Jesús, hijo de Sira 24:1-2.8-12 / Efesios 1:3-6.15-18 / Juan 1:29-34.
Estimados Hermanos y Hermanas:
En este domingo segundo del tiempo de Navidad y primero de este año 2022, la Iglesia nos invita a escuchar al gran himno del Verbo encarnado, que abre con toda solemnidad, las páginas del prólogo del cuarto Evangelio. San Juan nos ofrece una profunda reflexión de la gran Humanidad del Belén con tres palabras claves: Cristo, Luz y Palabra.
Cristo. Todos nosotros podemos contemplar a Dios en el rostro del niño Jesús en Belén. Él es la Palabra manifestada del Padre. Por Él creó todas las cosas. Él dio a todo el mundo su vida. Él, Cristo, es la Luz que resplandece en la oscuridad. Él es desde siempre y para siempre. Él es lo que Juan Bautista, el nuevo Elías; “¡La voz que gritó en el desierto!” y que nos dio su testimonio real: “Mirad al Cordero de Dios. Yo no soy digno de desatarle las Sandalias” (Juan 1: 19-34).
La Luz. A pesar de nuestra pequeñez, una nueva Luz estalla en la oscuridad y nos abre los ojos, es la Luz de Cristo que ilumina nuestra Sociedad: “del Dinero, del Tener, del Físico, de la Pandemia desgraciadamente”… Esta Luz surge dentro de lo más profundo de nuestro pequeño corazón Humano. Jesús es la Luz Verdadera que nace nuevamente en Navidad y para todos nosotros. Él está presente y activo en toda nuestra vida Cristiana Sacramental. En nuestro Bautismo recibimos la Luz de Cristo en el cirio de los Padrinos. En la joya de la vigilia Pasqual, tomamos la nueva Luz de la llama de la gran acha bendecida con el fuego nuevo. En la fiesta de la Presentación del Señor, (el dos de febrero, la Candelaria), acompañamos con nuestra claridad a Cristo en su entrada triunfante y solemne en el Templo del Presbiterio para celebrar el Memorial del Señor. Todos los días y todos los domingos del año, los cirios encendidos de sobre el Altar, nos recuerdan nuestra Luz, nuestra fe presente y actuando en la Eucaristía celebrada a diario y mundialmente… Y el día de nuestro Traspaso, seremos iluminados, (rompiendo la oscuridad y el luto), con la claridad de la columna de cera Pasqual, señal de Resurrección y de Vida Eterna, colocada a nuestros pies frente al altar mayor.
Todos nosotros debemos encender nuestro cirio de la fe con Jesús, que es la Luz verdadera, y es necesario unir nuestra Luz a tantas otras llamas Cristianas para así irradiar esperanza y alegría en un mundo Pandémico. Hay personas que llevan su llama como: “Amortiguada por el desánimo, la angustia del trabajo, el virus del Covid 19 o de indiferencia general”. En la parte de la oscuridad que pueda haber en nosotros, dejamos que brille de nuevo la Luz de la esperanza de quien es la Palabra Eterna y acojámosla dentro de nuestro pequeño corazón Humano. La Nueva Luz es el nacimiento de Jesús; Él es la Estrella de Belén que brilla para todos; buenos y malos con un diálogo constante de cariño, de Amor y Paz.
La Palabra… Como dice el Apóstol San Pablo: “La Palabra, fuente de consuelo, paciencia y esperanza” (Romanos, 15. 1-4). Ella es siempre comunión y comunicación, silencio y contemplación. La Palabra divina nos muestra el camino de la Vida y del Amor. En el Hablar; que es el Do precioso con que nos Comunicamos y Cantamos unos a otros, es también un diálogo tranquilo, o conversación que muchas veces debe hacerse rápidamente porque sencillamente no hay tiempo de escuchar al otro, y decimos: “ ¡No tengo tiempo, dime!” Hoy, día, prestar atención y escuchar es muy caro. Con la Palabra manifestamos nuestra alegría, nuestra admiración, nuestro amor, nuestra alegría. Pero, también, desgraciadamente, nuestro mayor desprecio y odio. Con una simple palabra podemos mandar: Construir, destruir o interrumpir una buena conversación con la palabra todavía en la boca para contestar al teléfono móvil; que acerca a los lejanos y aparta a los próximos! El Insulto, el desprecio gratuito y repetitivo, tiene un precio muy alto, es una descalificación chapucera de la dignidad de toda persona humana. ¿Hoy en día nosotros sabemos encontrar las palabras adecuadas, adecuadas y respetuosas para hacer revivir la fuerza viva de la Palabra que es Amor? En el mundo de la Política ¡seguro que NO! ¡Desgraciadamente!
Hermanos y Hermanas. En el tranquilo silencio de Navidad, es ya un Nuevo Año. Cristo está con nosotros, ¡está en nuestro pequeño corazón Humano! Él es la Luz y la Palabra viva del Amor total. Ahora, Aquí y Siempre. Amén.
Santísimo Nombre de Jesús
Fiesta, 3 de enero
Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor. Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, «De festo SS. Nominis», ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús; Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: «En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones». El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
* Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: «En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
* Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
* Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
* En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: «lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.» (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: «Por Jesucristo Nuestro Señor», etc.
Así se cumple la palabra de San Pablo: «Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos.» (Fil 2, 10).
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano. Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad. Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, «Key to the Spiritual Treasures», 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre. Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes).
Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de «Jesús Hominum Salvator» (Jesús Salvador de los Hombres). Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una «V», y que el monograma significaba «In Hoc Signo Vinces» (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312).
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, «Psal. Christi et Mariae», i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, «Quodlibet», v; Colvenerius, «De festo SS. Nominis», x). Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: «Jesús Christus» (ventris tui, Jesús Christus). Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria: «¡Bendito sea el Nombre del Señor!» con la respuesta «Ahora y por siempre», o «Amén». En el sur de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte. Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de setiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María («¡Jesu!», «Maria»!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904. Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
Caminemos en la luz
Santo Evangelio según san Mateo 4, 12-17.23-25. Lunes después de Epifanía
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por estar aquí y por darme la oportunidad de estar hoy delante de Ti. Has soñado largo tiempo con tener este momento de intimidad conmigo. Me has guiado amorosamente hasta aquí para demostrarme lo mucho que me amas y que siempre vas a estar para mí. Aumenta mi fe, dame la gracia de creer cada día más firmemente en tu amor y tener la certeza de que pase lo que pase, siempre estarás a mi lado. Aumenta mi confianza, dame la gracia de abandonarme a ti, de dejar en tus manos todos mis deseos, miedos, sueños, heridas, e ilusiones, teniendo por seguro que todo lo que permitas en mi vida, será porque me amas y para mi bien. Aumenta mi capacidad de acoger tu amor y dame la gracia de corresponder a él como Tú lo quieres. Ayúdame a ser para los demás un reflejo del infinito amor que les tienes de manera que crezca tu reino en la tierra, pero sobre todo en mi corazón. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 4, 12-17.23-25
Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías:
Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: «Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos». Y andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Su fama se extendió por toda Siria y le llevaban a todos los aquejados por diversas enfermedades y dolencias, a los poseídos, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes muchedumbres venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muy estimada alma:
Hoy has escuchado que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.
Eso fue lo que sucedió cuando fui a habitar a los pueblos más allá del Jordán, y es lo mismo que sucede cada vez que me recibes en la Eucaristía; cada vez que ayudas a quien te lo pide o escuchas y socorres a quien lo necesita.
Vio una luz grande, una luz que no se apaga… ¡Esa luz era el brillo de mis ojos por el amor que les tenía a cada uno de ellos! Y es el mismo resplandor que tengo cada vez que te veo.
Quiero infundir ese resplandor en ti, quiero que seas luz para los demás, que quien te vea, sepa descubrir mi amor detrás de tu alegría.
He venido para hacer luz en tu camino y en el de tus hermanos. Confía en mí. Abandónate. Deja que sea Yo quien te guíe por en medio de la oscuridad que rodea este mundo. Sé que no eres perfecto y que todavía hay muchas sombras en tu interior, pero créeme, si tú te dejas, sacaré a relucir la luz que he puesto en ti, pues allí donde existen las sombras, es porque existe alguna luz.
Toma mi mano y déjame caminar contigo por la rivera de tu vida.
Atte. Jesús
«Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus “reyes”».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy voy a buscar ser luz para los que me rodean tratando a los demás con el cariño y respeto con el que lo haría Cristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Salvados sólo por la fe?
Estudio bíblico sobre la relación entre fe y buenas obras.
Durante los últimos días hemos visto aparecer en la opinión pública debates muy interesantes a propósito de enfrentamientos entre católicos y protestantes. Por una parte por la violencia utilizada en nuestra contra y en contra, incluso, imágenes veneradas de la Excelsa Madre de Dios o de Nuestro Señor Jesucristo. Por otra, la falsa noción sobre el acercamiento que la Iglesia intenta de los protestantes: no se trata de cambiar nuestra fe sino de sentar bases sobre lo que en común sostenemos para dialogar.
¿Qué es «Sola Fide»?
Es la creencia de que estamos salvados ÚNICAMENTE por nuestra fe en Jesucristo, y que, como la salvación viene sólo por la fe, no estamos obligados a las obras buenas, o, como mínimo, no representan nada para salvarnos. En otras palabras, perfectamente podemos faltar a la caridad – por ejemplo abandonando al prójimo en su sufrimiento – y aún así salvarnos. Quienes creen en la sola fe no luchan contra el mal, sino que se combate con fuerza a quienes tratan de oponérsele. Obstinados, sólo se empeñan en defenderse.
La primera consecuencia de este error tremendo es que, por sentido común, permite que la gente sea mala, que peque como desee ya que mientras tenga fe en que Cristo la salvó alcanzará la vida eterna. ¿Y la coherencia en el bien, la unidad entre lo que digo, siento, pienso y actúo? No existe, o mejor aún, no importa. La Verdad, la verdad plena y auténtica, sólo permite y exige con fuerza el triunfo de la Justicia y de la pureza.
Suplantando al Espíritu Santo
Si es tan absurda y perversa esta idea, ¿en qué se basa para ser defendida con tanto fanatismo?
Podemos recordar brevemente las persecuciones, las matanzas y las guerras que movilizaron a los protestantes contra los católicos en nombre de esta idea. Entonces, ¿será que la Biblia lo enseña y la Iglesia fundada por Cristo se apartó de ella?
No. Eso nunca, jamás, podría ocurrir, porque es Su cabeza y porque la sucesión apostólica ha sido ininterrumpida, porque el Espíritu Santo al conforta y asiste, porque el Santo padre es infalible en materias de fe y de moral, y ante todo, porque el error, la mentira, tiene que imitar a la verdad.
¿Qué tiene que ver esto último con lo que trabajamos? En que los protestantes se apoyan y argumentan con un versículo del Santo Evangelio. Si el lector nos hace un favor y toma un ejemplar de las Sagradas Escrituras podrá leer en la epístola de San Pablo a los Gálatas, 3:11:
«El justo vivirá por la fe».
¿Pero qué decimos? Dice:
«El justo vivirá por la fe sola«.
¿Tienen razón, entonces, en que es por la fe sola que nos salvamos?
Absolutamente NO. Porque Lutero, como autodenominado ‘corrector’ del Espíritu Santo AGREGÓ la palabra ‘sola’ a esa epístola. Así podía coincidir lo que él quería que dijese para apoyar sus ideas con lo que, a partir de entonces, podía leerse en las Escrituras Sagradas. El nuevo texto, ‘corregido’ a su gusto, lo apoyaba irrebatiblemente. De hecho, si se revisan otras traducciones no protestantes o anteriores a las de Lutero, puede leerse siempre la misma frase original de San Pablo, porque ha sido considerado el texto primitivo o ha sido removido definitivamente. Leemos, entonces, al Apóstol verdadero sin el agregado adulterador de Lutero.
Sin embargo, algunos se confunden y oros se cierran ciegamente creyendo que la sola fe es el único camino de salvación.
Revisando el origen
Los días extraordinarios que contemplaron al Verbo Encarnado sobre la tierra presenciaron además el amanecer de la Cristiandad. Los primeros hombres eran hombres de fe, muy fieles a su religión original, que creyeron en el mesías esperado. Y se entregaron en cuerpo y alma a la Buena Nueva.
Y los gentiles y paganos conocieron con lágrimas de alegría la Noticia y fueron instruidos en la fe. Como aceptaron y creyeron, fueron bautizados e ingresaron a la Iglesia de Cristo. Es decir, primero creían y luego se bautizaban. Deseaban adherir a todo y pertenecer al Pueblo Santo. La buena nueva (evangelio) corría por la tierra y quienes se enteraban se convertían de corazón.
Nosotros no tenemos que creer para ser bautizados. Somos bautizados, accedemos a la salvación inmediatamente y luego somos predicados, formados en la fe e instruidos en ella.
En este sentido, podemos decir que los primeros cristianos (cuyos padres y antecesores no poseían la fe cristiana) tenían que creer antes de bautizarse y sólo en ese sentido podemos decir que su fe los salvaba, porque por ella accedían al bautismo y por él a la salvación. Nosotros, en cambio, fuimos salvados por la fe de nuestros padres, que tuvieron la prudencia y caridad de bautizarnos desde pequeños.
El sentido común y las Sagradas Escrituras
Como mencionamos arriba, es la misma Biblia que ellos interpretan antojadizamente la que los contradice abundantemente. Como si la palabra de Dios no fuese suficiente para ellos, el sentido común más elemental puede contestarles.
Examinemos más de cerca la carta de San Pablo a los Gálatas:
3:9 «De modo que los que toman el camino de la fe reciben la bendición junto con el creyente Abraham». 3:10 » Al contrario, pesa una maldición sobre los que quieren practicar la Ley, pues está escrito: Maldito sea el que no cumple siempre todo lo que está escrito en la Ley».
3:11 «Por el camino de la Ley, nadie llega a ser justo a los ojos de Dios, pues ya fue escrito: El justo vivirá por la fe».
La profundidad de su contenido exige más detenimiento. El versículo 3:11 es una cita tomada del libro de Habacuq (2:4). Observemos bien: no es una idea simple o un simple decir. Se trata, evidentemente, de una cita bíblica, o no diría «ya fue escrito».
Esto es, en realidad, bellísimas y contundentes palabras de apoyo para los justos que tengan fe en Dios Nuestro Señor, y confirmación de condenación eterna de los injustos. En su contexto real, el versículo 3:11 es un mensaje del Apóstol de Gentiles a la Iglesia naciente contra aquellos que aún creían que era necesario cumplir con la ley de Moisés para salvarse.
Nuestros amigos protestantes probablemente insistirán en este punto, alegando que en consecuencia aquellos que crean en Jesús serán salvados así nada más, sólo por eso y sin importar nada más.
Pero las mismas Escrituras Sagradas son espada de doble filo contra aquellos que intentan manipularlas aún a costa de agregar o suprimir palabras. ¿Qué golpe le dan a los protestantes? Un argumento simple, rotundo y final: el versículo 3:11 no dice
«el hombre vivirá por la fe»,
sino que dice exactamente y aún en sus imitaciones de Biblia lo reconocen:
«el JUSTO vivirá por la fe»
Es algo fatigoso y limitante vivir la fe desde la interpretación literal o antojadiza de las Escrituras, pero para quienes la viven actualmente así es importante exponerla desde esta forma.
El versículo en cuestión nos dice que creemos, es verdad, pero si nuestros actos demuestran que no tenemos amor, entonces nuestra fe de nada nos sirve. Es como la higuera maldita porque no dio frutos.
El ardiente apóstol Santiago nos dice en 2:26:
«Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, del mismo modo la fe que no produce obras está muerta»
¿Podrían las Escrituras ser más claras y concluyentes?
Al parecer si, porque el mismo San Pablo (porque podría ser que alguna escuela protestante o evangelista niegue a Santiago porque lo contradice) se encarga de recalcar el asunto que enseña en toda su obra. Leamos la carta a los Corintios:
1Cor 13:1 «Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca.» 13:2 » Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy.»
13:13 «Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los tres es el amor.»
La pregunta es vergonzosa: si según San Pablo (como los protestantes quieren que sea) dice que somos salvados sólo por la fe, ¿por qué el mismo Apóstol sigue afirmando que el amor es el más grande, en lugar de la fe? ¿Y por qué nos sigue alentando para que hagamos el bien? (2-Tes 3:13) Y el mismo Pablo recalca el punto insistiendo en que hay gente peor que aquellos que no creen y que aquellos que después de creer, regresan al pecado.
Podría ser, si no media la buena voluntad y el deseo sincero de comprender la Verdad, que aún persistan las dudas. Recurramos entonces a la primera carta a Timoteo donde nos dice:
1:18 «… tienes que pelear el buen combate con la fuerza que te da la fe y la buena conciencia. Algunos rechazaron esta buena conciencia hasta que naufragó su fe.»
5:8 «… Quien no se preocupa de los suyos, especialmente de los que viven con él, ha renegado de la fe y es peor que el que no cree.»
Y aún el mismo San Pedro, en su segunda carta, nos previene contra los maestros falsos:
2:15 «Abandonaron el camino recto y siguieron a Balaam, hijo de Bosor, que se perdió para ganar dinero haciendo el mal. Este, sin embargo, fue reprendido por su torpeza…» 2:17 «Ellos son fuentes sin agua, nubes empujadas por el huracán, que corren hacia densas tinieblas…»
2:20 «En efecto, después de haberse librado de los vicios del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Cristo Jesús, vuelven a esos vicios y se dejan dominar por ellos; y resulta que su estado actual es peor que el primero.»
¿Qué significa esto, entonces? Simplemente, que aunque creamos, nuestra fe puede morir por nuestra falta de amor hacia nuestros semejantes. En sus epístolas, Santiago Apóstol nos dice más sobre la fe y las obras de una manera inequívoca y radicalmente opuesta a la tesis protestante.
2:14 «Hermanos, ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no la demuestra con su manera de actuar? ¿Acaso lo puede salvar su fe?»
2:15 «Si a un hermano o hermana les falta ropa y el pan de cada día,» 2:16 «y uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; no sientan frío ni hambre», sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve?» 2:17 «Así pasa con la fe si no se demuestra por la manera de actuar: está completamente muerta.»
El lector a esta altura con seguridad se estará preguntando ¿cómo es posible que precisamente la gente que más se ufana de conocer las Escrituras no conozca estas otras afirmaciones tan contrarias a ese único versículo adulterado en que basan su fe?
Leamos en San Mateo sobre quienes están en peores condiciones y su justo castigo:
Mateo 25:42-45 «´Porque tuve hambre y no me dieron de comer, porque tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; no tenía ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron.´
Aquellos preguntarán también: ´Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no ayudamos?´
Y el Rey [Dios] les responderá: ´En verdad les digo que siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, conmigo no lo hicieron.´
Y éstos [aquellos a la izquierda de Dios] irán al suplicio eterno y los buenos a la vida eterna.»
Sigamos ahora, con la epístola de Santiago:
2:18-19 «Y será fácil rebatir a cualquiera: ´Tú tienes la fe y yo hago el bien, ¿dónde está tu fe que no produce nada? Yo por mi parte te mostraré mi fe por el bien que hago.´ ¿Crees que hay un solo Dios? Muy bien. No olvides que también los demonios creen y, sin embargo, tiemblan.»
2:21 «Acuérdate de Abraham, nuestro padre. ¿No fue reconocido justo por sus obras, sacrificando a su hijo Isaac en el altar? Y ya ves: la fe inspiraba sus obras, y por las obras su fe llegó a ser perfecta.»
Es impresionante que exista gente que aprenda de memoria las Escrituras y no medite o relacione su contenido, ¿verdad? Porque hasta los demonios creen, nos dice le Apóstol. Para los lectores más ardientes recomendamos leer completos los pasajes: Mateo 25: 31-46, y Santiago 2:14-26.
¿Dónde quedan sus objeciones?
El problema queda entonces resuelto, pero abiertas más preguntas: si aún pensamos que creemos en Jesucristo Nuestro Señor, debemos probarlo, no a otros, sino más bien a NOSOTROS MISMOS. El mismo Divino Redentor dijo a sus apóstoles que aquel que cree en El haría cosas más grandes que El, mientras les pedía que creyeran en El por sus propias obras (Juan 14:10)
«… Créanme:» 14:11 » Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Al menos créanmelo por mis obras.» 14:12 «En verdad, el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago, y aún hará cosas mayores que éstas».
Acerquémonos a nuestros amigos protestantes y con confianza plena en que Dios desea convertir esos corazones orgullosos o convertidos preguntémosles:
«Y tú, ¿crees en Cristo? ¿Crees en el amor? Quizá, querido amigo, te gustaría rebatirme, diciendo que el libro de Santiago es sólo paja, algo insignificante, y que lo que dice el apóstol Santiago tampoco importa mucho y que San Mateo evangelista tampoco tiene mucha importancia. «Deberíamos seguir a Pablo en vez de Santiago», me dices con la Biblia en la mano. Pero escucha, hermano querido, San Pablo también está a favor de las obras para PERMANECER salvados. Te escucho hablar interrumpiéndome y decirme: «Cortaron las ramas para injertarme a mí». Muy bien colega. Fueron cortadas porque no creyeron, y tú te sostienes sólo por la fe. Pero no te creas tanto, sino que más bien ten cuidado. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti»
«Fíjate a la vez en la bondad y en la severidad de Dios: fue severo con los que cayeron, y bueno contigo, pero con tal de que sigas siendo bueno. De lo contrario, tú también serás cortado. Lee en tu Biblia querida Romanos 11:19-22
«Así pues, no se requiere sólo la Fe para ser salvado. Tienes que dar FRUTOS para PERMANECER salvado. Recuerda lo que Jesús le dijo a aquellos que NO practican la palabra de Dios (eso es, no hacen nada en favor de sus prójimos):
«¿Por qué me llaman Señor, Señor, y no hacen lo que yo digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a escuchar mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, al construir su casa, cavó bien profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Vino una inundación y la corriente se precipitó sobre su casa, pero no pudo removerla porque estaba bien construida. Por el contrario, el que escucha mi palabra, pero no la práctica, se parece a un hombre que construye su casa sobre la tierra, sin cimientos. La corriente se precipitó sobre ella y en seguida se desmoronó, siendo grande el desastre de esa casa.» Lc 6:46-49
Si sigues pensando que en ninguna parte de la Biblia se menciona que tienes que ser bueno para ser salvado, lee este pasaje:
Yo soy la Vid verdadera, y mi Padre el viñador. Si alguna de mis ramas no produce fruto, él la corta; y limpia toda rama que produce fruto para que dé más. El que no se quede en mí, será arrojado afuera y se secará como ramas muertas: hay que recogerlas y echarlas al fuego, donde arden. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo permanezco en el amor de mi Padre, guardando sus mandatos. Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices. Ahora les doy mi mandamiento: Ámense unos con otros, como yo los amo a ustedes.
A esto es a lo que se refería San Pablo cuando hablaba en Romanos 11. Permanecer en Cristo. Y ¿cómo sabemos si permanecemos en Él? Siendo buenos, Y ADEMÁS amando a nuestros prójimos. Si no amamos a nuestros prójimos, entonces NO estamos en Cristo, y seremos echados al fuego, donde arderíamos.
¿Entonces es esto suficiente para creer que necesitas obedecer los mandamientos de Cristo (amarnos los unos a los otros como El nos amó), hacer obras buenas (dar frutos) para permanecer en El (la viña) y no ser quemados (en el infierno)?
Perdón si esto te asusta querido amigo, pero yo sólo repito lo que Jesús dijo. Y esto es necesario para que seas completamente feliz, en la compañía de Jesús.»
Últimas objeciones
Entonces, te escucho preguntar asfixiado por los argumentos e intentando no ya tanto refutarme con la Biblia sin ridiculizando mis palabras: «¿qué significa lo que dijo San Pablo en su epístola a los Romanos, sobre salvados por la Fe? ¿Y por qué Santiago nos dice que tenemos que tener obras buenas? ¿No se contradice la Biblia?»
No. En absoluto. Claro que la fe ES necesaria para ser salvados. Cuando el dulcísimo Redentor se presenta a nuestras vidas, lo aceptamos como a Nuestro Señor y Salvador, y eso es lo que nos salva (por el momento). Pero si dejas de ser bueno, y te olvidas de tu prójimo, ya no estás en Él. Y la fe no ayudará.
Digamos esto más claramente: Primero es la fe. Y ENTONCES, se necesitan las obras. No estamos salvado sólo por las obras. Estamos salvados porque creímos, y mientras estamos en la gracia de Jesucristo seguiremos dando frutos. Los frutos de la fe Y nuestros trabajos.
Pero ¿vamos a pecar porque hemos pasado de la Ley [Judía] al reino de la gracia? Claro que no. Desde el momento en que se entregaron a alguien para ser sus servidores y cumplir sus órdenes, deben hacerle caso y obedecerlo. Si ese dueño es el pecado, irán a la muerte, pero si obedecen a la fe llevarán una vida santa.
Otra pregunta bella para hacerle a nuestros hermanos extraviados es la siguiente: «Cuando ustedes eran los esclavos del pecado, no sentían ninguna obligación respecto al bien, pero ¿qué provecho sacaron de las cosas que ahora les dan vergüenza? El resultado final es la muerte. Pero ahora ustedes están libres del pecado y sirven a Dios; su oficio es hacerse santos y tendrán por premio la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 6:15-16, 20-23) ¿Ven ahora? No pueden dar frutos si no están en Cristo, sino que son esclavos del pecado. Cuando aceptaron a Jesucristo como su Señor y Salvador, no fue sólo una palabra que no cumplirán. TIENEN que cumplir esa palabra. Y eso es dejar que Jesucristo Nuestro Señor sea realmente el Señor de sus vidas. ¿De qué sirve decirle que es Señor, si en vez de hacer lo que El quiere, hacemos lo que nos da la gana? Es como decirle a alguien: Mira, ten. Esto es mi tesoro. Pero en vez de dárselo lo escondemos en una caja fuerte para nosotros mismos. ¿No era Señor de nuestras vidas? Entonces, ¿Por qué no lo dejamos que USE ese derecho que le dimos?
En otras palabras, si creemos en Cristo, esa fe no nos salvará si no nos dejamos salvar por Él. Si nos dejamos llevar por el pecado, entonces, obviamente seguimos siendo esclavos del pecado. Nuestra conducta probará de quién somos servidores.
La cuestión se reduce a este punto: ¿a quién sirvo? ¿A Jesucristo, nuestro Salvador? ¿O a Satanás, que nos tiene inmersos en el pecado?
Conclusión
Del punto anterior se nos presenta algo que es absurdo negar u omitir: la importancia de la Gracia. Si no nos preocupamos por hacer oración, no podremos salir del pecado. Sólo Dios nos puede sacar, pero nos corresponde a nosotros llamarlo para que El nos haga libres.
Para hablar de acuerdos entre protestantes y católicos debemos pensar lo mismo respecto a la misma cosa, pero si coincidimos en este o aquel punto y en lo esencial o en sus consecuencias diferimos hasta arriesgar la salvación, no podemos en absoluto decir que coincidimos en ese punto doctrinario. Creemos que si, que la salvación es efectivamente un regalo. Pero un regalo que implica responsabilidades.
Recordemos la parábola de los Talentos: vemos claramente como los Talentos son un regalo, que es la salvación.
Un hombre de gran familia se dirigió a un país lejano para ser nombrado rey y volver en seguida. Llamó a diez empleados suyos, les entregó a cada uno una moneda de oro y les dijo: Trabajen este dinero hasta que yo vuelva. Pero sus compatriotas lo odiaban y mandaron detrás de él una comisión encargada de decir: Nosotros no lo queremos por rey.
Cuando volvió, había sido nombrado rey. Entonces hizo llamar a los empleados a los que había entregado dinero, para averiguar cuánto había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: «Señor, tu moneda produjo otras diez.» El le contestó: «Está bien, servidor bueno, ya que fuiste fiel en lo poco, recibe el gobierno de diez ciudades».
Vino el segundo y dijo: «Señor, tu moneda produjo otras cinco». El rey contestó igualmente a éste: «También tú gobierna cinco ciudades».
Vino el tercero y dijo: «Señor, aquí tienes tu moneda. La guardé envuelta en un pañuelo, porque tuve miedo de ti. Eres un hombre exigente, reclamas lo que no has depositado y cosechas lo que no has sembrado».
Contestó el rey: «Servidor malo, te juzgo por tus propias palabras. Sabías que soy hombre exigente, que reclamo lo que no he depositado y que cosecho lo que no he sembrado; entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? A mi regreso yo lo habría cobrado con intereses.» Y dijo el rey a los que estaban presentes: «quítenle la moneda y désenla al que tiene diez».
«Pero señor, le contestaron, ya tiene diez monedas».
Yo les declaro que a todo hombre que tenga se le dará, pero al que no tenga se le quitará aún lo que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me quisieron por rey, tráiganlos para acá y mátenlos en mi presencia.» (Lc 19:12-27)
Este pasaje nos enseña muchas cosas: Primero, tenemos que usar nuestras ´monedas´, esto es, nuestra Gracia, para santificarnos y santificar al próximo, para procurar su salvación.
Y es que mientras no estemos trabajando para Cristo, esto es, escuchando Sus divinas palabras y no haciendo nada, los enemigos de Dios, esto es, los sirvientes del demonio, estarán tratando de arrastrar a todos los que caminan en la duda.
Por eso es que tenemos que trabajar para Dios, no sólo para NUESTRA salvación, sino para la salvación de OTROS. Es por eso que Sola Fide se queda corta en esto. No sirve, favorece en su restricción a la actuación de Satanás. Si no trabajamos y acercamos a la gente a la Verdad, a la Verdadera y Santa Iglesia fundada por Cristo para nuestra salvación, pero tuviésemos posibilidad, seremos culpables de dejar que esa gente se pierda. Y el día del Juicio en que compareceremos ante Dios, nuestro justo Juez, todas y cada una de esas almas se presentarán ante nosotros para presentar testimonio en contra nuestra. Nos señalarán y seremos responsables por nuestra inacción, por nuestra omisión o por nuestros pecados que los escandalizaron.
El juez que cometió el crimen más monstruoso de la Historia, Poncio Pilatos, lo hizo al no hacer nada, al marginarse del asunto. De la misma manera, somos culpables de que otras gentes se pierdan por no hacer nada al respecto.
Si Pilatos aún pudiera excusarse en que no creía en el Divino Redentor (cosa dudosa, en vista de testimonio del Evangelio), nosotros no, porque creemos en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entonces, tenemos más responsabilidades que los no creyentes. ¿Acaso no tenemos Fe? ¿No amamos a nuestros hermanos? Bien, usemos, pues, nuestra fe, ¡y demos fruto! Debemos salvar a nuestros prójimos, y darles amor.
Los criminales más ruines, los traficantes de niños, de mujeres, de armas o de drogas, los abortistas o los enemigos de Dios o de la civilización cristiana también creen, como los demonios también creen. Su destino es horrible, según el mismo Evangelio. Y las mismas cosas les pasarán a los que creen en Jesús de palabras, pero no lo aceptan en sus corazones: Serán cortados y echados al fuego.
Como buenos cristianos los evangelistas y protestantes saben que no es por miedo que basamos nuestra fe, sino por amor. Pero la realidad de los novísimos debe, nos obliga a hacernos pensar. El Juicio, el Purgatorio, el cielo y el Infierno son realidades que no pueden negarse aunque lo queramos. El que nada debe, nada teme. Ese es un proverbio muy sabio. Si amas a tu prójimo, daremos fruto. Esa es la promesa que el Divino Redentor nos hizo a todos.
Por amor, daremos frutos así como por los frutos conoceremos el árbol, según el Evangelio. «Obras son amores y no buenas razones» dice el refrán popular. Por amor obramos y la fe sin obras es como guitarra sin cuerdas.
Si acaso nuestros hermanos en Cristo siguen oponiéndose en sus corazones a aceptar la multitud de citas evangélicas y de la simple razón, podemos recomendarle, además, que mediten los siguientes pasajes que prueban que son imprescindibles las obras para la salvación:
1.La higuera que no dio frutos (Lucas 13:1-9)
2.La lámpara que debe alumbrar (Lucas 8:16-18)
3.El buen samaritano (Lucas 10:25-37)
4.Renunciar a las riquezas para poder entrar al Cielo (Mateo 19:16 ss.; Marcos 10:17 ss)
5.Permanecer fiel (la parábola de las diez jóvenes (Mateo 25:1-13)
6.No quitarles la fe a los pequeños, y alejarse de la tentación (Marcos 9:42-48)
«Dejemos que Dios habite nuestro corazón y toque nuestras zonas oscuras»
Ángelus del Papa Francisco, 2 de enero de 2022
El domingo 2 de enero, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus, asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano junto a los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
El Pontífice reflexionó sobre el Evangelio del día, según san Juan (Jn 1, 14), que presenta una hermosa frase que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que es la única que nos revela el sentido de la Navidad: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».
Dios: Verbo y carne
Estas palabras contienen una paradoja -dijo el Santo Padre- ya que ponen juntas dos realidades opuestas: el Verbo y la carne:
“Verbo indica que Jesús es la Palabra eterna del Padre, infinita, que existe desde siempre, antes de todas las cosas creadas; carne, en cambio, indica precisamente nuestra realidad creada, frágil, limitada, mortal”.
En este contexto, Francisco puntualizó que antes de Jesús eran dos mundos separados: «El Cielo opuesto a la tierra, lo infinito opuesto a lo finito, el espíritu opuesto a la materia».
Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede
En este sentido, el Papa se detuvo a analizar otro binomio presente en el Prólogo del Evangelio de Juan: luz y tinieblas (cfr. v. 5):
«Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado».
Pero… ¿qué quiere anunciar el Evangelio con estas polaridades? Para Francisco se trata de una cosa espléndida, es decir, el modo de actuar de Dios:“Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él. Lo hace porque no se resigna a que podamos extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, eso no lo detiene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos a recibirlo, prefiere venir de todos modos”.
Dejar que Dios habite en nuestra vida, aunque sea desaliñada
Continuando con su alocución, el Pontífice recordó que, a menudo, nos mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por diversos motivos y aunque esto sea cierto, el Sucesor de Pedro hizo hincapié en que la Navidad, nos invita a ver las cosas desde el punto de vista divino: “Dios desea encarnarse. Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, desordenado, no te cierres, no tengas miedo. Piensa en el establo de Belén. Jesús nació allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu corazón, habitar en una vida desaliñada. Habitar. Es el verbo que utiliza hoy el Evangelio: expresa un compartir total, una gran intimidad. Esto es lo que Dios quiere”.
Sin embargo, para lograr que Dios habite en nuestro corazón -añadió el Santo Padre- cada uno debe hacerle un espacio, aunque no sólo con palabras, sino con gestos concretos:«Tal vez haya aspectos de la vida que guardamos para nosotros, exclusivos, lugares interiores en los cuales tenemos miedo que entre el Evangelio, donde no queremos poner a Dios en medio», afirmó Francisco, a la vez que invitó a todos a aprovechar estos días navideños para acoger al Señor en nuestro corazón.
Presentémosle nuestras zonas oscuras
Y ¿cómo podemos hacerlo? El Papa sugiere dos formas: deteniéndonos ante el pesebre, «porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas»; y presentándole allí nuestras situaciones, lo que vivimos.
Ante el pesebre, hablemos con Jesús de nuestras vicisitudes concretas. Invitémoslo oficialmente a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras, a nuestros «establos interiores», –aseveró el Obispo de Roma- exhortando también «a contarle sin miedo los problemas sociales y eclesiales de nuestro tiempo, porque Dios ama habitar entre nosotros».
«Que la Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a cultivar una mayor intimidad con el Señor», concluyó.
Hoy es el día del Santísimo Nombre de Jesús
«Jesús, Salvador de los hombres»
Cada 3 de enero la Iglesia celebra el Día del Santísimo Nombre de Jesús. “Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia”, decía San Bernardino de Siena.
La palabra Jesús es la forma latina del griego “Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”.
El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas del siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de
San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ).
Más adelante la tradición devocional le añade un significado a las siglas: «I», Iesus (Jesús), «H», Hominum (de los hombres), «S», Salvator» (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”.
San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de la Compañía de Jesús.
El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
- Brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa de Cristo: «En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc. 16,17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch. 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch. 9,40).
- Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador el «padre del hijo pródigo» y el buen samaritano; al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
- Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.
- En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: «lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre.» (Jn. 16,23). Por lo tanto, la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: «Por Jesucristo Nuestro Señor», etc. Así se cumple la palabra de San Pablo: «Para que al nombre de JESUS…
Jesús, Hijo de Dios
Los principales nombres que se le dan a Jesús.
Todos los títulos que se le dan nos demuestran la riqueza escondida en Jesús, el Hijo de Dios.
Leyendo los Santos Evangelios nos sorprende la variedad de nombres que se le dan a Cristo, ya sea por parte de los evangelistas o porque el mismo Cristo se los aplica a sí mismo: Camino, Verdad, Vida, Pastor, Rey, Luz, Pan, Maestro, Compañero de camino, Resurrección, Vida, Salvador, Mesías, Cordero de Dios, etc.. Esto nos demuestra la riqueza inmensa que encierra el corazón de Cristo. Acerquémonos, pues, al Evangelio para descubrir la hondura y profundidad de su Amor.
A lo largo de los Evangelios podemos descubrir diversos títulos de Jesús. Todos nos demuestran que ha sido el hombre más grande de la historia. Muchos hombres han sido admirados, pero no siempre amados. Jesucristo es el único hombre que ha sido amado más allá de su tumba.
A los dos mil años de su muerte, legiones de hombres y mujeres, dejando su familia paterna y su familia futura, sus riquezas y su Patria, despojándose de todo, han vivido sólo para Él. Jesucristo ha sido amado con heroísmo.
Millares y millares de mártires dieron por Él su sangre. Millares y millares de santos centraron en Él su vida. Jesús ha sido también el hombre más combatido de la humanidad. ¿Qué tendrá este hombre que murió hace dos mil años y hoy molesta a tantos vivos? ¿Qué tendrá este hombre que sigue enterrando a sus mismos enemigos y Él sigue vivo? ¿Quién es Jesús?
Fray Luis de León ha escrito lo siguiente: «Vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escritura divina da a Cristo, porque le llama León y Cordero, y Puerta y Camino, y Pastor y Sacerdote, y Sacrificio y Esposo, y Vid y Pimpollo, y Rey de Dios y Cara suya, y Piedra y Lucero, y Oriente y Padre, y Príncipe de Paz y Salud, y Vida y Verdad, y así otros nombres sin cuento».
¿Quién es, pues, Cristo?
Aún resuena en nuestros oídos la pregunta que el mismo Cristo formuló hace dos mil años: «¿Quién decís que soy Yo?» (Mateo 16, 16-17).
A esta pregunta respondió su mismo Padre celestial, respondió la gente que le vio y le escuchó y respondió el mismo Jesús.
Todos los títulos que se le dan nos demuestran la riqueza escondida en Jesús, el Hijo de Dios. Es la riqueza que Dios Padre quiso compartir con la humanidad. Cada uno de nosotros va haciendo a lo largo de la vida diversas experiencias de Jesucristo. Lo importante es estar abierto a este Pozo insondable y acercarnos cada día a sorber aunque sólo sea una gota de su agua saciativa y refrescante.
Ojalá terminemos nuestra vida con el nombre de Jesús en nuestros labios y en nuestro corazón. Con solo escuchar este nombre el alma se pacifica, el corazón se enardece y se ensancha. ¿Cómo no predicarlo por todos los rincones del mundo? En Él está la salvación.
1. Jesús
San Mateo nos dice así, de parte del ángel: Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21). Son palabras del ángel a José. Este nombre expresa la misión del Hijo de Dios al encarnarse. Revela el motivo de la encarnación. Jesús en lengua hebrea se dice Yehoshuah y quiere decir Yahvéh salva, Dios salva; quiere decir, pues, Salud-dador.
Este el nombre que resume todos los demás que enunció Fray Luis de León. Es el nombre más suave. Así lo dirá san Bernardo: Nada más suave de cantar, nada más grato de oír, nada tan dulce de pensar, como Jesús, Hijo de Dios.
¡Jesús! No existe bajo el cielo otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de salvarnos (Act 4,12).
Manuel de Iribarne cuenta la muerte trágica de Francisco Pizarro diciendo: Pizarro quedó solo en medio de sus enemigos, que arremetieron contra él sin compasión. Atacado por todas partes, el viejo soldado se mantuvo en pie defendiéndose durante algún tiempo, hasta que su nervudo brazo se rindió a la fatiga, incapaz de sostener la espada.
Martín Bilbao le asestó entonces una furiosa cuchillada en el cuello, que dio con él de bruces sobre las losas. Un surtidor de sangre caliente brotó de su garganta. Al caer, el conquistador del Perú pidió confesión a voces. Dícese que antes de lanzar su postres aliento, como español y como cristiano, trazó una cruz con su propia sangre en el suelo -única firma que usó en vida- y luego la besó devotamente. Un tenue y suspirado ¡Jesús! Se escapó de sus labios»
Un nombre, pues, que trae consuelo y confianza incluso en el mismo trance de la muerte trágica.
2. Jesús: Cordero de Dios
Así lo nombró Juan Bautista a orillas del Jordán (cf Jn 1, 29). ¿Qué quiso significar Juan? Tal vez estaba indicándolo como el verdadero Cordero Pascual (cf Ex 12,6), o tenía en mente el cordero del sacrificio cotidiano en el templo (cf Ex 29,38); o tal vez al Siervo de Yahvéh, de Isaías, llevado al matadero como corderito mudo (cf Is 53, 6,7); podía también querer resaltar su cualidad de inocencia o su disposición al sufrimiento.
Es Cordero que quita el pecado del mundo, no sólo que lo lleva. Y san Juan dice que quita y no que quitará, para indicar y significar la virtud natural de Cristo de quitar los pecados.
3. Jesús: Profeta
Este es el profeta Jesús, de Nazaret en Galilea (Mt 21, 9-11). Jesús fue el Profeta esperado. ¿Qué es una profecía? Es un conocimiento impreso en la mente del profeta mediante una revelación divina; es una señal de la divina presciencia.
¿Qué clase de profeta: taumaturgo (que obra milagros), reformador, mesiánico?
Jesús no rechaza el intento popular de colocar su obra y su personalidad dentro del marco de profetismo, pero la supera porque no sólo anuncia la venida del Reino, sino que la realiza en Él mismo. Es profeta, también, porque es rechazado y perseguido; así supera la imagen del profeta mesiánico nacionalista, apocalíptico y espectacular.
Como Profeta Jesús tuvo conocimiento del corazón del hombre. Conocía lo que había en el corazón de Natanael (cf Jn 1, 43). Conocía los pecados de la samaritana (cf Jn 4, 17-18). Conocía las murmuraciones internas de los escribas cuando sana al paralítico (cf Lc 9, 46). Conocía los juicios del fariseo cuando la pecadora lava sus pies con lágrimas (cf Lc 7, 36-50). Conocía la traición de Judas (cf Jn 13, 27). ¡Él conocía lo que hay en el corazón del hombre!
Pero Jesús fue más que un Profeta. Y con sus profecías demostró que era enviado de Dios y además demostró que era Dios. Todo cuanto Él decía lo sabía como Dios y también como Hombre.
4. Jesús: Mesías
Elegido y ungido por Dios y enviado con una misión. Jesús no sólo no usa el término de Mesías, sino que positivamente tiene una actitud de ocultamiento y reserva en este sentido. Impone silencio a los demonios para que no lo descubran como Mesías (Cf Mc 1, 33; 3, 12; Lc 4, 41).
Pero ocurre también que a Jesús le preguntan si es Él el Mesías y responde diciendo: Sí, pero…; sí, pero no del modo como vosotros pensáis.. Su mesianismo va a escandalizar, va a defraudar a muchos, va a ser signo de contradicción, una piedra de escándalo para los judíos.
Cristo había sido reacio a confesar públicamente su identidad mesiánica. Tenía el peligro de que le entendieran en sentido político-nacional, cuando su misión era otra muy distinta. Y cuando lo confesó públicamente en la Pasión, ante el sumo sacerdote, fue tratado de blasfemo.
5. Jesús: Hijo de David
Jesús no se lo aplica nunca espontáneamente, aunque tampoco lo niega cuando se lo atribuyen (Mt 21, 9-15). La muchedumbre lo considera como hijo de David (Mt 12, 23-27; Mc 10, 47-48; Lc 18, 38-39); pero Jesús no reivindica dicho título, como si tuviese miedo a la exaltación política que ello traería consigo. Era en tiempos de Jesús uno de los títulos de más acusado trasfondo político.
6. Jesús: el Hijo del hombre
Tiene estos sentidos:
Primero: Hijo del hombre en clara referencia al texto de Daniel (7, 9-14). Con ellos viene a indicar que su mesianismo es divino. En efecto, el hijo del hombre es preexistente, proviene del cielo y aparece junto al anciano sobre la nube, lugar de las manifestaciones de Dios.
Segundo: Jesús, al usar el título de hijo del hombre, lo hace en conexión con la función del siervo de Yavé, en cuanto que su mesianismo de origen divino y trascendente se realiza con la misión de redimir a la humanidad (Mateo 20, 28), perdonar los pecados, juzgar, consolar a los pecadores. Jesucristo emplea este título ochenta y dos veces.
Tercero: Hijo del hombre por ser verdadero hombre. Es el hijo de hombre más extraordinario de todos. Hijo de hombre porque sufrirá todo tipo de humillaciones, porque no tendrá donde reclinar la cabeza. Une la función del Hijo del Hombre con la del siervo de Yavé humillado, servidor y sufrido.
7. Jesús: Maestro
Es curioso ver que de un total de cincuenta y ocho veces en que aparece la palabra maestro en el Nuevo Testamento, cuarenta y ocho se encuentran en los evangelios, y cuarenta y uno referido a Jesús. En muchas ocasiones se dice en el evangelio que Jesús enseña a los discípulos y a la gente. La actividad pública de Jesús se caracteriza por su enseñanza, por lo que parece justificado hablar respecta a Él designándolo como Maestro.
Jesús enseña en los lugares públicos de carácter religioso, dirigiéndose a la gente que allí se reúne: en la sinagoga los días de sábado y en el área del templo.
Ocasionalmente los evangelios mencionan la actividad de enseñanza al aire libre, o en las plazas de la aldea.
La instrucción de Jesús se dirige a la gente sin distinción alguna o a los discípulos por separado.
La forma de enseñanza de Jesús corresponde a la de la tradición bíblica, sapiencial y de las escuelas judías: sentencias proverbiales, semejanzas, parábolas, etc.
Este título de Jesús Maestro será objeto de todo un capítulo más adelante.
8. Jesús: Señor
Superior a todos, de condición divina. El título Señor se refiere más directamente a las relaciones de Cristo con nosotros. La función magisterial de Jesús, según el primer evangelista, tiende a coincidir con la de Señor de los discípulos, hasta el punto de que ninguno de ellos puede arrogarse el título de maestro.
En concomitancia con esta acentuación del papel autorizado de Jesús en el evangelio de Mateo, los discípulos se dirigen a Jesús dándole el título de Señor, mientras que son los demás, los de fuera, los que llaman a Jesús maestro. También el evangelio de Lucas revela esta tendencia a reservar el uso del título maestro para los que son extraños al grupo de los discípulos, mientras que estos últimos llaman a Jesús Señor
9. Jesús: Hijo de Dios
Jesús al presentar al Padre, indirectamente se está revelando a sí mismo como el Hijo en un sentido único y trascendente. No es que busque su gloria al revelarse como el Hijo; es que al revelar la gloria del Padre, inevitablemente revela la suya propia.
Es en el evangelio de san Juan donde Jesús se presenta como el Hijo en un sentido único y trascendente. La relación única entre ambos la presenta mediante un conocimiento mutuo único (Jn 1, 18: 10, 15; 17, 25), un amor recíproco también exclusivo (Jn 5, 20; 14, 31; 17, 24.26), mediante la unidad de ambos en la acción (Jn 5, 17.19.20.30), que hace que los dos sean una misma cosa (Jn 14, 10; 17, 21-22). De este modo, quien honra al Padre honra al Hijo (Jn 5, 22-27), y quien ve al Hijo ve igualmente al Padre.
Este es el secreto de la vida íntima de Jesús: su filiación divina. Hay en él, junto a su condición divina, una atracción continua del Padre, un deseo de estar a solas con Él; deseo que a veces sólo puede cumplir quedándose toda la noche de oración tras una jornada agotadora de actividad. Parece como si la esencia misma de la personalidad de Jesús fuese su relación con el Padre. Era algo obsesivo en Él. Incluso le llamaba Abbá, papá, expresando así la conciencia de su filiación divina.
Jesús nos ha introducido por adopción en la relación única filial que él mantiene con el Padre. Ser cristiano es ser hijo en el Hijo.
10. Jesús: Mesías, el Hijo de Dios vivo
Jesús no se autodesigna nunca como el mesías. Son los otros, los discípulos o la gente quienes lo llaman mesias, christós, o con fórmulas equivalentes como hijo de David.
No sólo Jesús no se presenta nunca como mesías, sino que se muestra reticente y en algunos casos contrario frente a semejante reconocimiento por parte de los demás. Incluso cuando Pedro le confesó como Mesías, les impuso a todos los apóstoles severamente que no hablasen de él a nadie (cf. Mc 8, 30).
Se trata del famoso secreto mesiánico. ¿Por qué? Porque había tendencia de entender el término mesias desde el punto de vista demasiado político y social. Y Jesús quería evitar a toda costa ese significado. No es un mesías político ni social, sino un mesías espiritual, un ungido de Dios, que nos salvó del pecado a través de su pasión y muerte en la cruz. No vino a instaurar un mesianismo nacionalista judío. Incluso la fuerte acentuación religiosa de su proyecto, que incluye una nueva imagen de Dios-Padre que acoge a los pobres, a los pequeños y desamparados, a los pecadores y a los extranjeros, choca abiertamente con la visión de un mesianismo político.
Además, la propuesta de una síntesis ética que se caracteriza por el amor gratuito y universal que abraza incluso a los enemigos no se presta a la realización de un programa mesiánico de tipo revolucionario y socializante.
De hecho, Jesús con sus opciones y sus tomas de posición defraudó las esperanzas mesiánico-nacionalistas.
11. Jesús: Salvador
Jesucristo vino a salvar al hombre, no tanto a las circunstancias molestas. Por eso, aún con la venida de Cristo Salvador, perdura el mal en el mundo, sobre todo el mal físico (cf. Mt 19, 12-13; Mc 1, 14-15).Vino a salvar a todo el hombre: sea en el alma, sea el cuerpo. Y vino a salvar a todos los hombres (cf. Mt 28, 19-20). Esa salvación supuso un cambio interior del hombre. La salvación de Cristo nos hace hombres nuevos.
¿Cómo nos salvó? Encarnándose, muriendo por nosotros, satisfaciendo y reparando nuestro pecado.
Nosotros recibimos la salvación reconociéndonos pecadores, abriéndonos a esa salvación en los sacramentos. Estamos llamados a ser co-salvadores con Cristo, mediante nuestro sacrificio, nuestro apostolado directo.
12. Jesús: Siervo de Yavé
Este calificativo hace referencia al hecho de que está íntimamente unido a Dios y que sufrirá por nosotros.
13. Jesús: Sumo sacerdote
Sumo Sacerdote, pues es el puente más directo para unirnos a Dios.
14. Jesús: Mediador
Ya que es el intermediario ante Dios de nuestras necesidades.
15. Jesús: Juez
Porque juzgará en el último día.
16. Jesús: Santo de Dios
Se le denomina Santo de Dios dado que es Hijo de Dios.
¿Qué significa el nombre de Jesús?
Una breve historia del nombre que ha cambiado el mundo
San Pablo escribe en su carta a los Filipenses:
“Para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos” (2,10).
Los cristianos siempre han creído que el nombre de Jesús tiene poder, pero muchos no conocen el significado de encierra. ¿Qué significa este nombre? ¿De dónde viene?
Ante todo, el nombre “Jesús” le fue dado a María por el mismo Dios a través del mensaje angélico de Gabriel:
“Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lucas 1,31).
¿Por qué Jesús?
De todos los nombres que podría haber elegido, Dios eligió ese nombre por un motivo.
La Enciclopedia Católica explica:
“La palabra Jesús es la forma latinizada del griego Iesous, que a su vez es la transliteración del hebreo Jeshua, o Joshua, o también Jehoshua, que significa ‘[Dios] es salvación.’”
El Catecismo de la Iglesia Católica añade:
“Jesús significa en hebreo: ‘Dios salva’. En la anunciación, el ángel Gabriel le dio el nombre de Jesús como el más apropiado, signo de su identidad y de su misión”.
El nombre era popular en el Antiguo Testamento y durante la época del nacimiento de Jesús. Está fuertemente relacionado con el nombre “Josué.”
Por esta razón, la veterotestamentaria figura de Josué es vista como una prefiguración de Jesús, que ahora lleva al pueblo de Dios hacia la verdadera Tierra Prometida.
Curar
Según algunas fuentes antiguas, “el nombre en griego está conectado con el verbo iasthai, curar; es por ello que no sorprende que algunos de los Padres de la Iglesia griegos vinculaban el nombre de Jesús con esta raíz.”
En resumen, es un nombre poderoso, que resume quién es Jesús y qué vino a hacer a la tierra.
El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la Persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la Redención universal y definitiva de los pecados. Él es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2, 7). (CIC 432).