Bernardo de Claraval, Santo
Memoria Litúrgica, 20 de agosto
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia (1153).
Etimológicamente: Bernardo = corazón de oro. Viene de la lengua alemana
Fecha de canonización: Fue canonizado el 18 de enero de 1174 por el papa Alejandro III, y posteriormente el papa Pío VIII lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1830.
Breve Biografía
En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: «¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar». Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo mucha paz.
Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos.
Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban «el cazador de almas y vocaciones». Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.
La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban «El Doctor boca de miel» (doctor melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Y repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir».
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. «Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial». Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.
Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado «De consideratione», en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: «Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación».
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: «Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca». Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
¡Felicidades quienes lleven este nombre!
Los horizontes del Reino
Santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40. Viernes XX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, habla hoy a mi corazón. Enséñame el camino, la verdad y la vida. Tú eres el Camino la Verdad y la Vida. Yo creo en ti, pero aumenta mi fe. Entra en mi vida y hazla más semejante a la tuya, para que pueda dar gloria a Dios Padre y extender tu Reino de amor en este mundo. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”.
Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Resumir toda la Escritura, poner en una frase todo el mensaje de Dios a lo largo de la historia… Esto es lo que Cristo nos dice en este Evangelio. Pero no se trata de una fórmula mágica que resuelve todos los problemas; es, más bien, el doble horizonte que da sentido a la vida, el criterio para ir en la dirección correcta.
Primero Cristo nos habla de un horizonte hacia lo alto. “Amarás al Señor tu Dios…”. Es verdad que hay muchas responsabilidades, necesidades y problemas en nuestra vida. A veces demasiados, y a veces como si nos estiraran en todas las direcciones… Sin embargo, en medio de ese aparente desorden, existe un punto firme, central, que pone en la proporción todo lo demás: «…con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente».
Señor, quiero que seas Tú el fondo y el sentido de todo lo que hago. Que mi trabajo, mis amistades, mis pasatiempos sean para ti y por ti en primer lugar. Quiero amarte con todo mi corazón, y por eso te ofrezco todo lo que hay en él: mis intereses, mis deseos, también mi necesidad y mi pecado…
En segundo lugar, tenemos el horizonte alrededor de nosotros, con todos aquellos hombres y mujeres que encontramos a nuestro lado. Cristo nos invita a amarlo también en nuestros hermanos y hermanas, buscando el bien de ellos como si fuera nuestro propio bien. ¿Amamos más nuestro interés, o la necesidad del otro? «Amarás a tu prójimo como a ti mismo…». El que ama de verdad siente la alegría del otro como propia, se entristece por la tristeza de su hermano. Al igual que Cristo, que construyó el Reino de los cielos amando a su Padre sobre todas las cosas y amándonos hasta el extremo, dándose totalmente a nuestra salvación.
Señor, ayúdame a amar como Tú amas, extendiendo mi corazón en los dos horizontes que me muestras. Enséñame a amar hoy un poco más, a darme un poco más, y así contribuir en la edificación de tu Reino en mi vida.
«Estas palabras nos recuerdan ante todo que el amor por una persona, y también por el Señor, se demuestra no con las palabras, sino con los hechos; y también “cumplir los mandamientos” se debe entender en sentido existencial, de modo que toda la vida se vea implicada. En efecto, ser cristianos no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherir a una cierta doctrina, sino más bien vincular la propia vida, en cada uno de sus aspectos, a la persona de Jesús y, a través de Él, al Padre».
(S.S. Francisco, Angelus, 15 de mayo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a compartir algo de mi tiempo con quien necesite ayuda o compañía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La ley antigua
La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada
Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el marco de la Alianza de la salvación.
La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones.
Según la tradición cristiana, la Ley santa espiritual y buena es todavía imperfecta. Como un pedagogo muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una ‘ley de concupiscencia’ en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.
La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras’ .Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los cielos.
Hubo, bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual «la caridad es difundida en nuestros corazones.
Esto es la Biblia: Episodio 5 – Génesis 4. Caín y Abel
La sociedad necesita un yo responsable y no egoísta
«En este tiempo de pandemia, la persona es el punto desde el que todo puede volver a empezar».
El Papa Francisco ha enviado un mensaje al obispo de Rimini, donde se celebrará el Meeting por la Amistad entre los pueblos. En el mensaje, firmado por el secretario de Estado Pietro Parolin, el Papa expresa su alegría de que este año, el evento se realizará en forma presencial.
“El título elegido – «El valor de decir yo»-, tomado del Diario del filósofo danés Søren Kierkegaard, es muy significativo en un momento en que se trata de empezar con buen pie, para no desperdiciar la oportunidad que brinda la crisis pandémica”, señaló el Pontífice. «Reiniciar» es la palabra clave, se lee en el texto, pero no ocurrirá automáticamente, porque la libertad está implicada en toda iniciativa humana, agrega el Papa. Porque como lo dijo Francisco recordando la Spe Salvi de Benedicto XVI, “la libertad debe ser conquistada de nuevo por el bien”.
A los organizadores y partiicpantes, el Papa les dice que «la alegría del Evangelio infunde la audacia de recorrer nuevos caminos: «Debemos tener el valor de encontrar nuevos signos, nuevos símbolos, una nueva carne, […] particularmente atractiva para los demás» (ibíd., 167). Esta es la contribución que el Santo Padre espera que el Encuentro dé en la reanudación, en la conciencia de que «la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos». (Encíclica Lumen fidei, 34), sin excluir a nadie, porque el horizonte de la fe en Cristo es el mundo entero».
El valor de decir yo en tiempos de pandemia
La pandemia, recuerda el Papa, ha impuesto el distanciamiento físico y a la persona, al «yo» de cada uno, en el centro, “provocando en muchos casos el despertar de preguntas fundamentales sobre el sentido de la existencia y la utilidad de vivir que habían estado dormidas o, peor aún, censuradas durante demasiado tiempo”. Francisco señala que también ha surgido una responsabilidad personal, esta pandemia nos ha hecho a todos “testigos de esto en diferentes situaciones. Ante la enfermedad y el dolor, ante la aparición de una necesidad, muchas personas no se han acobardado y han dicho: «Aquí estoy». La sociedad tiene una necesidad vital de personas que sean presencias responsables. Sin personas no hay sociedad, sino una agregación aleatoria de seres que no saben por qué están juntos”, afirma.
De lo contrario, manifiesta en su mensaje el Papa, lo único que quedaría sería “el egoísmo del cálculo y el interés propio, que hace que la gente sea indiferente a todo y a todos. Además, las idolatrías del poder y del dinero prefieren tratar con individuos en lugar de con personas, es decir, con un «yo» centrado en sus propias necesidades y derechos subjetivos en lugar de un «yo» abierto a los demás, que se esfuerza por formar el «nosotros» de la fraternidad y la amistad social”.
En el mensaje, el Santo Padre no se cansa de advertir a quienes tienen responsabilidades públicas contra la tentación de utilizar a la persona y desecharla cuando ya no es necesaria, en lugar de servirla. “Después de lo que hemos vivido en este tiempo, quizá sea más evidente para todos que la persona es el punto desde el que todo puede volver a empezar. Ciertamente es necesario encontrar recursos y medios para que la sociedad vuelva a moverse, pero lo que se necesita sobre todo es alguien que tenga el valor de decir «yo» con responsabilidad y no con egoísmo, comunicando con su propia vida que el día puede comenzar con una esperanza fiable”.
Francisco, señala que, sin embargo, la valentía no siempre es un don espontáneo y nadie puede dársela a sí mismo, recordando las palabras de Don Abbondio de Manzoni, “sobre todo en una época como la nuestra, en la que el miedo -que revela una profunda inseguridad existencial- juega un papel tan decisivo que bloquea tantas energías e impulsos hacia el futuro, que se percibe cada vez más incierto, sobre todo entre los jóvenes”.
De dónde sale el valor de decir yo
Entonces, se pregunta el Papa, de dónde puede salir el valor para decir «yo», ese valor proviene en el “fenómeno llamado encuentro: «Sólo en el fenómeno del encuentro es posible que el yo decida, que se haga capaz de aceptar, reconocer y acoger. El valor de decir «yo» nace ante la verdad, y la verdad es una presencia», El Pontífice afirma que desde el día en que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros, Dios ha dado al hombre la posibilidad de salir del miedo y encontrar la energía del bien siguiendo a su Hijo, muerto y resucitado.
Francisco recuerda que «la relación filial con el Padre eterno, que se hace presente en las personas alcanzadas y cambiadas por Cristo, da consistencia al ego, liberándolo del miedo y abriéndolo al mundo con una actitud positiva. Genera una voluntad de bien», y menciona su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: «Toda experiencia auténtica de la verdad y la belleza busca su propia expansión, y toda persona que experimenta una liberación profunda adquiere una mayor sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien arraiga y se desarrolla». Es esta experiencia, afirma, la que infunde el valor de la esperanza:
«El encuentro con Cristo, dejándose asir y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para personas sin valor, sino la expansión de la vida. Nos hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y nos asegura que este amor es fiable, que vale la pena entregarse a él, porque su fundamento se encuentra en la fidelidad de Dios, más fuerte que toda nuestra fragilidad» (ID, Enc. Lumen fidei, 53).
Sobre todo, la razón profunda del valor del cristiano es Cristo, se lee en el mensaje, «es el Señor resucitado quien es nuestra seguridad, quien nos hace experimentar una profunda paz incluso en medio de las tormentas de la vida. El Santo Padre espera que durante la semana del Encuentro los organizadores e invitados den un testimonio vivo, haciendo suya la tarea indicada en el documento programático de su pontificado: «Muchos […] buscan a Dios en secreto, movidos por la nostalgia de su rostro, incluso en los países de antigua tradición cristiana. [Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un hermoso horizonte, ofrece un banquete deseable» (Evangelii gaudium, 14). Naturaleza y obrar de Dios
Conocer algunas cosas referentes a la naturaleza de Dios, su esencia, sus atributos, Providencia de Dios y la existencia del mal en el mundo.
¿Tienes un amigo ateo?
3 pilares sobre los que se debe forjar una amistad entre un católico y un ateo
Conozco a mi mejor amiga desde que cursábamos el primer grado en el colegio. Desde siempre hemos tenido maneras muy diferentes de ver la realidad. Ella está a favor del aborto y piensa que la castidad es una idea medieval. Yo creo que la vida humana debe respetarse desde la concepción y procuro, si la gracia de Dios me sostiene, por supuesto, llegar virgen al matrimonio.
Ella recupera su paz interior practicando yoga o meditación budista. Yo la encuentro cuando rezo el rosario o visito el Santísimo. Ella no recuerda cuando fue la última vez que pisó una iglesia y yo, no puedo pasar un domingo sin ir a Misa y comulgar.
Las diferencias también nos han hecho inseparables
A simple vista, parecería que nuestras diferencias son irreconciliables, pero a pesar de todo, después de más de diez años amistad, seguimos siendo inseparables. Cuando estamos juntas, cualquier forma de superficialidad desaparece.
Las conversaciones más profundas, sobre nuestras alegrías, tristezas, miedos y sueños, tienen lugar durante incontables horas en nuestros restaurantes favoritos de la ciudad. Delante de ella, no me da vergüenza mostrarme tal y como soy, con todo lo sensible, dramática, redundante y hasta mal educada que puedo ser algunas veces.
Como diría Antoine de Saint-Exupéry: «Junto a ella no tengo que justificarme ni defenderme, no tengo que demostrar nada (…) más allá de mis torpes palabras, por encima de los juicios que puedan desorientarme, ella ve en mí, simplemente, a una persona».
Hace un rato, le pregunté por WhatsApp por qué, según ella, nuestra amistad siempre se ha mantenido libre del miedo a ofendernos por el choque de nuestras opiniones y creencias. Sobre todo ahora que ya no somos unas niñas. En una nota de voz, comenzó contándome que acababan de enseñarle sobre el Concilio Vaticano II, en un curso obligatorio de teología en la universidad. A pesar de todos los argumentos que sostiene en su contra, dijo que admiraba que la religión católica fuera la primera en dar un paso hacia la reconciliación con las demás, e incluso, con aquellos que, como ella, no terminan de creer en Dios.
«Tú eres de ese tipo de creyentes, —dijo ella para mi gran sorpresa—. No me excluyes por pensar distinto. Para ti, que sea diferente, no significa que sea mala. Me encanta conversar contigo porque nos nutrimos mutuamente de distintos puntos de vista. Creo que no llegamos a ofendernos porque, más allá de la religión, compartimos los mismos principios y valores o, como se dice en ética, el mismo código de conducta.
Al final, somos almas buenas que quieren lograr lo mejor para la humanidad. Y no sé, para mí siempre va a ser más lo que nos une. Siempre vas a estar cerca de mi corazón… porque sí. Te quiero. Eres mi amiga y te acepto como eres». Sin darme cuenta, cuando terminé de escucharla, estaba derramando unas cuantas lágrimas.
La amistad no dede tener condiciones
Cuántas veces, los que creemos en Dios, nos cohibimos de ser transparentes con lo que pensamos ante nuestros amigos ateos, agnósticos o anti Iglesia, por miedo a ofenderlos. Acabamos en pleitos terribles con ellos, porque no quieren aceptar las enseñanzas y verdades de fe. A veces, olvidamos que la amistad debe ser auténtica y libre de condiciones, no un contrato social con cláusulas por cumplir, sobre qué se debe hacer o decir. Por otro lado, como diría Juan Pablo II, «… la Iglesia no está llamada a imponerles la fe a los que no creen, sino a proponérsela desde el amor y la caridad».
Tal como lo hizo Jesús. Creo que, si queremos vivir nuestras creencias sin miedo ante aquellos amigos que no las comparten, hay tres aspectos que no podemos olvidar.
- La humildad
Las personas no creen en Dios por incontables motivos, pero creo que el más significativo en nuestros tiempos, es el que menciona un apartado de la constitución pastoral Gaudium et Spes, justamente del Concilio Vaticano II: «…en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».
Basta con ver las noticias en Estados Unidos, Europa o América Latina. Las denuncias contra sacerdotes, por perpetrar abusos físicos, psicológicos y sexuales contra niños y adultos inocentes, son incontables. Reconocidos políticos, que asistieron a procesiones o marchas y se dejaron fotografiar con niños pobres u obispos, mostrándose como fervorosos creyentes, hoy enfrentan juicios serios, porque usaron el poder para satisfacer sus ambiciones y llenarse los bolsillos de dinero, de la mano con la corrupción.
También, estamos los creyentes que, siendo desconocidos para la opinión pública, terminamos causando el mismo escándalo. Sobre todo cuando nos golpeamos el pecho cada domingo en misa, jactándonos de que Dios existe y es amor, mientras en lo cotidiano de cada día, miramos por debajo del hombro a los marginados o a quienes no nos agradan por ser diferentes.
Por supuesto que hay honrosas excepciones de creyentes ejemplares. Pero necesitamos ser humildes para aceptar que nuestros amigos y todos aquellos que no creen en Dios, han encontrado en nuestros pecados e incoherencias, razones de peso para alejarse de Él o no tener la intención de conocerlo.
- El respeto
Los padres conciliares nos enseñan que nuestros amigos o cualquier persona que no crea en Dios, merece nuestro respeto siempre. El hecho de no ser creyentes o no aceptar las verdades de fe, no disminuye su dignidad como personas, porque es el mismo Dios quien la sostiene y la vuelve invaluable. En la Gaudium et Spes, también aseguran que cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.
Esto no significa volvernos indiferentes a la verdad para complacer a quienes no la aceptan o no la conocen, sino anunciarla de forma más saludable, para que no la sigan menospreciando. Además, hace poco, en una carta sobre la esperanza, el Papa Francisco dejó muy claro que tener siempre el valor de la verdad, no nos hace superiores a nadie:
«Aunque fueras el último en creer en la verdad, — nos exhortó el Sumo Pontífice —, no te apartes de la compañía de los hombres. Respetar implica también no juzgar ni condenar al otro. Es entender que cada persona tiene una historia personal (muchas veces dolorosa) que los llevó a expulsar a Dios de sus pensamientos y acciones. Estar en desacuerdo con ellos no nos da ningún derecho a rechazarlos, porque a los ojos del Padre, tanto creyentes como no creyentes, somos infinitamente valiosos, aun cuando nos alejamos de Él».
- El amor
Nuestros verdaderos amigos —sean ateos, agnósticos o anti Iglesia—, sabrán aceptar una parte tan importante de nuestra vida como es la fe. No porque estén de acuerdo con ella, sino porque nos aman, tal y como somos.
Lo que más me conmueve en una amistad, es ser testigo de cómo el amor nunca se detiene, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar. Para mí, es un reflejo vivo de cómo Dios nos ama y, por consiguiente, de cómo estamos llamados a amar, sobre todo a quienes no lo conocen.
Hacer apostolado no solo significa lograr que nuestros amigos que no creen en Dios, se conviertan. Es también —y por sobre todas las cosas— amarlos incondicionalmente y hasta el extremo, incluso si eligen rechazar la fe. Jesús nos dio el ejemplo al entregar su vida en la cruz también por ellos, aunque no creyeran en Él ni aceptaran sus enseñanzas.
Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13) y amarlos como Él lo hizo, es la prueba viviente que les daremos sobre la existencia de un Dios que los ama a ellos también
Naturaleza y obrar de Dios
Conocer algunas cosas referentes a la naturaleza de Dios, su esencia, sus atributos, Providencia de Dios y la existencia del mal en el mundo.
Por: Jorge Balvey | Fuente: arvo.net
¿Quién es Dios? La razón humana, sin necesidad de revelaciones sobrenaturales puede llegar a conocer con certeza que Dios es la Verdad, la Bondad, la Belleza, la Sabiduría, el Amor…, el Ser que es por Sí mismo, sin comienzo ni término. Todo lo demás, sin su acción creadora, no es nada, es imposible y racionalmente ininteligible.
Tratemos de conocer algunas cosas referentes a la naturaleza de Dios y cuál es su obrar.
Los atributos divinos entitativos
La economía divina bajo sospecha
La Providencia de Dios y la existencia del mal en el mundo
¿Profesional o mamá?
Nada más trascendental que ser mamá
Durante 27 años de mi vida me tragué el cuento de que la mujer tenía que realizarse fuera de la casa. Había que estudiar y luego trabajar mucho y subir la escalera corporativa en alguna empresa. Teóricamente eso me daría mucha felicidad y satisfacción. Y así lo hice. Terminé la Universidad y tomé un trabajo en una empresa multinacional. Después de cuatro años trabajando de sol a sol, porque entraba a las 9 de la mañana, pero no sabía a qué hora iba a salir, conocí a una persona que me tiró un balde de agua fría.
Después de escuchar toda mi cátedra de lo importante que era que las mujeres trabajaran para sentirse realizadas, porque cambiar pañales no era suficiente para nuestro intelecto, él me dijo:
“Que bueno que hay mujeres como tú, que trabajan para hacer una diferencia, pero yo no veo un trabajo que haga más diferencia y que sea más trascendental que el ser mamá. Ahí haces la diferencia, en educar a personas honradas y que ayuden a salir adelante al país. El trabajo de ser mamá es de gran importancia en el mundo, en una empresa siempre serás útil, pero nunca serás indispensable; en una familia una madre es indispensable”.
En ese momento sentí que toda mi existencia era superficial. En ese momento todo lo que yo había creído durante TODA MI VIDA se venía abajo y se me presentaba la realidad en crudo.
Al poco tiempo me casé con ese hombre. Tomamos la decisión de que después de que naciera nuestro primer hijo, yo podría elegir regresar a trabajar o no hacerlo. Pero recuerdo como si fuera ayer, cómo mi hija a la edad de tres meses lloraba, pero al verme entrar al cuarto dejó de llorar y sonrió… en ese momento me di cuenta de que NADA, ABSOLUTAMENTE NADA QUE YO HICIERA EN UNA OFICINA ME DARÍA ESA SATISFACCIÓN. Esa satisfacción de ser necesitada y amada por una personita tan vulnerable. Fue una decisión difícil, ya que todos incluso familiares cercan decían: “para qué estudiaste tanto para cambiar pañales…”
Claro que los años han pasado y probablemente ya no seré tan necesaria como lo era cuando mis hijos eran chicos, pero con una buena preparación y fuerza de voluntad, lograré insertarme en el ámbito del trabajo. Aunque insisto que nunca tendré la satisfacción que tengo cuando mis hijos me llaman MAMÁ.
Acordaos, la oración que conmueve el corazón de María
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Una bellísima oración medieval de un hijo a su Madre, también conocida como «Memorare» u «Oración de San Bernardo»
El Acordaos es una popular oración que millones rezan a la Virgen María para expresar su amor y confiar alguna intención especial. Aunque muchos la atribuyen a san Bernardo de Claraval, la popular oración del Memorare fue popularizada por otro Bernardo, el padre Claudio Bernardo, en el siglo XVII. El padre Claudio creía que la recitación de la oración había sido la causa de su curación milagrosa. Imprimió más de 200.000 folletos con la oración en diferentes idiomas para distribuirlos donde pudiera. San Francisco de Sales rezaba esta oración todos los días y santa Teresa de Calcuta enseñó a otros a rezarla cuando más necesitaban ayuda.
La Madre Teresa lo rezaba cada vez que se enfrentaba a una situación de emergencia y necesitaba un milagro. Nunca le falló y ha demostrado su carácter milagroso a lo largo de los años a través de miles de testimonios.
Acordaos
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestro auxilio,
haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo,
oh Madre, Virgen de las vírgenes,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos.
Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
La plegaria debe su nombre a la primera palabra de la oración original en latín. En realidad forma parte de una oración más larga a la Virgen María, titulada Ad sanctitatis tuae pedes, dulcissima Virgo Maria (“A tus santos pies, dulcísima Virgen María»).
Papa Francisco: No se puede amar a Dios y odiar al hermano
Homilía del Santo Padre en Casa Santa Marta, sobre el amor verdadero a Dios y al prójimo, sin caer en la mentira
La primera lectura del día 10 de enero de 2020, tomada de la primera carta de san Juan apóstol, gira en torno al argumento del amor, y en este tema el Papa Francisco invita a la reflexión en su homilía en Casa Santa Marta. El apóstol, afirma, ha comprendido lo que es el amor, lo ha experimentado, y entrando en el corazón de Jesús, comprende cómo se ha manifestado. En su carta nos dice, por tanto, cómo se ama y cómo hemos sido amados.
Contiene dos afirmaciones que el Papa considera «claras». La primera es el fundamento del amor: “Nosotros amamos porque Él nos amó primero”. El inicio del amor viene de Él. “Yo empiezo a amar, o puedo empezar a amar – dice el Papa – porque sé que Él me amó primero”. Y prosigue: “Si él no nos hubiese amado, ciertamente nosotros no podríamos amar”.
Si un niño recién nacido, de pocos días, pudiese hablar, ciertamente explicaría esta realidad: “Me siento amado por mis padres”. Y lo que hacen los padres con el niño es lo que Dios ha hecho con nosotros: nos amó primero. Y esto hace nacer y crecer nuestra capacidad de amar. Esta es una definición clara del amor: podemos amar a Dios porque Él nos amó primero. Lo segundo que el apóstol dice, “sin medias tintas», es esto: “Si uno dice: ‘Amo a Dios’ y odia a su hermano, es un mentiroso”. El Papa observa que Juan no dice que es un “maleducado”, o “uno que se equivoca”, dice “mentiroso” y nosotros tenemos que aprender algo de esto. Yo amo a Dios, rezo, entro en éxtasis … y después desecho a los demás, odio a los demás o no les amo, simplemente, o soy indiferente a los demás … No dice: “te has equivocado”, dice “eres mentiroso”.
El diablo es el Gran Mentiroso
Y esta palabra en la Biblia es clara, porque ser mentiroso es precisamente la manera de ser del Diablo: es el Gran Mentiroso, nos dice el Nuevo Testamento, es el padre de la mentira. Esta es la definición de Satanás que nos da la Biblia. Y si dices que amas a Dios y odias a tu hermano, eres de la otra parte: eres un mentiroso. En esto no hay concesiones. Muchos pueden encontrar justificaciones para no amar, alguno puede decir “yo no odio, Padre, pero hay tanta gente que me hace daño o que no puedo aceptar porque es maleducada o grosera”. Y el Papa comenta subrayando lo concreto del amor indicado por Juan cuando escribe: ‘Quien no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve’ y afirma: “Si no eres capaz de amar a los demás, desde los más cercanos a los más lejanos con los que vives, no puedes decir que amas a Dios: eres un mentiroso”.
El amor es concreto y cotidiano
Pero no es sólo el sentimiento de odio, puede haber la voluntad de no “mezclarse” en las cosas de los demás. Pero esto no va bien, porque el amor “se expresa haciendo el bien”.
Si una persona dice: “Yo, para estar limpio, bebo solo agua destilada”: ¡morirás!, porque no sirve para la vida. El verdadero amor no es agua destilada: es el agua de todos los días, con los problemas, con los afectos, con los amores y con los odios, pero es esta. Amar lo concreto, el amor es concreto: no es un amor de laboratorio. Esto nos enseña, con estas definiciones tan claras, el Apóstol.
Pero hay una manera de no amar a Dios y de no amar al prójimo un poco escondida, que es la indiferencia. “No, yo no quiero esto: quiero el agua destilada. No me mezclo en los problemas de los demás”. Tienes que hacerlo, para ayudar, para rezar.
El Papa Francisco cita una expresión de San Alberto Hurtado que decía: “No hacer el mal está bien; pero no hacer el bien está mal”. El amor verdadero “tiene que llevar a hacer el bien (…), a mancharte las manos en las obras de amor”.
No es fácil, pero en el camino de la fe está la posibilidad de vencer el mundo, la mentalidad del mundo “que nos impide amar”. Este es el camino, afirma el Papa, “aquí no entran los indiferentes, los que se lavan las manos de los problemas, los que no quieren implicarse en los problemas para ayudar, para hacer el bien; no entran los falsos místicos, los del corazón destilado como el agua, que dicen que aman a Dios pero prescinden de amar al prójimo” y concluye: “Que el Señor nos enseñe estas verdades: la seguridad de haber sido amado primero y el valor de amar a los hermanos”.