.

Debemos guardarnos de la pereza espiritual

Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo

 

En la Biblia el monte siempre tiene un significado especial: es el lugar elevado, donde el cielo y la tierra se tocan, donde Moisés y los profetas vivieron la extraordinaria experiencia del encuentro con Dios. Subir al monte es acercarse un poco a Dios (…) Pero tengamos cuidado: ese sentimiento de Pedro de que “es bueno estarnos aquí” no debe convertirse en pereza espiritual.

No podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro. Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida cotidiana.

Debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús.

Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano. (Ángelus, 28 febrero 2021)

 

 

• Mark 9:2-13

Amigos, el Evangelio de hoy nos presenta la Transfiguración de Cristo. ¿Qué es la Transfiguración? San Marcos nos habla literalmente de una metamorfosis, un ir más allá de la forma que Él tenía. Me gustaría usar la descripción de San Pablo cuando nos dice que es “el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo”. En Su humilde humanidad, y a través de ella, Su divinidad brilla. La proximidad de Su divinidad de ninguna manera compromete la integridad de Su humanidad, sino que la hace brillar con mayor belleza. Esta es la versión de la zarza ardiente en el Nuevo Testamento.

El Jesús que es a la vez divino y humano, es un Jesús evangelicamente convincente. Si Él sólo es divino, entonces no nos llega; y si Él es sólo humano, no puede salvarnos. Su esplendor consiste en la unión de las dos naturalezas, sin mezclarse, ni confundirse.

Este mismo Jesús es quien luego acompaña a sus discípulos bajando de la montaña y camina con ellos al ritmo ordinario de sus vidas. Este es el Cristo que quiere reinar como Señor de nuestras vidas en cada momento y detalle. Si nos olvidamos de esta dimensión, entonces Jesús se convierte en un recuerdo lejano, una figura del pasado.

 

 

Eladio de Toledo, Santo

Arzobispo, 18 de febrero

Martirologio Romano: En Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de Agali y, elevado después al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos de caridad (632).

Breve biografía

 

Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos toledanos de su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles, desde que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó también el templo de santa Leocadia.

Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo, pasando la segunda mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de hoy!

No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas, ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje». Y no le faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense próximo a Toledo y algo se le pegaría.

Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen para esa su misión.

Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años no son obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en lo material porque sin caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los pobres.

Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de conflictos religiosos y de desorden social.

Murió el 18 de febrero del año 632.

 

Semblante de Jesús

Santo Evangelio según san Marcos 9, 2-13.

 

 

Sábado VI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«Maestro, ¡qué bien se está aquí!» Tu presencia, Señor, alegra el corazón. Gracias por darme este día y esta oportunidad de acompañarte en la oración. Concédeme ser un discípulo atento a tu Palabra, como lo fue María. Por intercesión de ella, ayúdame a vivir unido a lo que quieres de mí. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-13

 

En aquel tiempo, Jesús se llevó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto, y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí que querría decir eso de «resucitar de entre los muertos». Le preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Él les contestó: «Si fuera cierto que Elías tiene que venir primero y tiene que poner todo en orden, entonces ¿cómo es que está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Por lo demás, yo les aseguro que Elías ha venido ya y lo trataron a su antojo, como estaba escrito de él.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué aspecto tenía Jesús? ¿Qué cambió en Él durante la Transfiguración? San Marcos nos habla de las vestiduras. Pero ¿y el rostro? Fijemos bien nuestra mirada durante esta oración. Cristo se transfigura cada día delante de nosotros; sólo hay que estar atentos.

¿Cómo es Jesús, entonces? Pidámosle a Él la gracia de conocerlo. A fondo. Vayamos más allá de la curiosidad por el color de sus ojos, y preguntémosle: «Señor, ¿cómo es tu Corazón?». Ciertamente, Cristo quiere mostrarnos los tesoros escondidos en lo más hondo de su alma.

 

 

El Evangelio de hoy pone ante nuestros ojos una cualidad central: «Éste es mi Hijo amado…». De las muchas cosas que se pueden decir de Jesús, Dios Padre nos revela la más importante: Jesús es Hijo, el Hijo amado. En su compañía, su Padre y sus hermanos se sienten felices. «¡Qué bien se está aquí!».

Y en cuanto Hijo, su vida es cumplir la voluntad de su Padre. Ha venido al mundo para darnos la Buena Nueva. Sólo tenemos que escucharle con un corazón abierto y dócil. Recibir sus palabras incluso cuando nos hablan de la cruz y la pasión. Escuchémosle en este rato de oración, preguntémosle qué nos quiere decir para este día. Escuchémosle también en las oportunidades de hacer el bien y servir a los demás. Escuchémosle cuando nos dice qué camino seguir para acercarnos a Él.

Escuchar a Cristo es recibirlo. Y al entrar en el corazón, con su gracia lo transfigura y lo hace más semejante al suyo. Más unido a la voluntad del Padre, más abierto al prójimo… en definitiva, más hijo y más hermano. Con un aspecto igual al suyo.

«Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto –como en el bautismo en el Jordán– la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo el amado: escuchadlo’. […]

Subimos también nosotros hoy, en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor. En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?». (Homilía de S.S. Francisco, 1 de marzo de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré, hoy, ayudar a alguien que lo necesite, para asemejarme más a Cristo.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Meditación con el ícono de Jesucristo

Jesucristo, el Salvador, del Monasterio serbio de Kilandari en el Monte Athos, Siglo XIII

 

Vamos a hacer una meditación contemplativa ante el icono de Nuestro Señor Jesucristo el Salvador. Propiamente hablando, vamos a “contemplar”, puesto que la contemplación forma parte de la oración y vamos a tratar de elevarnos mediante de esta bellísima imagen a la unión con Dios Hijo.

La imagen es una mediación que nos acerca, que representa a Jesucristo el Verbo Encarnado. En efecto, la imagen es sólo un medio ; como cuando leemos un libro a través de las palabras escritas, especialmente cuando leemos la Biblia a través de la mediación de las letras escritas en un papel y nos hacen elevar a Dios, así vamos a leer la imagen a través de los símbolos en ella escritos para remontarnos a las verdades de fe que en ella se representan. Decía San Juan Damasceno: “lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen”. Esto prueba que la imagen, -además de la palabra- es otra de las mediaciones que la Iglesia ha escogido desde el principio para que podamos elevarnos a Dios. Dice el Catecismo: “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC 1160).

Dice San Juan Pablo Magno: “Como la lectura de los libros materiales permiten que comprendamos la palabra viva del Señor, así el mostrar las imágenes pintadas permite a aquellos que las contemplan acercarse con su mirada a los misterios de la salvación. Lo que por una parte se expresa con la tinta y el papel, por otra se presenta con los diversos colores y otros materiales (San Teodoro Estudita)” (Carta Duodecimum saeculum n. 10, Cfr. “Escritos Pontificios, blog).

Para facilitar su lectura, daremos como una guía para poder leer los iconos. Nos podemos servir de una estampa bendecida del icono y ponernos frente al Santísimo Sacramento, o también en nuestra casa. La estampa es el medio que nos recuerda y nos transporta al que contemplamos (anamnesis).

¿Como vamos a hacer esta Contemplación? En primer lugar, hagamos bien hecha la Señal de la Cruz, nos pongamos en calma, y podríamos agregar: “perdamos el tiempo” para entrar en la Eternidad. Nos pongamos en la presencia del Dios que se hizo visible en la Persona divina de Jesucristo y que es representado a través del icono. El icono de Cristo es manifestación de su misma presencia, y nos permite llegar a un encuentro místico con el Señor pintado en imagen.

Luego pediremos a la Virgen, la Madre de Dios, que interceda ante el Espíritu Santo, su divino Esposo, para que nos conceda Luz para ver, cada vez con más profundidad a través de los símbolos, ese Rostro de Cristo al cual estamos llamados a unirnos místicamente.

Ante la Imagen de Cristo no necesitamos decir muchas palabras… No nos olvidemos que en el cielo todo será Visión…

Si alguna palabra de la Escritura, o la misma imagen sagrada toca nuestro espíritu de manera especial, no avancemos más adelante, detengámonos a escuchar y a contemplar…

Jesús es la imagen del Padre, Dios de Dios y luz de luz… Hagamos silencio para contemplar su rostro y dejémonos mirar por Él…

A continuación damos una breve introducción que nos servirá también para leer los sucesivos iconos.

Cómo se estructura el rostro de Jesucristo.

    Teoría de los tres círculos en el dibujo de Rostro del Salvador.

Ante todo en la figura completa de Cristo Pantocrator, lo más importante es el Rostro, y del Rostro, la parte más importante son los ojos…

El rostro de Jesucristo, el Pantocrator está dado por 3 círculos concéntricos, que tienen como radio (partiendo del origen de la nariz) 1 nariz, 2 narices, 3 narices, es lo que se llama la teoría de los 3 círculos.

El primer círculo, el “lik” (‘rostro’ en ruso), que se encuentra al centro, donde están los ojos, representa el alma; el segundo círculo, que abarca los cabellos y el volumen de la cabeza, (sede de la sabiduría) representa el cuerpo; ahora bien, el alma y el cuerpo se originan del punto del centro, (la punta del compás) donde está la raíz de la nariz, que es el Espíritu. Este origen es posible solo gracias a una relación: si la relación con el verdadero centro no existe, sino que hay otro centro, no se ve el “nimbo”, que es el tercer círculo, que el uso corriente le ha dado el nombre de “aureola”.

Pero nosotros no decimos aureola sino “nimbo”, porque aureola viene de aureum, que viene del hombre, del anima, de la santidad (que es la interioridad inmanente del hombre). El “nimbo”, en cambio, es la nube que viene de Dios, (como la Nube que guiaba a Israel por el desierto), es la Luz. El nimbo, por tanto, tiene más un sentido de gracia, de don, y no de capacidades personales de imitar como un modelo. (Por eso decimos que el icono no es un arte inmanente, sino que su acento está puesto en la trascendencia).

En segundo lugar veremos las manos:

En todos los iconos de Cristo la mano nos habla:

El índice es el dedo del hombre y el medio es el dedo de Dios.…(ver imagen derecha), por esto el ángel de la Anunciación tiene estos dos dedos extendidos para indicar:

“Dios se hace hombre”(abajo izquierda).

Así en el Pantocrator los dos dedos alzados indican las dos naturalezas, mientras que los otros tres dedos reunidos indican la unidad y la Trinidad de Dios. Cuando tiene el meñique alzado representa sus iniciales IC XC [Jesous Cristos], como se escribe a izquierda y derecha del icono. A veces hace el gesto del orador que azota los dedos cuando tiene algo que decirnos, para llamar nuestra atención[1].

 

 

Comienzo de la Meditación

Vamos a concentrarnos en el divino Rostro de Jesucristo el Salvador, como si hiciéramos un “tiro al blanco” a la mirada llena de paz y de amor del divino Salvador que, como Dios que es, conoce hasta lo más profundo de nuestra alma.

No nos olvidemos que la imagen “es recuerdo/memorial, lugar de encuentro de miradas y presencias; es posibilidad de contemplación, (y además) es estímulo para la imitación. En la oración ante una imagen de Cristo o de la Virgen no sólo miramos, sino que nos sentimos mirados por Alguien que nos ama” [2]. Observemos la penetrante mirada de ese Jesús que “me amó y se entregó por mi” (Cf Ga 2,20), recordemos que Él murió por mi salvación… Podemos contemplar también la imagen del Santo Sudario de Torino.

SUDARIO DE TORINO, negativo.

De este modo, casi imperceptible, estamos entrando al mundo de los símbolos, a la atmósfera de los misterios divinos…

Esta es precisamente la oración ante los iconos: “una forma de “contemplar lo Invisible” (Hb 11,27)”, a través de lo visible, “como dice la liturgia de Navidad, “para que contemplando las cosas visiblemente, seamos transportados al amor de lo invisible”[3].

Leamos el Evangelio de San Juan 14, 1-10

08 Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».09 Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto a mi, ha visto al Padre. ¿Como dices: «Muéstranos al Padre?.»

No nos olvidemos que “el icono no es una simple imagen, ni un elemento decorativo, ni siquiera una ilustración de las Sagradas Escrituras. El icono es algo más: Es el equivalente al mensaje evangélico”, [4] pero transcrito en imagen. Como dice el Catecismo: “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC 1160). El icono en la Iglesia es uno de los instrumentos para nuestra propia santificación.

 

  Jesucristo el Salvador del monasterio servio de Kilandari

La palabra “icono” procede del griego eikon, que significa “imagen” o “retrato”. “Según la teología de las imágenes sagradas, el icono (imagen) original es Cristo, porque en él se junta el proyecto de Dios que hizo al hombre a su imagen y semejanza y su condescendencia divina al asumir con la naturaleza humana nuestra imagen: la creación y la recreación del hombre” [5].

El icono del Salvador que se nos dona a la mirada, es del monasterio serbio de Kilandari, en el Monte Athos. A la derecha (arriba) vemos el negativo del Santo Sudario de Nuestro Señor, notemos el gran parecido de ambas imágenes.

“El icono del Salvador pertenece a la segunda mitad del S. XIII, en pleno fervor de la ortodoxia, de la renovación espiritual, de la invocación del Nombre de Jesús”.

Este icono tiene como título el de “Salvador”, “Soter”, en griego, “Spas” en ruso. Si comparamos la imagen con la palabra o el libro, la pintura tiene una ventaja: desde el principio, y sin intermediarios, “desde la primera mirada, desde el primer encuentro, nos ofrece un conocimiento claro y perfecto de las cosas”, (…) “lo que las palabras relatan, la pintura lo muestra mediante la representación”[6].

 

 

“Este icono nos muestra no sólo un nombre, sino una función. Jesús, que significa Salvador. Si miramos atentamente su rostro, veremos como todos sus trazos esenciales nos hablan de su misión. “Salvador” fue el nombre anunciado a José en sueños (Mt 1,21); a María en Nazaret (Lc 1,31); a los pastores por medio de los ángeles en la noche de su nacimiento: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor” (Lc 2,11) [7].

 

 

La inscripción del Nombre de Jesús, el Salvador, (arriba) se encuentra en la parte superior del icono, a izquierda y derecha respectivamente con las iniciales griegas IC, Iesous, (izquierda), XC, Cristós (derecha).

Su rostro tiene como modelo arquetípico las facciones del rostro de la sábana santa de Turín (Ver arriba). Dice S. Juan Pablo II a los artistas: “La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza” [8], “Kalokagathía” (καλοκαγαθία) , del griego, kalos kai agathos (καλός καi αγαθός), que significa literalmente bello y bueno, o bello y virtuoso. El icono del “Salvador” del monte Athos, es un rostro viril que nos muestra la belleza y la bondad incomparables de Cristo, una de las más bellas”[9].

San Juan Damasceno nos transmite los rasgos fundamentales, que los grandes iconógrafos del pasado -hombres de profunda contemplación-, delinearon primero en su corazón y en su mente antes de pintarlo en sus tablas: “con las cejas unidas en un arco, con ojos hermosos, la nariz alargada, los cabellos ondulados, el cuerpo flexible, el aspecto juvenil, la barba negra, la carne de color trigueño, como era la de su Madre, los dedos largos”[10].

En su rostro contemplamos también la Majestad del Señor Todopoderoso, (Pantocrator), y la Belleza y Bondad de Cristo Maestro[11]. Contemplemos un poco, dejémonos mirar…

 

El oro intenso del fondo es símbolo de Dios. A diferencia de los demás colores, que necesitan de luz para ser vistos, el oro, en cambio, que es un mineral con luz propia, es el símbolo de la Luz divina. Este símbolo se muestra de manera especial en el “nimbo”, ya que en él se manifiesta la divina Presencia de Aquel que es la “irradiación luminosa de su gloria e impronta de su substancia”, como dice San Pablo (cfr. Heb 1,3).

La cruz y la inscripción que se dibujan sobre el nimbo, como en todos los iconos de Cristo, indican el título mesiánico y divino de Jesús. La O (omicron), la W (omega) y la N (ni) indican el título mesiánico y divino de Jesús: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).

Su majestuosa cabellera contornea poderosamente su cabeza, sede de la Sabiduría divina, y a la vez “corona sus sienes y hace resaltar su semblante. “Semblante bello con la armonía de su frente ancha y luminosa”. Su nariz fina y alargada, vibra con la potencia del poder divino. Sus cejas arqueadas hacen resaltar sus ojos penetrantes y bondadosos. Su fisonomía evoca la apocalíptica figura del gallardo león de la tribu de Judá que menciona el Apokalipsis: “Él abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap 5,5) como lo muestra su mano izquierda sosteniendo el libro, “tabernáculo de la Palabra que contiene sus enseñanzas y sus misterios, la revelación del Padre que él ha venido a traernos, el plan divino de la salvación del mundo por el realizada y de la que sólo él conoce los secretos”.

 

 

 

Los ojos de Jesús: Sus ojos grandes, verdaderas ventanas del alma por donde se puede vislumbrar el fuego del Espíritu que nos invita al mundo espiritual de los misterios divinos, a la unión con el Verbo de Dios. Los ojos, se dice, son los “espejos del alma”, por donde podemos conocer un poco más la fisonomía espiritual de Cristo, son como el límite por donde se funde y se traspasa de lo transitorio a lo Eterno, de lo visible a lo Invisible. Más que el ojo humano, debemos descubrir en Jesús una Mirada, la mirada del mismo Dios que se ha revestido de una carne humana para salvarme; como la mirada al “joven rico” del Evangelio. Su mirada es el sinónimo del “amor primero”, porque me amó antes que yo me convirtiera a Él, me miró, (podríamos agregar) antes que yo lo mirara, “me amó y se entregó por mi” (Ga 2,20).

El Salvador que estamos contemplando, es un Cristo en plenitud, vigoroso, que ni siquiera tiene el color de la carne terrenal, sino la tez pálida de Aquel que ya ha vencido la muerte, lleno de luz, transfigurado. Todo el rostro de Cristo es luminoso, irradia luz desde adentro, (ningún icono tiene un foco de luz externa). Él es el único que puede decir: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn,1,5). “Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz, (dice San Juan Pablo Magno). No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. (…) “respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en “lux mundi, la luz del mundo“[12]. “el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Luz que brilla en las tinieblas” (cf. Jn 1,5). “Todos los misterios se resumen y se reflejan en el rostro de Cristo, belleza esplendorosa de Dios y belleza humana sin igual”[13].

 

 

Como sus narices vibrantes, también su cuello inflado que desciende de ambas orejas, son el símbolo del soplo divino, que espira el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.

Los labios de Jesús, son labios viriles, sin ningún asomo de sensualidad. Así como los ojos son espejo del alma, los labios manifiestan la fisonomía de una persona. Sus labios manifiestan la inmensa Bondad y Misericordia del Dios hecho hombre, verdadero hombre, que no vino “para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).

En las orejas de Jesús, no debemos ver tanto unas orejas humanas, sino más bien oídos abiertos, enfrentados hacia el hombre, atentos para escuchar las súplicas del que golpea con fe la Puerta del que dijo: “golpead y se os abrirá”. O con el salmista: “Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración” (Sal 4).

Su barba rabínica cubre sus mejillas y acentúa aún más su carácter de Maestro y Señor de la ley, al modo como se representaban a los antiguos filósofos.

El doble color de la vestimenta –rojo y azul-, simboliza la doble naturaleza divina y humana en la unidad de la Persona divina. Como bien dice bellamente el P. Alfredo Sáenz: “El iconógrafo es un teólogo con el pincel en la mano, disponiendo de colores para proponer la doctrina”[14].

Según Egon Sendler, El rojo representa la humanidad de Cristo, y el azul su divinidad. Como decía Dionisio el Areopagita, el rojo es “incandescencia” y “actividad”[15]. En la terminología hebraica el rojo es la “sangre” (dam), y la sangre, para el pensamiento hebreo es el equivalente a “vida”, (en este sentido puede significar la vida [naturaleza] humana de Jesús).

También “la capa (roja) que ponen sobre sus espaldas en la pasión (Mt 27,28), que significa la vida que el Salvador lleva a los hombres con la efusión de su sangre. Quizá encontramos aquí –dice Sendler- una clave para la vestimenta roja del Pantocrátor[16].

El azul oscuro del manto del Pantocrátor (himátion), –siguiendo a Sendler-, representa la divinidad (“el misterio de la vida divina”). Sendler, siguiendo al Aeropagita, dice del azul:

“Dionisio lo llamaba “el misterio de los seres”, “carácter misterioso”. “Es el color de la trascendencia en relación a todo lo que es terrestre y sensible: en efecto, entre todos los colores la irradiación del azul es la menos sensible y la más espiritual”[17], “produce una impresión de profundidad y de calma, da la ilusión de un mundo irreal, sin pesantez. En la imagen (siempre) el azul se va para atrás y permanece pasivo”, (se podría decir que es el color más humilde, se usa también para la Virgen), (…). “En Egipto era el emblema de la inmortalidad”; (…). El Antiguo Testamento conocía una sola tinta de azul: el azul jacinto”,…“que recordaba con su color el cielo, la casa de Dios”. (…). En la iconografía, encontramos el azul oscuro sobretodo en el manto del Pantocrátor (himátion), como también en los vestidos de la Virgen (kitón) y de los apóstoles”. (También) “el centro de la aureola de la Transfiguración está pintado en azul oscuro… (Cfr. Fig. 06). A pesar de la ausencia de fuentes para el simbolismo de este color, se puede afirmar que en este ambiente cultural significa el misterio de la vida divina”[18].

Hemos dicho algo; pero siempre falta algo por decir. Es el misterio de los iconos: una ventana abierta al misterio. Porque el artista que lo realizó está conectado con el misterio, con la Tradición de la Iglesia, con la Sagradas Escrituras. El icono no se hace tan“obvio”, como un relato histórico, más que un relato histórico, es un retrato de la vida del cielo, por tanto hay que ver al icono con ojos de fe, como leyendo las Sagradas Escrituras a través de la imagen. Y dentro de lo que se muestra hay cosas que no se pueden explicar con palabras…, sino a través de la visión parcial, que en el cielo será eterna: allí veremos “cara a cara” al Salvador, porque en el cielo, -como gustan decir los iconógrafos-, todo será visión…

Aquí lo vemos como verdadero Pastor de las ovejas, lleno de bondad y belleza. Escuchémoslo…!

Porque nos dice:

“No se turbe vuestro corazón, ni tengáis temor” (Jn 14,28);
“Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33);
“El que me ha visto a mi, ha visto al Padre” (Jn 14,9).

[1] P. Orlando, Apuntes tomados de su Curso de iconografía, dictado en la Institución Russia Ecumenica, Roma, Italia, año 1999.
[2] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…
[3] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos. Los misterios de Cristo en el año litúrgico. Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona,1993, 22.
[4]L. USPENSKY, Teología del icono, Ed. Sígueme, Salamanca, 2013, 27.
[5] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 171.
[6] P. A. Sáenz, El Icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius 1991, 323.
[7] Cfr. J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 172.
[8] Así “lo habían comprendido acertadamente los griegos que, uniendo los dos conceptos, acuñaron una palabra que comprende a ambos: “Kalokagathia”, es decir, “belleza-bondad”. Papa Juan Pablo II, Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los Artistas, 9.
[9] Es también muy parecida a la imagen del Cristo del Sinaí, del siglo VI, que se encuentra en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, como podemos observar. Como también semejante al hermosísimo mosaico de Santa Sofía de Constantinopla, también de la segunda mitad del siglo XIII. “Tiene, pues, la majestad hierática de un icono griego-bizantino, pero con la dulzura que lo acerca a los rostros de Cristo de la pintura rusa, sin llegar al patético rostro del Cristo Salvador de san Andrej Roublëv”. Cfr. J. CASTELLANO, Oración…, 172.
[10] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[11] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[12] S. Juan Pablo II, Misa de ordenación episcopal de diez presbíteros, en la Solemnidad de Epifanía, Domingo 06.01.22001.
[13] J.CASTELLANO, Oración…171.
[14] P. A. SÁENZ, El icono,…, 228.
[15] DIONIGI L’AREOPAGITA, De caelesti hierarchia (Sources chrétiennes, n. 58), Cerf, Parigi 1958, -Citado por EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile, S. Paolo, 1983, cfr. Op. Cit.,147.
[16] Cfr. EGON SENDLER, L’Icona…, 147.
[17] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,… 146.
[18] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,…147.

 

 

Beato Fra Angelico y el secreto de su delicada pintura

La mucha vida interior y el extraordinario talento artístico de este sacerdote del siglo XIV han dado a la humanidad obras como «La Anunciación»

 

 

Haga click aquí para abrir el carrusel fotográfico

Se llamaba Guido (de pequeño Guidolino en el entorno familiar). Nació en Vicchio (Toscana) a finales del siglo XIV y en su adolescencia se formó en una escuela de pintura.

Pronto aceptó la llamada de Dios a la vida religiosa. Y, con su hermano Benito, ingresó en el convento de Fiésole, fundado hacía pocos años por el beato Juan Dominici.

Al tomar los hábitos en 1420, se cambia el nombre por el de Juan y así pasa a ser Fray Juan de Fiésole.

Fue ordenado sacerdote y en el convento ejerció dos veces como vicario y posteriormente como prior.

De su vida destacan su don para el arte y su voluntad de entregar este don a Dios pintando imágenes religiosas, sin buscar la gloria humana. En la siguientegalería fotográfica pueden verse algunas de ellas:

 

 

Galería fotográfica

En Fiésole (entre 1425 y 1438 aproximadamente), el prior san Antonino le encargó muchos cuadros de altar.

Luego pasaría al convento de San Marcos de Florencia. Allí pint allí el claustro, el aula capitular, las celdas de los monjes y los pasillos, entre 1439 y 1445.

De Florencia a Roma

El papa Eugenio IV, conocedor del talento de fray Juan de Fiésole, lo manda ir a Roma para que pinte dos capillas en la basílica de san Pedro y en el palacio Vaticano, respectivamente.

Eugenio IV había tenido oportunidad de comprobar personalmente, durante la estancia en Roma del artista, la vida ejemplar de fray Juan de Fiésole, y eso hizo que le quisiera nombrar arzobispo de Florencia.

Pero el religioso renunció al ofrecimiento y propuso que el Papa diera el cargo a san Antonino.

Nicolás V, más tarde, le encargaría la decoración de su capilla privada y de una pequeña alcoba.

Y en el convento de santo Domingo de Cortona (1438) y en la catedral de Orvieto (1447) también trabajó el beato.

 

 

Fray Juan murió estando en Roma, en el convento de Santa María sopra Minerva, el 18 de febrero de 1455. Allí está su sepulcro, que dispone de una lápida de mármol con su imagen en relieve.

Conocido por todos como Fra Angelico

Se le llamó Fra Angelico (Fray Angélico) enseguida, por su carácter sencillo y humilde, por su renuncia al mundo y por su carisma para trasmitir las verdades de la fe a través de la pintura de un modo excelente.

El 3 de octubre de 1982, el papa Juan Pablo II concedió a la Orden de Predicadores la posibilidad de rendir culto al Beato Angélico con misa y oficio.