Luke 3:10-18
Amigos, como aquellos en tiempos de Juan el Bautista, nos preguntamos: “¿Qué debemos hacer?” ¿Cómo debemos vivir nuestras vidas?
Esta pregunta nos dice, por supuesto, algo más allá del arrepentimiento: algo que tiene que ver más con acciones que simplemente cambiar nuestra mente. La vida espiritual es, finalmente, un conjunto de comportamientos.
Entonces, ¿qué nos dice Juan el Bautista que hagamos? Su primera recomendación es la siguiente: “Quien tenga dos mantos debe compartir con la persona que no tiene ninguno”. Esto es tan básico, tan elemental—¡pero casi completamente ignorado! La doctrina social de la Iglesia nos recuerda constantemente que, aunque la propiedad privada es un bien, el uso de ella siempre debe tener una orientación social.
Un padre de la Iglesia primitiva, San Basilio el Grande, expresó esta idea de un modo que nos recuerdan a Juan el Bautista: “El pan en tu alacena pertenece al hambriento. El manto en tu armario pertenece al desnudo. Los zapatos que permites se pudran pertenecen a los descalzos. El dinero en tu bóveda pertenece a los indigentes. Cometerás una injusticia a cada hombre a quien puedes ayudar pero no lo haces”.
Entonces, ¿qué debemos hacer este Adviento, nosotros que buscamos arrepentimiento, nosotros que esperamos la venida del Mesías? Sirvamos a la justicia, demos a cada uno lo que le corresponde y demos a los necesitados.
María de la Rosa, Santa
Virgen y Fundadora, 15 de diciembre
Por: Redacción | Fuente: EWTN
Virgen y Fundadora
Martirologio Romano: En Brescia, de la Lombardía, Italia, santa María Crucificada de Rosa, virgen, que gastó sus riquezas, y se entregó ella misma, por la salud de las almas y de los cuerpos del prójimo, para lo cual también fundó el Instituto de Esclavas de la Caridad († 1855).
Fecha de beatifricación: 26 de mayo de 1940 por el Papa Pío XII
Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 por el Papa Pío XII
Breve Biografía
Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.
Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.
El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.
En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.
En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.
En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.
Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.
La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos.
En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.
En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Esclavas de la Caridad. Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.
Muchas personas admiraban la obra que las Esclavas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: «Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas».
Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras.
Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.
Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.
En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el «activismo», que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.
Solía decir: «No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien». Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.
Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: «La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas».
Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.
Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras.
Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?
Confía en Dios
Santo Evangelio según San Lucas 3, 10-18. Domingo III de Adviento.
Por: Leonardo Garzón, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú estás siempre a mi lado, dispuesto a escucharme, a instruirme cuando te necesito; ayúdame a darme cuenta de la importancia de acudir a ti como un hijo hacia su padre o un amigo a otro. Tú eres el mejor consejero, «Tú tienes palabras de vida eterna».
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan el Bautista: «¿Qué debemos hacer?» Él contestó: «El que tenga dos túnicas, que de una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo». También acudían a él los publicanos para que los bautizara: y le preguntaban: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?». Él les decía: «No cobren más que lo establecido». Unos soldados le preguntaron: » Y nosotros ¿Qué tenemos que hacer?”.
Él les dijo: «No extorsionen a nadie ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario». Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: «Es cierto que yo bautizó con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue». Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Entonces, ¿qué hacemos?» Esta pregunta surge en nuestro corazón como signo de la necesidad de un ¡ALGUIEN! Así es, no queremos, en primer lugar, una respuesta al «qué hacemos» sino que buscamos, un alguien que nos tome de la mano y al cual podamos aferrarnos con confianza. Nos vemos profundamente empujados a buscar un rostro cercano con el cual podamos caminar en los momentos de duda; quizá esta persona no tiene una respuesta que darnos, sin embargo, en la compañía de este amigo, podemos encontrar fortaleza, apoyo y guía para llegar a una decisión por nosotros mismos.
En ocasiones, nuestra dudas y problemas no parecen tan importantes cuando hay una persona en la cual podemos apoyarnos; pensemos en familiares o amigos cercanos que siempre han estado allí en los momentos en los que más los hemos necesitado.
Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo ha querido que seamos sus amigos y Él es el amigo que nunca falla. Todas nuestras dudas y problemas serán más llevaderos si caminamos de su mano.
«Jesús nos dice, lo dice a los apóstoles, qué hacer: vigilar y rezar. “Vigilad y rezad”: primera cosa. Y cuando rezamos el Padre Nuestro pedimos la gracia de no caer en tentación, que nos proteja para no resbalar en la tentación. La primera arma es la “oración”. Pero, cuando la seducción es fuerte —nosotros nos damos cuenta, pero él trata de iluminarnos con su luz artificial— penitencia, ayuno. Jesús dice del diablo en estos momentos más fuertes: “A este se le vence con oración y ayuno”. El Señor es claro: vigilad, rezad y después, por otra parte, dice: oración y ayuno. Solamente con esto».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de mayo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día y buscar un momento para agradecérselos con mi oración y ayuno.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo
Matilde Latorre – publicado el 13/12/23
Uno de los grandes santos y poetas de la Iglesia católica. Su vida y su obra son un testimonio de amor a Dios y de fidelidad a su vocación. Junto con santa Teresa de Jesús, fue el impulsor de la reforma de la Orden de los Carmelitas, que dio origen a la rama de los Carmelitas Descalzos
San Juan de la Cruz nació en Fontiveros, Ávila, el 24 de junio de 1542, en una familia humilde de tejedores de buratos, unos velos de seda muy finos y delicados. Su padre era descendiente de judíos conversos, lo que le acarreó algunas dificultades en su época. Quedó huérfano de padre a los dos años y su madre tuvo que trasladarse con sus hijos a Medina del Campo, donde Juan recibió su primera educación.
A los 21 años, ingresó en el convento de los Carmelitas de Medina, donde tomó el nombre de Juan de Santo Matía. Allí estudió filosofía y teología en la Universidad de Salamanca y fue ordenado sacerdote en 1567. Ese mismo año, conoció a santa Teresa de Jesús, que le propuso unirse a su proyecto de reforma de la Orden del Carmelo, que buscaba recuperar el espíritu original de oración, pobreza y austeridad.
Reformador de la Orden del Carmelo
Juan aceptó el reto y cambió su nombre por el de Juan de la Cruz. Junto con otros dos frailes, fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos en Duruelo, el 28 de noviembre de 1568. Desde entonces, colaboró con santa Teresa en la expansión de la reforma fundando y dirigiendo varios conventos en Castilla y Andalucía.
Su labor reformadora no fue bien vista por algunos de sus hermanos de la Orden, que se oponían a los cambios y veían en Juan una amenaza. En 1577, fue secuestrado por los Carmelitas calzados y encerrado en una celda oscura y estrecha en el convento de Toledo, donde sufrió torturas físicas y psicológicas durante ocho meses. Fue en ese período de sufrimiento y soledad donde compuso algunos de sus más bellos poemas místicos, como el Cántico espiritual y la Noche oscura.
Logró escapar de su prisión en agosto de 1578 y se refugió en el convento de las Carmelitas Descalzas de Toledo, donde terminó de escribir sus obras poéticas. Luego se dedicó a la dirección espiritual de las monjas y los frailes, y a la redacción de sus comentarios a sus propios poemas, que son verdaderas joyas de la teología mística. Entre ellos se destacan la Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
En 1588, fue nombrado vicario provincial de Andalucía y posteriormente, definidor de la Orden. Sin embargo, en 1591, se produjo un conflicto interno entre los Carmelitas Descalzos, que se dividieron en dos grupos: los mitigados y los estrictos. Juan pertenecía a estos últimos, que eran minoritarios y fueron marginados por los demás. Juan fue destituido de sus cargos y enviado al convento de La Peñuela, en Jaén, donde enfermó gravemente.
Fue trasladado al convento de Úbeda, donde murió el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, rodeado de sus hermanos y pronunciando las últimas palabras: «A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición». Su cuerpo fue sepultado en el mismo convento, pero luego trasladado al de Segovia, donde se conserva actualmente.
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Doctor de la Iglesia
San Juan de la Cruz fue beatificado por el papa Clemente X en 1675 y canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1726. En 1926, fue declarado Doctor de la Iglesia por el papa Pío XI, con el título de Doctor místico. Su fiesta se celebra el 14 de diciembre y es el patrono de los contemplativos, los místicos y los poetas en español.
Su legado espiritual es una invitación a seguir a Cristo por el camino de la cruz, que es el camino del amor. Sus escritos son una fuente de luz y de consuelo para las almas que buscan a Dios con sincero deseo. Sus versos son una expresión sublime de la belleza y de la profundidad de la experiencia mística. San Juan de la Cruz es, sin duda, uno de los mayores maestros de la vida cristiana de todos los tiempos