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PERDER LA CARRERA

Regresemos a esa maravillosa frase del Evangelio de perdernos para encontrarnos. Se encuentra en la mayoría de la literatura religiosa y en toda la literatura espiritual y mística.

¿Cómo hace uno para perderse? ¿Alguna vez trató usted de perder algo? Correcto, cuanto más esfuerzo se haga, más difícil es. Las cosas se pierden cuando no se hace esfuerzo. Usted pierde algo cuando no está consciente, Bien, ¿cómo hace uno para morirse? Estamos hablando de la muerte, no del suicidio. No nos dice que nos matemos, nos dice que muramos. Causarnos dolor, causarnos sufrimiento sería contraproducente. Uno nunca está tan lleno de sí mismo como cuando tiene dolor. Nunca está tan centrado en sí mismo como cuando está deprimido. Nunca está tan dispuesto a olvidarse de sí mismo como cuando está feliz. La felicidad lo libera de sí mismo.

Son el sufrimiento y el dolor y la tristeza y la depresión lo que lo ata a uno a sí mismo. Observe cuán consciente está usted de su muela cuando le duele. Cuando no tiene dolor de muela, ni siquiera se da cuenta que tiene muelas, ni de que tiene cabeza, cuando no le duele la cabeza. Pero es muy diferente cuando tiene un terrible dolor de cabeza.

De manera que es erróneo, es falso, pensar que la manera de liberarse de uno mismo es causarse dolor, ser abnegado, mortificarse, como estas cosas se entendían tradicionalmente. Negarse, morir, perderse, es comprenderse a sí mismo, comprender su verdadera naturaleza. Cuando uno haga eso, desaparecerá; se desvanecerá. Imagínense ustedes que alguien llega un día a mi alcoba. Yo le digo:

– Entre. ¿Quién es usted? Y él contesta:
– Yo soy Napoleón
Y yo le digo
– ¡No me diga que usted es…el Napoleón…!

Y él responde:

Precisamente: Bonaparte, el emperador de Francia

– ¡No me diga!- Exclamo mientras pienso: «Hay que tratar a éste con cuidado – Siéntese, Su majestad.
– Bien, me dicen que usted es un buen director espiritual. Tengo un problema espiritual. Estoy intranquilo, me cuesta trabajo confiar en Dios. Mire usted: Yo tengo mis tropas en Rusia, y por las noches no puedo dormir pensando cómo resultará todo.
– Bien, Su Majestad – le respondo -, ciertamente podría aconsejarle algo. Le sugiero que lea el capítulo 6 de Mateo: «Mirad los lirios del campo… ellos no trabajan ni hilan».

En este momento me pregunto quién está más loco si ese hombre o yo. Pero le sigo la corriente al loco. Eso es lo que hace el gurú sabio con usted al principio. Le sigue la corriente; toma en serio sus problemas. Le secará una o dos lágrimas. Usted está loco, pero todavía no lo sabe. Pronto llegará el momento en que el gurú le quite el piso y le diga: «Olvídese, usted no es Napoleón». En esos famosos diálogos de Santa Catalina de Siena, se dice que Dios le dijo: «Yo soy el que es; tú eres la que no es». ¿Han sentido alguna vez su no-ser? En el Oriente tenemos una imagen para esto. Es la imagen del danzarín y la danza. Se ve a Dios como el danzarín y a la creación como la danza de Dios. No es como si Dios fuera el danzarín grande, y usted fuera el danzarín pequeño. Ah, no. Usted no es un danzarín. Usted es la danza. ¿Alguna vez sintió eso? De manera que cuando el hombre recupera sus facultades mentales y se da cuenta de que no es Napoleón, no deja de existir. Sigue existiendo, pero de pronto se da cuenta de que es algo diferente de lo que él pensaba que era.

Perderse es darse cuenta de repente de que uno es algo diferente de lo que pensaba que era. Usted creía que estaba en el centro; Ahora se percibe como un satélite. Usted pensaba que era un danzarín; ahora se siente como una danza. Estas no son sólo analogías, imágenes, de manera que no las tome literalmente. Apenas le dan una pista, un indicio; son sólo señales, no lo olvide. De manera que usted no puede pedirles demasiado. No las tome demasiado literalmente.

 

 

Dionisio de París, Santo

Memoria Litúrgica, 9 de octubre

Primer obispo de París

Martirologio Romano: San Dionisio, obispo, y compañeros, mártires, de los cuales la tradición quiere que el primero, enviado por el Romano Pontífice a la Galia, fuese el primer obispo de París, y que junto con el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, padeciesen en las afueras de la ciudad (s. III).

Etimologicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la fe en Dios, viene del griego

Breve Biografía

Dionisio legó a Francia hacia el 250 ó 270 desde Italia con seis compañeros con el fin de evangelizarla. Fue el primer obispo de París, y apóstol de las Galias.

Dionisio fundó en Francia muchas iglesias y fue martirizado en el 272, junto con Rústico y Eleuterio, durante la persecución de Valeriano. Según creen algunos es en Montmartre (mons Martyrum), o en el sur de la Isla de la Cité, según otros, donde se eleva, en la actualidad, la ciudad de Saint-Denis lugar en el que fueron condenados a muerte.

Según las Vidas de San Dionisio, escritas en la época carolingia, tras ser decapitado, Dionisio anduvo durante seis kilómetros con su cabeza bajo el brazo, atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Al término de su trayecto, entregó su cabeza a una piadosa mujer descendiente de la nobleza romana, llamada Casulla, y después se desplomó. En ese punto exacto se edificó una basílica en su honor. La ciudad se llama actualmente Saint-Denis.

La tradición del culto a San Dionisio de París, fue creciendo poco a poco, dándole a conocer, llegando a confundirlo con Dionisio Areopagita (obispo de Atenas) o con Dionisio el Místico. Esta confusión proviene del siglo XII cuando el abad Suger falsificó unos documentos por razones políticas, haciendo creer que San Dionisio había asistido a los sermones de Pablo de Tarso.

 

 

El silencio presente de Dios

Santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28. Sábado XXVII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Quiero callar para, en el silencio, poder escucharte.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!” Pero Jesús le respondió: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Ante la exaltación de una mujer de entre el gentío, Jesús, sin mucha introducción, aprovecha para dejarnos otra bienaventuranza: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Llama dichosos a los que escuchan y cumplen, es decir, llama dichosos a los que el amor no sólo es una teoría, sino un muy concreto estilo de vida.

Parecería una bienaventuranza muy sencilla, sin embargo, requiere mucha radicalidad pues el escuchar implica callar, requiere atención, exige silencio.

No se trata de un silencio meramente externo, se trata de un silencio ante las cosas superficiales de la vida, un silencio ante el ruido de los problemas sin importancia… un silencio que me permite conocerme y enfrentarme conmigo mismo… un silencio que me permite encontrarme con Dios.

Sólo en ese silencio es como puedo comenzar a distinguir la voz de Dios en mi vida; que me guía, que me consuela, que da seguridad a mis pasos ante los caminos de la vida.

Es en el silencio donde descubro lo que Dios quiere de mi vida y, por lo tanto, lo que más me hace feliz, lo que me hace más pleno… donde descubro la razón de mi existir.

«“Dar la vida, tener espíritu de martirio es dar en el propio deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en aquel silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco. Sí, como la da una madre que sin temor y con la simplicidad del martirio materno, concibe en su vientre a un hijo, lo da a la luz, lo amamanta, lo hace crecer y lo atiende con afecto. Es dar la vida. Y estas son las madres. Es martirio”. Sí, ser madre no significa solamente traer un hijo al mundo, pero es también tomar una decisión de vida, la decisión de dar la vida». (Homilía de S.S. Francisco, 7 de enero de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ante el ruido de mi vida cotidiana, pediré al Señor la gracia del silencio interior para así poder escucharle.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Silencio y escucha de la Palabra

Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días.

El mundo moderno nos bombardea con noticias y ruidos, con músicas y discusiones, con “blogs” y mensajes de todo tipo. Al mismo tiempo, nuestros corazones generan pensamientos y emociones que aturden y arrastran, que encandilan y casi “drogan” nuestro espíritu.

La semilla no puede dar fruto si el alma vive prisionera de mil preocupaciones, angustias, apegos, zozobras. Para que la semilla empiece su camino vigoroso, antes hay que escardar, limpiar, zanjar, proteger el terreno del espíritu.

Escuchar la Palabra, el mensaje de Dios a los hombres, es imposible si nos faltan espacios de silencio. Como explica el Papa Benedicto XVI, “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la impresión de que hay casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación de masa, aunque sólo sea por un momento. Por eso se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior” (exhortación apostólica postsinodal “Verbum Domini”, n. 66).

Si adoptamos una sana actitud de silencio, el corazón empieza a estar abierto a la acogida de la Palabra de Dios, como la Virgen, como los santos. Así lo explica el Papa: “La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar esta escucha auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt” (“Verbum Domini”, n. 66).

Esto vale, como señala Benedicto XVI en el texto antes citado, de modo especial para la Liturgia: “Este valor ha de resplandecer particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (“Verbum Domini”, n. 66).

Si pasamos a través de los dinteles del silencio y del recogimiento, interno y externo, entramos en la escuela en la que habla el verdadero Maestro, Jesucristo. Él está, respetuosamente, junto a la puerta de nuestros corazones. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20).

Por eso, al finalizar el texto de la exhortación “Verbum Domini”, el Papa invita a todos los católicos a fomentar un clima adecuado a la escucha con la ayuda del silencio.

“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida. De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra del Señor que permanece eternamente (cf. 1Pe 1,25; Is 40,8). Y también nosotros podemos entrar así en el gran diálogo nupcial con que se cierra la Sagrada Escritura: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’. Y el que oiga, diga: ‘¡Ven!’… Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’. ¡Amén! ‘Ven, Señor Jesús’» (Ap 22,17.20)” (“Verbum Domini” n. 124).

 

 

El Papa Francisco abrirá el proceso sinodal el 9 y 10 de octubre

El Santo Padre dará inicio oficialmente al Sínodo sobre la Sinodalidad.

Este 10 de octubre, con la celebración Eucarística en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco dará inicio a un Camino Sinodal de tres años de duración y articulado en tres fases: diocesana, continental y universal, compuesto por consultas y discernimiento, que culminará con la Asamblea de octubre de 2023, en Roma. Este evento será precedido por un Momento de Reflexión que se realizará en el Aula Nueva del Sínodo, este sábado 9 de octubre. Superando cualquier «tentación de uniformidad», pero apuntando a una «unidad en la pluralidad», la apertura del Sínodo tendrá lugar tanto en el Vaticano como en cada una de las diócesis del mundo.

9 de octubre: Momento de Reflexión

El Momento de Reflexión del sábado 9 de octubre se desarrollará en dos partes: una sesión plenaria y en grupos lingüísticos. Estarán presentes representantes del Pueblo de Dios, incluidos los delegados de las Reuniones Internacionales de las Conferencias Episcopales y organismos similares, miembros de la Curia Romana, delegados fraternos, delegados de la vida consagrada y de los movimientos laicales eclesiales, el consejo de la juventud, etc. El Papa Francisco participará en la primera parte de los trabajos.

Los miembros del Consejo Consultivo Internacional de la Juventud, creado en 2019, también participarán en la apertura del proceso sinodal. El grupo, esta formado por jóvenes menores de 30 años que representan a todos los continentes, desempeña un importante papel consultivo y propositivo, colaborando con el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

10 de octubre: Santa Misa de apertura

El 10 de octubre, XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre presidirá la celebración Eucarística en la Basílica de San Pedro, a las 10.00 de la mañana, con la cual dará inicio al Camino Sinodal para la Iglesia universal y para la Diócesis de Roma, con la participación limitada de los fieles. El Pontífice junto con los Cardenales y Obispos entran en procesión a la Basílica acompañados de un grupo de 25 personas que representan a todo el pueblo de Dios y a los diferentes continentes. El grupo está compuesto por una persona con discapacidad visual y su acompañante; dos religiosos, dos jóvenes de la pastoral juvenil, una familia congoleña con sus dos hijos que viven en Roma, un diácono permanente con su mujer y sus dos hijos, un joven de la comunidad rumana de rito latino y un joven de la comunidad india sirio-malabar, un capellán maronita libanés, una pareja de novios y otras dos parejas, un joven sacerdote.

Un proceso sinodal integral

El itinerario sinodal, que el Papa ha aprobado, se anuncia en un documento de la Secretaría del Sínodo en el que se explican sus modalidades. «Un proceso sinodal pleno se realizará de forma auténtica sólo si se implican a las Iglesias particulares». Además, será importante la participación de los «organismos intermedios de sinodalidad, es decir, los Sínodos de las Iglesias Orientales Católicas, los Concejos y las Asambleas de las Iglesias sui iuris y las Conferencias Episcopales, con sus expresiones nacionales, regionales y continentales».

Por primera vez un Sínodo descentralizado

Es la primera vez en la historia de esta institución, deseada por Pablo VI en respuesta al deseo de los Padres Conciliares de mantener viva la experiencia colegial del Vaticano II, que un Sínodo comienza descentralizado. En octubre de 2015, el Papa Francisco, conmemorando el 50 aniversario de esta institución, había expresado el deseo de un camino común de «laicos, pastores, Obispo de Roma» a través del «fortalecimiento» de la Asamblea de los Obispos y «una sana descentralización». El deseo ahora se hace realidad.

Fase diocesana: consulta y participación del Pueblo de Dios

Siguiendo el mismo esquema, es decir, con un momento de encuentro/reflexión, oración y celebración Eucarística, las Iglesias particulares iniciarán su camino el domingo 17 de octubre, bajo la presidencia del Obispo diocesano. «El objetivo de esta fase es la consulta al pueblo de Dios para que el proceso sinodal se realice en la escucha de la totalidad de los bautizados», se lee en el documento. Para facilitar la participación de todos, la Secretaría del Sínodo enviará un Documento Preparatorio, acompañado de un Cuestionario y un Vademécum con propuestas para realizar la consulta. El mismo texto se enviará a los Dicasterios de la Curia, a las Uniones de Superiores y Superioras Mayores, a las uniones o federaciones de vida consagrada, a los movimientos internacionales de laicos, a las Universidades o Facultades de Teología.

Fase continental: diálogo y discernimiento

Comienza así la segunda fase del camino sinodal, la «continental», prevista hasta marzo de 2023. El objetivo es dialogar a nivel continental sobre el texto del Instrumentum laboris y realizar así «un nuevo acto de discernimiento a la luz de las particularidades culturales de cada continente». Cada reunión continental de los Episcopados nombrará a su vez, antes de septiembre de 2022, un responsable que actuará como referente con los propios Episcopados y la Secretaría del Sínodo. En las Asambleas Continentales se elaborará un documento final que se enviará en marzo de 2023 a la Secretaría del Sínodo. Paralelamente a las reuniones continentales, también deberán celebrarse Asambleas Internacionales de especialistas, que podrán enviar sus contribuciones. Por último, se redactará un segundo Instrumentum Laboris, que se publicará en junio de 2023.

Fase universal: los Obispos del mundo en Roma

Este largo camino, que pretende configurar «un ejercicio de colegialidad dentro del ejercicio de la sinodalidad», culminará en octubre de 2023 con la celebración del Sínodo en Roma, según los procedimientos establecidos en la Constitución promulgada en 2018 por el Papa Francisco Episcopalis Communio.

 

 

Oraciones del Rosario

La Señal de la Cruz

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Credo

Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del Cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está a la diestra de Dios Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna. Amén.

El Padre Nuestro

Padre Nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

Ave María

Dios te salve, María. Llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gloria

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Madre de Gracia
V. María, Madre de Gracia, Madre de Misericordia.
R. En la vida y en la muerte ampáranos Gran Señora.

 

 

La misión de los cristianos

La misión cristiana es un don para compartir, educar y comunicar la fe para entonces proceder a evangelizar la Palabra de Dios.

Las misiones y los misioneros siempre han sido importantes en el cristianismo. Más aún, son la vanguardia y el referente primero de la evangelización. Al mismo tiempo, todos los cristianos tenemos una misión. Esto significa nuestro nombre, “cristiano”, que deriva de Cristo, el “ungido” por Dios para la salvación del mundo.

En nuestro tiempo se siguen manifestando los límites del hombre, a pesar de los enormes avances de la ciencia y de la tecnología en el mundo de la globalización. No es solo la muerte (el límite más claro y común), sino la persistencia del hambre y las enfermedades, de la ignorancia, de las injusticias, la imposibilidad de hacer todo lo que querríamos, por muy bueno que nos parezca. Nuestra mente, nuestro corazón, nuestra capacidad de trabajo y nuestro tiempo tienen sus límites. No somos Dios. Pero además no funcionamos como sería quizá de esperar.

Decía Sófocles que el hombre está panta poros aporon, abierto a todas las cosas, pero a la vez cerrado. En perspectiva cristiana observaba San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7, 19). Estamos “heridos” en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad y en nuestros deseos y actitudes. Y a esto habría que añadir la confusión y manipulación de que somos objeto continuamente. Todo ello nos hace lentos para percibir la verdad, el bien y la belleza. Y esto se muestra con frecuencia en la extraña ceguera para percibir las necesidades de los otros, incluso de los más cercanos. Y también para perdonar, como se puede ver en la película “El Cuarteto” (Quartet, D. Hoffman, 2012) (ver trailer).

En el momento actual cabe subrayar tres aspectos: la misión nos corresponde efectivamente a todos los cristianos, según nuestras condiciones y circunstancias en la Iglesia y en el mundo; la misión cristiana es un aspecto esencial de la educación en la fe; esta misión requiere hoy antes que nada del testimonio y de la misericordia.

La misión, o la evangelización, corresponde a todos los cristianos

1. Los cristianos hemos recibido la buena noticia (el Evangelio) de que Dios nos ama y el encargo o la misión de anunciarla al mundo. Cristiano significa ungido, como Cristo y en Cristo, para esa misión. Como ha señalado el Papa Francisco, se trata de “un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, 20-X-2013).

Con esa buena noticia y la misión de anunciarla a todos, también tenemos los cristianos el impulso y la energía para hacerlo, saliendo de nosotros mismos e incluso, como nos insiste el Papa, yendo a las “periferias”, especialmente a aquellas que no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. “La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida” (ibid.).

Esta necesidad y su permanente actualidad la han percibido los santos de todos los tiempos. Por eso existen las “misiones”, que el Concilio Vaticano II quiso integrar en la gran y única misión cristiana, en este compromiso evangelizador que nos compromete a todos, porque “los ‘confines’ de la fe no solo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer” (ibid.).

Educar para la evangelización

2. Con otras palabras, “todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio” (ibid). Esta misión, la misión de los cristianos, no es simplemente un programa que habría que lograr a un plazo más o menos largo, sino también un horizonte que hemos de tener en todas nuestras actividades cotidianas, aquí y ahora. Con ello llegamos a un segundo punto. En la educación de la fe es esencial formar a los cristianos para su misión; para una misión que pueden y deben llevar a cabo ya desde niños, entre los parientes y los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo y los simples conocidos.

Ahora bien, la evangelización encuentra obstáculos fuera y dentro de la comunidad eclesial. “A veces –reconoce el Papa– el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles”. En otras ocasiones se piensa que evangelizar es violentar la libertad; más bien sucede que si se lleva a cabo con claridad y respeto, la evangelización es un servicio y un homenaje a la libertad humana (cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 80). En un ambiente como el nuestro, que destaca la violencia, la mentira y el error, es urgente que resuene esta buena noticia.

Evangelización, testimonio y misericordia

3. Tercero y último, la evangelización requiere ante todo el testimonio de vida. La evangelización no es una apelación a seguir o adherirse a una doctrina o unos intereses meramente humanos. Es una proposición a la razón y a la libertad de las personas. Se trata de ayudarlas a abrirse ante las necesidades materiales y espirituales de los otros, de modo que se muevan a la compasión y al amor efectivo, con hechos. Y esto solo puede proponerse con el testimonio (es decir, el ejemplo y la coherencia manifestados en la vida y en las palabras) y la misericordia.

En efecto, el Evangelio de Cristo es “anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación”. Hemos de ser capaces de anunciar “que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien”. En esto consiste la naturaleza misionera de la Iglesia, y, por tanto, la misión de los cristianos: es “testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor” (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, 20-X-2013; cf. también su Discurso al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, 14-X-2013).

 

 

E-mail, WWW y la Iglesia

La confesión sacramental por correo electrónico es imposible

Las llamadas nuevas tecnologías están invadiendo todas las actividades humanas. Más bien deberíamos decir que las han invadido ya. Basta ver las tiendas, las oficinas, los despachos, los medios de comunicación social. En todas partes vemos aparatos, monitores, pantallas, escaners, teclados, diskettes, compact discs, impresoras, colores… Todo sucede como si nadie pudiera trabajar sin tener a su alcance un ordenador, que lleva en sus entrañas las complicadas estructuras de los modem, conectadas con el universo exterior a través de servidores fieles y atrevidos. Todos conocemos algunos de sus nombres. En este campo no se detiene la investigación ni el progreso. Lo que ahora es moderno, nuevo, dentro de unas semanas se convierte en algo anticuado, inservible.
Todos estamos sumergidos en este mar que puede parecer milagroso, incomprensible para muchas personas de una cierta edad.

Nuestra Iglesia Católica también se siente sacudida por todo este agitado mundo de la informática, de los e-mails o correos electrónicos y de estas terribles tres WWW, que, traducidas al castellano, significarían: “La Telaraña Extendida por todo el Mundo”.

Pero la Iglesia es portadora de un Mensaje Evangélico y de unas Realidades Sagradas, establecidas por su Creador, Jesucristo, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, hace más de dos mil años, que van a durar hasta el final de los siglos.

La Iglesia, impertérrita en su labor comunicadora y santificadora, no se inquieta. Pero a veces experimenta que estos medios modernos se le escapan porque son utilizados por personas o entidades poco serias o eminentemente comerciales.

La Santa Sede ha enviado una nota al episcopado del mundo para recordar a todos los sacerdotes que no está permitido utilizar medios (como el correo electrónico o el fax) para consultar cuestiones cubiertas por el sigilo del sacramento de la Confesión.

Lo sagrado es lo sagrado. Lo establecido por Jesucristo debe ser tratado siempre con mucho cuidado, teniendo siempre en cuenta las normas emanadas de la Tradición Divina y de las Normas de las autoridades eclesiales competentes.

La confesión sacramental por correo electrónico es imposible. Porque el correo electrónico puede esconder la personalidad del que comunica. Los que usamos este medio sabemos perfectamente que, por desgracia, existen personas y empresas que lo utilizan para sus fines comerciales, y hasta al servicio de sus ideologías bastardas y de sus concepciones materialistas y pecaminosas. Las más extravagantes y agitadas imágenes llenan los monitores de los que se comunican por Internet.

Hay que ir con mucho cuidado en la utilización de estos medios electrónicos para fines de consultas serias sobre cuestiones de conciencia y de moral.

Esta sería una parte muy importante de los problemas que nos plantean las nuevas tecnologías. Es la que podríamos llamar la “cara negativa”.

Pero también existe la “cara positiva”. La Iglesia tiene un mandato de su fundador, Jesucristo, de comunicar al mundo entero su mensaje salvador, divinizador. El se despidió de los Apóstoles y Discípulos, dándoles un mandato: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Evangelio de San Marcos, capítulo 16, vers. 15. Traducción de la “Biblia de Jerusalén”).

Las nuevas tecnologías, los E-mails y los WEBS ofrecen a la Iglesia la posibilidad de hacer llegar el mensaje de Jesús a todas las Naciones, a todas horas, a todos los que estén atentos en la soledad de sus aparatos, a los tristes y oprimidos, a los que buscan y quieren encontrar el camino de la Verdad y de la Vida, la posibilidad de lo eterno y de lo feliz.

Nuestro pensamiento debería esforzarse por utilizar estos nuevos medios de un modo incansable, siempre novedoso, para que la humanidad sea más cristiana y más alegre, más pacífica y más solidaria, con un espíritu más fraternalmente ecuménico. Han aparecido numerosas iniciativas que ofrecen a todos los modernos apóstoles la posibilidad real de proclamar la Buena Nueva a toda la creación, extendiendo sus manos abiertas a todos los que buscan sinceramente encontrarse con el Ser Supremo, Dios.

 

 

La extraordinaria fuerza interior del patrono de Colombia

Quién sabe lo que la reforma del Carmelo le debe al dominico san Luis Beltrán…

«Si tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Jesucristo«. Esta es la frase que el dominico Luis Bertrán colocó en la puerta de su celda, en el convento de su ciudad natal, Valencia.

Había regresado a España después de pasar 7 años como misionero en América y había acumulado suficiente sabiduría como para estar seguro de que no se puede contentar a todos…

San Luis Bertrán (o Beltrán) nació el 1 de enero de 1526, en una familia noble y profundamente cristiana. A los 16 años se fue de casa con la intención de llevar una vida mendicante.

Intentó entrar en el noviciado de los dominicos, pero a sus padres no les hacía gracia, así que el hábito blanco y negro de la orden de predicadores se hizo esperar hasta que cumplió los 18 años.

A pesar de que caía enfermo con frecuencia, cultivó su vida espiritual con penitencias y vida austera, con largas horas de adoración ante el Santísimo y una vida transparente. Al cabo de tres años, en 1547, se convirtió en sacerdote.

Su fidelidad al carisma de santo Domingo de Guzmán le condujo de una manera natural a la formación de jóvenes que querían ser dominicos.

Cuando tenía 36 años viajó en un galeón a Nueva Granada, la actual Colombia, de donde es patrono principal.
Allí se dedicó en cuerpo y alma a la evangelización y el reconocimiento de la dignidad de los indios y predicó a tribus de vida salvaje que intentaron asesinarlo varias veces.

Sin embargo, sus peores enemigos fueron algunos conquistadores a los que reprendía por sus injusticias con los indígenas y que intentaron matarle también.

Finalmente, tras consultar con el gran evangelizador dominico fray Bartolomé de las Casas, regresó a su país y volvió a dedicarse a la formación de novicios.

Era un excelente consejero espiritual. Incluso santa Teresa de Jesús le consultó por carta sobre su costosa reforma del Carmelo. Al cabo de tres o cuatro meses orando y ofreciendo sacrificios, le respondió:

«Ahora digo en nombre del mismo Señor que os animéis para tan grande empresa, que Él os ayudará y favorecerá. Y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años que vuestra religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de Dios«.

Luis Bertrán suscitó una gran admiración que, tras su muerte se convirtió en devoción popular.

Muchos creen en sus milagros y prodigios, como el de acabar con duras sequías con su oración, lograr que un árbol diera frutos instantáneamente con una bendición, quedar inmune al veneno y los disparos con que intentaron asesinarle y amansar a fieras.

A los 55 años, tras una larga enfermedad que acogió como una purificación necesaria enviada por Dios, murió en su ciudad natal. Fue declarado santo en 1691 y su fiesta se celebra el 9 de octubre.

Un pensamiento suyo, para acabar, extraído de un sermón para el Miércoles de Ceniza:

«Decidme, hermanos, ¿qué os aprovecha que el mundo os tenga por santos y os canonice por justos si Dios os halla, al contrario, por donde merezcáis el infierno? ¿Qué fe le da al justo que el mundo le tenga por malo y por hipócrita si Dios lo halla justo en la conciencia? Esto es, hermanos, lo que hemos de procurar: agradar al que nos ha de juzgar, premiar y castigar«.