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A TODOS UDS. CON LO MEJOR DE MI CORAZON LES DESEO UNAS FELICES Y ESPERANZADORAS FIESTAS PATRIAS, CON EL MEJOR REGALO DE SANACION Y PAZ DEL CORAZON A CADA UNO Y UNA DE AMAR A SU BENDITA Y BELLA PATRIA CON DIOS Y LA VIRGEN. DIOS BENDIGA Y PONGA EN DERECHO SUS VALORES DE FE.
CON AMOR -P. ROBERTO +

MATEO 13:47-53

 

 

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos presenta dos parábolas más sobre el Reino de los Cielos. En la primera parábola escuchamos que “el Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar”. Aquí el Reino de los Cielos viene por nosotros. Esta es una imagen escatológica, Dios en el arreo final del mundo, en el momento de la conclusión de los tiempos. ¿Cuándo sucederá esto? No lo sabemos. ¡Pero debemos estar preparados! Y estar preparados significa conformar con las reglas de Dios.

 

En la segunda parábola nos dice que: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”. Jesús sabía que Sus enseñanzas y ministerio eran, en gran medida, una continuación de lo anterior.

Al mismo tiempo, Él sabía que Su persona y predicación representaban algo nuevo y sin precedentes. También lo sabían los conocedores de las tradiciones del Reino de Dios, la herencia de la fe. Y aquellos ilustrados en el Reino también sabían que el Espíritu estaba obrando nuevas cosas. Por lo tanto, debemos estar abiertos a lo que Él quiera mostrarnos.

 

¿No puedo yo trataros como este alfarero, casa de Israel?

Lo que Yahvé quiere indicar con la palabra humana de Jeremías, con el símbolo del alfarero, es que es consciente de que a veces no acertamos en nuestro esfuerzo por realizar lo que Dios quiere de nosotros. Como falla a veces el alfarero cuando pretende confeccionar un recipiente válido para contener diversos productos. El alfarero vuelve a iniciar su tarea, sin desánimo, dice el texto. Dios está dispuesto una vez y otra a contar con el ser humano, que falla con frecuencia, para que se realice su proyecto. Cierto que existe una diferencia notable. Nosotros no somos simple barro moldeable. Nosotros somos seres libres, que tomamos nuestras decisiones. Por eso cuando se produce un fallo, no se debe a la impericia del alfarero; sino, por el contrario, a nosotros. Dios cuenta con nuestra libertad.

 

El mal uso de ella es el responsable de que nuestra vida no se ajuste a lo que Dios quiere de nosotros. Pero Dios no se cansará, insistirá en contar con nosotros. Y si Dios insiste, no tenemos ningún derecho a cansarnos nosotros, y renunciar a llevar a cabo la obra que Dios quiere realizar en nosotros. Es día para preguntarnos sobre nuestros cansancios de ser buenos y obrar el bien. Como también sobre cuándo nos servimos de la falsa disculpa de que lo que se nos pide nos supera. En parte porque olvidamos que Dios propone lo que quiere hacer, pero a la vez se ofrece para ayudarnos -sin cansancio-.

Sacar del arca lo nuevo y lo antiguo

“Sacar del arca lo nuevo y lo antiguo” es lo propio de quien entiende el reino de los cielos. Tenemos derecho a preguntarnos, ¿qué quiere decir Jesús con esa afirmación? ¿Se referirá a que como en otros lugares manifiesta, no viene ni a destruir ni a olvidar lo antiguo, lo que para sus oyentes constituía al buen judío; pero sí a dar plenitud, y para ello ofrece aspectos nuevos, que han de conciliarse con lo antiguo y perfeccionarlo? La realidad histórica de la condición humana, de personas y pueblos es algo evidente. Hay que “distinguir los tiempos” para situarse bien en el momento en que se vive, decían ya los antiguos. La Palabra de Dios es palabra dicha a modo humano, sometida su comprensión a los tiempos en que cada ser humano la escucha. Jesús introduce un nuevo tiempo -una era-, pero sin rupturas. En el Sermón del Monte dice: “antes se os dijo, pero yo os digo”; pero se trata de ir más allá: de amar a amigos y también enemigos, por ejemplo; de perfeccionarse en el amor.

Es un magnífico consejo para cada uno de nosotros, para la misma Iglesia. Es necesario avanzar en la interpretación de la Palabra de Dios. Los textos evangélicos están redactados en un tiempo determinado por hijos de ese tiempo, ahora es necesario interpretarlos teniendo en cuenta lo que apunta el Vaticano II, los “signos de los tiempos”. Es un principio que sirve para nuestra vida. ¡Cuántas veces nos excusamos diciendo: “el catecismo que aprendí, lo que a mí me enseñaron desde pequeño…” para justificar la falta de esfuerzo en ahondar en lo que la palabra de Dios nos dice y exige en este momento!

 

Entiendo que es imprescindible esa reflexión para ser fieles a la Palabra de Dios. Una cosa es la tozudez y otra la fidelidad. En la tozudez se prescinde de cualquier argumento que no sea, “así ha sido siempre”. Como si la historia se hubiera detenido: sin esperar, como indica el texto evangélico, al final de los tiempos, y adelantar ese final.

Si uno no se deja formar cada día por el Señor, se vuelve un sacerdote apagado, que se arrastra en el ministerio por inercia, sin entusiasmo por el Evangelio ni pasión por el Pueblo de Dios. En cambio, el sacerdote que día tras día se confía en las manos expertas del Alfarero con la «A» mayúscula, conserva a lo largo del tiempo el entusiasmo en el corazón, acoge con alegría la frescura del Evangelio, habla con palabras capaces de tocar la vida de la gente. A los participantes del Congreso Internacional Organizado por la Congregación para El Clero, 7 octubre 2017)

 

 

HOY EL PERU CELEBRA A LA VIRGEN DE LA PAZ LES PONGO LAS PALABRAS DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO EN EL CANADA

Una petición de perdón por las actitudes incompatibles con el Evangelio

Una lectura de los gestos y palabras del Papa Francisco en el primer día de su viaje a Canadá y su encuentro con los indígenas.

 

 

Fue la primera cita del viaje: en las primeras palabras pronunciadas por Francisco en tierra canadiense ya está contenido el corazón de su mensaje y las razones que lo han traído hasta aquí, a pesar de sus todavía evidentes problemas de deambulación. Después de haber rezado silenciosamente en el cementerio de los pueblos indígenas de Maskwacis, en la Iglesia de la Virgen de los Siete Dolores, el Papa habló en el Bear Park Pow-Wow Grounds, ante una delegación de líderes indígenas de todo el país.

«Estoy aquí – dijo – porque el primer paso de esta peregrinación penitencial entre ustedes es el de renovar mi petición de perdón y decirles, de corazón, que estoy profundamente dolorido: pido perdón por los modos en que, lamentablemente, muchos cristianos han apoyado la mentalidad colonizadora de las potencias que han oprimido a los pueblos indígenas. Estoy dolorido. Pido perdón, en particular, por los modos en que muchos miembros de la Iglesia y de las comunidades religiosas cooperaron, también a través de la indiferencia, en aquellos proyectos de destrucción cultural y asimilación forzada de los gobiernos de la época, que culminaron con el sistema de las escuelas residenciales».

 

 

Eran escuelas queridas y financiadas por el gobierno, pero muchas de ellas estaban administradas por Iglesias cristianas. Y miles de niños, arrancados de sus familias, sufrieron en ellas «abusos físicos y verbales, psicológicos y espirituales». Muchos encontraron allí la muerte, por falta de higiene y enfermedades.

Hay un juicio inequívoco en las palabras del Obispo de Roma, acogidas por los pueblos originarios que tanto lo han esperado: «Lo que la fe cristiana nos dice es que se ha tratado de un error devastador, incompatible con el Evangelio de Jesucristo”. Incluso en la época del colonialismo propiamente dicho, así como posteriormente, cuando la mentalidad colonial seguía influyendo en las políticas y actitudes, de las que las escuelas residenciales han sido un ejemplo, era posible comprender cuál era el camino del Evangelio. También en aquel tiempo, a pesar de los condicionamientos históricos y culturales, era posible discernir, comprender que las tradiciones de los indígenas debían ser acogidas, no aniquiladas; que la fe debía proponerse dentro de las diferentes culturas indígenas y no impuesta destruyéndolas.

 

 

Las violencias de las que los cristianos fueron responsables a lo largo de los siglos ya han sido juzgadas todas por el testimonio de Jesús, que ha enseñado a amar y no a odiar, y permaneció indefenso en la cruz como víctima inocente, compartiendo el dolor de todas las víctimas de la historia. Incluso en la época en la que la destrucción cultural y la asimilación fueron cometidas, era posible una actitud diferente: basta sólo pensar en los antiguos ejemplos de evangelización respetuosa de las culturas originales, como lo atestiguan las «reducciones» en Paraguay o la actitud del padre Matteo Ricci en China. Por eso es justo pedir perdón, y hacerlo – como nos muestra el Papa – con una actitud de humildad y de escucha, con la conciencia de que hay heridas que no se curan con los siglos, como demuestran las palabras de los pueblos originarios de Canadá.

 

 

Ciertamente, sería un error no mirar también el bien que han realizado silenciosamente tantos misioneros y misioneras a lo largo de los siglos en estas tierras. Pero la única y verdadera respuesta cristiana a lo sucedido no es la de las distinciones o el análisis histórico. Frente a quien afirma llevar aún vivo en la propia carne el dolor por lo ocurrido, quien ha perdido a sus propios seres queridos sin saber siquiera dónde fueron enterrados, sólo se puede permanecer en silencio, rezando, escuchando, abrazando y pidiendo perdón. Como el anciano Pontífice en silla de ruedas nos está enseñando.

 

 

El bien y el mal según el juicio de Dios

¿Será que el mal que Dios no quiere es algo distinto de lo que los hombres entendemos por mal?

 

En un antiguo número de Alfa y Omega, un lector planteaba un tema capital, el de Dios y el mal en el mundo. Lo presentaba así: o bien Dios no quiere el mal, en cuyo caso no es omnipotente, o bien quiere el mal, en cuyo caso no nos ama.

La breve respuesta que daba Alfa y Omega me pareció correcta, pero, al menos para mí, no resultaba suficiente.

Decía: Dios nos ha dado libertad y la respeta; somos nosotros la causa del mal al no utilizar bien nuestra libertad.

Es cierto, pero -al menos yo- necesitaba profundizar más en el tema para quedarme del todo satisfecho. Así que he tratado de reflexionar. No he descubierto ningún mediterráneo, pero me he dicho a mí mismo lo siguiente:

He partido de la idea de que Dios, por ser tal, no puede querer el mal y ha de poder evitarlo. Luego me he dicho: el mundo está lleno de mal, según el juicio de los hombres. ¿No será que eso no es el mal según el juicio de Dios? ¿No será que el mal que Dios no quiere, y no evita, es algo distinto de lo que los hombres entendemos por mal? Y entonces se me plantean tres interrogantes: el primero y fundamental consiste en preguntarme qué es verdaderamente el mal, y subordinadamente el segundo y tercero consisten en explorar qué mal es el que Dios no quiere y por qué no lo evita.

¿Qué es y qué no es el mal?

Cuando los seres humanos hablamos del mal en el mundo, lo normal es que utilicemos un concepto material del mal, no un concepto sobrenatural. Llamamos mal a lo que nos produce sufrimiento; es decir, el mal es tanto el sufrimiento de cualquier tipo como aquello que lo causa: la muerte, la enfermedad, la pobreza, el dolor, etc. Pero ahí no hay visión sobrenatural; eso es ver la vida solamente desde el plano temporal. Si miramos la vida desde un punto de vista sobrenatural, nos daremos cuenta de que el verdadero mal es el pecado, es decir, todo lo que nos aleja de la salvación eterna. Lo único que de verdad ha de causarnos sufrimiento es el sabernos alejados de Dios, el ver rota nuestra unión con Él, interrumpido nuestro destino de encontrarnos con Él definitivamente. El otro mal, el mal material, es -por extraño que esto suene en nuestros oídos inmersos en una sociedad materialista- una providencia amorosa de Dios para con el hombre.

Dios, en efecto, nos prepara a cada uno el camino de nuestra santidad, y ese camino es un camino redentor. La redención supone cruz, porque mediante la cruz lavamos los pecados nuestros y de todos, obtenemos de Dios el perdón. La cruz es dolorosa, pero es alegre, justamente porque es salvífica. Y el mundo está lleno de cruces que muchas personas –muchas más de las que suponemos– llevan con garbo, con entrega, con voluntad de servicio, con amor. Tantas personas que sobrellevan admirablemente la enfermedad y la desgracia propia o ajena, y que son otros tantos Cristos redentores. Hay también muchos que se sublevan ante la cruz; es algo evidente y no tenemos por qué juzgarlos. No conocemos sus corazones, su debilidad, la capacidad del amor de Dios por transformarlos sin que se note desde fuera. Eso que llamamos mal, y que Dios envía, o permite, ha hecho santos a muchísimos más mujeres y hombres de lo que pensamos; regalo de Dios para que seamos salvadores de almas, precio debido por los pecados que, al pagarlo aquí, facilita y engrandece el premio eterno.

 

Me hago cargo; es difícil ver así las cosas; yo soy el primero que lo explico y luego me rebelo. Pero es así. Para quien cree en Cristo, es así. Eso está en la esencia de una religión noble, alta, exigente, de ética muy elevada, que afirma que es estrecho el camino que conduce a la Vida, pero que afirma también que Dios da a todos, superabundantemente, los medios para recorrerlo con éxito, y es inmensamente indulgente con nuestros fracasos. Inmensamente misericordioso, ya que sólo existe un pecado que Él no puede perdonar: aquel del que una persona no desee ser perdonada, porque no acepta pedirle perdón, pues eso significa que esa persona se convierte en su propio dios y rechaza de plano al Dios verdadero.

¿Quiere Dios el mal?

Evidentemente, Dios no quiere el pecado; no quiere que nadie se condene; no ha creado a los hombres para que vivan una infidelidad eterna. Dios no condena a nadie. Él nos pregunta a cada uno: ¿quieres, por grandes que sean tus pecados, mi perdón y mi amor? Y si la respuesta es que sí, perdona y ama sin tasa. Y si el hombre rechaza ese perdón y ese amor, él mismo se condena, no le condena Dios. Es la actitud de Luzbel: «Soy igual a ti, no tengo nada que pedirte; no necesito tu perdón, pues no te reconozco superior a mí». La consecuencia es la siguiente: en el cielo están el único Dios y todos los hombres que le reconocen por tal y le aman; en el infierno están todos los demás dioses.

El otro mal, el material, lo que llamamos desgracias en la vida, ¿lo quiere Dios? La respuesta viene al responder a la tercera pregunta.

¿Por qué no evita Dios el mal?

Por dos motivos; porque nos ha hecho libres, y porque la cruz es el instrumento de la Redención.

Nos ha hecho libres. Pudo no darnos libertad, en cuyo caso nadie pecaría, nadie se condenaría.

Pero tampoco podríamos decir que nos salvaríamos: convertidos en muñecos incapaces de merecer, la salvación para esos seres-robots no tendría ningún significado. El robot no ama, no espera, no cree. ¿Qué supone la salvación para quien no ama libremente a Dios? ¿Qué felicidad cabe esperar de una situación de amor impuesto a la fuerza? Una felicidad pasiva, estúpida, mecánica. ¿Para rodearse de este tipo de seres creó Dios al hombre? ¿Pueden estos robots ser imagen y semejanza de Dios?

 

 

Y si nos ha hecho libres, nos tiene que dejar que, si queremos, usemos mal de nuestra libertad. Y de ese mal uso nace el mal material, pues somos los hombres los que creamos un mal que Dios ha de respetar como producto de las decisiones libres de seres libres.

Pero es que, además, la cruz es redentora. Dios permite el mal –permite la libertad que lo genera–, pero lo vuelve en nuestro beneficio. Nos invita a que carguemos con el mal que nosotros mismos causamos, con la cruz que la vida pone sobre nuestros hombros, para que así no sólo recibamos los méritos redentores de la cruz de Cristo, sino que comuniquemos –se llama comunión de los santos– a los demás ese torrente de salvación. Él mismo, hecho hombre, recorrió su Calvario –fruto del mal uso de la libertad de sus verdugos–, en lugar de evitar ese mal. «Si eres Dios, legiones de ángeles vendrán a salvarte». Hubiesen venido si las hubieses llamado, pero no lo hizo; respetó la libertad de quienes le condenaban, y transformó Su dolor en salvación para todos.

 

 

Decimos mucho ¡Amén! pero… ¿Sabes qué significa?

Debemos estar conscientes de lo que estamos diciendo cuando la repetimos tanto

 

 

La palabra “Amén” la encontramos por primera vez en el primer libro de las Crónicas:

Alaben al Señor porque es bueno. Porque es eterna su misericordia. Digan: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y júntanos de entre las naciones, a fin de celebrar tu nombre santo y tener nuestra gloria en alabarte. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre: Que todo el pueblo diga: Amén. Aleluya. Todo el pueblo contestó «Amén» y alabó a Yavé. (1Cron 16, 34-36)

Me entró la curiosidad hace poco de contar las veces que usamos la palabra “Amén” ya sea en nuestro lenguaje con Dios o en nuestras oraciones que acaban siempre con esa antigua palabra. Me di cuenta que son muchas las veces que la utilizamos, pero ¿Qué significa?, ¿De dónde proviene?, ¿Cuándo decirla?…

Amén es una palabra aramea, de la lengua que hablaba Jesús, y significa la fuerza, la firmeza, la solidez, la estabilidad, la duración, la credibilidad, la fidelidad, la seguridad total… Y suele traducirse como “ASÍ SEA”.

En los tiempos bíblicos cuando se hablaba en arameo si una persona decía “Amén” quería decir que hablaba con seriedad. Era casi un juramento.

Desde niños se nos ha enseñado que cuando terminemos una oración digamos Amén, al hacerlo le estamos pidiendo a Dios que lo que dice e implica esa oración se haga realidad en cada aspecto de nuestra vida.

Pero no es tan simple, debemos estar conscientes de lo que estamos diciendo cuando la repetimos tanto. Decir Amén implica un gran compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que estamos de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza.

Es triste que al momento de orar es como si estuviéramos conversando con alguien y al terminar ya no es necesario seguir con esa conversación, porque ya dijimos amén.

Recuerda que no es necesario estar en la iglesia de rodillas para conversar con el Señor, podemos hacerlo durante el día en nuestras tareas diarias. El Amén es solamente el “así sea” y no el despedir o dejar de hacer lo que estaba haciendo, sobre todo cuando oramos.

“En efecto, todas las promesas de Dios encuentran su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya.” (2Cor 1,20)

– A ti que lees ésta pequeña reflexión: “Dios te bendiga”… creo que responderás con “Amén”

Nota del editor: Debo agregar que el uso del “Amén” debe ser exclusivo para los momentos de oración, el uso y abuso que se da a ella en las redes sociales, tan sólo para indicar que estamos de acuerdo con o nos gusta algo, es mal usarla, haciéndolo así no damos la Gloria a Dios a la que se refiere San Pablo, al contrario estamos desvalorizando aquella fe que decimos profesar.

 

 

Santa Catalina Thomas: el obispo de Mallorca le pedía consejo

Conocida como “la beateta”, Catalina es la primera santa de Baleares. Fue huérfana y trabajó como campesina antes de entrar en el convento

 

 

Santa Catalina Thomas o Caterina Tomàs i Gallard nació en Valldemosa (Baleares, España) el 1 de mayo de 1531. Era la sexta de siete hermanos que quedaron huérfanos de padre y madre enseguida. Una familia acomodada que era amiga de sus parientes, sin embargo, le proporcionó educación académica. Al mismo tiempo, trabajaba como campesina. En 1555 ingresó en la orden de las Canonesas Regulares de San Agustín. Catalina era muy humilde y dedicó su vida a la oración pero, al mismo tiempo, pese a estar en clausura, creció su fama de buena consejera. Por esto muchas personas acudían al locutorio para hacerle consultas. Entre ellas, estaba el obispo de Mallorca, Diego d’Arnedo. Esta religiosa escribió “Cartas Espirituales”, un pequeño libro de contenido místico que ha sido valorado tanto literaria como espiritualmente. Después de una vida en la que se mostró frágil de salud, Catalina Thomas murió en 1574, en el convento de Santa Magdalena en Palma de Mallorca. Su cuerpo se venera allí y está incorrupto.

Patronazgo

En la isla de Mallorca, y especialmente en Valldemosa, se le tiene gran devoción a santa Catalina Thomas. Popularmente se la llama “la beateta”, porque no fue canonizada hasta 1930.

Oración (citas de sus «Cartas Espirituales») «Os ruego que penséis que lo que habéis visto y veréis, todo es voluntad de Dios y trabajéis para aceptarlo todo por amor de Él». Quien desea servir a Dios es menester que esté muy contento en todas las cosas». «Confiaos del todo en sus manos y alcanzaréis la verdadera paz y libertad».