Matthew 23:27-32

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús juzga a los fariseos por su hipocresía. Él dice: “Por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad”.

Uno de los mayores peligros en la vida espiritual es caer en la trampa de la auto-salvación, la convicción que uno puede salvarse a sí mismo a través de un heroico esfuerzo moral. El principal problema con esta estrategia es que fortalece el egoísmo que uno espera superar.

Lo que Jesús critica tan vehementemente en los fariseos es este tipo de egoísmo: “Parecen sepulcros blanqueados: ¡hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre!”. El pecado no es una debilidad que podemos superar, sino una condición de la cual tenemos que ser salvados.Este entendimiento debería permitirnos, a un nivel elemental en lo psicológico y lo espiritual, someternos y relajarnos. Lo que sucede a menudo en los corazones de pecadores es cierto endurecimiento del espíritu cuando mente y voluntad se esfuerzan por salir de la prisión del miedo. Todo este esfuerzo solo sirve en conducir al ego sobre sí mismo en la miseria del fracaso y auto-reproche.

Agustín, Santo

Memoria Litúrgica, 28 de agosto

Por: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid

Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe (430).

Etimológicamente: Agustín = Aquel que es venerado, es de origen latino.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Breve Biografía

San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo.

Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento.

Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada.

A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.
Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal.

Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.

Santa Mónica trataba de convertirle a través de la oración. Lo había seguido a Milán y quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.
Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse.

Comprendía el valor de la castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto” no llegaba nunca.

Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.

San Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y, también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo y murió un tiempo después. Él, por su parte, se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida.

Fundó también una rama femenina.

Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.

Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.

A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.

Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.

Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el año 430.

¿Qué nos enseña su vida?

  • A pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.
  • Aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón.
  • El ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.
  • Ante su conflicto entre los intereses mundanos y los de Dios, prefirió finalmente los de Dios.
  • Vivir en comunidad, hacer oración y penitencia, nos acerca siempre a Dios.
  • A lograr una conversión profunda en nuestras vidas.
  • A morir en la paz de Dios, con la alegría de encontrarnos pronto con Él.
  • Si quieres conocer más de la vida de San Agustín consulta corazones.org
    Conoce el nuevo sitio Augustinus.it tiene el objetivo de difundir no sólo algunos aspectos de la figura poliédrica del santo sino toda su personalidad.

Cuidado de no estar llenos de hipocresía

Santo Evangelio según san Mateo 23, 27-32. Miércoles XXI del Tiempo Ordinario.

Por: Redacción | Fuente: Catholic.net

 En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria(para ponerme en presencia de Dios)

¡Oh! Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, dirige mi corazón para actuar siempre de cara a la verdad. ¡Oh! Espíritu de santidad, ven y renueva mi intención. Ven, Espíritu de amor, enséñame a orar.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 23, 27-32

En aquellos días, dijo Jesús: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: «Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!» Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas.¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía. Aparentar por fuera lo que no se es por dentro, como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto. Aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad.

¿Se nos podría achacar algo de esto a nosotros? ¿No estamos también preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior? Sabemos que Dios conoce nuestro interior y no podemos engañarle, por ello vale más ser transparentes ante Dios que aparentar lo que no somos ante los hombres. ¿Sería muy exagerado tacharnos de sepulcros blanqueados?

También conviene evaluarnos en el otro aspecto que Jesús denuncia. ¿Somos personas que de palabra se distancian de los malos como los fariseos de sus antepasados, pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión?

Puede ser que emitamos juicios temerarios contra nuestro prójimo, considerándoles inferiores a nosotros, cuando en realidad lo que Cristo nos pide es perdonar y no pensar mal de nadie. En este caso, Cristo poseía la autoridad para denunciar la actitud hipócrita de los fariseos, sin embargo sabemos por el mandato de Cristo, el de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a nosotros, no nos compete este derecho.

«En este grupo están los cristianos que no dan testimonio. Son cristianos de nombre, cristianos de salón, cristianos de recepciones, pero su vida interior no es cristiana, es mundana. Uno que se dice cristiano y vive como un mundano, aleja a los que piden ayuda a gritos a Jesús. Luego están los rigoristas, a quienes Jesús regaña porque que cargan mucho peso sobre los hombros de la gente. Jesús les dedica todo el capítulo 23 de san Mateo. Hipócritas, explotáis a la gente, les dice Jesús. Y en vez de responder al grito que pide salvación alejan a la gente. Y finalmente está el tercer grupo de cristianos, los que ayudan a acercarse a Jesús. El grupo de cristianos que tienen coherencia entre lo que creen y lo que viven, y ayudan a acercarse a Jesús, a la gente que grita, pidiendo salvación, pidiendo la gracia, pidiendo la salud espiritual por su alma».

(Homilía de S.S. Francisco, 28 de mayo de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ante las dificultades del día de hoy, recitar la jaculatoria: Cristo, en ti confío.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Conócete, acéptate, supérate, dijo San Agustín en el siglo V

Ary Scheffer-Public domain

Mónica Muñoz – publicado el 22/09/23

Agustín, gran santo del siglo quinto, tuvo una vida colmada de experiencias de toda clase y daba consejos tan actuales como si se tratase de un «coach» de la actualidad

Vivimos una época en la que está muy de moda la superación personal, lo que no es extraño, ya que los conflictos internos están a la orden del día. Los «coaches» de vida tienen trabajo al por mayor, como si no existiera ningún otro antídoto contra el vacío existencial que sufren los seres humanos gracias a la ansiedad, el deseo de reconocimiento y la prisa por ganar fama y fortuna, que es una constante entre las personas del siglo XXI.

Por eso, llama la atención que pensemos que lo que nos ocurre es novedad, sin entender que el mundo ha atravesado por etapas semejantes desde siempre, y que la vida pierde sentido cuando el hombre se deja influir por ideologías distintas a la fe en Cristo. San Agustín fue una excelente muestra de cristiano ejemplar, que vivió para combatir las herejías de su tiempo, defendiendo con su privilegiada mente las enseñanzas de Jesucristo y dando forma al conocimiento divino, para que todo el mundo tuviera acceso a él, pero de manera correcta.

Mente brillante, carne débil

Agustín fue un joven sumamente inquieto, a los 18 años tuvo un hijo sin casarse, amaba al niño pero no deseaba el matrimonio; el futuro Padre de la Iglesia lucho contra sí mismo durante muchos años, hasta que entendió que su naturaleza sensual le exigía vivir en castidad, como lo demuestra otra de sus frases: «Casarse está bien. No casarse está mejor», sabedor de que se trataba de un distractor para su sed de conocimiento.

Supo «de qué pie cojeaba» – es decir, se conoció a sí mismo – , puso remedio a su situación, sabedor de que por sus propias fuerzas no lo lograría, porque en su proceso de conversión pedía a Dios la castidad, «pero todavía no», y no fue sino hasta que escuchó la voz de un niño decir «toma y lee» que, asiendo la Sagrada Escritura, abrió al azar y leyó este pasaje de San Pablo:

«Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias» (Rom 13,13).

Luego de este encuentro con el Señor, se aceptó y se superó. Sus Confesiones son el resumen de una vida de pecado y redención, donde el protagonista siempre será Dios, que quiere la salvación de todos los seres humanos.

Confesión: la mejor terapia

Mónica Muñoz

Reflexionando en la experiencia del Obispo de Hipona, podemos sacar varias enseñanzas para nuestra vida:

«Conócete» Examen de conciencia

Para conocerse a sí mismo, existe un método muy efectivo: realizar un examen de conciencia. En él podremos revisar, palmo a palmo, nuestras actitudes frente a los retos y problemas, siendo sinceros y sin atenuar la responsabilidad de nuestros actos, como lo hizo San Agustín.

«acéptate» amemos nuestra persona

Somos pecadores y tenemos defectos, eso no nos hace menos dignos ni menos importantes que nadie. Aceptemos la realidad y con ella, amemos nuestra persona, que es obra de Dios. El perdón que Dios nos otorga cada vez que nos reconciliamos con Él nos da la certeza de que al Señor lo único que le interesa es que estemos cada vez más cerca de la meta, que es el cielo. Acojámonos a su protección.

«supérate» esfuerzo diario

Ciertamente, estamos en camino de santificación; día a día hay una nueva oportunidad para comenzar nuevamente, por eso, hay que superarnos y ser mejores que ayer. No nos quedemos en la mediocridad, busquemos escalar un poco más en la búsqueda de la perfección, que eso se consigue a diario y con esfuerzo, voluntad y oración.

Y un último consejo: San Agustín llegó a la verdad con mucho estudio y reflexión. Así como el cuerpo requiere comida, la mente y el espíritu también necesitan alimento.