El Evangelio recoge la invitación que Jesús dirige a sus discípulos a no tener miedo, a ser fuertes y confiados ante los desafíos de la vida, advirtiéndoles de las adversidades que les esperan. También en este caso nos exhorta a no tener miedo. También Jesús sufrió esta prueba en el huerto de los olivos y en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, dice Jesús. A veces sentimos esta aridez espiritual; no tenemos que tenerle miedo. El Padre nos cuida porque nuestro valor es grande a sus ojos. Lo importante es la franqueza, es la valentía del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres” y seguir adelante obrando el bien.  (Ángelus, 21 junio 2020)

María Bertila, Santa

Virgen, 20 de octubre

Martirologio Romano: En Treviso, en Italia, santa María Bertila (Ana Francisca) Boscardin, virgen de la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea de los Sagrados Corazones, que en su trabajo en un hospital se mostró solicita de la salud corporal y espiritual de los enfermos († 1922).

Fecha de beatificación: 8 de junio de 1952 por el Papa Pío XII.
Fecha de canonización: 11 de mayo de 1961 por el Papa Juan XXIII.

Breve Biografía

Anna Francesca Boscardín era una muchacha campesina nacida en Brendola, cerca de Vicenza, en el seno de una familia de agricultores. Trabajó en los campos, frecuentó la escuela unos pocos años y trabajó como criada en las casas del poblado. Le gustaba la vida parroquial y formó parte de la Unión de las Hijas de María, enseñando el catecismo a los niños. Desde joven se caracterizó por su espiritualidad mariana.

A los 17 años, por indicación de su párroco, se hizo religiosa de las Maestras de Santa Dorotea, Hijas de los Sagrados Corazones, y tomó el nombre de María Bertila. En su comunidad, como no la consideraron ni muy despejada, ni capaz de hacer grandes cosas, le confiaron los quehaceres de cocina. Al ingresar ya había dicho: «Soy una pobre cosa, una gansa. Enséñeme. Quiero convertirme en una santa».

Profesó en 1907, y fue enviada a Treviso, donde trabajó en un asilo infantil, y al estallar la I Guerra Mundial, ejerció como enfermera en un hospital militar cerca de Como; allí despertó grandes admiraciones por su serenidad durante los bombardeos y su abnegada solicitud para con los enfermos, a los que logró atraerlos a la fe a muchos de ellos. Consiguió con gran esfuerzo el diploma de enfermera. En 1910, tuvo que someterse a una operación para extraerle un tumor cerebral.

Al concluir la guerra, una superiora decidió que, debido a su escasa instrucción y a sus cortas luces, sólo podían encomendársele tareas serviles, y pasó a una lavandería, aunque en 1919 volvió al asilo de Treviso. Su salud nunca había sido buena, y una dolorosa enfermedad le llevó al quirófano del que no saldrá con vida. Entonces la comunidad se dio cuenta que la «tonta» de sor Bertila había dejado un recuerdo imborrable en quiénes la habían conocido. Su tumba colocada inicialmente en el cementerio de Treviso, se convirtió en centro de peregrinación popular. Hoy sus restos descansan en la capilla de la casa madre de Vicenza. Dejó escrita su vida en su “Diario espiritual”. El papa san Juan XXIII la canonizó el 11 de mayo de 1961.

La buena levadura

Santo Evangelio según San Lucas 12,1-7. Viernes XXVIII del Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ven, Señor, a mi alma; inspira en ella la fuerza para ser tu testigo en el mundo. Muéstrame aquello que debo transmitir hoy a los demás por mi manera de actuar, de hablar y de pensar. Llena mi corazón de amor por ti, para que pueda serte siempre fiel, incluso si en mi camino encuentro obstáculos y pruebas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, la multitud rodeaba a Jesús en tan gran número, que se atropellaban unos a otros. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía. Porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse. Por eso, todo lo que ustedes hayan dicho en la oscuridad, se dirá a plena luz, y lo que hayan dicho en voz baja y en privado, se proclamará desde las azoteas. Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a aquellos que matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Les voy a decir a quién han de temer: Teman a aquel que, después de darles muerte, los puede arrojar al lugar de castigo. Se lo repito: A él sí tienen que temerlo. ¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios; y por lo que a ustedes toca, todos los cabellos de su cabeza están contados. No teman, pues, porque ustedes valen mucho más que todos los pajarillos»..
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Existen dos actitudes opuestas a la hora de practicar nuestra religiosidad. Jesús las compara con dos tipos de levadura que hacen fermentar la masa de dos modos distintos. Por un lado, «el Reino de los Cielos es semejante a la levadura que una mujer toma y lo pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta.» (Mt 13, 33). Por el contrario, hoy el Señor nos indica que tengamos «cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía.» Un tipo de levadura oculta la propia identidad, mientras que el otro la revela.

El Evangelio de Cristo, como la buena levadura, es expansivo. Una cucharadita hace que toda la masa se llene de volumen y de sabor después de un tiempo. Del mismo modo, la gracia entra al fondo del alma y lo permea todo hasta llenar de sentido nuestra vida. Y no sólo nuestra vida «privada»; hace cambiar nuestra manera de ver las cosas, de actuar en el mundo y de relacionarnos con las demás personas.

La Palabra que Cristo nos ha compartido no puede quedarse a oscuras, en los susurros de la noche y a puertas cerradas. Debemos acogerla con apertura y dejar que haga «fermentar» nuestra vida hacia afuera. Si no, fermentará hacia adentro, creando una capa de apariencias de cara al mundo, pero dejándonos vacíos por dentro. Ésta es precisamente la levadura de la hipocresía: aparentar algo que no somos, forzar una cara hacia donde no tenemos el corazón. Entonces nos podemos convertir en «cristianos de fachada,» o bien en «cristianos camuflados» a las formas y el estilo del mundo. Ambos igual de lejanos a lo que Cristo vino a traer.

Los cristianos camuflados esconden la levadura y no la muestran con obras, ahogados en el miedo a las consecuencias. Si vivimos nuestra fe con autenticidad, recibiremos críticas y desprecios; el mundo nos odiará, de la misma manera que odió a Jesús y persigue a tantos cristianos hasta el día de hoy. Es un miedo real que todos sentimos en un momento u otro de nuestra vida. Por eso Cristo nos habla también de la confianza en Dios Padre.

Nos pueden juzgar los hombres, nos pueden perseguir e incluso quitarnos la vida del cuerpo. Pero para Dios nuestra vida es valiosa. Sobre todo la vida del alma, es decir, la vida eterna que nos prometió y que nos dará si somos fieles testigos de su Evangelio.

«Cuando, en el Evangelio, Jesús invita a los discípulos en misión, no les ilusiona con espejismos de éxito fácil; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios conlleva siempre una oposición. Y usa también una expresión extrema: «Seréis odiados —odiados— de todos por causa de mi nombre». Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el principio Jesús les pone frente a esta realidad: de manera más o menos fuerte, la confesión de la fe acaece en un clima de hostilidad. Los cristianos por ello son hombres y mujeres «contracorriente». Es normal: ya que el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en varias maneras de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por el espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús».

(Catequesis de S.S. Francisco, 28 de junio de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré compartir la alegría del Evangelio por medio de comentarios positivos y optimistas.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La Santa Sede acoge a 12 sacerdotes excarcelados en Nicaragua

AFP or licensors

Serán alojados en algunas dependencias de la diócesis de Roma.

Por: Redacción | Fuente: Vatican News

«Puedo confirmar que se ha pedido a la Santa Sede que acoja a 12 sacerdotes de Nicaragua recientemente liberados de la cárcel. La Santa Sede ha aceptado», dijo el director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Matteo Bruni, respondiendo a las preguntas de los periodistas.

«Serán recibidos por un funcionario de la Secretaría de Estado por la tarde -continuó Bruni- y alojados en algunas dependencias de la diócesis de Roma».

San Pedro de Alcántara, el consejero de Santa Teresa

Este gran santo español gustó de la vida de mortificación y con su ejemplo convirtió a muchos, incluso a los más santos

El nombre verdadero de san Pedro de Alcántara fue Juan Garavito de Sanabria y Maldonado. Nació en Alcántara, en Extremadura, España, en 1499. Su padre, abogado, era el gobernador de la localidad y su madre provenía de muy buena familia, ambos piadosos y con muchas cualidades.

Al morir su padre, Pedro fue a estudiar a la Universidad de Salamanca, pero la abandonó para ingresar a la Orden Franciscana Menor en el convento de Manjaretes, en las montañas entre España y Portugal, ya que le llamaba el espíritu de penitencia de los observantes que llevaban una vida más rigurosa.

Un santo muy humano

Fue muy bueno en sus oficios, aunque bastante distraído. Cuenta una anécdota que su superior le llamó la atención porque tenía seis meses cuidando el refectorio y no había servido fruta ni una sola vez a la comunidad. Él se disculpó porque nunca había encontrado fruta, siendo que colgaban del techo enormes racimos que nunca vio por no voltear hacia arriba.

Como se mortificaba tanto, perdió absolutamente el sentido del gusto; en cierta ocasión, encontró en su plato vinagre salado y se lo tomó creyendo que era sopa. La piel que le servía de cama era usada para orar de rodillas buena parte de la noche y dormía sentado, con la cabeza contra la pared.

Dormir tan poco era su más grande mortificación, lo que le hizo el patrono de los guardias y veladores nocturnos. Sin embargo, para no dañar su salud, gradualmente comenzó a disminuir sus vigilias.

Pobreza y ciencia infusa

Con 22 años y sin ser sacerdote, sus superiores lo enviaron a fundar un pequeño convento en Badajoz. Se ordenó 1524 y lo dedicaron a la predicación. San Pedro daba gran ejemplo observando rigurosamente los consejos evangélicos. Su pobreza era tal que, teniendo un solo hábito, esperaba desnudo en un rincón del huerto cuando se lo remendaban o lavaban.

Además de su talento natural y de sus conocimientos, Dios le había favorecido con la ciencia infusa y el sentido de las cosas espirituales, de tal manera que su sola presencia era una predicación que empezaba a convertir a los pecadores.

En la soledad del convento de la Lapa escribió su libro sobre la oración, tan apreciado por santa Teresa, fray Luis de Granada, san Francisco de Sales y otros, donde narró su propia experiencia del amor divino. Frecuentemente entraba en éxtasis que duraban largo tiempo y estaban acompañados de otros fenómenos extraordinarios. La fama de San Pedro de Alcántara llegó a oídos del rey Juan III de Portugal, quien le llamó a Lisboa y trató en vano de retenerle allí.

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Vida eremítica

En 1538, el santo fue elegido ministro provincial de los frailes de la estricta observancia de la provincia de San Gabriel, en Extremadura. En ese tiempo redactó una regla aún más severa que la ya existente pero encontró fuerte oposición, lo que le hizo renunciar a su cargo y fue a reunirse con fray Martín de Santa María, quien interpretó la regla de San Francisco como un llamamiento a la vida eremítica.

San Pedro, fray Martín y sus compañeros ermitaños iban descalzos, dormían en esteras o al ras del suelo, jamás tomaban carne ni vino y no tenían biblioteca. Poco a poco, varios frailes de España y Portugal se adhirieron a la reforma, y los conventos empezaron a multiplicarse. En la ermita de Palhaes se fundó el noviciado, y san Pedro fue nombrado guardián y maestro de novicios.

Su vida tan estricta era vista con malos ojos, pero fue a Roma, viajando descalzo, con el objeto de obtener el apoyo del papa Julio III, quien lo puso bajo la obediencia del ministro general de los conventuales y obtuvo permiso para fundar un convento. De regreso en España, un amigo suyo construyó en Pedrosa un convento a su gusto. Así comenzó la rama franciscana conocida con el nombre de la Observancia de San Pedro de Alcántara.

Reconocimiento del Papa

Poco a poco, otros conventos adoptaron la reforma. San Pedro escribió en sus reglas que las celdas no debían tener más de dos metros de largo; que el número de frailes de cada convento no debía pasar de ocho; que los frailes debían andar descalzos, consagrar a la oración mental tres horas diarias y no recibir estipendios por las misas.

En 1561, la nueva custodia fue elevada a la categoría de provincia con el nombre de San José y el Papa Pío IV la retiró de la jurisdicción de los conventuales y la pasó a la de los observantes (Los «alcantarinos» dejaron de ser un cuerpo diferente en 1897, cuando León XIII reunió las distintas ramas de los observantes).

Su encuentro con Santa Teresa de Ávila

En 1560, mientras visitaba su provincia, san Pedro de Alcántara pasó por Ávila, movido por una orden recibida del cielo. Por entonces, santa Teresa atravesaba por un período de ansiedad y escrúpulos, pues muchas personas le habían dicho que era víctima de los engaños del demonio. Estaba en casa de una amiga y allí la visitó. Por su propia experiencia, San Pedro entendió perfectamente el caso de Teresa, disipó sus dudas, le aseguró que sus visiones procedían de Dios y habló en favor de la santa con el confesor de esta. La autobiografía de santa Teresa proporciona mucha información sobre la vida y milagros de san Pedro de Alcántara, ya que éste le contó muchos detalles de sus cuarenta y siete años de vida religiosa.

Por ella sabemos que en los últimos cuarenta años no había dormido más de una hora y media por día. Siempre iba descalzo y su único vestido era un hábito de tejido muy burdo y un manto de la misma tela; que cuando el frío era muy intenso, acostumbraba quitarse el manto y abrir la puerta y la ventana de su celda para sentir un poco de calor al volverlas a cerrar y al ponerse el manto.

Consejero desde el cielo

Cuando Teresa volvió de Toledo a Ávila, en 1562, encontró nuevamente allí a San Pedro de Alcántara, quien consagró la mejor parte de sus últimos meses de vida, y las fuerzas que le quedaban, a ayudar a la santa en la fundación de la primera casa de carmelitas reformadas. El éxito de Teresa se debió, en gran parte, a los consejos y al apoyo de san Pedro, quien empleó toda su influencia con el obispo de Ávila y otros personajes.

El santo asistió el 24 de agosto a la primera misa que se celebró en el nuevo convento de San José. Dos meses después, en el convento de Arenas y muy enfermo, murió de rodillas y recitado el salmo 122.

Santa Teresa escribió: «Después que murió, el Señor ha tenido a bien que me aproveche más que cuando vivía, ya que me ha ayudado y aconsejado en muchos asuntos y le he visto frecuentemente en la gloria … Nuestro Señor me dijo una vez que escucharía cuantas peticiones se le hiciesen en honor de san Pedro de Alcántara. Yo le he encomendado que me obtenga muchas cosas de Nuestro Señor y todas mis peticiones han sido oídas».

San Pedro de Alcántara fue canonizado en 1669.