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• Matthew 6:16-18 MIERCOLES DE CENIZA

 

 

En el Evangelio de hoy el Señor prescribe la oración, el ayuno y la limosna como disciplinas cuaresmales.

La Iglesia tradicionalmente nos dice que hay tres cosas que debemos hacer durante la Cuaresma, y yo hago hincapié en la palabra hacer. En los últimos años, hemos enfatizado demasiado sobre las dimensiones interiores: que la Cuaresma se trata principalmente de actitudes, ideas e intenciones. En la práctica tradicional de la Iglesia, la Cuaresma es acerca de hacer cosas, que involucran tanto al cuerpo como a la mente, que involucran tanto lo exterior como lo interior de tu vida.

 

Las tres grandes prácticas de la Cuaresma —oración, ayuno y limosna— son tres cosas que uno hace. Esto va a sonar un poco extraño, pero mi recomendación para esta Cuaresma es, en cierta manera, olvidarte de tu vida espiritual, con esto me refiero a olvidarte de mirar hacia dentro y cómo estás progresando espiritualmente.

Sigue las recomendaciones de la Iglesia y haz las tres cosas: orar, ayunar y dar limosnas. Y mientras lo haces, ora para acercarte al Señor como centro de tu vida y razón de todo lo que haces.

En este viaje de regreso a lo esencial, que es la Cuaresma, el Evangelio propone tres etapas, que el Señor nos pide de recorrer sin hipocresía, sin engaños: la limosna, la oración, el ayuno. ¿Para qué sirven? (…)

La oración nos une de nuevo con Dios; la caridad con el prójimo; el ayuno con nosotros mismos. (…)

Ahí es hacia donde nos invita a mirar la Cuaresma: hacia lo Alto, con la oración, que nos libra de una vida horizontal y plana, en la que encontramos tiempo para el yo, pero olvidamos a Dios.

 

Y después hacia el otro, con caridad, que nos libra de la vanidad del tener, del pensar que las cosas son buenas si lo son para mí.

Finalmente, nos invita a mirar dentro de nosotros mismos con el ayuno, que nos libra del apego a las cosas, de la mundanidad que anestesia el corazón.

Oración, caridad, ayuno: tres inversiones para un tesoro que no se acaba.

(Homilía Santa Misa, Bendición e Imposición de la Ceniza, Basílica de Santa Sabina, 6 de marzo de 2019)

 

 

• Luke 5:27-32

Amigos, el Evangelio de hoy cuenta la historia de cuando el Señor llama a Leví, también conocido como Mateo. Mientras Jesús estaba pasando por delante, vio a Mateo en su puesto de recaudador de impuestos. En aquel tiempo, un recaudador de impuestos era un judío que colaboraba con la opresión que Roma ejercía sobre su propio pueblo; era ser una figura despreciable.

Jesús miró a Mateo y simplemente dijo: “Sígueme”.

¿Invitó Jesús a Mateo porque este recaudador de impuestos lo merecía?

¿Estaba Jesús respondiendo a algún pedido de Mateo o algún anhelo en el corazón del pecador? Ciertamente no.

La gracia, por definición, viene espontáneamente y sin explicación.

Hay una magnífica pintura de Caravaggio sobre esta escena donde Mateo, vestido anacrónicamente con finas vestimentas del siglo XVI, responde al llamado de Jesús señalándose de modo incrédulo y con expresión burlona, como si dijera:

“¿Yo? ¿A mí me buscas?”.Así como la creación es ex nihilo, entonces la conversión es una nueva creación, la gracia de volver a ser a partir del no ser del pecado. Se nos dice entonces que Mateo se levantó inmediatamente y siguió al Señor.

«No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro». Esto es lo que hace Jesús. No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. Basta responder a la invitación con el corazón humilde y sincero.

La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón.

La vida cristiana, entonces, es escuela de humildad que nos abre a la gracia. (…) ¡Jesús se presenta como un buen médico!

Él anuncia el Reino de Dios, y los signos de su venida son evidentes:

Él cura de las enfermedades, libera del miedo, de la muerte y del demonio.

Frente a Jesús ningún pecador es excluido —ningún pecador es excluido— porque el poder sanador de Dios no conoce enfermedades que no puedan ser curadas; y esto nos debe dar confianza y abrir nuestro corazón al Señor para que venga y nos sane. (Audiencia general, 13 abril 2016)

 

 

Waldburgis de Heidenheim, Santa

Abadesa, 25 de febrero

Martirologio Romano: En el monasterio de Heidenheim, en la región alemana de Franconia, santa Waldburgis, abadesa, cuyos hermanos, los santos Bonifacio, Willibaldo y Winebaldo, la convencieron para que pasase de Inglaterra a Germania, donde rigió aquel monasterio, doble de monjas y monjes († 779).

Fecha de canonización: El papa Adriano II alrededor del año 870.

Breve Biografía

Nació en Wessex (Inglaterra) cerca del 710. Hija del legendario rey san Ricardo el Sajón -un reyezuelo- de los sajones occidentales- y de Winna, hermana de san Bonifacio, apóstol de Germania.

Cuando su padre partió en peregrinación hacia Roma junto con sus dos hijos —los también legendarios san Wilibaldo y san Winibaldo—, Waldburgis (entonces de once años de edad) quedó bajo el cuidado de la abadesa de Wimborne. Pasó 26 años encerrada en el convento inglés, preparándose para las hazañas que llevaría a cabo en Alemania. Gracias a la educación que recibió en Winborne, Walpurga pudo más tarde escribir en latín la Vida de san Winibaldo y los viajes de san Willibaldo por Palestina. Eso la convertiría en la primera escritora de Inglaterra y Alemania. Apenas un año después de su arribo, recibió noticias de la muerte de su padre el rey Ricardo en Lucca (Italia).

Durante este periodo, san Bonifacio estaba sentando los cimientos de la iglesia en Germania. Walpurga viajó a Württemberg para asistir a san Bonifacio. Se convirtió en monja y vivió en el convento Heidenheim, que había sido fundado por su hermano san Wilibaldo. Se encontraba en el actual distrito Weißenburg-Gunzenhausen, vecino al distrito de Eichstätt, en Baviera, que en esa época formaba parte del imperio franco.

Bonifacio fue el primer misionero que pidió ayuda a las mujeres. En el año 748, en respuesta a su pedido, la abadesa Tetta envió a Germania a santa Lioba y santa Waldburgis, junto con muchas otras monjas. Partieron del puerto británico con buen clima, pero se desató en el viaje una terrible tempestad. Waldburgis se arrodilló en el puente de la nave y oró, y rápidamente el mar se calmó. Al arribar al puerto en el continente, los marineros proclameron el milagro que habían presenciado, por lo que Waldburgis era recibida en todas partes con veneración.

 

 

En la iglesia de Amberes hay una tradición que dice que la santa pasó algún tiempo allí, en su viaje hacia Alemania. En la iglesia más antigua de la ciudad (que ahora recibe el título de santa Waldburgis), se encuentra una gruta donde se dice que la santa rezaba. Esta misma iglesia, antes de adoptar el Oficio Romano, acostumbraba a celebrar la fiesta de la santa Waldburgis cuatro veces al año.

En Mainz la santa fue recibida por su hermano san Willibald y por su tío san Bonifacio. Después de vivir algún tiempo bajo la tutela de santa Lioba en Bischofsheim, fue nombrada abadesa de Heidenheim, y así quedó cerca de su hermano favorito, san Winibaldo, que gobernaba un monasterio allí.

 

Después de la muerte de Winibaldo, ella quedó a cargo también de su monasterio. El 23 de septiembre del 776, ella asistió a su hermano Willibaldo a trasladar los restos de su otro hermano Winibaldo. Descubrieron que no había trazas de putrefacción en las reliquias. Un par de años después Walpurga cayó enferma y —confortada por san Willibald— falleció en Heidenheim el 25 de febrero del 779, y ese día lleva su nombre en el calendario católico; pero en algunos sitios -como Finlandia, Suecia y Bavaria (sur de Alemania)- su fiesta conmemora el tralado de sus reliquias, el 1 de mayo.

San Wilibaldo puso su tumba al lado de la de san Winibaldo. Wilibaldo sobrevivió hasta 786. Después de su muerte, la devoción hacia santa Waldburgis declinó gradualmente y su tumba se fue arruinando.

Cerca de 870, Otkar, el obispo de Eichstadt, determinó que había que restaurar la iglesia y el monasterio de Heidenheim, que se encontraba casi en ruinas. Declaró que la santa se le había aparecido y lo había amenazado debido a que su tumba había sido profanada por los trabajadores. Entonces se realizó el traslado ritual de sus restos hasta Eichstadt el 21 de septiembre de 870. Fueron instalados en la Iglesia de la Santa Cruz (ahora llamada Iglesia de Sta. Waldburgis. En el año 893 el obispo Erchanbold, sucesor de Otkar, abrió la tumba para arrancar un trozo de su cuerpo para regalarle a Liubula, la abadesa de Monheim. Dijo que el cuerpo estaba inmerso en un precioso óleo que -excepto en la época en que Eichstadt quedó en interdicto y en una ocasión en que unos ladrones lastimaron al encargado de retirar el aceite, continuó fluyendo de su cuerpo (especialmente de sus pechos).

Estas declaraciones hicieron que la santa fuera contada entre los elaephori (santos generadores de aceite). Partes de su cuerpo fueron repartidos a muchas ciudades, como Colonia, Amberes, Furnes y otros, mientras que su óleo ha sido repartido a todos los rincones del globo

 

Su nombre ha sido transcrito de diversas formas: Walburga, Walpurgis, Waldburgis, Walburg, Valpurgis, Valaburgia, Valborg, Valburga, Valburgia, Valderburger, Valpuri, Vappu, Vaubourg, Walburg, Walburge, Waltpurde, Wealdburg, Falbourg, Gauburge, etc.

Natural de Sussex. Hija del mítico san Ricardo, rey de Essex -un reyezuelo1 de los sajones occidentales- y de Winna, hermana de san Bonifacio, apóstol de Germania. Hermana de santos Wunibaldo y Wilebaldo.

Desde muy niña estuvo educada en el monasterio de Wimborne en Dorset, donde recibió una esmerada educación, durante el gobierno de la abadesa santa Tetta. Pasó 26 años encerrada en el convento inglés.

Gracias a la educación que recibió en Winborne, Walpurga pudo más tarde escribir en latín la «Vida de San Winibaldo» y los viajes de san Willibaldo por Palestina. Eso la convertiría en la primera escritora de Inglaterra y Alemania.

En el año 748, participó, a petición de san Bonifacio, en la misión por tierras alemanas junto a santa Lioba y otras muchas monjas. Partieron del puerto británico con buen clima, pero se desató en el viaje una terrible tempestad. Walburga se arrodilló en el puente de la nave y oró, y rápidamente el mar se calmó. Al arribar al puerto en el continente, los marineros proclameron el milagro que habían presenciado, por lo que Walburga era recibida en todas partes con veneración.

 

En Mainz la santa fue recibida por su hermano san Wilebaldo y por su tío san Bonifacio. Después de vivir algún tiempo bajo la tutela de santa Lioba en Bischofsheim, fue nombrada abadesa del monasterio benedictino de Heidenheim, y así quedó cerca de su hermano favorito, san Wunibaldo, que gobernaba un monasterio allí. Tras la muerte de Wunibaldo, ella quedó a cargo también de su monasterio. En el 776, asistió a su hermano Wilebaldo a trasladar los restos de su otro hermano Wunibaldo. Descubrieron que no había trazas de putrefacción en las reliquias.

Un par de años después Walburga cayó enferma y -confortada por san Wilebaldo- falleció en Heidenheim el 25 de febrero del 779, y ese día se celebra su fiesta en el calendario católico; aunque en algunos sitios -como Finlandia, Suecia y Baviera- su fiesta se conmemora el día del traslado de sus reliquias, el 1 de mayo.

Otro rito de purificación y defensa que se relacionaba con la santa Walpurgis, era el encendido de hogueras contra los poderes malignos a lo largo de la noche entre el 30 de abril y el 1 de mayo. Esta pagana Noche de Walpurgis se sigue celebrando en esa noche de primavera (previa a la fiesta de santa Walburga), cuando las brujas pueden celebrar sus fiestas paganas antes de ser barridas por el amanecer del día de la santa. El escritor alemán Wolfgang Goethe retrató de manera espantosa esa noche de Walpurgis en su «Fausto».

 

 

Curaciones extraordinarias le son atribuidas de un fluido que emana la roca que está colocada sobre su tumba, y que es llamado «aceite de Walburga».

Ha dado su nombre a un pueblo del departamento de Orne, próximo a Nogent le Rotrou. Es patrona de Amberes; de la diócesis de Eichstätt.

 

 

Jesús me pide un cambio

Santo Evangelio según san Lucas 5, 27-32.

 

 

Sábado después de Ceniza

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Traigo ante tu presencia todo mi ser, mis ocupaciones, mis planes, mis problemas, en fin, todo lo que soy. Así como soy me acoges y me quieres. Creo en ti y confío en que tu palabra será luz para mi vida en este día. Me dispongo a escucharte guardando un poco de silencio antes de leer el Evangelio.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?». Jesús les replicó: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

Palabra del Señor.

 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Veo cómo miras a este publicano, un hombre de mala reputación entre los judíos. Sin embargo ¿qué viste en ese hombre? ¿Cómo fue tu mirada y tu palabra? Que Leví después de escuchar tu llamado, te siguió y dejó todas sus seguridades. Seguramente ya te había visto hablar y actuar y estaría conmovido de sentirse digno de ser llamado a seguirte. Tu llamada a seguirte fue clara para Leví y, también tu llamada a seguirte es clara para mí. ¿Cuál es la llamada que Tú me has estado haciendo quizás desde hace tiempo? ¿Qué palabra tuya mueve mí interior y me pide un cambio?

Es tanto el sentimiento de gratitud de Leví, que ofreció un banquete en tu honor e invitó a gente de su círculo, sin embargo, no falta quien mire tus acciones con desconfianza y te juzga con dureza. Tus acciones revolucionan las conciencias de estos fariseos y siguen revolucionando este mundo. Hay poca fe para descubrir quién eres. Hay poca fe para abrir el corazón y romper esquemas para comprender que ha llegado tú reino. Hay poca fe para comprender que no es de este mundo la bondad y la caridad que permite sacar lo mejor de un publicano.

 

 

Creo Jesús, pero aumenta mi fe. Creo que Tú me pides un cambio y que necesito ver a las personas como Tú las ves. La cultura permea con valores contrarios. Los migrantes son explotados y maltratados, los pobres no se sienten mirados, las viudas son descuidadas, los niños no son respetados, los ancianos despreciados o abandonados… Ante estas realidades, ¿a qué me llamas Jesús? Te escucho y no dejes de indicarme el camino. Fortalece mi voluntad para tomar buenas decisiones.

 

«Muchas veces tenemos una idea limitada de la justicia, y pensamos que significa que el que se equivoca, paga, y así repara el mal que ha hecho. Pero la justicia de Dios, como enseña la Escritura, es mucho más grande: no tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y su regeneración, volverlo justo: de injusto a justo. Es una justicia que proviene del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, Padre que se conmueve cuando estamos oprimidos por el mal y caemos bajo el peso de los pecados y de las fragilidades». (S.S. Francisco, Ángelus del 8 de enero de 2023).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Quitar de mi corazón las etiquetas que he impuesto a las personas, mirarlas y tratarlas como si fuera la primera vez que las veo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Las víctimas de violencia, ¿una categoría olvidada?

Millones de seres humanos sufren por guerras, hambre, diversas formas de esclavitud, enfermedades, paro, encarcelamiento.

 

 

Millones de seres humanos sufren por guerras, hambre, diversas formas de esclavitud, enfermedades, paro, encarcelamiento. La lista de categorías de personas que sufren es larga, pero en la misma no podemos olvidar a quienes son víctimas de numerosos tipos de delitos.

Porque en el mundo de hoy hay miles de personas que han sufrido un asalto o un robo, muchas veces impune, sin que el Estado haya hecho lo suficiente para aliviar las consecuencias de esas experiencias tan dolorosas.

Porque otros miles de personas malviven bajo la opresión de usureros sin escrúpulos, que abusan de las necesidades de los desesperados para ofrecerles préstamos a intereses insufribles.

Porque también hay quienes han sido golpeados o humillados por violencias gratuitas de gamberros callejeros que actúan simplemente para dañar a otros en su cuerpo y en su dignidad.

Las víctimas no pueden convertirse en una categoría olvidada.

Cada víctima necesita cercanía, apoyo, escucha, justicia. Quien ha sido asaltado por navajeros lleva en su corazón penas inmensas, incluso traumas, que requieren el apoyo de una sociedad a veces más interesada por el verdugo que por quien ha sido agredido.

También la Iglesia católica está llamada a hacer más por esas víctimas. Junto a la pastoral carcelaria, junto a las visitas a los ancianos y enfermos, junto a las acciones a favor de los emigrantes, hay que encontrar caminos concretos para aliviar a quienes han sufrido daño por culpa de la delincuencia, del terrorismo o de otras formas de violencia.

 

 

No olvidar a las víctimas: ellas lo necesitan, y lo pide una sana vida social. De este modo, la cercanía de tantas personas honestas y generosas ayudará a la curación de sus heridas, les ofrecerá gestos concretos para atender sus necesidades materiales o espirituales.

Así las víctimas podrán continuar su camino de sanación y su esfuerzo por volver a la normalidad. Y también recibirán fuerzas para llegar algún día a un paso difícil, pero posible: el de perdonar a quienes fueron la causa de sus sufrimientos.

 

 

Dos sacerdotes que dieron la vida por sus hijas

Se dejaron asesinar para salvar la vida de unas jóvenes amenazadas por los piratas comunistas chinos

 

 

La historia de la Iglesia en China es larga y compleja, con una misión tras otra, de duraciones limitadas ante la eventual expulsión por la persecución.

En el siglo XIX, san Juan Bosco (que influyó a tantísimos santos que a veces parece que de todo lo que tocaba crecía un halo) había soñado sobre el futuro de la Iglesia en China: un cáliz lleno de sudor y otro lleno de la sangre de los salesianos.

San Luis Versiglia

San Luis Versiglia (1873-1930) no tenía ni idea de que este sueño guiaría su vida. El joven Luis, fiel monaguillo, todavía no tenía intención de convertirse en sacerdote y se centraba en su objetivo de ser veterinario.

Su esfuerzo por recibir una buena educación le llevó al Oratorio de Juan Bosco en Turín.

Allí su trabajo duro le valió la atención del santo y su corazón abierto le condujo a la vocación salesiana.

Acogido en la orden por el beato Michael Rua, Luis fue ordenado a los 22 años. Se estableció en una vida muy alejada de la vocación misionera que deseaba.

Durante casi una década, trabajó en la formación de jóvenes salesianos, aunque frecuentemente recordaba a los que le rodeaban que anhelaba ser misionero.

La maleta hecha

“En cualquier momento puedo tener la maleta hecha”, decía.

Con el tiempo, Dios quiso que el deseo del padre Versiglia se cumpliera. Fue enviado a China donde, con otros 5 salesianos, abrió un orfanato y una escuela.

Como sacerdote según el modelo del mismo san Juan Bosco, el padre Versiglia fue amable y cariñoso.

Siempre estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para amar y servir a su gente. Fue para ellos un auténtico padre.

Cuando la situación política de China se hizo más inestable y la posición de los cristianos más precaria, no mostró ninguna voluntad de abandonar. Fuera lo que fuera lo que padeciera su pueblo, él lo sufriría con ellos.

Con esta actitud y el sueño de Juan Bosco en su mente, Versiglia recibió un regalo de sus superiores: un cáliz. Cuando recibió el cáliz, respondió:

“Don Bosco vio que las misiones chinas florecerían cuando un cáliz fuera lleno con la sangre de sus hijos. Se me ha enviado este cáliz y tendré que llenarlo”.

El padre Versiglia aceptó el cáliz de sufrimiento por sus hijos chinos y no les volvería la espalda.

Cuando Versiglia se enteró de que el área donde él servía iba a convertirse en una vicaría, escribió a sus superiores. Pedía que no le hicieran obispo; prefería quedarse con su gente.

Fue ordenado obispo no mucho después, aunque se negó a permitir que la dignidad de su cargo le alejara de su vocación de servir.

Querido por su gente, pasó gran parte de su tiempo viajando (siempre de la forma más barata posible) para visitar a las personas de toda su diócesis.

El obispo Versiglia ancló su vida en la Eucaristía, ante la que rezaba cada mañana y cada noche, y pasaba el resto de su tiempo al servicio directo de sus hijos.

Un ataque de piratas comunistas

Fue este deseo de conocer personalmente a su pueblo lo que le llevó a beber el cáliz del martirio.

Viajaba con uno de sus sacerdotes, San Calixto Caravario, hacia la parroquia del padre Caravario, cuando unos piratas comunistas atacaron al grupo.

Cuando los santos se dieron cuenta de que los piratas iban tras las tres jóvenes de su grupo, empezaron a intentar razonar con ellos y por último les plantaron cara luchando físicamente, intercediendo entre las mujeres y el peligro.

El obispo Versiglia y el padre Caravario fueron golpeados con palos y culatas de rifles, hasta que el obispo se desmayó, todavía suplicando débilmente a los piratas para que dejaran a las jóvenes.

«¿Es que no teméis la muerte?»

Cuando sacaron a rastras a los dos clérigos en el bosque, uno de los captores les preguntó por qué suplicaban solo por las vidas de las personas seglares que les acompañaban. “¿Es que no teméis la muerte?”.

Y el obispo Versiglia respondió con calma: “Somos sacerdotes; ¿por qué deberíamos temer la muerte?”.

Mientras los piratas rebuscaban entre su equipaje, los dos santos se escucharon mutuamente en confesión. Alas otras prisioneras las liberaron.

El padre Caravario y el obispo Versiglia murieron fusilados.

 

 

La imagen nunca abandonó la mente de estas mujeres: encogidas de miedo en el fondo del barco, sus padres luchaban por ellas con uñas y dientes. Fueron apaleados por ellas y por último murieron por ellas.

Estos hombres no eran imperialistas extranjeros, ni sacerdotes novatos buscando gloria en una carrera triunfante; eran sus padres, padres que habían entregado sus vidas por sus hijas.

El obispo Versiglia y el padre Caravario habían llenado el cáliz con su sangre sin dudar ni un momento en ofrecer sus vidas por las de sus hijas.

El día de su fiesta (el 25 de febrero), pidamos su intercesión por todos los sacerdotes y obispos, para que vivan como verdaderos padres de sus hijos espirituales, a cualquier precio.

Santos Luis y Calixto, rezad por nosotros.