Mark 9:11

En el Evangelio de hoy Jesús establece condiciones para el discipulado.

Unos pocos versículos antes Jesús predice Su Pasión por primera vez. Se sacrificará por amor al otro – y con esto, llevará a una vida más profunda y se convertirá en fuente de vida para los demás. Ronald Knox habló sobre el signo de la Cruz de esta manera: el primer trazo forma la letra “I” (que en inglés quiere decir “Yo”), y el siguiente la tacha. Esto es lo que la Cruz de Jesús quiso decir y significa. 

En esta escena, reúne a la multitud con sus discípulos y pronuncia una fórmula necesaria para seguirlo. Nosotros deberíamos escuchar también con gran atención: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. El camino del discipulado es amor sacrificado, y eso significa camino de sufrimiento. Luego, la gran paradoja: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Póngalo sobre sus puertas, en el refrigerador, en el protector de pantalla. No hay mejor guía para una vida feliz.

«Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga» (v. 24). De este modo Él indica el camino del verdadero discípulo, mostrando dos actitudes. La primera es «renunciar a sí mismos», que no significa un cambio superficial, sino una conversión, una inversión de mentalidad y de valores. La otra actitud es la de tomar la cruz. No se trata solo de soportar con paciencia las tribulaciones cotidianas, sino de llevar con fe y responsabilidad esa parte de cansancio, esa parte de sufrimiento que la lucha contra el mal conlleva. La vida de los cristianos es siempre una lucha. La Biblia dice que la vida del creyente es una milicia: luchar contra el espíritu malo, luchar contra el Mal. Así el compromiso de “tomar la cruz” se convierte en participación con Cristo en la salvación del mundo. (Ángelus, 30 agosto 2020)

Fundadores de la Orden de los Servitas, Santos

Memoria Litúrgica, 17 de febrero

Siete Santos Fundadores de los siervos de Santa María Virgen (Servitas)

Martirologio Romano: Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María: Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo. Siendo mercaderes en Florencia, se retiraron de común acuerdo al monte Senario para servir a la Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de san Agustín. Son conmemorados en este día, en el que falleció, ya centenario, el último de ellos, Alejo ( 1310).

Breve Reseña

Según la tradición hubo siete hombres, muy respetables y honorables, a los que nuestra Señora unió, a manera de siete estrellas, para iniciar la Orden suya y de sus siervos. Los siete nacieron en Florencia; primero llevaron una vida eremítica en el monte Senario, dedicados en especial a la veneración de la Virgen María. Después predicaron por toda la región toscana y fundaron la Orden de los Siervos de Santa María Virgen, aprobada por la Santa Sede en 1304. Se celebra hoy su memoria, porque en este día, según se dice, murió San Alejo Falconieri, uno de los siete, el año 1310.

Los siete fundadores: Bonfilio Monaldi, Juan Bonagiunta Monetti, Benito Manetto dell’Antella,
Bartolomé Amadio degli Amidei, Gerardino Sostegno Sostegni, Ricovero Ugoccione dei Lippi-Uguccioni y Alejo Falconieri

En la Monumenta Ordinis Servorum Beatae Maríae Virginis se lee lo siguiente respecto del estado de vida de los Siervos de Santa María Virgen: “Cuatro aspectos pueden considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete santos fundadores antes que se congregaran para esta obra. En primer lugar, con respecto a la Iglesia. Algunos de ellos se habían comprometido a guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían casado; otros estaban ya casados; otros habían enviudado.

En segundo lugar, con relación a la sociedad civil. Ellos comerciaban con las cosas de esta tierra, pero cuando descubrieron la piedra preciosa, es decir, nuestra Orden, no sólo distribuyeron entre los pobres todos sus bienes, sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias personas a Dios y a nuestra Señora, para servirlos con toda fidelidad.

El tercer aspecto que debemos tener en cuenta es su estado por lo que se refiere a su reverencia y honor para con nuestra Señora. En Florencia existía, ya desde muy antiguo, una sociedad en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la santidad y muchedumbre de hombres y mujeres que la formaban, había obtenido una cierta prioridad sobre las demás y, así, había llegado a llamarse “Sociedad mayor de nuestra Señora”. A ella pertenecían los siete hombres de que hablamos, antes de que llegaran a reunirse, como destacados devotos que eran de nuestra Señor.

Finalmente, veamos cual fuera su estado en lo que mira a su perfección espiritual. Amaban a Dios sobre todas las cosas y a él ordenaban todas sus acciones, como pide el recta orden honrándolo así con todos sus pensamientos, palabras y obras.

Cuando estaban ya decididos, por inspiración divina, a reunirse, a lo que los había impulsado de un modo especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos, dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo entre los pobres lo que sobraba. Finalmente buscaron a unos hombres de consejo y de vida ejemplar, a los que manifestaron su propósito.

Así subieron al monte Senario, y en su cima erigieron una casa pequeña y adecuada, a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a pensar no sólo en su propia santificación, sino también en la posibilidad de agregarse nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado valiéndose de ellos. Por lo tanto, comenzaron a recibir nuevos hermanos y, así, fundaron esta Orden. Su principal artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la humildad, que fuese edificada por su concordia y conservada por su pobreza.

Renunciar a uno mismo

Santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1. Viernes VI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Consciente de mi pequeñez y de mi grandeza, así me presento ante ti. Por otro lado, me sé grande si te tengo a ti, si me asemejo a ti, si correspondo a tu designio de ser tu imagen, de ser tu semejanza. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1

En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y que podrá dar uno a cambio para recobrarla?

Si alguien se avergonzará de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles». Y añadió: «Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Negarse a sí mismo es quizá la tarea más difícil que puede existir. Es, muy de seguro, la más larga y, sin duda, la más dura. Obtener un título, terminar una carrera, esto es poco en comparación. Lo mismo el alcanzar un puesto, lograr renombre. Llegar a tal lugar, conocer tal país, son todos todavía nada en semejanza. Complacer a tal persona, agradar a alguno, conquistar a alguien; son muy poco si se los compara. ¿Podría pensar más ejemplos? Muy cierto ninguno le igualará.

Nada más y nada menos que en negarme a mí mismo consiste el seguirte, Señor. Hablamos de someter aquello con lo cual podría lograr todas las cosas enumeradas arriba y muchas más: hablamos de mi voluntad y de mi intelecto.

Y entiéndase: seguir a Dios no consiste en hacer siempre lo que no quiero, sino en querer siempre lo que Dios quiere. Es verdad que aquí me topo con un gran problema, ¿qué quiere Dios? Mucha luz me das Tú, Señor, pues por fortuna tengo el Evangelio, tu mismísimo testimonio de vida.

Cumplir la voluntad de Dios es un arte que conlleva un continuo discernimiento. No un discernimiento eterno que me frenará de nunca hacer nada, pero sí un discernimiento sincero que me lleve a ser prudente y, por ello, en ocasiones también resuelto. No un discernimiento lleno de desconfianza en mí, sino sobre todo uno lleno de confianza en ti.

Negarme a mí mismo, como puedo ver, no significa perseguir todo cuanto tenga nombre de tristeza, sino todo cuanto tenga nombre de felicidad. Aun cuando suponga renunciar a mis deseos, pero también cuando los implique: porque, nuevamente, todo consistirá en buscar siempre querer lo que quieres Tú.

«La dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él, siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Por otro lado, a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él».

(Homilía de S.S. Francisco, 30 de julio de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

 Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a hacer una visita a la Eucaristía y pasaré mínimo cinco minutos imaginando lo que será el cielo para que esto aumente mi deseo de eternidad y me impulse a renunciar a todo lo que me impida llegar allí.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Fundadores servitas: dejaron el comercio para dedicarse a la Virgen

Eran siete mercaderes en Florencia y se retiraron para servir a María la madre de Jesús

Se llamaban Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo. Todos ellos eran mercaderes en la Florencia del siglo XIV.

Con la intención de dedicarse solo a Dios decidieron retirarse del mundo y llevar vida eremítica en el monte Senario, al servicio de la Virgen. Así fundaron la Orden de los Siervos de María (Servitas).

Su memoria se conmemora el 17 de febrero, en el que falleció el último de ellos, Alejo, en 1310.

Oración

Señor, regálanos ese espíritu de amor que llevó a estos santos hermanos a venerar tanto a la Madre de Dios, y les impulsó a conducir a las personas a conocerte y a amarte. Por nuestro Señor Jesucristo.