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Dada la armonía del contenido de este libro con la enseñanza de las Sagradas Escrituras, la Tradición Católica y las conocidas obras de los místicos, es sumamente apropiado que In Sinu Jesu sea publicado en su totalidad en este momento, de conformidad con la frecuente insistencia de Nuestro Señor de que estas palabras están destinadas a alcanzar muchas almas.

 

Sabemos por la historia de las revelaciones privadas aprobadas que Nuestro Señor y Nuestra Señora intervienen de manera especial en tiempos de crisis eclesial, mundanalidad, tibieza, infelicidad, confusión intelectual o angustia espiritual.

Nos hablan de verdades que se han oscurecido, descuidado o contradicho, nos instruyen en actitudes, virtudes y prácticas que son olvidadas, despreciadas, mal entendidas o pobremente cultivadas. Son maestros amables y guías firmes, infalibles en Su diagnóstico, inequívocos en Sus consejos.

En el corazón de nuestra situación, en nuestros peregrinajes como peregrinos al Infinito y en los callejones sin salida a los que ha llegado nuestra sociedad y nuestra cultura, el Señor Jesús y Su Santísima Madre nos traen Su atención celestial, el brillo purificador de Su mirada, la profundidad inagotable de Su sabiduría y el ardor de Su caridad.

No desean dejarnos huérfanos en nuestra época, por lo que nos dirigen un mensaje que, sin añadir ni quitar el contenido establecido de la revelación pública, nos trae una nueva luz y realce sobre las verdades antiguas y el camino de la santidad.

Las páginas de In Sinu Jesu brillan con una luminosidad intensa y un fervor reconfortante, ya que abarcan y se sumergen profundamente en tantos aspectos fundamentales de la vida espiritual: amar y ser amados por Dios; la práctica de la oración en todas sus dimensiones; el poder único de la adoración; la entrega confiada a la Divina Providencia; el homenaje al silencio; la dignidad de la oración litúrgica y los sacramentos; el misterio del Santo Sacrificio de la misa; la identidad sacerdotal y la fecundidad apostólica; el papel de la Santísima Virgen María y de los santos en nuestras vidas; el pecado, la herida, la misericordia, la sanación y la purificación; el anhelo por el Cielo, y la ansiada renovación de la Iglesia Católica en la tierra. Se presentan tantas verdades consoladoras y desafiantes de las cuales nuestra época está en extrema necesidad, invitando a la respuesta de nuestros corazones, llamándonos a la conversión e impulsándonos a una nueva forma de vida.

 

 

Este libro ha cambiado mi vida, así como la de otros que lo han leído. Por Sus palabras, hemos llegado a un mayor conocimiento y a un amor más entrañable a Nuestro Señor Jesucristo, Su Santísima Madre y a Su “reino eterno y universal—un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la Fiesta de la Realeza de Cristo). Que esta publicación de In Sinu Jesu traiga tales bendiciones a todos sus lectores.

 

 

• Matthew 16:13-19

• En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que las puertas del infierno (“el inframundo”) no prevalecerán contra Su Iglesia. Más aún, dice que esta Iglesia, basada en la confesión de Pedro, formará un ejército tan poderoso que ni siquiera la ciudad más fortificada del reino oscuro podrá resistirlo.

 

 

Es fascinante para mí la frecuencia con la que interpretamos este dicho de Jesús exactamente en la dirección opuesta, como si la Iglesia tuviera la seguridad garantizada contra los ataques del infierno.

De hecho, Jesús sugiere una imagen mucho más combativa: Su Iglesia sitiará con éxito al reino del mal, derribando su puerta y rompiendo sus muros.

Y observen también cómo Jesús usa el tiempo futuro: “edificaré mi Iglesia”. Por lo tanto, no puede estar hablando simplemente a Pedro a modo personal sino a todos aquellos que participarán de su carisma a lo largo de los siglos.

 

 

La integridad de esta ekklesia estará garantizada a lo largo de los siglos, no a través de la opinión popular (tan instructiva como sea) ni a través del ministerio de una élite institucional o teológica (tan necesaria como pueda ser) sino a través del conocimiento carismático del Papa sobre quién es Jesús.

Dos grandes Apóstoles, Apóstoles del Evangelio, y columnas de la Iglesia: Pedro y Pablo. Hoy celebramos su memoria. Observemos de cerca a estos dos testigos de la fe. En el centro de su historia no están sus capacidades, sino que en el centro está el encuentro con Cristo que cambió sus vidas.

 

 

Experimentaron un amor que los sanó y los liberó y, por ello, se convirtieron en apóstoles y ministros de liberación para los demás. Pedro, el pescador de Galilea, fue liberado ante todo del sentimiento de inadecuación y de la amargura del fracaso, y esto ocurrió gracias al amor incondicional de Jesús. (…) También el apóstol Pablo experimentó la liberación de Cristo. Fue liberado de la esclavitud más opresiva, la de su ego. Y de Saulo, el nombre del primer rey de Israel, pasó a ser Pablo, que significa “pequeño”. (…) Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia mira a estos dos gigantes de la fe y ve a dos Apóstoles que liberaron la fuerza del Evangelio en el mundo, sólo porque antes fueron liberados por su encuentro con Cristo.  (Homilía en la Misa de la Solemnidad de los Santos apóstoles, Pedro y Pablo, 29 junio 2021)

 

 

Pedro y Pablo, Santos

Solemnidad Litúrgica, 29 de junio


Apóstoles y Mártires

 

Martirologio Romano: Solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llámado Pedro.

Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos.

Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio:

Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense.

En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración. († s. I)

Breve Biografía

Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.



Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.



El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.



San Pedro



San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.



Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.


Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:

• Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.
• Prensenció la Transfiguración del Señor.
• Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.
• Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.
• Fue testigo de la Resurrección de Jesús.
• Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.
• Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.
• Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.
• Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.

• En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.



 

 

Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.


En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.



 

En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.



Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.



San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.




¿Qué nos enseña la vida de Pedro?

Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado” (I Pedro, 1,15)

Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.

Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

La Institución del Papado

 

 

Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.

El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.

 

 

Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.

Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.

San Pablo

Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.

 

 

Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.

En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada.

 

 

Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.

 

 

Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.

La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.

 

Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por «cambiarse de bando». En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.

Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.

Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.

¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?

Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.

Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Esta conversión siguió varios pasos:

1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.

2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.

3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.

4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás.

Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.

Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.

 

 

San Pedro y san Pablo: una solemnidad de 1600 años para amar a la Iglesia y al Papa

Una fecha para renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través de ellos, a Jesucristo


 

En la vida cotidiana, muchas veces solemos usar la palabra “fiesta” o “festividad” para referirnos a los diferentes tipos de conmemoraciones religiosas. Sin embargo, en un sentido litúrgico, cada celebración tiene su nombre específico en función de su jerarquía, y hablamos así, de menor a mayor importancia, de memoria libre, memoria, fiesta y solemnidad. Las solemnidades son las celebraciones más importantes del calendario litúrgico y están reservadas a la Santísima Trinidad, al Señor, a la Virgen y a algunos santos. Una de las particularidades de esta celebración es que, por su dignidad, incluye todos los elementos que se emplean los domingos.

En este caso, la solemnidad de san Pedro y san Pablo recuerda su testimonio hasta la sangre: los dos apóstoles fueron martirizados en Roma por su fe en Cristo. San Pedro padeció su suplicio hacia el año 67 en la colina del Vaticano, según Tertuliano (siglo II) crucificado y según Orígenes (siglo II) con la cabeza hacia abajo.

San Pablo fue martirizado hacia la misma fecha y, según Tertuliano, sufrió la decapitación junto a la vía Ostiense. La solemnidad conmemora su amor a Cristo y la aceptación de la voluntad de Dios hasta dar la vida.

Esta celebración es muy antigua y ya se registra en el siglo IV, mencionada en la «Depositio martyrum» del año 354. Por las mismas fechas se encuentran referencias en menciones de san Ambrosio (Milán) y de san Agustín (África del Norte). En sus inicios, si bien se los recordaba en conjunto, se festejaba a san Pablo en la tumba de la vía Ostiense y a san Pedro en la catacumba de la vía Apia. La costumbre cristiana antigua de celebrar los aniversarios de los mártires en sus monumentos sepulcrales constituyó para Roma una dificultad en tanto que los sepulcros de los príncipes de los apóstoles estaban alejados uno de otro.

 

Así, en el siglo VII, la celebración se dividió en dos días, conmemorándose a san Pedro el 29 de junio y a san Pablo el día siguiente. Esta doble celebración fue la que se difundió en Oriente y Occidente. En la reforma del calendario litúrgico de 1969 la celebración se volvió a unir en el mismo día.

En estrecha relación con esta solemnidad se celebra el óbolo de san Pedro, una colecta centenaria que se realiza el 29 de junio o el domingo más cercano a esta fecha, y que simboliza la comunión con el Papa y la fraternidad con la Iglesia.

La conocida  práctica caritativa se remonta a finales del siglo VIII, cuando los anglosajones recientemente convertidos enviaban una contribución anual al Santo Padre que recibió el nombre de «Denarius Sancti Petri» o limosna de san Pedro.

La costumbre se extendió a otros países y fue regulada orgánicamente por el Papa Pío IX en la Encíclica «Saepe Venerabilis» de 1871.

La solemnidad de San Pedro y San Pablo es especial por su catolicidad. La Iglesia celebra en ellos no solo la gloria de su martirio, sino también el misterio de su vocación apostólica, uno hacia Israel y otro hacia los gentiles; y el llamado del Evangelio a todos los seres humanos. La celebración nos invita especialmente a renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través de ellos, a Jesucristo.

 

 

Nardo del día 29 de Junio


¡Oh Sagrado Corazón, Potestad Sublime!


 

 

Fiesta de San Pedro y San Pablo



Meditación: Oh Jesús, Mí Buen Pastor, que nos buscas como a ovejas en la tierra desierta, que nos cuidas y nos proteges, y Tu cayado levantas para evitar que el maligno hiera a Tus corderitos. Señor, que me buscas en la noche oscura y me libras de toda amargura. Amando siento Tu Presencia, y todo lo demás desaparece; es Tu Gran Poder el que me marca el camino y me guía como a un niño. Esa Luz dorada que de Ti se desprende, y cual luciérnagas hermosas, como estrellas fugaces veo las luces de Tus Angeles. Entonces siento que Tú, Mi Dios, todo eres, todo puedes, pues eres el Rey. Señor, que a pesar de mi pequeñez a mi casa vienes, para llevarme a Ti.



Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.



Florecilla: Comulguemos agradeciendo a Jesús por todas las gracias que derrama a través de Su Sagrado Corazón.

 

 

Santos Pedro y Pablo, las 2 columnas de la Iglesia católica

Pedro se dedicó principalmente a los judíos, y Pablo, a los no judíos, los dos fueron martirizados en Roma

 

 

La Iglesia católica celebra desde hace muchos siglos el martirio de Simón Pedro y de Pablo de Tarso el 29 de junio. Es una gran solemnidad porque estos apóstoles son considerados las dos grandes columnas de la Iglesia.

 

 

Simón, hijo de Juan, era un humilde pescador. Pero fue el primer discípulo que profesó su fe en Cristo. Y Él le convirtió en Pedro, la roca sobre la que se apoya la Iglesia, el primer Obispo de Roma.

Saulo era un judío de la casta de los fariseos, ciudadano romano por haber nacido en Tarso. Perseguía a los cristianos por considerarlos unos herejes que manchaban la pureza hebrea… hasta que experimentó una brusca conversión cuando se dirigía a Damasco a caballo.



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Los dos cometieron grandes errores: Pedro llegó a negar a Jesús tres veces, y Pablo persiguió a la Iglesia. Sin embargo, Jesús los perdonó y los transformó en dos grandes apóstoles que dieron su vida por Él.

Pedro se dedicó principalmente a los judíos, y Pablo, a los no judíos como un apasionado y paternal misionero.

En Roma fueron detenidos y martirizados en la prisión Mamertina del foro romano.



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En lo que la tradición católica considera sus tumbas surgieron la Basílica de San Pedro y la Basílica de San Pablo Extramuros.

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Ellos son los patrones principales de la Iglesia de Roma.