Matthew 7:15-20
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que al árbol se lo conoce por sus frutos. En el quinto capítulo de la Epístola a los Gálatas, San Pablo habla sobre esto de modo muy específico. Nos dice que los frutos del Espíritu Santo son “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”, indicando que la presencia del Espíritu en la vida de uno puede verse cuando irradia estas cualidades que expanden el alma.
Los “frutos del Espíritu Santo” en San Pablo son signos de una magna anima (gran alma) que se expande mirando al mundo que la rodea, y contrasta con la pusilla anima (el alma estrecha) del pecador. El amor es querer el bien del otro por el otro mismo; y la alegría se difunde por sí misma; la paciencia soporta lo problemático; la bondad hace al otro amable; la temperancia restringe los estragos que el ego puede causar; etc.
¿Cuándo está presente el Espíritu? Cuando estos atributos son despertados y se mantienen; cuando nuestras almas se hacen grandes.
Guillermo de Vercelli, Santo
Abad, 25 de junio
Por: Redacción | Fuente: Editions Magnificat
Martirologio Romano: En Goleto, cerca de Nusco, en la Campania italiana, san Guillermo, abad, el cual, nacido en Vercelli, se hizo peregrino y pobre por amor a Cristo, y, aconsejado por san Juan de Matera, fundó el monasterio de Montevergine, en el que reunió a unos monjes a los que impartió una profunda doctrina espiritual, y también otros diversos monasterios, tanto masculinos como femeninos, en varias regiones de la Italia meridional. († 1142)
Breve Biografía
Nació por el año 1085 en Vercelli, como indica su nombre, en el norte de Italia. Pocas cosas sabemos de su nacimiento e infancia, pero sí de su juventud y mocedad como un prodigio de mortificación y de don de milagros.
El solía decir a los monjes que trataban de imitar su vida y pretendían seguirle a todas partes: «Es necesario que mediante el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos».
Ahí estaba sintetizada la vida que él llevaba y la que quería que vivieran también cuantos quisieran estar a su lado.
Cuando todavía era un joven hizo una perigrinación a Santiago de Compostela que en su tiempo era muy popular y que hacían casi todos los cristianos que podían. Pero él lo hizo de modo extraordinario: Se cargó de cadenas, que casi no podía arrastrar por su gran peso, y apenas tomaba bocado.
Un día llegó a las puertas de una casa de campo y parecía desfallecer. A pesar de ello habló así al dueño de la misma que parecía ser un valiente caballero: «Señor, estas cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un casquete para mi cabeza? Dicho y hecho. Guillermo salió de la presencia de aquel caballero con gran esfuerzo, ya que apenas podía moverse con tanto hierro y con los dolores enormes que le proporcionaban. Vuelto a Palermo, el rey Rogerio que había oído ya hablar muchas maravillas de aquel raro peregrino, sintió grandes deseos de verlo.
En la corte se contaban chascarrillos a su costa y cada uno lo tomaba a chacota y decía de él las cosas más raras e inverosímiles. En aquella corte había una mujer que llamaba la atención por su vida deshonesta y ella al oír hablar de la santidad del peregrino dijo a todos los cortesanos: «Yo os prometo que le haré caer a ese pobre hombre en mis redes de lascivia». Se arregló lo mejor que pudo y se dirigió a visitarle. El santo hombre la recibió con grandes muestras de simpatía y tuvo con ella una larga conversación creyendo la dama que ya lo había conquistado para el pecado. Así volvió contenta a la corte y contó sus victorias.
Pero habían quedado que volvería aquella noche para pasarla con él. El santo peregrino la invitó, la tomó el brazo y le dijo: «Ven y acuéstate conmigo en este lecho nupcial». El extendió las brasas y llamaradas de una gran hoguera que había hecho preparar y se arrojó en ellas. La pobrecilla mujer, que se llamaba Inés, cayó avergonzada y prorrumpió a llorar al ver que no le tocaba el fuego al siervo de Dios. Hizo penitencia, abrazó la vida religiosa y murió santamente.
Según una tradición, un lobo devoró su asno y él lo reprendió, convirtiéndolo.
En Montevergine fundó un célebre monasterio y purificó la corte y los palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos, hombre y mujeres abandonaban su mala vida y seguían su ejemplo dejándolo todo por seguir a Jesucristo.
Desde este Monte Sacro, que ahora se llama como en tiempos de San Guillermo, Monte de la Virgen (Montevergine), nuestro Santo continuaba ejerciendo un gran influjo por medio de su oración y vida de sacrificio. Lleno de méritos, murió el 25 de junio de 1142.
Una advertencia
Santo Evangelio según San Mateo 7, 15-20. Miércoles 12ª semana de tiempo ordinario
Por: H. Jesús Salazar, L.C. | Fuente: missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Madre Santísima, ayúdame a dar buenos frutos y a buscar cada día más la humildad y la santidad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 15-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos.
Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando se corre el riesgo de un peligro, casi siempre encontramos algún letrero de advertencia o alguien que nos avise. Jesús nos quiere hacer con su palabra una advertencia y una guía para el camino seguro.
La advertencia es contra los falsos profetas. En un sentido estricto, lastimosamente existen personas que hablan de Dios, pero sólo buscan su provecho personal, y en vez de acercarnos a Dios, nos alejan de Él. En un sentido más personal, todos tenemos un falso profeta en nuestra carne que tiene la misma función de alejarnos de Dios, la inclinación al pecado.
Este falso profeta es muy atractivo, siempre intenta convencernos bajo la apariencia de algo apetecible y bueno, pero es un lobo con piel de oveja que, al atraparnos, nos deja vacíos porque el supuesto bien que prometía era todo mentira y nos quita la vergüenza para pecar y nos la devuelve en la confesión. Decía san Pío de Pietrelcina que el demonio es como un perro rabioso atado a una cadena, si no te acercas no podrá morderte. Y si caemos, ¿por qué avergonzarnos de un Dios tan bueno a la hora de pedirle perdón?
La guía que el Señor nos propone para el camino seguro es buscar dar buen fruto. Veamos los frutos de María, nuestra madre, que viene perpetuamente en nuestro socorro. El fruto de su vientre es el mismo Jesús. ¿Qué clase de fruto estoy dando? Si mi árbol está un poco seco, quizás sea tiempo de echar raíces más profundas y regarlo. Si mi árbol está verde y frondoso, quizás el Señor lo pode un poco para que dé más fruto. Lo que sí tenemos por seguro es que Cristo nos da la lluvia a todos por igual porque «por sus frutos los conoceréis».
La verdad, por tanto, no se alcanza realmente cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio, brota de relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca. Además, nunca se deja de buscar la verdad, porque siempre está al acecho la falsedad, también cuando se dicen cosas verdaderas. Una argumentación impecable puede apoyarse sobre hechos innegables, pero si se utiliza para herir a otro y desacreditarlo a los ojos de los demás, por más que parezca justa, no contiene en sí la verdad. Por sus frutos podemos distinguir la verdad de los enunciados: si suscitan polémica, fomentan divisiones, infunden resignación; o si, por el contrario, llevan a la reflexión consciente y madura, al diálogo constructivo, a una laboriosidad provechosa.
(Mensaje de S.S. Francisco para la 52 Jornada Mundial de las comunicaciones sociales).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré reconciliarme con Dios y/o con alguna persona a quien haya hecho un mal.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué orar toca el corazón de Dios?

Nastyaofly
Mónica Muñoz – publicado el 25/06/25
La confianza del hombre y la mujer debe ser total en el momento de orar, porque Dios se conmueve cuando sus hijos le hablan a su Corazón
Dios es nuestro Padre y como tal, nos ama y desea nuestra salvación para que vivamos eternamente con él en el cielo. Es uan verdad tan sublime que, si la comprendiéramos en su totalidad, moriríamos de felicidad. Sin embargo, tal parece que no lo creemos. Tal vez os falta orar con confianza para entender que podemos tocar su Corazón.
Un Padre amoroso
Encontramos en el salmo 103 :»Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles», porque desde la caída de Adán y Eva, Dios prometió que enviaría al Salvador para que no nos perdiéramos para siempre.
Y fue más allá: nos amó hasta el extremo de darnos a su propio Hijo como redentor:
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, toda clase de favores? (Rom 8, 32)
Y por si eso no bastara, nos hizo sus hijos, como lo afirma san Juan:
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él(1 Jn 3, 1).
La dureza de corazón
Nuestro Señor Jesucristo puso muchos ejemplos en el Evangelio para convencernos del amor y la cercanía del Padre amoroso que es Dios. Pero quizá nuestra dureza de corazón no nos permite abrirnos a la gracia y al torrente de misericordia que Él quiere derramar sobre nosotros.
Solo basta que creamos y nos volvamos a Él, orando confiadamente, déjandonos inundar de su Presencia, hablándole como un niño pequeño lo hace con su padre. Solamente hace falta que nos confiemos a Jesús para tocar su amorosísimo Corazón y Él nos dará lo que le pidamos:
Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo (Jn 14, 13).
Pedir a Dios lo que anhela nuestro corazón, dejar que Él nos colme de sus bendiciones y esperar todo de su providencia divina resultará en un inmenso provecho espriritual para el que se abandona en sus manos, dejando actuar al Señor de la vida, que está esperando por nosotros.
Ora y confía porque tocarás su Corazón, y tu Padre del cielo te dará en abundancia lo que requieres para esta vida y para la eterna.