Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era el Señor quien llamaba a la puerta, para que este hombre abriese su corazón y la misericordia pudiese entrar. Y sin embargo, el rico «no veía» «estaba cerrado» y «para él, más allá de la puerta, no había nada». (…)
«Pidamos al Señor» la gracia «de ver siempre a los Lázaros que están en nuestra puerta, los Lázaros que tocan al corazón», y aquella de «salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón». (Santa Marta, 25 febrero del 2016)
• Luke 16:19-31
El Evangelio de hoy nos trae la historia del hombre rico y del hombre pobre, Lázaro, que está en su puerta.
Dios no está satisfecho con este tipo de desigualdad económica, y arde de pasión por arreglar las cosas. Aunque nos hace sentir incómodos —y Dios lo sabe, especialmente para aquellos de nosotros que vivimos en la sociedad más rica del mundo— no podemos evitarlo porque está en todas partes de la Biblia.
Santo Tomás de Aquino dice: “Debemos distinguir entre propiedad y el uso de la propiedad”. Tenemos derecho a la propiedad, a través de nuestro arduo trabajo o por herencia. Esto parece justo. Pero respecto al uso de estas cosas Santo Tomás dice que siempre debemos preocuparnos por el bien común y no por el nuestro.
Esta es una afirmación extraordinariamente poderosa, aun cuando se realice en lenguaje sobrio. Sí, por supuesto que tienes derecho a la propiedad, pero cuándo y cómo usas tus posesiones, eso siempre será una cuestión de bien común, que incluye especialmente a Lázaro en tu puerta: que representa a quien sufre y está necesitado.
Francisca Romana, Santa
Memoria Litúrgica, 9 de marzo
Esposa, madre, viuda y apóstol seglar
Martirologio Romano: Santa Francisca, religiosa, que, casada aún adolescente, vivió cuarenta años en matrimonio y fue excelente esposa y madre de familia, admirable por su piedad, humildad y paciencia. En tiempos calamitosos distribuyó sus bienes entre los pobres, asistió a los atribulados y, al quedar viuda, se retiró a vivir entre las oblatas que ella había reunido bajo la Regla de san Benito, en Roma. († 1440)
Fecha de canonización: 29 de mayo de 1608 siendo Papa Pablo V
Breve Biografía
Francisca Bussa de Buxis de Leoni nació en Roma en el año 1384. Era de una familia noble y rica y, aunque aspiraba a la vida monástica, tuvo que aceptar, como era la costumbre, la elección que por ella habían hecho sus padres.
Rara vez un matrimonio así combinado tiene éxito; pero el de Francisca lo tuvo. La joven esposa, sólo tenía trece años, se fue a vivir a casa del marido, Lorenzo de Ponziani, también rico y noble como ella. Con sencillez aceptó los grandes dones de la vida, el amor del esposo, sus títulos de nobleza, sus riquezas, los tres hijos que tuvo a quienes amó tiernamente y dedicó todos sus cuidados; y con la misma sencillez y firmeza aceptó quedar privada de ellos.
El primer gran dolor fue la muerte de un hijo, poco después murió el otro, renovando así la herida de su corazón que todavía sangraba. En ese tiempo Roma sufría los ataques del cisma de Occidente por la presencia de los antipapas. A uno de los pontífices, Alejandro V, le hizo la guerra el rey de Nápoles, Ladislao, que invadió Roma dos veces. La guerra tocó de cerca también a Francisca pues hirieron al marido y, al único hijo que le quedaba, se lo llevaron como rehén. Todas estas desgracias no lograron doblegar su ánimo apoyado por la presencia misteriosa pero eficaz de su Ángel guardián.
Su palacio parecía meta obligada para todos los más necesitados. Fue generosa con todos y distribuía sus bienes para aliviar las tribulaciones de los demás, sin dejar nada para sí. Para poder ampliar su radio de acción caritativa, fundó en 1425 la congregación de las Oblatas Olivetanas de santa María la Nueva, llamadas también Oblatas de Tor de Specchi. A los tres años de la muerte del marido, emitió los votos en la congregación que ella misma había fundado, y tomó el nombre de Romana. Murió el 9 de marzo de 1440. Sus restos mortales fueron expuestos durante tres días en la iglesia de santa María la Nueva, que después llevaría su nombre. Tan unánime fue el tributo de devoción que le rindieron los romanos que, según una crónica del tiempo, se habla de que toda la ciudad de Roma acudió a rendirle el extremo saludo. Fue canonizada en 1608.
Desde mi pobreza, te encuentro
Santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31.
Jueves II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras; sea lo que sea te doy las gracias.
Quiero acompañarte, quiero disponerme en este rato de encuentro contigo en la oración.
Estoy dispuesto a todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí. Necesito ponerme en tus manos, necesito de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron.
Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: ‘Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abrahán le contestó:
‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros’.
El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento’.
Abrahán le dice: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. El rico contestó: ‘No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán’. Abrahán le dijo: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto’».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús mío, que gran y fuerte enseñanza me das el día de hoy en este pasaje evangélico. Me hablas de cosas que es muy difícil de entender: la pobreza, la muerte, el infierno, el cielo.
Dame un corazón abierto para recibir lo que me quieres enseñar; no solo recibir en la mente razonando y entendiendo sino recibir con el corazón abierto y generoso.
Me presentas a un hombre pobre y sus carencias, su abandono; quisiera a veces no verlas y pasar de largo. En personas pobres te encuentro a ti mismo y a veces no quiero mirarlos a los ojos… Quiero descubrirte ahí. En mi encuentro con ellos a veces lo único que tengo, y tal vez lo que puede aliviarles más, es una mirada de misericordia, de aliento. Jesús yo quiero mirar a las personas que, con diferentes tipos de pobreza, encuentro en mi camino para aprender de ellos; para vivir aquí con la mirada también en el cielo.
Yo quiero, como el mendigo llamado Lázaro, ser llevado al cielo por los ángeles. ¿Qué debo hacer Señor? Te pido que me enseñes a ver mi pobreza personal. Pobreza que puede ser, no tener todo lo que quiero siempre que lo quiero. Pero también hay una pobreza personal que es mi debilidad, mis límites; el no ser y hacer todo lo que yo quisiera. Dame un corazón pobre para que pueda encontrarte más fácilmente.
Mi pobreza también es reconocer que habrá un final aquí en la tierra con la muerte; la separación de mi cuerpo, de mi alma y un juicio para recibir el premio o castigo. No somos eternos aquí en el mundo; tenemos una esperanza muy grande de verte allá. Ayúdame a tomar conciencia de este paso y prepararme para ello. Vivir en paz y en unión contigo siempre. Sabiendo que de tu mano no hay que temer ese momento.
¡Cuánto me quieres enseñar! Veo en tu Palabra el seno de Abraham; el cielo y el infierno. Ambos existen, Tú me los presentas en esta parábola. Sería sumamente triste terminar en el infierno, apartado de ti, sin tu amor. ¡Líbrame, por favor! Tú me dices, como al rico Epulón: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen».
Quiero que en mi corazón resuene esta frase y comprenda lo que me quieres decir: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”. Te agradezco todos los padecimientos que permitas en mi vida; te los ofrezco para que un día nos encontremos ya cara a cara en el cielo.
«La Palabra de Dios puede hacer revivir un corazón marchito y curarlo de su ceguera. El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en el corazón, no la escuchó, por eso fue incapaz de abrir los ojos y de tener compasión del pobre. Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos nos viene al encuentro el mismo Jesús». (S.S. Francisco, Catequesis del 18 de mayo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Revisa donde experimentas tu pobreza personal y ayuda a alguien que requiere apoyo en su pobreza.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Viento divino
¿Mártires o kamikazes?
Las sirenas de las ambulancias rasgan con sus bemoles de urgencia el fino velo del silencio. Chirridos de ruedas, gritos desaforados, lloriqueos lastimeros, charcos de sangre. El ambiente inyectado de temor y miedo. En el suelo yacen abatidos por los hombres-explosivo, gente anónima.
Caricatura blasfema de un verdadero mártir. Los kamikazes palestinos son aventureros exaltados por una idea de liberación. Mercenarios de la locura, venden su vida en un instante mortal, golpean en donde más pueden ofender: la inocencia de los civiles. Matando se matan. Su mortaja es una mochila llena de explosivos y con su rabia irracional debilitan cualquier intento de paz. Sobresale su “valentía” desatinada, respuesta brusca y no pensada a una noble causa… En fin, la cascada de desilusión que genera emana de su confusa desesperación.
Mueren no como mártires, sino como un pobres locos, engañados por slogans fanáticos de algunos de sus compatriotas. Creen dar una solución, y sin embargo, desencadenan, tras su muerte, un torrente impresionante de mayor violencia y odio. La sangre derramada por ellos y en los demás, no regará ningún jardín de paz, quedará estéril en la aridez de la irritación.
En contraste, el verdadero mártir: un bravo caballero que legitima su amor por un ideal. Se esposa con la muerte con sublime dignidad. Da la vida por su ideal. No mata, le arrancan la vida sin que lo busque, pero lo acepta. Recibe con su acto heroico el anillo del desposorio y las arras con las que pagará su entrada al cielo. Es más que nada, el fruto lozano de una amor sincero. Su respuesta es valiente, consoladora, jamás desesperada. Al fin y al cabo nadie tiene mayor amor que el que da la propia vida por sus amigos. Muere destilando en el ambiente la fragancia del amor. Fecunda el mal con el bien.
La diferencia es tan grande… El martirio es la exaltación de la perfecta humanidad y de la verdadera vida de la persona, como atestiguaba un mártir de Antioquía: “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida (celestial), no queráis que muera… dejad que pueda contemplar la luz, entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios”. Los kamicazes, pierden el sentido de la vida y hacen resonar con su mala muerte las palabras del profeta: “¡Ay, los que llamáis al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!”
¡Qué gran diferencia entre un kamikaze y verdadero mártir! Es un gran error confundir una acto de despecho, la del kamikaze, con una vocación de mártir recibida de lo alto. Una nace abortada del hombre, otra viene benditamente donada por Dios. Es tan grande la diferencia, como el abismo que separa el odio del amor.
La seguridad aniquilada que ha reinado desde el 11 de septiembre urge que soplen con furor los nuevos vientos. No las armas, no las bombas ni los pérfidos tanques y las montañas de palabras de truncados planes de paz, sino el verdadero viento divino del perdón, de la comprensión, del diálogo envuelto en la aureola del amor.
Santa Francisca Romana: casada, madre y religiosa
Siempre fue generosa con todos, especialmente con los más necesitados
Francesca Bussa de ‘Leoni nació en Roma en 1384. De familia noble y rica, desde niña cultivó en su alma el ideal de la vida monástica.
Pero no pudo realizar su sueño debido a la elección que sus padres habían hecho por ella, la dieron por matrimonio con apenas 12 años a Lorenzo de ‘Ponziani, igualmente rico y noble.
A pesar de que fue un matrimonio por conveniencia, Francisca siempre se sintió amada por su esposo, y aceptó con sencillez y devoción sus deberes de esposa.
Su matrimonio duró 40 años y la pareja tuvo 3 hijos de los cuales dos murieron.
Siempre fue generosa con todos, especialmente con los más necesitados. Para poder ampliar el rango de su actividad caritativa, repartió sus bienes entre los pobres y en el 1425 fundó una congregación.
Eran las Oblatas Benedictinas de María, hoy llamadas Oblatas de Santa Francisca bajo la regla de san Benito.
Tres años después de la muerte de su esposo, hizo los votos en la congregación que ella misma fundó. Murió el 9 de marzo de 1440.
Fue canonizada por el papa Pablo V el 29 de mayo de 1608, convirtiéndose en la primera mujer santa italiana desde la época de Catalina de Siena.
Patronazgo
Santa Francisca Romana, además de ser co-patrona de Roma con los santos apóstoles Pedro y Pablo, también es invocada como protectora contra la pestilencia y para la liberación de las almas del Purgatorio.
En 1950, el papa Pío XII la declaró también patrona de los automovilistas, porque su ángel guardián siempre la acompañaba durante sus movimientos, emitiendo una luz que le permitía ver claramente incluso de noche.
Lugares de culto
Todos los 9 de marzo en la basílica que lleva su nombre que se encuentra en el histórico Foro Romano, miles de peregrinos visitan a la santa. Sus restos se encuentran bajo el altar mayor.
También ese día se congregan cientos de automovilistas para recibir una bendición especial para ellos y para sus automóviles.
En esta basílica se encuentra una reliquia muy particular: las huellas del apóstol san Pedro.
Curiosidades
Francisca solía referir a su confesor, Don Giovanni Mariotto, párroco de Santa Maria in Trastevere, la iluminaciones que ella decía recibir del Señor.
El padre Mariotto publicó estas revelaciones en 1870, donde relataba las frecuentes luchas de Francisca con el diablo, y también su viaje místico al infierno y al purgatorio, los momentos de éxtasis, los milagros y las curaciones que se produjeron gracias a la santa.
También esta biografía contiene visiones y revelaciones sobre su ángel guardián a quien ella tenía gran devoción y que podía ver desde pequeña caminar a su lado y guiarla.
Ella misma lo describe así:
«Era de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido. Su túnica llegaba al suelo y era de un blanco algo azulado y, otras veces, con destellos rojizos. Era tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche».
En una ocasión, el escéptico padre de Francisca la requirió el honor de ser presentado a esta criatura «imaginaria».
Dicho y hecho. Ella tomó al ángel de la mano, y uniéndola a la de su padre, los presentó, pudiendo el último verlo y así no volver a dudar.
Oración
Oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana
modelo singular de vida matrimonial y monástica,
concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia,
que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).