Referencias Bíblicas
• Luke 17:20-25
• Obispo Robert Barron
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús advierte que Él, el Hijo del Hombre, vendrá un día en el momento menos esperado.
¿Qué es tan aterrador acerca de la venida del Hijo del Hombre? ¿Por qué no son sólo buenas noticias?
Bueno, si Él es la vida, toda otra vida que se opone a Él tiene que ceder; y si Él es la verdad, entonces los falsos profetas de la verdad deben ceder; y si Él es el camino, entonces los falsos caminos tienen que ser abandonados.
Por ello, mientras esperamos la segunda venida del Señor, debemos entregar nuestras vidas y renunciar a todo lo que se oponga a Él.
Lorenzo O’Toole, Santo
Obispo de Dublín, 14 de noviembre
Por: n/a | Fuente: E W T N
Martirologio Romano: En la localidad de Eu, en Normandía, tránsito de san Lorenzo O’Toole, obispo de Dublín, que entre las dificultades de su tiempo promovió valerosamente la disciplina regular de la Iglesia, procuró poner paz entre los príncipes y, finalmente, habiendo ido a visitar a Enrique, rey de Inglaterra, consiguió los gozos de la paz eterna († 1180)
Breve Biografía
San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época.
Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro.
Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño.
Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: «Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida». A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad.
Cuando el niño tenía diez años, un conde enemigo de su padre le exigió como condición para no hacerle la guerra que le dejara a Lorenzo como rehén. El Sr. O’Toole aceptó y el jovencito fue llevado al castillo de aquel guerrero. Pero allí fue tratado con crueldad y una de las personas que lo atendían fue a comunicar la triste noticia a su padre y este exigió que le devolvieran a su hijo. Como el tirano no aceptaba devolverlo, el Sr. O’Toole le secuestró doce capitanes al otro guerrero y puso como condición para entregarlos que le devolvieran a Lorenzo. El otro aceptó pero llevó al niño a un monasterio, para que apenas entregaran a los doce secuestrados, los monjes devolvieran a Lorenzo.
Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzó llegó a ser un excelente monje en ese monasterio.
Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.
Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.
En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.
Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.
En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.
El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.
Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.
El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: «Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias ¿Quién logrará traer la paz?». Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Estos son los verdaderos patriotas, los que como San Lorenzo de Irlanda emplean su vida toda por conseguir el bien y la paz para sus conciudadanos. Dios nos envíe muchos patriotas como él.
Dichosos los que buscan la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Jesucristo).
El Reino ya está en ti
Santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25.
Jueves XXXII del Tiempo Ordinario
Por: Álvaro García, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo, Señor, que tu reino está en mí. Te amo por eso, y te lo agradezco. Hazme descubrirlo cada día más, y amarlo con más fuerza en cada momento.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25
En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: «¿Cuándo llegará el Reino de Dios?». Jesús les respondió: «El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘está aquí’ o ‘está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes». Les dijo entonces a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: ‘está aquí’ o ‘está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuándo llega el Reino de Dios? El Reino de Dios está en mí. Puede que en mi día a día busque el Reino de Dios de forma equivocada. Mi rutina es muy seca, desmotivada, tranquila… y yo sigo esperando una luz especial de Dios, algo que me inflame instantáneamente y me haga sentir un celo abrasador. Pero no debe ser así.
El Reino de Dios no es una emoción, no se trata de adquirir una personalidad apasionada. También Elías esperaba encontrar a Dios en el huracán, en el terremoto o en el rayo, mas no lo encontró sino en la brisa suave.
Del mismo modo no encontraré al Señor en actividades específicas, o en aparentar un cierto tipo de personalidad ajena (incluso cuando esa apariencia sea virtuosa). El Reino no es un relámpago alucinante ni se busca fuera, sino que el Reino está en ti, Dios lo puso en ti.
El Reino está en tu tranquilidad y en tu pasión, en la paz y en la acción; está igual en tus tristezas como en tus gozos, en la misión más aventurera, como en la conversación más simple. No lo busques fuera, no andes tras él de un lado para otro como un desesperado. Lo llevas dentro y lo debes compartir.
«Con estas exigencias, el Señor quiere preparar a sus discípulos a la fiesta de la irrupción del Reino de Dios liberándolos de ese obstáculo dañino, en definitiva, una de las peores esclavitudes: el vivir para sí. Es la tentación de encerrarse en pequeños mundos que termina dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Muchos, al encerrarse, pueden sentirse “aparentemente” seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado». (Homilía de S.S. Francisco, 8 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
¿Qué amigo mío vive intranquilo y falto de seguridad?
Iré con él, y le repetiré, como buen discípulo, las palabras que aprendí de nuestro Señor:
“Dios te hizo como eres y sigue queriéndote como mejor amigo. Tu personalidad y tu alma son hermosas y preciosas para Él. Busca el Reino dentro de ti”.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San José Pignatelli, el hombre que hizo sobrevivir la Compañía de Jesús
La masonería y el rey Carlos III los expulsaron de España. A Pignatelli se le ofreció quedarse si renunciaba a su vocación, pero se negó a aceptar
José Pignatelli nació en Zaragoza (España), el 27 de diciembre de 1737. Su padre era Antonio Pignatelli, de la familia noble italiana de los duques de Monteleón, y su madre María Francisca Moncayo Fernández de Heredia y Blanes.
Fue el séptimo de nueve hermanos. Pese a la buena posición económica y social de que gozaban, José pronto conoció el dolor al morirse su madre cuando él tenía solo 4 años. Su hermana Francisca sería a partir de entonces quien le haría las veces de madre.
Su formación académica se desarrolló primero en Zaragoza, después en Tarragona y posteriormente en Calatayud y Manresa. Siempre en el entorno de la educación impartida por los jesuitas, primero en el colegio y después en el noviciado, donde estudió Filosofía y Humanidades.
Fue ordenado sacerdote y se le envió a Zaragoza, donde desarrollaría una intensa labor educativa y a la vez de atención a los pobres y encarcelados.
Expulsión de los jesuitas
Sin embargo, en 1767 el rey Carlos III -impulsado por la masonería- decide expulsar a los jesuitas de España. Ve en ellos un peligro porque hacen voto de obediencia al Papa y a la vez es muy suculento el beneficio económico de la desamortización de su patrimonio. A Pignatelli le toca experimentar el exilio. Por ser aristócrata, le ofrecen la posibilidad de quedarse en España (junto con su hermano) si renuncia a su vocación religiosa. Pignatelli rechaza la tentación. Lleno de confianza en la Providencia de Dios, primero vive en Civitavecchia (junto a Roma), después en Córcega y Génova, y más tarde en Bolonia, donde pasará 24 años, de 1773 a 1797.
La Orden de san Ignacio es abolida universalmente por el papa Clemente XIV. Se confiscan sus bienes y al general Lorenzo Ricci se le encierra en la prisión del Castel Sant’Angelo. Los jesuitas son condenados al destierro. Solo en Prusia y Rusia no se publican los edictos papales, por lo que los jesuitas pueden seguir su labor. Sin embargo, Federico de Prusia obedece al Papa y también expulsa a los jesuitas de su territorio.
Confiado en la Providencia
José Pignatelli ve que solo le queda la opción de unirse a la Compañía de Jesús de Rusia. Su argumento es creer que si Dios quiere que los jesuitas sigan existiendo, así será; y si no, se desbaratará todo completamente. Él, piensa, en conciencia debe proseguir siendo fiel a su vocación, así que -a pesar del terremoto exterior que vive la orden- renueva su profesión religiosa en su capilla privada de Bolonia.
Poniendo todo de su parte, busca y forma a nuevas vocaciones, y reorganiza a los jesuitas españoles e italianos en el diáspora. Ora incesantemente. Los que hacen votos se unen a la Compañía de Jesús de Rusia y para atenderlos él viaja a Roma, Nápoles y Sicilia según la necesidad.
Mientras tanto, el duque de Parma, don Fernando de Borbón, lo nombra su asesor y al mismo tiempo es designado vicario general de Rusia blanca.
Agotado, san José Pignatelli fallece el 15 de noviembre de 1811. No puede ver así la restauración de la Compañía de Jesús, que será ordenada por el papa Pío VII el 7 de agosto de 1814, tres años después de la muerte del santo. Sin embargo, a todas luces ha sido uno de sus grandes artífices. Ha trabajado sin descanso por el bien de la Iglesia y ha puesto en ello su honra y su esfuerzo. Se le reconoce la reciedumbre, el espíritu de sacrificio y el señorío con que ha llevado la Cruz.
Sus restos mortales descansan en la iglesia del Gesù, en la ciudad de Nápoles, y su fiesta se celebra el 15 de noviembre.
Acto de abandono de san José Pignatelli
¡Oh, Dios mío!, no sé lo que debe ocurrirme hoy; lo ignoro completamente; pero sé con total certeza que nada podrá ocurrirme que Tú no lo hayas previsto, regulado y ordenado desde toda la eternidad, y esto me basta.
Adoro tus designios impenetrables y eternos, y me someto a ellos de todo corazón.
Todo lo quiero, todo lo acepto, y uno mi sacrificio al de Jesucristo, mi divino Salvador.
En su nombre y por sus méritos infinitos te pido la paciencia en mis penas, y una sumisión perfecta y entera a todo lo que me suceda, según tu beneplácito. Amén.
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