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Carlos Borromeo, Santo

Obispo de Milán, 4 de noviembre

Cardenal Obispo de Milán

Martirologio Romano: Memoria de san Carlos Borromeo, obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, fue en esta sede un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, y para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas para bien de los fieles. Pasó a la patria celeste en la fecha de ayer (1584)

Fecha de beatificación: en el año 1602 por el Papa Clemente VIII

Fecha de canonización: 1 de noviembre de 1610 por el Papa Pablo V

Etimologicamente: Carlos = Aquel que es dotado de noble inteligencia, es de origen germánico12:18

Breve Biografía

La gigantesca estatua que sus conciudadanos le dedicaron en Arona, sobre el Lago Mayor en el norte de Italia, expresa muy bien la gran estatura humana y espiritual de este santo activo, bienhechor y comprometido en todos los campos del apostolado cristiano.

Había nacido en 1538. Sobrino del Papa Pío IV, fue creado cardenal diácono cuando sólo tenía 21 años. El mismo Papa lo nombró secretario de Estado, siendo el primero que desempeñó este cargo en el sentido moderno. Aún permaneciendo en Roma para dirigir los asuntos, tuvo el privilegio de poder administrar desde lejos la arquidiócesis de Milán.

Cuando murió su hermano mayor, renunció definitivamente al título de conde y a la sucesión, y prefirió ser ordenado sacerdote y obispo a los 24 años de edad. Dos años después, muerto el Papa Pío IV, Carlos Borromeo dejó definitivamente Roma y fue recibido triunfalmente en la sede episcopal de Milán, en donde permaneció hasta la muerte, cuando tenía sólo 46 años.

En una diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria, Carlos estaba presente en todas partes. Su escudo llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad. No era una simple curiosidad heráldica, sino una elección precisa: él, noble y riquisimo, se privaba de todo y vivía en contacto con el pueblo para escuchar sus necesidades y confidencias. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra. Empleó todos sus bienes en la construcción de hospitales, hospicios y casas de formación para el clero.

Se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el concilio de Trento, del que fue uno de los principales actores. Animado por un sincero espíritu de reforma, impuso una rígida disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparse por las hostilidades que se iban formando en los que no querían renunciar a ciertos privilegios que brindaba la vida eclesiástica y religiosa. Fue blanco de un atentado mientras rezaba en la capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente a su atacante.

Durante la larga y terrible epidemia que estalló en 1576, viajó a todos los rincones de su diócesis. Empleó todas las energías y su caridad no conoció límites. Pero su robusta naturaleza tuvo que ceder ante el peso de tanta fatiga. Murió el 3 de noviembre de 1584. Fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

 

 

Quisiera escuchar tu corazón con alegría

Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10. Jueves XXXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, tu Espíritu siempre me lleva a amar, a construir, a difundir el bien, la verdad, y su belleza. Enséñame a escucharte en mi interior, a permitirte entrar en mi corazón, a dejarte guiar mi vida. Seré dócil: con tu gracia lo seré.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo entonces esta parábola: «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido”. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido”. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A veces soy duro de juicio con quien hace el bien; y mi juicio llega a extenderse incluso a Dios, sin quizá darme cuenta. En mi interior, en mi corazón, pretendo comprenderlo todo, Dios mío. Sí, ésa es mi tendencia. Siento constantemente una inclinación a darme la razón; a veces hasta cuando yo mismo sé que podría equivocarme.
¿Por qué no tiendo a lo contrario? Es decir, quizá me he dedicado tantas veces a seguir mis pensamientos, sentimientos, tanto, que poco escucho otras voces, otras opiniones, otros corazones, y quizá tampoco el tuyo…

Contemplo sólo mi percepción, y no miro, no intento siquiera mirar el interior de mi prójimo. Sí, de ése, de aquél; todos son mi prójimo. Y quizá los juzgo, sin pensar que también son hombres, mujeres que buscan caminar en este mundo, encontrar su felicidad.

Si alguna vez conoceré lo que hubo en cada persona, qué deseos, qué pensamientos, qué intenciones, qué ilusiones, no lo sé. Pero sé que Tú me pides una cosa, Dios mío: seguir tu ejemplo. Qué modelo tan digno de imitar, no lo hay mayor que el tuyo, hijo de Dios, Cristo, Tú que no miraste las obras de tus hermanos en esta tierra, sino que apuntaste a sus corazones, ésa era tu única ilusión: que te conocieran a ti para enseñarles la felicidad.

Mis fuerzas habrían de dirigirse entonces no tanto a ver si tengo o no razón en lo que pienso y siento; sino que más provecho haría si las dirigiera a imitar tu corazón. Acogiendo a toda alma, compartiéndole la dicha de tenerte, de buscarte a ti, Señor.

«Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido». Sí, esa oveja, justamente ésa: la he encontrado y estoy feliz.

«Cuando nosotros pecadores nos convertimos y dejamos que nos encuentre Dios, no nos esperan reproches y asperezas, porque Dios salva, nos vuelve a acoger en casa con alegría y lo celebra. Jesús mismo en el Evangelio de hoy dice así: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”. Y os hago una pregunta: ¿habéis pensado alguna vez que cada vez que nos acercamos a un confesionario hay alegría en el cielo? ¿Habéis pensado en esto? ¡Qué bonito!»(Ángelus de S.S. Francisco, 11 de septiembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy pensaré en una obra de caridad para aquellas personas a las que poco tendería a dar mi ayuda. La realizaré hoy.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

La conversión, experiencia de felicidad

El descubrimiento de la existencia de Dios produce sentimientos de alegría, paz, asombro y seguridad en la fe

A lo largo de la historia del Cristianismo han sido muchas las personas de los cinco continentes que en un momento determinado de su vida han descubierto la fe en Jesucristo profesada por la Iglesia Católica.

Existen conversos que nunca fueron cristianos y que, procedentes de padres ateos y pertenecientes a países que vetan la enseñanza religiosa, jamás han oído hablar de la existencia de Dios. La mayoría provienen del comunismo soviético; otros muchos, de religiones no católicas; y un gran número, aunque bautizados en la iglesia católica, no se interesaron por la fe o la abandonaron en un momento de su vida.

Es interesante observar que, tanto los que descubren la fe como los que retornan a ella, lo hacen por motivos singulares que Dios les hace ver, bien de forma espectacular o a través de un proceso más lento. He aquí algunos ejemplos:

Entre los conversos que nunca fueron cristianos resaltaría la figura de Tatiana Goritchéva. Nace en Leningrado en 1947. Estudiante brillante, a los 18 años es responsable de las Juventudes Comunistas y posteriormente, profesora de ética en la Facultad de Medicina. Relata su vacío interior, pasa por la meditación trascendental y el yoga hindú hasta que, de forma casual, lee el Padrenuestro que le inicia en su conversión. Ella misma relata: «De repente me sentí transformada. No fue mi razón idiota, sino todo mi ser el que comprendió que Él existía, Él, el Dios vivo, personal, que me ama y que ama a toda la creación (…)

Otra soviética, Svetlana Stálina, hija del dictador y genocida comunista Joseph Stalin [1]. Cuenta que cuando su hijo de 18 años enfermó gravemente, se negó a ir al hospital, a pesar de la insistencia del médico. Por primera vez en su vida, a los 36 años, pidió a Dios que lo curara. No conocía siquiera el Padrenuestro. Pero Dios, dice, le escuchó y después de la curación «un sentimiento interno de la presencia de Dios me invadió». Fue bautizada en primer lugar en la fe ortodoxa, el 20 de mayo de 1962. Ayudada por la CIA huye de Rusia en 1967 y se refugia en Occidente. Después de varios sucesos, la lectura de libros sobre la fe y la amistad y el ejemplo de amigos católicos contribuyeron a que se acercase a la Iglesia Católica, siendo bautizada en 1982. Cuenta que: «Los años de mi conversión han sido plenos de felicidad. La Eucaristía se ha hecho para mi viva y necesaria. el Sacramento de la Reconciliación con Dios a quien ofendemos hace que sea necesario recibirlo con frecuencia…»

André Frossard, prestigioso periodista francés (1915-1995) se consideraba un ateo perfecto, convencido de que Dios no existía y que el universo era una combinación de elementos colocados al azar. Sus padres habían decidido que escogiera su religión a los 20 años,»si contra toda esperanza razonable consideraba bueno tener una». Precisamente cuando tenía 20 años, entró una tarde en una capilla parisina en busca de un amigo. Cinco minutos más tarde salió invadido de una «alegría inagotable». Su amigo Willemin le pregunta: «¿Qué te pasa?» Responde: «Soy católico, apostólico, romano. Dios existe, y todo es verdad». Posteriormente lo explicaría en un libro que tituló: «Dios existe. Yo me lo encontré». Mereció el Gran Premio de la Literatura Católica en Francia en 1969, y se convirtió en un best-seller mundial.

Y, por último, no quiero dejar de mencionar a María Vallejo-Nágera, nacida en Madrid en 1964, hija del conocido psiquiatra y escritor, Juan-Antonio Vallejo-Nágera, Licenciada en Pedagogía y escritora. Su conversión se debió a una visita a Medjugorje, donde desde hace varios años hay apariciones de la Virgen a unos cuantos niños, hoy ya mayores.

El momento más destacado de su conversión, ocurrida en el año 2002, lo relata diciendo que, a pesar de que ella fue casi a la fuerza a ese lugar por insistencia de unas amigas, de pronto sintió que todo a su alrededor se paraba; no oía ni veía nada, únicamente percibió que caía sobre ella, como un rocío infinito, el amor de Dios. Durante sólo tres segundos tuvo su juicio particular: todos los pecados desde niña se le hicieron presentes. Y ese amor que sintió, fue tan grande que cambió radicalmente su vida. Actualmente, además de escribir libros, es invitada a dar conferencias para contar su impresionante conversión, por ciudades de Hispanoamérica y España.

Es un hecho, pues, que el descubrimiento de la existencia de Dios de forma extraordinaria, produce en esas personas sentimientos de alegría, paz, asombro y seguridad en la fe que acaban de experimentar. La conmoción interna ante ese hecho singular les lleva a entender, no el «amor a Dios» por parte del hombre sino principalmente el «amor de Dios» hacia el hombre, iniciándose así un despegue espiritual que les anima a confiar en la gracia de Dios y a luchar contra sus defectos.

Y hay que decir también que no es necesario tener una conversión «tumbativa» para vivir y gozar del amor que Dios nos tiene. Es más bien ser capaz de huir del acostumbramiento y asombrarse de las maravillas de Dios, profundizando en la Verdad y escuchando y asimilando lo que la Iglesia nos enseña. San Juan Pablo II al hablar de la Eucaristía, el jueves santo del año 2003, para mostrar la grandeza de lo que está enseñando a los cristianos, dice: «Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar el «asombro» eucarístico…»

También nos puede ayudar la experiencia de los santos. San Agustín (sigo IV) es uno de los más grandes convertidos de la historia cristiana. Descubrió el amor de Dios progresivamente, lo que le llevó a exclamar: «Tarde te amé, hermosura increada, tarde te amé » San Josemaría Escrivá (siglo XX) con una trayectoria distinta, escribió: «¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y no me he vuelto loco?»

La sabiduría de entender el amor de Dios, está al alcance de todos los hombres, de todos los tiempos.
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NOTA:
[1] Como regla, la mayoría de apellidos rusos cambian en su terminación en su forma femenina: se le añade la letra “a” (Ivánova, Sorókina), y -skii pasa a ser -skaia (p. ej.: Moskóskii – Moskóvskaia).

 

 

Mansedumbre, paciencia, oración y cercanía para caminar según el Espíritu

Catequesis del Papa Francisco, 3 de noviembre de 2021

También este primer miércoles de noviembre el Santo Padre celebró la tradicional Audiencia general en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano ante la presencia de numerosos fieles y peregrinos procedentes de numerosos países.

S.S. Francisco ofreció su Catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas. En esta ocasión la 14º, titulada “Caminar según el Espíritu”, que se introdujo con la lectura en la que el Apóstol afirma que, si viven según el Espíritu, no darán satisfacción a las apetencias de la carne, puesto que la carne tiene apetencias contrarias al Espíritu, y el Espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacen lo que quisieran. De ahí que debemos vivir según el Espíritu (Cf. Gal 5,16-17.25).

Caminar según el Espíritu Santo dejándonos guiar por Él

Tras darlos buenos días a los queridos hermanos y hermanas presentes el Papa explicó que este pasaje de la Carta a los Gálatas exhorta a los cristianos a caminar según el Espíritu Santo y a que “nos dejemos guiar por Él en nuestro seguimiento de Cristo”. Se trata de expresiones que indican que “la vida cristiana es acción, movimiento, dinamismo”. A la vez que el Apóstol nos dice que:

“Hay que evitar el camino opuesto, al que llama ‘los deseos desordenados’. Pero eso no significa que el mal o nuestros impulsos negativos vayan a desaparecer, sino que Dios es siempre más fuerte que nuestras resistencias y nuestros pecados”

Acción individual y comunitaria

Por otra parte, Francisco manifestó que este caminar según el Espíritu “no es sólo una acción individual”, sino que “implica también a la comunidad”.

“Para poder combatir los ‘deseos de la carne’ que no favorecen la comunión – como la envidia, la hipocresía, el rencor, las críticas destructivas – es necesario dar espacio a la gracia y a la caridad”

Amar siempre

Hablando espontáneamente en italiano el Papa agregó que “la regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y de nuestras hermanas”.

“Se trata de tolerar los problemas de los demás, los defectos de los demás en silencio en la oración, para encontrar después el camino justo para ayudarlos a corregirse. Y esto no es fácil. El camino más fácil es la charlatanería. Despellejar al otro como si yo fuera perfecto. Y esto no debe hacerse. Mansedumbre. Paciencia. Oración. Cercanía”

El amor es la regla suprema

Al concluir el resumen de su catequesis en nuestro idioma el Santo Padre dijo que “el amor es la regla suprema para poder seguir el camino de Cristo, nos hace conscientes de nuestra propia fragilidad, y nos hace misericordiosos y solidarios con las dificultades y debilidades de los demás”.

Saludos del Papa

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a dejarse interpelar por las palabras de san Pablo: ¿Caminamos según el Espíritu o nos quedamos encerrados en deseos mundanos? Si nos dejamos guiar por el Espíritu, también estamos llamados a acompañar a los que más sufren, a rezar por ellos, a ayudarlos de una manera concreta. Los animo a seguir en este camino con paciencia y alegría. Que Dios los bendiga”

En portugués

“Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa: ayer recordamos a todos nuestros seres queridos difuntos. No olvidemos que, para llegar a la meta, al final del camino de esta vida terrenal, necesitamos dejarnos guiar por el Espíritu. Sobre todos ustedes y sobre sus seres queridos invoco la bendición de Dios”.

En inglés

“Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los procedentes de Inglaterra y de los Estados Unidos de América, junto con el grupo de capellanes militares estadounidenses que han venido a Roma en estos días. Sobre todos ustedes y sus familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Que Dios los bendiga!”

En árabe

“Saludo a los fieles de habla árabe. El Espíritu Santo, además de darnos el don de la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar las cargas de los demás, y nos impulsa a corregirlas. De ello se desprende que la regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de los hermanos. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja siempre de todo mal!”.

En francés

“Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa, especialmente a los jóvenes confirmandos de la diócesis de Séez y a todos los peregrinos venidos de Francia. En estos días recordamos a nuestros queridos difuntos. Que el Espíritu Santo nos ayude a caminar vigilantes en la oración y fieles a la palabra de Jesús, en espera de encontrarlos un día en la alegría del cielo. ¡Que Dios los bendiga!”.

En alemán

“Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Recordemos que la comunión de la Iglesia incluye no sólo a nuestros hermanos y hermanas en este mundo, sino también a nuestros queridos difuntos. Por lo tanto, caminando en el Espíritu, realicemos la obra de misericordia espiritual y oremos por ellos, para que pronto alcancen la meta de la visión eterna de Dios”.

En polaco

“Ayer, al celebrar la Conmemoración de todos los fieles difuntos, encomendamos a nuestros seres queridos a la Divina Misericordia y, de manera especial, a los que esperan nuestra ayuda en la oración para entrar en la alegría de la vida eterna. La oración por los difuntos, sostenida por la esperanza que nos ha dado Cristo resucitado, no es una celebración del culto a la muerte, sino un acto de caridad hacia los hermanos y una asunción de las cargas de los demás. ¡Los bendigo de corazón!”.

En italiano

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana, especialmente al grupo Amici dello Sport de Falconara Marittima y a los fieles de la parroquia de Bellagio (Como). Los exhorto a dar testimonio en todos los ámbitos del amor infinito con el que Dios rodea a cada persona”.

Reflexionar sobre el sentido de la existencia terrenal

Por último, como es costumbre, el Papa dirigió su pensamiento a los ancianos, los enfermos, jóvenes y recién casados, a quienes les dijo: «La Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles difuntos, que hemos celebrado recientemente, nos ofrecen la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre el significado de la existencia terrenal y sobre su valor para la eternidad. Que estos días de reflexión y oración sean una invitación para que todos imiten a los santos que se mantuvieron fieles al plan divino durante toda su vida. Mi bendición para cada uno de ustedes».

 

 

El Viajero….con buena compañía

Para Jericó, quien quiera que sea y donde quiera que esté.

Qué injusticia. ¿Cómo podía ser que él, recto y trabajador, fuera acusado de negligente y ahora tuviera que sufrir un castigo injustamente? Bajó de sus doloridos hombros la carga que llevaba y miró al cielo profundamente azul, sin una sola nube. El sol caía a plomo sobre la arena del desierto, con la fuerza de un martillo sobre un yunque.

La carga de Jericó, que consistía en una bolsa con tirantes y herrajes para su transporte, debía pesar mucho, ya que al dejarla caer sobre la arena se hundió profundamente. Maldito el deber y maldito el talego, se dijo. ¡Cómo pesaban ambos!

El costal, al rozarle la espalda, le causaba excoriaciones en las que el sudor ardía como ácido. Los tirantes cortaban la piel de los hombros y los herrajes parecían las paredes de un horno para cocer panes. Un dolor sordo en todo el cuerpo le hizo cobrar conciencia de lo cansado que estaba. Por experiencia, el hombre supo que en la noche, con el frío, el dolor vendría sobre él como un león hambriento y sería terrible. Porque para agravar su desgracia, había perdido el manto y no tenía nada para cubrirse.

Forzando la mirada hacia el horizonte trató de distinguir su meta, pero sólo vio arena y el calor que reverberaba a ras del suelo. La fantasmagórica silueta de un animal cruzando un lago inexistente lo hizo estremecerse a pesar del calor. Recordó que alguien le había dicho alguna vez que no pensara cuánto faltaba por llegar, sino cuánto había avanzado. Se volvió hacia el otro lado, tratando de ignorar el dolor de su cintura y cuello. Otro interminable mar de arena se burló de él. Sólo se veían sus solitarias huellas, que parecían venir de ninguna parte. Estaba en medio de la nada y hacia la nada se dirigía. Se violentó para tratar de contener el llanto, pero la soledad y la desesperanza lo ahogaron y dos lágrimas rodaron por sus mejillas.

A duras penas logró dominarse y, con un quejido de agonía, volvió a colocar el talego sobre su dolorida espalda y comenzó a caminar otra vez, arrastrando los pies.

Fue al llegar a la cima de una duna cuando divisó a lo lejos una silueta recortada contra el azul del cielo. Al parecer se trataba de un hombre que llevaba su misma dirección. Aunque no estaba de humor para ser amable con nadie, pensó que la compañía no le vendría mal. De modo que hasta donde pudo, apretó el paso.

Pronto se dio cuenta que el otro viajero iba mucho más despacio que él. Con el sol y su carga sobre los hombros, Jericó se sentía al borde del agotamiento y constantemente miraba al piso. Fue así que descubrió que las huellas del que le precedía estaban salpicadas de sangre. Un chispazo de preocupación cruzó por su cabeza, pero fue sofocado con celeridad. Después de todo, ¿qué podría hacer él? Tenía sus propios problemas, todos graves.

Cuando llegó más cerca del viajero pudo distinguirlo mejor. Se trataba de un hombre alto, delgado, de cabellos revueltos y cobrizos. Su único equipaje era un pesado madero, que llevaba sobre los hombros. ¿Un madero? ¿Para qué querría un madero, que seguro pesaba sus buenos 50 kilos, en medio del desierto? Sólo que se tratase de un carpintero. O de un loco.

Al fin lo alcanzó, y entonces pudo ver el origen de las manchas de sangre que salpicaban sus huellas. Al parecer, las sandalias habían llagado los pies del viajero. Al emparejarse con él, lo saludó desganadamente.

—Shalom alejem .

—Alejem shalom —respondió el hombre alto, y le sonrió con evidente camaradería.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos se detuvieron y bajaron sus respectivas cargas. Luego se estudiaron con atención mutuamente. Cada uno veía su fatiga reflejada en el rostro del otro. Sin embargo, el hombre de las llagas tenía una mirada profunda y cargada de paz. Parecía contento de haber encontrado a Jericó. Casi como si lo esperara.

El primer viajero observó entonces la túnica blanca de lino, el cabello largo y la mirada franca. Comprendió que estaba ante un taumaturgo, un maestro de las Sagradas Escrituras.
—Rabbuní —pronunció, inclinándose con respeto.
El hombre alto sonrió con afecto y preguntó:

—¿Cómo te llamas, hermano?

—Jericó.

Si el nombre le pareció extraño para un judío, el taumaturgo no dio señas de ello. En cambio, sacó su bolsa de agua y le ofreció un trago. Cuando hubo saciado su sed, Jericó comprendió que ahora quedaba obligado a acompañar al Maestro. Éste pareció leer sus pensamientos y lo tranquilizó.

—No te aflijas, Jericó. No es tu obligación venir conmigo si no quieres. Pero pensé que tal vez podríamos ayudarnos y hacernos compañía.
Cuando extendió la mano para recibir su bolsa de agua, Jericó vio otra llaga sangrante en el antebrazo, justo arriba de la muñeca. Contuvo un estremecimiento y exclamó compungido:

—¡Rabbuní, estás herido!

—No te angusties, hijo.

—No creo que puedas ayudarme tú a mí, Rabbuní —dudó Jericó—, pero si quieres puedo llevar tu carga mientras tú sanas de tus heridas. Debe doler una barbaridad. ¡Y mira tus pies!

—Ciertamente, duele mucho —concedió el viajero—; pero no tienes que agobiarte con tu carga y con la mía.

—Puedo hacerlo, Maestro, en verdad —respondió Jericó con más caridad que convencimiento.

—Recuerda que no estás obligado a venir conmigo, Jericó. Pero si deseas acompañarme, podemos atar tu talego a mi madero y cargar éste sobre los hombros de ambos. Así nos repartiremos la carga y gozaremos la mutua compañía.

Jericó lo pensó unos momentos y reconoció que el taumaturgo tenía razón.

—Está bien, Rabbuní, haremos como dices. Y… uh… gracias.

Empezaron a caminar hombro con hombro, soportando ambas cargas sobre sus doloridas espaldas. Contra lo que esperaba, Jericó se dio cuenta que su macuto parecía pesar más por sí solo que atado al madero. Tal vez el Maestro era más fuerte de lo que aparentaba.

—¿Por qué haces este viaje? —preguntó el viajero.
Jericó, ensimismado en sus reflexiones, tardó un momento en contestar.

—Me culparon injustamente y apartándome de mis obligaciones, amigos y familiares, me pusieron en este camino. Solo.

—Así que no tienes más remedio que caminarlo.
—Así es.

—Eso explica la amargura que inunda tu corazón.
Jericó se preguntó si el Maestro estaría leyendo su mente.

Apartó la idea.

—¿Y a ti qué te pasó en las manos, Rabbuní? —preguntó por hacer charla.

—Un castigo.

—¿Hiciste algo malo? —se extrañó Jericó, pensando que para merecer un castigo tan atroz, debía haber cometido una falta muy grave. Por eso la respuesta lo desconcertó.

—No, yo no hice nada malo. Nunca lo he hecho.
—Entonces tu castigo fue injusto —respondió Jericó escandalizado.

—Fue necesario —aclaró el Maestro.

—¿Necesario? —se preguntó Jericó.

Un castigo injusto, pero necesario. ¿Qué significaba eso? Confundido, sólo atinó a decir lo obvio.

—Debe doler mucho.

—No sabes cuánto —admitió el Maestro, y su rostro se ensombreció—. Pero más me dolió ver el sufrimiento de mi mamá. Y el abandono de 11 amigos muy queridos. Y la traición de otro. Al final, sólo el más pequeño de ellos, el más querido, estaba ahí para consolar a mi madrecita querida. Tiempo después mis otros amigos regresaron, pero todos los días y a todas horas, otros amigos me abandonan, y hay quienes me vuelven a lastimar así como estás viendo.

—¿Y se dicen tus amigos? —se indignó Jericó.

—No los juzgues, Jericó. ¿O tú habrías aceptado sufrir el castigo junto a mí?

—Creo que no —respondió con tristeza el hombre—, me habría faltado el valor.

—Y sin embargo, yo te seguiría queriendo igual. Y te quiero, porque acompañarme y ayudarme a cargar este madero es una muestra de valentía, Jericó, y una muestra de caridad muy grande.

—Perdón, Rabbuní, no entiendo. ¿Qué es caridad?

—Amor. Simplemente amor. Pero del más grande, el de quien da todo sin dudar. El de quien da la vida por sus amigos.

Jericó se mantuvo callado unos momentos. Había cosas que no le quedaban del todo claras. Optó por cambiar de tema.

—Rabbuní, no entiendo. En lugar de que mi carga haya aumentado de peso atándola a la tuya, ahora me pesa menos.

—Sí, es cierto. La caridad aligera cualquier carga.

Entonces Jericó comprendió que el más beneficiado de los dos al compartir la carga había sido él mismo, y aquel hombre amable y generoso lo sabía cuando se lo propuso. Y además, no había dudado en compartir su agua, su dolor y su sangre por ayudarlo. De pronto, en medio de su dolor y desesperanza, Jericó tuvo la certeza de que el Maestro había esperado encontrarse con él para poder ayudarlo, a pesar de que Jericó ni siquiera lo conocía.

Sin poder contenerlas, gruesas lágrimas brotaron de sus ojos y sordos sollozos desgarraron su pecho. El llanto de odio que había contenido horas antes le había llenado de amargura el corazón. El llanto de ahora le llenaba de paz. Le purificaba.

Sin aviso, el Maestro dejó caer el madero y abrazó al hombre bañado en lágrimas.

—Amigo Jericó —habló el taumaturgo—, a veces el amor es tan grande que resulta doloroso. Pero es un dolor que purifica, como puedes sentirlo en este momento.

—Benditos sean mis enemigos —dijo el hombre entre sollozos—, porque al condenarme me pusieron en el camino en que te encontré, Rabbuní.

El Maestro separó ligeramente a Jericó de su pecho y le sonrió con calidez.

—¿Quieres ser mi amigo, Jericó?
El aludido sólo pudo afirmar con la cabeza. Aún tenía un nudo en la garganta.

Los hombres se separaron y el taumaturgo desdobló su manto y lo colocó sobre las espaldas de ambos. Luego, puso su brazo sobre los hombros de Jericó y lo estrechó contra sí.

—Gracias, Jericó, porque has mitigado mis sufrimientos al compartir los tuyos. Gracias también por dejarte amar y por amarme a mí.

—Acércate, querido amigo —llamó el Rabbuní—, para que te cubras bien con mi manto.

Luego de arrebujarse bien, Jericó ayudó al Maestro a alzar su carga, y reiniciaron la marcha hombro con hombro. Ahora el cansancio se aliviaba con el placer de la mutua compañía.

—¿Cuándo tendremos que separarnos, Rabbuní? ¿Cuál es tu camino? —preguntó entonces Jericó.

—No me llames Rabbuní, porque ya no somos dos extraños. Llámame Yeshua , como mis demás amigos. Y no nos separaremos, Jericó. Yo iré a donde tú vayas, y estaré contigo todos los días hasta el final de los tiempos.

Y así, los dos hombres se perdieron de vista en dirección al sol poniente.

 

 

Conoce a san Carlos Borromeo, el patrón de la banca

Un gran reformador de la Iglesia y también patrono de los seminaristas, de los catequistas y del sector de la bolsa

El italiano Carlo (Carlos en español) Borromeo nació en 1538. Era sobrino del papa Pío IV, quien con actitud nepotista lo nombró cardenal cuando tenía 22 años.

San Carlos había estudiado Derecho Civil y Eclesiástico, y era ya diácono. Más tarde lo nombraría secretario de Estado del Vaticano.

Borromeo hacía compatible la vida eclesiástica con la caza, las fiestas… Sin llevar una vida licenciosa, él mismo reconocería después su mundanidad.

Pero antes de ordenarse sacerdote comenzó un proceso de conversión al que contribuirían unos ejercicios espirituales. Llegó a contagiar ese espíritu de conversión a los más próximos, incluido su tío el Papa.

Carlos Borromeo se transformó en un hombre clave en la renovación promulgada por el Concilio de Trento. Participó en él y posteriormente fue nombrado arzobispo de Milán, donde aplicó la Contrarreforma católica.

Fue ejemplar en el servicio a los demás y se expuso cuando la peste azotó Milán, hasta el punto de que se la llamó «peste de san Carlos»: atendía a los enfermos y a los sacerdotes que morían por asistir a los infectados.

Falleció prematuramente por agotamiento el 3 de noviembre de 1584.

San Carlos Borromeo es patrón de los catequistas, de los seminaristas y de las personas que trabajan en el sector de la bolsa y la banca.

Oración a san Carlos Borromeo

Padre de los pobres san Carlos Borromeo,
ángel de la caridad para enfermos y necesitados,
y para todos modelo de fe, de humildad,
de pureza, de virtudes
y de constancia en el sufrimiento.
Empleaste todos tus dones
para la mayor gloria de Dios,
y para la salvación de los hombres,
siempre con un sacrificio total,
hasta el punto de ser víctima
de tu bondadosa entrega.
Concédenos a los que te admiramos
firmeza en nuestros propósitos,
fuerte espíritu de sacrificio
y tenacidad y constancia,
para el bien de nuestras vidas, almas y mente.
Intercede por nuestras preocupaciones,
para que el Señor nos ayude y conceda
solucionar esta difícil y gran necesidad:
(pedir lo que se necesite).
Milagroso san Carlos,
no nos dejes solos en este desasosiego,
danos tu protección, ayuda y consuelo,
danos fidelidad al Señor,
amor y bondad con los demás,
constancia y esperanza en las adversidades
y paz, alegría y sosiego en las fatalidades.
Dios Padre, no mires nuestros méritos,
sino los de tu querido siervo
y nuestro buen protector, san Carlos.
Ayúdanos a ser fieles testigos de la fe,
para que lleguemos un día
a disfrutar contigo del cielo.
Amén.

(Rezar el Credo, Padrenuestro, Avemaría y Gloria).

(Se reza tres días).