Génesis 12:1-4a / 2 Timoteo 1:8b-10 / Mateo 17:1-9
A veces vivimos momentos de Tabor…
A veces asociamos la Cuaresma a un tiempo de tristeza o de mortificación. La liturgia de hoy, en cambio, nos muestra lo contrario, nos lleva a la montaña del Tabor, nos hace dar cuenta de que el verdadero sentido de la Cuaresma no se reduce a realizar una serie de pequeños esfuerzos ascéticos, sino que también nos da la posibilidad de saborear la belleza del encuentro con el Señor.
El evento de la Transfiguración es, pues, una cita obligada en este tiempo de Cuaresma para todos nosotros. Tras la experiencia del pasado domingo en el desierto de la tentación, estamos llamados a subir a la montaña con los tres discípulos elegidos por Jesús: Pedro, Jaime y Juan. Los mismos que más tarde elegirá para que le acompañen al huerto de Getsemaní y permanezcan un poco más cerca de él, mientras que el resto permanecerán más alejados del lugar donde orará a su agonía. La escena de la transfiguración y la escena del sufrimiento de Jesús en Getsemaní contrastan entre sí: una feliz esplendor y otra angustiosa sufrimiento en la que Pedro, Jaime y Juan le hacen compañía, pero al mismo tiempo están relacionadas entre sí. Porque no hay gloria sin cruz.
La experiencia de los discípulos es muy significativa. Ellos, acostumbrados a las aguas del lago, están llamados a subir a la montaña alta, el lugar de la revelación, y Dios les hace protagonistas de algo fuera de su alcance. Son iluminados por una luz deslumbrante y ven a Moisés y Elías junto a Jesús, y quedan fascinados por esta visión. Y escucharán la Voz de Dios Padre diciendo: “Éste es mi hijo amado, en quien me he complacido. Escuchadlo”.
Por eso Cristo ordena a los tres discípulos que no hablen con nadie de esa misteriosa visión, antes de su muerte. Porque el misterio de la Transfiguración es para los discípulos una preparación para el misterio de la “Desfiguración”. Jesús que sube al Tabor subirá un día, no muy lejano, al Calvario. Al lado de Él ya no estarán Moisés ni Elías, sino dos ladrones. Ya no habrá Luz, sino tinieblas. Ya no estará la Voz del Padre, sino Su silencio. Y cuando llegue el momento de su éxodo en Jerusalén, de la cruz, los discípulos continuarán sin comprender. De los tres sólo quedará uno, Juan. Todo el mundo necesitará una nueva Luz, una nueva aurora, el nuevo Día de la Resurrección. Y entonces lo comprenderán todo, aunque sea despacio.
¿Y nosotros? A veces vivimos momentos de Tabor… Cuando, por ejemplo, vivimos un tiempo de desierto, oración, retiro. Nos parece estar en la montaña, contemplar la Luz, escuchar la Voz. Y decimos -o pensamos- «es bueno estar aquí». Pero la mayoría de las veces estamos llamados a bajar de la montaña, a estar a ras del suelo, a chocarnos con las dificultades y la oscuridad de la vida cotidiana. Una oscuridad que se encuentra fuera y, a menudo, también en nuestro interior. Y es aquí donde estamos llamados a dar un salto de fe: a ver lo Transfigurado en lo Desfigurado, es decir, a transfigurar nuestra realidad, a observar bien, con los ojos de Dios, la Luz que siempre está ahí. Quizá oculta, atenuada, pero está ahí. Incluso en el dolor más absurdo e incomprensible.
Y esa Luz tiene un nombre: Su Palabra. Escuchémosla. Escuchar nos invita a dar luz, a iluminarnos. Escuchar nos invita a bajar de la montaña para servir al hermano en el llano. Pedro no debe quedarse, aunque fuera bueno estar. Debe bajar y ponerse a servir. Y nosotros con él.
Aquí y ahora no vemos esta Luz, pero podemos vislumbrarla, verla dentro de nuestra realidad, a nuestro alrededor. Podemos vislumbrarla a los ojos de tantos enfermos, incluso gravemente enfermos, pero fuertes en la fe. Lo vemos en tantas personas comprometidas con el bien de los demás, sin querer obtener nada a cambio. Lo vemos en comunidades y familias en las que se respira la belleza de creer en Jesús.
Hermanos y hermanas. En medio de la sucesión de acontecimientos que parecen dar poca esperanza y mucha desesperación Jesús mismo nos ofrece el camino: devolver la mirada hacia Él. La transfiguración es un adelanto de la resurrección. En medio de las dificultades de la vida tenemos un hito. Subimos, pues, también nosotros al monte Tabor para escuchar la voz del Señor y contemplar a Cristo que se transfigura ante nosotros y nos invita a experimentar el cielo, porque esta experiencia hará menos fatigoso nuestro camino a la tierra, en medio de tantos problemas, y nos ayudará a avanzar hacia la meta final que es la Pascua de Cristo, que también será la nuestra.
Nosotros discípulos de Jesús no debemos buscar título de honor, de autoridad o de supremacía. Yo os digo que a mí personalmente me duele ver a personas que psicológicamente viven corriendo detrás de la vanidad de las condecoraciones. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto, ya que entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraterna. Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir. (Ángelus, 5 noviembre 2017)
• Matthew 23:1-12
Amigos, el Evangelio de hoy expone el orgullo de los fariseos y concluye con una prescripción de humildad. Quisiera reflexionar sobre esta virtud.
San Agustín dijo que todos nosotros, hechos de la nada, tendemos hacia la nada. Podemos ver esto en nuestra fragilidad, pecado y mortalidad. San Pablo dijo: “¿Qué posees que no hayas recibido? Pero si lo has recibido, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”.
Creer en Dios es conocer estas verdades. Vivirlas es vivir en actitud de humildad. Tomás de Aquino dijo humilitas veritas, lo que significa que la humildad es la verdad. Es vivir la verdad más profunda de las cosas: Dios es Dios y nosotros no.
Ahora, todo esto suena muy claro cuando se dice de esta manera abstracta, ¡pero hombre que es difícil vivirlo! En nuestro mundo caído, olvidamos tan fácilmente que somos criaturas.
Comenzamos a suponer que somos dioses, el centro del universo.
El ego se convierte en un enorme mono sobre nuestras espaldas, y tiene que ser alimentado y mimado constantemente. ¡Qué liberación es dejar el ego! ¿Ves por qué la humildad no es una degradación, sino una elevación?
Perpetua y Felicidad, Santas
Memoria Litúrgica, 7 de marzo
Mártires en Cartago
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo († 203).
Patronazgo: de las madres, de las madres embarazadas que dan a luz en condiciones difíciles (Felicidad), de las madres lactantes (Perpetua)
Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino.
Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.
Breve Biografía
Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.
A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”.
Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.
Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación.
Nuestras santas son representadas normalmente en la arena, embestidas por una vaca, algunas veces abrazándose para darse fuezas y en otras dándose el beso de la paz, estas representaciones han sido mal interpretadas en la actualidad por algunos colectivos con opiniones sesgadas sobre la amistad, con intención explícita de hacerlas símbolo de algo que no fueron: amantes.
Oración
Señor y Dios nuestro,
las santas mártires Perpetua y Felicidad,
movidas por tu amor, vencieron los tormentos y la muerte
y superaron la furia del perseguidor,
concédenos, por su intercesión,
crecer siempre en ese mismo amor divino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Mi Maestro y Mi Padre
Santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12.
Martes II de Cuaresma
Por: Rosario Guerra | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Mi Maestro ¡cuántas cosas me enseñas cada día con tu palabra! Tu palabra es Evangelio hecho vida. Guía clara, sabia. Y hoy me pongo delante de ti para escucharte con atención; ayúdame a dejar todo lo que me impide aprender de ti y nutrir mi corazón, mi mente y mi alma. Estoy delante de ti que eres mi Maestro y mi Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este Evangelio nos hablas de quienes se sientan en la cátedra de Moisés, y se hacen llamar Maestros. Nos recuerdas que más que dar clases y hablar mucho, es mejor dar ejemplo de vida. Siempre te ha molestado la hipocresía, el querer aparecer y ser visto por los demás. Me adviertes que no puedo ponerme en el centro como si lo supiera todo. Lamentas que se hagan llamar Maestros cuando no hacen lo que enseñan.
Eres mi Maestro, quien me enseña de la vida, quien me explica cómo se hacen o se viven las situaciones de mi vida. Maestro que admiro porque tiene una enseñanza para cada ocasión. Maestro que sostiene mi conocimiento y lo va iluminando cuando no comprendo.
¡Eres mi Padre! El Padre más amoroso; el Padre que supera a cualquier Padre de la tierra. Graba en mí la verdadera imagen de ti como Padre que me protege, que está a mi lado en cualquier circunstancia, aunque yo no lo comprenda bien. Quiero que tu paternidad me llene de seguridad en mi obrar cotidiano. Que sepa que Tú, como Padre, eres providente y me das todo aquello que necesito y quitas de mi camino lo que me haga daño.
Eres mi consejero. Hoy me aconsejas que es más importante ser servidor de todos y vivir en la humildad. Que mi vida sea un servicio alegre y humilde y que en esta entrega generosa mi recompensa seas Tú. Me pides que no tema vivir en la humildad, en lo secreto. Mi riqueza viene de mi interior donde estás presente en mí. No necesito otros reconocimientos ni títulos. De ahí parte mi servicio a los demás, de ahí parte mi alegría, mi fuerza, mi estabilidad.
«Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir». (S.S. Francisco, Homilía del 18 de febrero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Cuando me toque enseñar, hacerlo con humildad y modestia. Cuando me toque servir hacerlo con alegría.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Vivir como Cristo nos ha enseñado
Martes segunda semana Cuaresma. Ser coherentes con lo que pensamos, decimos y actuamos, por amor a Cristo.
Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.
Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.
Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.
Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.
Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.
Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.
Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?
Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.
¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.
¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?
Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.
Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.
Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.
Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.
Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.
Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
La noble y la esclava: santas Perpetua y Felicidad
Patronas de las madres y de las jóvenes embarazadas
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Perpetua y Felicidad o también llamada Felicitas, eran dos jóvenes de Cartago (Túnez) que fueron arrestadas bajo el dominio del emperador Severus Settimus en el año 202, junto a otros jóvenes.
Perpetua era una joven aristocrática y culta, madre de un pequeño niño que estaba amamantando. Felicidad era su esclava y se encontraba en el octavo mes de embarazo.
Perpetua se había iniciado en la religión cristiana por medio de un diácono llamado Sáturo. Con ella se convirtieron también sus esclavos: Felicidad, Revocato, Saturnino y Segundo.
Un día que todos ellos estaban reunidos los apresaron con la acusación de “cristianismo”
Mientras Perpetua estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo en un diario todo lo que le iba sucediendo, que fue llamado Passio Perpetuae et Felicitatis. Gracias a él tenemos constancia de lo ocurrido.
Así lo contaba Perpetua:
«Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro.
El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho.
Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho.
Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión».
Al día siguiente dos diáconos pagaron a los carceleros para que Perpetua pudiera amamantar a su niño, en un lugar un poco más ventilado, hasta el día de la condena.
A los hombres los condenaron a morir desmembrados por las fieras y las mujeres debían ser amarradas para que unas vacas furiosas las cornearan.
Felicidad, por estar embarazada, se salvaba de la condena y eso la entristecía mucho. Ella deseaba tanto recibir el bautismo de sangre junto a sus “hermanos”…
Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, horas antes de la condena.
La niña quedó confiada a una cristiana que la cuidó y la hizo crecer en el amor a Cristo. Ese amor tan grande del que su madre felizmente pudo dar testimonio con el bautismo de sangre en el martirio después de su nacimiento.
Patronazgo
Como no podía ser de otra manera santa Perpetua y Felicidad son las patronas de las madres y de las embarazadas. También son patronas de los ganaderos, los carniceros y de las ciudades de Cartago y Vierzon.
Lugares de culto
En 439, las reliquias de santa Perpetua, al verse en peligro por la invasión de los vándalos, fueron trasladadas a Roma. De allí, en el 843, pasaron a la abadía de Dèvres, a Saint-Georges-sur-la-Prée (Francia).
Después de que los normandos saquearan esta abadía en el 903, fueron trasladadas a Vierzon, donde actualmente se encuentran, en la iglesia de Notre Dame de Vierzon.
En 1632, una epidemia de peste afectó gravemente la ciudad. Los habitantes recurrieron a la santa. Hicieron una procesión en su honor, prometiendo a la santa que si la plaga cesaba, pondrían su cabeza en un relicario de plata, y efectivamente la plaga cesó.
En 1907, el P. Delattre descubrió y restauró una antigua inscripción en la basílica Majorum de Cartago.
En dicha basílica estaban enterrados los cuerpos de los mártires, según dice expresamente Victor Vitese, un obispo africano del siglo V que había visitado la tumba.
El contenido de la inscripción es el siguiente: «Aquí reposan los mártires Sáturo, Saturnino, Revocato, Secúndulo, Felícitas y Perpetua, quienes sufrieron en las nonas de marzo«.
Sin embargo, no es posible afirmar con toda certeza que esa inscripción sea la de la losa sepulcral de los mártires.
Curiosidades
Perpetua, mientras estaba encarcelada, tuvo varias visiones, las cuales transcribió en su diario.
Así relató una de ellas:
«Pocos días después, mientras estaba yo orando, se me escapó el nombre de Dinócrates (su hermano de sangre que había muerto a los siete años). La cosa me sorprendió mucho, pues yo no estaba pensando en él. Al punto comprendí que debía orar por él y así lo hice con gran fervor e insistencia…».
Gracias a este precioso relato escrito, podemos saber cuánto era valioso ya, desde el tiempo de los primeros cristianos, la oración a los fieles difuntos y a las almas del purgatorio.
Arte y cultura
A las santas Perpetua y Felicidad se las representa generalmente en la arena, embestidas por una vaca, o abrazándose para darse fuerzas y en otras dándose el beso de la paz.
Algunas representaciones las reproducen con tez oscura y otras con tez blanca. Hay muchos preciosos iconos ortodoxos sobre las santas, que a diferencia de los católicos apostólicos romanos, las conmemoran el 1 de febrero.
Oración
Señor, tus santas mártires Perpetua y Felicidad,
a instancias de tu amor,
pudieron resistir al que las perseguía y superar el suplicio de la muerte;
concédenos, por su intercesión, crecer constantemente en nuestro amor a ti.
Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén. (oración litúrgica)
Fuente: Vida de los Santos, Alban Butler; santiebeati.it