Ignacio de Antioquía, Santo
Obispo y Mártir, 17 de octubre
Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol san Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, que en tiempo del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. († c.107)
Breve Biografía
Las puertas se abren lentamente. Cuerpos como fantasmas caminan en la arena. Entornan los ojos que acostumbrados a vivir en las sombras de las mazmorras, reciben de golpe la luz del sol. El clamor de la multitud termina por despertarlos. Avanzan sin rumbo fijo, algunos cogidos de las manos, otros solos y tristes con los ojos reflejando pavor y desconcierto. Suenan las trompetas.
Ruidos de cadenas se oyen por todas partes y del centro de la tierra emergen fieras sedientas de sangre: panteras, leones africanos, hienas. ¡La fiesta ha comenzado! Es el Circo Máximo que ofrece a los romanos el espectáculo de ver morir a cientos, quizás miles de cristianos, testigos de su fe en Cristo. Son los tiempos del emperador Trajano, allá por los años 98 a 117 de nuestra era en donde ser cristiano implicaba dar la propia vida.
Charcos de sangre inundan el lugar, miembros despedazados y descuartizados por todas partes, algún quejido lastimero y doliente de alguno que ha sobrevivido. La noche ha llegado y cobija los pinos y cipreses de las colinas romanas. Y entre los lamentos y quejidos se oyen vibrar las palabras de un anciano, muerto y despedazado por un león. Son palabras que han quedado grabadas en los corazones de sus fieles, allá en la lejana Antioquia. Es Ignacio, el segundo sucesor de Pedro como obispo de Antioquia. «Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera… dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios.»
«Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo […]. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aún cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta.
Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir». Son palabras de la epístola que este apasionado y valeroso atleta de Cristo, Padre Apostólico, discípulo de los apóstoles san Juan y san Pablo, sospechando el glorioso fin que le aguardaba, dirigió a los cristianos de Roma. Y ciertamente fue condenado por el emperador Trajano a morir en el circo bajo las fauces de las fieras.
Ignacio de Antioquia sabía que la verdadera vida, era aquella que le esperaba después de la muerte, en donde podría contemplar cara a cara el rostro de Cristo, «dejad que pueda contemplar la luz». Él sabía que para llegar a contemplar esa luz era necesario ser testigo de la luz en este mundo sin importar las pruebas y los sufrimientos que fueran necesarios. Pruebas y sufrimientos que llevó dignamente pues los soldados no tuvieron piedad de él durante su largo y penoso viaje de Antioquia a Roma. Pruebas y sufrimiento que cristalizaron con el derramamiento de su sangre y al que él veía como algo necesario: «soy trigo de Cristo, deberé ser triturado por los dientes de las bestias para convertirme en pan puro y santo».
Su vida
Los datos conocidos de su vida arrancan del momento en que los apóstoles Pedro y Pablo lo designaron sucesor de Evodio (que dejó este mundo hacia el año 69 d.C.) para ocupar como obispo la sede de Antioquia. Ésta era entonces una ciudad populosa, de gran importancia dentro del Imperio Romano, mosaico de creencias y vía de paso de gran atractivo para muchas personas. Los que se fueron afincando, en su mayoría procedentes de diversos puntos, habían dejado allí su impronta. Greco-paganos, judeocristianos helenistas, judíos ortodoxos, entre otros, junto a la nutrida comunidad cristiana conformaban el paisaje social de este núcleo gordiano «de las Iglesias de la gentilidad», con el que tuvo que lidiar san Ignacio. Y no le resultó fácil, como se percibe en sus ímprobos esfuerzos y llamamientos a la unidad.
Fue un pastor excepcional. Transmitió con fidelidad la doctrina heredada de los primeros apóstoles y defendió bravamente la fe contra herejías como el docetismo. En las siete epístolas que dirigió a las distintas Iglesias (algunas redactadas mientras viajaba para ser martirizado), no dejó de exhortar a los cristianos a dar la vida por Cristo, a ser fieles a las enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos.
Cuando supieron que había sido hecho prisionero y viajaba para ser ajusticiado, como tantos mártires, iban saliéndole al encuentro (entre otros, san Policarpo); él los bendecía con paternal ternura, orando por ellos y por la Iglesia. Eusebio de Cesarea, al historiar ese momento, haciéndose eco del discurrir de Ignacio, puso de manifiesto el ardor apostólico del santo que no perdía ocasión para dar a conocer a Cristo. En las ciudades que atravesó se ocupó de fortalecer a los fieles recordándoles el mensaje evangélico, animándoles a vivir la santidad. Tras de sí dejaba la huella de la unidad entre las Iglesias, después de haber alertado contra las herejías que irrumpían con fuerza buscando la confusión y la ruptura con el magisterio eclesial que de ellas se deriva.
Particularmente relevante fue su paso por Esmirna, sede de san Policarpo, que había bebido las fuentes primigenias del cristianismo de manos de san Juan. El edificante y rico legado de san Ignacio que amasó en ese lugar, además de las bendiciones que su presencia proporcionó a los cristianos de la ciudad, ha llegado a nuestros días. Se compone de una serie de cartas dirigidas a sus hermanos de Éfeso, Magnesia, Trales y Roma, a través de las cuales dejaba oír la poderosa voz de la fe que inundaba sus entrañas. A la comunidad romana le había dicho: «Trigo soy de Dios, molido por los dientes de las fieras, y convertido en pan puro de Cristo». No finalizó con estas misivas su encendida catequesis. En Tróada, su siguiente escala, escribió a la comunidad de Filadelfia, a la de Esmirna, y a Policarpo. En estos textos vivos, pujantes de gozo –porque sabía que iba camino de su martirio y ansiaba derramar su sangre por Cristo, ya que de este modo se abrazaría a Él por toda la eternidad–, se percibe cuánto le urgía dejar bien sentadas las bases de la comunión apostólica, recordando las claves del seguimiento, coronadas siempre por la caridad.
La lucha, el esfuerzo, la entrega incesante, la fraternidad, el espíritu de familia, el ir todos a una, y ponerse a merced unos de otros, siempre mirando a quien presidía la comunidad, sin celos, rivalidades y envidias, alumbraron a los fieles a quienes las dirigió y a las sucesivas generaciones. El potente eco de su voz se abre paso en nuestras vidas y nos insta a seguir el camino hasta el fin, recordándonos el valor de la gracia que recibimos cuando nos afiliamos a la Iglesia: «¡Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas!».
El 20 de diciembre del año 107, aunque este extremo no está confirmado, compareció ante el prefecto. Fue un trámite fugaz, inútil, ya que todo estaba decidido de antemano, y sin dilación fue conducido al anfiteatro Flavio. Allí unos leones dieron fin a su vida. Las Actas de los mártires reflejan este cruento sacrificio del gran prelado de Antioquia, cuyo sobrenombre de «Theophoros» (portador de Dios) sintetiza el acontecer de ese testigo de Cristo que derramó su sangre por Él. Había sido el primero en denominar «católica» a la Iglesia, en utilizar la palabra «Eucaristía» refiriéndose al Santísimo Sacramento, y en escribir sobre el parto virginal de María. Ha dejado obras excepcionales mostrando que la doctrina eclesial procede de Cristo por medio de los apóstoles. Sus restos fueron llevados a Antioquia.
El martirio de hoy
Un martirio nada lejano a nosotros en los que hoy en día se nos pide a los católicos ser mártires incruentos, es decir mártires que no derraman su sangre física, sino la sangre de la fidelidad a los mandamientos de la Iglesia. Es el martirio de la vida diaria, de los que como Ignacio proclaman con su ejemplo cotidiano que «no es justo hacer lo que la ley de Dios califica como mal para sacar de ello algún bien». De aquellos que aman tanto a Cristo y a la Iglesia «que respetan sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves y prefieren la propia muerte antes de traicionar esos mandamientos». (Cfr. Veritatis Splendor n. 90-91)
Son los mártires que en silencio saben ser católicos hasta las últimas consecuencias: la esposa que ante el «horror» de comunicar al marido que ha quedado embarazada nuevamente en circunstancias económicas desfavorables, saber ser valiente y consecuente con su realidad de católica y nunca piensa en el aborto como la medida «más fácil y segura» para no tener problemas con el marido. Jóvenes que llevan una vida impecable de castidad y pureza, guardando sus cuerpos limpios hasta el matrimonio, «sufriendo» el martirio de la presión avasallante de los medios de comunicación y los amigos que invitan al sexo como a una diversión y pasatiempo «seguros, sin consecuencias graves». Hombres de empresa y obreros que ante la posibilidad de hacer un negocio «no tan limpio» o «hacerle una pequeña trampa al patrón» prefieren seguir con orgullo y con la frente en alto aquel mandamiento que para muchos es viejo y anticuado: «no matarás». Y así tenemos un ejemplo, una fila interminable de mártires del siglo XXI que se presentan todos los días como san Ignacio de Antioquía, ante las nuevas fieras del Circo Máximo y que escuchan también todos los días, las palabras que escuchó san Ignacio con el último rugido del león: «Venid a mí, bendito de mi Padre… hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Mejor por amor que por el banquete
Santo Evangelio según san Marcos 10, 35-45. Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme poder amarte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 10, 35-45
En aquel tiempo, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte». Él les dijo: «¿Qué es lo que desean?». Le respondieron: «Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les replico: «No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?». Le respondieron: «Si podemos». Y Jesús les dijo: «Ciertamente pasaran la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado».
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: «Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos». Palabra de Dios.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Todos queremos ir al cielo o por lo menos la mayoría, pero ¿por qué? La repuesta debería ser sencilla y creo que es solo una, porque en el cielo puedo amar eternamente a Dios.
Cuando era niño a veces hacia cosas por los premios que recibiría, me portaba bien con mis papás, no porque quería ser bueno con ellos, sino porque, aunque los amaba, quería una buena merienda a las cuatro de la tarde. Y ahora me pregunto si mis motivos para ser un buen cristiano son porque quiero la merienda, es decir ir al cielo, o porque realmente amo a Dios.
En el Evangelio los apóstoles le comentan a Jesús que están dispuestos a beber el mismo cáliz que Él… pero piden la merienda; sentarse uno a su izquierda y el otro a su derecha. Al igual que los apóstoles, nosotros debemos purificar las intenciones por la cual somos seguidores de Cristo. Todo nuestro obrar no puede ser para un simple ser bueno e ir al cielo sino que debe ser porque amamos a Cristo y a nuestros hermanos.
Hoy debemos hacer un eco a la principal razón por la cual hay misiones en el mundo: porque amamos a Dios y queremos que todos le conozcan; porque una misión evangelizadora sólo tiene como intención el amor y jamás una buena merienda.
Pidamos a Dios que todos nuestros esfuerzos, guiados y sustentados por su gracia, sean con la intención de amarle siempre, sin esperar privilegios en esta o en la otra vida, porque el mayor privilegio que podemos tener es amarle.
«“No será así entre vosotros”, respuesta del Señor que, en primer lugar, es una invitación y una apuesta a recuperar lo mejor que hay en los discípulos y así no dejarse derrotar y encerrar por lógicas mundanas que desvían la mirada de lo importante. “No será así entre vosotros” es la voz del Señor que salva a la comunidad de mirarse demasiado a sí misma en lugar de poner la mirada, los recursos, las expectativas y el corazón en lo importante: la misión. Y así Jesús nos enseña que la conversión, la transformación del corazón y la reforma de la Iglesia siempre es y será en clave misionera, pues supone dejar de ver y velar por los propios intereses para mirar y velar por los intereses del Padre. La conversión de nuestros pecados, de nuestros egoísmos no es ni será nunca un fin en sí misma, sino que apunta principalmente a crecer en fidelidad y disponibilidad para abrazar la misión».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una obra de misericordia con amor consciente a Dios y a los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Hasta dónde debe uno dar la vida?
Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño
Hablando con una amiga afirmaba que todo el que da la vida por sus amigos como dice el Señor es ético y cristiano; ella lo decía literalmente y me puso un ejemplo de un señor que donaba su corazón, estando bien de salud, a otra persona y ella decía que estaba bien, yo decía que no se puede uno quitar la vida por otro, así salve la de otro porque el único que puede disponer de nuestras vidas es Dios. Por favor ¿nos aclara qué piensa el catolicismo sobre esto? Dios te guarde.
Una de las preguntas morales más difíciles es esta: ¿En qué circunstancias es lícito disponer de la propia vida? Una primera luz está en el número 2280 del Catecismo:
«Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.»
Dejando eso bien claro, se ve que hay coyunturas en que dar la vida no sólo no sería reprobable sino meritorio. Pensemos en los héroes de guerra, o en los mártires de la fe. En tales casos, evidentemente excepcionales, queda claro que un bien mayor, por ejemplo, el bien común de un pueblo, o el deseo de dar gloria a Dios mismo como único Señor, puede justificar la entrega de la propia vida.
No se ve en cambio, haciendo abstracción de otros motivos concurrentes, cómo se puede determinar con certeza que una vida es más valiosa que otra. Un par de ejemplos pueden ayudar a entender la cuestión.
San Maximiliano Kolbe dio su vida por una persona, un prisionero de guerra como él, estando ambos en un campo de concentración de los nazis. Pero el desarrollo de los hechos mostró que no se trataba simplemente de cambiar una muerte por otra: San Maximiliano se entregó al servicio pastoral de los condenados a muerte, y con sus virtudes de inmenso heroísmo mostró verdaderamente el rostro de Jesús, el Buen Samaritano. Aunque uno pueda pensar que se trataba solamente de dar una vida por otra vida, en realidad los motivos del Santo franciscano iban más allá.
Una compasión parecida puede uno encontrar en el caso de aquella pareja que se vio en el horrible trance de un accidente ferroviario, viajando en compañía de su hija paralítica. No soportando el ver que su hija muriese ahogada, hicieron un esfuerzo supremo por mantenerla a flote, y por ello tuvieron que pagar el precio de su propio ahogamiento. Pero también en este caso se ve que hay un motivo especial de misericordia hacia los más desvalidos, de modo que la asfixia final de esos papás no es simplemente un intercambio de una muerte por otra, sino que es una señal de amor paterno con una dimensión notable de compasión.
Lo que en cambio no parece tener justificación es que una persona se haga matar para que otra persona viva, sin que haya un testimonio adicional o un bien notable, objetivo y mayor. Un escolta puede hacerse matar por proteger a un personaje que por su relevancia pública encarna en cierto sentido un bien mayor para la sociedad pero el caso general de una persona simplemente decidiendo morir en lugar de otra simplemente choca con el hecho, ya expuesto a partir del Catecismo: no somos dueños absolutos de la vida.
En resumen: aunque hay circunstancias que pueden avalar que alguien se inmole por otra persona debe haber razones suplementarias, notables, bien discernidas, objetivamente comprobables, que hagan de tal acto un modo de hacer posible un bien mayor, o de dar gloria y alabanza a Dios de un modo más pleno. Si tales circunstancias no se dan con esa claridad, parecería que estamos más ante un suicidio que ante un acto de amor.
En nombre de Dios, cambien un sistema de muerte
Videomensaje del Papa a los participantes en el 4° encuentro mundial de movimientos populares.
Soñar juntos con un mundo mejor después de la pandemia, tratando de vencer las resistencias que impiden alcanzar «ese buen vivir en armonía con toda la humanidad, con toda la creación» que sólo se consigue con libertad, igualdad, justicia y dignidad. Cambiar «un sistema de muerte» pidiendo, en nombre de Dios, a los que tienen el poder político y económico, que cambien el statu quo y permitan que nuestros sueños se infiltren en «el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus hijos». Es lo que propone el Papa Francisco, en un largo videomensaje, a los representantes de los movimientos populares, reunidos por videoconferencia para su cuarto encuentro mundial organizado por el Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral.
Sentir el dolor de los demás como propio
Sin embargo, en este contexto, los trabajadores del movimiento popular han sentido el dolor de los demás como propio. «Cristianos y no -dice el Papa- han respondido a Jesús, que dijo a sus discípulos frente al pueblo hambriento: ‘Denles ustedes de comer’”
Al igual que los médicos, enfermeros y el personal de salud en las trincheras sanitarias, ustedes pusieron su cuerpo en la trinchera de los barrios marginados. Tengo presente muchos, entre comillas, “mártires” de esa solidaridad sobre quienes supe por medio de muchos de ustedes. El Señor se los tendrá en cuenta. Si todos los que por amor lucharon juntos contra la pandemia pudieran también soñar juntos un mundo nuevo, ¡qué distinto sería todo!
Cambiar el sistema económico
El Papa reitera que nunca se sale igual de una crisis. De la pandemia » o se sale mejor o se sale peor, igual que antes, no». Por ello, para aprovechar una oportunidad de mejora es necesario «reflexionar, discernir y elegir», porque «retornar a los esquemas anteriores sería verdaderamente suicida», «ecocida y genocida». Para salir mejor parados, es » pero es imprescindible también ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido». Modelos que se han convertido en «estructuras de pecado» que persisten y que estamos llamados a cambiar.
Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo. Todavía hay tiempo
«En nombre de Dios», el llamamiento del Papa a los poderosos de la tierra
De ahí el enérgico llamamiento al cambio dirigido nueve veces «en nombre de Dios» a quienes cuentan y tienen poder de decisión.
A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas.
Hay países donde sólo tres, cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la tecnología que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación política.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de comunicación que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más vulnerados.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes.
Apelación a los líderes políticos y religiosos
A los gobiernos y políticos de todos los partidos, Francisco les pide que eviten «escuchar solamente a las elites económicas» y se conviertan en «servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena», mientras que a los líderes religiosos les pide que nunca utilicen el nombre de Dios para fomentar guerras o golpes de Estado. En cambio, hay que construir puentes de amor.
Los samaritanos y el poder transformador de los pueblos
Los discursos populistas de intolerancia, xenofobia y aporofobia, continúa el Papa, son narrativas que conducen a la indiferencia y al individualismo, dividiendo a las personas para impedirles soñar juntas con un mundo mejor. En este desafío los movimientos populares actúan como «samaritanos colectivos». El buen samaritano, recuerda el Papa, lejos de ser ese «personaje medio tonto» representado por «cierta industria cultural» que quiere «neutralizar la fuerza transformadora de los pueblos y en especial de la juventud», es en realidad la representación más clara de una opción comprometida con el Evangelio.
¿Saben lo que me viene a la mente a mí ahora, junto a los movimientos populares, cuando pienso en el Buen Samaritano? ¿Saben lo que me viene a la mente? Las protestas por la muerte de George Floyd. Está claro que este tipo de reacciones contra la injusticia social, racial o machista pueden ser manipuladas o instrumentadas para maquinaciones políticas y cosas por el estilo; pero lo esencial es que ahí, en esa manifestación contra esa muerte, estaba el “samaritano colectivo” —¡que no era ningún bobeta! —. Ese movimiento no pasó de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada por semejante abuso de poder.
La Doctrina Social de la Iglesia molesta a muchos
El Papa Francisco propone algunos principios tradicionales de la Doctrina Social de la Iglesia, como la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la subsidiariedad, la participación, el bien común.
A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie de epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera adjetivación degradatoria. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma tecnocrático.
Francisco dice que se entristece cuando «algunos hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos estas orientaciones que pertenecen a toda la tradición de la Iglesia”, e invita a leer el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia querido por San Juan Pablo II:
El Papa no puede dejar de recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es el Papa sino el Evangelio.
Compromiso con el bien común y la libertad
Francisco señala en particular dos principios: la solidaridad, entendida como «una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común», y la subsidiariedad, que se opone a » cualquier esquema autoritario, cualquier colectivismo forzado o cualquier esquema estado céntrico». De hecho, subraya, el bien común «para aplastar la iniciativa privada, la identidad local o los proyectos comunitarios».
Salario mínimo y reducción de la jornada laboral
Es «tiempo de actuar» y el Papa propone algunas medidas concretas: un ingreso básico (o salario universal) y la reducción de la jornada de trabajo. De este modo, cada persona podría permitirse el acceso «a los más elementales bienes de la via».
Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media —generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—.
Para el Papa, las ventajas de la reducción de la jornada laboral se encuentran en la historia:
En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo.
Escuchar la voz de las periferias
Por último, Francisco recuerda la importancia de escuchar a las periferias, el lugar desde donde «el mundo se ve más claro».
Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres que han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder, las privaciones, la xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor lo que viven los demás y son capaces de ayudarlos a abrir, realísticamente, caminos de esperanza.
Las promesas del Rosario
1. Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
2. Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
3. El Rosario es una arma poderosa para no ir al infierno, destruirá los vicios, disminuirá los pecados, y defendernos de las herejías.
4. Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su dedeo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.
5. El alma que se encomiende a mi en el Rosario no perecerá.
6. Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.
7. Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
8. Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
9. Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.
10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
11. Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
13. Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mi al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
14. Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesucristo.
15. La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.
Bendiciones del Rosario
1. Los pecadores son perdonados.
2. Las almas sedientas son refrescadas.
3. Aquellos que son soberbios encuentran la sencillez.
4. Aquellos que sufren encontrarán consuelo.
5. Aquellos que estan intranquilos encontrarán paz.
6. Los pobres encontrarán paz.
7. Los religiosos son reformados.
8. Los vivos aprenderán a sobrepasar el orgullo.
9. Los muertos (las almas santas) aliviarán sus dolores por privilegios.
Los beneficios del Rosario
1. Nos otorga gradualmente un conocimiento completo de Jesucristo.
2. Purifica nuestras almas, lavando nuestras culpas.
3. Nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
4. Nos facilita practicar la virtud.
5. Nos enciende el amor a Nuestro Señor.
6. Nos enriquece con gracias y méritos.
7. Nos provee con lo necesario para pagar nuestras deudas a Dios y a nuestros familiares cercanos, y finalmente, se obtiene toda clase de gracia de nuestro Dios todopoderoso.
Rosario en línea
Hoy domingo rezamos los Misterios Gloriosos
Jornada Mundial del Rosario 2021
Ya solo faltan 13 días para la Jornada Mundial del Rosario
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Letanía Lauretana
Guía para el rezo del Santo Rosario
Las promesas, bendiciones y beneficios del Rosario
Rosarium virginis Mariae – Carta Pastoral
¿Qué es la pobreza Cristiana?
¿Virtud o condición de vida?
El Papa Francisco tiene muy presente el tema de la pobreza y constantemente nos está recordando que quiere que seamos una Iglesia pobre. Comprender la pobreza como la vivió y la quiere nuestro Señor Jesucristo es el primer paso para poder ser esta Iglesia que el Papa desea. Aunque podría parecer muy simple, la verdad es que existe mucha confusión sobre lo que la pobreza Cristiana es en verdad.
Virtud o Condición de Vida
Es muy importante comprender que en la Iglesia hablamos de dos tipos distintos de pobreza. Existe la pobreza como condición que consiste en la carencia de bienes materiales, sabemos que muchas personas lo padecen y es un problema que debemos trabajar para solucionar. Esta pobreza es un mal. No hay nada positivo sobre la pobreza material, en el mejor de los casos, algo positivo se puede sacar de ello pero jamás se puede considerar un bien.
- Esto es la Biblia: Episodio 7 – Génesis 7. Comienza el diluvio
La virtud de la pobreza es la que valoramos. Cristo habla sobre la pobreza espiritual como aquella que merece ser premiada, aquella que es digna del Reino de los Cielos (Mt 5-3). Esta consiste en una decisión de vida, una actitud con la que Cristo nos pide vivir para poder llegar al cielo, no depende de la condición económica de la familia o del país del cual provenimos, no depende que hayamos perdido todo en un incendio o hayamos ganado la lotería y no depende de las capacidades que tengamos de hacer más o menos dinero. La virtud de la pobreza, como todas las virtudes, depende de la voluntad humana.
El don de los bienes materiales
¿Quiere decir esto que la pobreza espiritual nos exige hacernos pobres materialmente de forma voluntaria? Al parecer muchas personas creen esto, quizás no conozcamos a ninguna persona que viva con carencias materiales por decisión personal pero constantemente escuchamos cómo se habla en la Iglesia sobre vivir la pobreza y esto nos hace pensar en la pobreza material. Entonces, ¿somos los católicos personas incoherentes?
¿Está mal tener cosas materiales?
Si Dios creó el mundo sensible, este no puede ser un mal, Él nos puso en ese mundo para que disfrutaramos de su creación. El mundo material es un don de Dios, un medio para que podamos ser felices y podamos amarlo a Él. Lo único que le ofende es cuando ponemos estas cosas antes que a Él y antes que a nuestros hermanos. Dios nos da por amor, como una madre da a sus hijos por amor, pero cuando un hijo ama más los regalos que a su madre es cuando el niño está rechazando el don más grande que puede recibir, está rechazando el mismo amor de su madre.
La pobreza voluntaria no es una exigencia de Cristo y tampoco de la Iglesia. Cuando Cristo habla de la pobreza que debemos vivir, Él quiere decir que debemos vivir desprendidos de lo material, que le demos poca importancia a estas cosas. Este desinterés por lo material debe brotar de un auténtico interés por lo espiritual y por la vida futura en el cielo. Quien tiene los ojos en el cielo no se preocupa por las cosas que este mundo nos puede ofrecer sino que se vale de ellos para lo que necesita, en esto consiste esta virtud.
El verdadero pobre de espíritu no permite que el dinero ni ninguna otra posesión se interponga entre él y el cielo y no piensa dos veces antes de decidir deshacerse de algo material si esto le causa problemas en su relación con Cristo.
La Pobreza de Cristo
Es cierto que Cristo vivió con mucha austeridad y esto lo debemos tomar en cuenta, pero también es cierto que Cristo, no se limitó a cubrir sus necesidades básicas, sino que dió de comer a más de cinco mil personas y “Comieron todos y se saciaron”(Mt 14 -20), participaba en banquetes por lo que los fariseos lo criticaron (Mt 11, 19), no se quejó cuando María de Betania le untó los pies con nardo puro (Jn 12, 3) y su primer milagro fue el de convertir el agua en vino en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12). De esto no podemos concluir que Cristo vivió sin disfrutar de las cosas materiales y mucho menos pensar que es así que debemos vivir nosotros.
Lo que vemos hacer a Cristo es poner todos los medios necesarios para poder realizar la misión que el Padre le encomienda y de deshacerse de todo aquello que pueda interferir en su misión. Por esto Cristo deja el hogar y no se establece en un solo lugar sino que se dedica a recorrer las ciudades y lo poblados para difundir la buena nueva. Nada se puede interponer entre Cristo y su misión, ni el cansancio, ni el temor, ni el dinero. Cristo ama al Padre y vive para el Padre, todo lo demás queda en un segundo plano.
Bienaventurados los pobre de espíritu…
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5-3).
Finalmente lo que esto significa es que para heredar el cielo simplemente hay que quererlo, porque quien de verdad quiere algo dedica su tiempo y energías para conseguirlo. Por esto pedimos a nuestro Señor Jesucristo que nos conceda la virtud de la pobreza, de modo que vivamos día a día con la ilusión de luchar por alcanzar el cielo y cuando este deseo esté profundamente en nuestros corazones, ya no seremos ciudadanos de la tierra sino del paraíso que el Padre nos tiene preparado.
El llamado de Cristo en el monte de las bienaventuranzas es a identificar cuales son esas cosas que nos atan a la tierra y no nos permiten ascender hacia Él y preguntarnos ¿Cómo quisiera Cristo que usara esto? ¿Lo puedo aprovechar para crecer en mi relación con Dios o debo desprenderme y alejarme de ello?
El sentido cristiano del dolor
Artículo que habla acerca del sentido del dolor y del sufrimiento humano como uno de los desafíos más complejos de la fe cristiana.
El sentido cristiano del dolor
Sergio Peña y Lillo
Comprender el sentido del dolor y del sufrimiento humano es uno de los desafíos más complejos de la fe cristiana. En efecto, cabe preguntarse: Si Dios es amor y omnipotencia, ¿por qué permite el dolor en el mundo?, ¿por qué no elimina el sufrimiento, haciendo que todas sus criaturas sean felices? Con razón ha dicho André Frossard que el origen del dolor y del mal “son la piedra en la que tropiezan todas las sabidurías y todas las religiones”[1]. Así el cristiano -como cualquier otro hombre-, al experimentar el dolor desgarrador, se pregunta, al menos en el primer momento:
“Por qué, Señor, por qué” y, en su amargura, experimenta la radical soledad y se formula la espantosa interrogante de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Desde otra perspectiva, también muchas personas religiosas se cuestionan: si Dios es justo, ¿por qué tantos hombres virtuosos viven en la pobreza o la desgracia y tantos pecadores, en cambio, en la dicha y en la prosperidad? Desde luego, estas preguntas -que son racionalmente válidas- implican un concepto de Dios demasiado antropomórfico.
Así, parecería que todos podríamos hacerlo mejor que Dios. No existirían las guerras ni los crímenes, o el hambre, la pobreza y la enfermedad. Lo que ocurre, en realidad, es que la mente reflexiva no puede penetrar los misterios de la creación y de la vida, que sólo se entregan a la percepción numinosa de la mística y a la certeza intuitiva de la fe. La teología cristiana nos enseña que Dios no desea el sufrimiento del hombre y que sólo lo permite porque es necesario para su crecimiento ético y espiritual y poder regresar así al goce paradisíaco original. Al respecto, Juan Pablo II nos recuerda en su encíclica Evangelium Vitae , que el hombre “está llamado a la plenitud de la vida, que va más allá de su existencia terrenal, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios”. La experiencia del hombre en el mundo, entonces, no es su “realidad última” sino sólo la “condición penúltima” de su destino sobrenatural.
Siempre en el marco de la religión judeo-cristiana, el simbolismo del génesis nos muestra que fue sólo la rebeldía del hombre la causa tanto del dolor como de la muerte. En efecto, es el Pecado Original el que introdujo la vulnerabilidad en la existencia humana y -desde entonces- tanto el dolor como el sufrimiento se han hecho connaturales a la conciencia del hombre y se han mantenido a través de la historia, constituyendo algo así como la cara siniestra de la herencia adámica.
Pero ¿cuál fue el pecado original? Es en definitiva un misterio que desborda la comprensión intelectual, porque su enigma es interno y constituye la esencia misma del misterio. El relato bíblico nos dice que el hombre -tal vez más por curiosidad que por soberbia-, al comer el fruto del árbol prohibido, usurpó el conocimiento del bien y del mal que sólo le pertenecía a Dios. Fue este acto de rebeldía el que lo separó, al menos parcialmente, de su esencia divina, sometiéndolo ahora -después de su felicidad paradisíaca- al dolor, al sufrimiento y a la muerte, propios del orden natural del universo. Más allá del relato bíblico, el curso de la historia nos demuestra trágicamente cómo el hombre era y es incapaz, por sí solo, de discernir el bien y el mal. De ahí el absurdo de reprochar a Dios por nuestros errores y nuestros crímenes, que El sólo permite por respetar nuestra libertad y -tal vez- para el cumplimiento pleno de su designio providencial. El único responsable, entonces, de la mayoría de los dolores y sufrimientos, es el hombre mismo, que creyó, y aún con frecuencia cree, poder dirigir –autónomamente su vida y su propio destino.
No obstante, Dios -en su infinita misericordia- le dio a la desobediencia de Adán un valor y un sentido positivos, otorgándole al mal y al sufrimiento un carácter purificador que culminará -en la historia- con la pasión redentora de Jesús que, sin conocer el pecado, con su martirio inocente asumió para siempre todos los dolores y sufrimientos de la humanidad. En efecto, el martirio de Jesús no fue producto de un azar, sino que estaba previsto en el designio divino para la salvación del hombre y es por eso que ya fue anunciado por los profetas del Antiguo Testamento como una promesa divina de redención universal.
Por otra parte, el que Dios haya permitido, y permita, la actividad diabólica -intrínsecamente unida al dolor y al sufrimiento del hombre-, es otro misterio; pero -como nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica- sabemos que más allá del dolor y del pecado, en todos los casos, interviene Dios para transformarlos en un bien de los que ama[2]. Así el Padre, por su amor al hombre, si bien no suprimió el dolor, le dio un sentido moral, tanto para el crecimiento y la madurez espiritual de cada individuo, como para la actualización -en la especie humana- del supremo sentimiento de la compasión. De este modo, Dios transformó nuestra propia imperfección del amor que, paradojalmente, no habría podido existir en un mundo armonioso y perfecto.
Definitivamente, la vida humana está destinada a un fin que trasciende al pecado, y Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor. Como dice San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Es por lo mismo que el Pecado Original no es un mal definitivo, sino susceptible de restauración, precisamente a través -como hemos dicho- de la misión redentora de Cristo y su calvario. En cierto modo, puede equipararse el pecado original a la mítica caja de Pandora, que según los griegos- fue abierta por la curiosidad de “la primera mujer” desatando todos los males y sufrimientos sobre la tierra. Pero en el fondo del ambiguo cofre -según la leyenda helénica quedó algo: … la esperanza. Del mismo modo se puede decir que después de la caída del hombre, persiste la posibilidad de redención y es por eso que la fe y la esperanza permiten al género humano sobrevivir con entusiasmo y aun con alegría, en un mundo hostil y en una vida efímera, precaria e incierta.
En la antigüedad se pensó que el dolor del hombre era un castigo por sus pecados. Pero -para el cristianismo- las congojas y desgracias no son el castigo de una culpa, sino una oportunidad de purificación. Parecería que Dios, en la “economía” de su misericordia, jamás condena y sólo nos hace vivir lo que nuestra alma necesita para su crecimiento interior. Ya lo señaló Juan Pablo II, al referirse a los “dolores inocentes”, como lo demuestra la tribulación de los santos, las pruebas de Job, o el sufrimiento de María ante el martirio de su hijo y el propio dolor y la angustia de Jesús en el Getsemaní y en el Gólgota.
En realidad, no podemos equiparar nuestro concepto del bien y del mal con el de la sabiduría divina. Así, lo que nos parece favorable, puede no serlo a los ojos de Dios. Lo que estimamos infausto, puede ser útil y conveniente para el designio divino de nuestra personal existencia. Aquí nos enfrentamos a un hecho esencial y éste es que la existencia de Dios trastoca -en su raíz- el sentido de la vida humana. Si Dios no existiera -al margen de que todo se transformaría en un absurdo- lo único importante sería ser feliz y no tener congojas, enfermedades o desdichas. Pero si Dios existe, la vida se transforma de inmediato en experiencia y ahora lo que importa es que cada alma encarnada viva lo que ha venido a vivir y asuma con valor el superior designio de su propia existencia. Cuando el cristianismo dice que Dios ama infinitamente al hombre, señala C.S. Lewis, no se refiere a una “benevolencia senil y soñolienta”, sino a que lo ama a través de las condiciones concretas y necesarias de su existencia humana. En efecto, si este mundo tiene un sentido de “perfección de almas”, sin duda que el dolor y el sufrimiento deben tener un significado importante para el hombre; algo así como un motivo de perfeccionamiento que, de algún modo, enriquece tanto la evolución individual como la experiencia general del hombre a través del curso de la historia. La vida, en el fondo, es un permanente desafío hacia el autocrecimiento y, vista de este modo, sin la existencia de la desdicha o del dolor, se desvanecería la experiencia terrenal del hombre como un acontecer carente de sentido. Así, un mundo sin pecado ni sufrimiento sería un mundo estático, donde la existencia del hombre se convertiría en un hecho inútil y en una vida estéril. Ya lo decía Heráclito: el bien y el mal tienen un lugar necesario en la experiencia vital y aun en el universo, ya que si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
El Papa invitó a un millón de niños para que recen el Rosario
AP/Associated Press/East News
Ángelus. El Pontífice predicó sobre el servicio en la Iglesia: ¿Somos cristianos servidores de los otros o somos ministros de gobierno; trepadores?
Después del Ángelus, de este domingo, 17 de octubre, el Papa recordó la Jornada que la Fundación «Ayuda a la Iglesia Necesitada» organizó para invitar a un millón de niños a rezar el Santo Rosario.
Luego recordó también la beatificación de 128 nuevos mártires por la fe en Cordoba, España. “Asesinados en nombre de la fe”. Y recordó hoy a los cristianos perseguidos en el mundo.
El Papa invitó a la gente a rezar por las víctimas y sus familiares en los distintos atentados de los últimos días en Inglaterra, Afganistán y Noruega, concluyó el Ángelus.
A las 12 horas de hoy, Francisco se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Al introducir la oración mariana, el Papa centró su meditación en el Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) que cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria. Como si fueran ministros de gobierno”.
“Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir la cruz.”.
Por tanto, el Papa indicó que “la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación”.
Por eso, afirmó, Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43).
Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse.
Emerger
El pontífice se detuvo sobre estos dos verbos. “El primer es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar lugares importantes”.
“La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, trepar (socialmente).
¿Somos servidores o trepadores?
El Papa dijo que era una enfermedad también en la Iglesia, el querer trepar, cuando el cristiano debe ponerse al servicio de los demás”.
Por eso, señaló: “siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”.
A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya, sostuvo Francisco: “en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vezde emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros”.
El Papa insistió en el servicio, preocuparse por la vida de los otros. Por ejemplo cuando sufren hambre. Preocuparse por las necesidades de los otros, especialmente en este tiempo de pandemia.“Mirar y abajarse en el servicio y no intentar trepar por la propia gloria”.
Y ahí está el segundo verbo, indicado por el Papa: sumergirse. Ser como el gua de la lluvia que cae para dar vida. “Jesús nos pide que nos sumerjamos con compasión en la vida de quien encontramos, como ha hecho Él con nosotros. Miramos al Señor Crucificado”.
Compasión El Papa insistió en la compasión. “Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos desde arriba hacia abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies”. En su predicación, insistió: “Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende abajo, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. Jesús “nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado”. “Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, en el servicio”, concluyó. El Pontífice ha invitado a los fieles a rezar a la Virgen: “Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús”. Por ultimo, el Pontífice deseó a todos un feliz Domingo e insistió: “Por favor, por favor, no olviden de rezar por mí. Qué tengan un buen almuerzo y hasta pronto!”.
El rosario
Cada 18 de octubre, Ayuda a la Iglesia Necesitada, desde los 23 países donde está presente, convoca a todos los niños del mundo a rezar el rosario por la paz y la unidad en toda la tierra. El Papa ha apoyado hoy la campaña que invita a padres, abuelos, tíos, padrinos, catequistas y profesores a promover entre pequeños y jóvenes, a rezar la oración mariana, convencidos del gran poder de la contemplación y más aún si son niños los que rezan.“Si un millón de niños rezara el rosario, el mundo cambiaría”. ¡Ahora más que nunca, este 18 de octubre, entre todos tenemos que lograrlo!
Ignacio de Antioquía: Conoció a los apóstoles y les siguió
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Uno de los cristianos más destacados de la Iglesia primitiva famoso por sus cartas, ¿le respondería una la Virgen María?
San Ignacio nació en Siria alrededor del año 35 dC, y se cree que fue discípulo del apóstol san Juan Apóstol. Ignacio fue ordenado obispo de Antioquía y se convirtió en un miembro destacado de la Iglesia cristiana primitiva. De hecho está considerado Padre de la Iglesia, concretamente se cuenta entre los Padres apostólicos, los que muestran cómo empieza el camino de la Iglesia en la historia. Conocido como «Theophorus» (portador de Dios), dejó varios escritos, que aportaron mucha luz a la Iglesia católica entre el siglo I y el II así como sus datos biográficos que hoy conocemos. Fue condenado a muerte a causa de su fe, y llevado a morir a Roma donde fue devorado por las fieras a principios del siglo II, siendo emperador Trajano.
«¡Bello es que el sol de mi vida se vuelva hacia Dios a fin de que en él yo amanezca!», escribió.
¿Se carteó con la Virgen María?
No existe una fecha definitiva de la Asunción de la Santísima Madre al Cielo, pero los expertos dicen que podría haber sido como muy pronto en el año 44, y como muy tarde, en el año 55.
En cualquier caso, Ignacio probablemente estaba vivo cuando la Virgen María dejó esta tierra, y no es imposible que le escribiera una carta.
Si él era un discípulo de san Juan (el discípulo que llevó a la Santísima Madre a su casa), ciertamente tenía un medio para transmitir su mensaje. Incluso pudo haber conocido a la Virgen María durante su vida.
Cualquiera sea el caso, el documento medieval llamado Legenda Aurea relata el siguiente intercambio entre los dos. En primer lugar, san Ignacio escribe a la Santísima Madre.
A María, la portadora de Cristo, su Ignacio. Debes fortalecerme y consolarme, como neófito y discípulo de tu Juan, de quien he aprendido muchas cosas acerca de tu Jesús, cosas maravillosas que contar, y estoy estupefacto al escucharlas. El deseo de mi corazón es estar seguro de estas cosas que he escuchado de ustedes, que siempre estuvieron tan íntimamente cerca de Jesús y compartieron sus secretos. Adiós y deja que los neófitos que están conmigo se fortalezcan en la fe, por ti, a través de ti y en ti.
La Santísima Madre tuvo la amabilidad de ofrecer una respuesta. Para mi querido compañero discípulo Ignacio, esta humilde sierva de Cristo Jesús. Las cosas que has escuchado y aprendido de Juan son ciertas. Créelas, consérvalas, sé firme en el cumplimiento de su compromiso cristiano y da forma a tu vida y conducta. Iré a verte con Juan, a ti y a los que están contigo. Mantente firme y actúa valientemente en la fe. No dejes que las dificultades de la persecución te hagan vacilar, y que tu espíritu sea fuerte y alegre en Dios tu salvación. Amén. No está claro dónde se originaron estas «cartas», solo que la historia se transmitió a través de los años. Independientemente de su autenticidad, las letras son una meditación fascinante. Podemos imaginarnos en el siglo primero y preguntarnos si hubiéramos escrito una carta a María, la Madre de Dios. Era conocida en la Iglesia primitiva y habría sido una consejera solicitada, ansiosa por ayudar a otros a amar a su Hijo.
«El Hijo del hombre ha venido a dar la vida por la redención de todos» San Marcos 10, 35-45
El Siervo del Señor hizo de su vida un sacrificio
Meditación al Evangelio 17 de octubre de 2021
El domingo pasado 10 de Octubre el Papa Francisco en una bella ceremonia, precedida por una profunda reflexión del día anterior, inauguró el itinerario para el próximo sínodo. Hacía una invitación a todos los fieles a participar en esta primera fase de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema es «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Partiendo del evangelio dominical se centraba en tres verbos principales que nos pueden acompañar en este camino: encontrar, escuchar y discernir. Nos invita a que hoy en cada diócesis se haga también una apertura de este Sínodo que quiere contar con la participación de todos. Los textos de este día se prestan para con esos mismos verbos iniciar un proceso de encuentro, escucha y discernimiento en nuestro camino de sinodalidad.14:06
En el pasaje de este día todo es contraste: entre el cielo y la tierra, entre los proyectos del hombre y los proyectos de Jesús, entre los caminos terrenales y los del Reino de los Cielos. Jesús, en un ambiente de intimidad y confianza, en ese ambiente de encuentro, abre su corazón y manifiesta a sus discípulos cuál es el itinerario que lo llevará hasta la cruz, su supremo acto de amor. Por su parte Santiago y Juan parecen no comprender lo que ha hablado el maestro y también abren su corazón y lo descubren lleno de ambición por el poder. Como si no hubieran escuchado la revelación que les hace Jesús en el camino hacia Jerusalén, hacen caso omiso del anuncio de los sufrimientos y de los dolores, porque tienen en su mente otras propuestas. Contraste pleno entre los criterios y valores del maestro y las ambiciones de sus seguidores.
Las discusiones por los primeros lugares, las envidias y las zancadillas también encuentran su espacio entre los discípulos. Jesús aprovecha la oportunidad no sólo para descubrir las ambiciones de sus discípulos sino para desenmascarar las estructuras del poder, de la riqueza y de los gobiernos.
Las luchas encarnizadas entre los partidos, y dentro de ellos, no son para servir y para buscar un mejor país, las luchas son para obtener el poder personal o sectario y utilizan como pretexto el bien de la nación. Jesús nos enseña cuál es la verdadera vocación del discípulo y de toda persona que quiere tener un puesto frente a la comunidad: “el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor”. Rompe Jesús los valores del mundo y establece nuevos valores que harán crecer el sentido fraternal y comunitario. Jesús no ha venido a ser servido sino a servir y nos lo enseña en cada acto de su vida. Pero además se pone como ejemplo de quien lo quiera seguir. Ese es el sentido de la misión: una fuente que se abre generosa para servir y para vivificar. Desgastándose y disolviéndose como el agua generosa que parece perderse en la tierra fecunda, pero hace crecer la semilla y la fortalece para que pueda dar frutos.
La propuesta de Jesús no es una misión de conquista ni lucha de poderes. Algunos grupos religiosos proselitistas y combativos utilizan la religión y la Palabra de Dios para sus propios intereses, para obtener ventajas y beneficios. Estaríamos muy equivocados y seguiríamos los mismos senderos de “los jefes de las naciones que las gobiernan y las oprimen”. Para llevar el mensaje se necesita servir. No podemos tener otro modelo de misión que la misma vida de Jesús. Si queremos cumplir con la misión de Jesús tendremos que seguir sus mismos pasos y adoptar sus mismas actitudes: Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz; siendo rico, eligió ser pobre por nosotros, enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros.
Es el camino de la sinodalidad: acercarse al otro para caminar juntos. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo. La gran fuente que nos llenará internamente será el encuentro personal y comunitario con Jesús, mirarnos en Él y con Él, escuchar sus proyectos y sueños, confrontar nuestros ideales con los suyos y discernir nuestros deseos con lo que Él mismo nos propone.
Por ello, los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y después, con un gozo que no cabe en el corazón, llevaremos Buena Nueva a un mundo que se pierde en la desesperación y no encuentra una brújula que guíe sus pasos. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios, nuestro mundo puede volver a encontrar su centro y su profundidad. La propuesta en este domingo también es la fraternidad y el servicio, porque no podemos ni queremos quedarnos solos, ni construir aislados el proyecto de Dios, porque si hemos descubierto que Dios es nuestro Padre tendremos que comprometernos en una vida de dignidad para todos los hermanos; porque si hemos vivido la gratuidad de su amor, manifestaremos nuestro amor a los hermanos de formas concretas y comprometidas; porque si hemos recibido la misma misión de Jesús, estaremos dispuestos a afrontar sus mismas consecuencias: “amó hasta el extremo”. Esta apertura en nuestras Iglesias de la preparación para la asamblea sinodal, será un día espacial para discernir que sólo podremos caminar juntos si aprendemos a servir, a amar a todos a plenitud, porque tenemos el corazón lleno del amor de Jesús. Sólo así podremos caminar junto a los hermanos.
Padre Bueno, Tú quieres que tu amor llegue a todas las naciones, enséñanos a proclamar tu Palabra sirviendo generosamente y amando sin medida ni distinción de personas para así construir la familia universal. Amén.
Estimados hermanos y hermanas,
El texto que acabamos de proclamar nos presenta dos situaciones contrapuestas. La primera situación es doble: por un lado la petición que Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, hacen a Jesús para ocupar su derecha y de su izquierda cuando sea glorificado; y por otro lado, la indignación que suscita en los demás discípulos la petición de los dos hermanos.
La segunda situación, es la respuesta de Jesús a la petición que le han hecho, una respuesta paradójica, ya que no sólo asegura a los hermanos que beberán el cáliz que él ha de beber, sino que manifiesta explícitamente cuál es el sentido último de su vida: «el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir a los demás, ya dar su vida como rescate por todos los hombres».
Habitualmente, al escuchar estas palabras de Jesús, pensamos fácilmente en su donación en la cruz y olvidamos que toda su vida fue entrega y servicio. En realidad, la muerte de Jesús, no fue sino la culminación de su «desvivirse» constante. Día tras día, dio todo lo que tenía: sus fuerzas, la sus energías, su tiempo, su esperanza, su amor.
Por eso podemos decir, sin lugar a dudas que el centro de la Palabra de Dios de este domingo es un término arriesgado y que tiene poca prensa hoy y siempre. El concepto es: servir, ser servidor. Verbo y sustantivo que chocan con el deseo de sobresalir y de dominar, propios de la fragilidad del corazón humano.
La primera lectura, del profeta Isaías, comenzaba así: «El Señor quiso el sufrimiento triturar su Servidor». Jesús mismo en el evangelio explicita el sentido de su misión. Recordemos de nuevo: «el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir a los demás y dar su vida como rescate por todos los hombres». Con estas palabras, nos ha dado la definición más bella que se pueda dar de Dios y de él, de Dios, sólo sabemos lo que hemos visto y sentido por parte de Jesús. Dios es aquel que continuamente viene al encuentro del hombre, y viene como nuestro servidor, como aquel que da la vida. En palabras de un teólogo italiano, el P. Ermes Ronchi, «Dios es el que viene, el que ama y el que sirve al hombre».
Jesús afronta directamente el contenido de la petición y también de la reacción del resto de discípulos, ya que unos y otros, todos, por supuesto, querían ser los primeros aunque quienes lo manifestaran fueran los dos hermanos. Y les dice: «quien quiera ser grande, debe ser su servidor, y el que quiera ser el primero, debe ser esclavo de todos».
Esta explicación de Jesús sobre lo que significa ser los primeros encontrará su concreción en el lavatorio de los pies, antes de la cena pascual. Dios no tiene truenos, sino que se ciñe una toalla y se arrodilla delante de cada uno de nosotros, como lo hizo con los discípulos, para lavarnos los pies. Es desde esta posición, desde abajo, que Jesús lava y venda las heridas que el hombre de todos los tiempos tiene / tenemos en los pies que tan a menudo están cansado y llenos de llagas debido a las dificultades para fresar los múltiples ya veces difíciles caminos de la vida. Estar por encima aleja y distancia, en cambio Dios ocupa la máxima proximidad, ponerse a los pies de los que ama entrañablemente, es decir, de todos sin excepción.
Aunque, según la lógica del Evangelio, sentarse a la derecha oa la izquierda de Jesús significa ocupar también dos lugares en el Golgota, en el Calvario, es decir seguir a Jesús en todos y cada uno de los momentos de su, tanto en aquellos momentos en que se manifiesta como la voz Dios obrando prodigios y milagros, como cuando se encuentra absolutamente desarmados en la cruz. Ser a su derecha o su izquierda querrá decir también beber el cáliz del que ama primero, del que ama sin condiciones ni cálculos. En la cruz encontramos la explicitación del amor hecho servicio hasta el final. Por eso, Dios lo resucitó como confiamos nos resucitará también a nosotros.
Hermanos y hermanas, Dios es el sembrador incansable de nuestras vidas, las enriquece con fuerza, paciencia, coraje, libertad, para que también nosotros, como él, seamos servidores de la vida. Empezando por los que tenemos más cerca. Y ese es el gran título de honor que tendrán los discípulos: «ven siervo y fiel! Has sido fiel en lo poco, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor «(Mt 25, 23).