaban y se llenaban de curiosidad «¿Cómo será el cielo?». Pero la verdad es que nos olvidamos un poco de eso mientras nos hacemos adultos y llegan las preocupaciones, trabajo, dinero,… No pensamos más ni a la muerte ni mucho menos en el cielo. Lo vemos como algo lejano que queremos retrasar lo más posible.
La realidad es que de repente nos despiertan de nuestro sueño. Vemos, por ejemplo, que algún amigo después de luchar contra el cáncer ha muerto; nos damos cuenta que nuestros antiguos profesores de colegio comienzan a pasar por los achaques de la vejez; nuestros padres ya no son los de antes… En fin, nos damos cuenta que la vida pasa y que pronto nos encontraremos nosotros también con la realidad de la muerte.
«Velad porque no sabéis el día ni la hora» Nadie tiene cita con la muerte y es lo que nos repite el Evangelio con esta frase final. O mejor, todos la tienen pero llega por sorpresa, de un momento a otro. Podremos revelarnos o quejarnos y decir que es injusto Dios, pero Él mismo nos lo avisa. Pero no sólo avisa sino que no invita a ver la muerte, no como algo triste, sino como algo alegre, como una fiesta. Debemos mantener la llama de la esperanza en nuestro corazón. Debemos anhelar llegar al cielo. Debemos de esperar ese momento con los ojos iluminados y llenos de curiosidad como cuando éramos niños. Eso significa tener aceite suficiente para recibir al esposo que llega.
«¿Cómo hacemos para evitar que la luz y la sal pierdan sus características? ¿Cómo se hace para evitar que el cristiano deje de ser tal, sea débil, se debilite precisamente su vocación? Una respuesta se puede encontrar en otra parábola, la de las diez vírgenes: cinco necias y cinco prudentes. La prudencia y la necedad, viene del hecho que algunas habían llevado consigo el aceite, para que no faltase mientras que las otras, jugueteando con la luz, se olvidaron y su luz acabó apagándose. También la lámpara, cuando comienza a debilitarse, nos dice que tenemos que recargar la batería. La conclusión es, por lo tanto, la misma: ¿Cuál es el aceite del cristiano? ¿Cuál es la batería del cristiano para producir la luz? Sencillamente la oración».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de junio de 2016, en santa Marta.).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Esta semana voy a dedicar un momento para visitar un cementerio para pensar en cómo me estoy preparando para la muerte.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La oración de los cinco dedos
Podríamos orar todos por cada uno
1. El dedo pulgar es el que está más cerca de tí. Así que comienza orando por aquéllos que están más unidos a tí. Son los más fáciles de recordar. Orar por los que amamos es «una dulce tarea.»
2. El próximo dedo es el índice: Ora por los que enseñan, instruyen y curan. Ellos necesitan apoyo y sabiduría al conducir a otros por la dirección correcta. Manténlos en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes, a los gobernantes, a quienes tienen autoridad. Ellos necesitan la dirección divina.
4. El próximo dedo es el del anillo. Sorprendentemente, éste es nuestro dedo más débil. El nos recuerda orar por los débiles, enfermos o atormentados por problemas. Ellos necesitan tus oraciones.
5. Y finalmente tenemos nuestro dedo pequeño, el más pequeño de todos. El meñique debería recordarte orar por tí mismo. Cuando hayas terminado de orar por los primeros cuatro grupos, tus propias necesidades aparecerán en una perspectiva correcta y estarás preparado para orar por tí mismo de una manera más efectiva.