John 10:31-42

Amigos, en el Evangelio de hoy los líderes judíos intentan apedrear a Jesús porque afirmaba ser el Hijo de Dios. Él defiende Su identidad y dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a Mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en Mí y Yo en el Padre”.

En la Última Cena, Jesús nos explica aún más su íntima relación con el Padre. Allí nos explica la co-inherencia obtenida en la dimensión más fundamental del ser, es decir, dentro de la misma existencia de Dios. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre, y eso será suficiente para nosotros”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre”.

¿Cómo puede ser esto cierto, a menos que el Padre y el Hijo coexistan? Aunque Padre e Hijo son verdaderamente distintos, ellos están completamente el uno en el otro, por un acto de amor mutuo. Como dice Jesús, “El Padre que habita en Mí es el que hace las obras”.

Estanislao de Cracovia, Santo

Memoria Litúrgica, 11 de abril

Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

Obispo y Mártir

Martirologio Romano: Memoria de san Estanislao, obispo y mártir, que en medio de las dificultades de su época fue constante defensor de la humanidad y de las costumbres cristianas, rigió como buen pastor la Iglesia de Cracovia, en Polonia, ayudó a los pobres, visitó cada año a sus clérigos y, finalmente, mientras celebraba los divinos misterios, fue muerto por orden de Boleslao, rey de Polonia, a quien había reprendido severamente. ( 1079)

Fecha de canonización: 17 de agosto de 1253 por el Papa Inocencio IV.

Breve Biografía

La historia recuerda al rey Boleslao II de Polonia (1058-1079) por sus victorias militares que consolidaron su joven Estado y lo ampliaron, por la valorización de las tierras que él promovió con una nueva organización territorial, y por las reformas jurídicas y económicas. Pero el primer historiador polaco, Vicente Kadlubeck, de este rey recuerda también las graves injusticias y la conducta privada inmoral.

Pero en su camino Boleslao se encontró con un severo censor. Como Juan Bautista respecto de Herodes, el valiente obispo de Cracovia, Estanislao, levantó la voz, amonestando al poderoso soberano sobre el deber de respetar los derechos ajenos.

Estanislao nació en Szczepanowski (Polonia) hacia el año 1030, de padres más bien pobres. Hizo sus primeros estudios con los benedictinos de Cracovia, y después los perfeccionó en Bélgica y en París.

Cuando regresó a la patria, se distinguió por su celo y por las benéficas iniciativas que realizó con caridad e inteligencia. Muerto el obispo de Cracovia, el Papa Alejandro II lo nombró su sucesor. Su nombramiento fue promovido no sólo por el pueblo y el clero, sino también por el mismo Boleslao II, que en los primeros años colaboró en la obra de evangelización de toda la región y en la formación del clero local, secular, que poco a poco debería ocupar el puesto de los monjes benedictinos en la administración de la Iglesia polaca.

La buena armonía entre el obispo y el soberano duró hasta cuando el valiente Estanislao tuvo que anteponer sus deberes de pastor a la tolerancia para con las faltas del amigo, pues la reprochable conducta del soberano podía fomentar las malas costumbres de los súbditos.

En efecto, las crónicas del tiempo narran que el rey se enamoró de la bella Cristina, esposa de Miecislao y, sin pensarlo dos veces, la hizo raptar con grave escándalo para todo el país. Estanislao lo amenazó con la excomunión y después lo excomulgó; entonces el rey Boleslao se enfureció y ordenó asesinar a Estanislao en Cracovia, en la iglesia de santa Matilde, durante la celebración de la misa. Parece que el horrible “asesinato en la catedral” lo cometió el mismo soberano, después que los guardias se vieron obligados a retirarse por una fuerza misteriosa. Era el 11 de abril de 1079.

Desde el mismo día de su martirio, los polacos comenzaron a venerarlo.

San Estanislao fue canonizado el 17 de agosto de 1253 en la basílica de san Francisco de Asís, y desde entonces se difundió su culto en toda Europa y América.

Reconocer la obra de Dios

Santo Evangelio según San Juan 10, 31-42. Viernes V de Cuaresma.

Por: David Mauricio Sánchez Mejía, LC | Fuente: Somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, gracias por este día. Gracias porque permites que tenga este rato para estar contigo y escuchar tu voz. En estos últimos días de la Cuaresma ayúdame a redoblar mis esfuerzos para despegarme de todo aquello que me aleja de ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 31-42

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: «He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?». Le contestaron los judíos: «No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque Tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios». Jesús les replicó: «¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre». Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos. Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad». Y muchos creyeron en él allí.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y Yo en el Padre».

Los judíos tomaron a Jesús e intentaron apedrearlo. Vieron los milagros que hacía y aun así no le creyeron. Cuántas veces nosotros también intentamos apedrear a Jesús. Lo apedreamos cuando no confiamos en Él, cuando intentamos solucionar todo por nuestra cuenta sin requerir su ayuda. «Es verdad, Señor, puedes hacerlo todo, pero esto…».

Hay días en los que estamos agradecidos por el don de la vida, por nuestra familia, por nuestra salud; y tal vez, a través de una boda, un bautismo, o simplemente un abrazo, una caricia, hemos contemplado brevemente la sonrisa de Dios que obra en nuestras vidas. En estos momentos es fácil confiar en Dios.

Pero cuando llega el dolor a nuestra vida, la muerte de un ser querido, la herida de una traición, las dificultades económicas, no es tan claro que Dios está ahí. Sin embargo, Él sigue trabajando en nuestras vidas, ya que sabemos que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28).

«Pidamos a Dios su gracia para abrir nuestros ojos y reconocer su obra en nuestras vidas. La Palabra de Dios disgusta siempre a ciertos corazones. La Palabra de Dios fastidia cuando tienes un corazón duro, cuando tienes un corazón de pagano. Porque la Palabra de Dios te interpela a ir adelante, buscándote y quitándote el hambre con ese pan del que hablaba Jesús. En la historia de la Revelación, tantos mártires han sido asesinados por fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios».

(Homilía de S.S. Francisco, 21 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dialogar con Dios sobre aquello que me impide confiar en Él plenamente.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Los ángeles en la vida de santa Gema Galgani

Gaudium Press – publicado el 02/10/15

“Esta mañana, cuando me desperté, allá lo tenía junto a mí”

El ángel de la guarda nos acompaña siempre a cada uno de nosotros, pero pocas personas reciben la gracia de poder sentir físicamente la presencia de ese protector.

Nuestros ángeles guardianes permanecen a nuestro lado incansables, solícitos, bondadosos, listos para ayudarnos en todo cuanto requiramos, ya sean necesidades materiales o espirituales.

Veamos el ejemplo de santa Gema Galgani, favorecida con la gracia de ver a su ángel de la guarda y conversar con él en repetidas ocasiones.

Por cierto, en nuestros días inquietos, eso contribuirá para aumentar en nosotros la devoción a nuestro mejor amigo, y nos estimulará a recurrir con más empeño a su concurso.

“¿No tienes vergüenza de pecar en mi presencia?”

Santa Gema Galgani (1878-1903) tuvo la constante compañía de su ángel protector, con quien mantenía un trato familiar. Ella lo veía, rezaban juntos, y él hasta incluso dejaba que ella lo tocase.

En fin, santa Gema tenía su ángel de la guarda en la condición de un amigo siempre presente. Él le prestaba todo tipo de ayuda, incluso llevando mensajes a su confesor, en Roma.

El padre Germano de San Estanislao, de la Orden de los Pasionistas, fundada por san Pablo de la Cruz, dejó en una narración la convivencia de santa Gema con su celeste protector: Frecuentes veces al preguntarle yo si el ángel de la Guarda permanecía siempre en su puesto, al lado de ella, Gema se volvía para él con unas ganas encantadoras y luego se quedaba en un éxtasis de admiración todo el tiempo que lo fijaba“.

Ella lo veía durante todo el día.

Al dormir le pedía que velase a la cabecera de la cama y que le hiciese una señal de la cruz en la frente. Cuando despertaba, por la mañana, tenía la inmensa alegría de verlo a su lado, como ella misma contó a su confesor: Esta mañana, cuando me desperté, allá lo tenía junto a mí“.

Cuando iba confesarse y precisaba de auxilio, sin demora su ángel la ayudaba, según cuenta: “[Él] me trae al espíritu las ideas, me dicta hasta algunas palabras, de forma que no siento dificultad en escribir“.

Además de eso, su ángel de la Guarda era un sublime maestro de vida espiritual, enseñándole cómo proceder rectamente: Recuerda, hija mía, que el alma que ama a Jesús habla poco y se abniega mucho. Te ordeno, de parte de Jesús, que nunca des tu parecer si no te es pedido, y que no defiendas tu opinión, sino que cedas luego“.

Y todavía agregaba: “Cuando cometieres cualquier falta, acúsate luego de ella sin esperar que te interroguen. En fin, no te olvides de resguardar los ojos, porque los ojos mortificados verán las bellezas del cielo“.

A pesar de no ser religiosa, llevando una vida común, santa Gema Galgani deseaba consagrarse de manera más perfecta al servicio de Jesucristo.

Sin embargo, como a veces puede suceder, el simple anhelo de santidad no basta; es preciso la sabia instrucción de quien nos guía, aplicada con firmeza. Y así le pasaba a santa Gema.

Su suavísimo y celeste compañero, que todo el tiempo estaba bajo su mirada, no colocaba de lado la severidad cuando, por algún deslice, su protegida dejaba de seguir las vías de la perfección.

Cuando, por ejemplo, resolvió usar algunas joyas de oro, con cierto complacimiento, para visitar un pariente de quien las había recibido de regalo, oyó una saludable amonestación de su Ángel, al regresar a casa, que la miraba con severidad: “Recuerda que los collares preciosos, para adorno de la esposa de un Rey crucificado, solo pueden ser sus espinas y su cruz“.

Fuese cual fuese la ocasión en que santa Gema se desviase de la santidad, luego una angélica censura se hacía oír: ¿No tienes vergüenza de pecar en mi presencia?“.

Además de custodio, bien se ve que el ángel de la guarda desempeña el excelente oficio de maestro de perfección y modelo de santidad.

(Revista Arautos do Evangelho)

Artículo originalmente publicado por Gaudium Press