VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

JUAN 21, 1-14 

Amigos, el Evangelio de hoy nos habla de cuando Jesús resucitado se les aparece a siete discípulos en la orilla del mar de Galilea. 

Pedro y otros seis Apóstoles estaban en una barca en el mar. Cuando vemos a Pedro y a los discípulos en una barca, debemos pensar en la Iglesia, y el número siete es especial —ya que evoca finalización o cumplimiento— y significa que debemos considerar a la Iglesia de modo escatológico, la comunidad de Jesús que se acerca al final del viaje. 


En la orilla (aunque no lo reconocen al principio) está el Señor Jesús. Siguiendo Sus órdenes, bajan las redes y obtienen una pesca extraordinaria. Bueno, esta es la obra de la Iglesia hasta el fin de los tiempos: reunir almas y llevarlas a Cristo. 


Cuando vacían sus redes, descubren 153 peces grandes. Muchas teorías se han propuesto acerca del significado de este número. Mi preferida es la que presenta San Agustín. Según la ciencia de la época había 153 especies distintas de peces en el mar y, por lo tanto, este número extraordinario está destinado a señalar la universalidad de la misión salvífica de la Iglesia.

Tiberiades …

Los relatos de aparición saben a amor, alegría, paz…frutos del Espíritu. Y es que estamos estrenando la Pascua. Cada año son nuevos. Hoy nos ponemos junto al mar. Ese mar  donde Jesús enseña a la gente a remar mar adentro…a vivir con la gracia del Espíritu Santo. Nos lo aseguran los primeros testigos: No hay otro nombre donde podamos salvarnos;  en  Él somos hijos en el Hijo y alcanzamos lo que él  alcanzó. Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio de los Apóstoles. Él es el Salvador, no hay otro que pueda salvarnos. Si esta afirmación es cierta también nos afecta a cada uno.

Se apareció en medio de ellos. ¡Amanece!

Están los apóstoles, no todos, salen a pescar y ¡nada!  Es la vida cotidiana: fracaso, trabajo, compañía, ¡Presencia!. El Evangelio de hoy nos  empuja a no dudar de que en lo cotidiano hay Presencia. La mirada de la fe no se limita a los sentidos, es capaz de traspasar los límites de la razón humana.

Al amanecer todo cambia. Invitados a echar las redes, a pesar de una noche infructuosa, fiándose  de su palabra, obtienen una pesca sobreabundante. Con su gracia, no con nuestras fuerzas… Porque Él está presente. ¡Está vivo! El Amor más grande permanece en nuestro corazón. El amor no puede ser apagado por la muerte. La fuerza la hace él para cosas grandes y nosotros quedaremos asombrados… ¿Cómo nos llega?A través del testimonio de los demás, de la materialidad del sacramento, encontramos lo divino. Y nos da una misión: ser testigos, “redimir al mundo”, la misma que la suya, vencer el mal viviendo desde la vida. El compartir, tan importante en la vida cristiana, el compartir la Escritura y compartir el pan. Llamada a la misión que pide una respuesta.  El cristianismo desde su origen está sustentado sobre el testimonio de hombres y mujeres que se han encontrado con Dios. No sólo  han transmitido sus palabras sino su vida. Ha cambiado  su vida y lo testimonian sobre todo con el amor a los demás. Es la continuación de la misión de Cristo.

¿Reconocemos la presencia de Cristo en nuestra vida?

Señor… en lo sencillo, en lo normal: esfuerzo, trabajo, comunidad, relación… verte a Ti. Que ahí estás “alentando nuestra vida”. Que sales a nuestro encuentro porque nos amas, porque has dado tu vida y es sincero tu amor. Hoy también quiero darte gracias por las personas que me han señalado que eras “tú”…_“¡Es el Señor!”_ cambiando el sentido de lo que acontecía. Gracias por acercarte y preparar las brasas y el pan. ¡Tantas veces lo has hecho! “ Está fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre  los muertos.” Una y otra vez vienes a mi. “Vamos, almorzad”.

PALABRAS DEL SANTO PADRE

El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos a orillas del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa. El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar» a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. (Regina Caeli, 10 de abril de 2016)

Agapito I, Santo

LVII Papa, 22 de abril

Martirologio Romano: En Constantinopla, nacimiento para el cielo de san Agapito I, papa, que trabajó enérgicamente para que los obispos fuesen elegidos libremente por el clero de la ciudad y se respetase la dignidad de la Iglesia. Enviado a Constantinopla por Teodorico, rey de los ostrogodos, ante el emperador Justiniano confesó la fe ortodoxa, ordenó a Menas como obispo de aquella ciudad y descansó en paz (536).

Etimológicamente: Agapito = Aquel que es amable, es de origen griego.

Breve Biografía

Papa del 535 al 536.

Su fecha de nacimiento es incierta; murió el 22 de abril del 536.
Fue hijo de Gordianus, un sacerdote Romano que había sido liquidado durante los disturbios en los días del Papa Symmachus.

Su primer acto oficial fue quemar en presencia de la asamblea del clero, el anatema que Bonifacio II había pronunciado en contra de Dioscurus, su último rival, ordenando fuera preservado en los archivos Romanos.

El confirmó el decreto del concilio sostenido en Cartago, después de la liberación de África, de la yunta de Vándalo, según los convertidos del Arrianismo, fueron declarados inelegibles a las Santas Ordenes y aquellos ya ordenados, fueron admitidos meramente para dar la comunión.

Aceptó una apelación de Contumeliosus, Obispo de Riez, a quien un concilio en Marsella había condenado por inmoralidad, ordenando a San Caesarius de Aries otorgar al acusado un nuevo juicio ante los delegados papales. Mientras tanto, Belisarius, después de la sencilla conquista de Sicilia, se preparaba para una invasión de Italia.

El rey Gótico, Theodehad, como último recurso, mendigó al viejo pontífice proceder a Constantinopla y traer su influencia para lidiar con el Emperador Justiniano.

Para pagar los costos de la embajada, Agapito se vio obligado a prometer las naves sagradas de la Iglesia de Roma.

Se embarcó en pleno invierno con cinco obispos y un séquito imponente. En febrero del 536, apareció en la capital del Este y fue recibido con todos los honores que convienen a la cabeza de la Iglesia Católica.

Como él había previsto sin duda, el objeto aparente de su visita fue condenado al fracaso. Justiniano no podría ser desviado de su resolución para restablecer los derechos del Imperio en Italia. Pero desde el punto de vista eclesiástico, la visita del Papa a Constantinopla marcó un triunfo escasamente menos memorable que las campañas de Belisario.

El entonces ocupante de la Sede Bizantino era un cierto Anthimus, quien sin la autoridad de los cánones había dejado su sede episcopal en Trebizond, para unir el cripto-Monophysites que, en unión con la Emperatriz Teodora, intrigaban para socavar la autoridad del Concilio de Calcedonia.

Contra las protestas del ortodoxo, la Emperatriz finalmente sentó a Anthimus en la silla patriarcal.

No bien hubo llegado el Papa, la mayoría prominente del clero mostró cargos en contra del nuevo patriarca, como un intruso y un herético. Agapito le ordenó hacer una profesión escrita de la fe y volver a su sede abandonada; sobre su negativa, rechazó tener cualquier relación con él.

Esto enfadó al Emperador, que había sido engañado por su esposa en cuanto a la ortodoxia de su favorito, llegando al punto de amenazar al Papa con el destierro. Agapito contestó con el espíritu: «Con anhelo ansioso vengo a mirar hacia el Emperador Cristiano Justiniano. En su lugar encuentro a un Dioclesiano, cuyas amenazas, sin embargo, no me aterrorizan.» Este atrevido idioma hizo que Justiniano tomara una pausa; siendo convencido finalmente de que Anthimus era poco sólido en la fe, no hizo ninguna objeción al Papa en ejercitar la plenitud de sus poderes a deponer y suspender al intruso, y, por primera vez en la historia de la Iglesia, consagrar personalmente a su sucesor legalmente elegido, Mennas.

Este memorable ejercicio de la prerrogativa papal no se olvidó pronto por los Orientales, que, junto con los Latinos, lo veneran como un santo.

Para purificarlo de cualquier sospecha de ayudar a la herejía, Justiniano entregó al Papa una confesión escrita de la fe, que el último aceptó con la juiciosa cláusula, «aunque no pudiera admitir en un laico el derecho de enseñar la religión, observaron con placer que el afán del Emperador estaba en perfecto acuerdo con las decisiones de los Padres».

Poco después Agapito cayó enfermo y murió, después de un glorioso reinado de diez meses. Sus restos fueron introducidos en un ataúd y dirigidos a Roma, siendo depositados en San Pedro.

El horizonte que tiene un nombre específico: Cristo

Santo Evangelio según san Juan 21, 1-14. Viernes de la Octava de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te pido que la experiencia de tu resurrección sea luz que dirija mi vida.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?». Ellos contestaron: «No». Entonces él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar». Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar». Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Voy a pescar» – dijo Pedro. Casi se puede escuchar el tono de alguien que regresa a la rutina, en donde se hace lo que se tiene que hacer porque se tiene que hacer y nada más.

Parece que Pedro experimentó el aburrimiento del hombre que ha estado en la cima de una montaña y ha contemplado el paisaje; y ahora se tiene que contentar con ver ese mismo paisaje en una fotografía.

Voy a pescar, es decir, vuelvo a mi trabajo, vuelvo a hacer lo que en sí me gusta hacer pero… ya no es lo mismo… no encuentra el sentido.
Pedro había conocido a Cristo. Vivió con Él, comió junto a Él; lo escuchó…, lo traicionó, lo amó; era su amigo. De repente se ve sin Él, se ve sin el amigo que a su vida le dio sentido; el amigo que alguna vez le dijo: «desde ahora ya no solo serás pescador sino que serás pescador de hombres…, uno de los apóstoles, mi discípulo, mi amigo».

«Es el Señor». Pedro no piensa nada, simplemente actúa y lo primero que hace es dirigirse hacia lo único que le hace falta, hacia lo único importante…, se dirigió hacia el Amigo.

De la nada, la rutina de la vida desaparece. El aburrimiento se olvida. No es una fotografía…, es el verdadero paisaje.

Esto es lo que significa la resurrección. La vida verdaderamente cobra un sentido; aparece un horizonte hacia dónde dirigir la vida. Un horizonte que tiene un nombre específico: Cristo.

«El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a “buscar” a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado… Ha sido como un sueño…».

(Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer un pequeño examen de conciencia donde profundice en la pregunta: ¿hacia dónde estoy dirigiendo mi vida?

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Se puede comprobar la Resurrección de Cristo?

La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo, es un hecho que ha sucedido en la realidad. Por: P. Jorge Loring, S.I

Jesucristo, después de ser crucificado, estuvo muerto y enterrado, y al tercer día resucitó juntando su cuerpo y su alma gloriosos para nunca más morir. Por tanto, Jesucristo está ahora en el cielo en cuerpo y alma. La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo.

La expresión de San Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de «tres días y tres noches». Pero tal expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse el día como una unidad de día-noche. El decir «tres días y tres noches» es un modismo equivalente a «al tercer día»».

Antes de morir Jesús había profetizado varias veces su resurrección. Por lo tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba más convincente, que era Dios.

Dice San Mateo, que los fariseos mandaron a sus soldados que habían estado guardando la tumba, que dijeran: «Sus discípulos vinieron de noche estando nosotros dormidos y lo robaron».

San Agustín dio a esto una respuesta definitiva: «Si estaban durmiendo, no pudieron ver nada. Y si no vieron nada, ¿cómo pueden ser testigos?». Los teólogos modernos buscan diversas explicaciones al hecho de la resurrección de Cristo. Pero cualquiera que sea la interpretación debe incluir la revivificación del cuerpo, si no se quiere hundir la teología de la resurrección.

Algunos dicen que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico, pues no hay testigos. Este modo de hablar es ambiguo y puede confundir; pues «no histórico» puede confundirse con «no real». Por eso no debe emplearse, como recomienda el padre José Caba, S.I., Catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en su libro «Resucitó Cristo, mi esperanza». La resurrección de Cristo es un hecho que ha sucedido en la realidad. Aunque no haya habido propiamente ningún testigo del hecho de la resurrección, en cuanto tal, es histórica en razón de las huellas dejadas en nuestro mundo y de las que dan testimonio los Apóstoles.

Si aparece un coche en el fondo de un barranco y está destrozado el pretil de la curva que hay en ese sitio, no necesito haber visto el accidente, para comprender lo que ha pasado. De la misma manera puedo conocer la resurrección de Jesucristo. Para otros sí se puede considerar como hecho histórico, pues puede localizarse en el.espacio y en el tiempo; y según Pannemberg es histórico todo suceso que puede ser colocado en unas coordenadas de espacio y tiempo. Por eso para el P.Ignacio de La Potterie, S.I., que es uno de los mejores especialistas en el mundo del Evangelio de San Juan, la resurrección de Cristo tuvo una realidad física, histórica.

La resurrección de Cristo la refiere San Pablo en carta a los Corintios, el año 57, es decir, a contemporáneos de los hechos:
«Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día»(394). Y lo atestigua San Pedro: «De Jesús resucitado todos nosotros somos testigos». San Lucas lo afirma enfáticamente: «El Señor ha resucitado verdaderamente».

Cristo estaba muerto en la cruz. Por eso los verdugos no le partieron las piernas como solían hacer para rematar a los crucificados. Si no hubiera estado muerto, le hubiera matado la lanzada que le abrió la aurícula derecha del corazón.
La cantidad de sangre que salió después de la lanzada, según el relato de San Juan que estaba allí presente, dicen los médicos, sólo se explica porque la lanza perforó la aurícula derecha que en los cadáveres está llena de sangre líquida. Al tercer día el sepulcro estaba vacío: no estaba el cuerpo de Cristo. La fe en la resurrección de Jesucristo parte del sepulcro vacío. Oscar Cullmann, protestante, de la Universidad de Basilea, dice: la tumba vacía seguirá siendo un acontecimiento histórico . Los Apóstoles no habrían creído en la resurrección de Jesús de haber encontrado su cadáver en el sepulcro. Los cuatro evangelistas relacionan el sepulcro vacío con la resurrección de Cristo:

a) San Mateo: «No está aquí, pues ha resucitado».
b) San Marcos: «Ha resucitado, no está aquí».
c) San Lucas : «No está aquí, sino que ha resucitado».
d) San Juan al ver la tumba vacía y la disposición de los lienzos «vio y creyó» que había resucitado; pues si alguien hubiera robado el cadáver, no hubiera dejado los lienzos tan bien puestecitos.

San Juan vio la sábana, que había cubierto el cadáver de Jesús, yaciendo en el suelo, y doblado aparte el sudario que había estado sobre su cabeza. Según los especialistas la palabra «ozonia» usada por San Juan debe traducirse por «lienzos» y no por «vendas» como hacen algunos equivocadamente. Es verdad que las vendas son lienzos, pero no todos los lienzos son vendas.

El sepulcro vacío sólo tiene dos explicaciones. O alguien se llevó el cadáver o Cristo resucitó. El cadáver no lo robaron los enemigos de Cristo, pues al correrse la noticia de la resurrección la mejor manera de refutarla hubiera sido enseñar el cadáver. Si no lo hicieron, es porque no lo tenían.

Tampoco lo tenían sus amigos, pues los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado, y nadie da la vida por lo que sabe es una patraña. Se puede dar la vida por un ideal equivocado, pero no por defender lo que se sabe que es mentira. Es evidente que los Apóstoles no escondieron el cadáver.

Luego si Cristo estaba muerto, y el sepulcro estaba vacío, y nadie robó el cadáver, sólo queda una explicación: Cristo resucitó.

San Pablo nos habla también de la resurrección de Cristo en la Primera Carta a los Tesalonicenses del año 51 de nuestra era : Jesús murió y resucitó; y en la Primera Carta a los Corintios del año 55: Cristo resucitó al tercer día. Una confirmación de la resurrección de Cristo es la Sábana Santa de Turín donde ha quedado grabada a fuego su imagen por una radiación en el momento de la resurrección. No hay explicación más aclaratoria.

La resurrección de Jesucristo es totalmente distinta de la resurrección de Lázaro o de la del hijo de la viuda de Naín: éstos resucitaron para volver a morir, pero Cristo resucita para nunca más morir. «Cristo resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir». La resurrección de Cristo no fue una reviviscencia para volver a morir, como le pasó a Lázaro; tampoco fue una reencarnación, propia del budismo y del hinduismo; menos aún fue el mero recuerdo de Jesús en el ánimo de sus discípulos. Fue el encuentro con Jesús resucitado lo que provocó la fe de los discípulos en la resurrección, y no viceversa. La resurrección no fue la consecuencia, sino la causa de la fe de los discípulos. (…) Jesucristo fue restituido con su humanidad a la vida gloriosa, plena e inmortal de Dios. (…) Se trata de la transformación gloriosa del cuerpo .

Después de resucitar, antes de subir al cielo con su Padre, estuvo varios días apareciéndose a los Apóstoles que comieron con Él y le palparon con sus propias manos. Los fantasmas no comen ni se dejan palpar. Cristo resucitado cenó con los Apóstoles y se dejó palpar por Santo Tomás. Decía Cristo : «Soy Yo. Tocadme y ved. Un espíritu no tiene carne y hueso, como veis que Yo tengo».

San Pedro lo recuerda: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después que resucitó de entre los muertos». En una ocasión se apareció a más de quinientos estando reunidos. Así nos lo cuenta San Pablo escribiendo a los Corintios, y añadiendo que muchos de los que lo vieron, todavía vivían cuando él escribía aquella carta, en los años 55-56 de nuestra Era. El verbo empleado por San Pablo excluye una interpretación subjetiva del término, «aparición». Las apariciones de Jesús son un motivo de credibilidad en la resurrección de Cristo.

Jesús resucitado tiene un cuerpo glorioso con propiedades distintas a las de un cuerpo material.

En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que Poncio Pilato escribe al emperador Tiberio sobre Cristo. Dice:
Después de ser flagelado, lo crucificaron. Su sepultura fue custodiada por mis soldados. Al tercer día resucitó. Los soldados recibieron dinero de los judíos para que dijeran que los discípulos robaron su cadáver. Pero ellos no quisieron callar y testificaron su resurrección. Sabemos con certeza que existieron unas actas oficiales de Poncio Pilato, Procurador de Judea, al Emperador Tiberio, como era obligación y costumbre en el Imperio por testimonio de Tertuliano (siglo III).

Ucrania, el Papa se une al llamamiento de la ONU a la tregua en Pascua

La petición de la ONU es acogida por Francisco y la Santa Sede.

«Nada es imposible para Dios», reza un comunicado del Vaticano, en el que se afirma que la Santa Sede y el Papa se unen al llamamiento de la ONU a una tregua con vistas a la Pascua, que, según el calendario juliano, se celebra el 24 de abril.

La iniciativa fue promovida por el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, de acuerdo con Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, jefe de la Iglesia greco-católica ucraniana, y fue lanzada el 19 de abril.

El Domingo de Ramos, el Papa Francisco pidió una tregua pascual para lograr la paz. El texto de hoy invoca la protección del Señor para que «la población atrapada en las zonas de guerra sea evacuada y se restablezca pronto la paz»; también pide «a los responsables de las naciones que escuchen el clamor de los pueblos por la paz».

La oración es un don

La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor.

Hoy queremos hablar del gran regalo que Dios nos ha hecho con la oración. El poder hablar con Dios es una condescendencia divina que no la podemos comprender.

Cuando oramos, cuando se abren nuestros labios para rezar, pensamos que somos nosotros los que hemos tenido la iniciativa.

Y ha sido Dios quien nos ha buscado, quien ha elevado nuestro pensamiento, quien nos ha dictado las palabras, quien ha fomentado nuestros sentimientos.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice claramente que la oración es primero una llamada de Dios, y después una respuesta nuestra. La oración es, por lo mismo y ante todo, una grac

¿Es posible que Dios tenga necesidad de nosotros? ¿Es posible que sea Dios el que nos busque? ¿Es posible que sea Dios quien salga a nuestro encuentro?…

Solamente el cristianismo sabe responder que sí. Porque solamente Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro Padre, un Padre que nos ama. Y el padre que ama, no puede pasar sin hablar con el hijo querido.

¿Sabemos lo que nos pasa cuando queremos orar? Nos ocurre lo mismo que a la Samaritana junto al pozo de Jacob, como nos cuenta Juan en su Evangelio. ¿A qué se redujo la petición de la Samaritana, aquella mujer de seis maridos y siempre insatisfecha? Pues, a reconocer que tenía sed. Y, por eso, pidió a Jesús:

– ¡Dame, dame de esa agua tuya, para que no tenga más sed en adelante!
La pobre no se daba cuenta de que había sido Jesús el primero que había pedido agua:

– ¡Mujer, dame de beber!…

Y ella le daba al fin el corazón, porque Jesús se había adelantado a pedírselo.
La oración es una comunicación entre Dios y nosotros. Tenemos un corazón inmenso, con capacidad insondable de amar y de ser amados. Sólo Dios puede llenar esas ansias infinitas. Por eso nos atrae, nos llama, y, si le respondemos con la oración ansiosa, nos llena de su amor y de su gracia.

Santa Teresa del Niño Jesús, tan querida de todos, lo expresó de una manera maravillosa con estas palabras, que nos trae el Catecismo de la Iglesia Católica:

– Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.

La otra Teresa, Teresa de Jesús, había dicho lo mismo con otras palabras:
– Oración, a mi parecer, no es otra cosa que tratar de amistad con Aquél que sabemos que nos ama.

¡Claro! Si Dios me ama, es un amante que no puede pasar sin mí, y por eso me busca.
¡Claro! Si yo amo a Dios, no me aguanto sin El, y por eso lo busco.

¡Claro! Y, cuando nos encontramos, ¿qué hacemos? Como somos tan amigos, nos ponemos a hablar amistosamente, y no hay manera ni de que Dios deje de llamarme a la oración, ni de que yo deje de suspirar por pasar en oración todos los ratos posibles.

La oración resulta ser entonces el termómetro que mide el calor del corazón.
La oración resulta ser entonces el metro que precisa la distancia que hay entre Dios y yo.
La oración resulta ser la balanza que calcula con exactitud el peso de mi amor.
Porque todos valemos lo que vale nuestro amor.
Y nuestro amor vale lo que vale nuestra oración.

La oración no nace precisamente de nosotros, sino de Dios. Es Dios el primero en llamar.
Es Dios el primero en darnos sed y ansia del mismo Dios. Es Dios el que impulsa nuestra oración, por el Espíritu Santo que mora en nosotros. Por lo cual, la oración es propiamente un don, un regalo de Dios. Y así, tiene pleno sentido eso de la que la oración no es una carga, sino un alivio; no una obligación pesada ni aburridora, sino una ocupación deliciosa, la más llevadera y la de mayor provecho durante toda la jornada…

Al decirnos el Catecismo de la Iglesia Católica que Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración, hemos de decir que la oración es una verdadera vocación. ¡Dios que nos llama a estar con Él!…

Así lo entienden tantos y tantos cristianos, cuya principal ocupación es gastar horas y más horas en la presencia de Dios.

Como aquel buen campesino, que decía:

– No sé cómo se puede rezar un Padrenuestro en menos de diez minutos.
Y como lo dijo con esta naturalidad e ingenuidad, le preguntaron:
– ¿Diez minutos le cuesta a usted rezar un Padrenuestro? En ese tiempo, y haciéndolo en particular, se puede rezar casi un Rosario.
– Sí, es lo que hace mi mujer. Es muy devota, y reza mucho. Pero yo prefiero rezar menos y estar con mis ojos y mi corazón clavados en Dios.
El buen hombre no se daba cuenta de lo que nos estaba confesando. Había llegado a lo que se llama la contemplación. Sin palabras, se pasaba las horas en la presencia de Dios, pues en eso consiste lo que llamamos vida de oración, o espíritu de oración, que es uno de los mayores regalos que Dios hace al alma, cuando ésta responde fiel a esa vocación de la oración.
¡Señor! Si Tú nos llamas, ¿por qué no te respondemos? ¡Qué felices que vamos a ser el día en que nuestra ocupación primera sea ésta: pasarnos buenos ratos hablando contigo!….

La fecundidad plena

En la vida deseamos la fecundidad verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven.

Nos gusta la vida, sobre todo por tantas experiencias de amor que dan sentido y brillo a cada jornada.

En esa vida deseamos la fecundidad verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven para el presente y para el futuro.

La fecundidad llega a ser plena si se construye en el tiempo y salta hasta la vida eterna. Entonces todo adquiere sentido, porque tiene la fuerza del amor completo.

Esa fecundidad plena solo es posible cuando el sarmiento está unido a la vid, cuando el discípulo vive junto a su Maestro.

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

Cuando dejamos al Señor, cuando buscamos vivir según los criterios del mundo, empezamos a ser estériles.

Entonces todo lo que hacemos, incluso lo que podría ser útil, está herido por el mal del egoísmo, la avaricia, la soberbia, la vanagloria.

En cambio, si permitimos que la Sangre de Cristo alimente nuestras almas y nos contagie con el Amor pleno, adquirimos esa fecundidad que lleva a la vida.

Cada día escojo con qué linfa alimento mis pensamientos y decisiones. Si me uno a la Vid de Dios un fuego indestructible habitará en mis actos, y llegaré a milagros insospechados.

“En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).

Santos Sotero y Cayo, dos Papas que impulsaron la Iglesia en sus inicios

Promovieron la expansión del cristianismo defendiendo la verdad que mostró Jesús hasta entregar la vida

San Sotero nació en la Campania (sur de Italia). Fue elegido Papa en el año 165.

Ordenó a muchos diáconos, sacerdotes y obispos y promovió la expansión de la Iglesia. Dictó leyes sobre el papel de las mujeres en la Iglesia y luchó contra las herejías de la época.

Entre ellas, condenó el montanismo, que era rigorista y afirmaba que los pecados no podían ser perdonados. Sotero predicaba la esperanza en Cristo, el perdón y la alegría del cristiano.

San Sotero destacó por su caridad con los más necesitados. Pedía a las iglesias más ricas para dárselo a las que carecían de medios.

El emperador Marco Aurelio persiguió duramente a los cristianos en ese tiempo y parece que el mismo san Sotero murió mártir el 22 de abril del 175.

Cayo

San Cayo vivió un siglo más tarde. Fue elegido Papa el año 283. Promovió las dos escuelas de Teología más importantes de Oriente: Alejandría y Antioquía.

En algunas temporadas de persecución, el Pontífice tuvo que ocultarse en las Catacumbas de San Calixto y desde allí seguía animando a los cristianos.

Como ocurre con san Sotero, se cree -pero no hay certeza histórica- que san Cayo pudo morir mártir en el año 296.

Oración

Pastor eterno:
Sé benevolente con tu rebaño,
y protégelo siempre por tus bienaventurados mártires y papas Sotero y Cayo,
a quienes constituiste pastores de toda la Iglesia.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.