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• Luke 15:1-10

 

Amigos, una característica del pasaje del Evangelio de hoy es la irracionalidad del pastor: “¿Qué hombre de entre vosotros, teniendo cien ovejas, y perdiendo una, dejaría las noventa y nueve e iría tras aquella perdida hasta encontrarla?”. La respuesta implícita es “nadie”. ¿Quién correría ese gran riesgo, poniendo en peligro las noventa y nueve ovejas para encontrar aquella que está perdida? Es un mal negocio. ¿Por qué se inquietaría Dios por una pequeña alma? ¿Por qué se perturbaría?

Porque es Su naturaleza. Es lo que hace. Como dijo Santa Catalina de Siena, Dios es un pazzo d’amore (loco de amor). Dios está tan loco por ti como si fueras la única persona en el mundo.

¡Pensar en la paciencia de Dios es maravilloso! Cómo el Señor nos espera siempre; siempre junto a nosotros para ayudarnos; pero respeta nuestra libertad. Y espera ansiosamente nuestro «sí», para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su misericordia sin límites. La fe en Dios pide renovar cada día la elección del bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos. (Ángelus, 27 septiembre 2020)

 

 

Martín de Porres, Santo

Memoria litúrgica, 3 de noviembre

Religioso dominico, peruano

Martirologio Romano: San Martín de Porres, religioso de la Orden de Predicadores, hijo de un español y de una mujer de raza negra, quien, ya desde niño, a pesar de las limitaciones provenientes de su condición de hijo ilegítimo y mulato, aprendió la medicina que, después, siendo religioso, ejerció generosamente en Lima, ciudad del Perú, a favor de los pobres. Entregado al ayuno, a la penitencia y a la oración, vivió una existencia austera y humilde, pero irradiante de caridad († 1639).

Fecha de beatificación: 29 de octubre de 1837 por el Papa Gregorio XVI

Fecha de canonización: 6 de mayo de 1962 por S.S. Juan XXIII

Breve Biografía

El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

 

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular.

Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

 

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque «la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura».

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatambo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

 

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.

¿Qué nos enseña su vida?

La vida de San Martín nos enseña:

• A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.

• A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios

• A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

• A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.

• A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos…

• A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

• San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.

 

 

Oración

Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera santidad.

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Quisiera escuchar con alegría tu corazón

Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10.

 

Jueves XXXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, tu Espíritu siempre me lleva a amar, a construir, a difundir el bien, la verdad, y su belleza. Enséñame a escucharte en mi interior, a permitirte entrar en mi corazón, a dejarte guiar mi vida. Seré dócil: con tu gracia lo seré.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo entonces esta parábola: «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido”. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido”. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».

Palabra del Señor.

 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A veces soy duro de juicio con quien hace el bien; y mi juicio llega a extenderse incluso a Dios, sin quizá darme cuenta. En mi interior, en mi corazón, pretendo comprenderlo todo, Dios mío. Sí, ésa es mi tendencia. Siento constantemente una inclinación a darme la razón; a veces hasta cuando yo mismo sé que podría equivocarme.

¿Por qué no tiendo a lo contrario? Es decir, quizá me he dedicado tantas veces a seguir mis pensamientos, sentimientos, tanto, que poco escucho otras voces, otras opiniones, otros corazones, y quizá tampoco el tuyo…

Contemplo sólo mi percepción, y no miro, no intento siquiera mirar el interior de mi prójimo. Sí, de ése, de aquél; todos son mi prójimo. Y quizá los juzgo, sin pensar que también son hombres, mujeres que buscan caminar en este mundo, encontrar su felicidad.

Si alguna vez conoceré lo que hubo en cada persona, qué deseos, qué pensamientos, qué intenciones, qué ilusiones, no lo sé. Pero sé que Tú me pides una cosa, Dios mío: seguir tu ejemplo. Qué modelo tan digno de imitar, no lo hay mayor que el tuyo, hijo de Dios, Cristo, Tú que no miraste las obras de tus hermanos en esta tierra, sino que apuntaste a sus corazones, ésa era tu única ilusión: que te conocieran a ti para enseñarles la felicidad.

Mis fuerzas habrían de dirigirse entonces no tanto a ver si tengo o no razón en lo que pienso y siento; sino que más provecho haría si las dirigiera a imitar tu corazón. Acogiendo a toda alma, compartiéndole la dicha de tenerte, de buscarte a ti, Señor.

«Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido». Sí, esa oveja, justamente ésa: la he encontrado y estoy feliz.

«Cuando nosotros pecadores nos convertimos y dejamos que nos encuentre Dios, no nos esperan reproches y asperezas, porque Dios salva, nos vuelve a acoger en casa con alegría y lo celebra. Jesús mismo en el Evangelio de hoy dice así: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”. Y os hago una pregunta: ¿habéis pensado alguna vez que cada vez que nos acercamos a un confesionario hay alegría en el cielo? ¿Habéis pensado en esto? ¡Qué bonito!». (Ángelus de S.S. Francisco, 11 de septiembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy pensaré en una obra de caridad para aquellas personas a las que poco tendería a dar mi ayuda. La realizaré hoy.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Martín de Porres, el primer santo mulato de América

Conoce al patrón universal de la paz, de la banca y de los enfermos

 

 

Nació en Lima (Perú) en 1579. Era hijo bastardo del español Juan de Porres y la mulata Ana Vázquez. Vivió en la estrechez económica hasta que su padre los reconoció a él y a su hermana como hijos.

Aprendió el oficio de barbero y trabajó como ayudante de médico. Ayudaba a los pobres que no podían pagar.

Ingresó en la Orden de Predicadores como hermano lego, el último en la escala jerárquica, y se dedicó al mantenimiento del convento, de aquí su nombre popular: Fray Escoba.

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Allí seguía curando enfermos y más de una vez los acogió en su celda, por lo que recibió alguna reprimenda, pero él subrayaba: «La caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura».

Fundó un asilo para cuidar a pobres y enfermos, y evangelizarlos. Al mismo tiempo, levantó la Escuela de Huérfanos de Santa Cruz.

Era muy devoto de la Eucaristía, asistía a la misa a diario y pasaba noches en vela ante el Santo Cristo. Se le vio en éxtasis y le reconocieron el don de la bilocación.

Dios le comunicó el día en que iba a morir y así fue, el 3 de noviembre de 1639 a causa de una leve fiebre.

Sus restos descansan en la Capilla de Santa Rosa de Lima, en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima.

San Martín de Porres es patrón de barberos y peluqueros. También de las personas mulatas, de los problemas interraciales, la banca, la sanidad pública y la educación pública.

 

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Oración a San Martín de Porres

En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector san Martín de Porres.
Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste sólo para Dios y para tus hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a quienes admiramos tus virtudes.
Confío en tu poder para que, intercediendo ante el Dios de bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias.
Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva entregado a mis hermanos y a hacer el bien.
Padre celestial, por los méritos de tu fiel san Martín, ayúdame en mis problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza.
Amén.

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