La paz esté con ustedes. Amigos, llegamos a este primer domingo de Adviento, al año nuevo litúrgico. Sé que he dicho esto antes, pero el Adviento es un tiempo para volver a las bases. Como un atleta regresa al entrenamiento básico. Algunas de las verdades fundamentales de nuestra fe se muestran en estas lecturas. Así que, una vez más, es bueno que entremos en ese espacio. Podría sugerirles que empecemos con ese conocido himno de Adviento que vamos a estar cantando por las próximas cuatro semanas en todo el mundo Católico.
Es un himno antiguo, ya que estamos. Oh ven, oh ven Emanuel. Libra al cautivo Israel, que sufre desterrado aquí y espera al Hijo de David. Hasta que no nos metamos en ese ámbito espiritual que abre ese himno de par en par no entenderemos el Adviento. Y más aún, no estaremos entendiendo el Cristianismo. Así que escuchen de nuevo: Oh ven, oh ven Emanuel. Es un cri du cœur, como dicen los franceses. Es una queja del corazón. Pidiendo a Emanuel —Dios con nosotros— que venga. ¿Ven la clara implicancia? Sea cual fuere el problema que tengamos, no lo podemos resolver nosotros. Somos mendigos, estamos pidiendo, Emanuel, ven, ven, ¿para hacer qué? Libra al cautivo Israel. Gente cautiva y mantenida prisionera por un rescate, esa era una experiencia común en el mundo de la Biblia.
La gente viajaba, algunas veces distancias largas, y habrías ladrones y asaltantes y secuestradores que los llevarían a sus países lejanos y los mantendrían cautivos pidiendo un rescate. Imaginen esa situación. Antes de las comunicaciones y todo eso. Has sido capturado, te han llevado a un país distante y ahora encadenado te mantienen prisionero. ¿Qué puedes hacer para salvarte? Nada. Excepto gritar: «Ven, ven, alguien que me salve». Tal vez han enviado un mensaje a tu ciudad a tu país pidiendo un rescate. Lo único que puedes hacer es rogar y tener esperanza. Al cautivo Israel, que sufre desterrado aquí. Piensen en alguien que está cautivo por un rescate. Está exiliado. Esto describe exactamente el ámbito espiritual en el que estamos todos. ¿Quieren saber cuál es el enemigo del Cristianismo? Es la visión de “Sí, tengo problemas, seguro; pero puedo solucionarlos con el suficiente conocimiento psicológico, con la suficiente práctica de las virtudes, con la suficiente reforma social, si simplemente enderezamos la situación política, mejoramos la economía. Sea lo que sea, puedo salvarme a mí mismo de mi dilema». Esa es una herejía muy, muy antigua llamada pelagianismo, ya que estamos. Y al igual que la mayoría de las herejías antiguas —me viene a la mente el gnosticismo, que está en boga masivamente en la actualidad— el pelagianismo está vivito y coleando hoy. Todos admiten que tienen problemas. No conozco a nadie que viva en una utopía completa. Pero mucha gente a lo largo de los tiempos hasta la actualidad piensa, “Bueno, puedo resolverlo, puedo lidiar con esto yo solo de algún modo”. Esa visión —y san Agustín vio esto, fue uno de sus logros más relevantes— esa visión es la enemiga de una religión de salvación como el Cristianismo.
El supuesto detrás del Cristianismo es el dilema en el cual estamos, el problema en el que estamos, no es uno que podemos resolver; antes bien, necesitamos la gracia. Necesitamos que venga un poder desde el exterior a nuestra disfunción para remediarlo. Kierkegaard, el gran filósofo Protestante, tuvo razón cuando dijo “los Cristianos no buscan un maestro”. Ya saben, todo tipo de personas busca un maestro. “Oh, un maestro que me enseñará algunas grandes verdades espirituales, me enderezará psicológicamente, y luego estaré bien”. No, no. Los Cristianos no buscan un maestro, principalmente. Buscan un salvador. Buscan un salvador. Oh ven, oh ven Emanuel. Libra al cautivo Israel. No puedo salvarme o rescatarme a mí mismo.
¿Puedo sugerirles ahora? El rescate es la imagen que usa la Biblia, pero una que podemos hacernos la idea muy fácilmente es la adicción. Muchos de nosotros estamos familiarizados con el fenómeno de la adicción. Cuando eres adicto ya sea al alcohol, drogas, sexo, pornografía, al poder. Piensen que todas las formas de pecado son en verdad formas de adicción. Cuando estás atrapado por una adicción, ¿qué es lo que no puedes hacer? No puedes salirte de ella por ti mismo, ¿cierto? Piensen en el programa de los 12 pasos. Muchos de los que me escuchan han atravesado alguno o conocen a alguien que lo ha hecho. El paso clave en todos los programas de 12 pasos es: admitir tu impotencia y dirigir tu vida hacia un poder más elevado. Correcto. Eso nació del Cristianismo. Esa idea nació del Cristianismo. Es una idea antipelagianista. Si dices, “Mira, no tengo poder sobre esta adicción. Y cuanto más trato de hacerlo correctamente a partir de mi propio esfuerzo, peor lo voy a hacer”. No, no. Oh ven, oh ven Emanuel. Dirige tu vida hacia un poder más elevado. Solo de ese modo vas a salvarte. ¿Puedo compartirles otra imagen? Hace unas pocas semanas de que grabé estas palabras estuve en una conferencia y el Padre Mike Schmitz también estuvo hablando, y él uso esta imagen que pienso que es muy buena para este momento. Dijo, “imaginen a un niño que crece en una familia que es profundamente disfuncional. Hay violencia emocional, incluso violencia física, hay discusiones, y hay depresión. Es un ambiente de infelicidad. Pero el niño descubre que cruzando la calle existe una familia. Están allí el papá y la mamá, se escuchan risas en la casa, en el jardín del frente los niños practican deportes entre ellos, con sus padres. En medio de su profunda infelicidad, mira enfrente a esta familia muy feliz. Y anhela, anhela poder ser parte de esa familia. Bueno, finalmente un buen día el padre golpea a la puerta de la casa de este niño. Él abre la puerta y allí está el padre de esta familia hermosa que le dice, “¿quieres venir a vivir con nosotros?”. Esa es una imagen de cómo luce la redención, la salvación.
Nosotros, los seres humanos, somos parte de una familia disfuncional. Esto es exactamente lo que nos enseña la doctrina del pecado original, ya que estamos. El pecado nos afecta a todos como una atmósfera venenosa.
Existen pecados particulares que nosotros cometemos, eso es verdad. Pero el pecado original nombra a este ambiente de pecado que ha estado presente desde el comienzo de la raza humana, que nos condiciona. Controla de hecho nuestras mentes, nuestras voluntades y sí, incluso nuestros cuerpos caprichosamente. No estamos en control de eso. Es como si hubiéramos nacido en esa familia disfuncional. Oh ven oh ven Emanuel. Libra al cautivo Israel. No puedo mediante la ética manejar mi salida de esa familia disfuncional. No. Alguien tiene que venir. Cierta gracia tiene que venir desde afuera e invitarme a compartir una vida más elevada y mejor. Comprender este principio es comprender el Cristianismo. Y el Adviento es el tiempo en que debemos entrar en contacto con nuestra disfunción, nuestra profunda necesidad de la gracia. Solo en ese momento estaremos listos para recibir la venida de Cristo. Mientras pueda salvarme a mí mismo, “Oh, sí, Jesús, que gran personaje ético de largo tiempo atrás. Fue ejemplar, una vida buena. Alguien que admiro.
Bueno entonces la Navidad se vuelve rápidamente esta celebración tonta, superficial que tenemos en nuestra sociedad, con Santa Claus y regalos y pompa. y que está anhelando la venida del Salvador. Hasta que no entremos en ese espacio, no vamos a comprenderlo. Permítanme ahora compartir un par de cosas de las lecturas de este fin de semana que tratan sobre este punto. Esto es del profeta Isaías, en nuestra primera lectura. “Estabas airado —le habla al Señor— porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento”.
Podrías decir, “oh, qué visión pesimista”. No es pesimista. Esa es la visión realista de alguien que está viviendo dentro de una familia disfuncional. No quiere decir que no esté sucediendo nada bueno dentro de la realidad humana. Ese no es el caso. Pero él sabe en sus entrañas que no puede salvarse a sí mismo. Que incluso sus mejores acciones están afectadas por el pecado. Y por eso clama. Escuchen ahora, del mismo pasaje de Isaías: “Nadie invocaba tu nombre, nadie se levantaba para refugiarse en ti”. Esa es una buena actitud de Adviento. ¿Qué podemos hacer durante este tiempo? Invocar su nombre. Ayúdame. Sálvame. Emanuel ven, ven. No puedo hacer esto por mí mismo. Ahora, con eso en mente, escuchen a Pablo. Pablo captó todo esto de lo que les estoy hablando hoy en sus entrañas.
Es el corazón de su enseñanza. Escuchen a Pablo, que se dirige a los corintios, “Hermanos: Les deseamos la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor”. Karis es la palabra que usa Pablo. Gracia. El cristianismo no es una religión de karma, no es una religión de autopromoción o de conseguir logros, no es un proyecto pelagiano. El Cristianismo es una religión de gracia. Don gratuito. Lo que dice Pablo es, “esta gracia que necesitamos y que anhelamos ha llegado a nosotros en Cristo Jesús, nuestro Señor”. Ábranse a él. Ríndanse ante él. Acéptenlo. Es el regalo gratuito de gracia para los pecadores. Es como aquel padre, golpeando a la puerta de la familia disfuncional del niño y que dice, «¿quieres venir a vivir con nosotros?». Gracia y paz.
Escuchen a Pablo ahora, cómo desarrolla su enseñanza: “Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con abundancia”. No es la riqueza de mis logros morales. Intento salir a mi modo de esta disfunción. Eso no va a funcionar. Pero Cristo me ha dado su gracia y por tanto me “ha enriquecido con abundancia”. Una clave más aquí, para que les diga cómo luce esto, cómo se siente concretamente. “Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”. Bueno, de acuerdo. Supongo que lo entiendo. Estamos todos en una familia disfuncional. Tenemos una adicción. No podemos salirnos por nosotros mismos. Tenemos que decir, ven, ven Emanuel. De acuerdo, lo entiendo. Y luego la afirmación es que la gracia ha venido.
De acuerdo. ¿Qué hago entonces? Esta es mi respuesta. Está basada en cuarenta y tantos años de estudiar Cristianismo y de tratar de vivir la vida Cristiana. Esta es la respuesta. Vayan donde está Él y quédense allí. «Espere, espere. Estropeé mi vida, no me está yendo bien ¿y entonces la respuesta no es un entendimiento psicológico profundo?”. Está bien. Eso está bien si lo obtienes. La respuesta no son logros morales más grandes. No, no. Quiero decir, eso está bien. Llegaremos allí. La respuesta es “vayan donde está Él. Acéptenlo». Escuchen de nuevo. «Muévanse a la unión con su Hijo». De acuerdo. Ahora estamos en un ámbito Cristiano. La gracia de Cristo ha llegado. La Palabra ha venido. Entren a ese ámbito. Y encontrarán –escúchenme ahora— encontrarán que sus vidas enteras se han transformado. No a través de sus esfuerzos, sino por su unión con Él. “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”, dice Pablo. También dice “ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”. Vayan donde está Él y quédense con Él. Y encontrarán que su vida entera se revoluciona. Comenzarán a arder con aquel mismo fuego que está en él. Se llama el fuego del Espíritu Santo, ya que estamos. ¿Qué es el Adviento? Es este tiempo de comprensión de nuestra cautividad. Eso es muy importante. Si piensan que hay algo superficialmente equivocado en sus vidas, no van a comprender la Navidad para nada. Se convertirá en algo frívolo. podrán decir “ven, ven Emanuel. Libra al cautivo Israel”. Enamórense de Cristo. Permanezcan enamorados de Cristo. Encuentren unión con Él. Esa es nuestra salvación. Y Dios los bendiga.
Isaías 63:16-19; 64:2-7 / 1 Corintios 1:3-9 / Marco 13:33-37
Estimados monaguillos:
Algunos de vosotros, este curso, han tenido la mala suerte de tener que soportarme como profesor de religión. Digo esto porque seguramente ha reconocido que las lecturas de la misa de hoy son las que hemos estado trabajando en clase durante la última semana. Sus dudas, preguntas y comentarios me han servido para poder hacer la homilía de este domingo. Pero como no le había dicho nada de mis intenciones, supongo que mañana recibiré duro.
Dad cuenta, sin embargo, de la importancia de la asignatura de religión: lo que hablamos en clase ahora lo podrán escuchar los cientos de personas que están hoy aquí y los miles que nos siguen por la radio y la televisión.
La clase de religión es importante porque nos enseña que para ser felices y encontrar sentido en la vida debemos mirar hacia Dios.
Y a la vez, también nos enseña a comprender tantas cosas de nuestro mundo occidental: a reconocer los estilos de las iglesias, a ir a un museo y entender tantos cuadros que contienen escenas bíblicas, o mirar, por ejemplo, la bandera de la Unión Europea y ver la corona de doce estrellas de la Virgen de la que se nos habla en el libro del Apocalipsis.
Y a todos vosotros, hermanas y hermanas, les invito a empezar este nuevo Adviento con una nueva mirada, la mirada de los preferidos del evangelio. Como dice san Mateo: «Os lo digo con toda verdad: si no se vuelve como los niños, no entrará en el Reino del Cielo. Así pues, quienes se hacen pequeños como este niño son los más importantes en el Reino del Cielo» (Mt 18, 3). O como dice la Regla de San Benito: «Y que en ninguna parte la edad no cree distinciones ni preferencias en el orden, porque Samuel y Daniel, aun siendo chicos, juzgaran a los ancianos» (RB LXIII, 5-6). Que el don profético de los jóvenes nos enseñe a salir de nuestra zona de confort ya aprender a contemplar a Dios y al mundo con una mirada renovada.
Aunque no dije a los monaguillos que estos textos correspondían al Adviento, los dos conceptos fundamentales que surgieron se corresponden perfectamente con lo que nos pide este tiempo litúrgico: aprender a escuchar la Palabra de Dios y aprender a velar la venida de Cristo.
En primer lugar, aprender a escuchar. El ejemplo que utilizamos son las lecturas durante la misa: ¿las escuchamos verdaderamente? Muy inteligentemente, los monaguillos distinguieron entre «sentir» y «escuchar». Sentir se refiere a cuando mostramos una apariencia externa de la que nos interesa lo que dicen o leen pero, en cambio, nuestra cabeza está en un lugar muy lejano. Escuchar, en cambio, se refiere a cuando verdaderamente pongo interés en lo que siento y hago mías las palabras que me dicen. ¿Cuántas veces en misa nos encontramos con que hemos oído las lecturas pero no las hemos escuchado? Pero nos ocurre a todos lo mismo en nuestra vida ordinaria: ¿Cuántas veces sentimos pero no escuchamos? Y también nos ocurre con Dios: ¿Cuántas veces querríamos saber qué nos está diciendo pero en realidad no lo estamos escuchando?
Otro ejemplo de aprender a escuchar son las homilías. Aquí, según los monaguillos, la cosa ya se complica más. Si no están bien hechas corremos el peligro de activar lo que ellos llaman el “modo off”, es decir, la desconexión total. Para los monaguillos, las homilías deberían ser siempre y necesariamente: ¡cortas! Un antiguo monaguillo que acabó hace un par de años un día me dijo: «No sé por qué los curas hablan tanto a las homilías, sólo habría que decir una cosa: Jesús es el hijo de Dios y nos ama». Después de tantos años de estudiar teología, me dejó bien desarmado. Parafraseando un poema de John Keats podríamos decir: «Jesús es el hijo de Dios y nos ama, esto es lo único que podemos saber de Dios, esto es lo único que necesitamos saber». No sé si las homilías son largas o cortas pero cuando hablan de Jesús, que es el hijo de Dios y nos ama, se hacen escuchar.
Que el Adviento nos ayude a aprender a escuchar: tan sencillo, tan difícil. El segundo punto en torno al que hoy podemos hablar es aprender a velar a la espera de la venida de Cristo. El evangelio según san Mateo que nos ha sido proclamado hoy nos repite esta idea hasta cuatro veces: «Y eso que le digo a vosotros, lo digo a todos: Velad». Aquí me sorprendió la respuesta de los monaguillos: dijeron que velar era estar atentos, sí, pero que también servía para disfrutar de la vida. Para ellos, velar, implica mirar hacia el futuro y no desperdiciar ninguna de las oportunidades que nos da la vida.
Se me ocurrió algo que me dijeron hace unos años, cuando vino aquí a Montserrat un corazón francés e hizo un intercambio con la Escolanía. Recuerdo que el director de este corazón me comentó: «el canto de la Escolanía tiene siempre un punto de nostalgia». Este comentario me ha hecho pensar muchas veces. Seguramente se trata de algo que la Escolanía tiene como corazón de un monasterio benedictino. Los monjes, y todos los cristianos, deberíamos vivir con un punto de nostalgia. No es una nostalgia del pasado (la de «cualquier tiempo pasado fue mejor»), sino, curiosamente, una nostalgia del futuro. Tampoco es una nostalgia triste. Es la nostalgia que viene de la esperanza, de quien sabe que lo mejor de la vida está aún por venir. Es la nostalgia de los jóvenes, de aquellos que tienen toda su vida por delante. Es la nostalgia que nos hace cantar: Veni Domine, Venid Señor, como sentiremos en el canto de ofertorio. Ésta debería ser una característica del cristiano: la nostalgia del futuro: del que sabe que lo mejor está aún por venir: del que sabe que vamos al encuentro de Dios.
Bien, voy terminando, porque sino mis alumnos me criticarán y, esta vez, con razón. Otra cosa que intento enseñarles es que la Iglesia es sabia. Por ejemplo, los domingos, en el orden de la misa, coloca al Credo después de la homilía. Esto no es gratuito. Lo hace para que nadie pierda la fe a causa de las palabras del cura. Espero que no sea el caso de hoy sino que el inicio del Adviento nos ayude a escuchar y velar a este Jesús que es el hijo de Dios y nos ama.
Disculpad las excesivas pinceladas de humor monástico que ha habido en esta homilía. Pero el Adviento nos dice que el Señor viene a nuestro encuentro. Y nosotros sabemos quién es ese Dios: es el niño pequeño, fajado y puesto en un pesebre. Y en su rostro, estemos seguros, tiene dibujada una sonrisa.
• Luke 10:21-24
Amigos, en el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús en conversación íntima con Su Padre.
Este pasaje nos invita a adentrarnos en los misterios mas profundos. Jesús se dirige a Su Padre, y al hacerlo revela Su propia y profunda identidad dentro de la Santísima Trinidad.
Él dice: “Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”.
Es importante tener en cuenta que este no es simplemente un hombre bueno y santo quien se está dirigiendo a Dios, sino que es el mismo Hijo de Dios que se dirige a Su Padre.
Se nos está dando participación en la vida interior de Dios, en una conversación entre las primeras dos personas trinitarias.
¿Y cuáles son esas “cosas” que han sido ocultadas a los sabios y reveladas a los pequeños?
Nada más que el misterio de la relación de Jesús con Su Padre, el amor que se obtiene entre el Padre y el Hijo, la vida interior de Dios. Desde el principio, esto es lo que Dios quiere darnos.
Sabas, Santo
Abad, 5 de diciembre
Martirologio Romano: Cerca de Jerusalén, san Sabas, abad, que, nacido en Capadocia, se retiró al desierto de Judea, donde fundó un nuevo estilo de vida eremítica en siete monasterios que se llamaron «lauras», reuniendo a los solitarios bajo un superior. Vivió durante muchos años en la Gran Laura, que posteriormente llevó su nombre, brillando con el ejemplo de santidad y luchando esforzadamente por la fe de Calcedonia († 532 ).
Breve Biografía
Sabas es el fundador de la llamada Grande Laura al lado del valle de Cedrón, a las puertas de Jerusalén. Había nacido en Mutalasca, cerca de Cesarea de Capadocia, en el 439, y después de pasar algún tiempo en el monasterio de su pueblo, en el 457 se trasladó al de Jerusalén fundado por Pasarión, pero éste no satisfizo sus aspiraciones. Y al contrario de muchos monjes que abandonaban su convento para correr a las grandes ciudades a llevar una vida poco edificante, Sabas, deseoso de soledad, durante una permanencia en Alejandría pidió y obtuvo el permiso para retirarse a una gruta, con el compromiso de regresar todos los sábados y domingos a hacer vida común en el monasterio.
Cinco años después, de regreso en Jerusalén, fijó su domicilio en el valle de Cedrón en una gruta solitaria, a donde entraba por una pequeña escalera hecha con lazos. Por lo visto, esa escalera reveló su escondite a otros monjes deseosos como él de soledad, y en poco tiempo, como en un gran panal, esas grutas inhóspitas en la pared rocosa se poblaron de solitarios pero no ociosos habitantes.
Así nació la Grande Laura, esto es, uno de los más originales monasterios de la antigüedad cristiana. Sabas, con mucha paciencia y al mismo tiempo con indiscutible autoridad, gobernó ese creciente ejército de ermitaños organizándolos según las reglas de vida eremítica ya establecidas un siglo antes por San Pacomio. Para que la guía del santo abad tuviera un punto de referencia en la autoridad del obispo, el patriarca de Jerusalén lo ordenó sacerdote en el 491.
Sabas, a pesar de su predilección por el total aislamiento del mundo, no rehuyó sus compromisos sacerdotales. Fundó otros monasterios, entre ellos uno en Emaús, y tomó parte activa en la lucha contra la herejía de los monofisitas, llegando al punto de movilizar a todos sus monjes en una expedición para oponerse a la toma de posesión de un obispo hereje, enviado a Jerusalén por el emperador Anastasio.
Ante el emperador de Constantinopla, San Sabas puso en escena una representación de mímicas para demostrar con la evidencia de las imágenes coreográficas la triste condición del pueblo palestino agobiado por pesados impuestos y uno en particular, que perjudicaba a los comerciantes, pero sobre todo al pueblo.
Cuando murió, el 5 de diciembre del 532, toda la región quiso honrarlo con espléndidos funerales. En Roma, en el siglo VII, por obra de los monjes griegos surgieron sobre el monte Aventino un monasterio y una basílica dedicados a su memoria, del que toma el nombre el barrio.
Fue uno de los santos más influyentes y significativos del anacoretismo en Oriente.
El amor de Dios Padre
Santo Evangelio según San Lucas 10, 21-24.
Martes I de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a descubrir tu cercanía de Padre en cada momento de mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24
En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: «¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!
¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Como sería nuestra vida, si reconociésemos que no estamos solos… Que sería de nosotros si tan sólo por un momento, ante la vida que se nos escapa volando, decidimos detenernos y abrimos los ojos de nuestra alma y nuestro corazón. Quizá la vida continúe, pero nuestra manera de vivir podría cambiar, ¿Por qué? Sólo por el hecho de contemplar y darnos cuenta de que realmente no estamos solos, nos daríamos cuenta de que tenemos la compañía de un Padre que nos protege, nos guía, nos ama y quiere nuestro bien. En el Evangelio de hoy, podemos contemplar los sentimientos del corazón de Jesús. Él ya ha hecho la experiencia; se siente hijo y sabe que, como todo hombre, tiene un Padre, al cual puede dirigirse en todo momento, sea bueno o sea malo, sea alegre o sea triste, pues hay un momento para todo y es necesario que en nuestro caminar por la vida también se den momentos de encuentro con Dios, pues Él está ahí, a la espera, con los brazos abiertos como lo hace un verdadero Padre.
Si contemplamos nuevamente los sentimientos del corazón de Jesús en este Evangelio, veremos como Él es consciente y en cinco ocasiones menciona a su Padre: En la primera le agradece, en la segunda se suma a su voluntad como hijo y en las demás, se une a Él y reconoce que nada sería de Él sin su Padre; todo ello como fruto de un verdadero amor filial.
«Todas nuestras necesidades, desde aquellas más cotidianas y evidentes, como la comida, la salud, el trabajo, hasta aquellas más trascendentales como ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio, hay un Padre que siempre nos mira con amor, que nunca nos abandona». (Catequesis Papa. Francisco, 7 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Tomaré unos minutos en mi día para poder dialogar con Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.