• John 11:45-56
Amigos, en el Evangelio de hoy los principales sacerdotes y fariseos se unen en un complot para matar a Jesús después de haber resucitado a Lázaro de la muerte.
La crucifixión de Jesús es un ejemplo clásico de la teoría del chivo expiatorio del filósofo católico Renè Girard. Él sostiene que cuando una sociedad, grande o pequeña, se encuentra en conflicto se une a través de un acto común y culpa a un individuo o grupo supuestamente responsable del conflicto.
Es totalmente coherente con la teoría Girardiana que Caifás, la principal figura religiosa de la época, dijera a sus colegas: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera”.
En cualquier otro contexto religioso este tipo de racionalización sería validada. Pero la Resurrección de Jesús de entre los muertos revela esta sorprendente verdad: Dios no está del lado de quienes crean chivos expiatorios, sino del lado de la víctima que es el chivo expiatorio.
El Dios verdadero no aprueba una comunidad creada a través de la violencia; más bien aprueba lo que Jesús llamó el Reino de Dios, una sociedad basada en el perdón, el amor y la identificación con la víctima.
Fue un proceso, un proceso que comenzó con pequeñas inquietudes en tiempos de Juan el Bautista y luego terminó en esta sesión de los doctores de la ley y los sacerdotes.
Era un proceso que crecía. (…)
Este modo de proceder de los doctores de la ley es precisamente una figura de cómo actúa la tentación en nosotros, porque detrás de ella estaba obviamente el diablo que quería destruir a Jesús y la tentación en nosotros generalmente actúa así: comienza con poco, con un deseo, una idea, crece, contagia a otros y, al final se justifica.
Estos son los tres pasos de la tentación del diablo en nosotros, y aquí están los tres pasos que dió la tentación del diablo en la persona del doctor de la ley. (…)
Deberíamos tener el hábito de ver este proceso de tentación en nosotros. Ese proceso que hace cambiar nuestros corazones del bien al mal, que nos lleva por el camino en bajada. (…) Que el Espíritu Santo nos ilumine en este conocimiento interior. (Homilía da Santa Marta, 4 abril 2020)
Hugo de Grenoble, Santo
Obispo, 1 de abril
Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).
Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano.
Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.
Breve Biografía

San Hugo, obispo de Grenoble, recibiendo a Bruno, fundador de la orden de los cartujos.
El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo.
Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final de sus días recibió de mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.
Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.
Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos- quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto. Termina el obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su iglesia en Grenoble.
Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos, estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de Francia.
Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el más fraile de todos los frailes.
Como él fue fiel y Dios es bueno, dio resultado su labor en Grenoble a la vuelta de más de medio siglo de trabajo de obispo. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas. Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que, muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio.
No tuvo vocación de obispo nunca, pero fue sincero, honrado en el trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza de Dios es así. Es modelo de obispos y de los más santos de todos los tiempos.
De la muerte de «Uno» a la salvación de todos
Santo Evangelio según san Juan 11, 45-57.
Sábado V de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ¡cómo nos cuesta entrar en la Semana Santa! Distintos sentimientos nos llenan el corazón: miedo a sufrir, deseos de alejarnos y olvidarnos de todo, deseos de que todo pase rápido…, pero también nos vienen deseos de acercarnos a ti y a vivir estos días a tu lado, deseos a abrirnos a tu gracia, a tu redención…
Me pongo bajo el manto de tu Madre, para poder perseverar en mi deseo de estar contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 11, 45-57
En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación». ¿Por qué nos asustamos cuando vemos grandes signos y milagros? ¿Por qué tememos cuando se nos presenta algo grandioso y maravilloso, que amenaza nuestras pequeñeces? ¿Por qué temblamos ante un Dios que se hace hombre para venir a salvarnos? ¡Cuántas contradicciones encontramos en nuestros corazones! Deseamos la felicidad, la paz, el bien, la prosperidad… y cuando Dios mismo nos lo ofrece, nos cerramos y nos apegamos a nuestras pobres y falsas seguridades.
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Estas palabras, dichas por Caifás –Sumo sacerdote aquel año– revelaron el sentido de la muerte redentora del Hijo de Dios.
¡Tú muerte, Jesús, tu muerte ignominiosa, a cambio de nuestra vida verdadera! Sólo el ofrecimiento de la vida del Hijo divino, amado del Padre, podía reparar la ofensa infinita del hombre con su pecado, que lo llevaba a la muerte. Este ha sido el camino de nuestra Redención, para poder volver a la casa del Padre. La vida del Hijo a cambio de nuestra vida.
Jesús, quiero acompañarte estos días de Pasión, acogiendo la salvación que nos alcanzas, queriendo, así, ser un consuelo para ti; queriendo ser uno de aquellos que hace fructificar tu Sangre redentora. Y quisiera unirme a ti, con mi pequeña cruz, para que, como tanto lo anhelas, mis hermanos y hermanas –la nación entera– se salve.
«En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisaica condena». (S.S. Francisco, Homilía del 28 de marzo de 2021).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un ratito a pensar cómo quiero acompañar a Cristo en su Pasión, en esta Semana Santa (con medios concretos que dispongan interiormente mi alma para estar con Él).
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Sientes que no das la talla? Este santo es para ti
Fue una lección dura, pero finalmente san Hugo encontró la paz aceptando que Dios trabajaría a través suyo
La vocación cristiana de la humildad es difícil.
Para las personas que son tremendamente talentosas, apuestas y que caen bien a todo el mundo, su desafío está en ser más conscientes de sus defectos y del hecho de que todo lo bueno viene de Dios.
«¿Quién es el que te distingue?», pregunta san Pablo en 1 Corintios 4:7. «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?».
Los que tienen problemas de orgullo harían bien en recordar que todo don y talento y atributo positivo que poseen es un regalo.
Para otros, la dificultad está en otro lugar.
A pesar de tus dones, te sientes incompetente ante la tarea que el Señor ha puesto ante ti.
Cada vez que fallas, surge la tentación de rendirte, seguro de que nunca podrás ser suficiente.
En lugar de reconocer que el Señor aprueba a los que responden a su vocación, te desesperas porque tu esfuerzo solo termina en fracaso. San Hugo de Grenoble (1053-1132) fue uno de estos últimos.
«¡Yo no soy digno!»
A pesar de ser un hombre apuesto, habilidoso y tan brillante que fue elegido obispo con 27 años, Hugo estaba tan convencido de su propia incompetencia que, en más de una ocasión, llegó a abandonar su puesto para retirarse a un monasterio, renunciando a un trabajo que sentía que no podía abarcar.
Nacido en Francia en el seno de una familia devota y elogiado por su inteligencia desde muy joven, este lego de 27 años protestó abiertamente cuando fue elegido obispo.
«¡Pero les repito que no soy digno de ello!«, exclamaba. «¿Qué tipo de cuento es este?», preguntaba al obispo Hugo de Die.
Dios lo hará en ti
«¿Quién te pide que actúes solo con tu propia fuerza? Primero confía en Dios, Él te ayudará».
Por primera vez aleccionaban a Hugo de Grenoble con la lección que se convertiría en el lema de su vida: es Dios quien obra en ti, o dicho de otra forma (con las palabras de Éxodo 14,14), que «Yahveh peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos».
El obispo Hugo quedó abrumado ante las tareas que le esperaban cuando heredó una diócesis repleta de corrupción y apatía.
Pero nunca había fracasado antes, así que aceptó voluntariosamente al personal de su obispo y empezó a luchar contra la simonía, la ignorancia y la impureza clerical por toda la diócesis.
Perseveró durante dos años, pero con poco éxito.
Hugo se retiró
Desanimado por su lento progreso, se declaró a sí mismo no apto para el episcopado y se retiró a un monasterio a vivir como monje benedictino.
Durante un año, las cartas se sucedieron entre el monasterio y el Vaticano, desde donde el Papa le recordaba firmemente que el Señor no necesitaba de su talento, sino de su fidelidad.
«¡Pero le repito que no puedo hacer nada bueno ni digno de valor!», insistía. A lo que el papa san Gregorio VII respondía: «Muy bien, así sea. No puedes hacer nada, hijo mío, pero eres obispo, y el sacramento puede hacerlo todo».
De vuelta a Grenoble
Escarmentado, el buen obispo regresó a Grenoble para continuar con lo que estaba convencido sería una batalla infructuosa.
A menudo somos nosotros únicamente los que no logramos ver los buenos efectos de nuestro trabajo.
Y san Hugo se pasó los siguientes 50 años tratando una y otra vez de renunciar a su cargo, incapaz de ver la reforma que estaba consiguiendo con su liderazgo y su ejemplo.
San Hugo, que probablemente es más conocido por su contribución a la formación de la Orden de los Cartujos (san Bruno fue su mentor y san Hugo le dio la tierra que se convertiría en la Gran Cartuja), se retiraba a menudo al silencio del monasterio.
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Logró la reforma
Cada vez que se nombraba un Papa nuevo, Hugo presentaba su dimisión de nuevo, implorando al Santo Padre que encontrara a alguien más apropiado para la tarea.
Y todas las veces, Roma y san Bruno le recordaban su deber, tanto para su diócesis como para Dios, que era quien obraba a través de él.
Después de su episcopado de 52 años, la diócesis de Grenoble era un lugar totalmente diferente, transformado por los dones naturales de san Hugo y el poder de Dios a través de su humilde siervo.
Al final de su vida, todavía esperanzado con poder retirarse a una vida de silenciosa oración, san Hugo fue capaz de hacer suyas las palabras de Isaías:
«Yahveh, tú nos pondrás a salvo, que también llevas a cabo todas nuestras obras».
Isaías 26,12
Así, pasó medio siglo reformando al clero, atendiendo a los pobres e inspirando a los fieles a seguir sus humildes pasos.
A pesar de sufrir unos agotadores dolores de cabeza durante años, nunca se quejó ni bajó su ritmo de trabajo, y al final de su vida escuchó cómo el Padre le recibía a un descanso bien merecido: «Bien hecho, mi buen y leal siervo».
Recemos por todos los que se sienten incapaces de vivir la vida que el Señor les ha concedido, para que reconozcan con humildad que Dios mismo luchará por ellos.
San Hugo de Grenoble, ¡ruega por nosotros!