Mateo 19:3-12
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús enseña la sagrada unidad del matrimonio. Los lazos físicos, sexuales, psicológicos, económicos y amorosos entre un hombre y una mujer tienen, en última instancia, un propósito sagrado: actuar como conducto de la vida divina en el mundo.
¿Cómo funciona esto? En la unidad del hombre y de la mujer, que se hace fecunda de tantas maneras, vemos una imagen de la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo se aman con tanta perfección que su amor da a luz al Espíritu Santo.
Una pareja casada debe ver su relación como un icono de la Santísima Trinidad, y más aún, un medio por el cual el amor trinitario irrumpe en el mundo. Los dos socios tienen una misión ante Dios.
San Pablo vio que el matrimonio cristiano tenía una finalidad precisamente cristiana: simbolizar el amor de Cristo y de la Iglesia. Como un esposo ama a su esposa (y como ella lo ama), Cristo ama a la Iglesia y la Iglesia (al menos idealmente) lo ama a él. ¿Cómo es el amor de Cristo por su Iglesia? Bueno, es una realidad profundamente gozosa, porque es compartir la vida divina.
Mateo 19:13-15
En nuestro Evangelio de hoy, Jesús propone que el reino de los cielos es de los que son como niños. ¿Por qué? Para empezar, los niños no saben disimular, ser de una manera y actuar de otra. Ellos son lo que son; actúan de acuerdo con su naturaleza más profunda. “Los niños dicen las cosas más raras” porque no saben cómo ocultar la verdad de sus reacciones.
En esto, son como estrellas, flores o animales, cosas que son lo que son, sin ambigüedades, sin complicaciones. Están de acuerdo con las intenciones más profundas de Dios para ellos.
Para decirlo de otra manera, todavía no han aprendido a mirarse a sí mismos. ¿Por qué un niño puede sumergirse tan ansiosamente y completamente en lo que está haciendo? ¿Por qué puede encontrar alegría en la cosa más simple, como empujar un tren por una vía, mirar un video una y otra vez o patear una pelota? Porque puede perderse a sí mismo; porque no se mira a sí mismo, no es consciente de las reacciones, expectativas y aprobación de otras personas.
Eso sí, esta infantilidad no tiene nada que ver con ser poco sofisticado, incompleto o infantil. Tomás de Aquino fue uno de los hombres más destacados que jamás haya existido, el mayor intelectual de la historia de la Iglesia y una de las mentes más sutiles de la historia de Occidente. Sin embargo, los términos que se usaban una y otra vez para describirlo eran “infantil” e “inocente”.
La puerilidad tiene que ver con ese arraigo en lo que Dios quiere que seamos. Tomás nació para ser teólogo y escritor, y nada lo apartaría de ese rayo: ni las críticas de sus enemigos, ni los halagos de sus superiores religiosos, ni las tentaciones de convertirse en obispo. Él era y siguió siendo quien Dios quería que fuera, y por lo tanto era como una gran montaña o una flor o, de hecho, un niño.
Ezequiel Moreno y Díaz, Santo
Memoria Litúrgica, 19 de agosto
Obispo
Martirologio Romano: En Monteagudo, de Navarra, en España, tránsito de san Ezequiel Moreno Díaz, obispo de Pasto, en Colombia, de la Orden de los Recoletos de San Agustín, que dedicó toda su vida a anunciar el Evangelio, tanto en las Islas Filipinas como en América del Sur, y falleció en Monteagudo, lugar de Navarra, en España († 1906).
Fecha de canonización: Juan Pablo II lo canonizó en la ciudad de Santo Domingo el 11 de octubre de 1992, presentándolo al mundo como ejemplo de pastor y de misionero en el V Centenario de la evangelización de América.
Breve Biografía
Ezequiel Moreno nació en Alfaro (La Rioja, España), el 9 de abril de 1848. Siguiendo el ejemplo de su hermano Eustaquio, el 21 de septiembre de 1864 vistió el hábito en el convento de los agustinos recoletos de Monteagudo (Navarra) y tomó el nombre de fray Ezequiel de la Virgen del Rosario.
En 1869, después de sus estudios de teología, fue enviado a las islas Filipinas, tierras de sus sueños, con 17 hermanos. Llegó a Manila el 10 de febrero de 1870. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de junio de 1871 y fue destinado enseguida a la isla de Mindoro, con su hermano Eustaquio. Como capellán demostró su celo apostólico en la colonia militar y sus anhelos misioneros en la búsqueda de pueblos que no conocían a Dios. Las fiebres le obligaron a volver a Manila. Poco después fue nombrado párroco de Calapan y vicario provincial de los agustinos recoletos de la isla de Mindoro; de 1876 a 1880 ocupó los cargos de párroco de Las Piñas y de Santo Tomás en Batangas y de 1880 a 1885 ejerció los oficios de predicador del convento de Manila, párroco de Santa Cruz y administrador de la casahacienda de Imus.
El capítulo provincial de 1885 nombró a fray Ezequiel prior del convento de Monteagudo, donde se modelaban les conciencias de los futuros misioneros. Terminado su mandato de superior de ese convento, se ofreció como voluntario para restaurar la orden en Colombia. Nombrado jefe de una expedición, partió de España a finales de 1888 con otros seis religiosos voluntarios, llegando a Bogotá el 2 de enero de 1889. Su primer objetivo fue restablecer la observancia religiosa en las comunidades.
En 1893 fray Ezequiel fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de Casanare; recibió la ordenación episcopal en mayo de 1894. Habría preferido acabar sus días en medio de sufrimientos y privaciones—como manifiesta en una de sus cartas—, pero Dios lo había destinado a una misión más ardua y delicada. En 1895 fue nombrado obispo de Pasto. Cuando se le comunicó la noticia, le vino a la mente una pregunta angustiante: “¿Me habré hecho indigno de sufrir por Dios, mi Señor?”. En su nueva misión le esperaban situaciones mucho más difíciles y amargas: humillaciones, burlas, calumnias, persecuciones e incluso el abandono de parte de sus superiores inmediatos.
En 1905 se vio afectado por una grave enfermedad—cáncer en la nariz—, que le hizo saborear hasta la última gota el cáliz del dolor. Los médicos le animaron a volver a Europa para operarle, pero él se negaba a abandonar su grey. Aconsejado por los fieles y los sacerdotes, en diciembre de aquel mismo año regresó a España para someterse a varias operaciones. Con el fin de conformarse más con Cristo, rechazó la anestesia. Soportó las dolorosas operaciones sin un lamento y con una fortaleza tan heroica que conmovió al quirurgo y a sus asistentes.
Sabiendo que estaba herido de muerte, quiso pasar los últimos días de su vida en el convento de Monteagudo, junto a la Virgen. El 19 de agosto de 1906, después de de haber padecido acérrimos dolores, con los ojos clavados en el crucifijo, entregó su alma al Señor. Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975.
Las personas más curiosas de este mundo
Santo Evangelio según san Mateo 19, 13-15.
Sábado XIX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, creo verdaderamente que Tú puedes saciar aquel núcleo de mi corazón en donde nadie puede entrar. No habrá riqueza, objeto o persona que pueda saciar ese deseo de eternidad que experimento. Quiero ser feliz eternamente y amarte libremente.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 19, 13-15
En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero Jesús les dijo: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos”. Después les impuso las manos y continuó su camino.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tantas veces los niños pueden parecerme las personas más curiosas de este mundo. No saben nada de la vida, diría uno. No tienen ninguna utilidad, diría otro. No producen, no generan, no instruyen, no hablan lenguas, no trabajan. Ser como niños, ¿qué beneficio traería eso?
Confieso que muchas veces he podido sorprenderme a mí mismo con estos pensamientos en la cabeza. Quizá el hombre se vuelve demasiado pragmático en un mundo que le exige simplemente resultados, resultados, resultados. Puedes maravillarte, puedes reír, pero que todo sea con un fin concreto y útil.
¿De verdad los niños no saben nada de la vida?, ¿no enseñan, no producen, no instruyen? Mira hacia el cielo, invita a una persona a mirar las estrellas. ¿Se maravillaría? Puede ser. O quizá también pueda simplemente decirte que “eso” es el espacio, que hay “tantas” estrellas y “tantas galaxias”, que todo está medido y que todo estará por conocerse algún día. En otras palabras, “dado que creo conocerlo todo, no tengo por qué maravillarme”. Es una lástima…
Señor, Tú sabías y escondías más de lo que me decías y me dices en este Evangelio. Yo sí quiero renovar mi corazón, quiero hacer la experiencia que ya ni siquiera puedo traer a mi memoria. Un día yo también fui niño, fui niña y me sabía maravillar de tantas cosas. Me sabía maravillar de tu obra, sabía confiar en los demás, sabía reír, sabía jugar. Sabía que no todo está dirigido a esta vida, sino que hay cosas que construyen también para la otra.
Ojalá que cuando las personas me vean, no me importe si a mí también me consideran entre las personas más curiosas de este mundo.
«El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil, depende del papá y de la mamá. Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios. Los niños, que no tienen problemas para comprender a Dios, tienen mucho que enseñarnos: nos dicen que él realiza cosas grandes en quien no le ofrece resistencia, en quien es simple y sincero, sin dobleces. Nos lo muestra el Evangelio, donde se realizan grandes maravillas con pequeñas cosas: con unos pocos panes y dos peces, con un grano de mostaza, con un grano de trigo que cae en tierra y muere, con un solo vaso de agua ofrecido, con dos pequeñas monedas de una viuda pobre, con la humildad de María, la esclava del Señor». (Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de encontrar un día de descanso lejos de la televisión, el internet o todo aquello que pueda tener mi mente ocupada y buscaré algún lugar en el que pueda simplemente contemplar y maravillarme del gran amor que me ofreces, Señor, y, de ese modo, “ablandar” un poco más mi corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús y los niños
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia
Por: P. Antonio Rivero, L.C. |
Fuente: AutoresCatolicos.org
¿Quién no recuerda los años de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.
Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época.
Pero Jesús, una vez más, rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños.
1. Postura de Jesús frente a los niños
Jesús conoce a los niños: Sabe cuáles son sus juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16 nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer sanas travesuras, gritar.
Jesús valora a los niños: Dice que de la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf. Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e inocencia que porta dentro de su alma.
Jesús les quiere: Sólo dos veces encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5). Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.
Jesús se preocupa por ellos: Reprende a quienes les mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.
Jesús los cura: Cura a esa niña de doce años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no sólo para su cuerpo, sino también para su alma.
Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28).
Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal, el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo.
Baal es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de la madre arrancaron el milagro de Jesús.
Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7, 11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.
Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan de Jesús el milagro?
¿Cómo respondían los niños a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús, también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa electricidad que es el amor.
2. La llamada de Jesús a la infancia espiritual
Jesús no sólo ama a los niños, sino que les presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).
Hay en Jesús como una eterna infancia, porque vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo. Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).
¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición les puso a los apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.
La infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios.
Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual.
La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.
Cuatro son las características de la infancia espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura, no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza. Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.
¿No será el purgatorio probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas, láminas que hemos ido acumulando durante la vida…para que vuelva de nuevo a emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de nuestro bautismo?
CONCLUSIÓN
Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo…Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.
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[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción interna”.
Promover la amistad entre los pueblos en esta hora agitada
Papa Francisco en su mensaje con motivo del 44º
Encuentro de Rímini.
Por: Tiziana Campisi | Fuente: Vatican News
Los cristianos y todas las personas de buena voluntad no deben permanecer «sordos al grito que se eleva a Dios desde este mundo nuestro», para construir «una cultura de paz allí donde cada uno de nosotros vive». Necesitamos «gestos concretos» y «opciones compartidas», los discursos no bastan.
Es la invitación que dirige el Papa Francisco en el mensaje dirigido a monseñor Nicolò Anselmi, obispo de Rímini, firmado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, con motivo del 44º Encuentro por la Amistad entre los Pueblos, que se celebra del 20 al 25 de agosto.
El «camino que todos pueden recorrer» y que la Iglesia alienta continuamente es «reconciliarse en familia, con los amigos o los vecinos, rezar por los que nos han herido, reconocer y ayudar a los necesitados, llevar una palabra de paz» a todas partes, dice Francisco, volviendo a proponer lo que dijo en su discurso a los participantes en el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana «No solos», del pasado 10 de junio.
Nadie se salva solo
Y así, en un tiempo en el que «la guerra y las divisiones siembran resentimiento y miedo en los corazones», en el que «el otro que es diferente de mí, es percibido a menudo como un rival», y en el que «la comunicación global y omnipresente» hace de esta «actitud generalizada» una mentalidad y provoca que «las diferencias aparezcan como síntomas de hostilidad», y da lugar a «una especie de epidemia de enemistad», el tema del Encuentro de Rímini – «La existencia humana es una amistad inagotable» – va «claramente a contracorriente» – observa el Papa – añadiendo que la actual es «una época marcada por el individualismo y la indiferencia, que generan soledad y muchas formas de descarte».
«Una situación de la que es imposible escapar por las propias fuerzas», porque «nadie puede salvarse solo». Por eso Dios envió a su Hijo, «definitivamente un horizonte nuevo», pero también «una palabra nueva para tantas situaciones de exclusión, de desintegración, de clausura, de aislamiento», reitera el Papa, recordando su homilía en Asunción del Paraguay, del 12 de julio del 2015.
Jesús y la amistad con el hombre
En la práctica – aclara Francisco – «el Espíritu de Cristo resucitado rompió la soledad dando al hombre su amistad, como pura gracia», y, como recordaba don Luigi Giussani en el volumen «El camino hacia la verdad es una experiencia», a través de este don «se disuelve la soledad humana».
“La experiencia humana ya no es la de una impotencia desoladora, sino la de una conciencia y una capacidad enérgica» y «la fuerza del hombre es un Otro, la certeza del hombre es un Otro» y «la existencia humana es una amistad inagotable».
Tener amigos enseña a abrirse, a compartir la vida
La amistad, la verdadera amistad, «ensancha el corazón» – subraya el Papa – que en Christus vivit define a los amigos fieles como «reflejo del afecto del Señor, de su consuelo y de su presencia amorosa», precisando que «tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a preocuparnos por los demás, a salir de nuestra comodidad y aislamiento, a compartir la vida».
La reflexión de don Giussani en el libro «Por la compañía de los creyentes» lleva a la misma conclusión, donde leemos que «la verdadera naturaleza de la amistad es vivir libremente juntos por el destino» y que uno no puede llamarse amigo si no ama «el destino del otro por encima de todo, más allá de cualquier provecho».
Hermanos en Cristo
En su mensaje, Francisco señala también – como ya lo subrayó en la Fratelli tutti, que «el amor al otro por lo que es nos impulsa a buscar lo mejor para su vida» y que «sólo cultivando este modo de relacionarnos haremos posible la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos».
Y «precisamente la amistad social» es para el Papa «la única posibilidad incluso en las situaciones más dramáticas, también ante la guerra». De ahí el aliento a los participantes en el Encuentro por la Amistad entre los Pueblos, que es «lugar de amistad entre las personas y los pueblos» y abre «caminos de encuentro y de diálogo», para que nunca falte «la disponibilidad a una amistad inagotable», ya que está «fundada en Cristo y sobre la roca de Pedro», para que se capte «el bien que cada uno puede aportar a la vida de todos».
Promover la cultura del encuentro
Por último, Francisco identifica «el terreno en el que puede enraizarse la experiencia de la amistad que construye la historia» en la «experiencia humana, que compartimos con toda persona, sea cual sea la tradición cultural y religiosa a la que pertenezca» y afirma que la amistad es «dejar que el otro entre en la propia vida».
De ahí el deseo «de que el Encuentro por la Amistad entre los Pueblos siga promoviendo la cultura del encuentro, abierta a todos, sin excluir a nadie, porque en todos hay un reflejo del Padre que ‘da a todos la vida y el aliento y todo’ y el deseo de que cada uno de los participantes aprenda a acercarse a los demás a la manera de Jesús».
El Plan de Dios, la Creación.
El Plan de Dios, para rescatar a la humanidad, procede de Su Corazón Amorosísimo, que le hace querer acercar Su Ternura y Su Fidelidad a su pueblo, a toda la humanidad, perdida en tantos conflictos, agravados por la falta de Fe en Su Promesa, en Su Fidelidad.
Los recursos de Dios para con los hombres, los acerca por medio de Su Ley y de los Sacramentos, Tesoro depositado en la Iglesia de Su Corazón, la católica, pero, también actuante en todas las religiones donde se invoca la presencia de Dios con sincero deseo de estar en Su Presencia, y Adorándole, Conocerle y Amarle.
Dios, plenamente consciente de nuestra fragilidad, nos da instrumentos que nos sirvan para madurar en el Camino de Perfección que es la Gracia, para desarrollar nuestro intelecto y nuestro corazón, a la altura de la perfección de nuestra Creación Original, y aumentada por la Gracia de Su Sacrificio y Resurrección, hasta la misma estatura, ya no solo imagen y semejanza, sino Hijos de Dios, pertenecientes al Linaje Divino que nos debe motivar a vivir las experiencias de Fe y Concordia que vienen del corazón, lleno de la Gracia de Dios.
Es por eso que los hombres debemos colaborar en el proyecto de Salvación que Dios determinó para todos los pueblos de la tierra, uniéndonos en Fraternidad y Compasión, que demuestra que verdaderamente sentimos en nuestro interior, el deseo de Dios de llevar Su Amor y Colaboración a los hermanos sufrientes, necesitados de Luz, así como de empatía, para hacer menos dolorosa su experiencia de vida, que les ha tocado vivir.
Dios protege a los menos poderosos, a los sufrientes, a los necesitados de ayuda y de Amor y Compasión, y es en sus hijos, más afortunados, donde se vuelve para solicitar, que en Su Nombre, se socorra aquella situación de angustia y de soledad o dolor.
El hombre necesita comprender la trascendencia de Su Divinidad, y apoyar las causas nobles en las que se dé bienestar a los hombres que la sociedad margina por causas imputables a causas ajenas a su voluntad o por ignorancia, o por desidia, pero, recordando que en ellos también está presente la Gracia de Dios, desconocida por su conciencia, valorada en su Espíritu Superior.
Es fácil corregir o criticar en otros lo que mengua su calidad humana, siendo que somos nosotros los primeros que debemos ejercitar nuestra Voluntad y Corazón, para conocernos y valorarnos, y encontrando nuestras limitaciones y necesidades de Dios, las trabajemos en contacto con Dios, esto es, mediante la Oración y el ayuno, para pedir a Dios nos ayude a aumentar o ensanchar nuestro horizonte en busca del conocimiento del Verdadero Dios y Su Actuar, siempre en nuestro favor.
Dios se hace presente cuando lo buscamos con sincero deseo de Encontrarlo, Así, la vida continúe avanzando por el Camino de Luz que le es necesaria para su desarrollo y plenitud.
El Mensaje de Dios para todos sus hijos es que le permitan ayudarles en las crisis y vicisitudes de la vida, dejando abierto su corazón a la Gracia Edificante con que Dios desea regalar a nuestros corazones Su Presencia, Sus cuidados, Su Amor Paternal.
El hombre elija el Camino de Perfección donde desea transitar, ya sea casa, hogar, hijos, familia, sacerdocio Consagrado, Castidad, perfume que tanto agrada al Corazón de Dios, entendiendo por Castidad, el cuidado que ponemos en nuestro ser Superior, así como en el de los demás.
La Castidad de Vida nos permite valorar la custodia de los Bienes Internos depositados por Dios para darnos Alegría, Plenitud, Paz, Concordia, Fidelidad al ser amado con quien hemos decidido formar familias valientes para educarlas en la Fe y el Amor a Dios y a los demás. La Castidad opera en el corazón y en la persona humana, dando Testimonio de Su Calidad Divina, que desean honrar.
Demanda de los hombres alejarse de la promiscuidad y del libertinaje que en aras de una libertad mal entendida, nos acarrea penas y desolación, y vacío en el corazón.
Dios quiere para todos sus hijos la Felicidad de experimentar la Vida en todas sus experiencias, gratificantes y edificantes, sabiendo que el hombre camina en medio de oscuridades que le pueden hacer caer en obstáculos que le impidan su plena realización, es por eso que Dios hace un llamado a todos sus hijos para que, conociéndolo, experimenten en sus vidas el deseo de Vivir de acuerdo con la Dignidad de Hijos de Dios, construyendo comunidades sólidas y vivas, donde se edifique el Templo de Dios en su interior y en el de todos, llamando a Conversión a los que, alejándose de esta Estatura Divina, vuelvan al hogar, donde los espera Dios para darles la Bienvenida y experimenten Su Misericordia y Su Amor.
La oración para después de comulgar que compuso el Padre Pío
Ferviente amante de la Eucaristía, el padre Pío de Pietrelcina celebraba la santa Misa y comulgaba con pasión, prueba de la presencia real de Jesucristo en el sacramento
Al Padre Pío le apasionaba celebrar la Misa y recibir la Comunión. En una ocasión dijo: “Sería más fácil que el mundo existiera sin el sol que sin la Santa Misa”.
Creía de todo corazón que Jesús estaba verdaderamente presente, en cuerpo, sangre, alma y divinidad durante la celebración de la Misa. Este gran don avivó en su propio corazón un amor profundo y persistente hacia Dios.
En sus propias palabras:
“Hay momentos durante la Misa en que me consumo por el fuego del Amor Divino. Mi rostro parece arder”.
A continuación se puede leer una honda oración que Padre Pío compuso y que rezaba tras recibir la Sagrada Comunión.
Es reflejo de su firme fe en la presencia de Jesús en la Sagrada Eucaristía y de su deseo de que Jesús permaneciera siempre en su corazón.
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1 ORACIÓN
Quédate, Señor, conmigo, pues soy débil y necesito tu fuerza para no caer muchas veces.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi vida y sin ti pierdo el fervor.
Quédate, Señor, conmigo, para darme a conocer tu voluntad.
Quédate, Señor, conmigo, para que oiga tu voz y te siga.
Quédate, Señor, conmigo, pues deseo amarte mucho y estar siempre en tu compañía.
Quédate, Señor, conmigo, si quieres que siempre te sea fiel.
Quédate, Señor, conmigo, porque por más pobre que sea mi alma, desea ser para ti un lugar de consuelo y un nido de amor.
Quédate, Jesús, conmigo, pues es tarde y el día se acaba… La vida pasa; la muerte, el juicio y la eternidad se acercan y es necesario recuperar mis fuerzas para no demorarme en el camino, y para ello te necesito. Ya es tarde y la muerte se acerca. Temo la oscuridad, las tentaciones, la aridez, la cruz, los sufrimientos… ¡y te necesito mucho, Jesús mío, en esta noche de exilio!
Quédate, Jesús, conmigo, porque en esta noche de la vida, de peligros, necesito de ti.
Haz que, como tus discípulos, te reconozca en la fracción del pan; que la comunión eucarística sea la luz que disipe las tinieblas, la fuerza que me sustenta y la única alegría de mi corazón. Quédate, Señor, conmigo, porque en la hora de la muerte quiero estar unido a ti; si no por la Comunión, al menos por la gracia y por el amor.
Quédate, Jesús, conmigo; no pido consuelos divinos porque no los merezco, sino el don de tu presencia, ¡ah, sí, te lo pido!
Quédate, Señor, conmigo; solamente a ti te busco; tu amor, tu gracia, tu voluntad, tu corazón, tu espíritu, porque te amo y no pido otra recompensa sino amarte más, con un amor firme y práctico.
Haz que pueda amarte de todo corazón en la tierra para seguirte amando perfectamente por toda la eternidad, querido Jesús.
Consejos del Padre Pío para vivir la santa Misa
Lee la famosa carta en la que el santo da ideas prácticas para vivir la Misa con devoción
Una carta del Padre Pío para Annita Rodote
Pietrelcina, 25 de julio de 1915.
Amada hija de Jesús,
¡Que Jesús y nuestra Madre sonrían siempre en su alma, obteniendo de ello, a partir de su Santísimo Hijo, todos los carismas celestiales!
Estoy escribiéndole por dos motivos: para responder a algunas preguntas de su última carta y para desearle un feliz día no en el dulcísimo Jesús, lleno de todas las más especiales gracias celestiales. ¡Oh! ¡Si Jesús atendiera mis oraciones por usted o, mejor aún, si al menos mis oraciones fueran dignas de ser atendidas por Jesús! Entre tanto, las aumentaré cien veces para su consuelo y salvación, suplicando a Jesús que las atienda, no por mí, sino a través del corazón de su bondad paternal e infinita misericordia.
Con el fin de evitar irreverencias e imperfecciones en la casa de Dios, en la iglesia – que el divino Maestro llama casa de oración -, le exhorto en el Señor a practicar o siguiente.
Entre en la iglesia en silencio y con gran respeto, considerándose indigna de aparecer ante la Majestad del Señor. Entre otras consideraciones piadosas, recuerde que nuestra alma es el templo de Dios y, como tal, debemos mantenerla pura y sin mácula ante Dios y sus ángeles.
Avergoncémonos por haber dado acceso al diablo y sus seducciones muchas veces (con su seducción del mundo, su pompa, su llamada a la carne) por no ser capaces de mantener nuestros corazones puros y nuestros cuerpos castos; por haber permitido a nuestros enemigos insinuarse en nuestros corazones, profanando el templo de Dios que somos a través del santo bautismo.

Interior de la Iglesia de Santa María de las Gracias en San Giovanni Rotondo
En seguida, tome agua bendita y haga la señal de la cruz con cuidado y lentamente.
En cuanto esté ante Dios en el Santísimo Sacramento, haga una genuflexión devotamente. Después de haber encontrado su lugar, arrodíllese y haga el tributo de su presencia y devoción a Jesús en el Santísimo Sacramento. Confíe todas sus necesidades a Él junto con la de los demás. Hable con Él con abandono filial, dé libre curso a su corazón y dele total libertad para actuar en usted como él crea mejor.
Al asistir a la Santa Misa y a las funciones sagradas, permanezca muy compuesta, cuando en pie, arrodillada y sentada, y realice todos los actos religiosos con la mayor devoción. Sea modesta en su mirada, no gire la cabeza aquí y allí para ver quien entra y sale. No ría, por respeto a este santo lugar y también por respeto de quienes están cerca de usted. Intente no hablar, excepto cuando la caridad o la estricta necesidad lo requieran.
Si reza con los demás, diga las palabras de la oración claramente, observe las pausas y nunca se apresure.
En suma, compórtese de tal manera que todos los presentes sean edificados, y que, a través de usted, sean instados a glorificar y amar al Padre celestial.
Al salir de la iglesia, debe estar recogida y calma. En primer lugar, pida el permiso de Jesús en el Santísimo Sacramento; pida perdón por las faltas cometidas en su presencia divina y no Le deje sin pedir y recibir Su bendición paterna.
Cuando esté fuera de la iglesia, sea como todo seguidor del Nazareno debería ser. Sobre todo, sea extremamente modesta en todo, pues esta es la virtud que, más que cualquier otra, revela los sentimientos del corazón. Nada representa un objeto más fiel o claramente que un espejo. Igualmente, nada representa mejor las buenas cualidades de un alma que la mayor o menor regulación del exterior, como cuando alguien parece más o menos modesta.
Debe ser modesta al hablar, modesta en la sonrisa, modesta en su porte, modesta al caminar. Todo eso debe ser practicado, no por vanidad, con el fin de mostrarse a si misma, ni con hipocresía con el fin de aparecer buena a los ojos de los demás, sino, por la fuerza interna de la modestia, que reglamenta el funcionamiento exterior del cuerpo.
Por tanto, sea humilde de corazón, circunspecta en las palabras, prudente en sus resoluciones. Sea siempre económica al hablar, asidua a la buena lectura, atenta en su trabajo, modesta en su conversación. No sea desagradable con nadie, sino benevolente para con todos y respetuosa con los más ancianos. Que cualquier mirada siniestra salga de usted, que ninguna palabra osada escape de sus labios, que nunca haga una acción indecente o de alguna forma gratuita; nunca especialmente una acción gratuita o un tono de voz petulante.
En suma, deje que todo su exterior sea una imagen vívida de la compostura de su alma.
Mantenga siempre la modestia del divino Maestro ante sus ojos, como un ejemplo; este Maestro que, según las palabras del Apóstol a los Corintios, colocó la modestia de Jesucristo en pié de igualdad con a mansedumbre, que era su virtud particular y casi su característica: “Ahora yo, Paulo, os ruego, por la mansedumbre y humildad de Cristo”, y de acuerdo con tal modelo perfecto, reforme todas sus acciones externas, que deben ser reflejos fieles, revelando los afectos de su interior.
Nunca se olvide de este modelo divino, Annita. Intente ver una cierta majestad adorable en su presencia, una cierta agradable autoridad en su modo de hablar, una cierta agradable dignidad en el andar, en el mirar, en el hablar, al conversar; una cierta dulce serenidad del rostro.
Imagine esa extremamente compuesta y dulce expresión con la que él llamó a la multitud, haciendo que dejasen ciudades y castillos, llevándolos a las montañas, los bosques, a la soledad y las playas desiertas del mar, olvidando totalmente la comida, la bebida y los quehaceres domésticos.
Así, intentemos imitar, tanto como nos sea posible, estas acciones modestas y dignas. Y hagamos lo mejor para ser, en lo que sea posible, semejantes a Él en la tierra, con el fin de que podamos ser más perfectos y más semejantes a Él por toda la eternidad en la Jerusalén celeste.
Termino aquí, pues soy incapaz de continuar, recomendando que usted nunca se olvide de mí ante Jesús, especialmente durante estos días de extrema aflicción para mí. Espero que la misma caridad de la excelente Francesca por quien usted tuvo la gentileza de dar, en mi nombre, mis manifestaciones de extremo interés en verla crecer cada vez más en el amor divino. Espero que ella me haga la caridad de hacer una novena de Comuniones por mis intenciones.
No se preocupe si es incapaz de responder a mi carta inmediatamente. Lo sé todo, así que no se preocupe.
Me despido de usted con el beso santo del Señor. Yo soy siempre su siervo.
¿Sabías que la persona que es pobre tiene dignidad?
Cuando la pobreza hace víctima a alguien que está acostumbrado a trabajar, hay que salir a buscarlo para brindarle ayuda
Ser pobre no es ningún delito, desafortunadamente, no todas las personas gozan de una situación económica desahogada que les permita afrontar sus más urgentes necesidades.
En México, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), hay 37.9 millones de personas vulnerables por carencias sociales, es decir, tienen dificultad para solventar sus necesidades básicas de salud, vivienda, educación y alimentación nutritiva, entre otras.
Sobre el tema de la pobreza, el Obispo de Celaya, Mons. Víctor Alejandro Aguilar Ledesma comentó en una homilía que hay que aprender a compartir lo que se tiene con los demás. Mencionó que antes se convidaba de la comida hecha en la casa, las comadres o las vecinas se mandaban bocados de lo que habían preparado, y luego se regresaban los platos, pero nunca vacíos, sino con una probada de otro alimento.
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1 SOLO SOMOS ADMINISTRADORES
Ese signo de dar es importante, porque lo que tenemos no es nuestro, Dios nos ha dado los bienes para administrarlos, por eso destacó que hay que ser sensibles ante las necesidades de los demás. Al respecto, comentó que, cuando alguien se encuentra frente a un apuro y hace lo posible por solucionarlo, hasta hay que buscarlo para darle ayuda. Porque el verdadero pobre tiene dignidad.
Puso un ejemplo: supongamos que alguien tiene internado a un familiar en el hospital y no le alcanza para pagar los gastos, sin embargo, sentirá vergüenza de pedir ayuda, y entre sus mismos familiares reunirán lo necesario para cubrir el adeudo.
Dijo esto porque tiempo atrás, estando en otra diócesis, cuando alguien quería ofrecerle un donativo le recomendaba que se acercara al hospital que quedaba cerca de su parroquia y que se colocara cerca de la fila de la caja para que escuchara a la gente y ahí diera su ofrenda.
2 DAR HASTA QUE DUELA
Luego agregó que no pasa lo mismo «con quien vive de la necesidad, esas personas que andan de acá para allá pidiendo dinero, y que quizá, hasta traigan más que tú», dijo Don Víctor. Por eso hay que saber ayudar, es la insistencia del obispo, y, sobre todo, entender que se trata también de dar hasta que duela, como dijo la madre Teresa de Calcuta, porque si vamos a dar de lo que nos sobra, o lo que ya no nos queda, no tiene valor; hay que dar de lo que nos gusta, de lo que usamos y comemos para que verdaderamente nos cueste.
Y algo más, para destacar el tema de la dignidad: no debemos ver a los demás con ojos de lástima, como diciendo «ay, pobrecito», sino entender que el hermano al estamos ayudando es el mismo Cristo, de acuerdo con sus propias palabras: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 23,40).