Luke 1:39-56
Amigos, el Evangelio de hoy nos habla sobre la visita de María a Isabel. Siempre me ha fascinado la “prisa” que llevaba María en esta historia de la Visitación. Al escuchar el mensaje de Gabriel sobre su propio embarazo y el de su prima, María “se apresuró a ir a la región montañosa de Judá” para ver a Isabel.
¿Por qué ella fue con tanta rapidez y propósito? Porque ella había encontrado su misión, su papel en el teo-drama. Hoy estamos dominados por el ego-drama con todas sus ramificaciones e implicaciones. El ego-drama es la obra que yo estoy escribiendo, produciendo, dirigiendo y protagonizando. Vemos esto absolutamente en todas partes de nuestra cultura. La libertad de elección reina suprema: me convierto en la persona que elijo ser.
El teo-drama es la gran historia contada por Dios, la gran obra dirigida por Dios. Lo que hace que la vida sea emocionante es descubrir tu papel en ella. Esto es precisamente lo que sucedió a María. Ella había encontrado su papel —de hecho, uno culminante— en el teo-drama, y quiere compartirlo con Isabel, quien también ha descubierto su papel. Al igual que María, debemos de encontrar nuestro lugar en la historia de Dios.
Asunción de Nuestra Señora
Solemnidad Litúrgica, 15 de agosto
Por: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, acabado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Esta verdad de fe, recibida de la tradición de la Iglesia, fue definida solemnemente por el papa Pío XII en 1950.
Un ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: «María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda». María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica, eco de la de Nazaret, fue el preludio del gran acontecimiento.
Poco después, los Apóstoles, que sembraban la semilla evangélica por todas las partes del mundo, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa que les llevaba a Jerusalén en medio del silencio de la noche. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, hecho con efluvios de altar, en que la Madre de su Maestro aguardaba la venida de la muerte. En sus burdas túnicas blanqueaba todavía, como plata desecha, el polvo de los caminos: en sus arrugadas frentes brillaba como un nimbo la gloria del apostolado. Se oyó de repente un trueno fragoroso; al mismo tiempo, la habitación de llenó de perfumes, y Cristo apareció en ella con un cortejo de serafines vestidos de dalmáticas de fuego.
Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: «Ven, escogida mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza». Y María respondió: «Mi alma engrandece al Señor». Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desaparecía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón que no sabía de pecado, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne nunca manchada. Por las venas no corría la sangre, sino luz que fulguraba como a través de un cristal.
Después del primer estupor, se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: «Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad ese cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo.
Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas». Se formó un cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba san Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles agitaban sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: «No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré; porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable». Acudieron los judíos con intención de arrebatar los sagrados despojos. Todos quedaron ciegos repentinamente, y uno de ellos, el príncipe de los sacerdotes, recobró la vista al pronunciar estas palabras: «Creo que María es el templo de Dios».
Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno al sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: «La paz sea con vosotros». Era Jesús, que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro, y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde; pero esta vez tiene una buena excusa: viene de la India lejana. Interroga y escudriña; es inútil, en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires una estela luminosa, que se extingue lentamente, y algo que parece moverse y que se acerca lentamente hasta caer junto a los pies del Apóstol. Es el cinturón que le envía la virgen en señal de despedida.
Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos con soberanas claridades.
Nunca la Iglesia quiso incorporarla a sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Penetró en todos los países, iluminó a los artistas e inspiró a los poetas. Parece que resurgió, una vez más, en el valle de Josafat, allá donde los cruzados encontraron el sepulcro en el que se habían obrado tantas maravillas y sobre el cual suspendieron tantas lámparas. Como la piedad popular quiere saber, pidiendo certezas y realidades, la leyenda dorada aparece con los rasgos con que el oriental sabe tejerlos entre el perfume del incienso y azahares, adornada con estallidos y decorada con ángeles y pompas del Cielo.
Se difunde en el siglo V en Oriente con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes, Gregorio de Tours la pasa a las Galias, los españoles la leen en el fervor de la reconquista con peregrinos detalles y toda la Cristiandad busca en ella durante la Edad Media alimento de fe y entusiasmo religioso.
Ni fecha, ni lugar. ¿Cómo fue el prodigio? Escudriñando la Tradición hay un velo impenetrable. San Agustín dice que pasó por la muerte, pero no se quedó en ella. Los Orientales gustan de llamarla Dormición con ánimo de afirmar la diferencia. ¿Tránsito? Separación inefable. Ni el Areopagita, ni Epifanio, ni Dante acertaron a describir lo real indescriptible, inefable: el último eslabón de la cadena que se inicia con la Inmaculada Concepción y, despertando secretos armónicos, apostilla la Asunción con la Coronación que el arte de Fra Angélico se atreve a plasmar con pasta conservada en el Louvre. La Iglesia celebra, junto al Resucitado Hijo triunfante, a la Madre, singularmente redimida, Glorificada desde la Traslación.
Deseos de cielo
Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-56. La Asunción
Por: H. Adrián Olvera, L.C. | Fuente: missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
María, en este día de tu asunción, te pido incrementes en mí el deseo de cielo, el deseo de Dios.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor».
Entonces dijo María: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.
El hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.
Acordándose de su misericordia, viene en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses, y se regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La imagen de la montaña rusa es –casi siempre– usada para mostrar el dinamismo de la vida. Sabemos que a veces se está abajo, a veces arriba… a veces parece lenta, otras veces rápida. En fin, siempre es un estar aquí o allá y lo que buscamos es una permanencia, un descanso.
Ese deseo de permanencia y de descanso se podría traducir como un deseo de cielo.
María, en la asunción, nos recuerda que este deseo tiene su cumplimiento. Este deseo de permanencia, de descanso en Dios, es verdadero.
Quién como ella experimentó el ajetreo de la vida, el subir y el bajar…, el estar allí o acá. Sin embargo, María, siempre perseveró en la fe…Perseveró, pues sabía que las promesas de Dios se cumplirían. He ahí su gozo, he allí su alegría: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios.
Al final, María nos regala una bienaventuranza: dichosos aquellos que creen pues se cumplirá cuanto fue anunciado por el Señor.
Si nos dejamos contagiar por el ejemplo de María, viviremos de manera concreta la caridad que nos urge a amar a Dios más allá de todo y de nosotros mismos, a amar a las personas con quienes compartimos la vida diaria. Y también podremos amar a quien nos resulta poco simpático. Es un amor que se convierte en servicio y dedicación, especialmente hacia los más débiles y pobres, que transforma nuestros rostros y nos llena de alegría.
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de marzo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Vivir este día con la alegría de alguien que sabe que hay un cielo que le espera.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Asunción de la Virgen María: su tránsito al cielo en cuerpo y alma
La Iglesia de oriente y de occidente celebran por igual este gran misterio de fe, María Santísima fue llevada al cielo en cuerpo y alma

– Zenodot-Verlagsgesellschaft-mbH-
Mónica Muñoz – publicado el 14/08/23 – actualizado el 08/08/24
La Iglesia universal celebra con gran gozo el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo, y la víspera, recuerda la “Dormición” o bien, el “Tránsito” de esta vida al cielo, sin haber sufrido los dolores de la muerte, como lo dicen algunos místicos, porque el anuncio del dogma no aclara si María murió o se durmió, solo dice “cumplido el curso de su vida terrena”. Sin embargo, lo que sí proclama es que ella fue elevada al cielo en cuerpo y alma a la gloria celeste, y por como está declarado, se entiende que lo hizo sin que su cuerpo sufriera la corrupción.
El papa Pío XII proclama el dogma de la Asunción
Este es el dogma establecido por S.S.Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica Munificentissimus Deus –La glorificación de María con la asunción al cielo en alma y cuerpo–, que a la letra dice:
«Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado; que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste».
Como todos los dogmas, es una verdad que debemos creer, porque Dios quiso que así fuera. La maravilla del privilegio que Santa María tuvo, sin duda fue por el gran amor que su Hijo le tiene y por la ausencia de pecado original.
El tránsito de María al cielo
Después de morir, la tradición cuenta que pasó tres días en el sepulcro, y al tercero, fue elevada al cielo por los ángeles.
Ana Catalina Emmerick dice que María Santísima murió de amor, apagó sus ojos en una dormición o tránsito y de ahí subió al cielo. En su visión, narra que la vio entrar en la Jerusalén celestial y llegar al trono de la Santísima Trinidad; ahí vio un gran número de almas, en las que reconoció a San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel, a Zacarías y a San Juan Bautista, que vinieron al encuentro de María con un júbilo respetuoso; continúa diciendo que Ella tomó su vuelo entre ellos hasta el trono de Dios y de su Hijo, haciendo brillar sobre todo lo demás la luz, que salía de sus llagas, la recibió con amor todo divino, la presentó con un cetro y le mostró el mundo a sus pies.
Esta hermosa visión nos da la esperanza sobre lo que nos espera, si procuramos vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios, amando y trabajando, y –por supuesto– orando a la Santísima Virgen María para que interceda por nosotros y nos ayude a alcanzar nuestro último destino a su lado, alabando a Dios eternamente.