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El amor que Dios tiene por cada hombre y cada mujer es inquebrantable, nunca se echa atrás pase lo que pase. Evidentemente, la fidelidad matrimonial que enseña Jesús no puede vivirse sin oración, sin paciencia, sin abnegación, sin respeto y capacidad de perdón. En el fondo, reflejar el amor de Dios sólo puede hacerse tomando por modelo el amor abnegado de Jesús que ama y se da hasta la cruz.

 

 

No siempre se rige a vivir este ideal de matrimonio debido a la fragilidad humana o -como decía Jesús- de la dureza del corazón. Ante tantas situaciones de crisis matrimonial como se dan, la comunidad cristiana debe orar por los matrimonios que están en dificultades y debe actuar hacia ellos con misericordia y con comprensión, intentando, hasta donde sea posible, aproximar posiciones y buscar la reconciliación. Y cuando la ruptura es irreversible porque no se puede alcanzar el ideal que propone Jesús, la Iglesia, consciente del sufrimiento que comporta la separación –como dice el Papa Francisco en la exhortación “Amoris Laetitia”- no debe condenar sino ayudar a los esposos cristianos que se han separado o que incluso se han vuelto a casar y mostrarles que siguen siendo amados de Dios moviéndolos a continuar integrados en la vida eclesial (cf. n. 299-300) . Por eso, en esta exhortación el Papa pide a los pastores de la Iglesia que, ante situaciones difíciles de las parejas o de las familias heridas, ejerzan un cuidadoso discernimiento de cada situación, eviten juicios que no tengan en cuenta la complejidad de las diversas situaciones y que consideren con toda la atención cómo las personas experimentan su situación y la padecen (cf. n. 79).

 

 

Pero Jesús en el evangelio nos decía que el matrimonio no es la única opción de vida para el cristiano. Junto a quienes viven en fidelidad a Dios su unión matrimonial, están quienes por amor al Reino de los Cielos, por amor a Dios y por el atractivo que tiene por ellos la persona de Jesucristo, renuncian al matrimonio y eligen al celibato . Este camino pide también fidelidad y ser nutrido por la oración porque, al igual que el del matrimonio, se vive desde la debilidad humana, conlleva un combate espiritual y puede tener fallos. El celibato para muere en el Reino del cielo es, semejantemente, signo del amor indefectible de Dios a la humanidad.

Tanto el matrimonio vivido por amor a Cristo, que es sacramento del amor de Dios, como el celibato evangélico pueden llenar el corazón humano y llevar a la felicidad, también después de muchos años de haber tomado la opción como respuesta a una vocación que viene de Dios. En la vida cristiana, matrimonio y celibato son dos vocaciones complementarias. Ambas son una forma de vivir el amor a Dios ya los demás desde una donación libre y radical. Evidentemente, esto sólo es comprensible, tanto en el matrimonio como en el celibato, desde el misterio del Reino de los Cielos y del amor al Dios que se nos revela en Jesucristo, su Hijo amado. Oremos hoy, a la luz de la página evangélica que hemos leído, por la fidelidad de los matrimonios y quienes han renunciado al matrimonio por causa de Jesucristo y de su Evangelio. Rogamos, también, para que sean muchos los que descubran la belleza de estas dos vocaciones centradas en el amor para testimoniar el amor. Y rogamos, todavía, por quienes no han podido llevar adelante su fidelidad.

 

 

La Eucaristía nos hace presente el amor indefectible del Dios Trinidad que se nos da generosamente en Jesucristo para envigorar nuestra debilidad y hacernos crecer en el amor. Para ayudarnos a vivir nuestra vocación en la Iglesia al servicio del Reino de los Cielos. Que lo comprendan quienes pueden comprenderlo.

 

 

Eladio de Toledo, Santo

Arzobispo, 18 de febrero

Martirologio Romano: En Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de Agali y, elevado después al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos de caridad (632).

Breve biografía

Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos toledanos de su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles, desde que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó también el templo de santa Leocadia.

Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo, pasando la segunda mitad del siglo VI.

Llega a sobresalir tanto en el cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de hoy!

No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas, ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje». Y no le faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense próximo a Toledo y algo se le pegaría.

Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen para esa su misión.

 

 

Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años no son obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en lo material porque sin caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los pobres.

Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de conflictos religiosos y de desorden social.

Murió el 18 de febrero del año 632.

 

 

¿Renunciar a uno mismo?

Santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1. Viernes VI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén. Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Consciente de mi pequeñez y de mi grandeza, así me presento ante ti. Por otro lado, me sé grande si te tengo a ti, si me asemejo a ti, si correspondo a tu designio de ser tu imagen, de ser tu semejanza. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1

En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

 

¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergonzará de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles».

Y añadió: «Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder».

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

 

Negarse a sí mismo es quizá la tarea más difícil que puede existir. Es, muy de seguro, la más larga y, sin duda, la más dura. Obtener un título, terminar una carrera, esto es poco en comparación. Lo mismo el alcanzar un puesto, lograr renombre. Llegar a tal lugar, conocer tal país, son todos todavía nada en semejanza. Complacer a tal persona, agradar a alguno, conquistar a alguien; son muy poco si se los compara. ¿Podría pensar más ejemplos? Muy cierto ninguno le igualará.

Nada más y nada menos que en negarme a mí mismo consiste el seguirte, Señor. Hablamos de someter aquello con lo cual podría lograr todas las cosas enumeradas arriba y muchas más: hablamos de mi voluntad y de mi intelecto.

Y entiéndase: seguir a Dios no consiste en hacer siempre lo que no quiero, sino en querer siempre lo que Dios quiere. Es verdad que aquí me topo con un gran problema, ¿qué quiere Dios? Mucha luz me das Tú, Señor, pues por fortuna tengo el Evangelio, tu mismísimo testimonio de vida.

Cumplir la voluntad de Dios es un arte que conlleva un continuo discernimiento. No un discernimiento eterno que me frenará de nunca hacer nada, pero sí un discernimiento sincero que me lleve a ser prudente y, por ello, en ocasiones también resuelto. No un discernimiento lleno de desconfianza en mí, sino sobre todo uno lleno de confianza en ti.

 

Negarme a mí mismo, como puedo ver, no significa perseguir todo cuanto tenga nombre de tristeza, sino todo cuanto tenga nombre de felicidad. Aun cuando suponga renunciar a mis deseos, pero también cuando los implique: porque, nuevamente, todo consistirá en buscar siempre querer lo que quieres Tú.

«La dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él, siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Por otro lado, a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él». (Homilía de S.S. Francisco, 30 de julio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a hacer una visita a la Eucaristía y pasaré mínimo cinco minutos imaginando lo que será el cielo para que esto aumente mi deseo de eternidad y me impulse a renunciar a todo lo que me impida llegar allí.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén. ¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

¿Qué le dice la Cruz al mundo actual?

La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación

 

La cruz es el símbolo del cristiano que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos. Cristo mismo nos asegura que en su cruz se abre el horizonte de la vida eterna para el hombre.

La enseñanza de la cruz conduce a la plenitud de la verdad acerca de Dios y del hombre. La cruz es para la Iglesia un signo de reconciliación y una fuente providencial de bendición. Y hoy, al igual que en el pasado, la cruz sigue estando presente en la vida del hombre.

¿Cuál es el mensaje central de la cruz del Señor?

La cruz ofrece al hombre moderno un mensaje de fe y esperanza, porque ella es el signo de nuestra reconciliación definitiva con Dios Amor. La cruz nos habla de la pasión y muerte de Jesús, pero también de su gloriosa resurrección. De esta manera, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Por eso a la cruz también se le llama árbol donde estuvo clavada la salvación del mundo.

 

¿Qué nos enseña Jesús por medio de su cruz?

Jesús crucificado es el supremo modelo de amor y verdadera aceptación del Plan del Padre. Cargado con nuestros pecados subió a la cruz, para que muertos al pecado, vivamos para siempre. Clavado en la cruz, el Señor nos enseña con toda claridad a responder fiel y plenamente al llamado de Dios. Y al ver la cruz descubrimos que nuestra respuesta debe ser igual: fiel en las cosas grandes y en las pequeñas, fiel al Señor en nuestra vida cotidiana.

¿Amar la cruz no es amar un instrumento homicida?

 

Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu hermano? ¡Por supuesto que no! Porque mi hermano no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene ese poder. ¿Cómo puede ser la cruz signo homicida, si nos cura y nos devuelve la paz? La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado.

¿Pero no es un símbolo de muerte?

Por el contrario, la cruz, en el mundo actual lleno de egoísmo y violencia, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de ella día a día conocemos y participamos del amor misericordioso del Padre por cada hombre.

¿Nos recuerda entonces el amor de Dios?

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna», (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos, (Jn 15, 13).

¿Qué nos enseña el madero horizontal?

La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y a dónde vamos: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu. El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos.

¿Y el madero vertical?

El madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos señala hacia dónde dirigir nuestra esperanza.

¿Cómo integrarlos?

 

Como cristianos, debemos vivir en una vida integrada, armonizando en una vida coherente la dimensión vertical de nuestra relación con Dios y la dimensión horizontal del servicio al prójimo. El amor puramente horizontal al prójimo siempre está llamado a cruzarse con el amor vertical que se eleva hacia Dios.

¿Por qué se dice que es un signo de reconciliación?

Por que fue el instrumento que el Señor utilizó para abrirnos el camino hacia el Padre. Cristo vence al pecado y a la muerte desde su propia muerte en la cruz. La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.

¿Cómo la cruz nos acerca al Señor?

San Pablo nos recuerda que «la predicación de la cruz es locura para los que se pierden… pero es fuerza de Dios para los que se salvan», (1 Cor 1, 18). Recordemos que el centurión reconoció en Cristo crucificado al Hijo de Dios; él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria.

¿Cómo seguir al señor por medio de la cruz?

Jesús dice: «El que no tome su cruz y me sigua, no es digno de mí», (Mt 10, 38). Nos dice eso no porque no nos ame lo suficiente, sino porque nos está conduciendo al descubrimiento de la vida y el amor auténticos. La vida que Jesús da sólo puede experimentarse mediante el amor que es entrega de sí, y ese amor siempre conlleva alguna forma de sacrificio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto», (Jn 12, 24). Esa es la manera de seguir al Señor.

 

 

¿Qué nos enseña María sobre la cruz?

Después de Jesús nadie ha experimentado como su Madre el misterio de la cruz. Ella mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Ella, que fue la primera cristiana, nos educa al mostrarnos cómo sufre intensamente con su Hijo y se une a este sacrificio con corazón de Madre.

Ella es la mujer fuerte al pie de la cruz que nos enseña cómo vivir la verdadera fortaleza ante la adversidad: cuándo más dolor hay en el corazón de María más se adhiere ella a la cruz del Señor, pero lo hace con la esperanza puesta en las promesas de Dios.

¡Qué gran lección para el mundo de hoy¡ La cruz es para María motivo de dolor y a la vez de alegría. Ella sufre como Madre todos los dolores de su Hijo, pero vive este sufrimiento en la perspectiva de la alegría por la gloriosa resurrección del Señor.

 

 

Todos los cristianos de este tiempo estamos llamados a imitar a la Madre de Jesús al pie de la cruz, siendo coherentes y fieles a Cristo en las pequeñas y grandes cruces de nuestra vida diaria y poniendo nuestra confianza en aquel madero que se alza desde la tierra hacia el cielo.

Y debemos hacerlo así porque desde esa misma cruz, Jesucristo nos ofrece a María como Madre nuestra: “De Cristo a María, y de María más plenamente al Señor Jesús”.

 

 

Papa Francisco inaugura simposio sobre sacerdocio con “cuatro cercanías”

Cercanía con Dios, cercanía con los obispos, cercanía entre sacerdotes y cercanía al pueblo.

 

 

En la mañana del jueves 17 de febrero en el Aula Pablo VI del Vaticano comenzaron los trabajos del Simposio “Hacia una teología fundamental del sacerdocio”, organizado por la Congregación para los Obispos y el Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones, que se extenderá hasta el sábado 19. En sus palabras, el Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, expresó que “el objetivo de este simposio es profundizar el horizonte global del sacerdocio de Cristo”.

El Santo Padre Francisco brindó un extenso e inspirador discurso inaugural ante un auditorio en el que se encontraban cardenales, sacerdotes, laicos y religiosos, además del público que se conectó a la transmisión en vivo.

Su mensaje se articuló en torno a cuatro pilares que dan solidez a la persona del sacerdote, las “cuatro columnas constitutivas de nuestra vida sacerdotal”, que él denominó “las cuatro cercanías”. “Siguen el estilo de Dios, que fundamentalmente es un estilo de cercanía” (cf. Dt. 4, 7). Francisco consideró que dichos principios pueden “ayudar de manera práctica, concreta y esperanzadora a reavivar el don y la fecundidad que un día se nos prometió”.

“Sin estas cercanías, un sacerdote es solo un obrero cansado”

 

 

El primer aspecto desarrollado fue la cercanía con Dios, recalcó la importancia de la vida espiritual al marcar la diferencia con la “mera práctica religiosa” y remarcó que la falta de intimidad del Señor es el origen de muchas crisis sacerdotales. “Sin la intimidad de la oración, de la vida espiritual, de la cercanía concreta con Dios a través de la escucha de la Palabra, de la celebración de la Eucaristía, del silencio de la adoración, de la consagración a la Virgen, del acompañamiento sabio de un guía, del sacramento de la Reconciliación, sin estas ‘cercanías’, en definitiva, un sacerdote es, por así decirlo, solo un obrero cansado que no goza de los beneficios de los amigos del Señor”, enfatizó.

Francisco recordó algunas ocasiones en que ha preguntado a sacerdotes cómo regresan a sus hogares después de una jornada intensa de trabajo. Narraba que algunas respuestas son “Muy cansado” y, al consultar qué hacían, algunos le decían que se iban a descansar directamente. “Perseverar en la oración no solo significa permanecer fieles a una práctica, sino no escapar cuando precisamente la oración nos lleva al desierto”, manifestó. En este sentido, interpeló: “¿Te dejas llevar al desierto o prefieres el ‘oasis de la televisión’?”.

 

 

“Un sacerdote debe tener un corazón suficientemente ‘ensanchado’ para dar cabida al dolor del pueblo que le ha sido confiado y, al mismo tiempo, como el centinela, anunciar la aurora de la Gracia de Dios que se manifiesta en ese mismo dolor”, expresó. El Sucesor de Pedro agregó que “abrazar, aceptar y presentar la propia miseria en cercanía al Señor será la mejor escuela para poder hacer lugar gradualmente a toda la miseria y el dolor que encontrará diariamente en su ministerio hasta que él mismo se vuelva como el corazón de Cristo”.

“Las cercanías nos permiten romper la lógica del encierro”

En el segundo punto, Francisco se refirió a la cercanía con el obispo y acotó que la obediencia no es un “atributo disciplinar sino la característica más profunda de los vínculos que nos unen en comunión”. “Obedecer significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que esta solo puede entenderse a través del discernimiento”. Por tanto, “la obediencia es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne precisamente en un vínculo”.

El Papa consideró que “esta lógica de las cercanías posibilita romper toda tentación de encierro, de autojustificación y de llevar una vida ‘de solteros’”. También aludió a la necesidad de que los sacerdotes recen por los obispos y se animan a expresar sus opiniones con respeto y sinceridad, así como la importancia de la humildad, capacidad de escucha, autocrítica y de “dejarse ayudar” por parte de los obispos.

 

 

“Ser santos con los demás”

El Obispo de Roma se detuvo también en la cercanía entre sacerdotes. Puntualizó que “la fraternidad es escoger deliberadamente, ser santos con los demás y no en soledad”. A su vez, evocó un proverbio africano que dice: “Si quieres ir rápido, tienes que ir solo, mientras que, si quieres ir lejos, tienes que ir con otros”. Reconoció que a veces “parece que la Iglesia es lenta –y es verdad-, pero me gustaría pensar que es la lentitud de quien ha decidido caminar en fraternidad”.

Francisco afirmó que “ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal y hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato”, pues “es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que, para ser vivido como santificación, requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo”.

 

 

Cercanía con el pueblo

Por último, el Santo Padre subrayó la pertinencia de la cercanía del pastor a su pueblo, de convocar a la comunidad y ayudar a crecer el sentimiento de pertenencia al Santo Pueblo de Dios. “Si el pastor anda disperso, lejano, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo”, dijo.

Esta pertenencia es, según el Papa, un “antídoto contra la deformación de la vocación que nace precisamente de olvidarse que la vida sacerdotal se debe a otros”, un olvido que está “en las raíces del clericalismo y sus consecuencias”.

“El clericalismo es una perversión porque se constituye con ‘lejanías’. Cuando pienso en el clericalismo, pienso también en la clericalización del laicado, esa promoción de una pequeña élite que alrededor del cura termina también por desnaturalizar su misión fundamental”, sentenció el Pontífice (cf. Gaudium et spes, 44).

 

 

El paquete de galletas

Cuando todo nos parece evidente e intolerable, debiéramos tener el valor de preguntarnos si nuestras ideas son tan claras y comprobadas como pensamos

 

 

Aquella tarde llegó a la vieja estación y le informaron de que el tren en que ella viajaba se retrasaría casi media hora. La elegante señora, bastante contrariada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua, se dirigió hacia el andén central, justo donde debía llegar su tren, y se sentó en un banco dispuesta para la espera.

 

Mientras hojeaba su revista, un chico joven se sentó a su lado y comenzó a leer el periódico. De pronto, la señora observó con asombro que aquel muchacho, sin decir una palabra, extendía la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se sintió bastante molesta. No quería ser grosera, pero tampoco le parecía correcto dejar pasar aquella situación o hacer como si nada estuviera pasando. Así que, con un gesto manifiesto, quizá exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió manteniendo la mirada de aquel chico.

Como respuesta, el chico tomó otra galleta e hizo algo parecido, esbozando incluso una ligera sonrisa. Aquello terminó de alterarla.

Tomó otra galleta y, de modo aún más ostensible, se la tomó manteniendo de nuevo la mirada sobre aquel muchacho tan atrevido. El dialogo de miradas y pensamientos continuó de modo un tanto grotesco entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, cuando en el paquete sólo quedaba la última galleta, ella pensó: «No podrá ser tan descarado». El chico alargó la mano, tomó la última galleta, la partió en dos y ofreció la mitad a la señora. «¡Gracias!», dijo la mujer conteniendo su rabia y al tiempo no queriendo manifestar exteriormente su enfado.

Entonces el tren anunció su llegada. La señora se levantó y subió hasta su asiento. Antes de arrancar, desde la ventanilla todavía podía ver al muchacho sentado en el andén y pensó: «¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de este mundo con esta juventud!». Sintió entonces que tenía sed, por las galletas y por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió el bolso para sacar la botella de agua y se quedó petrificada cuando encontró, dentro del bolso, su paquete de galletas intacto.

 

 

No es infrecuente que nos suceda esto. Muchas veces hacemos juicios rotundos, implacables, apodícticos. Pero con un pequeño detalle: están fundamentados sobre un dato supuesto que luego resulta ser equivocado. Y muchas personas tienden a hacer ese tipo de juicios de modo habitual. Presuponen con gran facilidad la mala acción o mala intención ajena, construyen enseguida una explicación de lo que creen que sucede, y deducen con rapidez una conclusión que luego les cuesta mucho variar. Son personas que manifiestan casi siempre un exceso seguridad, una especial predilección por las evidencias que no son tales, sobre todo cuando se trata de malinterpretar lo que hacen los demás. Es un fenómeno que suele ir asociado al victimismo, pues quien se ha acostumbrado a pensar mal de los demás suele ceder pronto a la comodidad del papel de víctima, que, aunque sea triste y amargo, refuerza siempre las explicaciones maquinativas y conduce a conclusiones irreductibles.

 

 

Cuando todo nos parece evidente e intolerable, debiéramos tener el valor de preguntarnos si nuestras ideas son tan claras y comprobadas como pensamos, si otorgamos a los demás al menos el beneficio de la duda, y si nosotros mismos resistiríamos un juicio tan demoledor como nosotros hacemos de los demás.

 

 

Los colores en la simbología del icono

Oro, blanco, negro, rojo, púrpura, azul, verde y marrón son los únicos colores que pueden ser utilizados…

 

 

Los colores, producto de la descomposición de la luz, tienen en iconografía un lenguaje propio y son portadores de un lenguaje místico, trascendente. Eugenio Troubotzkoï, filósofo ruso de principios del siglo XVIII al hablar sobre los iconos expresa lo siguiente: Los colores son utilizados por el artista con el objeto de separar el cielo, de nuestra existencia terrenal, ahí está la clave que permite comprender la belleza inefable de la simbología del icono.

Los iconógrafos, escritores que no pintores de los iconos puesto que éstos se escriben y no se pintan, no pueden utilizar libremente los colores, ni darles tonalidades diversas, como tampoco puede obscurecerlos con sombras, pues debe concretarse el color que está previamente determinado.

 

El Concilio II de Nicea estableció que Solamente el aspecto técnico de la obra depende del pintor. Todo su plan, su disposición depende de los santos Padres. Es por eso que se establecieron manuales para la elaboración de ellos.

En primer lugar, al hablar sobre los colores en los iconos es necesario hacerlo sobre su luz, pues en ellos la luz no proviene de un lugar específico como sucede en la pintura occidental, sino que las figuras en ellos están inmersos en la luz.

El Dorado

El hombre, desde sus orígenes ha admirado la dorada luz del sol, presumiendo que provenía de la Divinidad, pues en la naturaleza no es posible encontrar este color. En los iconos todos los fondos están cubiertos de este color, el que se logra aplicando hojas de oro, el que es bruñido hasta lograr su máximo brillo.

En la iconografía bizantina representa la luz de Dios, por lo tanto cualquier figura representada en ellos está llena de la luz Divina. El manto y túnica del Pantocrátor, de la Teothokos o Madre de Dios, algunos arcángeles y santos están decorados con elaborados dibujos con este color pues la proximidad con Dios así lo requiere.

El Blanco

El blanco no es propiamente un color, sino la suma de todos ellos. Es la luz misma. Es el color de la “Vida Nueva”. En el icono de la Resurrección, la túnica de Cristo es de ese color.. Los primeros cristianos al bautizarse, portaban vestiduras blancas como símbolo de su nacimiento a la nueva vida trascendente.

El Negro

Es la contraparte del color anterior, pues es la ausencia total de luz, la carencia total de color.El negro representa la nada, el caos, la muerte, pues sin luz la vida deja de existir.

En los iconos aparece en la gruta de la Natividad, el Niño que se encuentra fuera de ella pues anteriormente a su venida, espiritualmente solo existía la muerte. De este color son los condenados y los demonios en el icono del “Juicio Final” pues para ellos la Vida Eterna se ha extinguido.

El Rojo

Este color ha sido ampliamente utilizado por los iconógrafos en los mantos y túnicas de Cristo y los mártires. Simboliza la sangre del sacrificio, así como también al amor, pues el amor es la causa principal del sacrificio. Al contrario del blanco que simboliza lo intangible, el rojo es un color netamente humano; representando por lo tanto, la plenitud de la vida terrenal.

En el icono del Pretorio, Jesús viste una túnica roja lo que hace saber que es el “Hijo del Hombre” y que está preparado para el sacrificio.

El Púrpura

Este colorante, extraído de un crustáceo del mar Rojo, era utilizado para teñir las mas finas sedas. A partir del “Codigo Justinianeo” su uso quedó reservado exclusivamente para el emperador, sus familiares mas cercanos, los “augustos” y para algunos otros reyes.

Por lo tanto en los iconos este color se hace representativo del poder imperial. Es utilizado únicamente el los mantos y túnicas del Pantocrátor, y de la Virgen o Teothokos. Representando que Cristo y por extensión su Madre, detentan el poder divino. Como Cristo es también el Sumo Sacerdote de la Iglesia, simboliza el Sacerdocio.

El Azul

Todas las antiguas culturas hicieron del azul un color relacionado con la divinidad. Los egipcios lo ligaron con la “verdad”, por lo tanto con sus dioses. En los muros de sus tumbas y templos se pueden observar pinturas de sacerdotes cuyas vestiduras son de ese color. La mascara funeraria de Tutankamón está decorada con franjas de lapislázuli, para que así fuese identificado en el más allá como un dios.

Es natural que en Bizancio fuese establecido como el color propio de Dios y de las personas a las cuales les transmite su santidad.

Michel Quenot, en su invaluable obra “El Icono” dice: El azul ofrece una transparencia que se verifica en el vació del agua, del aire o del cristal. La mirada penetra ahí hasta el infinito y llega a Dios.

El Verde

Es el color resultante de la combinación del azul y el amarillo. El verde es el color de la naturaleza, el color de la vida sobre la tierra, del renacimiento a la llegada de la primavera.

La iconografía le otorga un significado de renovación espiritual. En los iconos vemos multitud de ejemplos en donde es utilizado: las túnicas y mantos de los profetas, la túnica de San Juan Bautista o El Precursor, etc. pues fueron ellos quienes anunciaron la venida de Cristo.

El Marrón o Café

Este color es también producto de la mezcla de varios otros, como el rojo, el azul, el blanco y el negro. Es el color de la tierra.

Y por lo tanto la iconografía pinta de color marrón los rostro de las imágenes que aparecen en los iconos, para recordar aquello de polvo eres y en polvo te convertirás.

Significa también “humildad”, pues esta palabra proviene del vocablo latino “humus” que significa “tierra”. Es por ese motivo que los hábitos de los monjes son de ese color.

 

 

Oro, blanco, negro, rojo, púrpura, azul, verde y marrón son los únicos colores que pueden ser utilizados en la pintura de los iconos, el uso de otras combinaciones de colores queda fuera de toda regla iconográfica pues no contienes ninguna simbología.

 

 

El Plan de Dios, la Creación

 

 

El Plan de Dios, para rescatar a la humanidad, procede de Su Corazón Amorosísimo, que le hace querer acercar Su Ternura y Su Fidelidad a su pueblo, a toda la humanidad, perdida en tantos conflictos, agravados por la falta de Fe en Su Promesa, en Su Fidelidad.

Los recursos de Dios para con los hombres, los acerca por medio de Su Ley y de los Sacramentos, Tesoro depositado en la Iglesia de Su Corazón, la católica, pero, también actuante en todas las religiones donde se invoca la presencia de Dios con sincero deseo de estar en Su Presencia, y Adorándole, Conocerle y Amarle.

Dios, plenamente consciente de nuestra fragilidad, nos da instrumentos que nos sirvan para madurar en el Camino de Perfección que es la Gracia, para desarrollar nuestro intelecto y nuestro corazón, a la altura de la perfección de nuestra Creación Original, y aumentada por la Gracia de Su Sacrificio y Resurrección, hasta la misma estatura, ya no solo imagen y semejanza, sino Hijos de Dios, pertenecientes al Linaje Divino que nos debe motivar a vivir las experiencias de Fe y Concordia que vienen del corazón, lleno de la Gracia de Dios.

Es por eso que los hombres debemos colaborar en el proyecto de Salvación que Dios determinó para todos los pueblos de la tierra, uniéndonos en Fraternidad y Compasión, que demuestra que verdaderamente sentimos en nuestro interior, el deseo de Dios de llevar Su Amor y Colaboración a los hermanos sufrientes, necesitados de Luz, así como de empatía, para hacer menos dolorosa su experiencia de vida, que les ha tocado vivir.

Dios protege a los menos poderosos, a los sufrientes, a los necesitados de ayuda y de Amor y Compasión, y es en sus hijos, más afortunados, donde se vuelve para solicitar, que en Su Nombre, se socorra aquella situación de angustia y de soledad o dolor.

El hombre necesita comprender la trascendencia de Su Divinidad, y apoyar las causas nobles en las que se dé bienestar a los hombres que la sociedad margina por causas imputables a causas ajenas a su voluntad o por ignorancia, o por desidia, pero, recordando que en ellos también está presente la Gracia de Dios, desconocida por su conciencia, valorada en su Espíritu Superior.

 

Es fácil corregir o criticar en otros lo que mengua su calidad humana, siendo que somos nosotros los primeros que debemos ejercitar nuestra Voluntad y Corazón, para conocernos y valorarnos, y encontrando nuestras limitaciones y necesidades de Dios, las trabajemos en contacto con Dios, esto es, mediante la Oración y el ayuno, para pedir a Dios nos ayude a aumentar o ensanchar nuestro horizonte en busca del conocimiento del Verdadero Dios y Su Actuar, siempre en nuestro favor.

Dios se hace presente cuando lo buscamos con sincero deseo de Encontrarlo, Así, la vida continúe avanzando por el Camino de Luz que le es necesaria para su desarrollo y plenitud.

El Mensaje de Dios para todos sus hijos es que le permitan ayudarles en las crisis y vicisitudes de la vida, dejando abierto su corazón a la Gracia Edificante con que Dios desea regalar a nuestros corazones Su Presencia, Sus cuidados, Su Amor Paternal.

El hombre elija el Camino de Perfección donde desea transitar, ya sea casa, hogar, hijos, familia, sacerdocio Consagrado, Castidad, perfume que tanto agrada al Corazón de Dios, entendiendo por Castidad, el cuidado que ponemos en nuestro ser Superior, así como en el de los demás.

 

La Castidad de Vida nos permite valorar la custodia de los Bienes Internos depositados por Dios para darnos Alegría, Plenitud, Paz, Concordia, Fidelidad al ser amado con quien hemos decidido formar familias valientes para educarlas en la Fe y el Amor a Dios y a los demás. La Castidad opera en el corazón y en la persona humana, dando Testimonio de Su Calidad Divina, que desean honrar.

Demanda de los hombres alejarse de la promiscuidad y del libertinaje que en aras de una libertad mal entendida, nos acarrea penas y desolación, y vacío en el corazón.

 

Dios quiere para todos sus hijos la Felicidad de experimentar la Vida en todas sus experiencias, gratificantes y edificantes, sabiendo que el hombre camina en medio de oscuridades que le pueden hacer caer en obstáculos que le impidan su plena realización, es por eso que Dios hace un llamado a todos sus hijos para que, conociéndolo, experimenten en sus vidas el deseo de Vivir de acuerdo con la Dignidad de Hijos de Dios, construyendo comunidades sólidas y vivas, donde se edifique el Templo de Dios en su interior y en el de todos, llamando a Conversión a los que, alejándose de esta Estatura Divina, vuelvan al hogar, donde los espera Dios para darles la Bienvenida y experimenten Su Misericordia y Su Amor.

 

 

Beato Fra Angelico y el secreto de su delicada pintura

La mucha vida interior y el extraordinario talento artístico de este sacerdote del siglo XIV han dado a la humanidad obras como “La Anunciación”

 

 

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Se llamaba Guido (de pequeño Guidolino en el entorno familiar). Nació en Vicchio (Toscana) a finales del siglo XIV y en su adolescencia se formó en una escuela de pintura.

Pronto aceptó la llamada de Dios a la vida religiosa. Y, con su hermano Benito, ingresó en el convento de Fiésole, fundado hacía pocos años por el beato Juan Dominici. Al tomar los hábitos en 1420, se cambia el nombre por el de Juan y así pasa a ser Fray Juan de Fiésole. Fue ordenado sacerdote y en el convento ejerció dos veces como vicario y posteriormente como prior.

De su vida destacan su don para el arte y su voluntad de entregar este don a Dios pintando imágenes religiosas, sin buscar la gloria humana. En la siguientegalería fotográfica pueden verse algunas de ellas:

Galería fotográfica

 

En Fiésole (entre 1425 y 1438 aproximadamente), el prior san Antonino le encargó muchos cuadros de altar.

Luego pasaría al convento de San Marcos de Florencia. Allí pint allí el claustro, el aula capitular, las celdas de los monjes y los pasillos, entre 1439 y 1445.

De Florencia a Roma

El papa Eugenio IV, conocedor del talento de fray Juan de Fiésole, lo manda ir a Roma para que pinte dos capillas en la basílica de san Pedro y en el palacio Vaticano, respectivamente.

Eugenio IV había tenido oportunidad de comprobar personalmente, durante la estancia en Roma del artista, la vida ejemplar de fray Juan de Fiésole, y eso hizo que le quisiera nombrar arzobispo de Florencia.

Pero el religioso renunció al ofrecimiento y propuso que el Papa diera el cargo a san Antonino.

Nicolás V, más tarde, le encargaría la decoración de su capilla privada y de una pequeña alcoba.

Y en el convento de santo Domingo de Cortona (1438) y en la catedral de Orvieto (1447) también trabajó el beato.

 

Fray Juan murió estando en Roma, en el convento de Santa María sopra Minerva, el 18 de febrero de 1455. Allí está su sepulcro, que dispone de una lápida de mármol con su imagen en relieve.

Conocido por todos como Fra Angelico

Se le llamó Fra Angelico (Fray Angélico) enseguida, por su carácter sencillo y humilde, por su renuncia al mundo y por su carisma para trasmitir las verdades de la fe a través de la pintura de un modo excelente.

El 3 de octubre de 1982, el papa Juan Pablo II concedió a la Orden de Predicadores la posibilidad de rendir culto al Beato Angélico con misa y oficio.