HOY ES SAN ROBERTO ABAD.

Ven, ya que estamos, porqué el Vaticano II insiste en que la Misa y la Eucaristía son la fuente y culmen de la vida Cristiana. Ese es el lugar en que se unen la divinidad y la humanidad. Ese es el lugar en que se reconcilian. Allí es donde sucede la práctica sacerdotal. Nuevamente, la tragedia es que muchos de nuestros hermanos y hermanas Católicos están alejados de esto. No, no, estos sacerdotes del templo, mucho tiempo atrás, lo comprendieron y vinieron. Aceptaron la fe. Nosotros hoy entonces necesitamos aceptar la fe. Así que con todo esto en mente de la primera lectura, escuchen ahora esto de la Primera Carta de Pedro. Dice él, “Acérquense al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios; porque ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual”. Es una frase extraordinaria, ¿cierto? ¿Quién es Jesús? Él es el templo. “Voy a derribarlo y lo reconstruiré en tres días”, refiriéndose al templo de su cuerpo. “Aquí tienen a alguien más grande que el templo”. ¿Quién es él? Es el sumo sacerdote. ¿Quiénes somos nosotros entonces? “Oh, somos seguidores de Jesús. Somos sus discípulos. Pensamos que sus enseñanzas son geniales”. Nada más trivial que eso. No. Escuchen a Pedro: somos como piedras vivas “en la edificación del templo espiritual”.

Somos miembros de su Cuerpo Místico. Cambien un poquito la metáfora: somos las piedras vivas que constituimos el templo que él es. Eso es lo que sucede, ya que estamos, cada vez que asistimos a Misa. No somos simplemente gente que mira un concierto. “Voy a presentarme y sentarme en mi silla y observar lo que está sucediendo allí”. No, no. Están participando en el Cuerpo Místico. Son piedras vivas edificando el templo. Son sacerdotes, ¿cierto? Todos los que me están escuchando que han sido bautizados. Son sacerdotes, profetas y reyes, y cuando vienen a Misa, están ejercitando su responsabilidad sacerdotal, su dignidad sacerdotal. Así que ahora, escuchen cómo sigue el capítulo segundo de Pedro: Deben convertirse en un “un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo”. Oh, no, eso es para obispos y sacerdotes allí en el altar. Bueno, sí, en un sentido muy único e indispensable, sí. Pero todos los que asisten a Misa están ejercitando su sacerdocio. Cuando unen sus plegarias a las del sacerdote, unen sus sacrificios al sacrificio de Cristo, son un sacerdote en este templo. Largo tiempo atrás, muchos sacerdotes lo comprendieron, y aceptaron la fe.

Ustedes son sus descendientes espirituales. Y escuchen ahora cómo sigue: “Ustedes, por el contrario”, estoy citando aquí, “son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada”. Qué maravilloso, ya que estamos, sacerdocio real. Eso significa que son reyes y son sacerdotes. Bueno, ese es David, ¿cierto? El “Mashiach”, el ungido. David fue rey, efectivamente. Pero también, cuando danza frente al arca de la alianza, ese es un acto litúrgico. También es sacerdote. Bueno, cada uno de ustedes bautizados, cada uno está ejerciendo su privilegio en Misa, están interviniendo como sacerdotes y como reyes. Lo he dicho muchas veces antes, y el Vaticano II lo dice: es conforme a su alabanza correcta que encauzan al mundo pertinentemente. Si adoran a lo equivocado, adoran al placer o al dinero o poder u honor, harán del mundo el peor lugar. Si colocan estos valores en lo más alto, harán del mundo el peor lugar. Pero cuando adoran a Dios, esa es una tarea sacerdotal, ¿cierto? Están en el templo, son sacerdotes ofreciendo alabanza en la dirección correcta. Irradiarán hacia afuera la mejoría del mundo. Eso es esencial. Bien, estuve haciendo la primera lectura, la segunda lectura, así que simplemente dos palabras sobre el Evangelio, porque también trata al menos indirectamente sobre el sacerdocio.

Todo ello, pienso, está resumido en este Evangelio de Juan hoy. Jesús se presenta a sus discípulos como el sacerdote perfecto. ¿Por qué? Porque es el mediador entre Dios y la humanidad. ¿Cómo sabemos eso? Bueno, escuchen lo que dice cuando le preguntan, “Señor, . . . ¿cómo podemos saber el camino?”. ¿Cuál es su camino al Padre? ¿Qué dice Jesús? “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Este es el comentario de Tomás de Aquino sobre eso. En su divinidad, él es verdad y vida. ¿Qué cosas queremos nosotros? Bueno, queremos la plenitud de la verdad. Eso es Dios. Queremos la plenitud de la vida. Eso es Dios. Jesús dice entonces, soy eso, soy la verdad y la vida. Soy el objetivo de toda su búsqueda. Pero, dice Aquino, en su humanidad, él es el camino. ¿Cómo llegamos a la verdad y a la vida? Bueno, miramos e imitamos e ingresamos en su humanidad. Observen algo ahora. ¿Qué es un sacerdote? ¿Qué es un sacerdote? El sacerdote es alguien que reconcilia divinidad y humanidad, que une el cielo y la tierra. Ese es Jesús. “Yo soy el camino” —esa es mi humanidad. “Yo soy la verdad y la vida” —divinidad. Soy aquel en quien estas dos realidades se unen. Por tanto, soy el sumo sacerdote. Y una vez más, no admiramos solamente esa realidad que está allá arriba, fuera en algún lugar. No, no. Participamos en ella. Somo piedras vivas del templo. Somos participantes de su sacerdocio real. Muchos sacerdotes aceptaron la fe largo tiempo atrás. Nosotros somos los descendientes. Todos los que me están escuchando ahora y son bautizados: somos descendientes de aquellos sacerdotes que aceptaron la fe. Así que mientras nos acercamos al final de este tiempo de Pascua, tomen consciencia de su dignidad, especialmente cada vez que asistan a Misa. Y Dios los bendiga.

  • Mark 12:18-27

En el Evangelio de hoy Jesús confronta a los saduceos, quienes no creían en la resurrección de los muertos. Propusieron el siguiente enigma que pensaron iba a refutar la resurrección: si una mujer se casara con siete hermanos, todos los cuales murieron, ¿de quién sería esposa en la resurrección?

Observen cómo Jesús trata este pequeño enigma. Dejándolo a un lado, les dice: “Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo”.

¿Qué nos está diciendo aquí Jesús mientras deja a un lado esta pequeña casuística? ¿Qué es el Cielo ¿Es escaparnos del cuerpo? No, eso no es. Esa no es la visión bíblica. El Cielo es un lugar donde nuestro cuerpo será tan rico e intenso que podremos relacionarnos con todos los que nos rodean de la manera más íntima, poderosa y más rica posible.

Y allí estaremos completamente vivos, porque como Jesús explicó acerca de la Torá, nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de los vivientes.

Con esta respuesta, Jesús invita, en primer lugar, a sus interlocutores ―y a nosotros también― a pensar que esta dimensión terrenal en la que vivimos ahora no es la única dimensión, sino que hay otra, ya no sujeta a la muerte, en la que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios. Es un gran consuelo y esperanza escuchar estas palabras sencillas y claras de Jesús sobre la vida más allá de la muerte; las necesitamos sobre todo en nuestro tiempo, tan rico en conocimientos sobre el universo pero tan pobre en sabiduría sobre la vida eterna. Esta clara certeza de Jesús sobre la resurrección se basa enteramente en la fidelidad de Dios, que es el Dios de la vida. De hecho, detrás de la pregunta de los saduceos se esconde una cuestión más profunda: no sólo de quién será esposa la mujer viuda de siete maridos, sino de quién será su vida. Es una duda que atormenta al hombre de todos los tiempos y también a nosotros: después de esta peregrinación terrenal, ¿qué será de nuestras vidas? ¿Pertenecerá a la nada, a la muerte? (Ángelus 10 de noviembre de 2019)

Roberto de Newminster, Santo

Abad, 7 de junio

Por: Redacción | Fuente: Enciclopedia Católica | ACI Prensa

Martirologio Romano: En Newminster, en el territorio de Northumberland, Inglaterra, san Roberto, abad de la Orden Cisterciense, el cual, amante de la pobreza y de la vida de oración, junto con doce monjes instauró este cenobio, que a su vez fue origen de otras tres comunidades de monjes. († 1157)

Breve Biografía

Nació en el distrito de Craven (Yorkshire), probablemente en el pueblo de Gargrave; murió el 7 de junio de 1159.

Estudió en la Universidad de París, donde se dice que compuso un comentario a los Salmos; se hizo cura de Gargrave y luego benedictino en Whitby, desde donde se unió, con el permiso del abad, a los fundadores del monasterio cisterciense de Fountains.

Alrededor de 1138, encabezó la primer colonia mandada desde Fountains y estableció la abadía de Newminster, cerca del castillo de Ralph de Merlay, en Morpeth (Northumberland). En el tiempo que fue abad, se mandaron tres colonias de monjes y se fundaron monasterios: Pipewell (1143), Roche (1147) y Sawley (1148).

La vida de Capgrave nos dice que sus propios monjes lo acusaron de mala conducta y que viajó al extranjero (1147-48) para defenderse ante san Bernardo; mas se duda de la veracidad de esta historia, que pudo haber surgido de un deseo de asociar personalmente al santo inglés con el máximo de los cistercienses.

Su tumba en la iglesia de Newminster se convirtió en objeto de peregrinaje.

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Fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler

Gargrave, localidad del distrito de Craven, en Yorkshire, fue el lugar de nacimiento de san Roberto. Tras de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue rector en Gargrave durante un tiempo y después tomó el hábito de los benedictinos en Whitby. Algo más tarde, obtuvo el permiso de su abad para unirse a otros monjes de la abadía de Saint Mary, en York, quienes se habían agrupado, autorizados por el arzobispo Thurston, y en los terrenos que le habían sido cedidos, con el propósito de dar nueva vida a la estricta regla benedictina.

Ahí, en la mitad del invierno, en condiciones de extrema pobreza, sobre el desnudo suelo del valle de Skeldale, fundaron los monjes un monasterio que, más tarde, llegaría a ser famoso como Fountains Abbey (Abadía de las Fuentes), nombre que se le dio en relación con unos manantiales que había en las proximidades. Por su expreso deseo, los monjes estaban afiliados a la reforma del Cister, y Fountains se convirtió, con el tiempo, en una de las casas más fervientes de la orden. El espíritu de la santa alegría imperaba sobre una vida de ejercicios de devoción, alternados con los duros trabajos manuales. En un sitio prominente entre los monjes se hallaba san Roberto, en razón de su santidad, su austeridad y la dulzura inmutable de su carácter. «En sus modales era extremadamente modesto -dice la Crónica de Fountains-, lleno de gentileza cuando estaba en compañía, misericordioso en los juicios y ejemplar en la santidad y sabiduría de sus conversaciones».

Ralph de Merly, el señor de la región de Morpeth, visitó la abadía en 1138, cinco años después de su fundación, y quedó tan hondamente impresionado por la virtud de los hermanos, que decidió construir un monasterio para el Cister en sus propiedades. Para habitar en la nueva casa, conocida con el nombre de abadía de Newminster, lord Morpeth sacó de Fountains a doce monjes y, para gobernarlos, se nombró abad a san Roberto. El santo conservó el puesto hasta su muerte. A fuerza de trabajo constante, logró que la abadía floreciese de manera tan extraordinaria, que, para 1143, pudo fundar una segunda casa en Pipewell, en Northamptonshire y, más tarde, otras dos en Sawley y en Roche.

Como hombre entregado a la meditación y a la plegaria que era, escribió un comentario sobre los Salmos que, desgraciadamente, no ha sobrevivido. Se le habían otorgado dones sobrenaturales y tenía poder sobre los malos espíritus. Hay una anécdota que ilustra el espíritu de mortificación de que estaba dotado. Se sometía a ayunos tan rigurosos durante la Cuaresma, que, en una ocasión, al llegar la Pascua, ya había perdido enteramente el apetito. «¡Ay, padre mío! ¿Por qué no queréis comer?», le preguntó entristecido el hermano encargado del refectorio. «Creo que me comería un panecillo de avena con mantequilla», repuso el abad. En cuanto le trajeron lo que había pedido, no se atrevió a locarlo, por considerar que, si lo hacía, era como ceder a la gula y, a fin de cuentas, ordenó que se diera el panecillo a los pobres. En la puerta del convento recibió el pan un joven y hermoso peregrino, quien inmediatamente desapareció, con todo y el plato.

Cuando el hermano tornero trataba de dar explicaciones plausibles sobre la desaparición del recipiente, el mismo plato quedó de pronto sobre la mesa, frente al abad. Todo el mundo afirmó que el hermoso peregrino que se comió el panecillo era un ángel.

Afirman las crónicas que, en su juventud, san Roberto estudió en París, y registran un segundo viaje suyo al continente, cuando fue blanco de algunas críticas por parte de sus monjes, en relación con ciertos informes falsos sobre mala administración de su abadía, y decidió ir a visitar a san Bernardo para ponerle en claro las cosas. Pero éste, que evidentemente conocía a fondo a san Roberto, resolvió que no había necesidad de desmentir las necias acusaciones ni de defenderse contra los cargos. La mencionada visita debe haber tenido lugar en 1147 o 1148, puesto que por entonces y antes de regresar a Inglaterra, se entrevistó san Roberto con el Papa Eugenio III. El abad de Newminster visitaba a menudo al ermitaño san Godrico, por quien sentía particular afecto. La noche en que san Roberto murió, san Godrico vio ascender su alma al cielo como una bola de fuego. La fecha era el 7 de junio de 1159. La fiesta de san Roberto se conmemora en la diócesis de Hexham.

Un Dios vivo

Santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27. Miércoles IX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por este momento que me regalas para estar en tu presencia. Sólo quiero decirte que te amo. Deseo que mi vida te haga sonreír. Soy débil, Tú bien lo sabes; conoces mis miedos, mis dificultades, mis pecados… mis deseos de ser feliz. Sabes mejor que nadie que, a pesar de todos mis errores, sólo quiero amar y ser amado en plenitud. Dame la gracia de experimentar un poco más el infinito amor que Tú me tienes.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27

En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano.

Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete”. Jesús les contestó: “Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, hoy me dices en este evangelio que eres un Dios de vivos y no de muertos. ¡Tú eres la vida misma! ¡Estás vivo! Parece una cosa muy trivial Jesús, pero tantas veces lo paso por alto.
He escuchado tanto de tu resurrección, que ya no me sorprende. A menudo te trato más como un muerto que como un vivo.
Con un muerto no puedo platicar a solas disfrutando un café; no puedo construir mi futuro con él; difícilmente le pediré consejo a un muerto cuando necesito tomar una decisión importante en mi vida; dudo que yo sería capaz de amar y dar la vida por alguien muerto… ¡Y tantas veces yo te he tratado igual que a un muerto!

He pasado por alto que vives en mí, que puedo dialogar contigo, que me escuchas en todo momento y que, también, me hablas a través de todo lo que sucede a mi alrededor. Tantas veces te he dejado fuera de mis planes, de mi futuro…de mi «vida»…pero ¿qué vida puedo tener lejos de quien es LA VIDA?

Perdóname, Jesús, porque he dejado que poco a poco la rutina, las preocupaciones y el ajetreo de la vida diaria vayan ahogando mi vida hasta reducir tu gran reino de vida a un ínfimo rincón de mi alma; tu palabra viva, a un mero libro de historia…; la vida que me has dado en mi bautismo, al puro nombre de cristiano.

Jesús, vida de mi vida, ayúdame.
Desde mi error quiero volver a ti, que eres la verdad.
Desde mi pecado, quiero tornar a ti, que eres misericordia.
Desde mi muerte, quiero regresar a ti, que eres LA VIDA… que eres Dios de vivos y no de muertos.
Conviérteme, Jesús, y quedaré convertido…hazme realmente vivir, y viviré por tu amor para ti.

«El Espíritu es el don de Dios, de este Dios, Padre nuestro, que siempre nos sorprende: el Dios de las sorpresas. Y esto porque es un Dios vivo, es un Dios que habita en nosotros, un Dios que mueve nuestro corazón, un Dios que está en la Iglesia y camina con nosotros; y en este camino nos sorprende siempre. Por eso como Él ha tenido la creatividad de crear el mundo, así tiene la creatividad de crear cosas nuevas todos los días. Él, es el Dios que nos sorprende».

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de mayo de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, para sacudirme la rutina, voy a llevarle un poco de comida a un pobre y lo voy a invitar a rezar.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios de vivos

¿Es que tiene que morirse alguien para que la Iglesia se llene?

Antiguamente en muchos de nuestros pueblos, cuando tenía lugar un entierro, la familia del difunto o alguna cofradía se mostraban generosas con los asistentes, repartiendo pan, vino y escabeche. Era una manera de agradecer el favor y de facilitarles el sustento por otra parte necesario ya que generalmente acudían a pie. Así mismo los familiares más allegados tenían su particular banquete que a veces ayudaba a mitigar la pena, dando lugar al consabido refrán de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”- También los curas aprovechaban la celebración para comer juntos no sin rematar la faena con algunos pases de tresillo.

Eran otros tiempos. Pero hoy día la gente sigue muriendo igual que antes. No obstante las circunstancias son distintas. Los medios de comunicación llevan la noticia del deceso a todas partes y los coches y otros medios de transporte facilitan la asistencia desde los lugares más remotos. Y de hecho hay que decir que en general es mucha la gente que acude a los entierros. A veces demasiada en el sentido de que a muchos no les es posible participar en la ceremonia religiosa porque se desborda la capacidad de los templos.

No sería mala idea que los curas pusieran un altavoz exterior para que pudieran desde fuera seguir la ceremonia y así el personal no tenga un pretexto para darle a la lengua.

Así mismo no deberíamos olvidar los sacerdotes que, siguiendo aquello de San Pablo de “predicar a tiempo y a destiempo”, tenemos una ocasión privilegiada para evangelizar. Y también -por desgracia- para producir el efecto contrario.

Lo cierto es que aun cuando en algunas partes parece que desciende la asistencia a la misa dominical, hay cada día más ocasiones en las que las iglesias se llenan con ocasión de los entierros. Pero no podemos menos que hacernos una pregunta: ¿es que tiene que morirse alguien para que la Iglesia se llene?. Hace algunos meses dos jóvenes se fueron con el coche por un precipicio. Los dos salieron ilesos. Era un domingo por la mañana, antes de misa. Me atreví a decirles: “si se hubieran matado mañana la iglesia quedaría muy pequeña para acoger a la multitud. Afortunadamente no vendrá nadie. ¿Pero no merecería la pena que el próximo domingo viniera todo el pueblo a dar gracias a Dios porque no pasó nada?”. La invitación quedó hecha, pero para algunos la misa sólo vale si hay muerto.

Siempre he dicho que si no fuera la muerte muchos curas tal vez tendríamos que ir al paro. Y no lo digo en el plan de cura a quien preguntaron a ver qué tal le iban las cosas y dijo en su lengua materna: “Mal, mal, non morre nadie”. Está bien ir a los entierros, es una obra de misericordia. Por supuesto que está muy bien participar conscientemente en la Eucaristía, rezar, escuchar la palabra de Dios con ocasión de los funerales. Pero, ante todo, no olvidemos que Dios es un Dios de vivos; que hay muchas más celebraciones que las de difuntos, que ser cristiano es mucho más que ser enterrador.

La pobre pastora que sostuvo entre sus brazos a la moribunda Teresa de Ávila

Wikipedia

La gran Doctora de la Iglesia iba acompañada de una campesina muy humilde… y muy santa: Ana de San Bartolomé

En el siglo XVI, la Iglesia tenía problemas. Acosada desde fuera por la Reforma protestante y desde dentro por sacerdotes y religiosos mediocres, la Iglesia necesitaba héroes, santos brillantes y elocuentes de la Reforma católica, como Ignacio de Loyola y Francisco de Sales. Necesitaba de la noble, brillante y honesta Teresa de Ávila.

También necesitaba de Ana de San Bartolomé, común, corriente y sin educación. Séptima hija de una familia campesina muy devota, Ana (1549-1626) pasó su infancia como pastora y quedó huérfana a los 10 años. Desde ese momento, sus hermanos empezaron a mirar por el futuro de la afligida niña, discutiendo cómo prepararían un matrimonio para ella. Pero Ana quería ser una esposa de Cristo.

Una aparición de Jesús

Considerando sus opciones, pensó que quizás podría convencerse de casarse con un hombre que fuera justo, muy prudente y muy guapo.

Con los primeros albores de esta decisión, Jesús mismo se le apareció diciendo: «Yo soy a quien amas y con quien debes casarte».

Desde aquel momento nada pudo persuadir a Ana para que aceptara a otro esposo, y eso que los obstáculos que le surgieron a veces parecían insuperables.

Los hermanos de Ana no estaban muy entusiasmados con su deseo de ser monja. Estaban convencidos de que no perseveraría en la vida religiosa y que al marcharse traería vergüenza a la familia, así que hicieron lo posible por presentarle a un hombre bien casadero. Ana, por su parte, se vestía con harapos y se negaba a hablar con los hombres interesados en ella.

El deseo de ser monja

Cuando el Señor por fin se apareció a Ana en sueños y la condujo a las carmelitas, a las monjas de santa Teresa de Ávila (que seguía viva), Ana no cabía en sí de júbilo, pero la rechazaron por ser demasiado joven.

Después de aquello, la resistencia de sus hermanos aumentó; la hicieron trabajar en el campo con los hombres contratados y le daban el doble del trabajo de los hombres para quebrar su voluntad.

A pesar de las tentaciones de pecar que la acosaban, Ana sintió la fortaleza del Señor para soportar las pruebas que se le presentaban.

Pero el diablo no estaba contento con esas tentaciones y, una noche, Ana se encontró cara a cara con un demonio. Aunque invocó la ayuda de la Trinidad y fue protegida, el terror fue tal que cayó gravemente enferma.

A medida que avanzaba su enfermedad, su familia creció en preocupación y finalmente la llevaron al santuario de San Bartolomé, donde fue sanada.

La oposición familiar entonces cambió de rumbo; se mostraron felices de dejarla convertirse en monja, decían, pero ¿por qué tan lejos? Seguramente podría entrar en un convento cercano donde podría salir para ver a su familia de vez en cuando.

Carmelita cercana a santa Teresa

Cuando Ana permaneció firme a su compromiso para seguir la voluntad de Dios para el Carmelo, uno de sus hermanos se enfureció tanto que desenvainó su espada para matarla.

Después de que una de sus hermanas lo detuviera, la familia se dio cuenta de que su hostilidad hacia la vocación de Ana era antinatural (diabólica, diría Ana) y finalmente le permitieron unirse a Teresa de Jesús y las otras carmelitas descalzas; tenía 21 años.

Ana entró como laica (el camino de los pobres y no educados que eran llamados a trabajar, en oposición a las monjas de coro más aristocráticas que cantaban el oficio divino), pero santa Teresa misma le tenía mucho cariño.

Teresa ordenó a Ana que aprendiera a leer y escribir, la nombró su secretaria y la llevó consigo en todos los viajes que hizo a diferentes conventos durante los últimos cinco años de la vida de Teresa.

La gran Doctora de la Iglesia, en honor de quien recibieron sus nombres santa Teresa de Lisieux y Madre Teresa de Calcuta, falleció en los brazos de una pobre pastora que había sido analfabeta hasta pasados los veinte años.

El triunfo de la humildad

No es sorpresa que estos tejemanejes despertaran la envidia y los recelos de otras hermanas, en especial cuando (después de la muerte de Teresa) se pidió a Ana que se convirtiera en monja de coro para poder ser una priora.

A pesar de la reticencia de otras hermanas y de la suya propia, Ana fue obediente, confió en la voluntad de sus superioras y la profecía que dio a conocer años antes Teresa de que pasaría precisamente eso.

No obstante, comentó al Señor que su ascenso a este puesto era injusto, ya que ella era débil como una paja. En un sueño, Jesús le respondió:

«Con paja enciendo yo mi fuego«.

Ana pasó el resto de su vida trabajando para encender los corazones por Jesús como priora de varios conventos y como escritora espiritual y poeta, pero nunca olvidó sus humildes orígenes ni se creyó demasiado digna como para trabajar duro.

A través de la fidelidad de Ana, la obra de santa Teresa de Ávila se extendió por toda Europa y, por fin, a todo el mundo. El 7 de junio, fiesta de la beata Ana de San Bartolomé, pidamos su intercesión por las personas cuyas familias se oponen a sus vocaciones y por aquellos cuyo trabajo parece más de lo que pueden abordar. Beata Ana de San Bartolomé, ¡reza por nosotros!

Nardo del 7 de Junio:
¡Oh Sagrado Corazón, qué sensible y sencillo sos!

Meditación: Me parece entrever por una ranura de la casa de Nazaret a un Joven trabajador que con habilidad modelaba un rústico trozo de madera; en el aire se percibe un rico olor a viruta fresca…parece absorto. De repente y ante una suave voz levanta Su cabeza…es el Rostro de Mi Señor, que diligente y obediente responde al llamado de Su Madre. En la otra habitación, en su lecho un anciano agonizante respira agitadamente…es el pobre papá José. En la Mirada Amorosa de aquel Joven Niño se reflejan tanto amor, tanto dolor, tanta paz. Entre tiernos cuidados y santas lágrimas José inicia su marcha, hasta que se abra la Puerta de la Morada Santa.
¿Somos capaces de imitar la sencillez y el amor que el Señor prodigó a todos los que tocó en Su vida terrena?. ¿O escapamos en el mundo de hoy del cuidado de los ancianos y necesitados?. Justificándonos en que tenemos nuestro trabajo y en que no podemos angustiarnos tanto, ni siquiera podemos dar una sonrisa para aquel que agoniza. ¡Tenemos que vivir…vivir para morir!. Amar de verdad es dar todo hasta desgarrar nuestro mísero corazón en ofrenda al Señor, como lo hizo el Redentor.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Demos cuidado y amor a un anciano necesitado, como lo hizo y lo  hace el Señor.
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.