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Cuando nos pasa algo desagradable, duro, doloroso, etcétera, la oración puede parecernos, cuando menos, imposible de realizarse; sin embargo, ni siquiera esa dificultad es capaz de romper nuestro diálogo con Dios. Eso sí, hay que ajustarla, trabajarla y aceptar que no se dará o acomodará a nuestro gusto en esos momentos, pues la fe no nos quita los sentimientos encontrados. Lo que, si es que, al convivir con ellos, al palpar el dolor, al sentirlo vivamente, en vez de reprimirlo o tratar de negarlo sistemáticamente, logramos que ese “dejarse hacer” se traduzca en oración, en un diálogo mudo que nos devolverá la paz, pues le dará sentido a lo que sentimos. Darle sentido quiere decir que, de forma misteriosa, en la oscuridad de ese mal momento, de ese sabor de boca tan agridulce, el Espíritu Santo nos descubre el “¿para qué?” Y eso, no con palabras, sino desde su presencia en nosotros, hace viable que podamos salir del cuadro de ansiedad.

La oración desde el dolor es reconocer que es tan intenso que no podemos hacerla con la devoción de otros días, pero si a partir del deseo, de la búsqueda de Dios y con el sentido de la cruz que, cuando se asume, pone cada cosa en su lugar y abre una nueva etapa mucho mejor que la anterior y, con ello, orientada a la felicidad que es el ADN del proyecto de Dios para cada uno. Duele, si y mucho, pero al final, al aceptarlo y elevarlo a Dios incluso con frases entrecortadas o desde el silencio, adquiere otro color, el del consuelo y el de la tranquilidad de ver un horizonte más amplio.

El sacerdocio, cuya fuente está en Jesús, tiene dos dimensiones. La que proviene del bautismo y la que es propia de aquellos que reciben el sacramento del orden sacerdotal. En ambos casos hace falta revalorar lo que significa porque si lo desvinculamos de la experiencia de Dios, de la oración y del hecho de contar con una persona que nos acompañe en el proceso, es fácil reducirlo a una función cultural al punto de abandonarlo o, incluso, de vivirlo de forma distorsionada. Esto vale tanto para los sacerdotes como para los laicos. Cuando el sacerdote olvida la indescriptible experiencia de tener en sus manos el cuerpo y la sangre de Cristo o el laico deja de apreciar su sacerdocio bautismal como un puente entre el mundo de hoy y Dios, nos desorientamos y entramos en franca decadencia. Por eso, hace falta revalorarlo. De parte de los ordenados y de los laicos es necesario sentarse a reflexionar juntos sobre el valor del sacerdocio que hace presente a Dios, acompaña en las horas difíciles y abre siempre una nueva oportunidad. Justamente tres aspectos que nuestra sociedad necesita.

A lo largo de la historia de la Iglesia, muchos hombres y mujeres han recordado el profundo significado del sacerdocio como un dejarse encontrar por Jesús al punto de identificar en él las claves de la propia felicidad y del desarrollo integral de cada cual. Entre ellos, destaca la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937), una laica y mística mexicana que, mediante sus escritos y la fundación de las Obras de la Cruz, se dio cuenta que el futuro de la Iglesia dependía de qué tanto se redescubriera el sacerdocio; aquel puente y forma de contagiar la fe.

Duele constatar las últimas salidas de algunos sacerdotes e incluso obispos que piden la dispensa de sus obligaciones sacerdotales. ¿Cuáles son las causas? Sin duda, son muy variadas. En algunos casos, puede ser que la persona en realidad nunca tuvo esa vocación y no encontró los espacios adecuados para ubicarlo antes; sin embargo, en la mayoría de los casos, se debe a que, poco a poco, se va aplazando la oración, el saber pedir ayuda en los momentos de crisis y se traduce en un “dejar morir la propia vocación”. Por todo esto, hay que redescubrir el sacerdocio, vivirlo y enseñarlo mejor en el seminario. Desde los contenidos, pero, sobre todo, a partir de la vida para que los jóvenes se den cuenta que es un camino que, lejos de amargar, resulta pleno si se asume desde una aventura con Jesús. No es una cursilería, sino la realidad de descubrir las riquezas del mundo interior que lo llenan todo.

Los laicos, por su parte, también tienen que cuidar su sacerdocio bautismal. Por ejemplo, buscando, en medio de sus rutinas diarias, espacios para la Misa, la lectio divina y, por supuesto, el compromiso con los sectores vulnerables. ¿Cómo pueden ayudar a los sacerdotes ordenados? Más que con sermones, si notan que están tristes, pueden hacerles compañía, invitarlos a comer con la familia, que se sientan parte y, al mismo tiempo, darles alguna palabra de aliento y, si están desubicados, ayudarles a ubicarse.

Revalorar el sacerdocio implica no desanimarse por los que se han salido, sino encontrar en todo ello un motivo para seguir trabajando por alcanzar una mayor vivencia del sacerdocio. Que cada uno seamos puente, medios, para que las personas, al entrar en contacto con nuestra vida, apoyada por el acompañamiento que vale la pena que llevemos, puedan descubrir a Dios en sus vidas, en lo cotidiano, en lo normal del camino. Eso es ser sacerdote en el sentido más amplio.

Animemos a los sacerdotes ordenados con palabras y acciones a que, si en un momento dado, están en crisis, encuentren la ayuda más oportuna. Ubiquémoslos cuando creamos que se han dejado enredar por alguna situación humana o material. Hacerlo, con tino y capacidad de transmitirles que nosotros también valoramos el sacramento que han recibido. Hay que pedir por ellos, hay que ofrecer nuestro trabajo para que el sacerdocio sea más conocido, querido y, sobre todo, puesto en práctica.

Si la Iglesia vive su dimensión sacerdotal cambia al mundo porque le ofrece lo que nadie más puede darle; es decir, algo de lo eterno, de aquello que un día viviremos en todo su esplendor. En concreto, la Iglesia da sentido de vida y eso es clave para alcanzar la felicidad, pero no una felicidad basada en arranques sentimentales, sino que asumiendo el realismo de la propia vida se sabe acompañada por Dios. Como decía el V.P. Félix de Jesús Rougier: “Nada de lo que se refiere al sacerdocio nos debe ser indiferente”.

 

 

Calixto I, Santo

Papa y Mártir, 14 de octubre

XVI Papa. Martirologio Romano: San Calixto I, papa y mártir, que, cuando era diácono, después de un destierro en la isla de Cerdeña tuvo a su cuidado el cementerio de la vía Apia que lleva su nombre, donde dejó para la posteridad las memorias de mártires, y elegido papa, promovió la recta doctrina, reconcilió benignamente a los apóstatas, terminando su intenso pontificado con la gloria del martirio. En este día se conmemora su sepultura en el cementerio de Calepodio, en la vía Aurelia, en Roma (c. 222).

Etimología: Calixto = Aquel de gran belleza, viene del griego

Breve Biografía

Las catacumbas son una meta obligatoria para los peregrinos y turistas que van a Roma. Particularmente célebres y frecuentadas son las de San Calixto, que el Papa Juan XXIII definió “las más importantes y las más célebres de Roma”. Quedan cerca de las también famosas catacumbas de San Sebastián y de Santa Domitila. Comprenden un área de 400 metros por 300, con cuatro pisos sobrepuestos; se ha calculado que tienen no menos de 20 kilómetros de corredores.

Esta obra colosal recuerda para siempre a San Calixto, porque fue él quien se preocupó por su realización, primero como diácono del Papa Ceferino y después como Papa. Pero este lugar no es precioso sólo por sus dimensiones, sino por el gran número y la importancia de los mártires que fueron “depositados” allí: particularmente célebres son las criptas de Santa Cecilia y la contigua de los Papas Ponciano, Antero, Fabián, etc. Por eso, puede parecer raro que falsee precisamente la de San Calixto que fue quien hizo construir esa cripta.

La tumba de San Calixto se encuentra en el corazón de la antigua y genuina Roma: en la basílica de Santa María en Trastevere, que fue construida por el Papa Julio a mediados del siglo IV, intitulada también a San Calixto.

Calixto nació en Trastevere en la segunda mitad del siglo II, y su padre era un tal Domicio. Era de humilde condición, pero muy apreciado por el correligionario o Carpóforo, que le confió la administración de sus bienes. Pero algo no marchó bien, pues poco después el pobre Calixto fue condenado a hacerle dar vueltas a una rueda de molino para pagar al patrón y a la comunidad cristiana los perjuicios ocasionados. Poco tiempo después Calixto tuvo que soportar otra dura condena, la flagelación y la deportación a Cerdeña, por las acusaciones de los judíos. La comunidad cristiana lo rescató, incluso con la intervención de Marcia, la concubina de Commodo, y entonces Calixto colaboró con el Papa Víctor y con Ceferino, a quien sucedió como Papa en el 217..Su elección provocó el cisma de Hipólito, que reprochaba a Calixto su origen servil y sobre todo su flexibilidad con los pecadores. San Calixto tuvo también que luchar contra la herejía sabeliana. Murió “mártir”, no a mano de la autoridad imperial como asegura el Martirologio Romano, sino durante una sublevación popular.

 

 

La religiosidad sin amor no sirve

Santo Evangelio según san Lucas 11, 47-54. Jueves XXVIII del Tiempo Ordinario

Por: Iván Yoed González Aréchiga, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, Tú me otorgas un don, mayor que cualquiera que el mundo pueda darme. Tú me otorgas el obsequio de la verdadera sabiduría. Quiero aprender de ti y recibir tu gracia. Quiero vivir según la sabiduría de la caridad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 11, 47-54

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.

Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.

¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso”. Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Son pocos los que aún creen en el cielo, el purgatorio y el infierno? ¡Qué duras son estas realidades para muchos oídos de estos días! Muchas preguntas se quedan sin respuesta si nos movemos siempre en el mero diálogo horizontal. Si contemplamos estas realidades sólo desde este mundo, perdemos toda visión sobrenatural. Si no dirigimos nuestra mirada hacia el cielo, si no dotamos nuestro pensamiento de una visión vertical, hacia Dios, no hay salida para ninguna pregunta. Deja de existir la justicia, deja de existir toda verdad, deja de existir el amor; y con ellos, infierno, purgatorio e infierno.

¿Pero qué se esconde detrás de estas realidades? ¿Quería Jesús crear peso en las conciencias de las personas para poder introducir su doctrina y llevar a cabo sus planes? De ese modo piensan muchos hoy en día. Sin embargo, si se mira a Cristo, si se mira su vida, si se mira el amor que desbordaba su persona, ¿podríamos dar cabida a tal argumento? Poco parece que Jesús hubiese venido a esclavizar al hombre. No quería generar en nuestros corazones ninguna cadena, sino más bien regalarles la libertad que viene de Dios, que viene del amor.

Si Cristo habló en algún momento de que «está generación tendría que dar cuenta», no parece que lo hubiese hecho con doble intención. Quería solo despertar corazones endurecidos. Así como los nuestros en estos días. Y qué poco lo escuchamos incluso ahora. Qué poco confiamos en Él. Quizá sus palabras puedan despertarnos un poco, también. Y no pensemos tanto en la culpa, sino en lo que viene después de ella. Recordemos que la culpa no es mala, es un primer paso hacia el bien. Dios quiere interpelar nuestro corazón para enseñarnos a amar como Él nos amó.

«Si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón y detesta la hipocresía. Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita». (Homilía de S.S. Francisco, 29 de abril de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Voy a examinar mi corazón y miraré si hay algo que no es conforme a los mandamientos para corregirme, recordando que los mandamientos son un camino para aprender a amar mejor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Para que nuestros hijos sean felices

Desde lo de la paternidad responsable, los hijos te pueden pedir cuentas sobre si has sido suficientemente responsable a la hora de tener determinado número de ellos

Antes, como lo de tener hijos era algo natural, había menos exigencias. Ahora, desde lo de la paternidad responsable, los hijos te pueden pedir cuentas sobre si has sido suficientemente responsable a la hora de tener determinado número de ellos.

La cuestión se formula en los siguientes términos: si usted tiene demasiados hijos, no les puede dar lo mismo que si sólo tiene uno, dos…, como mucho tres. Incluso hay sesudos sociólogos que cuantifican muy bien el problema, hasta con fórmulas algebraicas. Por ejemplo: si usted pertenece a la clase media, o es funcionario público, o ejerce una profesión liberal, o es dueño de un establecimiento comercial, y tiene dos hijos, podrá darles estudios superiores, subvencionarles cursos de inglés en el extranjero y pagarles la entrada de un piso de dos habitaciones, salón comedor y cocina. Es decir, les facilita el ser felices de mayores. Pero si tiene tres, ya no podrá pagarles la entrada del piso, y si tiene cuatro no digamos.

Esta digresión se me plantea como consecuencia de un artículo escrito hace unos meses, en el que sostenía que no hacía falta que nuestros hijos supieran montar a caballo, ni realizar múltiples actividades extraacadémicas para que fueran felices. Pero cometí la imprudencia de rematar el artículo con una interrogante: ¿Entonces qué nos aconseja usted? Y efectivamente, algunas lectoras de TELVA, con encantadora ingenuidad, me preguntan: ¿qué nos aconseja usted para que nuestros hijos sean felices? Si yo fuera capaz de contestar a esa pregunta, sería el hombre más sabio del mundo. Para salir del paso suelo contestar que quererlos mucho y que ellos se sepan queridos.

Pero en un coloquio en el que me tocó participar recientemente, una de las asistentes, no conforme con tan elemental respuesta, insistió en saber cómo había que quererles, y si se podía querer lo mismo a muchos que a pocos hijos, y hasta qué punto el exceso de hijos no limitaba sus posibilidades formativas, ni les privaba de un razonable bienestar material. Un lío. Lo único que quedó claro es que en los tiempos que corren el problema no es de exceso de hijos, sino de defecto, sobre todo en España, en el que ustedes las mujeres están quedando fatal en lo que a fecundidad se refiere, con una tasa del 1,6, la más baja de la Comunidad Europea.

A tal extremo han llegado las cosas que, según una encuesta realizada por la Universidad de Valencia, lo que más echan de menos los niños españoles son hermanos con quienes jugar. Eso ya lo tenía comprobado yo en mi familia, y en las familias colaterales que arrancan del mismo tronco. Cada vez que alguna de las mujeres de mi vida se queda en estado se produce una auténtica conmoción, y cuando el niño nace, el estallido de alegría es épico. Una de mis hijas mayores ha tenido dos hijos, y como tiene serios problemas para tener más, ha iniciado complejos trámites para adoptar niños colombianos. ¿Por qué colombianos? Porque hay más y hasta se pueden adoptar de dos en dos. Esto último es lo que pretendía mi hija, pero su marido le ha convencido que es mejor probar de uno en uno. Los que más encantados están son sus dos hijos (de 14 y 12 años), ante la idea de tener un nuevo hermano. A mí, dado el amor que tengo por aquellos países, no me desagrada la idea de convertirme de la noche a la mañana en el abuelo de un indito chibcha, guajiro o mulato.

¿Qué pasa?, podrían preguntarme, ¿es que es usted partidario de la familia numerosa? En esta ocasión sí tengo respuesta: ni soy ni dejo de ser, pero vivo inmerso en ella por los siglos de los siglos. Nací el pequeño de nueve hermanos y, a su vez, he tenido nueve hijos. Por tanto, sólo sé cómo se vive en el seno de familias numerosas, y mi impresión es que no se vive mal del todo. A veces la convivencia resulta compleja, ardua, pero en ningún caso aburrida.

Volviendo al tema que nos ocupa: ¿qué hace falta para que los hijos sean felices? Pues, según la citada encuesta de la Universidad de Valencia, ya hemos visto que hace falta que tengan hermanos, pues si no, sobre todo en las grandes ciudades, se sienten aislados y acaban buscando la compañía que menos les conviene: la de la televisión ndiscriminada. Pero según el mismo estudio, el 98 por 100 de los niños encuestados (entre 4 y 14 años) lo que más les atrae es estar con sus padres. Y aquí viene la gran paradoja: muchos padres bien intencionados, pero un tanto despistados, se pasan mucho tiempo fuera de casa, trabajando, y no quieren tener más de uno o dos hijos, para poder darles de todo. De todo menos lo que parece ser que los niños quieren: más hermanos y más compañía suya.

 

 

Arraigados en nuestras raíces y abiertos al universalismo de la fe

Catequesis del Papa Francisco, 13 de octubre de 2021

Fuente: Vatican News

Somos libres porque fuimos liberados gratuitamente: lo recordó el Papa Francisco al reflexionar este 13 de octubre en la Audiencia General, sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas. Para san Pablo – explicó Francisco – el núcleo central de la libertad es el hecho de que “con la muerte y resurrección de Jesucristo, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte”. En otros términos, somos libres «porque hemos sido liberados por gracia y amor», y no «por haber pagado».

La novedad Cristo abre a acoger cada pueblo y cada cultura

El Santo Padre precisó que el amor por el que fuimos liberados se convierte así «en la ley suprema y nueva de la vida cristiana”, de modo que esta «novedad» de vida, «abre a acoger a cada pueblo y cultura», y, al mismo, tiempo «abre a cada pueblo y cultura a una libertad más grande”. Recordando luego que San Pablo fue atacado por sus detractores al decir que “para quien se adhiere a Cristo ya no cuenta ser judío o pagano”, sino sólo “la fe que actúa por la caridad”, pues, sostenían que el apóstol había tomado esa posición por “oportunismo pastoral, es decir, para gustar a todos”, señaló que se trata de un discurso que repiten “los fundamentalistas de hoy”. Y, visualizando cómo la historia se repite, puso el Papa en ejemplo el actuar de Pablo que “no permanece en silencio”, sino que responde con coraje:

«Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10).

Abiertos al universalismo de la fe que entra en toda cultura

Pablo, con su libertad, donada por el amor y gracia de Dios, demuestra un pensamiento – observó el Santo Padre- de una “profundidad inspirada”, pues, «acoger la fe conlleva para él renunciar no al corazón de las culturas y de las tradiciones, sino solo a lo que puede obstaculizar la novedad y la pureza del Evangelio». Esto, tal como explicó seguidamente Francisco, sucede “porque la libertad obtenida de la muerte y resurrección del Señor no entra en conflicto con las culturas, no entra en conflicto con las tradiciones que hemos recibido, sino que más bien introduce en ellas una libertad nueva, una novedad liberadora”, es decir, “la del Evangelio”.

La liberación obtenida con el bautismo, de hecho, nos permite adquirir la plena dignidad de hijos de Dios, de forma que, mientras permanecemos bien arraigados en nuestras raíces culturales, al mismo tiempo nos abrimos al universalismo de la fe que entra en toda cultura, reconoce las semillas de verdad presentes y las desarrolla llevando a plenitud el bien contenido en ellas.

Unidad en la diversidad

De este modo, “en la llamada a la libertad” se descubre – tal como indicó el Papa – “el verdadero sentido de la inculturación del Evangelio”, que “toma la cultura en la que vive la comunidad cristiana y habla de Cristo, pero con esa cultura”, respetando “lo que de bueno y verdadero existe” en ellas. Una tarea sin embargo “no fácil”, pues “son muchas las tentaciones de querer imponer el propio modelo de vida como si fuera el más evolucionado y el más atractivo”.

¡Cuántos errores se han realizado en la historia de la evangelización queriendo imponer un solo modelo cultural! La uniformidad. Y esto -la uniformidad como norma de vida- no es cristiana. Unidad sí, uniformidad no. A veces, no se ha renunciado ni siquiera a la violencia para que prevalezca el propio punto de vista. Pensemos en las guerras, ¿no? De esta manera, se ha privado a la Iglesia de la riqueza de muchas expresiones locales que llevan consigo la tradición cultural de enteras poblaciones. ¡Pero esto es exactamente lo contrario de la libertad cristiana!

Una libertad dinámica que nos pone en camino

La libertad de la fe cristiana es, en cambio, “dinámica”, pues no indica una visión “estática” de la vida y de la cultura, sino que, iluminada y fecundada por el misterio de Cristo, que en su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre, indica la “variedad”: una variedad “unida”, precisó el Santo Padre.

De aquí deriva el deber de respetar la proveniencia cultural de cada persona, incluyéndola en un espacio de libertad que no sea restringido por alguna imposición dada por una sola cultura predominante. Este es el sentido de llamarnos católicos, de hablar de Iglesia católica: no es una denominación sociológica para distinguirnos de otros cristianos; no. Católico es un adjetivo, un adjetivo que significa universal. La catolicidad, la universalidad. Iglesia universal, es decir, católica, significa que la Iglesia tiene en sí, en su naturaleza misma, la apertura a todos los pueblos y las culturas de todo tiempo, porque Cristo ha nacido, muerto y resucitado por él, por todos.

Por ese motivo la afirmación final del Papa en la catequesis de este día: no pretendemos tener posesión de la libertad, sino que hemos recibido “un don para custodiar”, que nos pide a cada uno estar en un constante camino, orientados hacia a la plenitud que todos estamos llamados a alcanzar.

 

 

La misión de la Iglesia: evangelizar

Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.

Si leemos el encantador Evangelio de Marcos, nos encontramos como mandato final de Jesucristo con estas palabras:

Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.

Un mandamiento que entraña una grave obligación, porque la salvación la ha condicionado Dios a la fe y al bautismo, ya que sigue diciendo Jesús:

El que crea y se bautice, se salvará; pero el que se resista a creer, se condenará.

Por lo mismo, la Iglesia se encuentra ante un deber ineludible: evangelizar. La predicación del Evangelio, la Fe y el Bautismo están de tal manera entrelazados que no se pueden separar. Sin predicación, no hay fe; sin fe no hay bautismo; sin bautismo no hay salvación.

¿Qué debe hacer entonces la Iglesia, qué debe hacer cada comunidad cristiana, qué debe hacer cada bautizado?

Ser instrumentos fieles en la mano de Jesucristo para llevar a todos el misterio de la salvación, continuando la misión que el mismo Jesucristo trajo al mundo recibida del Padre, y para la cual lo llenó el Espíritu Santo:

El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar a los pobres la gran noticia: ¡ha llegado la salvación!

La primera beneficiada por el cumplimiento de esta misión será la misma Iglesia, lo será cada comunidad cristiana, lo será cada apóstol. Pues su mismo trabajo y su empeño por evangelizar los irá renovando en la fe que recibieron en el Bautismo.

Cuanto más evangelicen, más se robustecerá su propia fe. Dar la fe con entusiasmo creciente es la mejor manera de agradecer a Dios el don de la fe y el mejor medio para conservar y acrecentar la propia fe.

Ahora, más que mirarnos cada uno en particular y mirar a toda la Iglesia, nos centramos en la comunidad cristiana a la que pertenecemos: la parroquia, la asociación, el movimiento en el cual nos hemos comprometido… En esta pequeña comunidad se centra para cada uno la Iglesia universal, y en esa comunidad desarrolla cada uno de nosotros la labor que le toca como miembro de la Iglesia.

¿Qué vemos, qué observamos alrededor de nuestra propia comunidad? ¿Qué desafíos nos presenta?

Ante todo, nos damos cuenta de que son muchos los que desconocen prácticamente a Jesucristo. ¿Podemos quedarnos indiferentes, y no llevarles el conocimiento del Señor Jesús?

No hay comunidad cristiana, no hay cristiano alguno, que esté libre de la obligación de hacer conocer a Cristo en todo el mundo. ¿Y cuál es la parte del mundo, sino la que está a mi alrededor, la que me toca a mí como campo de mi trabajo, como parcela en la que yo debo sembrar el Evangelio?

Cuando miramos así a la Iglesia como un campo inmenso que abarca todo el mundo, pero dividida en multitud de parcelas que no rompen la unidad, sino que todas se conjuntan en la misma y única Iglesia, entonces entendemos eso de cuidar cada uno de nuestro metro cuadrado, es decir, de esta parte de la Iglesia que me toca a mí, la que está a mi alrededor, y de la cual yo voy a responder. Es entonces cuando se siente la urgencia del apostolado, y nadie tiene el mal gusto de quedarse con los brazos cruzados mientras hay tanto que hacer por Jesucristo y por el Reino de Dios.

Los medios que la Iglesia pone a mi disposición para evangelizar son muy antiguos y resultan siempre nuevos:

• La catequesis, por la cual enseño a los demás las verdades de la fe que no conocen. ¿Estudio yo a Cristo y la doctrina de la fe, para poder comunicarlo a los demás que lo necesitan?

• La liturgia, el culto de la Iglesia, que con la Palabra, los Sacramentos y los demás signos, es una lección continua de la fe cristiana. ¿Participo activamente y hago participar a los demás en los actos del culto, sabiendo que con ellos evangelizo de una manera muy poderosa?

• La oración, con la cual se llega a todas partes y va mucho más allá que nuestra actividad externa. Jesús, contemplando la mucha cosecha que había por delante, fue lo primero que nos encargó:

La mies es mucha, rogad al Señor de la mies que mande operarios a su campo.

¿Tomamos la oración en la comunidad como la actividad primera de nuestro apostolado?

• El testimonio, es imprescindible. Hoy al mundo lo convencen los testigos, no los maestros. Si los de fuera nos ven consecuentes con nuestra fe, serán arrastrados hacia Jesucristo y su Iglesia.

En medio de nuestras limitaciones, ¿somos católicos convencidos, con vida testimoniante?

Todo esto lo desarrollamos en el ámbito de nuestra comunidad particular parroquia, asociación o movimiento, pero nuestra mirada debe ir mucho más lejos: hemos de vivir el espíritu misionero de la Iglesia de tal modo que no haya obra de la Iglesia universal que no nos afecte, que no nos toque de cerca y que no sienta nuestra colaboración en la medida de nuestras posibilidades. El mandato último de Jesús no puso límites geográficos a nuestro apostolado, pues nos dijo:

Id por todo el mundo.., a todas la gente, a todos los pueblos de la tierra.

Este mandato de Jesús a toda la Iglesia, a cada comunidad cristiana, a cada creyente en particular a mí, en concreto es enardecedor y es exigente. Nos entusiasma, porque todos hemos soñado alguna vez en ser misioneros, en ser apóstoles. Y aunque nos pida mucho, ¿medimos nuestra grandeza al tener la misma misión que el Señor: llevar la fe, llevar la salvación al mundo entero?

 

 

La Virgen costurera

La costura que corría por mano del pobre lego tomó tal fama, que pronto pudo restaurar a la santa efigie

Un lego de convento, de corazón muy sencillo y sano, tenía un entrañable amor a la Virgen, y vivía con el pesar de no tener en su celda ninguna imagen de la Señora a la que dirigir sus oraciones, dar culto y cuidar. Encontrose un día en un zaquizamí del convento una efigie de la Señora; pero tan deteriorada y estropeada por el tiempo y el polvo, que daba pena verla. Fuera de sí de gozo, se la llevó a su celda, la limpió muy bien, y conoció que si un buen pintor la restauraba, quedaría hermosa y como nueva. Entonces cayó de rodillas y le dijo:

-¡Madre mía! Bien sabéis cuánto deseo que esta vuestra santa imagen sea restaurada, y que en ella se os rinda culto; pero soy tan pobre, que si vos no me ayudáis, no podré hacerlo. Así, os suplico que trabajéis conmigo para que esto pueda hacerse.

En seguida se fue en casa de una señora muy caritativa, y le pidió que le diese costura para que una pobrecita, con lo que ganase cosiendo, pudiese vestirse decentemente. La señora se la dio. Compró en seguida hilo, agujas, dedal y tijeras, lo llevó todo a su celda, lo presentó a la Señora, diciéndole:

-Señora, habéis sido muy buena costurera, y es preciso que me ayudéis con vuestras benditas manos, para reunir lo que necesito para restaurar vuestra efigie.

La Virgen se sonrió, y el lego se fue a sus quehaceres. Cuando volvió se encontró la costura hecha, tan bien cosida y tan olorosa, que la señora quedó muy satisfecha, y se la pagó muy bien.

La costura que corría por mano del pobre lego tomó tal fama, que pronto pudo restaurar a la santa efigie.

Al guardián y demás religiosos llamó la atención el cómo un pobre lego podía sufragar esos crecidos gastos, y un día se escondieron para ver lo que en la celda hacía. Entonces vieron que se hincó de rodillas ante la Señora, y le presentó unas ropas sin hacer, y que la Señora alargó sus benditas manos, y las tomó con un semblante dulce y complacido.

Entonces el guardián y los religiosos, asombrados, se postraron de rodillas, exclamando:

-Bienaventurados los sencillos y pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

 

 

¿Puedo donar mis órganos, qué dice la Iglesia?

Donación de órganos: acto de amor

Cada día se hace más necesaria la disponibilidad de órganos para trasplantes. Mucha gente no está enterada de lo importante que es donar sus órganos para poder dar vida o prolongar la vida de otras personas. Diversas instituciones han colaborado para incrementar el número de donantes sin embargo todavía existe un insuficiente número de personas que donan órganos comparado con la gran demanda. La doctrina de la Iglesia católica respalda y estimula la generosidad de los donantes dentro de un contexto apropiado.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2296:

¨El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas¨

Para ilustrar el tema vamos a citar a los dos Papas anteriores

El Papa Juan Pablo II, ahora canonizado, al recibir a los participantes del XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes, defendió la donación de órganos, pero señaló enérgicamente que la clonación para esos efectos es totalmente inaceptable desde el punto de vista moral.

“También en esta materia, el criterio fundamental de valoración debe ser la defensa y la promoción del bien integral de la persona humana, según su peculiar dignidad”.

Donación de órganos: acto de amor

Tras calificar la donación de órganos como “un auténtico acto de amor”, san Juan Pablo II, puso de relieve que el cuerpo humano “no puede ser considerado únicamente como un complejo de tejidos, órganos y funciones, sino que es parte constitutiva de la persona”.

Por eso, dijo el Papa “toda tendencia a comercializar los órganos humanos o a considerarlos como unidades de intercambio o de venta, resulta moralmente inaceptable, porque a través de la utilización del cuerpo como ‘objeto’, se viola la misma dignidad de la persona”.

San Juan Pablo II destacó también la importancia de que la persona que done los órganos sea adecuadamente informada, de modo que decida libremente y en caso de imposibilidad, se requiere “un eventual consenso por parte de los parientes”.

Un punto clave: ¿Cuándo está muerto el ser humano?

Los órganos vitales sólo se pueden extraer del cuerpo de un individuo “ciertamente muerto”. Aquí nace, dijo, “una de las cuestiones más debatidas en los círculos bioéticos actuales”, el problema de “la constatación de la muerte”. En este sentido, añadió el Santo Padre, “es oportuno recordar que existe una sola ‘muerte de la persona’, consistente en la total desintegración de aquel complejo unitario e integrado que es la persona en sí misma”.

“La muerte de la persona entendida en este sentido radical es un evento que no puede ser directamente verificado por ninguna técnica científica ni metódica empírica. Pero, la experiencia humana enseña también que la muerte de un individuo produce inevitablemente signos biológicos”.

El reciente criterio de constatación de la muerte, el de la “cesación total e irreversible de toda actividad encefálica, si es aplicado escrupulosamente, no aparece en contraste con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica”, dijo el Pontífice; y señaló que “sólo cuando existe esta certeza es moralmente legítimo iniciar los procedimientos técnicos para extraer los órganos que hay que trasplantar, previo consenso del donante o de sus legítimos representantes”.

“Lista de espera” de órganos

El Papa comentó otro problema, el de “la atribución de los órganos donados mediante las listas de espera o la asignación de prioridades”. El Pontífice destacó que desde el punto de vista moral, un principio de justicia obvio exige que estos criterios “no sean discriminatorios (basados en la edad, sexo, raza, religión, condición social) o utilitaristas. Para determinar quién tiene la precedencia en la recepción de órganos hay que atenerse a valoraciones inmunológicas y clínicas”.

¿Qué dijo Benedicto XVI?

Cuando era el Cardenal Ratzinger (Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe):

«Donar los propios órganos es un gesto de amor moralmente lícito siempre que sea un acto libre y espontáneo».

El entonces Cardenal, confiesa que forma parte de una asociación de donantes de órganos, mientras subraya la contrariedad de la Iglesia ante cualquier forma de procreación artificial. «Poner a disposición, espontáneamente, partes del propio cuerpo para ayudar a quien tiene necesidad es un gesto de gran amor. No es así, en cambio, el caso de la fecundación artificial de los embriones, que no prevé el acto de amor entre cónyuges.

Es aleccionador recoger parte de una entrevista al Cardenal Ratzinger:

P.- Cardenal Ratzinger, ¿es siempre moralmente lícito donar los propios órganos?
R.- Cierto que es lícito incorporarse, espontáneamente y con plena consciencia, a la cultura de los transplantes y de la donación de órganos. Por mi parte, sólo puedo decir que he ofrecido toda mi disponibilidad a dar, eventualmente, mis órganos a quien tiene necesidad.
P.- ¿Esto quiere decir que está incluso inscrito en una asociación de donantes?
R.- Sí, hace años que me inscribí en la asociación y llevo siempre conmigo este documento en el que, además de mis datos personales, está escrito que estoy dispuesto, si se da el caso, a ofrecer mis órganos para ayudar a cualquiera que tenga necesidad: es simplemente un acto de amor.
P.- ¿Qué significa para un cristiano ofrecer el propio cuerpo para transplantes?
R.- Significa tantas cosas juntas. Pero, sobre todo, significa cumplir, repito, un gesto de altísimo amor hacia quien tiene necesidad, hacia un hermano en dificultad. Es un acto gratuito de afecto, de disponibilidad, que cada persona de buena voluntad puede realizar.

P.- Cardenal Ratzinger

 

 

San Calixto I, el Papa de las catacumbas

El patrón de los sepultureros murió mártir en un levantamiento popular contra los cristianos el año 222.

Calixto (199-217) es muy conocido por una de las catacumbas más grandes de Roma. Algunas fuentes aseguran que Calixto, antes de convertirse en Papa, era un esclavo y un estafador.

Habiendo huido a Portugal, fue arrestado y devuelto a Roma, donde fue condenado a trabajos forzosos en las minas de Cerdeña.

Al regresar a Roma con motivo de una amnistía, se dedicó a estudiar la religión de Cristo y a predicarla.

Muy pronto se volvió el hombre de confianza de papa san Ceferino que le encomendó la dirección y el cuidado del cementerio de la Via Appia.

Trabajó en las catacumbas casi 20 años, organizándola con una construcción de 4 pisos y 20 km de pasillos.

Allí se encuentran el famoso sepulcro de santa Cecilia y los sepulcros de muchísimos mártires de los primeros siglos.

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Calixto Papa

A la muerte de san Ceferino, Calixto fue nombrado Papa. Convirtió a muchos romanos al cristianismo, curó a varias personas con enfermedades muy graves y defendió a los creyentes perseguidos todo lo que pudo.

Lamentablemente su pontificado atrajo las enemistades de un ala de la comunidad cristiana de Roma que lo acusó falsamente de herejía.

La redención definitiva de esta controvertida figura vino después de su martirio. Calixto fue arrojado a un pozo en el río Tíber, en un levantamiento popular contra los cristianos en 222.

 

Patronazgo de san Calixto

San Calixto es patrón de los sepultureros

Lugares de Culto

Sus reliquias se encuentran en la Basílica de santa Maria in Trastevere, iglesia fundada por el mismo santo.

Oración

Atiende, Señor, con bondad las plegarias de tu pueblo y
por la intercesión del papa san Calixto I,
cuyo martirio hoy celebramos,
concédenos la ayuda necesaria para nuestra vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Amén