.

 

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

 

San Atanasio de Alejandría, un gran padre de la Iglesia del siglo IV, nos habla de Cristo como de «la Palabra que viene del silencio». Así pues, si queremos ponernos a la espera del Señor, debemos hacerlo desde el silencio. Ésta es la primera invitación que la Iglesia nos hace hoy domingo, en la que empezamos el Adviento e iniciamos nuestra preparación para contemplar el gran misterio de la Encarnación del Verbo. El silencio. Pero, ¿qué es el silencio? ¿Cómo debemos entenderlo?

Para profundizar algo más, podemos ver que los grandes momentos de la historia de la salvación ocurren en silencio. Había aquel silencio de antes de la creación, cuando las tinieblas cubrían la superficie del océano y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas.

En el momento del nacimiento de Cristo, cuando un silencio tranquilo envolvía el universo y la noche estaba en medio de su carrera. El silencio en el Gólgota en el momento de la muerte de Jesús, cuando se extendió una gran oscuridad. Y el gran silencio del sepulcro vacío en el que fue depositado el cuerpo de Jesús después de ser crucificado.

Es un silencio, pues, que no está vacío sino que es fértil y fecundo. Es el silencio que prepara la obra de Dios, que envuelve la actuación de Dios en el mundo. También es el silencio de nuestro tiempo. Podríamos pensar que Dios no nos habla, que el Señor no está. ¿Cuántas veces quisiéramos oír más claramente la voz de Dios? ¿Cuántas veces creemos que nuestra oración queda sin respuesta? ¿Cuántas veces pensamos que el Señor ya no está con nosotros? Pero nada más lejos de la realidad: el silencio de Dios muestra su presencia y nos prepara para una nueva creación, una nueva vida en la que ya no habrá más sufrimiento, ni llantos, ni lágrimas.

 

El silencio de Dios, en el que debemos entrar para esperar su venida no es pasividad o inacción. Las lecturas de hoy nos previenen de ese peligro. La carta a los Romanos nos dice de forma clara: «Basta de dormir; ya es hora de levantarnos». No se refiere aquí al sueño del cansancio sino que nos advierte de no dormirnos en la vida, porque mientras dormimos, la vida pasa, se cuela y se nos escapa de las manos. Es lo mismo que significa el evangelio de san Lucas que cuando nos ha proclamado:

«No se habían dado cuenta de nada cuando les sorprendió el diluvio y se los llevó a todos». No se habían dado cuenta de nada. ¿Es así como queremos pasar la vida? ¿Queremos llegar al final de nuestros días y darnos cuenta de que no nos habíamos dado cuenta de nada?

Nuestro mundo contemporáneo no nos ayuda demasiado a adentrarnos en ese silencio de Dios. Vivimos a gran velocidad y el tiempo de pensar y orar se desvanece como el humo. Pasamos horas y horas enganchados a los distintos tipos de pantallas que la sociedad tecnificada nos ofrece y cuando levantamos la vista vemos que el mundo ya ha cambiado. Víktor Frankl, psiquiatra vienés superviviente de Auschwitz, decía con ironía hablando del mundo moderno: «No tienen ni idea de donde van, pero mira cómo corren». No se trata de renunciar a nuestra época, ésta es tan buena o mala como lo han sido todas las demás. Se trata de no dormirnos, levantarnos, darnos cuenta de lo que nos pasa por delante.

 

El silencio de Dios tampoco es una simple ausencia de palabras. El silencio de Dios nos trae, precisamente, aquél que es la Palabra, Cristo. El Adviento debe ser el tiempo propicio para velar a la espera de esta Palabra, para prepararnos para la venida del Señor que se ha hecho uno como nosotros. Dios-es-con-nosotros, éste es el gran título cristológico de la Navidad. Empecemos ahora a vislumbrar que no estamos solos, que Dios ha querido hacerse hombre para solidarizarse con nosotros y caminar a nuestro lado. Es la gran esperanza con la que debemos vivir el Adviento:

el Señor viene a nuestro encuentro, el Señor viene a buscarnos. Y no debemos tener miedo. No sufrimos si somos la oveja que se ha perdido: por más lejos que esté, será ésta la primera que rescatará.

Cristo es la Palabra que viene del silencio. Todos nosotros también venimos del silencio y vamos hacia el silencio. El silencio de lo que venimos nos es desconocido pero no será igual que el silencio hacia el que peregrinamos. Gracias a Cristo, caminamos hacia el gran misterio de la vida, de la felicidad, de la alegría. Nos dirigimos hacia la eterna presencia del Dios que es amor. Nuestra patria es aquella en la que el silencio se convierte en un canto estallante de alegría perenne.

«Basta de dormir; ya es hora de levantarnos». Despertémonos y levantémonos ya, abrimos bien los ojos para ver a Cristo que pasa por nuestra vida. Adentrémonos en el misterio del Adviento y empezamos a pregustar ya la vida que nos da aquel que es la Palabra y el Amor eterno. San Adviento a todo el mundo!

 

 

• Luke 10:21-24

 

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús otorga un alto valor a la inocencia infantil. ¿De qué se trata “lo infantil” que valora Jesús? Jesús mismo es el niño, el Hijo que ha recibido todo de Su Padre. Vive en una actitud de receptividad, asimilando todo lo que el Padre le ha dado. No está en control de su vida, sino que la recibe como un regalo.

Eso es lo que significa ser un niño pequeño: tener una actitud de receptividad que permita ser movido por Dios y en los modos de Dios.

El problema de “los sabios y los eruditos” no es que sean educados, sino que están tratando de gobernar y manejar sus propias vidas en sus propios términos antes que vivir en obediencia a Dios. Los sabios de verdad son aquellos que son como Cristo: niños pequeños delante de Dios.

Jesús no eleva al Padre un lamento, sino un himno de júbilo (…) También nosotros debemos alegrarnos y alabar a Dios porque las personas humildes y sencillas acogen el Evangelio. Yo me alegro cuando veo esta gente sencilla, esta gente humilde que va en peregrinación, que va a rezar, que canta, que alaba, gente a la cual quizá le faltan muchas cosas pero la humildad les lleva a alabar a Dios. En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están siempre los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados, que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos hermanos. (Audiencia general, 13 enero 2021)

 

 

Saturnino de Toulouse, Santo

Obispo y Mártir, 29 de noviembre

Martirologio Romano: En Toulouse, de la Galia Narbonense, conmemoración de san Saturnino, obispo y mártir, que, según la tradición, en tiempo del mismo Decio fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta ciudad, y arrastrado por las escaleras desde lo alto del edificio, hasta que, destrozados la cabeza y el cuerpo, entregó su alma a Cristo († c. 250).

 

Breve Biografía

La ciudad de Toulouse, en el Languedoc francés, muestra con orgullo su magnífica e impresionante catedral —joya del románico— de Saint-Sernin. Tiene cinco naves, vasto crucero y un coro deambulatorio con capillas radiadas.

San Saturnino —nuestro conocido y tantas veces cantado Sanserenín de las canciones y juegos infantiles— fue el primer obispo de esta parte de la Iglesia.

No se conoce nada anterior a su muerte. Todo lo que nos ha llegado es producto del deseo de ejemplarizar rellenando con la imaginación y la fantasía lo que la historia no es capaz de decir. A partir de unos relatos probables se suman otros y otros más que lo van adornando como descendiente de familia romana — el nombre es diminutivo del dios romano Saturno— culta, adinerada, noble e incluso regia hasta llegar a las afirmaciones de Cesareo de Arlés que, nada respetuoso con la cronología, lo presenta candorosamente como oriundo de Oriente, uno más de los discípulos del Señor, bautizado por Juan Bautista, presente en la última Cena y en Pentecostés. Ciertamente es el comienzo de la literatura legendaria.

 

Lo que consta es que la figura está enmarcada en el siglo III, en tiempos de la dominación romana, después de haberse publicado, en el año 250, los edictos persecutorios de Decio, cuando la zona geográfica de Tolosa cuenta con una pequeña comunidad cristiana pastoreada por el obispo Saturnino que por no caer en idolatría, quemando incienso a los dioses, sufre el martirio de una manera suficientemente cruel para que el hecho trascienda los límites locales y la figura del mártir comience a recibir culto en el interior de las Galias, en la ribera mediterránea y pase también los Pirineos hacia España.

En tiempos posteriores, facilita la extensión de esta devoción el hecho de que el reino visigodo se prolongue hasta España lo que conlleva el transporte de datos culturales; también el peregrinaje desde toda Europa a la tumba el Apóstol Santiago en Compostela hace que los andariegos regresen expandiendo hacia el continente la devoción saturniniana, al ser Tolosa un punto de referencia clásico en las peregrinaciones, y con ello los peregrinos entran en contacto con las reliquias del mártir.

El martirologio romano hace su relación escueta en estos términos: «En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo, fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo».

Los relatos siguientes lo presentan atado con cuerdas a un toro que estaba dispuesto para ser sacrificado y que lo arrastra hasta dejarlo muerto y destrozado.

Dos valientes cristianas —Les Saintes-Puelles— recogen su cuerpo y lo entierran cerca de la ruta de Aquitania.

El obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su antecesor una pequeña basílica que reformó san Exuperio en el siglo V y que destruyeron los sarracenos en el 711.

Edificada lentamente durante el siglo XI, la consagró en papa Urbano II el año 1096 para que, en el 1258, el obispo Raimundo de Falgar depositara en su coro los restos de san Saturnino.

 

El amor de Dios Padre

Santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24.

Martes I de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a descubrir tu cercanía de Padre en cada momento de mi vida.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24

 

En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: «¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Como sería nuestra vida, si reconociésemos que no estamos solos…

 

Que sería de nosotros si tan sólo por un momento, ante la vida que se nos escapa volando, decidimos detenernos y abrimos los ojos de nuestra alma y nuestro corazón. Quizá la vida continúe, pero nuestra manera de vivir podría cambiar, ¿Por qué? Sólo por el hecho de contemplar y darnos cuenta de que realmente no estamos solos, nos daríamos cuenta de que tenemos la compañía de un Padre que nos protege, nos guía, nos ama y quiere nuestro bien.

En el Evangelio de hoy, podemos contemplar los sentimientos del corazón de Jesús. Él ya ha hecho la experiencia; se siente hijo y sabe que, como todo hombre, tiene un Padre, al cual puede dirigirse en todo momento, sea bueno o sea malo, sea alegre o sea triste, pues hay un momento para todo y es necesario que en nuestro caminar por la vida también se den momentos de encuentro con Dios, pues Él está ahí, a la espera, con los brazos abiertos como lo hace un verdadero Padre.

Si contemplamos nuevamente los sentimientos del corazón de Jesús en este Evangelio, veremos como Él es consciente y en cinco ocasiones menciona a su Padre: En la primera le agradece, en la segunda se suma a su voluntad como hijo y en las demás, se une a Él y reconoce que nada sería de Él sin su Padre; todo ello como fruto de un verdadero amor filial.

 

«Todas nuestras necesidades, desde aquellas más cotidianas y evidentes, como la comida, la salud, el trabajo, hasta aquellas más trascendentales como ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio, hay un Padre que siempre nos mira con amor, que nunca nos abandona». (Catequesis Papa. Francisco, 7 de junio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Tomaré unos minutos en mi día para poder dialogar con Dios.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

¿Cómo rezar contemplando los ojos de Cristo?

La mirada es una ventana al corazón de la persona. Hay miradas tiernas que acogen. Hay miradas también duras que alejan y que separan.

 

¿Cómo rezar contemplando los ojos de Cristo?

La mirada es un mapa del alma, una ventana al corazón de cada persona. Hay miradas tiernas que acogen. Hay miradas también duras que alejan y que separan. Miradas limpias que dan y miradas que roban. Miradas que llenan y miradas que dan miedo.

Mirar a Jesús en la oración es descansar los ojos del corazón en los suyos y entrar así en su corazón humano. Es contemplar el paisaje de su amor cada día distinto, nuevo, lleno de color y belleza.

¿Qué ojos podemos ver en la oración?

• Ojos que se agachan para escribir mi nombre en el polvo y levantarme con su mirada y así ser restaurado con su mirada. (Jn 8, 10: ¿mujer quién te condena?)
• Ojos que lloran la pérdida de su amigo, lágrimas que escriben ríos de amistad en cada uno de nuestros corazones. Te amé y lloré por ti. Te amo y lloro por ti y contigo (Jn 11, 35: resurrección de Lázaro)
• Ojos que desde lo alto de la cruz reflejan el cielo y gritan con amor: “en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43: buen ladrón)
• Ojos que sueñan proyectos de amor, que penetran corazones y resucitan vidas muertas por el pecado.

Miradas que mezcladas con palabras atraen la voluntad como un imán y crean discípulos incondicionales (Mt 9, 9: “viéndolo le dijo sígueme…”, vocación de Mateo)
• Ojos que conocen historias y nombres, miedos y sueños, angustias y esperanzas. Miradas que se alzan al cielo y crean amistadas que perduran hasta la eternidad (Lc 19, 5: encuentro con Zaqueo)
• Ojos que abrazan, ojos que sonríen, ojos que simplemente son ventanas a un corazón de niño que con sencillez y gozo pide que los niños se acerquen a Él porque de ellos y de su sencillez es el Reino de los cielos (Lc 18, 16)
• Ojos que perdonan, que cruzan miradas, aceptan límites, renuevan esperanzas. Ojos que traspasan corazones, que ven bondades ocultas y reales y acogen 70 veces 7, es decir, siempre (Mt. 18, 21-22: Pedro)

 

 

• Ojos que siembran, que riegan, abonan y esperan hasta que la mies esté lista para la cosecha (Mt. 13)
• Ojos que buscan la oveja perdida, la persigue con la mirada para que no se pierda. Ojos que ven en la oscuridad porque el amor siempre vela. Pastor que guía su rebaño con sus ojos de bondad y compasión (Jn 10)
• Ojos que presentan su cuerpo y su sangre al Padre anticipadamente. Ojos que se ven reflejados en el sacrificio y que gimen y lloran porque no todos lo comerán, no todos lo beberán. Ojos que se ofrecen en memoria; ojos que recuerdan y son recordados; ojos que se entregan, mirada que se funde con la nuestra en la Eucaristía. Mi mirada en su corazón y tu mirada en el mío (Lc 22, 19-20)
• Ojos que fueron mirados por María y ojos que miraron a María. Ver sus ojos es ver reflejada a la Madre y ver los ojos de María es encontrarse con los de Jesús (Jn 19, 25-27).
• Ojos que te miran oh hombre y mujer, ojos que te espera. Ven, tenemos siempre abierto a un corazón cuya ventana es su mirada y te espera en el Sagrario.

 

 

San Saturnino de Tolosa, mártir linchado por la multitud

Por negarse a adorar a los ídolos, el primer obispo de Toulouse dio testimonio de su fe

 

 

Saturnino (Sernin o Serenin en francés) fue el primer obispo de Toulouse, mártir en tiempos del Imperio Romano. Su labor pastoral se extendió por las Galias, el Pirineo y la Península Ibérica en el siglo III.

Según narran las Actas de Surio, Saturnino predicó en Aquitania durante el Consulado de Gracio y Decio, en el siglo III. En Tolosa convirtió a Honesto, quien pasaría a ser misionero con él.

En la ciudad de Carcasonne, el prefecto romano Rufino ordenó su detención y fueron encarcelados pero un ángel los liberó milagrosamente.

Honesto fue a predicar a Pompaelo (hoy Pamplona). Debatía con el senador pagano Firmo e hizo llamar a Saturnino.

Saturnino y Honesto convirtieron y bautizaron a varios paganos de la ciudad, entre ellos Firmo y su esposa, a quienes bautizó Saturnino. El hijo de ambos, Fermín, luego sería obispo de Amiens.
Falleció en el año 250 por linchamiento popular: se negaba a sacrificar a los dioses, a los que ridiculizaba,y la multitud pagana decidió atarlo al cuello de un toro (que se debía haber sacrificado a Júpiter).

 

 

El animal corrió por la ciudad y escaleras abajo del templo de tal manera que el cuerpo de Saturnino quedó destrozado. Dos mujeres recogieron su cadáver y le dieron sepultura, tal como consta en el acta martirial.

Hoy sus restos se siguen venerando en la iglesia de Notre-Dame du Taur (Nuestra Señora del Toro) en Toulouse.

Santo patrono

San Saturnino (Sadurní en catalán) es patrono de Toulouse en Francia. En España, de Pamplona, Sant Sadurní d’Anoia, Montornès del Vallès, Sant Sadurní de l’Heura, Montmajor, Artajona y Ventosa.

Oración

Señor Jesucristo,
luz verdadera que alumbras siempre al mundo,
que por la predicación de tu mártir y obispo san Saturnino
visitaste la ciudad de Pamplona y la iluminaste con la luz de la fe,
concédenos por su intercesión, confesar la misma fe y llegar finalmente a la fuente de la luz eterna.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.