· John 15:9-17

Bishop Robert Barron

 

En el Evangelio de hoy Jesús nos instruye en la forma de amar a los demás con el amor de Dios: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en Mi amor como Yo cumplí los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor”.

Mucho depende de la pequeña palabra “permanecer” —menein en griego— que Juan usa con frecuencia en su Evangelio. El amor de Dios se da incondicionalmente como una gracia, pero permanecer en ese amor es cuestión de guardar ciertos mandamientos.

Así es como funciona: el amor de Dios puede habitar verdaderamente en nosotros y convertirse en nuestra “posesión” solo en la medida en que lo damos. Si nos resistimos o tratamos de aferrarnos a Él, nunca llegará a nuestros corazones, cuerpos y mentes. Pero si lo regalamos como un acto de amor, entonces obtenemos más, entrando en el delicioso fluir de la gracia. Si regalas el amor divino, entonces “permanece” en ti.

Esta es la gran doctrina católica de la gracia y de la cooperación con la gracia. No creamos una gran brecha entre ley y gracia, como hicieron algunos de los reformadores. Más bien, decimos que la ley y los mandamientos nos permiten participar del amor que es Dios. Podríamos decir que es una interacción entre un amor condicional e incondicional. Y es precisamente esa la razón por la cual crecemos en el amor.

 

Palabras del Santo Padre

Pero este es un cheque en blanco: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concedo”. Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración podemos establecer una relación de confianza con Él, tanto que en el “Padre Nuestro” Jesús nos ha enseñado a hacerle una serie de peticiones. A Dios podemos pedirle todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios nos sentimos en defecto: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos. Es lo que Jesús demuestra definitivamente en la última cena, cuando dice: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). En ese gesto Jesús anticipa en el Cenáculo el misterio de la Cruz. Dios es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. (Audiencia general, 13 de mayo de 2020)

La paz esté con ustedes. Estamos ya muy cerca de Pentecostés. Lo que hace entonces la Iglesia, es darnos lecturas que tienen ciertas pistas sobre el Espíritu Santo, dándonos una especie de anticipo de esta gran fiesta de la venida del Espíritu.

Así que lo que voy a hacer es un poquito inusual: comentar algo sobre cada una de las tres lecturas, seleccionando estos momentos en que se bosqueja al Espíritu Santo. La primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles. Durante todo el tiempo de Pascua, leemos de los Hechos de los Apóstoles, y Pedro está ahora en la casa de Cornelio.

Es este momento clave en que los Cristianos judíos se reúnen por primera vez con los gentiles, y está sucediendo mucho en ese encuentro.

Pero mientras él está allí, escuchen: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios … se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos”. Es una escena extraña, les seguro eso. Pedro le está hablando a Cornelio, el gentil, y repentinamente el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, desciende sobre todos en esa habitación.

Ahora entonces estos gentiles comienzan a hablar en lenguas. ¿Qué significaba eso? Bueno, probablemente hablar en lenguas que no eran suyas, alabando a Dios en estos idiomas extranjeros. Y dice Pedro, bueno, ¿cómo no bautizar a esta gente? Ya han recibido al Espíritu Santo. Ahora, podrían tentarse de decir, bueno, supongo es una peculiaridad de esos primeros días de la Iglesia, en que sucedieron estas cosas. Pablo, por supuesto, se refiere a hablar en lenguas.

 

Pero miren, puede encontrarse a lo largo de los siglos Cristianos. En mi gran héroe intelectual, Santo Tomás de Aquino, encontramos una exposición sobre hablar en lenguas. Tomás dice,sí, se les otorga a algunos para alabar a Dios y para propagar la fe. El Espíritu es el amor entre el Padre y el Hijo. Lo vemos manifestado en este tipo de escena. ¿Todavía hace estas cosas el Espíritu? ¡Seguro! Estos dones extraordinarios —por su naturaleza, son extraordinarios— no se le dan a cualquiera. Algunas veces el Espíritu entrega dones relativamente ordinarios como enseñanza y evangelización e incluso administración. Pero algunas veces, algunas veces el Espíritu desciende, desciende el fuego, y ocurren estas manifestaciones extraordinarias del amor divino. Esta es entonces nuestra primera pequeña pista de la primera lectura. Escuchen ahora la segunda lectura, que es de la Primera Carta de Juan. ¿Puedo sugerirles esto?

Es siempre un ejercicio valioso abrir la Biblia en la Primera Carta de Juan, porque de muchas maneras es un resumen —en un vocabulario muy sencillo, pero ¡cielos! habla sobre las cosas más profundas— pero es un resumen de la espiritualidad Cristiana.

Escuchen entonces estas palabras simples pero infinitamente profundas: “Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Allí está. Los medievales vieron esto, los teólogos medievales —es el texto clave de la revelación del Nuevo Testamento. Si el nombre de Dios en el Antiguo testamento es ser —Moisés dijo, “¿Qué les diré a los israelitas cuando me pregunten tu nombre?”, y Dios dijo, “Yo soy el que soy”, y de allí proviene la maravillosa tradición de nombrar a Dios como el ser en sí mismo. Por supuesto es correcto. Pero San Buenaventura argumentó, en la Edad Media, que existe un nombre más elevado de Dios, y se nos proporciona aquí. Dios es amor. ¿Cuál es el ser de Dios? Amor. Ahora, miren lo que se sigue de esto. Chesterton lo vio.

De esta doctrina se deriva la Trinidad. Porque amor no es solo algo que Dios hace, no es una de sus actividades o atributos —y todas las religiones proclaman cierta versión de eso pero solo el Cristianismo dice que Dios es amor— bueno, eso significa que dentro de la unidad de Dios, tiene que existir alguien que ama, alguien que es amado y el amor que ellos comparten. Y por eso hablamos del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si Dios solo tiene amor o amar es algo que hace, no necesitaría apelar a la Trinidad. Pero si él es amor, esa es su propia naturaleza. Luego debo referirme a un amante, un amado y un amor compartido. ¿Ven ahora por qué esto nos habla del Espíritu Santo? El Espíritu Santo es el amor que Dios es, y por esa razón que si amamos a los demás, desearemos el bien de los demás. Llegamos a conocer a Dios no de una manera distante, científica, sino que llegamos a conocer a Dios por medio de la participación real en él. De nuevo, “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. El amor auténtico es el fruto del Espíritu Santo que actúa en ti. Así que sí, algunas veces de modos extraordinarios a través de lenguas y estas manifestaciones carismáticas, pero de ordinarios —aunque no es para nada de ordinario. Me refiero a que el amor, cuando en verdad estalla, es la cosa más extraordinaria. Pero cuando amamos de verdad, ese es el signo de que el Espíritu Santo está actuando en nosotros. Escuchen esto ahora: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero”. Allí está ese principio que los teólogos llaman amor de predilección. El amor divino siempre llega primero. Si yo dijera, “Bueno, amo a Dios, estoy buscando a Dios. Estoy interesado en Dios,” bueno, eso puede convertirse muy rápidamente en mi proyecto personal. Eso es la religión, si se quiere. Eso es lo que todas las religiones tienen en común.

Pero luego está esta afirmación. No es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero. Ahora, ¿qué significa eso? El Espíritu Santo vive en nosotros. El Espíritu Santo se nos ha dado como un don. ¿Acaso el Cristo resucitado no sopla sobre sus Apóstoles y les dice, “Reciban el Espíritu Santo”? No es que hayamos amado a Dios, es que Dios nos amó primero. Ese es el Espíritu en nosotros. ¿De acuerdo? Ahora el Evangelio de Juan. Seguimos hablando del Espíritu Santo. Jesús les dijo a sus discípulos —esto es en la noche antes de morir; es el punto cúlmine de su vida— “tal como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”. Bueno, allí está. Permanezcan en el poder del Espíritu Santo.

 

Pero escuchen ahora: “Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Existe en la vida espiritual Cristiana un vínculo entre el amor incondicional de Dios y el amor condicional de Dios. Sé que es un poco pasado de moda decir eso, pero es verdad. ¿Somos amados incondicionalmente? Sí, hemos sido amados a la existencia. Dios nos crea “ex nihilo”. Dios nos crea. No nos ganamos eso de ninguna forma. Por eso, por supuesto, el amor de Dios es incondicional. No es que ustedes me amaron; yo los amé primero. Pero si quieren permanecer en mi amor, entonces tienen que guardar mis mandamientos. Eso es condicional. Ahora, no es que Dios se haga el difícil o sea complicado o sea controlador. No, no, para nada. Les he dado el Espíritu Santo. Ahora, si quieren permanecer en el Espíritu Santo, ¿qué tienen que hacer?

Tienen que convertir sus vidas en un don. “Como el Padre me ama, así los amo yo”, dice el Señor, y entonces el Señor dice, “los he amado, entonces ustedes deben amarse los unos a los otros”. Para permanecer, vean, para permanecer en el Espíritu Santo. Debemos dar el Espíritu Santo como un regalo. Si comprenden eso, comprenden toda la vida espiritual. Comprenden la Ley y los profetas, comprenden todo lo que cada maestro espiritual intenta enseñarles. Reciban el Espíritu Santo y luego dónenlo en amor. “Les he dicho esto”, continua el Señor, “para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”. Oh, si pudiera —esto está basado en casi cuarenta años de predicación— si pudiera sacar esta visión de las mentes y corazones de lagente de que Dios es esta especie de personaje tiránico que nos pone a prueba todo el tiempo, que está desconforme con nosotros y coloca sobre nosotros exigencias imposibles. Tenemos que extirpar eso de nuestras mentes y corazones. ¿Qué desea Dios? De nuevo, escuchen: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.

Le preguntaron a Tomás de Aquino qué hace Dios todo el día. Su respuesta fue que goza en sí mismo. Esa es la respuesta perfecta, porque Dios saborea su propia bondad. ¿Qué quiere Dios entonces? Compartir eso con nosotros. ¿Quién es el Espíritu Santo? El amor que Dios es. Y entonces el Espíritu Santo, la bandera del Espíritu Santo, se ha dicho —del mismo modo que saben que el monarca de Inglaterra está en el Palacio de Buckingham, su bandera flamea sobre el palacio— entonces la bandera del Espíritu Santo es la alegría. No me hablen de Cristianos tristes. No me hablen de Cristianos tristes. Pueden ir sobre ruedas en la vida moral, y tener la doctrina correcta, pero si son tristes, no están viviendo en el Espíritu Santo. Punto. Punto. Fin de la discusión. Por esa razón es un enfoque agobiante, antievangélico el de los Cristianos, que incluso siendo correctos en la doctrina y la moral, irradian infelicidad. No tienen en ellos al Espíritu Santo.

Para eso “he venido”, dijo Jesús, “para que tengan vida y la tenga en abundancia”, y aquí “para que mi alegría esté en ustedes”. Esa es la bandera del Espíritu Santo. Y luego finalmente, escuchen: “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, … a ustedes los llamo amigos”. Lo he sugerido también, este es otro texto en el que de cierta manera se expresa la totalidad de la revelación Cristiana. Es que, toda religión hablará de convertirse en el siervo de Dios o de obedecer a Dios y seguir sus mandamientos. Seguro, y eso está bien y es verdad. Pero luego esta esto, esta afirmación rara, que “No los llamo siervos. Los llamo amigos”. Si le dijeran a Aristóteles que puedes ser amigo de Dios, les diría que están locos. No pueden ser amigos de alguien que es infinitamente superior a ustedes. No, pero al darnos el Espíritu Santo, al compartir con nosotros su vida interior, Dios nos hizo dignos de una amistad verdadera con él. Ahora, ¿qué hacen los amigos? Bueno, se aman entre sí, se siguen entre sí y se obedecen y se escuchan entre sí. Si son amigos de Dios, no van a vivir esa especie de vida salvaje, irresponsable, inmoral. No, al contrario, vivirán de acuerdo a la voluntad de Dios. Así que, ocupen un poco de tiempo con estas tres lecturas, porque nos están preparando para Pentecostés. Nos están preparando para la venida del Espíritu, que algunas veces viene en estas maneras extraordinarias, típicamente se manifiesta en nuestra capacidad de amar, que nos da alegría, alegría, alegría y nos invita a la amistad con Dios. Que Dios los bendiga.

 

Bajo su manto: La Maternidad espiritual de María en la vida de la Iglesia

 

 

María, como madre espiritual, nos enseña a abrir nuestros corazones al amor de Dios y a compartir ese amor con el mundo.

La figura de la Virgen María, en su maternidad extendida a toda la Iglesia, es un faro de esperanza y un símbolo de amor incondicional. En la catequesis del Papa Francisco del 24 de marzo de 2021, nos invita a contemplar a María no solo como la madre de Jesús, sino como la madre de todos nosotros, una madre que nos acoge bajo su manto protector y nos guía con su ejemplo de fe y devoción.

Bajo el manto de María

Desde la cruz, Jesús nos legó un regalo de incalculable valor: la maternidad de María. En ese acto de amor supremo, nos encomendó a su madre, asegurándose de que no estuviéramos solos en nuestra jornada espiritual. Los frescos y cuadros medievales a menudo retratan a María con su manto extendido, cobijando a los fieles y a la Iglesia misma, simbolizando su protección y cuidado maternal
Madre, no Diosa

Es esencial recordar que María, en su grandeza, permanece humana, una madre que intercede por nosotros, pero no una deidad. La distinción que hace el Papa Francisco es clara: María es venerada, amada y respetada, pero no adorada. Los títulos que se le otorgan son expresiones de cariño filial, no de divinización.

La unicidad redentora de Cristo

Las alabanzas a María, por más hermosas y poéticas que sean, no deben oscurecer la verdad central de nuestra fe: Jesucristo es el único Redentor. Las expresiones de amor hacia María son reflejo de nuestro amor humano, a veces exagerado, pero siempre sincero y bienintencionado.

Theotokos: Madre de Dios

 

El título “Theotokos”, confirmado por el Concilio de Éfeso, es un reconocimiento de la singularidad de María como la madre de Jesús, Dios hecho hombre. Este título refleja la profunda conexión entre la humanidad y la divinidad, una relación que María personifica de manera única.

Intercesión Maternal

En la oración del Ave María, pedimos a María que interceda por nosotros, reconociendo su cercanía y su capacidad de comprender nuestras luchas y pecados. Su intercesión es un acto de ternura maternal, un puente entre nosotros y Dios.

María en Nuestra Vida

María, como primera discípula, nos muestra el camino hacia la vida eterna. Su presencia en las situaciones concretas de la vida y en el momento final de nuestra existencia terrenal es un recordatorio de que no estamos solos. Su amor y guía son un consuelo en la vida y una promesa de acompañamiento en la muerte. La reflexión sobre María nos lleva a una mayor comprensión de nuestra propia vocación como hijos e hijas de la Iglesia. Nos invita a vivir con la esperanza y la fe que ella demostró, y a buscar su intercesión en nuestro
camino hacia la santidad. María, como madre espiritual, nos enseña a abrir nuestros corazones al amor de Dios y a compartir ese amor con el mundo.

 

Hilario de Arlés, Santo

Obispo, 5 de mayo
Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa

Martirologio Romano: En Arlés, en la región de Provenza (Francia), san Hilarío, obispo, que, después de llevar vida eremítica en Lérins, fue promovido, muy a su pesar, al episcopado, en donde trabajando con sus propias manos, vistiendo una sola túnica tanto en verano como en invierno y viajando a pie, manifestó a todos su amor por la pobreza. Entregado a la oración, los ayunos y las vigilias, y perseverando en una predicación continua, mostró la misericordia de Dios a los pecadores, acogió a los huérfanos y no dudó en destinar para la redención de los cautivos todos los objetos de plata que se conservaban en la basílica de la ciudad. († 449)

Breve Biografía

Obispo, nacido por el año 401; fallecido el 5 de Mayo del 449.

El lugar preciso de su nacimiento es desconocido. Todo lo que se ha dicho es que perteneció a una notable familia de la parte Norte de Galia, de la cual probablemente descendió San Honorato, su predecesor de la Sede de Arles.


Culto y rico, Hilario había calculado todo para asegurar su éxito en el mundo, pero abandonó honores y riquezas ante las urgentes demandas de Honorato, acompañándolo a la ermita de Lerins, que este ultimo había fundado y dedicándose él mismo bajo la santa obediencia a practicar la austeridad y el estudio de la Sagrada Escritura.

Mientras tanto Honorato, quién había llegado a Arzobispo de Arles, estaba a punto de morir. Hilario corrió a su lado y lo asistió en sus últimos momentos. Estaba Hilario por partir de regreso a Lerins cuando fue retenido por la fuerza y proclamado arzobispo en lugar de Honorato.

Obligado a ceder a esta coacción, emprendió resueltamente las tareas de su pesado cargo, y asitió a varios concilios que tuvieron lugar en Riez, Orange, Vaison y Arles.

Seguidamente empezó entre él y el Papa San Leo la famosa riña que constituye una de las etapas más curiosas de la historia de la Iglesia de Gallicia. En una reunion de obispos que presidió en el año 444 y en la que estuvieron presentes San Euterio de Lyon y St German de Auxerre, destituyó por incapacidad a un tal Cheldonius.

Este ultimo se apresuró a ir a Roma, tuvo éxito en la intercesión de su causa ante el Papa y como resultado fue reinstalado en su sede. Hilario entonces solicitó al Papa San Leo que justificara su acción sobre el asunto, pero no fue bien recibido por el soberano pontífice y fue obligado a regresar precipitadamente a Galia.

Después de esto envió a algunos sacerdotes a Roma a explicar su conducta pero sin ningún buen resultado. Además algunas personas que estaban hostiles por dicho asunto llevaron varias acusaciones contra él a la Corte de Roma, por lo cual el Papa excomulgó a Hilario, transfiriendo las prerrogativas de su sede a Frejus y motivó la proclamación del Emperador Valentiniano III con el famoso decreto que liberaba a la Iglesia de Viena de toda dependencia de Arles.

Sin embargo hay razones para creer que una vez terminada la tormenta, fue restaurada la paz rápidamente entre Hilario y Leo. Estamos lejos de la época en que ocurrió esta memorable riña y los documentos que pueden arrojar una luz sobre ella son muy pocos para permitirnos emitir un juicio definitivo sobre esta causa y sus consecuencias.

Evidentemente existe el hecho que los respectivos derechos de la Corte de Roma y de la ciudad no estaban suficientemente clarificados en ese tiempo y que el derecho de apelación al papa, entre otros, no estaban explícitamente reconocidos. Existe un número de escritos que se atribuyen a San Hilario, pero están lejos de ser auténticos. Pere Quesnel los coleccionó todos en un apéndice al trabajo en el que ha publicado los escritos de San Leo.