DOMINGO DE PASCUA – LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
JUAN 20, 1-9
Amigos, nuestro Evangelio de Pascua contiene el magnífico relato de la Resurrección a cargo de San Juan. Juan indica que era temprano en la mañana del primer día de la semana. Todavía estaba oscuro —tal y como fue al inicio de los tiempos antes de que Dios dijera «Hágase la luz». Pero una luz estaba a punto de brillar, y una nueva creación estaba por surgir.
La roca había sido retirada de la entrada. Esta roca, que bloqueaba la entrada al sepulcro de Jesús, representa el carácter final de la muerte. Cuando alguien al que amamos muere, es como si una gran roca hubiera sido corrida entre nosotros, bloqueando permanentemente nuestro acceso a ellos. Es por esta razón que lloramos ante la muerte —no sólo por el dolor, sino también por una suerte de frustración existencial.
Pero en el caso de Jesús vemos que esta roca ha sido retirada. Sin lugar a dudas, los primeros discípulos debieron pensar que algún ladrón de sepulcros había sido el responsable. Pero la maravillosa ironía de Juan es que el mayor de los ladrones de sepulcros efectivamente había hecho su obra. El profeta Ezequiel dice lo siguiente, «Yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos».
Lo que tanto soñaban, lo que había perdurado como esperanza contra toda esperanza, ahora se había vuelto realidad. Dios ha abierto el sepulcro de su Hijo, y las ataduras de la muerte han sido rotas para siempre.
Amanece el tiempo de Pascua. Tan grande es la experiencia de la Resurrección, tan fuerte sigue resonando en la Iglesia a pesar de los siglos, que no nos basta un día, ¡ni ocho siquiera!, para acogerla y celebrarla. La Pascua toca las raíces y la identidad de nuestra fe como seguidores de Jesús. Es nuestro sello, pero también la fuente a la que volvemos para nutrirnos y renovar nuestra esencia como creyentes. Porque la fe no es una pieza de museo, antigua y valiosa; tampoco una doctrina, una cultura o unas normas que repetimos porque tenemos interiorizadas. La Pascua nos empuja a nacer de nuevo, a dejarnos engendrar por el mismo Dios que, sacando a su Hijo Jesús de la oscuridad de la muerte, lo hizo vivir para siempre como Señor y Salvador.
Amanecer en Pascua es más que recordar otros tiempos, personas o costumbres desde la nostalgia o el lamento. Es volver a vivir la experiencia de la vida del Resucitado desde dentro, haciéndola propia, acogiéndola hasta el punto que nos cambie en lo profundo y escondido, que nos contagie la fuerza de su alegría, el coraje de su esperanza.
Amanece la Pascua. Y lo hace, como cada año, en primavera. ¿Seremos capaces de reconocer y señalar toda la vida que se despereza a nuestro alrededor? ¿Nos pondremos en marcha para asociarnos de forma contagiosa al rumor de vida que el Viviente despierta en el mundo? ¿Tendremos el valor de sentirnos, en primera persona, testigos del Resucitado?
Domingo de Resurrección
Martirologio Romano: En este día, que el Señor ha realizado, solemnidad de las solemnidades y nuestra Pascua: Resurrección de nuestro Salvador Jesucristo según la carne.
«La Gloria de la Pascua» es el título homilético de José Román Flecha para Homilía Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.
«¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?» Esa es la pregunta que la comunidad de los cristianos dirige en este día de Pascua a María Magdalena. Nosotros somos los que creen si haber visto. Por eso nos atrevemos a preguntar a los testigos de la primera hora qué es lo que han visto. En la mañana del aquel primer día de la semana. En la mañana de nuestra fe.
«¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». En ese grito gozoso de María Magdalena se concentra la fuerza de los versos de la secuencia que se proclama en la liturgia de hoy.
El amor es más fuerte que la muerte y la esperanza verdadera no sucumbe cuando se agotan las ilusiones inmediatas. El Resucitado es la fuente de la vida. Y el sentido para la vida.
El himno pone todavía en boca de Magdalena una invitación que se dirige a todos los discípulos del Maestro: «Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua». El ministerio de Jesús comenzó en Galilea. Y allí fue llamando a sus discípulos. Dispersados por el miedo, han de volver a los orígenes. Y recobrar el aliento de la llamada.
VER Y CREER
El amanecer del primer día de la semana es evocado también en el evangelio que hoy se proclama (Jn 20, 1-9). En la experiencia del amor, siempre se recuerdan con gozo los momentos iniciales del encuentro. En la experiencia de la fe pascual, los cristianos volvemos con gratitud a aquel amanecer que siguió a la condena, a la muerte y a la sepultura de Jesús.
El texto subraya la importancia de «ver». Al llegar al sepulcro de Jesús, María Magdalena se espantó. Vio la losa del sepulcro del Señor. Pero en el primer momento no pudo ver al Señor que habían depositado en el sepulcro. De pronto sintió que le faltaba la referencia última al Señor al que había seguido por los caminos. El creer y el ver se unían en su recuerdo.
A falta del punto de apoyo que había encontrado en el Maestro de los discípulos, fue a buscarlo en los discípulos del Maestro. Si ella corrió a llamarlos, corriendo fueron ellos al sepulcro. Al llegar al sepulcro vacío, Pedro «vió» las vendas y el sudario con que había envuelto el cuerpo y la cabeza de Jesús, pero no se dice que creyera.
El discípulo amado entró también al sepulcro. Vio lo mismo que Pedro y comenzó a creer. Pedro no había hecho todavía su profesión de amor a su Maestro. Magdalena y el otro discípulo son recordado por su amor. Así pues, para creer en la resurrección no basta ver con los ojos. Es preciso que el amor nos acerque al misterio del Señor.
LA MUERTE EN TI NO MANDA
El relato evangélico termina con una observación importante: «Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».
- Jesús había explicado a sus seguidores que tenía que ser condenado y que le darían muerte. Pero los discípulos guardaban en el corazón sus propias expectativas. Sus intereses personales no les permitían descubrir el misterio de su Maestro. Para que la fe surja en nuestra vida no basta con escuchar la palabra del Señor.
- Jesús había preguntado con frecuencia a sus discípulos si entendían su mensaje. Ellos solían responder afirmativamente. Pero el relato pascual nos revela que no es lo mismo entender las palabras del Maestro que aceptar su entrega. El proceso de la fe pasa por hacer nuestra la vida y la suerte del Señor.
- Jesús había anunciado una y otra vez que, a los tres días de su muerte, había de resucitar de entre los muertos. Pero los suyos se preguntaban qué significaba eso de resucitar. Ni antes ni después estaban preparados para ellos. La culminación de la fe no se logra por las razones humanas. Es siempre un don de Dios y una sorpresa.
– Señor Jesús, «primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa». Amén. ¡Aleluya!
Entrar, ver y creer
Santo Evangelio según san Juan 20, 1-9. Domingo de Resurrección
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo en ti, Señor. Sé que eres una persona viva y real que me escuchas en este momento y que siempre me acompañas. Gracias por haber resucitado, Jesús. Gracias por haber salido victorioso del sepulcro porque de esta manera has dado sentido a toda mi existencia. Aumenta mi fe, mi confianza en ti y mi caridad. Concédeme un celo ardiente para predicarte a todos los que no te conocen o necesitan de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Son acciones que iluminan mi oración de hoy. Los dos apóstoles realizan los mismos gestos y ambos entienden que no estás muerto, sino que has resucitado. Tal vez esto me ayude también a mí a descubrirte vivo en mi vida.
Correr. Es la reacción inmediata que Pedro y Juan tienen al escuchar el testimonio de María Magdalena. Ellos corren al sepulcro como quien corre al encuentro de lo deseado por mucho tiempo. Corren tal vez por curiosidad. Corren porque tienen esperanza, tienen la ilusión de encontrar, encontrar un muerto o un vivo, pero siempre encontrar algo. Correr puede expresar esa sed que llevo en mi alma de salvación, de amor, de vida eterna. Correr es símbolo del deseo de Dios. ¿Sigo corriendo en mi vida, es decir, deseando encontrarte?
Entrar. Es la actitud ante tus planes. Pedro y Juan tienen que entrar en el sepulcro. Entrar para los apóstoles fue comprobar que sus ideas, planes y pensamientos no eran los mismos que los tuyos. Ellos esperaban hallarte muerto, y sin embargo no fue así. En mi vida entro cuando sé descubrir lo que quieres de mí y me dejo sorprender por tus designios. Entrar es vivir en la búsqueda de tu Voluntad y dejarme sorprender y guiar.
Ver. Los dos discípulos ven los lienzos. Ver es algo fundamental. Ellos no te ven a ti. Ven los lienzos en los que habían envuelto tu cadáver, y por ellos es que pueden luego creer en que sigues vivo. Esto en mi vida se puede manifestar en mi capacidad de ver los instrumentos que vas poniendo en mi vida para que pueda llegar a ti: una oración bien hecha, los sacramentos, un director espiritual, el sabio consejo de un amigo, etc… Todos ellos son los lienzos que me ayudan a descubrirte vivo y operante en mi existencia.
Creer. Es la última acción y no por ello la menos importante. Necesito creer de verdad que estás vivo. A ello se llega por el deseo de ti que arde en mi interior, por la Providencia divina que actúa en mi vida, por los instrumentos que pones en mi camino para mostrarte cercano. Creer es don tuyo. Creer no es sólo acto de conocimiento, es acto de donación, es acto de entrega, es acto de destapar el regalo que me fue dado en el bautismo. Es lanzarse hacia lo que no se ve con certeza de que no seré defraudado.
Ayúdame Señor a creer en ti. Gracias por la salvación que has logrado para mí. Y permíteme hacer una experiencia de tu existencia real y operante en mi vida.
«Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza, así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella».
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy pediré a Dios por los frutos de las misiones de Evangelización del Regnum Christi.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Domingo de Resurrección
La Resurrección es fuente de profunda alegría
Importancia de la fiesta
El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.
Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.
La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.
Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.
En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.
San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)
Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.
Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.
La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.
Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.
¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua?
Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.
En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.
En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.
La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.
A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.
La tradición de los “huevos de Pascua”
El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.
Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.
Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.
Leyenda del “conejo de Pascua”
Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, esto dio orígen también a una curiosa leyenda que cuenta que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.
El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.
Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!
El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado.
Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.
Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.
Sugerencias para vivir la fiesta
- Contemplar los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección
- Dibujar en una cartulina a Jesús resucitado
- Adornar y rellenar cascarones de huevo y regalarlos a los vecinos y amigos explicándoles el significado.
¿Qué es la bendición papal Urbi et orbi?
La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad
Urbi et orbi, palabras que en latín significan «a la ciudad [Roma] y al mundo». Eran la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio Romano. En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, y sólo él, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.
La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre. Se hace desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, llamado por eso Balcón de las bendiciones, adornado con cortinas y colgantes, y con el trono del Papa colocado allí, y para ella el Papa suele revestirse con ornamentos solemnes (mitra, báculo, estola y capa pluvial) y va precedido de cruz procesional y acompañado de cardenales-diáconos y ceremonieros. También es impartida por el Papa el día de su elección; es decir, al final del cónclave, en el momento en que se presenta ante Roma y el mundo como nuevo sucesor de San Pedro.
La característica fundamental de esta bendición para los fieles católicos es que otorga la remisión por las penas debidas por pecados ya perdonados, es decir, confiere una indulgencia plenaria bajo las condiciones determinadas por el Derecho Canónico (haber confesado y comulgado, y no haber caído en pecado mortal). La culpa por el pecado es remitida por el Sacramento de la Reconciliación (confesión), de manera que la persona vuelve a estar en gracia de Dios, por lo cual se salvará si no vuelve a caer en pecado mortal; empero, la pena debida por esos mismos pecados debe ser satisfecha, es decir, se debe reparar y compensar el desorden introducido por el pecado, lo cual se lleva a efecto por medio de la penitencia impuesta en el sacramento, por medio de otras obras buenas y, en último caso, por medio del sufrimiento del Purgatorio. Dado que la indulgencia plenaria remite completamente esa pena debida, el fallecido sin haber caído nuevamente en pecado no ha de pasar por el purgatorio y accede directamente al cielo. De acuerdo a las creencias de los fieles, los efectos de la bendición Urbi et orbi se cumplen para toda aquella persona que la reciba con fe y devoción, incluso si la recibe a través de los medios de comunicación de masas (televisión, radio, internet, etc.).
Fórmula de la bendición papal Urbi et orbi
– Sancti Apostoli Petrus et Paulus, de quórum potestate et auctoritate confidimus, ipsi intercedam pro nobis ad Dominum.
– Amen.
– Precibus et meritis beatæ Mariae semper Virginis, beati Michaelis Archangeli, beati Ioannis Baptistæ et sanctorum Apostolorum Petri et Pauli et omnium Sanctorum misereatur vestri omnipotens Deus et dimissis omnibus peccatis vestris, perducat vos Iesus Christus ad vitam æternam.
– Amen.
– Indulgentiam, absolutionem et remissionem omnium peccatorum vestrorum, spatium verae et fructuosae penitentiæ, cor semper penitens et emendationem vitae, gratiam et consultationem sancti Spiritus et finalem perseverantiam in bonis operibus, tribuat vobis omnipotens et misericors Dominus.
– Amen.
– Et benedictio Dei omnipotentis (Patris et Filii et Spiritus sancti) descendat super vos et maneat semper.
– Amen.
Traducción en español
La traducción en español aproximada es como sigue:
«Los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de cuyo poder y autoridad estamos seguros, pueden interceder para nosotros al Señor.»
Todos: «Amén»
«Por a las oraciones de siempre Virgen María bendecida, bendecido Miguel el Arcángel, bendecido Juan el Bautista, y los apóstoles santos Pedro y Pablo, y todos los santos: puede Dios todopoderoso tener piedad por Usted, perdonarle sus pecados, y Jesús Cristo le puede traer a vida siempre duradera.»
Todos: «Amén»
«El señor omnipotente y caritativo os concede legado, distribución y perdón de todos Vuestros Pecados, un período de arrepentimiento auténtico y fértil, un corazón siempre penitente y mejora de la vida, la piedad y consuelo del Espíritu Santo, y la perseverancia final en buenas obras.»
Todos: «Amén»
«Y la bendición del Dios omnipotente, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo viene en vosotros y permanece en casa en caso de vosotros siempre.»
Todos: «Amén»
San Roberto de Molesmes, cofundador del Císter
Abad y uno de los fundadores de la Orden del Císter en Francia, en el siglo XI
San Roberto de Molesmes (o san Roberto abad) nació hacia el año 1028. A los 15 años ingresó en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser prior.
Hacia el año 1068 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre para frenar la relajación en que vivían los monjes. Pero no lo logró y regresó a Montier-la-Celle.
El papa Gregorio VII le dio permiso para fundar un monasterio en Molesmes en 1075, junto con eremitas que vivían en el bosque de Colan.
El monasterio, en principio, era un conjunto de chozas hechas con ramas en torno a una capilla dedicada a la Santísima Trinidad.
Los monjes eran piadosos, pero al aumentar su riqueza se unieron a ellos monjes poco devotos.
San Roberto, al ver la situación quiso marcharse dos veces, pero el Papa le mandó que se quedara y obedeció.
En el año 1098, san Roberto decide abandonar Molesmes y funda el monasterio de Cîteaux (Císter).
Sin embargo, los monjes de Molesmes le piden de nuevo que regrese y se comprometen a seguir la regla de san Benito. San Roberto regresa y el monasterio, siendo abad Alberico, crece en santidad. San Roberto muere el 17 de abril de 1111.
Santo patrón
San Roberto de Molesmes es uno de los fundadores de la Orden del Císter.
Oración
Tú Señor, que concediste a san Roberto de Molesmes el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Papa Francisco: «Por favor, por favor, no nos acostumbremos a la guerra»
TIZIANA FABI | AFP
Bendición Urbi et Orbi: El Pontífice pidió a los pueblos del mundo: “comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles”.
“Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles”.
A las 12 horas del Domingo de Pascua, en la Basílica de San Pedro, el papa Francisco dirigió el Mensaje de Pascua a los fieles que escuchan la radio, la televisión y otros medios de comunicación e impartió la bendición «Urbi et Orbi”.
“Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi sesenta años: «¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?».
Desde el balcón principal de la Basílica, el Papa ha citado el Manifiesto Russell-Einstein que es la declaración presentada el 9 de julio de 1955 en Londres con motivo de una campaña por el desarme nuclear, patrocinada por Bertrand Russell y Albert Einstein.
“Llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas, a los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas”.
El papa Francisco también presidió la Misa del Domingo de Resurrección el 17 de abril de 2022, frente a unos 50.000 fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, bajo un sol primaveral y frente a una plaza cubierta de flores, reviviendo el esplendor de años antes de la pandemia.
“Queridos hermanos y hermanas, toda guerra trae consigo consecuencias que afectan a la humanidad entera: desde los lutos y el drama de los refugiados, a la crisis económica y alimentaria de la que ya se están viendo señales.
Ante los signos persistentes de la guerra, como en las muchas y dolorosas derrotas de la vida, Cristo, vencedor del pecado, del miedo y de la muerte, nos exhorta a no rendirnos frente al mal y a la violencia. ¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”, afirmó el Papa antes de dar su bendición al mundo y a la ciudad de Roma.
TIZIANA FABI | AFP
Tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín
Francisco anunció hoy con fuerza: Jesús, el Crucificado, ha resucitado. Se presenta en medio de aquellos que lloran por él, encerrados en sus casas, llenos de miedo y angustia. Se pone en medio de ellos y les dice: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19).
“También nuestras miradas son incrédulas en esta Pascua de guerra. Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia”, afirmó durante la bendición Urbi et Orbi; ”a Roma y al mundo”.
El Papa dijo que la Resurrección de Jesús no es una ilusión, Jesús no es un fantasma y necesitamos de Él: Especialmente, “al final de una Cuaresma que parece no querer terminar”. Dos años de pandemia y ahora una guerra en Europa.
En cambio, de una Pascua parece que hay una Cuaresma perenne: “estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”.
“Necesitamos al Crucificado Resucitado para creer en la victoria del amor, para esperar en la reconciliación”, reafirmó el Papa. «¡La paz esté con ustedes!».
Los niños que sufren en Ucrania
“Tengo ante mis ojos la mirada de los niños que se quedaron huérfanos y huyen de la guerra. Mirándolos no podemos dejar de percibir su grito de dolor, junto con el de muchos otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer”.
Lo dijo el Papa en un contexto especial. Después de las celebraciones confinadas al interior de la Basílica de San Pedro en 2020 y 2021, la multitud pudo reunirse esta vez en la Plaza de San Pedro para celebrar la Resurrección de Cristo.
En este Domingo de Pascua, el Papa pidió: ¡Dejemos entrar la paz de Cristo en nuestras vidas, en nuestras casas y en nuestros países!”
“Que haya paz en la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada. Que un nuevo amanecer de esperanza despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte. Y que se elija la paz”.
En medio del dolor de la guerra – afirmó el Papa – no faltan también signos esperanzadores, como las puertas abiertas de tantas familias y comunidades que acogen a migrantes y refugiados en toda Europa.
“Que estos numerosos actos de caridad sean una bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos”.
En este día glorioso pidamos paz para Jerusalén
El Papa recordó las guerras que incendian el mundo:
“Que haya paz en Oriente Medio, lacerado desde hace años por divisiones y conflictos. En este día glorioso pidamos paz para Jerusalén y paz para aquellos que la aman (cf. Sal 121 [122]), cristianos, judíos y musulmanes.
Que los israelíes, los palestinos y todos los habitantes de la Ciudad Santa, junto con los peregrinos, puedan experimentar la belleza de la paz, vivir en fraternidad y acceder con libertad a los Santos Lugares, respetando mutuamente los derechos de cada uno”.
Sucesivamente, pidió “que haya paz y reconciliación en los pueblos del Líbano, de Siria y de Irak, y particularmente en todas las comunidades cristianas que viven en Oriente Medio”.
“Que haya paz también en Libia y en Yemen, que sufre por un conflicto olvidado por todos con incesantes víctimas”.
Asimismo, el Papa pidió el don de la reconciliación para Myanmar, donde perdura un dramático escenario de odio y de violencia, y para Afganistán.
“Que haya paz en todo el continente africano, para que acabe la explotación de la que es víctima y la hemorragia causada por los ataques terroristas.
“Que Etiopía, afligida por una grave crisis humanitaria, vuelva a encontrar el camino del diálogo y la reconciliación”. Entretanto, se ponga fin a la violencia en la República Democrática del Congo y en la parte oriental de Sudáfrica afectados por graves inundaciones.
“Que Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que, en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.
Francisco pidió que el Señor Resucitado acompañe también “el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia Católica canadiense con los pueblos indígenas”.
Fiesta pascual en San Pedro
Después de dos años de pandemia, el Papa volvió ha saludar a los fieles y peregrinos desde el papamóvil dando una vuelta entre los corredores de la Plaza.
Un fuera de programa ha sido el saludo afectuoso de un adolescente con síndrome de down al Papa que saltando la seguridad extendió sus manos para tocar a Francisco.
El Papa le saludó, le bendijo y le donó un Rosario. La madre del chico lució conmovida: lloraba y pedía la bendición para sus dos hijos. Francisco detuvo el papamóvil y compartió con la familia al completo.
La multitud en la Plaza de San Pedro lució alegre. A cada pasó del papamóvil acercaba a sus niños al Papa, la gente gritaba porras y alzaba banderas de Argentina, de Ucrania y otros países.
En la columna de la derecha del Bernini, el Papa pasó despacio para bendecir a las personas enfermas o en silla de ruedas.
A las 10 de la mañana de hoy, Domingo de Resurrección del Señor, el Papa presidió también la solemne celebración de la misa del día en el parvis de la Basílica Vaticana.
A la celebración, que comenzó con el rito del «Resurrexit», acudieron fieles romanos y peregrinos de todo el mundo con motivo de las fiestas de Pascua.
«Urbi et Orbi”
Y al final, el Papa concluyó con el Mensaje de Pascua e impartió la bendición «Urbi et Orbi”.
Esta es su segunda aparición en la logia desde el comienzo de la pandemia: el 25 de diciembre de 2021, también fue frente a una plaza de San Pedro abierta a los fieles que pudo dirigir su bendición a los fieles.
En cambio, había entregado sus mensajes Urbi et Orbi de Semana Santa 2020 y 2021 desde el interior de la Basílica de San Pedro, y el de Navidad 2020 desde el Salón de Bendiciones del Palacio Apostólico, ante una reducida asamblea.