En el Evangelio de hoy Jesús establece condiciones para el discipulado: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. … El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Bueno, hagamos un pequeño experimento mental. ¿Te imaginas a algún otro líder o fundador religioso diciendo algo así?

¿Podrías sinceramente imaginarte a Mahoma diciéndolo? ¡No! Él podría haber dicho: “Quien ama a su padre o a su madre más que el Corán . . .” ¿Podrías sinceramente imaginarte al Buda diciéndolo? ¡No! Él podría haber dicho: “Quien ama a su padre o a su madre más que a mis enseñanzas . . .” ¿Te imaginas a Moisés diciéndo esto? ¡No! Quizás podría haber dicho: “El que ama a su padre o a su madre más que al Señor . . .”

Pero ninguno diría: “Quien ama a su padre o su madre más que a  no es digno de ”. Esto es precisamente lo que dice Jesús, y lo que hace toda la diferencia. Porque Él no es un fundador religioso entre muchos, ni un profeta de la verdad en una larga tradición de profetas. Él es a quién apuntan todas las religiones, directa o indirectamente; Él es, en Su persona, la verdad de la que todos los profetas testifican.

Jesús ciertamente no pretende subestimar el amor a los padres y a los hijos, pero sabe que los lazos de parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden desviar del verdadero bien. Lo vemos: ciertas corrupciones en los gobiernos se dan precisamente porque el amor por la parentela es mayor que el amor por la patria y ponen en los cargos a los parientes. Cuando, por el contrario, el amor a los padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces se hace plenamente fecundo y produce frutos de bien en la propia familia y mucho más allá de ella. Luego dice Jesús a sus discípulos: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí» (v. 38). Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar atajos. No hay amor verdadero sin cruz, es decir, sin un precio a pagar en persona. Y lo dicen muchas madres, muchos padres que se sacrifican tanto por sus hijos y soportan verdaderos sacrificios, cruces, porque aman. Y si se lleva con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él siempre está a nuestro lado para apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos fuerza y coraje.  (Ángelus, 28 junio 2020)

2 Reyes 4:8-11.14-16a – Romanos 6:3-4.8-11 – Mateo 10:37-42 Hemos oído en el evangelio de hoy cómo Jesús hablaba con los doce discípulos que le seguían, después de que había explicado su mensaje a mucha gente y habían visto las obras que Jesús mismo hacía a favor de la gente más necesitada (Mt 8- 9). Después de esto Jesús envió a los discípulos, dándoles su propia autoridad, para continuar en la línea que él había comenzado: Jesús les había dicho que debían hacer sentir a todo el mundo como Dios ama a cada persona, y que lo hicieran con libertad de espíritu, con un estilo de vida sencillo y con una confianza plena en Dios.

Es así como podrían transmitir lo que Jesús deseaba para todos. La misión recibida en nombre de Jesús –en la práctica– era lo que Jesús les había enseñado que, si sabían transmitirlo bien, seguro que muchas personas acogerían su mensaje. Era importante, también, la forma amable de tratar a la gente para ayudarnos a comprender lo que significa una vida abierta a la voluntad de Dios. Éste es, pues, el ambiente del evangelio de hoy: Jesús propone unas indicaciones muy útiles que también nos ayudan a nosotros. Podemos estar seguros de que si mantenemos un buen trato y procuramos comprender a las personas con las que convivimos, conseguiremos una vida más plena. Si nos ayudamos mutuamente, y trabajamos a conciencia, no cabe duda de que encontraremos una plenitud bien real y concreta en nuestra vida. El que acoge a los demás, dice Jesús, es como si le acogiéramos a sí mismo y también al que lo ha enviado, que es nuestro padre del cielo, que quiere el bien para todos. Es muy entrañable escuchar a Jesús que «todo el que dé un vaso de agua a uno de estos pequeños no quedará sin recompensa». Es con esa normalidad y con esa atención hacia el bien de todo el mundo que se hace presente una parte, al menos, del Reino de Dios. No tanto por los resultados obtenidos como por el buen sentido de humanidad, que encontramos en lo que nos dice Jesús: «Quien os acoge a vosotros, me acoge a mí».

Todo lo que estamos comentando nos sitúa en el momento presente de nuestra vida. Jesús confiaba no sólo en sus discípulos sino también en quienes hoy seguimos y compartimos esta celebración. Jesús nos invita a confiar en Dios y a sentirnos bien apoyados para velar no sólo por nuestro bien sino también por el bien de todos y de los que más lo necesitan. Jesús confía en nosotros y nos hace capaces de hacernos nuestra enseñanza, que nos facilita un camino a seguir, que puede mejorar mucho la calidad de vida de todo el mundo. El Santo Padre Juan XXIII escribía en una ocasión: «Mi fuerza es la calma de espíritu frente a las dificultades». Y es que su confianza en Cristo, le ayudaba a encontrar en sí mismo la firmeza y la fuerza tranquila para afrontar los problemas de cada día. Decía también que «todos los que creen en Cristo deben ser, en este nuestro mundo, una chispa de luz, un centro de amor, un fermento que vivifique la masa: y lo serán tanto más, cuanto más, en la intimidad de ellos mismos, vivan en comunión con Dios. De hecho, no se da paz entre los hombres, si no existe paz en cada uno de ellos, es decir, si cada uno de nosotros no instaura en sí mismo el orden querido por Dios». Para ayudar a que así sea, buscamos sembrar semillas de esperanza que ayuden a devolver la ilusión a este nuestro mundo, a veces atormentado. Pero podemos decir también que: Donde no ves esperanza, siembra entonces de esperanza, y sacarás esperanza. Que podamos ser, pues, testigos del amor de Dios y disfrutamos de la paz que siempre necesitamos. Una paz que pedimos a Dios pero que entre todos debemos saber construir. Sintámonos, pues, hijos con una perspectiva de eternidad. Si nos fijamos también en la segunda lectura que hemos escuchado, San Pablo nos recordaba que, por ser bautizados como cristianos, participamos de la muerte y de la resurrección de Cristo. Gracias al poder admirable de Dios Padre, Cristo va resucitado de entre los muertos. Y, como nos decía san Pablo, Dios nos da a nosotros poder emprender una vida nueva. Es cierto, pues, que la vida de cada persona, de los que estamos aquí y de los que nos siguen de lejos estando, recibe un apoyo inmenso que nosotros podemos acoger y que vale la pena que queramos acogerla. Así, con ayuda de nuestro Señor, podemos continuar o emprender una vida siempre abierta y renovada. San Pablo acababa diciendo: «Pensáis que estáis muertos con respecto al pecado, pero vivís para Dios en Jesucristo». Que así sea.

2 Reyes 4:4-11.14-16a / Romanos 6:3-4.8-11 / Mateo 10:37-42

Estimados Hermanos y Hermanas:

El monje profesor de Sagrada Escritura de Montserrat, nos remarcaba siempre controlar, mirar y subrayar las palabras que eran repetitivas en un texto Bíblico y así distinguir sus diferentes significados, los protagonistas, y sus blogs, para estudiarlos en su estructura y en un sentido general de toda la obra del autor Bíblico.

Personalmente, el Evangelio de hoy es relativamente fácil porque tenemos dos palabras claves repetitivas, la primera: “No es bueno para venir conmigo quien ama más…la Familia, los hijos, quien no toma su Cruz y me acompaña ”. Y la segunda: “Quien acoge a Cristo, quien acoge a un profeta, quien acoge un justo, o dé un vaso de agua fresca, no quedará sin respuesta”. Vocación, de tomar la Cruz, de ser Cristiano firme, aquí y hoy. Acogida de todo corazón de los demás, sin distinción, ni condición. Un pequeño gesto de amor vale para todo un gran tesoro. «Los pequeños cambios que son muy poderosos».

Nuestro Padre san Benito, en el capítulo 53, de su Regla, nos dice a los monjes Benedictinos: “Que se muestre la máxima solicitud en la acogida de los pobres y de los peregrinos, porque es en ellos que se acoge más Cristo”. Jesús pone en práctica los dos mandamientos más grandes de la Ley de Moisés: “Amar al Señor, a tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Y amar al prójimo como a ti mismo” . (Mateo 22:34-40)

Seguir a Cristo es cosa muy exigente, y hoy en día es muy difícil seguirle, con una sociedad contraria, que adora desgraciadamente: El tener, el dinero, el físico y el currículum vitae. Pero necesitamos a nosotros quererle a Él más que nadie, más que tus familiares, más que la propia Vida, más que nuestras pequeñas seguridades personales.

Los discípulos son enviados a llevar la Buena Nueva y todos debemos acogerlos con mayor caridad, con más amor, porque un vaso de agua no quedará nunca sin una recompensa justa del Maestro y Señor Nuestro Jesucristo.

Todos tenemos grandes preocupaciones y problemas, personales, familiares, monetarios y domésticos. ¡Todos llevamos una Cruz, grande o pequeña! Pero la llevamos con una gran diferencia, porque ahora Jesús, con su mano derecha nos sostiene el palo travesaño, Él, es nuestro José de Arimatea personal, que nos dice: “Estoy aquí, contigo, ahora y siempre, el tu lado, discípulo mío, hoy, más que nunca, estoy aquí presente, seas quien seas”.

Jesús nos invita a seguirle, con nuestra pequeña Cruz, en el día a día de la Vida Humana Terrenal y Mortal. Y ser discípulo Seo, quiere decir, sencillamente dos simples palabras: «Radicalidad y Confianza». Estar dispuesto a darlo todo, así encontrarlo todo, con la ilusión del niño pequeño que espera con ansia un regalo deseado. Los Cristianos no podemos aislarnos de las necesidades consumistas de quienes nos rodean, sin embargo, es necesario estar abiertos a compartir y acoger. Quien ama de verdad a los suyos, sabe respetar y amar a la sociedad que nos pide a gritos, más amor, más paz y más justicia en toda la tierra. El cierre, el aislamiento y el pasotismo en general, son formas desgraciadas de antitestimonio Cristiano en la sociedad actual.

Acoger, cualquiera, “por pequeño que se siente”, reconociendo con Él a Cristo que en la pequeñez está la suprema grandeza.

Dar un pequeño vaso de agua fresca, puede aparecer, nada y nada, en los ojos humanos, y parecer un gran tesoro los Ojos de Dios que es Amor total.

Para ser discípulo de Jesús no se requiere ninguna aptitud personal y especial, ningún Máster, ningún Doctorado, sólo hace falta corresponder con más humildad, más perdón y sobre todo con más cariño unos a otros. Llevar a tu pequeña Cruz al cuello.

Como dice San Ignacio de Loyola, gran peregrino del Santuario de Montserrat: “Confiar… y en todo servir y amar”.

Todo amar y cosechar más, y todo servir más a los demás. Palabras repetitivas que hoy nos traen el núcleo más profundo de todo.

SANTOS

St. Thomas the Apostle

REFERENCIAS BÍBLICAS

John 20:24-29

Amigos, el Evangelio de hoy nos cuenta sobre las dudas que tenía Tomás acerca de la Resurrección. El catolicismo tiene una rica tradición de cuestionamiento y búsqueda para la comprensión. Tomás de Aquino, otro gran santo también lleva el mismo nombre, pasó gran parte de su vida preguntando y respondiendo preguntas difíciles sobre la fe.

¿Recuerdan la gran frase de Hamlet: “¿Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueñas en tu filosofía, Horacio”? Si obstinadamente decimos —incluso en el área de la ciencia— que aceptamos solo lo que podemos ver claramente, tocar y controlar, no vamos a saber mucho sobre la realidad.

En la mayoría de las áreas de la vida hay una interacción entre el saber y el creer. No es algo exclusivo de la parte religiosa de la vida. Blaise Pascal lo resumió así: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”.

Esto no significa que nosotros que, no hemos visto y hemos creído, nos estemos conformando con un pobre sustituto de una visión real. No, y se nos describe como bendecidos, y más bendecidos que Tomás. Dios está haciendo todo tipo de cosas que no podemos ver, medir, controlar, y entender completamente. Pero una fe informada nos permite enamorarnos de ese Dios. 

Tomás, Santo

Apóstol, 3 de julio

Martirologio Romano: Fiesta de santo Tomás, apóstol, quien, al anunciarle los otros discípulos que Jesús había resucitado, no lo creyó, pero cuando Jesús le mostró su costado traspasado por la lanza y le dijo que pusiera su mano en él, exclamó: «Señor mío y Dios mío». Y con esta fe que experimentó es tradición que llevó la palabra del Evangelio a los pueblos de la India.

Etimológicamente: Tomás = «gemelo», viene del arameo

Breve Semblanza

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.

De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.

El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán.

En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: «Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice «Dídimo», que significa lo mismo: el gemelo.

Cuenta San Juan (Jn. 11,16) «Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él». Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente «una fe esperanzada, sino una desesperación leal». O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

La segunda intervención:

Sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: «A donde Yo voy, ya sabéis el camino». Y Tomás le respondió: «Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.

Admirable respuesta:

Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.

Le dijo Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.

En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.

En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros… Quizás logremos llegar. Quizás no.

Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: «Sígame, que yo voy para allá», entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: «Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad». Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: «O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna».

El hecho más famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

Dice San Juan (Jn. 20, 24) «En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». El les contestó: «si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré». Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: «Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dijo: «Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver».

Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.

Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está peor informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe «Señor mío y Dios mío», y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: «Dichosos serán los que crean sin ver».

Reconocer y llorar las propias debilidades

Santo Evangelio según san Juan 20, 24-29. Santo Tomás Apóstol

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Me pongo en tu presencia, Señor Jesús. Quiero escuchar aquello que quieres comunicarme en este momento de oración. Abre mi mente a tu voz. Permíteme dejar a un lado todo aquello que no seas Tú.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 24-29

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Tomás, al igual que el resto de los doce, esperaban un Mesías terrenal, un rey que lograría unir al pueblo para restablecer el poderío Israel.

Sin embargo, el plan de Dios era más grande. Jesús enseñó que su reino comienza aquí en la tierra como un reino espiritual que cada quien debe conquistar por medio de la fe y la gracia de Dios. Será después de esta vida que se nos entregará en plenitud.

Tomás hoy se nos presenta como modelo de quien da el paso al nuevo reino. Si bien se había resistido en creer en el testimonio de los demás, ahora Jesús le ofrece su costado para que, introduciendo su mano, supere su incredulidad y haga una experiencia personal de Cristo Resucitado.

Cuántas veces nosotros, al igual que Tomás, nos resistimos a creer porque tenemos la idea de un reino hecho a nuestra medida. Jesús, que es manso y humilde de corazón, sale a encontrarnos para abrirnos los ojos de la fe y purificar nuestra limitada visión de las cosas.

«En su duda y su afán de entender —y también un poco terco—, este discípulo se nos asemeja un poco, y hasta nos resulta simpático. Sin saberlo, nos hace un gran regalo: nos acerca a Dios, porque Dios no se oculta a quien lo busca. Jesús le mostró sus llagas gloriosas, le hizo tocar con la mano la ternura infinita de Dios, los signos vivos de lo que ha sufrido por amor a los hombres. Para nosotros, los discípulos, es muy importante poner la humanidad en contacto con la carne del Señor, es decir, llevarle a él, con confianza y total sinceridad, hasta el fondo, lo que somos. Jesús, como dijo a santa Faustina, se alegra de que hablemos de todo, no se cansa de nuestras vidas, que ya conoce; espera que la compartamos, incluso que le contemos cada día lo que nos ha pasado».

(Homilía de S.S. Francisco, 30 de julio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pensar que Cristo está conmigo aun en las cosas contradictorias y difíciles que se me presenten el día de hoy.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Santo Tomás Apóstol, testigo privilegiado de la Resurrección

El discípulo que dijo no creer si no palpaba con su propia mano el costado abierto de Cristo, es ejemplo de la misericordia de Dios

Santo Tomás es uno de los doce Apóstoles escogidos por Cristo. De él conocemos lo que nos han narrado los Evangelios, que corresponden a cuatro episodios de la vida de Jesucristo. Aparece citado en 10 ocasiones en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.

Entre los Doce escogidos por Dios

Fue llamado por Cristo y aparece en la lista de los Doce. En el evangelio de san Mateo dice así:

«Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó».

Mt 10, 3

Aparece también en la lista que dan los otros dos evangelios sinópticos, el de Marcos y el de Lucas.

«Vayamos también nosotros a morir con él»

Gracias a san Juan sabemos que era llamado «el Mellizo» (el gemelo, en algunas traducciones) y que se sentía y se decía capaz de entregar su vida por el Señor. Cuando le comunican a Jesús que su amigo Lázaro ha muerto y se dispone a volver a Judea, aunque sabe que corre peligro, Tomás lanza a los demás discípulos un reto:

«Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».» (Mt 11, 16)

Una pregunta llena de sinceridad

En la Última Cena, Tomás vuelve a mostrar su proximidad con el Señor, su transparencia y su actitud de creer solo en lo que alcanza su razón. Cuando Jesús dice a los Apóstoles que va a la Casa del Padre, se produce esta situación:

«Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí»».

Gracias a la pregunta sincera y leal de Tomás, el Señor da una respuesta que servirá a los cristianos de todos los siglos y acercará a muchas personas a la fe.

El encuentro con Jesús Resucitado

Finalmente, se produjo el hecho por el que es más conocido este Apóstol. Dice San Juan (Jn. 20, 24):

«En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Él les contestó: «Si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros de sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré». Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presentó Jesús y dijo a Tomás: «Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dijo: «Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver»».

De nuevo gracias a santo Tomás se produce una lección única del Señor acerca de cómo debe ser y crecer nuestra fe, y de cómo la misericordia y la paciencia de Dios con nosotros es infinita. No sabemos si Tomás llegó a palpar el costado abierto de Cristo con su propia mano o fue suficiente con escuchar la voz del Señor, pero sí conocemos su conversión, que es el regalo que Dios le había preparado.

La tradición sitúa después a santo Tomás Apóstol evangelizando en Persia y la India, donde podría haber fallecido en el año 72.

La fiesta de santo Tomás Apóstol se celebra el 3 de julio.

Patronazgo

Santo Tomás Apóstol es patrono de los arquitectos, constructores, jueces, teólogos y de las ciudades de Prato, Parma y Urbino en Italia.

Oración

Dios todopoderoso, concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu apóstol santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu apóstol reconoció como su Señor y su Dios, exclamando: ¡»Señor mío y Dios mío»!. Que vive y reina contigo, por los siglos de los siglos. Amén.