En el evangelio que acabamos de proclamar encontramos a Jesús al inicio de su ministerio en Galilea una vez Juan Bautista había sido encarcelado. San Marcos, sitúa el contenido de la misión con una afirmación rotunda por parte de Jesús: “Ha llegado la hora y el reino de Dios está cerca. Conviértase y cree en la buena nueva”, es decir, la presencia de Jesús conlleva un tiempo nuevo en el que el Reino de Dios ya está muy cerca. Se trata del inicio de un tiempo nuevo que perdura hasta la fecha y que hace posible que Dios reine sobre cada uno de nosotros. Es una llamada constante, una vocación constante, para vivir atentos a la voz de Dios dejando entrar en el propio corazón su misterio.
En el mismo texto, el evangelista nos hace ver que la forma más adecuada de concretar la conversión y el creer consiste en seguir a Jesús. Por eso ha vinculado el anuncio de la Buena Noticia con la vocación de los primeros discípulos. Pasando junto al lago de Galilea, Jesús vio a un grupo de pescadores ocupados en su trabajo cotidiano. Hablando desde la lógica no deja de sorprendernos que tanto Simó y Andreu como Jaume y Joan, dejando lo que estaban haciendo, respondan de forma tan radical a la llamada de un desconocido. Pero el evangelista no pretende narrarnos la cronología de unos hechos, ni siquiera de un diálogo sino que intenta reflejar los rasgos esenciales de lo que significa ser discípulo de Jesús, más allá de las circunstancias concretas en las que éste se lleve a término. Los cuatro pescadores son llamados simplemente a fiarse y ponerse en marcha.
Todos nosotros, con nuestras cualidades, conocimientos, costumbres y forma de vida… somos llamados constantemente por Jesús a quien vemos o intuimos en torno a los múltiples lagos de Galilea de nuestras vidas. Él está presente de muy diversas maneras y quiere convertir nuestra actividad cotidiana en una nueva manera de hacer: seguir pescando, pero con Él. Quiere que le sigamos y muy a menudo nos pedirá que volvamos mar adentro para calar de nuevo las redes. Ésta es nuestra conversión: hacer de nuestra vida cotidiana una buena noticia.
Por tanto, convertirse para creer en el evangelio y responder a la llamada que Jesús nos hace continuamente consiste en girarse hacia donde está la luz. A menudo confundimos la conversión con prácticas ascéticas o morales. Y no es esto solo. Se trata de hacer el esfuerzo por girarnos hacia la verdadera luz. La conversión encuentra su sentido en el mismo Jesús que se define como la Luz del mundo. Por admirable que sea la reacción y la respuesta de aquellos pescadores, el personaje principal de la llamada es Jesús.
En este tiempo de pandemia que estamos viviendo con las consecuencias que comporta para tantas personas y pueblos, me doy cuenta de que las palabras de Jesús: “Ha llegado la hora y el reino de Dios está cerca. Conviértase y cree en la buena nueva” y así como la llamada a seguirle que hizo a los primeros discípulos, toman un relevo particular. Y lo toman porque la pandemia nos ha cogido desprevenidos como seguramente cogió desprevenidos a Simó, Andreu, Jaume y Juan, la llamada que Jesús les hizo a seguirle.
También, hoy, en este presente, complejo y lleno de sufrimiento de todo tipo, la voz de Jesús resuena igual que cerca del lago de Galilea: ¡seguidme! Siguiéndolo podremos convertir nuestra manera de mirar a los demás, de mirarnos a nosotros mismos, de mirar a Dios. Los primeros discípulos simplemente se levantaron y se fueron con él, sin preguntarle. ¿No será que hoy también cada uno de nosotros debemos levantarnos y simplemente hacerle confianza? Y sabemos por experiencia ajena o propia que cuesta mucho.
Para ilustrar lo que acabo de decir puede ayudarnos el testimonio de Etty Hillesum, la joven judía que murió a los 29 años en la cámara de gas de Auschwitz (30 de noviembre de 1943). En su diario que había seguido escribiendo incluso en el campo de concentración escribió: “Estoy dispuesta a todo, me iré a cualquier lugar del mundo, donde Dios me envíe, y estoy dispuesta a testificar, en cada situación hasta la muerte, que la vida es hermosa, que tiene sentido y que no es culpa de Dios, sino nuestra que todo haya llegado hasta este punto” (se refería a la barbarie nazi). Y seguía escribiendo: “interiormente me siento en paz. Dentro de mí hay una confianza en Dios que al principio casi me daba miedo por la forma en que iba creciendo, pero ahora me pertenece. Y ahora a trabajar”.
El sufrimiento y la desdicha la llevaron a rezar así: “amo tanto al prójimo porque en cada persona amo un pedazo de ti, oh Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos. Intento desenterrarte del corazón de los demás”.
¿No es esto un modelo de conversión que nos puede ayudar y espolear a vivir nuestro compromiso cristiano en este tiempo de pandemia? Que nos ayude a Dios mismo.
Ildefonso, Santo
Memoria Litúrgica, 23 de enero
Obispo de Toledo
Martirologio Romano: En la ciudad de Toledo, en la Hispania Tarraconensis (hoy España), san Ildefonso, que fue monje y rector de su cenobio, y después elegido obispo. Autor fecundo de libros y de textos litúrgicos, se distinguió por su gran devoción hacia la santísima Virgen María, Madre de Dios (667).
Etimología: Ildefonso = Aquel que esta listo para la batalla, es de origen germánico.
Breve Biografía
Para reconstruir su biografía, además de los datos contenidos en sus obras, disponemos principalmente del Beati Ildephonsi Elogium de San Julián de Toledo, contemporáneo suyo y segundo sucesor en la sede toledana, escrita como apéndice al De viris illustribus (PL 96,43-44). La Vita vel gesta S. Ildephonsi Sedis Toletanae Episcopi, atribuida a Cixila, obispo de Toledo ca. 774-783 (PL 96,44-88; Flórez, V,501-520), donde se mencionan por primera vez los milagros de su vida y la Vita Ildephonsi Archiepiscopi Toletani de fray Rodrigo Manuel Cerratense, s. XIII (Flórez V,521-525), añaden al Elogium tradiciones posteriores con tinte legendario.
Nacido en el 607, durante el reinado de Witerico en Toledo,de estirpe germánica, era miembro de una de las distintas familias regias visigodas. Según una tradición que recoge Nicolás Antonio (Bibliotheca Hispana Vetus, PL 96,11), fue sobrino del obispo de Toledo San Eugenio III, quien comenzó su educación. Por el estilo de sus escritos y por los juicios emitidos en su De viris illustribus sobre los personajes que menciona, se deduce que recibió una brillante formación literaria. Según su propio testimonio fue ordenado de diácono (ca. 632-633) por Eladio, obispo de Toledo (De vir. ill. 7: PL 96,202). En un pasaje interpolado del Elogium, se dice que siendo aún muy niño, ingresó en el monasterio Agaliense, en los arrabales de Toledo, contra la voluntad de sus padres. Más adelanté se afirma que «se deleitaba con la vida de los monjes», frase que debe interpretarse siguiendo a Flórez (V,276) en el sentido de que desde niño se inclinó al estado religioso. Ildefonso estuvo muy vinculado a este monasterio, como él mismo recuerda al hablar de Eladio, y como se deduce del De vir. ill. con el que pretende exaltar la sede toledana y quizá mostrar el papel privilegiado que correspondía al monasterio Agaliense. Estando ya en el monasterio, funda un convento de religiosas dotándolo con los bienes que hereda, y en fecha desconocida (650?), es elegido abad. Firma entre los abades en los Concilios VIII y IX de Toledo, no encontrándose su firma, en cambio, en el X (656). Muerto el obispo Eugenio III es elegido obispo de Toledo el a. 657, y según el Elogium obligado a ocupar su sede por el rey Recesvinto. En la correspondencia mantenida con Quirico, obispo de Barcelona, se lamenta de las dificultades de su época. A ellas atribuye el Elogium que dejase incompletos algunos escritos.
Muere el 667, siendo sepultado en la iglesia de Santa Leocadia de Toledo, y posteriormente trasladado a Zamora. Su fiesta se celebra el 23 de enero.
Es patrón de la ciudad Zamora, en cuya Iglesia Arciprestal de San Pedro y San Ildefonso, reposan sus restos; de Toledo y de Herreruela de Oropesa, en la misma provincia, donde sus fiestas se celebran cada año con bastante fervor. También es el santo patrón de la ciudad de Mairena del Aljarafe en la provincia de Sevilla. La Orden de Caballeros Cubicularios se encarga de la custodia de sus reliquias en la citada iglesia zamorana.
Milagro del encuentro con la Virgen
La noche del 18 de diciembre del 665 San Ildefonso junto con sus clérigos y algunos otros, fueron a la iglesia, para cantar himnos en honor a la Virgen María. Encontraron la capilla brillando con una luz tan deslumbrante, que sintieron temor. Todos huyeron excepto Ildefonso y sus dos diáconos. Estos entraron y se acercaron al altar. Ante ellos se encontraba la Virgen María, sentada en la silla del obispo, rodeada por una compañía de vírgenes entonando cantos celestiales. María al ir hizo una seña con la cabeza para que se acercara. Habiendo obedecido, ella fijó sus ojos sobre él y dijo: «Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería.» Habiendo dicho esto, la Virgen misma lo invistió, dándole las instrucciones de usarla solamente en los días festivos designados en su honor.
Esta aparición y la casulla fueron pruebas tan claras, que el concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. El evento aparece documentado en el Acta Sanctorum como El Descendimiento de la Santísima Virgen y de su Aparición. La importancia que adquiere este hecho milagroso sucedido en plena Hispania Ghotorum y transmitido ininterrumpidamente a lo largo de los siglos ha sido muy grande para Toledo y su catedral. Los árabes, durante la dominación musulmana, al convertirse la Basílica cristiana en Mezquita respetaron escrupulosamente este lugar y la piedra allí situada por tratarse de un espacio sagrado relacionado con la Virgen Maria a quien se venera en el Corán. Esta circunstancia permite afirmar que el milagro era conocido antes de la invasión musulmana y que no se trata de una de las muchas historias piadosas medievales que brotaron de la fantasía popular. En la catedral los peregrinos pueden aun venerar la piedra en que la Virgen Santísima puso sus pies cuando se le apareció a San Ildefonso.
ORACIÓN A MARIA
De San Ildefonso de Toledo
(del Libro de la perpetua virginidad de Santa María)
A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios. Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro.
Me humillo ante la única que es madre de mi Señor. Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo me permitas consagrarme a ti y a Dios, ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo, servirte a ti y a tu Señor.
A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como madre de nuestro Creador;
a Él como Señor de las virtudes y a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios y a ti como a Madre de de Dios.
Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor.
Concédeme, por tanto, esto, ¡oh Jesús Dios, Hijo del hombre!: creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnaciòn; hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas; amar en tu Madre aquello que tu llenes en mi con tu amor; servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti; vivir bajo su gobierno en tal manera que sepa que te estoy agradando y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad.
¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios, consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente!
Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen; los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella, tampoco glorificáis como Dios a mi Señor. No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; los que no rendís honor a la Madre del Señor
con la excusa de honrar a Dios su Hijo.
Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella; para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mi de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo,
deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre.
Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor;
lo que se da a la Madre redunda en el Hijo;
lo que recibe la que nutre termina en el que es nutrido,
y el honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey.
Por eso me gozo en mi Señora,
canto mi alegría a la Madre del Señor,
exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador
y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.
Porque gracias a la Virgen yo confio en la muerte de este Hijo de Dios
y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua,
ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad
por los siglos de los siglos.
Amén.
La fuerza del Espíritu Santo
Santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21. Domingo III del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por el don de la fe que recibí en mi bautismo y por dejar tu Palabra en el Evangelio. Creo en todo lo que has revelado; aunque reconozco que mi fe es todavía pequeña, confío en tu misericordia y en tu gracia para que esta oración sea el medio para crecer en el amor a ti y a los demás.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Palabra del Señor.
Reflexiona lo que Dios te dice en el Evangelio (te sugerimos leer esto que dijo el Papa)
«Comúnmente se habla del sacramento de la “Confirmación”, palabra que significa “unción”. Y, de hecho, a través del aceite llamado “sagrado Crisma”, somos conformados, en la potencia del Espíritu, a Jesucristo, el cual es el único y verdadero “ungido”, el “Mesías”, el Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lo lee en Isaías. Es el ungido. Soy enviado y estoy ungido para esta misión.
El término “Confirmación” nos recuerda que este Sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; lleva a cumplimiento nuestro vínculo con la Iglesia; nos da una especial fuerza del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz. Y por eso es importante ocuparse de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban este sacramento. Todos nosotros nos ocupamos de que sean bautizados y esto es bueno, pero, quizás, no le damos tanta importancia a que reciban la Confirmación. ¡Se quedan a mitad camino y no reciben el Espíritu Santo! Que es tan importante para la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante». (Homilía de S.S. Francisco, 29 de enero de 2014).
«Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras».
(Concilio Vaticano II Constitución Lumen Gentium, n. 11).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Fomentar la participación de la familia en la celebración dominical de la Eucaristía, para que se convierta en una experiencia importante para todos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, plenitud de la Revelación.
La Revelación es cristológica, ya que se identifica, en último término, con la encarnación, Cristo es la revelación de Dios.
La Revelación encuentra su fundamento principal en la persona de Jesucristo, síntesis del mensaje salvífico de Dios, plenitud y manifestación máxima de Dios al hombre.
1.- La Revelación de Dios en la historia.
1.1 Antiguo Testamento. Dios se revela en el Antiguo Testamento en los hechos de la historia del pueblo de Israel. A través de los diversos eventos históricos, Dios, de manera gratuita y amorosa, se comunica libremente y se da a conocer a la humanidad, manifestando su plan salvífico y liberador.
Esta autocomunicación de Dios fue siguiendo un lento proceso lleno de una gran pedagogía con la cual El, en la medida en que iba revelándose, tenía en cuenta la posibilidad de ser reconocido como Aquel que, interviniendo en la historia, era el Salvador, el Liberador, el Creador, el Padre amoroso que llamaba a una vida de comunión con El y de relación justa y fraterna con los demás.
1.2.- Rasgos principales de la revelación del AT. La revelación es esencialmente interpersonal: es la manifestación de Dios al hombre. Allí, es Yavé el sujeto y el objeto de esa revelación, ya que es el Dios que revela y que se revela. A través de ella el hombre es llamado a entrar en comunicación de vida con Él:
En todo el AT podemos observar como la manifestación de Dios ha partido de una iniciativa suya. Es Él quien desea revelarse y darse a conocer. El es quien elige, y sella la alianza.
- La Palabra escuchada es la que da unidad a la economía veterotestamentaria. La comunicación de Dios es principalmente a través de la Palabra, lo que exige al hombre una mayor atención, e implica el respeto de Dios por la libertad humana.
- La palabra trae como exigencias al hombre la fe y el cumplimiento.
- Y el AT está enmarcada en la esperanza de la salvación que está por venir. Todo acontecimiento alude a uno posterior.
1.3.- Cristo, revelador y revelación del Padre
Cristo Jesús es la máxima manifestación del amor del Padre, el cumplimiento de las promesas divinas y el centro de la historia de la salvación:
«… la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia y de su Espíritu. (EN 18, 20, 23. GS 58d; 61a)…»
Él es el culmen y la plenitud de la revelación. En Él, Dios ha puesto en la historia un acontecimiento determinante capaz de hacerla sensata mediadora de la revelación.
2.- Cristo, plenitud de la revelación
De acuerdo, con el dato escriturístico que obtenemos en el NT: Sinópticos, Hechos, Juan, Pablo y Hebreos, Cristo no es uno de los mediadores de la revelación de Dios, sino que es el Mediador absoluto porque es la Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho hombre (cf. 1 Tim 2,5) que irrumpe en la historia para traer la salvación (cf. Hb 1, 1-4). En el se ha revelado definitiva e irrevocablemente la voluntad salvífica universal de Dios a través de un hecho único e irrepetible: la encarnación del Logos (Palabra) divino:
«Este designio divino, que en bien de los hombres y para la gloria de la inmensidad de su amor, concibió el padre en su hijo antes de crear el mundo (Ef 1,9), nos lo ha revelado conforme al proyecto misterioso que Él tenía de llevar la historia humana a su plenitud, realizando por medio de Jesucristo la unidad del universo, tanto lo terrestre como de lo celeste.»
En Jesucristo, no solamente esas revelaciones (hechas por los profetas) se totalizan, sino que la revelación de Dios es total. De Dios en cuanto él es el principio y el término de la relación religiosa de la alianza. Si el cometido de los profetas es poner los acontecimientos de la historia y la situación del hombre bajo la luz del propósito de Dios, Jesús cumple perfectamente la función profética: Él no manifiesta un elemento del designio de Dios, sino el Designio total, lo absoluto de la relación de alianza, el «misterio».
2.1.- La encarnación, misterio de la plenitud reveladora
La encarnación da realidad al acontecimiento revelador por excelencia, porque ella es el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios, con base en la unión que hay entre divinidad y humanidad en el misterio de Cristo:
«… En Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres. El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado restablece la comunión entre su Padre y los hombres. El hombre adquiere una altísima dignidad y Dios irrumpe en la historia humana, vale decir, en el peregrinar de los hombres hacia la libertad y la fraternidad…»
Él, el Hijo de Dios hecho hombre, es la perfecta revelación puesto que viene a hablar, a predicar, a enseñar y a atestiguar lo que ha visto y oído. De esta manera, la encarnación es la vía elegida por Dios para revelar y revelarse, a través de la cual hace posible a nivel humano el conocimiento de Dios y de su designio salvífico.
Y llevando al nivel humano la manifestación de Dios (su propia encarnación), Jesucristo, revela el misterio del Padre. Es decir, revelando al Padre como misterio, se revela también el misterio propio del hijo: la revelación es autorrevelación.
En Jesucristo, por lo tanto, llegan a su absoluto punto culminante tanto la llamada de Dios, como la respuesta del hombre, al identificarse en la unidad de su persona. En cuanto hombre, Cristo es la perfecta respuesta humana a la palabra y autocomunicación de Dios. En su obediencia, Él conduce de nuevo la humanidad hacia la unión con Dios y la hace partícipe de la vida eterna. En Cristo encontramos la relación de comunión, de diálogo, de docilidad y de amor que el hombre debe tener para con Dios. Así la revelación es completa aun desde este punto de vista, porque encuentra en el hombre el término y la respuesta que hacen plenamente eficaz el designio del amor de Dios.
2.2.- Cristo, sujeto y objeto de la revelación
Porque el Verbo de Dios es por sí mismo, desde la eternidad, la expresión viva y completa del Padre, que posee la misma naturaleza del Padre, Cristo es el Dios revelante. Él es causa y autor de la revelación como lo es también el padre y el Espíritu Santo. Él ha sido enviado por el Padre para comunicar la plenitud de la manifestación divina.
Pero es también el Dios revelado: el Dios verdadero que anuncia y testimonia de sí mismo, porque es Dios, el Verbo de Dios. Cristo, entonces, nos hace conocer el misterio de sí mismo. Él, como Verbo eterno, es la misma verdad que Él anuncia y revela. De igual modo, es también el medio por el que se revela la Verdad y se comunica la Vida (Jn 14, 5-6), es decir, el mismo es el camino accesible al hombre para conocer la Verdad y lograr la comunión de vida con Dios. A través de la naturaleza humana de Jesús, Dios se hace accesible al hombre.
La Revelación es cristológica, ya que se identifica, en último término, con la encarnación, Cristo es la revelación de Dios.
Al servicio de la paz entre los pueblos
Hace cien años moría Benedicto XV.
En 1854, la ciudad italiana de Génova se vio sacudida por una terrible epidemia de cólera. En ese año, similar en algunos aspectos al periodo dramático que estamos viviendo, nació Giacomo Della Chiesa. Fue el tercero de cuatro hijos. Desciende de una familia de condes, pero que ya no es especialmente rica. Fue bautizado en la iglesia parroquial de «Nostra Signora delle Vigne».
El palacio familiar, ubicado en la «Salida de Santa Caterina», está situado en el centro histórico, atravesado por un laberinto de callejuelas que serpentean hasta la zona portuaria de la ciudad. A los quince años, expresó su deseo de ser sacerdote. Presionado por su padre, se matricula primero en la Facultad de Derecho. Tras licenciarse, ingresó en el Colegio Capranicense de Roma y fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1878. Entonces fue admitido en la Academia Pontificia de Nobles Eclesiásticos, donde los jóvenes de familias patricias se preparaban para el servicio diplomático de la Santa Sede. En 1883 marchó a Madrid como secretario del nuncio apostólico Mariano Rampolla del Tindaro. Consagrado obispo por Pío X en la Capilla Sixtina el 22 de diciembre de 1907, monseñor Della Chiesa fue entonces nombrado arzobispo de Bolonia. El 25 de mayo de 1914, según consta en la ficha biográfica publicada en la web oficial de la Santa Sede, fue creado cardenal. Tres meses después, el 20 de agosto, murió el Papa Pío X. Fueron días dramáticos: el 28 de julio, Austria-Hungría había declarado la guerra a Serbia. La Primera Guerra Mundial acababa de empezar.
La elección a la Cátedra de Pedro y el horror de la guerra
En el Cónclave, que se reunió el 31 de agosto de 1914, fue elegido Papa el cardenal Giacomo Della Chiesa, nombrado sólo tres meses antes. Tomó el nombre de Benedicto XV y desde el principio de su pontificado expresó su dolor por la tragedia de la guerra: en la exhortación apostólica «Ubi primum» del 8 de septiembre exhortó «a los que rigen el destino de los pueblos a dejar de lado todas sus rencillas en interés de la sociedad humana». Cuando desde esta cumbre apostólica dirigimos nuestra mirada a todo el rebaño del Señor que nos ha sido confiado -continúa el documento-, el terrible espectáculo de esta guerra llenó inmediatamente nuestras almas de horror y amargura, al ver que gran parte de Europa, asolada por el hierro y el fuego, estaba impregnada de sangre de cristianos.
El drama de la guerra también está presente en la primera encíclica Ad beatissimi apostolorum. «Cada día -subraya el Pontífice- la tierra se tiñe de sangre nueva y se cubre de muertos y heridos».
«Poner fin a esta inútil masacre»
Los numerosos llamamientos de Benedicto XV en favor de la paz fueron desgraciadamente desatendidos. El 24 de mayo de 1915, Italia, que había sido neutral durante casi un año, entró en la guerra. Al día siguiente, escribiendo al cardenal Serafino Vannutelli, decano del Sacro Colegio, Benedicto XV expresaba en una carta su amargura por el hecho de que su petición de paz no hubiera sido atendida: «La guerra sigue manchando de sangre a Europa, y ni siquiera en tierra o en el mar se evitan los medios de ofensa contrarios a las leyes de la humanidad y al derecho internacional. Y por si fuera poco, el terrible incendio se ha extendido también a Nuestra querida Italia, haciéndonos temer también por ella, desgraciadamente, esa sucesión de lágrimas y desastres que suele acompañar a toda guerra».
El 28 de julio de 1915, en el primer aniversario del inicio de la guerra, el Papa dirigió una sentida exhortación a todos los pueblos beligerantes para que pusieran fin al conflicto. Una horrenda carnicería, escribió, «está deshonrando a Europa desde hace un año»: «Es sangre fraterna la que se está derramando por tierra y por mar». En 1916, dirigiéndose al Sagrado Colegio Cardenalicio, volvió a invocar «esa paz justa y duradera que debe poner fin a los horrores de la guerra». Pero el conflicto continuó y el 1 de agosto de 1917 envió «a los dirigentes de los pueblos beligerantes» una carta en la que pedía que se pusiera fin a lo que llamaba «inútil masacre».
«Reflexionen -escribe Benedicto XV- sobre su gravísima responsabilidad ante Dios y ante los hombres».
El final de la Primera Guerra Mundial
Además de los llamamientos a la paz, el pontificado de Benedicto XV estuvo marcado por importantes acontecimientos en la vida de la Iglesia. Con la bula «Providentissima Mater» del 27 de mayo de 1917 promulgó el nuevo Código de Derecho Canónico, ya reclamado por el Concilio Vaticano y deseado por Pío X. Con el Motu proprio «Dei Providentis» del 1 de mayo de 1917 estableció la Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental. Entonces, por fin, llegó el momento tan esperado. El final de la guerra, incesantemente invocado por el Pontífice, llegó en 1918. El Papa abría su carta encíclica «Quod iam diu» del 1 de diciembre de 1918 con estas palabras: «El día que el mundo entero ha esperado ansiosamente durante tanto tiempo y que la cristiandad entera ha implorado con tantas oraciones fervientes, y que nosotros, intérpretes del dolor común, hemos invocado incesantemente para el bien de todos, he aquí que en un momento ha llegado: las armas han callado finalmente». En 1919 se inauguró en París la Conferencia Internacional de la Paz. Ante esta crucial cita, en la encíclica «Quod iam diu», el Papa esperaba que se tomaran decisiones basadas en los principios cristianos de justicia. Los católicos, «que deben favorecer en conciencia el orden y el progreso civil, tienen el deber», subrayó en 1918, «de invocar la sabia asistencia del Señor sobre los que participarán en la Conferencia de Paz».
Anulación del «non expedit»
Incluso en Italia, donde perviven los contrastes surgidos tras los sucesos de Porta Pia en 1870 entre el Estado y la Santa Sede, los grupos políticos están enfrentados. Con el fin de mitigarlos, el Papa -hablando el 3 de marzo de 1919 a los Consejos Diocesanos de Italia- anuló efectivamente el «non expedit» que, tras el decreto del 10 de septiembre de 1874, prohibía a los católicos participar en las elecciones y en la vida política. Esta decisión anticipó los Pactos Lateranenses que se firmarían el 11 de febrero de 1929. La reconciliación entre los pueblos y en la sociedad fue la preocupación constante de Benedicto XV. El 25 de julio de 1921 invitó a los italianos, en particular, a recitar la oración «Oh Dios de la bondad», compuesta por él, en la que invocaba al Señor y a la Virgen para que favorecieran la reconciliación nacional y la concordia en el país. Aquejado de bronconeumonía, el Papa Benedicto murió el 22 de enero de 1922.
¿Por qué es tan difícil perdonar?
Para perdonar tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús
Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo que malgastó su herencia.
Cuando a este jóven se le acabó todo el dinero y empezó a pasar necesidad en una tierra donde había sobrevenido un hambre extrema, decidió volver a su padre, pedir perdón y solicitar ser tratado como a uno de sus jornaleros. El padre misericordioso, que nunca dejó de amar a su hijo, lo perdonó en el acto y le devolvió su lugar en la casa, como su hijo.
Pero el hermano mayor, que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la fiesta que se había organizado en honor de su hermano pródigo.
Al hermano mayor le pareció completamente injusto que su padre honrara a ese hermano descarriado, mientras que a él nunca lo había recompensado por su lealtad y su trabajo. En lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de su hermano, el mayor se irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el banquete.
El padre le explicó por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba perdido había vuelto. En ese momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre y se uniría a su alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza autocompasiva? ¿Iba a aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más que por amor a su padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?
Jesús no nos contó cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez quería que reflexionáramos sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una opción que todos, tarde o temprano, vamos a tener que hacer.
Sea porque tenemos a un alcohólico en la familia, o un ser querido se hace adicto a las drogas, o un cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona, todos, en algún momento, nos enfrentaremos con la opción de perdonar a quien nos hirió, incluso si esa persona no nos pide perdón.
El único remedio veraz para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a quien nos hirió. Por eso es que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.
Si nosotros no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio Su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
¿Por qué es tan difícil perdonar y olvidar?
Yo lo llamo “vivir en el recuerdo”. Cuando nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir inmersos en un recuerdo triste.
Durante años revivimos y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta que se nos deforma el alma y se nos endurece el corazón.
En ese estado, empezamos a justificar todas nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que recordamos una y otra vez.
A esa altura, es imposible ver las propias faltas con humildad y tratar de cambiar nuestra conducta indeseable para bien. Al final, un día nos percatamos de que estamos atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y tristeza.
Esa es una situación peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón, todo lo que nos suceda cada día será un recuerdo de ese incidente que nos lastimó tanto.
La tensión va a ir en aumento hasta que la vida entera se va a ver destruida por frustraciones que no existen. Es fácil imaginarse al hermano mayor cargado de amargura contra su hermano descarriado durante mucho tiempo.
Si eligiera rechazar la alegría de la reconciliación y el sacrificio, cosecharía solamente tristeza y tormentos. Se estaría cargando sobre las espaldas ese rencor cada vez que viera a su hermano. Pero sería la opción que él mismo escogió la que le causaría tristeza.
¿Cuál es la solución? ¿Cómo logro perdonar?
Sin duda, perdonar no es hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.
No, la respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e injustos.
Tenemos que empezar a ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.
En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de Su vida.
La memoria, una de nuestras facultades mentales, es un regalo precioso que nos dio Dios. Pero debe ser usada correctamente. La memoria debe considerarse un depósito tremendo donde podemos guardar todo lo que nos relatan los Evangelios acerca de Jesús y Su vida, llenando el lugar con Oración, Escrituras y los Sacramentos.
Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.
Entonces, cuando aparezca un recuerdo inquietante, podemos “cambiar de carril” hacia un pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra memoria se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la Palabra de Dios.
Sin embargo, este proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos pensamientos puede utilizarse incorrectamente. Si se realiza en una esfera completamente natural, puede ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va a provocar un cambio de vida que nos acerque a la unión con Dios.
Por ejemplo: un colega nos ofende con un comentario antipático. Uno permanece callado, pero las palabras que dijo nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos aconsejarán salvar esta situación a través del “pensamiento positivo”, o mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que flota en un lago espejado.
Esto puede cambiar el patrón de pensamiento y calmar los ánimos, pero no nos va a hacer semejantes a Jesús. No, no es esa la manera de proceder.
Jesús es el centro del perdón
Es Jesús quien debe ocupar el centro de nuestras facultades mentales. Jesús es el Camino a seguir para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento por encima de nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y Jesús es la Vida a través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar los más grandes obstáculos.
Como cristianos, debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un hijo de Dios –no simplemente una “buena” vida como meras criaturas de Dios-.
Es solamente a través de Jesús que podemos elevarnos de una vida de imperfección o tristeza o amargura a una vida de santidad y esperanza y alegría.
Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, si no en esta vida, en la otra.
Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo.
Recordar lo mucho que Dios nos ama
El recuerdo de esta verdad cambia todo en la vida.
Una de las experiencias más bellas que tenemos como cristianos consiste en descubrir cuánto nos ama Dios. Por amor somos creados y redimidos. Por amor recibimos continuamente tantos dones para el cuerpo y para el alma.
El mayor don es Cristo mismo. Porque el Padre envió a su Hijo para rescatarnos del pecado, para librarnos de la muerte, para hacernos hijos en Cristo.
En cada sacramento, de modo especial en la Eucaristía, celebramos y revivimos ese inmenso amor de Dios. Existe el peligro de acostumbrarnos, de vivir un cristianismo rutinario, como quien sigue tradiciones de la propia familia o sociedad sin experimentar fuego en su corazón. Por eso necesitamos recordar continuamente lo mucho que Dios nos ama, a través de la Sagrada Escritura, de la oración personal, de la vida como miembros de la Iglesia.
En un mundo de prisas, de acciones rápidas con el coche o el móvil, nos resulta fundamental buscar momentos de pausa para ir a lo esencial.
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
El recuerdo de esta verdad cambia todo en la vida. Los problemas, ciertamente, no desaparecen. Pero tenemos la certeza de que Dios, que es Amor, está siempre a nuestro lado. Por eso, como los creyentes de todos los siglos, hacemos nuestras las palabras de san Pablo:
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1,3 4).
Día 6: Acoger a los demás
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Reflexiones Bíblicas y Oraciones para el Octavario
Día 6: Acoger a los demás
«Poneos en camino y dad fruto abundante y duradero»
(Cf. Juan 15, 16b)
Génesis 18, 1-5. Abrahán recibe a los ángeles en el Roble de Mamre
Apretaba el calor y estaba Abrahán sentado a la entrada de su tienda, cuando se le apareció el Señor en el encinar de Mambré. Al alzar la vista vio a tres hombres de pie frente a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la tienda y, postrándose en tierra, dijo: «Señor mío, será para mí un honor que aceptes la hospitalidad que este siervo tuyo te ofrece. Que os traigan un poco de agua para lavar vuestros pies, y luego podréis descansar bajo el árbol. Ya que me habéis honrado con vuestra visita, permitidme que vaya a buscar algo de comer para que repongáis fuerzas antes de seguir vuestro camino». Ellos respondieron: «Bien, haz lo que dices».
Marcos 6, 30-44. La compasión de Jesús por las multitudes
Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le comunicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo: «Venid aparte conmigo. Vamos a descansar un poco en algún lugar solitario». Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba ni tiempo para comer. Así que subieron a una barca y se dirigieron, ellos solos, a un lugar apartado. Muchos vieron alejarse a Jesús y a los apóstoles y, al advertirlo, vinieron corriendo a pie por la orilla, procedentes de todos aquellos pueblos, y se les adelantaron. Al desembarcar Jesús y ver a toda aquella gente, se compadeció de ellos porque parecían ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
Como se iba haciendo tarde, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Se está haciendo tarde y este es un lugar despoblado. Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas de alrededor a comprarse algo para comer». Jesús les contestó: «Dadles de comer vosotros mismos».
Ellos replicaron: «¿Cómo vamos a comprar nosotros la cantidad de pan que se necesita para darles de comer?». Jesús les dijo: «Mirad a ver cuántos panes tenéis». Después de comprobarlo, le dijeron: «Cinco panes y dos peces». Jesús mandó que todos se recostaran por grupos sobre la hierba verde. Y formaron grupos de cien y de cincuenta. Luego él tomó los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente. Lo mismo hizo con los peces. Todos comieron hasta quedar satisfechos; aun así se recogieron doce cestos llenos de trozos sobrantes de pan y de pescado. Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres.
Meditación
Cuando nos dejamos transformar por Cristo, su amor crece y da fruto en nosotros. Acoger al otro es una forma concreta de compartir el amor que está dentro de nosotros.
A lo largo de su vida, Jesús acogió a todos los que encontró. Los escuchó y se dejó tocar por ellos sin tener miedo de su sufrimiento.
En el relato de la multiplicación de los panes, Jesús se conmueve y siente compasión después de ver a la multitud hambrienta. Él sabe que toda la humanidad necesita ser alimentada, y que solo él puede satisfacer realmente el hambre de pan y la sed de vida.
Pero no desea hacer esto sin sus discípulos, sin contar con ese poco que ellos podían ofrecer: cinco panes y dos peces.
Incluso hoy nos llama a ser colaboradores suyos en su incondicional preocupación por los demás. A veces, algo tan pequeño como una mirada amable, un oído atento o nuestra presencia es suficiente para que una persona se sienta acogida. Cuando le ofrecemos nuestras pobres habilidades a Jesús, él las usa de una manera sorprendente.
Entonces experimentamos lo que hizo Abrahán, porque es dando que recibimos, y cuando acogemos a los demás, somos bendecidos en abundancia.
Es Cristo mismo a quien recibimos como invitado.
La regla de Taizé en francés e inglés (2012) p. 103
¿Encontrarán en nosotros las personas que acogemos día a hombres y mujeres radiantes con Cristo, nuestra paz?
Las fuentes de Taizé (2000) p. 60
Oración
Jesucristo,
deseamos acoger a los hermanos y hermanas
que están con nosotros.
Sabes que frecuentemente nos sentimos
impotentes ante su sufrimiento,
sin embargo, tú siempre te adelantas
y los acoges con compasión.
Háblales a través de nuestras palabras,
apóyalos a través de nuestros actos,
y deja que tu bendición descanse sobre todos nosotros.
San Ildefonso, un monje llamado a arzobispo
Wellcome Library-CC-BY-4.0 (modified)
Un arzobispo de Toledo autor de importantes textos de espiritualidad sobre la Virgen
Nació en Toledo en torno al año 606. Recibió la educación de manos de su tío san Eugenio III y más tarde, en Sevilla, aprendió Filosofía y Humanidades con san Isidoro.
Se hizo monje pese a la oposición de su padre y llegó a ser abad del monasterio de san Cosme y san Damián.
Fue nombrado arzobispo de Toledo en el año 659.
Compuso obras de espiritualidad importantes, en especial un libro sobre la Virginidad de María, y la tradición asegura que la Virgen se le apareció y le impuso una casulla.
Santo patrón
San Ildefonso es patrón de Toledo y de Zamora.
Oración
«Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu de mi Redentor, para que yo conozca lo verdadero y digno de ti, para que yo hable lo que es verdadero y digno de ti y para que ame todo lo que sea verdadero y digno de ti. Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú, visitada por el ángel, saludada por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por la anunciación de las promesas.»
Misa del Papa: «La Palabra de Dios nos cambia, mientras que la rigidez nos esconde»
En el marco de la celebración del Domingo de la Palabra, el Papa Francisco recordó que la misión de cada uno de nosotros es «ser anunciadores creíbles y profetas de la Palabra en el mundo», ya que esta «revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse».
El Pontífice pidió también que volvamos a poner la Palabra «en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia», escuchándola, rezando con ella, poniéndola en práctica y dejando atrás «la rigidez que nos esconde».
La mañana del 23 de enero, el Papa Francisco presidió la santa Misa en la Basílica de San Pedro con ocasión de la celebración del Domingo de la Palabra de Dios: una Jornada que el Pontífice estableció el 30 de 2019, con la firma de la Carta apostólica en forma de «Motu proprio» Aperuit illis, con el fin de resaltar la presencia del Señor en la vida de todos los fieles.
En su homilía el Santo Padre reflexionó sobre la liturgia del día destacando que en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe «no estamos nosotros», con nuestras palabras; sino Dios con su Palabra:
“Todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió. En Cristo, su Palabra eterna, el Padre «nos eligió antes de la creación del mundo» (Ef 1,4)”
En este sentido, el Papa invitó a los fieles a tener la mirada fija en Jesús, acogiendo su Palabra y se detuvo en dos aspectos de ella que están unidos entre sí: «la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre».
La Palabra revela a Dios
En primer lugar, la Palabra revela a Dios –explicó Francisco- subrayando queJesús, al comienzo de su misión, anuncia una opción concreta: ha venido para liberar a los pobres y oprimidos (cf. v. 18):
“De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino. No es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas”
Asimismo, el Obispo de Roma hizo hincapié en que nuestro Padre, «no es un dios neutral e indiferente», sino «el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor.» Y precisamente esta es «la buena noticia» (v. 18) que Jesús proclama ante la mirada sorprendida de todos: «Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra».
Para convertirnos debemos partir de la Palabra
Continuando con su alocución, el Papa exhortó a preguntarnos: «¿llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? y ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa?
Cuestiones fundamentales -afirmó Francisco- que nos recuerdan que para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: «de la Palabra» ya que «ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe, nutre y renueva la fe».
De ahí la petición del Obispo de Roma para cada uno de nosotros: «¡Volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual!».
La Palabra nos lleva al hombre
Analizando el segundo aspecto: la Palabra nos lleva al hombre, el Pontífice puntualizó que justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida.
«La Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios. De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo».
Otro de los puntos indicados por Francisco fue el hecho de que «la Palabra de Dios nos cambia» mientras que «la rigidez nos esconde».
«Y lo hace penetrando en el alma como una espada (cf. Hb 4,12)», porque, «por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, y por otra, provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones, poniendo en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros».
Por eso -aseveró- nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer” o del “¿qué puedo hacer yo?”. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre.
Preguntémonos, ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra?
Finalmente, el Papa propuso plantearnos interiormente varias preguntas centrales en la vida como creyentes y miembros de la Iglesia:
«¿Queremos imitar a Jesús, ser ministros de liberación y de consolación para los demás? ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida?».
Seamos anunciadores creíbles. Antes de concluir, Francisco recordó que en esta celebración, fueron instituidos lectores y catequistas, quienes están llamados a la tarea importante «de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos».
«Esta es también la misión de cada uno de nosotros: ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo. Por eso, apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse», dijo el Papa, pidiendo nuevamente que «¡volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia!, escuchándola, rezando con ella y poniéndola en práctica».
Ángelus del Papa: «La Palabra es el faro que guía el camino sinodal iniciado en la Iglesia»
AP/Associated Press/East News
A la hora del rezo del Ángelus y con motivo de la celebración del Domingo de la Palabra de Dios, el Santo Padre alentó a los sacerdotes y a los fieles, a predicar el Evangelio tocando el alma y la vida de la gente evitando el riesgo de que nuestras enseñanzas «permanezcan genéricas y abstractas».
El 23 de enero, y tras haber presidido la Misa con ocasión de la celebración del Domingo de la Palabra de Dios; el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus a la hora del mediodía romano, asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano.
Ante la presencia de los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre la Liturgia del día, la cual nos presenta el momento en el que Jesús que inaugura su predicación (cfr Lc 4,14-21).
«Se dirige a Nazaret, donde creció, y participa en la oración en la sinagoga. Se levanta a leer y, en el volumen del profeta Isaías, encuentra el pasaje sobre el Mesías, que proclama un mensaje de consolación y liberación para los pobres y los oprimidos (cfr Is 61,1-2)», explicó Francisco, subrayando que, tal como dice el Evangelio de Lucas, terminada la lectura, «todos los ojos estaban fijos en él».
Jesús predica ungido por el Espíritu
El Santo Padre destacó en su alocución que la primera palabra de la predicación de Jesús contada en el Evangelio de Lucas es “hoy”, un término «que atraviesa toda época y permanece siempre válido»:
«La profecía de Isaías se remontaba a siglos antes, pero Jesús, por la fuerza del Espíritu (v. 14), la hace actual y, sobre todo, la lleva a cumplimiento», puntualizó.
El segundo punto subrayado por el Obispo de Roma es la admiración con la que los paisanos de Jesús reciben sus palabras:
«Incluso si, nublados por los prejuicios, no le creen -continuó Francisco- se dan cuenta de que su enseñanza es diferente de la de otros maestros: intuyen que en Jesús hay más: la unción del Espíritu Santo.
En este sentido, el Pontífice puso en guardia sobre el riesgo de hacer que nuestras predicaciones y nuestras enseñanzas «permanezcan genéricas y abstractas», sin tocar el alma y la vida de la gente.
Pero… ¿Por qué ocurre esto? Para el Papa la respuesta es sencilla:
«Porque les falta la fuerza de este hoy, ese que Jesús “llena de sentido” con el poder del Espíritu. Se escuchan conferencias impecables, discursos bien construidos, pero que no mueven el corazón, y así todo queda como antes. La predicación corre este riesgo: sin la unción del Espíritu empobrece la Palabra de Dios, cae en el moralismo y en conceptos abstractos; presenta el Evangelio con desapego, como si estuviera fuera del tiempo, lejos de la realidad».
Por esto -añade Francisco-quien predica es el primero que debe experimentar el «hoy de Jesús», para así poderlo comunicar en el hoy de los otros.
Papa: «Gracias a todos los predicadores del Evangelio»
Asimismo, en el marco del Domingo de la Palabra de Dios, el Santo Padre agradeció a todos los predicadores y los anunciadores del Evangelio:
“Recemos por ellos, para que vivan el hoy de Jesús, la dulce fuerza de su Espíritu que vuelve viva la Escritura. La Palabra de Dios, de hecho, es viva y eficaz (cfr Hb 4,12), nos cambia, entra en nuestros asuntos, ilumina nuestra vida cotidiana, consuela y pone orden. Recordemos: la Palabra transforma una jornada cualquiera en el hoy en el que Dios nos habla”
En este contexto, Francisco invitó a los fieles a tomar el Evangelio en la mano y leer o releer con calma, cada día un pequeño pasaje:
“Con el tiempo descubriremos que esas palabras están hechas a propósito para nosotros, para nuestra vida. Nos ayudarán a acoger cada día con una mirada mejor, más serena, porque, cuando el Evangelio entra en el hoy, lo llena de Dios”
Finalmente, el Papa propuso leer cada día el Evangelio de Lucas, el «Evangelio de la misericordia», que en este año litúrgico es proclamado durante los domingos: «Familiaricémonos con el Evangelio, ¡nos traerá la novedad y la alegría de Dios!», añadió.
El Sucesor de Pedro, concluyó haciendo hincapié en que la Palabra de Dios es también «el faro que guía el recorrido sinodal» iniciado en toda la Iglesia.
«Mientras nos comprometemos a escucharnos unos a otros, con atención y discernimiento, escuchemos juntos la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. La Virgen nos conceda la constancia para nutrirnos cada día con el Evangelio», aseveró.