Deuteronomio 8:2-3.14-16 – 1 Corintios 10:16-17 – Juan 6, 51-58
La solemnidad de Corpus, hermanos y hermanas, es un día en el que agradecemos el don de la Eucaristía, que en la cena de la noche antes de su pasión, el Señor dejó a la Iglesia como prenda de su amor. La tradición de siglos ha hecho que en esta solemnidad se tendiera a hacer hincapié en la adoración del Cuerpo de Cristo glorificado cerca del Padre y presente en el pan y el vino eucarísticos. Y está bien que agradecemos este don que hace que Jesucristo sea perennemente presente en medio de nosotros y que adoramos con humildad y con admiración esta presencia del Señor Jesús en el sacramento de la Eucaristía. Cuando somos conscientes de que él se queda con nosotros y se nos da por amor, no podemos hacer otra cosa que inclinarnos ante ellos, glorificarle y adorarle. Esto significa no sólo hacer un gesto externo, como puede ser arrodillarnos o inclinarnos profundamente ante el sacramento eucarístico, sino también, y sobre todo, vivir de corazón la obediencia a su Palabra.
Sabemos que esta humilde adoración no se dirige a un ser poderoso lejano, sino a aquel que se ha arrodillado primero ante nosotros para lavarnos los pies, como gesto de servicio, de purificación y de salvación (cf. Jo 13, 1,17). Nuestra adoración al Señor y Siervo de la humanidad presente en la Eucaristía, pues, comporta adentrarnos en su amor, un amor que no nos disminuye ni nos esclaviza sino que nos transforma y nos hace crecer espiritualmente.
Pero la liturgia de la Palabra que hemos escuchado, nos invitaba, además de a la adoración de una presencia, a encontrar alimento espiritual en este sacramento. A comer y a beber la carne y la sangre del Señor para estar unidos a Jesucristo y participar de su vida divina ya ahora y, después, poder vivir para siempre traspasado el umbral de la muerte. Además, pues, de adorar y agradecer, es necesario que nos dejemos transformar, que favorezcamos con nuestra disponibilidad y nuestra apertura de corazón la relación de comunión personal con el Señor que se nos da en la Eucaristía, tal cómo escuchábamos en el evangelio que nos ha sido proclamado.
En continuidad con esta palabra evangélica, san Pablo, en la segunda lectura, decía que el pan que partimos es comunión con el cuerpo de Cristo y que el cáliz que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo. Es decir, comunión con la suya persona de resucitado y con su don arriba la cruz. El hecho de partir el pan consagrado nos recuerda que el cuerpo fue entregado, sacrificado. Y el hecho de separar sacramentalmente el cuerpo y la sangre indica que su sangre fue derramada, salida del cuerpo, y, pues, su muerte cruenta para dar vida eterna. Por eso al recibir la Eucaristía, entramos en comunión con su sacrificio, con su ofrenda al Padre y a la humanidad en la cruz. Y entrar en comunión significa participar con amor de lo que él nos ofrece, estar abiertos, dejarse transformar, tener sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia los hermanos y hermanas en la fe y en humanidad.
Pero san Pablo daba aún un paso más. Decía que la participación del mismo pan crea un vínculo entre todos los que participamos, de modo que todos nosotros, aunque seamos muchos, formamos un solo cuerpo, ya que todos participamos del mismo pan y –podemos añadir- del mismo cáliz. La Eucaristía es fermento de unidad entre todos los que participan. Y, por tanto, es fundamento de la unidad de la Iglesia. No podemos, pues, vivir la Eucaristía e ir a comulgar como algo sólo personal. Debemos procurar poner toda la atención y recibir personalmente todos sus frutos, pero debemos estar abiertos a la obra que el Señor, a través, del sacramento eucarístico, hace a favor de los demás y del vínculo que crea entre todos los bautizados. Por eso, la celebración de la eucaristía pide primero la reconciliación con los demás. Semejantemente a lo que dijo Jesús, fijándose en ese momento en el altar del templo de Jerusalén, también vale en el ámbito cristiano lo de ni que te encuentres ya en el altar a punto de presentar la ofrenda, si allí te acuerdas de que un hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda, y ve primero a hacer las paces con él (Mt 5, 23-24).
La Eucaristía no es, pues, cuestión privada, a nivel personal, ni una celebración de un círculo de amigos o de un grupo de personas que comparten unas convicciones similares o una misión determinada. La Eucaristía, aunque sea celebrada por una asamblea concreta, implica a todos los hermanos y hermanas que el Señor ha llamado a la fe, con todas las diversidades que esto conlleva: de diferentes estratos sociales, de diferentes edades, de diferentes formas de pensar , de diferentes opciones políticas, de distintos pueblos, razas y culturas, etc. para conducir a todos a la unidad fundamental de los hijos e hijas de Dios en torno al Señor resucitado. Por eso, la Eucaristía trasciende todas las fronteras y todas las divisiones. Todos somos reunidos como hermanos por la Palabra y por el amor de Jesucristo que se nos da. Celebrar y compartir juntos la Eucaristía nos lleva a ser un organismo viviente, por lo que los diversos miembros que lo formamos constituimos el cuerpo eclesial del Señor (cf. 1C 12, 27). Por eso debemos abrirnos unos a otros y vivir la unidad de la fe en la pluralidad de culturas, de apreciaciones y de maneras de ser para poder hacer realidad la voluntad de Jesucristo, que seamos en él un solo cuerpo y un solo espíritu (cf. Oración eucarística III), un solo pueblo de Dios apasionado por hacer el bien (cf. Tt 2, 14). Cada vez que celebramos la Eucaristía debemos tener presente la Iglesia extendida de oriente a occidente y toda la humanidad.
Contemplando el don de Jesucristo en la cruz y en la Eucaristía, nos damos cuenta de que la adoración y el agradecimiento por este don piden apertura de corazón, docilidad al amor que nos es dado y fidelidad a la Palabra que nos da vida . Y, aún, comunión fraterna, solidaridad afectiva y efectiva con todos los demás que aquí y en todo el mundo participan del mismo pan y el mismo cáliz y por extensión a todos hermanos y hermanas en humanidad queridos también entrañablemente por Dios. Por eso el día de Corpus es el día de la Caridad, que nos pide traducir en aportaciones concretas el amor a todos, particularmente a quienes se encuentran en la necesidad sobre todo ahora que la pandemia ha hecho tantos estragos.
Que en esta solemnidad de Corpus, como canta santo Tomás de Aquino, “la alabanza sea llena y sonora”, que “sea gozoso y estallando el fervor de nuestros corazones” (cf. Secuencia de Corpus).
Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente. Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad. Dios, que es amor, nos ha creado por amor y para que podamos amar a los otros permaneciendo unidos a Él. Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios y sería también ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. Las dos dimensiones, por Dios y por el prójimo, en su unidad caracterizan al discípulo de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a acoger y testimoniar en la vida de todos los días esta luminosa enseñanza. (Ángelus 4 de noviembre de 2018)
• Mark 12:28-34
En el Evangelio de hoy el Señor nos dice que el segundo mandamiento es amar al prójimo como a uno mismo.
El amor no es principalmente un sentimiento o un instinto sino más bien un acto de querer el bien del otro como otro. Es un obsequio radical para uno mismo, es vivir por el bien del otro. Ser amable con alguien para que pueda ser amable contigo, o tratar a un ser humano con justicia para que él, a su vez, pueda tratarte con justicia, no es realmente amar, ya que tal conducta equivale a un interés propio, aunque de modo indirecto.
Verdaderamente amar es ir fuera del agujero negro del egoísmo para resistir la fuerza centrípeta que nos obliga a tomar una actitud de autoprotección. Esto significa que el amor reciba la correcta descripción de “virtud teológica”, ya que representa una participación en el amor de Dios.
Como Dios no tiene necesidades, Dios puede solo existir por el bien del otro. Todos los grandes maestros de la tradición espiritual cristiana vieron que solo podemos amar en la medida en que hemos recibido, como una gracia, una participación en la vida, la energía y la naturaleza de Dios.
Medardo, Santo
Obispo, 8 de junio
Martirologio Romano: En Soissons (Francia), san Medardo, obispo de San Quintín, que trasladó su sede de esta ciudad a la de Noyon, desde la cual trabajó por convertir al pueblo del paganismo a la verdadera doctrina de Cristo. († 560)
Breve Biografía
Los datos históricos sobre su persona y obra están en la penumbra, hay penuria de historia fiable y, por el contrario, contamos con abundancia de fábula.
Una antigua leyenda cuenta que siendo niño Medardo fue protegido de la lluvia por un aguila gigante, hecho que es usado frecuentemente en su iconografía. Por ello es que los franceses de la Edad Media recurrieran a él para pedir lluvia y verse libres de pedrisco, y posteriormente toda Francia le invocara contra el dolor de muelas por tomarle como protector contra este mal; de hecho, se le representa con una amplia sonrisa que deja ver sus hermosos dientes, y quedó para la cultura popular el dicho: «ris qui est de saint Médard – le coeur n’y prend pas grand part» (En la risa de san Medardo – el corazón no toma mucha parte).
Nació en Salency de padre franco y madre galorromana cuyos nombres aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen que estudió en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que sitúan cerca de la actual Bélgica, en donde hay recuerdos históricos para los hispanos por la victoria de Felipe II en san Quintín -Saint Quentin- que nos valió el Escorial. Ya como estudiante se distinguió -según las crónicas- por su caridad limosnera dando a algún compañero famélico su comida y a un peregrino caminante un caballo de la casa paterna.
Con estos antecedentes se ve natural que se decida por la Iglesia y no por las armas. Se ordena sacerdote y de nuevo la fábula lo adorna con corona de actos ejemplares, aleccionadores y moralizantes para adoctrinar a los amigos de lo ajeno sobre el respeto a la propiedad: unos desaprensivos que robaron uvas y no supieron luego descubrir la salida de la viña sirven para demostrar que el pecado ciega; de los ladrones de miel en las colmenas propiedad de otros y que fueron atacados por el enjambre saca la conclusión que el pecado es dulce al principio, pero después castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se llevó la vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar día y noche hasta su devolución dirá que es el peso de la conciencia acusadora ante el mal.
Y es que el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas del lejano mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha prestado un buen servicio a Roma peleando y venciendo a Atila (541), Childerico ha comenzado a poner las bases de un reino al que Clodoveo dará unidad política y religiosa cuando se convierta al catolicismo por ayuda de su esposa Clotilde y del obispo Remigio, después de las batallas de Tolbías (496) en la que venció a los francos ripuarios y alamanes y de Vouille (507) apoderándose de los territorios visigóticos con la expulsión de los arrianos.
Ni la conversión de Clodoveo -que siempre apreció los dictámenes de su talento político más que los de su conciencia- ni la de sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida cristiana; hizo falta más bien la labor callada y paciente de muchos para mejorar a los reyes, al ejército y a los paisanos.
A Medardo lo hacen obispo a la muerte de Alomer; con probabilidad lo consagra Remigio. Y se encuentra inmerso en el difícil y cruel mundo de restos de paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la superstición de sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres, la haraganería, rapiña y asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador se presenta Medardo con las armas de la bondad y de la comprensión más que con el báculo, el anatema o el látigo. Por ello la fuente popular que describe graciosamente su persona y obra la adorna, agradecida, con el aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo con la bien ganada fama de bondad. Detrás de la narración ampulosa que hacen los relatos se descubren, entre el follaje literario, los enormes esfuerzos evangelizadores de los -sin organización aún, ni derecho- primitivos francos.
Murió en torno al año 560 y sus restos se trasladaron a la abadía de Soissons donde le veneraron durante toda la Edad Media los ya más y mejores creyentes francos.
Amar a Dios con todo mi corazón
Santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34.
Jueves IX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Estoy aquí, Señor. Pongo mi vida a tus pies. ¿Sabes?, sé que no soy digno de estar aquí, delante de ti; sin embargo, creo que Tú me amas y quieres que esté contigo. Confío en tu misericordia y en la alegría que te da verme.
Te amo y, aunque mi vida sea un desastre, quiero que sea un nido de amor donde Tú puedas reposar y amar en mí a los que me rodean. Gracias por todo, Jesús, y ayúdame a escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, Jesús, al ser interrogado por el escriba sobre cuál es el mandamiento más importante, de tus labios escucho: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón. Jesús, hoy me pides amarte con todo mi corazón. No con un corazón postizo, de escaparate, que no tenga ni rasguños ni defectos, al que todo le salga bien…. No, no me pides amarte con un corazón así, simplemente porque no sería mi corazón.
Me pides amarte… ¡pero con el MÍO!, y todo lo que eso conlleva.
Quieres que te ame con este corazón maltratado, herido por el pecado, que muchas veces se ha cansado de amar; con este corazón que ha sufrido desilusiones, mentiras, que quizá está ya desilusionado… Con todo mi corazón. Con todas mis heridas. Con todos mis aciertos y errores. Con todos mis pecados y todas mis virtudes. Quieres que te ame como soy porque Tú me amas, así como soy.
Me pides que te ame con todo mi corazón, con todas mis esperanzas, fracasos e ilusiones. Jesús, Tú conoces lo que soy. Tú conoces cuál es el estado actual de mi corazón. Ayúdame a amarte con todo lo que soy.
«Amar de todo corazón, significa hacerlo sin reservas, sin dobleces, sin intereses espurios, sin buscarse a sí mismo en el éxito personal o en la carrera. La caridad pastoral supone salir al encuentro del otro, comprendiéndolo, aceptándolo y perdonándolo de todo corazón. Pero solos no es posible crecer en esa caridad. Por eso el Señor nos llamó para ser una comunidad, de modo que esa caridad congregue a todos con un especial vínculo en la fraternidad. Para ello se necesita la ayuda del Espíritu Santo pero también el combate espiritual personal». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 1 de abril de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré hacer una visita a Jesús Eucaristía para presentarle mi corazón tal cual es, pidiendo al Espíritu Santo me dé la sabiduría para amar de todo corazón a los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Los mandamientos de Jesús según los evangelios
Mandamientos para ser alegre en plenitud
Cuando el fariseo doctor en la ley le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?” (Mt 22,36), Jesús le contesta: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas (cf. Mt 22,37-40).
Jesús advierte a escribas y fariseos que “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (cf. Mc 7,8-9).
“Lo que sale de la boca brota del corazón; y esto es lo que hace impuro al hombre, porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Estas cosas son las que hacen impuro al hombre” (cf. Mt 15,18-19). El evangelista Marcos añade entre las cosas que hacen impuro al hombre “codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, orgullo, frivolidad” (cf. Mc 7,20-22).
Un escriba le preguntó a Jesús: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Y Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos (cf. Mc 12,28-31).
Un maestro de la ley le preguntó a Jesús: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? El maestro de la ley le respondió: “Amarás al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida” (cf. Lc 10,25-28).
Jesús dijo a sus discípulos: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (cf. Jn 13,34-35).
“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando…
Esto os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15,12-14.17).
A la pregunta de un joven rico que le preguntó a Jesús ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?, Jesús le responde: “Guarda los mandamientos… No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. El joven rico le dijo que todo eso lo había cumplido desde niño y le preguntó ¿qué me falta? Jesús le respondió: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme” (cf. Mt 19,16-21; Lc 18,20-22). El evangelista Marcos añade a los mandamientos que le recuerda Jesús: “no estafarás” (Mc 10,19).
Jesús dijo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos… El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (cf. Jn 14,15.21). “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,10-11).
El Papa consciente, despierto y «bromeando» tras la operación
La operación se desarrolló sin complicaciones.
“¡El Santo Padre está bien, está despierto, consciente, y ya ha bromeado conmigo!”
El doctor Sergio Alfieri, cirujano que operó al Papa Francisco en el Hospital Gemelli de Roma el miércoles por la tarde, declaró a los periodistas que la operación se desarrolló sin complicaciones y que se espera que el Pontífice se recupere totalmente en el plazo habitual para una intervención de este tipo.
Confirmó que la intervención quirúrgica programada para extirpar un laparocele incisional (hernia) causado por cicatrices de antiguas intervenciones quirúrgicas no era una operación de urgencia.
No es una urgencia
«Si hubiera sido una urgencia, habríamos intervenido ayer, cuando ingresó en el hospital para someterse a un TAC programado», dijo.
«Encontramos varias adherencias fuertes (cicatrices internas) entre algunas asas intestinales medias parcialmente congestionadas y el peritoneo parietal, causantes de los síntomas mencionados», dijo.
El cirujano explicó que se extirparon las adherencias y se reparó el defecto herniario mediante «cirugía plástica de la pared abdominal con ayuda de una malla protésica».
Sin complicaciones
«La operación y la anestesia general se desarrollaron sin complicaciones», dijo el doctor Alfieri, reiterando que el Santo Padre ha reaccionado bien.
En respuesta a las preguntas que le formularon los periodistas presentes en la sesión informativa, el Dr. Alfieri dijo que una operación de este tipo suele requerir unos siete días de hospitalización para la recuperación.
Sagrado Corazón de Jesús, meditación del 8 junio con audio
Nardo del 8 de Junio : ¡Oh Sagrado Corazón, que enviaste al Espíritu Santo!
Meditación: Jesús que nos enviaste tu Santo Espíritu, que nos permitiste por Tu inmenso Amor ser templos del mismo Dios, para así vivir en Ti y recibir a la Divinidad en nuestra pobre casa, llenándola de gracias. Que seamos vasijas de barro, purificadas por el Fuego ardiente de Dios, para que Sus dones se derramen en nuestras almas. ¡Oh que sublime posesión sería ésta, ser poseídos por el Espíritu Divino que nos guía y renueva como verdadera Iglesia!.
Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús! ¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla:Pidamos la efusión del Espíritu Santo sobre cada uno de nosotros y sobre toda la Iglesia. »Ven, Espíritu Santo, ven, por medio de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado de María, Tu Amadísima Esposa, ven¨» (se repite tres veces).
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
Corpus Christi: El jueves que reluce más que el sol
Toledo y Granada engalanan las calles para rendir honor al Cuerpo de Cristo
«Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión». Con este dicho popular se muestra en España el gran arraigo popular de esta fiesta. Unas celebraciones que suelen incluir la procesión en la que el Cuerpo de Cristo sale a la calle y se exhibe en una custodia.
En España dejó de ser festivo en 1989 y trasladada su solemnidad litúrgica al domingo siguiente. No obstante, y por lo arraigado de su celebración en algunas ciudades de España, como Toledo y Granada, ese jueves, el del Corpus Christi sigue reluciendo más que el sol.
La Custodia de Arfe y el Corpus de Toledo
Cumpliendo con todas las disposiciones del papa Urbano IV, la procesión de Toledo es la mejor representación de la religiosidad popular y de la participación de todos los fieles. Todos los estamentos participan en la procesión: públicos, privados, civiles e incluso militares.
La ciudad imperial amanece cuajada de adornos y más de 60 hermandades, cofradías e instituciones expresan su devoción desde todas las parroquias.
Quizá lo más conocido del Corpus de Toledo sea su custodia. La Custodia de Enrique de Arfe es una gran joya de la fe que ya pudieron disfrutar los jóvenes de todo el mundo en la JMJ de Madrid. 183 kg de plata y 18 kg de oro, con 5.600 piezas sujetas con 12.500 tornillos y 260 esculturas. Una obra de arte para custodiar el Cuerpo de Cristo y que todos pueden venerarlo.
También destaca el recorrido procesional, con sus grandes toldos y sus calles engalanadas, con sus hierbas y flores sobre el pavimento, sus faroles artísticos, sus mantones y miles de adornos.
Este año 2015 el Corpus tendrá una temática especial con motivo del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. La «Asociación de Floristas de la Provincia de Toledo» prepara con esmero una decoración integral con alegrías a la santa andariega. 7 zonas y 4 fachadas están adornadas con todo tipo de flores y plantas.
Granada y sus calles
También las calles de Granada ofrecen sus mejores galas, en lo que es la celebración más importante del año. Un día grande, en el que conservan la tradición de que esta fiesta tenga lugar en jueves, por ser el día en que Jesucristo instituyó la Eucaristía.
A las 9 de la mañana se celebra la Eucaristía, para que la Custodia con el Cuerpo de Cristo tome las calles. Sacerdotes, seminaristas, religiosos, niños vestidos de comunión y representantes de las cofradías de Semana Santa recorren el casco histórico de la ciudad y hacen que los granadinos se sientan orgullosos de mantener la historia de la ciudad.
Celebración del Corpus por todo el mundo (Galería)