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Referencias Bíblicas
• Matthew 5:20-26
• Obispo Robert Barron

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos enseña que si un hermano tiene algo contra nosotros debemos reconciliarnos con él antes de ofrecer nuestros dones en el altar. Esta reconciliación requiere un cambio de corazón y mente.



La palabra “arrepentirse” es a menudo una traducción confusa de metanoeite. Esta palabra griega se compone de dos términos, meta (más allá) y nous (mente o espíritu). Por lo tanto, en su forma más básica, significa algo así como “ir más allá de la mente que uno tiene”.



 

 

La palabra “arrepentirse” tiene un tono moralizante, lo que sugiere un cambio en comportamiento o acción, mientras que la palabra usada por Jesús parece estar insinuando un cambio en un nivel mucho más fundamental del ser. Jesús insta a los oyentes a cambiar sus formas de saber, de percibir y comprender la realidad, su modo de ver.Lo que Jesús insinúa es que hay un nuevo estado de cosas, lo divino y lo humano se han encontrado, y la forma de ver habitualmente no permitirá observar esta nueva realidad. La mente, los ojos, los oídos, los sentidos, las percepciones, todo tiene que abrirse, darse vuelta, revitalizarse. Metanoia, la transformación mental, es la primera recomendación de Jesús.

 

 

El Papa a los sacerdotes de Roma: “No huyan ante los desafíos, sean ejemplares”

 

 

León XIV ha recibido esta mañana en audiencia al clero de la diócesis de Roma. Destaca su invitación a caminar juntos, a reavivar la llama de la vocación en un tiempo marcado por la violencia y, en el territorio romano, por la pobreza y la emergencia habitacional: “El presbítero está llamado a ser el hombre de la comunión”, testigo “dentro de una vida humilde” capaz de expresar “la fuerza renovadora del Evangelio”.

Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano

El Obispo de Roma se encuentra con su diócesis, con sus sacerdotes y seminaristas, a quienes llama “un tesoro precioso” y por quienes pide “un fuerte aplauso”. Lo hace tras haber tomado posesión de la diócesis de Roma, el 25 de mayo, en la Basílica de San Juan de Letrán, cuando, citando al beato Juan Pablo I, aseguró su disponibilidad y amor, poniendo a disposición todas sus fuerzas.

En el Vaticano, el Papa León XIV reitera al clero de Roma su deseo de “conocerlos de cerca para comenzar a caminar juntos”. Un camino de obispo y pueblo que recuerda lo que deseaba el Papa Francisco desde la Logia de las Bendiciones en 2013. Habla “con el corazón de padre y pastor”, porque el Señor conoce las limitaciones del ser humano pero confía solo a algunos una gracia especial:

“¡Comprometámonos todos a ser sacerdotes creíbles y ejemplares! Somos conscientes de los límites de nuestra naturaleza y el Señor nos conoce en profundidad; pero hemos recibido una gracia extraordinaria, se nos ha confiado un tesoro precioso del que somos ministros, servidores. Y al servidor se le exige fidelidad.”

Valiosos a los ojos de Dios

El Papa León agradece a los sacerdotes por “la vida entregada al servicio del Reino, por tanta generosidad en el ejercicio del ministerio, por todo lo que –dice– viven en silencio y que, a veces, va acompañado de sufrimiento o de incomprensión”:

“Ejercen servicios diversos, pero todos son valiosos a los ojos de Dios y en la realización de su proyecto.”

Un clima cultural que favorece el aislamiento

“Caminar juntos” es la recomendación que el Pontífice hace a la diócesis de Roma, “una diócesis realmente particular, porque –subraya– muchos sacerdotes llegan de distintas partes del mundo”, a menudo para estudiar. Esta elección se refleja en la vida pastoral de las parroquias, llamadas a un impulso de universalidad y de acogida recíproca. A partir de esto, el Papa centra su pensamiento en dos conceptos que tiene “en el corazón”: la unidad y la comunión. La comunión – destaca – se ve favorecida en Roma por la vida común “en las casas parroquiales, los colegios u otras residencias”:
“El presbítero está llamado a ser el hombre de la comunión, porque él la vive en primer lugar y la alimenta constantemente. Sabemos que esta comunión hoy está obstaculizada por un clima cultural que favorece el aislamiento o el ensimismamiento. Ninguno de nosotros está exento de estas amenazas que ponen en riesgo la solidez de nuestra vida espiritual y la fuerza de nuestro ministerio.”

Un impulso de fraternidad entre sacerdotes

Las amenazas se combaten vigilando tanto lo externo como lo interno, prestando atención a las relaciones interpersonales, pero también a lo que habita en el propio corazón, «especialmente ese sentimiento de cansancio que surge por haber vivido dificultades particulares, por no habernos sentido comprendidos y escuchados, o por otras razones.”

“Quisiera ayudarlos, caminar con ustedes, para que cada uno recupere la serenidad en su ministerio; pero precisamente por eso les pido un impulso en la fraternidad presbiteral, que hunde sus raíces en una vida espiritual sólida, en el encuentro con el Señor y en la escucha de su Palabra.”

Carismas distintos y fidelidad al Evangelio

“La comunión –subraya el Papa– también debe traducirse en el compromiso dentro de esta diócesis: con carismas distintos, con trayectorias de formación diversas y también con servicios distintos, pero único debe ser el esfuerzo por sostenerla”. Un esfuerzo en el camino pastoral que se traduce en caminar juntos, fieles al Evangelio, enriqueciendo a la Iglesia con el propio carisma, “pero teniendo en el corazón el ser un solo cuerpo, del cual Cristo es la Cabeza”.

El amor del primer momento

El Papa se detiene en la importancia de la ejemplaridad, y sabe que nadie está exento “de las seducciones del mundo y de la ciudad, con sus mil propuestas”, que podrían alejar de una vida santa, perdiendo así los valores profundos del sacerdocio:

“Déjense atraer nuevamente por la llamada del Maestro, para sentir y vivir el amor del primer momento, aquel que los llevó a tomar decisiones firmes y renuncias valientes. Si juntos tratamos de ser ejemplares dentro de una vida humilde, entonces podremos expresar la fuerza renovadora del Evangelio para cada hombre y cada mujer.”

Roma entre belleza, pobreza y emergencia habitacional

Reavivar la llama de la vocación en un tiempo de desafíos marcados por violencia y muerte. “Nos interpelan –dice León XIV– las desigualdades, las pobrezas, tantas formas de marginación social, el sufrimiento extendido que toma la forma de un malestar que ya no perdona a nadie”. Realidades que, añade, no se viven solo lejos, sino también en Roma:

“¡Estamos llamados a abrazar estos desafíos, a interpretarlos evangélicamente, a vivirlos como ocasiones de testimonio! ¡No huyamos ante ellos!”.

 

 

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección. Porque han de continuar sus mismos misterios

Por: Jesús Martí Ballester
Fuente: Catholic.net

 

«Os he llamado amigos, porque os he manifestado todo lo que he oído a mi Padre. No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he elegido y os he destinado a que os pongáis en camino y deis fruto, y un fruto que dure» (Jn 15,15).

Jesús entrega su amistad y pide la nuestra. Ha dejado de ser el Maestro para convertirse en amigo. Escuchad como dice: Vosotros sois mis amigos… No os llamo siervos, os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer…En aras de esa amistad, que es entrañable, que es verdadera y ardorosa, desea atajar a los que aún pudieran no hacerle caso. «No sois vosotros -les dice- los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido».



Es un compañero deseoso de salvar, de alegrar y de llenar de amor, de gozo y de paz a sus amigos. «Os he hablado para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». El Maestro está con los brazos abiertos de la amistad tendidos hacia nosotros. Y con la alegría como promesa y como ofrenda. Nunca se ha visto un Dios igual. Camina ahora mismo y por cualquier calle. Por la acera de tu casa, seguro. Y está diciendo que es amigo tuyo, que te quiere igual que a su Padre y que desea llenarte de alegría. Lo va repitiendo al paso, según se acerca a tu puerta (ARL BREMEN).



DIOS CREA PORQUE AMA



Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta grandeza, que fascinadora belleza!:

«¡Oh montes y espesuras,
plantados por la mano del Amado!,
¡oh, prado de verduras
de flores esmaltado!,
decid si por vosotros ha pasado»,

Cantó el insuperable poeta del amor, San Juan de la Cruz.

Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron. (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un hueso desplazado de su sitio, en busca del placer, de la satisfacción del egoísmo, del sometimiento a su soberbia, como si el sol se saliera de su ruta, buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía a una Persona divina, su Hijo, a «aplastar la cabeza de la serpiente», haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.



EL SIERVO DE YAHVÉ

 

 



Ese Hombre Dios, el Siervo de Yahvé, que, «desfigurado no parecía hombre, como raíz en tierra árida, si figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como cordero llevado al matadero» Isaías 52,13, inicia la redención de los hombres, sus hermanos. El es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. El Padre, cuya voluntad ha venido a cumplir, lo ha constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Para eso, antes de morir, ha elegido a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos.



«Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor» (Prefacio).



Por eso, si los cristianos debemos tomar nuestra cruz, los sacerdotes, más, por más configurados con Cristo, con sus mismos poderes. Los sacerdotes de la Antigua Alianza sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban ellos. Los sacerdotes nos hemos de inmolar porque Cristo se inmoló a sí mismo. Hemos de ser como él, sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo.



Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al mundo, una mentalidad inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí surgen consecuencias de carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes de colores, que obnubilan el sentido sustancial del sacerdote-víctima, que conducen a la esterilidad, y contradicen la misión: «para que os pongáis en camino y deis fruto que dure». El fruto que dura es el de la conversión, la santidad, que permanecerá eternamente. Os he puesto en la corriente de la gracia, os planté para que vayáis voluntariamente y con las obras deis fruto. Y precisa cuál sea el fruto que deban dar: «Y vuestro fruto dure». Todo lo que trabajamos por este mundo apenas dura hasta la muerte, pues la muerte, interponiéndose, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna perdura aun después de la muerte, y entonces comienza a aparecer, cuando desaparece el fruto de las obras de la carne. Principia, pues, la retribución sobrenatural donde termina la natural. Por tanto, quien ya tiene conocimiento de lo eterno tenga en su alma por viles las ganancias temporales. Así pues, demos tales frutos que perduren, produzcamos frutos tales que cuando la muerte acabe con todo, ellos comiencen con la muerte, pues después que pasan por la muerte es cuando los amigos de Dios encuentran la herencia (San Gregorio Magno).




EL SERVICIO, NO EL PODER



Después de la «conversión» de Constantino, el clero eclesiástico hizo su entrada en este mundo, corrió serio peligro de perder su propia naturaleza, que no consiste en el poder, sino en el servicio. Además, entró en competencia con el poder secular al aparecen la escena de la historia política. Este encuentro y confrontación con la jerarquía civil condujo no sólo a una ampliación político-social de las tareas apostólicas, sino que también oscureció el aspecto colegial del servicio de la Iglesia. Ha dicho el Cardenal Lustiger, arzobispo de París: «Ya se que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que favorecieran la promoción».




EL ORDEN SACRAMENTAL Y LA DIGNIDAD



 

En el curso del siglo XI comienza la teología medieval a distinguir claramente, en la elaboración del tratado de sacramentos, entre el Orden y la dignidad, y puso de relieve la sacramentalidad del Orden de la Iglesia. A partir de entonces se designa esencialmente como Orden el sacramento que confiere el poder de celebrar la eucaristía.



Aunque el lenguaje de la Curia romana imprimió su sello a la tradición cristiana, la ordenación no fue considerada nunca como un simple acceso a una dignidad y como transmisión de unos poderes jurídicos y litúrgicos, pues siempre se confirió mediante un rito, Porque la ordenación es un acto sacramental que transmite una gracia de santificación; los llamados son tomados del mundo y consagrados al servicio de Dios, son separados para atender a su misión especial. El obispo, el sacerdote, el diácono no tienen de suyo nada del sacerdote romano, que era un funcionario del culto público, poseía cierto rango y tenía que realizar determinados actos. El «sacerdocio» cristiano pertenece a otro orden; no es primariamente «religioso» ni cultual, sino carismático; es el ordo de los que han recibido el espíritu y, en virtud de su orden, están habilitados para continuar la obra de los apóstoles. Las jerarquías del ministerio aparecen en los escritos de los Padres de la Iglesia, no tanto como títulos que conceden ciertos derechos, sino más bien como tareas que ciertos hombres llamados a edificar el cuerpo de Cristo toman sobre sí, a veces incluso contra su propia voluntad.




DIMENSION ESENCIAL



El Orden sacramental es una dimensión esencial para la Iglesia, y por eso fue incluido entre los sacramentos. Si se quiere comprender el sentido y la función de este «sacramento» particular en lugar de atribuir el sacerdocio cristiano y toda la jerarquía de la Iglesia a un único acto de institución, como hizo el Concilio de Trento, parece que está más en consonancia con la Sagrada Escritura y la realidad de las cosas partir de la Iglesia como «sacramento original». De esta forma no nos exponemos al peligro de separar el orden de la Iglesia histórica para colocarlo en cierto modo por encima de ella, pues es un sacramento esencial para la existencia de la Iglesia y en el que ésta se actualiza.




DISTINTOS GRADOS



El desdoblamiento del ordo en varios grados y la introducción de diversas ordenaciones están tan relacionados con la historia de la Iglesia como con la Escritura. Son producto de un desarrollo, y, en definitiva, la cuestión de si se ha de hablar de un único sacramento del orden o de si el episcopado y el presbiterado constituyen sacramentos diversos es más una cuestión terminológica y teológica que dogmática. Las funciones del obispo y las del sacerdote, las funciones del sacerdote y las del diácono, no están delimitadas entre sí de forma absoluta; las funciones respectivas son asignadas por el derecho, pero este derecho no es un todo inmutable. La validez de las ordenaciones depende de la actuación de la Iglesia tomada en su totalidad, y no del acto sacramental considerado aisladamente. La validez o no validez de una ordenación no es algo que se pueda determinar tomando como base el rito, con independencia del marco general de la misma.




DESARROLLO



La estructura del ministerio eclesial se puede considerar, igual que el canon de la Escritura y el número septenario de los sacramentos, como el resultado de un desarrollo. Desarrollo que se produjo todavía en tiempo de los apóstoles; por eso ha conservado en la tradición de la Iglesia el carácter de algo que existe por necesidad jurídica. En la Iglesia tendrá que haber siempre un «ministerio para velar», un «presbiterado» y una «diaconía». Sin embargo, las expresiones concretas de esta estructura esencial pueden cambiar con el tiempo y de hecho han cambiado; más aún, tienen que cambiar por razón del carácter forzosamente limitado de las diversas expresiones históricas del ministerio y de la obligación que éste tiene de asemejarse constantemente a su modelo, Cristo.



Lo mismo que Dios concedió el espíritu de profecía a los setenta ancianos que había llamado Moisés a participar con él en el gobierno del pueblo, así también comunica a los sacerdotes el Espíritu Santo para que se asocien al ministerio de los obispos. El presbítero colabora con el obispo en la totalidad de sus funciones de gobierno de la Iglesia. Las funciones del presbítero tienen una íntima conexión con el ofrecimiento de la eucaristía. Por eso la función del presbítero en la Iglesia ha de entenderse partiendo de la Cena y de las palabras de Cristo, que mandó a los apóstoles hacer «en memoria de él lo mismo que él había hecho» (1 Cor 11). Por eso defendió el Concilio de Trento este aspecto básico del ministerio sacerdotal. Y el Concilio Vaticano II añade: «Los presbíteros ejercitan su oficio sagrado sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de Cristo, el sacerdote es al mismo tiempo presidente de la celebración eucarística, él ofrece el sacrificio in nómine Ecclesiae o, en persona Ecclesiae y consagrante, sacrificador, y como tal ya no actúa meramente in persona Ecclesiae, sino in persona Christi y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza, Cristo, representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor (1 Cor 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Heb 9,11-28)».




EL MISTERIO DE CRISTO



 

El sacerdote nos introduce en la memoria del Señor, no sólo en su pascua, sino en el misterio de toda su obra, desde su bautismo hasta su pascua en la cruz. El exhorta a la asamblea de los creyentes a vivir en sintonía con el sacrificio de la cruz, que ésta vuelve a vivir en el presente en espera de su consumación definitiva. Por eso el ministerio del sacerdote no se puede limitar a la celebración de un rito; compromete toda la vida y se desarrolla de acuerdo con todo el orden sacramental.



Pero no sería fiel a la tradición quien pretendiera defender que las funciones del sacerdote son de naturaleza estrictamente sacramental y cultual. También es función del sacerdote proclamar la palabra de Dios. La misma Cena, en la que el Señor llama a su sangre «sangre de la alianza», lo pone de manifiesto, pues no hay ningún rito de alianza sin una proclamación de la palabra de Dios a los hombres. El acontecimiento de la alianza es al mismo tiempo acción y palabra. Esta relación aparece todavía más clara cuando se parte de la base de que eucaristía (1 Cor 11,24) no significa tanto una «acción de gracias» en el sentido actual de esta expresión, cuanto una clara y gozosa proclamación de las «maravillas de Dios», de sus hechos salvíficos.



Cuando Jesús declara: «Cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1 Cor 11,26), su acto de bendición ritual tiene también el sentido de una proclamación de la palabra de Dios. El ministerio de ofrecer la eucaristía ratifica y complementa simplemente una proclamación de la palabra, que va desde el kerigma inicial hasta la catequesis y la misma celebración litúrgica. Predicar, bautizar y celebrar la eucaristía son las funciones esenciales del sacerdote. Sin embargo, dentro del presbiterio dichas funciones pueden estar distribuidas distintamente, según que unos se dediquen más a tareas misioneras y otros a la acción pastoral dentro de la comunidad reunida (Mysterium Salutis). Predicar y enseñar, de otra manera, ¿cómo podrán hacer y administrar los sacramentos con provecho y eficacia salvadores?




ESCASO APRECIO



El sacerdocio hoy está bastante desvalorizado. Las cosas poco prácticas no se cotizan. Esta generación consumista sólo tiene ojos para sus intereses. Ha perdido el sentido de la gratuidad. Un beso y una sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos mucho. Un jardín no es un negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas y cebollas es más productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios.

• El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es necesario como la escoba para que esté limpia la casa. Pero a nadie se le ocurre poner la escoba en la vitrina.
 
• El sacerdote perdona los pecados, es instrumento de la misericordia de Dios. En un mundo lleno de rencores y envidias, el sacerdote es portador del perdón. Está siempre dispuesto a recibir confidencias, descargar conciencias, aliviar desequilibrios, a sembrar confianza y paz.
 
• El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de tierra, nos señala el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, nos descubre a Dios en el fondo.
 
• El sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones.
 
• El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina.
 
• El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Nada hay en la Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo hay: dos sacerdotes. Por eso hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies (Mt 9,38).




LA ELECCIÓN



 

 

«No me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo a vosotros». La elección indica siempre predilección. Si voy a un jardín, miro y remiro: tallo, capullo, color, aguante…Elijo, corto y me la llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar el color, ni darles más resistencia, ni aumentarles la belleza.

Cuando Dios elige, elige a través de su Verbo: «Por El fueron creadas todas las cosas». Cuando un joven elige a su novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u otros, probablemente saldría mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha desposar con ella.

Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección. Porque han de continuar sus mismos misterios.



Parece que el Señor tendrá sus preferencias. Contando con que siempre puede rectificar y enderezar, romper el cántaro y rehacerlo, y purificar, es verosímil que cuente con lo que ya hay en las naturalezas, creadas por El: «Omnia per ipso facta sunt».



Una de las primeras cualidades que parece buscará será la docilidad. Docilidad que casi siempre es crucificante. Otra, será la sencillez: «Si no os hacéis como niños»… Manifestarse sin hipocresía, con naturalidad.




“VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS»



»Vosotros sois mis amigos.» ¡Cuánta es la misericordia de nuestro Creador! ¡No somos dignos de ser siervos y nos llama amigos! ¡Qué honor para los hombres: ser amigos de Dios! Pero ya que habéis oído la gloria de la dignidad, oíd también a costa de qué se gana: «Si hacéis lo que yo os mando.» Alegraos de la dignidad, pero pensad a costa de qué trabajos se llega a tal dignidad. En efecto, los amigos elegidos de Dios doman su carne, fortalecen su espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes, menosprecian lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna; además, la aman más que a la vida; pueden ser llevados a la muerte, pero no doblegados. Considere, pues, cada uno si ha llegado a esta dignidad de ser llamado amigo de Dios, y si así es no atribuya a sus méritos los dones que encuentre en él, no sea que venga a caer en la enemistad. Por eso añadió el Señor: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto».




MÍSTICA DEL SACERDOCIO DE JUAN PABLO MAGNO



San Francisco de Sales, el Doctor de las alegorías, relata en su “Introducción a la Vida devota”, libro famoso y exitoso en su tiempo, que Alejandro Magno encargó a Apeles pintar el retrato de Compaspe, la hermosa, a la que amaba intensamente. Apeles, naturalmente, la estuvo contemplando durante mucho tiempo, y se enamoró de ella. Lo intuyó Alejandro y compadecido de él, se privó, por el afecto que tenía a Apeles, de la más querida amiga que jamás tuvo en el mundo, con lo cual, dice Plinio, dio una prueba de la magnanimidad de su cora­zón, mayor que la más brillante de sus victorias.



En “El hermano de nuestro Dios”, una obra de teatro suya, Karol Wojtyla ha escrito que cualquier intento de comprender a alguien implica penetrar hasta las raíces de nuestra humanidad, donde se encentra un elemento extra histórico. Pocas voces me llegan turbias sobre Juan Pablo II, aunque no faltan algunas, pero siempre pienso que no le conocen y más, que no le pueden comprender los que las dicen, porque no está a su alcance conocerle.




MEDITACIÓN SOBRE EL MINISTERIO SACERDOTAL 



Es San Pablo quien, en su Carta a los Corintios, define a los sacerdotes: «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles´´ (1 Co 4,1). Juan Pablo II, en el tema VIII de su libro “Don y Misterio”, sus memorias escritas y publicadas al cumplir sus Bodas de Oro sacerdotales, medita agudamente este texto: “el administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. El sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos entre las personas a las cuales es enviado. Es por tanto, el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del misterio de la fe´´. La vocación sacerdotal es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. El hombre ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo”. Yo lo canté, lo intenté balbucear así el día de mis Bodas de Oro Sacerdotales, un año después que el Papa:




HIMNO SACERDOTAL



Recién ordenado y estudiante en la Universidad de Salamanca:

Necesitaste y necesitas de mis manos
para bendecir, perdonar y consagrar;
mi corazón para amar a mis hermanos,
pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

Mis audacias yo te di sin cuentagotas,
derroché mí tiempo enseñando a orar,
mi voz gasté predicando tu palabra
y me dolió el corazón de tanto amar.

A nadie negué lo que me dabas para todos.
A todos quise en su camino estimular.
Me olvidé de que por dentro yo lloraba,
y me consagré de por vida a consolar.

Pediste que te entregara mis pies
y te los ofrecí sin protestar,
caminé sudoroso tus caminos,
y ofrecí tu perdón con gran afán.

Cada vez que me abrazabas lo sentía
porque me sangraba el corazón,
eran tus mismas espinas que me herían
y me encendían en la hoguera de tu amor.

Fui sembrando de Hostias mi camino
inmoladas en tu personificación:
innumerables Eucaristías ofrecidas,
han traspasado la tierra de fulgor.

El que no tiene ojos para percibir el misterio del «intercambio» del hombre con el Redentor no podrá comprender que un joven renuncie a todo por Cristo, seguro de que su personalidad humana se realizará plenamente.




LA GRANDEZA DE NUESTRA HUMANIDAD



Retóricamente pregunta Juan Pablo II: “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio está presente del modo más profundo el Misterio trinitario, y como «recapitulado´´ todo el universo creado (Ef 1,10). La Eucaristía ofrece «sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo´´, en bella expresión de Teilhard de Chardin. En la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios. Por eso «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar´´ (Lc 10,21).



Estas palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al misterio de la Eucaristía, en la que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene, profundo misterio de justicia de la criatura al Creador, el hombre da honor al Creador ofreciendo, en acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. Sólo el hombre puede reconocer y saldar como criatura imagen y semejanza de Dios tal deuda, que por sus limitación de criatura pecadora, es incapaz de realizar si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística. El sacerdote, celebrando la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida”.




EL SACERDOTE ES EL HOMBRE DE LA PALABRA



Afirma el Papa que el sacerdote es “el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del misterio de la fe´´. Y lo razona: “Para ser guía auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de Dios, el sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la «nueva evangelización´´, se ve aún más esta urgencia. Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra «anunciada», la palabra «vivida». El sacerdote debe «vivir de la Palabra´´. Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En nuestra época, la formación intelectual es muy importante. Esta permite entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo.



Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que debe ser profundizada durante toda la vida. Pero el estudio, para ser formativo, ha de ir acompañado por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Santo Tomás explica cómo, con los dones del Espíritu Santo, el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y a la inspiración del amor. Esta súplica me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora”.




LA CIENCIA INFUSA PRESUPONE LA ADQUIRIDA



“Enseña Santo Tomás, que la «ciencia infusa», no exime del deber de procurarse la «ciencia adquirida». Después de mi ordenación -escribe -fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Luego, tuve que dedicarme a la ciencia como profesor de Ética en la Facultad teológica de Cracovia y en la Universidad de Lublin. Su fruto fueron el doctorado sobre San Juan de la Cruz y la tesis sobre Max Scheler. Debo mucho a este trabajo de investigación, que a mi formación aristotélico-tomista, injertaba el método fenomenológico, que me ha permitido escribir numerosos ensayos creativos, como mi libro «Persona y acción”, entrando en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha repercutido en los frutos pastorales. Muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan en los encuentros con las personas individuales y con las multitudes en mis viajes apostólicos. Esta formación en el horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda de cómo cada uno es una persona única e irrepetible, y esto es muy importante para todo sacerdote. En diálogo con naturalistas, físicos, biólogos e historiadores, se puede llegar a la verdad. Es preciso que el esplendor de la verdad –Veritatis Splendor- -permita a los hombres intercambiar reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído desde Cracovia a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen lugar durante el verano en CastelGandolfo”.




LOS LABIOS DEL SACERDOTE



«Los labios de los sacerdotes guardan la ciencia…» (Ml 2,7). A Juan Pablo le gustan estas palabras del profeta Malaquías, por su valor programático para el ministro de la Palabra, que debe ser hombre de ciencia en el sentido más alto del término, pues no sólo debe transmitir verdades doctrinales, sino tener experiencia personal y viva del Misterio porque en esto consiste «la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3).



 

 

El Pan que da la vida

Santo Evangelio según san Lucas 9, 11-17.

 

 

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
Por: Balam Loza, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Jesús, sé que estás aquí. No te veo, pero lo sé. Dame una visión cada vez más clara y profunda. Dame una fe que no dude de tu presencia. “Hijo de David” escucha mi oración. Ve mi pobreza y ten compasión de mí. Permíteme entrar en tu presencia. Dejo todos mis mantos y seguridades a un lado; me pongo delante de ti tal cual soy. Tú me conoces, me llamas por mi nombre y me miras con amor. Sabes bien mis pecados y mis cegueras y aún así me amas. No tengo vergüenza de presentarme ante ti con mis pecados. De hecho pongo delante de ti mis heridas y mis llagas para que Tú las sanes. Te abro las puertas de mi alma de par en par.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 9, 11-17



 

En aquel tiempo, Jesús habló del Reino de Dios a la multitud y curó a los enfermos.

Cuando caía la tarde, los doce apóstoles se acercaron a decirle: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar solitario”. Él les contestó: “Denles ustedes de comer”. Pero ellos le replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”. Eran como cinco mil varones.

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta”. Así lo hicieron, y todos se sentaron. Después Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, para que ellos los distribuyeran entre la gente.

Comieron todos y se saciaron, y de lo que sobró se llenaron doce canastos.



Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Muchas personas seguían a Jesús. Él ha mostrado compasión por ellas mientras que los discípulos prefieren tomar el camino fácil. No han puesto su mirada sobre la necesidad de la gente, no han mirado con amor. Ellos miran desde su comodidad y sus cálculos y otros probablemente apartaban la mirada para no ver el problema.



Pero Tú has mirado con amor. Y el amor es lo que produce el milagro de la multiplicación de los panes. Y esa mirada ha cambiado la situación, porque ese pan no sólo ha fortalece físicamente sino que ha fortalecido el corazón de quienes lo reciben, porque has demostrado que Tú amas sin condiciones ni límites.

 

 



¿Por qué me no aprovecho el Pan Eucarístico que continuamente me ofreces? Sé que es el medio que me das para fortalecer mi fe, mi esperanza, mi amor. Para tener la fuerza para levantarme y seguir luchando. Mi pecado me deja tirado, apegado a mi comodidad, a mis cálculos, a mis seguridades. Pero Tú me has mirado, me has amado y me esperas en el sagrario. Me has tocado con tu gran misericordia. He contemplado «el rostro de la misericordia» en la Eucaristía. ¿Cómo me voy a quedar indiferente? Has entrado a mi vida y la has cambiado. En mis dificultades me has ayudado. A partir de ahora seré tu discípulo misionero: «Me has seducido, Señor, y me deje seducir».

A partir de ahora quiero que otros te conozcan. No me puedo quedar solo con este tesoro que me ha encontrado. Quiero que el mundo entero conozca cómo Tú nos amas y nos fortaleces en la Eucaristía. Si todos conocieran el amor de Dios sus vidas cambiarían. Pero eso depende de mí. Si no se nota el cambio en mi vida nadie te seguirá, pero si ven mi ejemplo mucho te verán a ti.

He visto tu Cuerpo y tu Sangre en la Eucaristía, te he visto y he contemplado al mismo Dios. Todos tienen que ver mi rostro resplandeciente. No puedo llevar un rostro de pimiento en vinagre ni cara de viernes santo. He de llevar la alegría que irradie a los demás y ya no me vean a mi sino a ti.

Quiero ser, Señor, un instrumento de tu amor. Llevaré tu amor en medio del odio y tu luz en medio de la oscuridad. Llevaré tu misericordia en donde sólo existe el desprecio. Llevaré tu reino a donde reina el mal y el pecado. Así como yo te he conocido quiero que muchas almas te experimenten. Quiero que muchas personas coman del pan que da la vida, me pongo en tus manos y envíame al mundo entero.

 

«Aprendamos que la eucaristía no es un premio para los buenos sino la fuerza para los débiles, para los pecadores, el perdón. Es el estímulo que nos ayuda a ir, a caminar. […] Sin nuestro mérito, con humildad sincera, podremos llevar a nuestros hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador porque la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios». (Homilía de S.S. Francisco, 4 de junio de 2015, en Santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Si paso delante de una iglesia pararé para visitarte. Si quiero ser un instrumento tuyo necesito estar escuchando tu voz constantemente. Necesito encontrarme contigo y experimentar tu amor. Y llevare una sonrisa en el rostro siempre.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Consejos de Benedicto XVI para reavivar la esperanza

Para fortalecer la esperanza en nuestras vidas, Benedicto XVI afirma que el primer lugar para aprender sobre la esperanza no es otro que la oración

 

 

Esperar contra toda esperanza: un acto audaz, casi sin sentido, en un mundo que parece haber olvidado el significado mismo de la palabra. Atrapados en el tumulto de la vida cotidiana, resulta difícil frenar, mirar hacia arriba, recordar que la esperanza aún es posible.

Como escribió Bernanos, «la esperanza es un riesgo que asumimos». No se basa en garantías, sino que forma parte de un proceso de fe. Atreverse a esperar es consentir una apertura interior, creer a pesar de todo. «Es la virtud probada la que produce esperanza» (Rom 5, 4).

La clave para la esperanza es la oración

Pero, ¿cómo podemos hacer un lugar real para la esperanza en el corazón de cada día? ¿Cómo permitir que arraigue en medio de la rutina, las pruebas y el silencio? En su encíclica Spe Salvi, publicada en 2007, Benedicto XVI ofrece varias claves. Una de ellas es particularmente sencilla y accesible: la oración.

La oración es un primer paso esencial para aprender a tener esperanza. Si ya nadie me escucha, Dios me sigue escuchando. Si ya no puedo hablar con nadie, si ya no puedo llamar a nadie, aún puedo hablar con Dios. Si ya no queda nadie para ayudarme – cuando hay una necesidad o una expectativa que va más allá de la capacidad humana de esperar, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la soledad extrema… los que rezan nunca están totalmente solos.

Un ejemplo vivo de esperanza

Esta profunda certeza se encarna de manera sorprendente en el testimonio del cardenal Nguyen Van Thuan, a quien Benedicto XVI cita como ejemplo de esperanza luminosa en el corazón de la noche:

«De sus trece años de prisión, nueve de los cuales los pasó en régimen de aislamiento, el inolvidable cardenal Nguyên Van Thuan nos ha dejado un librito precioso: Oraciones de esperanza. Durante trece años de cárcel, en una situación de aparente desesperación total, escuchar a Dios, poder hablarle, se convirtió para él en una fuerza creciente de esperanza que, tras su liberación, le permitió convertirse para los pueblos del mundo entero en un testigo de la esperanza, la gran esperanza que no pasa, ni siquiera en las noches de soledad».

Tener una esperanza firme sin Dios sigue siendo ilusorio. En un momento u otro, el alma humana tropieza con sus propios límites. Para mantenerse viva, la esperanza necesita una fuente más grande que ella misma. Está anclada en el amor que recibimos, en nuestra confianza en una presencia que va más allá de lo imaginable.

Todo ser humano tiene esta profunda necesidad: ser amado incondicionalmente, ser mirado con misericordia, creer que nuestra vida tiene sentido, incluso en el secreto, incluso en la prueba. Bajo esta luz, la esperanza no es ingenuidad, sino valentía.

Se convierte en un camino. Un camino de abandono, de confianza, de fidelidad a una promesa que, aunque a menudo invisible, nunca defrauda. Una promesa llevada por Aquel que nunca deja de llamar a cada persona por su nombre.

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