Matthew 3:13-17
Amigos, el relato de Mateo sobre el bautismo de Jesús señala la importancia de este sacramento fundamental.
Escuchemos al gran teólogo Gregorio de Nacianceno: “El Bautismo es el regalo más hermoso y magnífico de Dios. . . . Se llama ‘regalo’ porque se confiere a quienes no aportan nada propio; ‘gracia’ ya que se da incluso a los culpables”. Jesús dijo: “No eres tú quien me ha elegido a Mí, sino Yo quien te ha elegido a ti”. El Bautismo es la ratificación sacramental de esta elección.
Y es por eso que hablamos del bautismo para justificación propia y lavando de nuestros pecados. Todos hemos nacido en un mundo profundamente disfuncional, un mundo condicionado por milenios de egoísmo, crueldad, injusticia, estupidez y miedo. Esto ha creado una atmósfera venenosa que condiciona todos nuestros pensamientos, movimientos y acciones.
¿Ves por qué el énfasis en la gracia es tan importante? El Bautismo es el momento en que el Espíritu Santo nos saca de este mundo caído y nos lleva a un mundo nuevo, la vida misma de la Trinidad. Es por ello que el Bautismo implica nacer de nuevo, ser elevado, iluminado, transformado, salvado —y por ello la Iglesia habla de los bautizados como una “criatura nueva”.
El Mesías pide ser bautizado para que se cumpla toda justicia, para que se realice el proyecto del Padre, que pasa por el camino de la obediencia filial y de la solidaridad con el hombre frágil y pecador. Es el camino de la humildad y de la plena cercanía de Dios a sus hijos. El profeta Isaías proclama también la justicia del Siervo de Dios, que lleva a cabo su misión en el mundo con un estilo contrario al espíritu mundano: «No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará» (42, 2-3). Es la actitud de mansedumbre. (…)la actitud de sencillez, respeto, moderación y ocultamiento, que se requiere aún hoy de los discípulos del Señor. Cuántos ―es triste decirlo―, cuántos discípulos del Señor alardean como discípulos del Señor. No es un buen discípulo el que alardea de ello. El buen discípulo es el humilde, el manso que hace el bien sin ser visto. (Ángelus, 12 enero 2020)
Bautismo del Señor
Esta fiesta, con la cual se cierra el tiempo litúrgico de Navidad, es como un desdoblamiento de las fiesta del Domingo pasado: se continúa con el mismo tema de las grandes manifestaciones (Epifanías) del Señor…
BAUTISMO DEL SEÑOR
Esta fiesta, con la cual se cierra el tiempo litúrgico de Navidad, es como un desdoblamiento de las fiesta del Domingo pasado: se continúa con el mismo tema de las grandes manifestaciones (Epifanías) del Señor…
Hay una diferencia importante entre los dos bautismos: el de Juan: con agua, exterior, signo de arrepentimiento para el perdón de los pecados.
El de JESÚS: con Espíritu Santo, renovación interior que nos hace «partícipes de la naturaleza divina”
«No soy digno ni siquiera de desatar la correa de su sandalia…» trabajo reservado al más inútil de los esclavos… Juan destaca la infinita distancia entre él y Jesús…
¿Porqué entonces Jesús se hace bautizar por Juan? [es una escena tan impresionante, que podría resultar incomprensible, y hasta escandalosa]…
Pero admitámoslo, y descubramos nuevamente él «modo» que Dios emplea para salvarnos: hoy se pone en la fila de los pecadores, y aunque no lo necesitaba, se somete también a un bautismo de penitencia… Se ha hecho semejante a nosotros en todo, y por eso no se avergüenza de colocarse en la fila de aquellos que se preparaban para la llegada del Reino de Dios… así como tampoco se avergonzó de nosotros cuando tomó sobre sí todos nuestros pecados, y subió a la Cruz como si fuese un delincuente…
+ Pero el bautismo que recibió Jesús fue muy «especial»: ciertos hechos nos indican que con Él comienza un nuevo bautismo:
El cielo abierto (ya nunca más cerrado por los pecados, como hasta este momento) Es decir, comienza una nueva etapa de relación entre Dios y los hombres: el Cielo viene a nosotros, y nosotros vamos allá: viene con Cristo y el Espíritu Santo. Llega todo, porque Dios mismo viene, y Él será para nosotros y nos dará todo. Estamos frente al comienzo de una nueva humanidad, divinizada.
En la proposición que San Marcos hace en su Ev. el Padre no «presenta» a su Hijo (“Éste es mi Hijo amado”), sino que se dirige a Él (“Tú eres mi Hijo…”): Cristo nos representa a todos, que desde ese momento pasamos a ser hijos amados, complacencia del Padre… Cuando somos bautizados, esta vocación eterna se verifica efectivamente, verdaderamente: somos una nueva creación. Por lo tanto, nuestra dignidad, nuestra gloria, y nuestro compromiso pasa por VIVIR NUESTRO BAUTISMO…
«Éste es mi Hijo» (Evang.)… «Éste es el servidor sufriente» (Iª lect.)…
Sigamos a Cristo por la Cruz a la Luz.
El sello que hemos recibido
Santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17. El Bautismo del Señor
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por la vida que me concedes, por la oportunidad de entrar en relación contigo. Gracias por todos y cada uno de los beneficios que me concedes. Te pido perdón por mis faltas y pecados y te pido me ayudes a serte fiel siempre, a jamás dejarte solo. Acrecienta mi fe para que crea en ti con más fuerza. Aumenta mi confianza en ti para que no la cifre en cosas pasajeras. Te amo, pero aumenta mi amor. Concédeme, Señor, la gracia de la oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17
En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: «Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?». Jesús le respondió: «Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere». Entonces Juan accedió a bautizarlo. Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía, desde el cielo: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy es un día especial para agradecerte el don de mi bautismo. Es un regalo que muchas veces no me detengo a considerar y, sin embargo, es una de las mayores gracias que como cristiano me has dado.
Son muchos los regalos que vienen incluidos en este don del bautismo. Me hace hijo tuyo, miembro de tu Iglesia, me limpia de mis pecados y me hace heredero del cielo. Gracias, Señor, porque por el bautismo me has hecho tu hijo. Dame la gracia de sentirme sanamente orgulloso de esta realidad. ¡Soy hijo de Dios! ¡Soy un bautizado!
El bautismo es una gracia particular que me concedes y que depende de mí, en cierta medida, acrecentarla y fructificarla. El bautismo va más allá de un simple hecho. Es el inicio de una vida. Tú has querido iniciar tu vida pública con el bautismo en el Jordán. Así también mi vida, desde el bautismo, es una vida de entrega, de gracia, de lucha, de amor.
En mi bautismo, al igual que en el tuyo, el Espíritu Santo bajó del cielo e hizo de mi alma una morada. Soy templo vivo del Espíritu Santo. Ello me debe llevar en este día, Señor, a meditar en qué tanto escucho y dejo actuar el Espíritu Santo en mi vida. Dame la gracia, Señor, de ser siempre dócil a tu voz que me guía y busca sin descanso lo mejor para mi vida.
«¿Somos conscientes de este gran don? ¡Todos somos hijos de Dios! ¿Recordamos que en el Bautismo hemos recibido el “sello” de nuestro Padre celestial y nos hemos convertido en sus hijos? Dicho de un modo sencillo: llevamos el apellido de Dios, nuestro apellido es Dios, porque somos hijos de Dios. ¡Aquí está la raíz de la vocación a la santidad! Y los santos que hoy recordamos son precisamente quienes han vivido en la gracia de su Bautismo, han conservado íntegro el «sello», comportándose como hijos de Dios, tratando de imitar a Jesús; y ahora han alcanzado la meta, porque finalmente “ven a Dios así como Él es”».
(Ángelus de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré un credo en agradecimiento por mi bautismo y como renovación de mi fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La justicia de Dios no es pena ni castigo
Ángelus del Papa Francisco, 8 de enero de 2023.
Cuántas veces hemos invocado y obtenido justicia contra un mal sufrido, un agravio recibido, una calumnia, un abuso de poder, pensando que quien obra mal debe pagar, es más, es justo que pague, tal vez con una sentencia establecida por un tribunal. Esta es quizás la justicia del hombre, pero ciertamente no la de Dios.
Desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico, en el día en que la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor, Francisco se centró en este tema, iniciando su catequesis con la imagen «sorprendente» que propone el Evangelio de hoy, la de Jesús inclinando la cabeza a orillas del Jordán, para ser bautizado por Juan. Era un rito, el de ir al río a recibir el Bautismo, en el que la gente se arrepentía y se comprometía a convertirse con humildad y un corazón transparente. ¿Pero cuál fue el motivo que impulsó a Cristo a humillarse?
“Al ver a Jesús que se mezcla con los pecadores, uno se asombra y se pregunta: ¿Por qué Él, el Santo de Dios, el Hijo de Dios sin pecado, hizo esta elección? Encontramos la respuesta en las palabras de Jesús a Juan: ‘Déjalo por ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia’”
La justicia que proviene del amor
¿Qué significa cumplir toda justicia? Lo preguntó el Papa mientras explicaba que, al ser bautizado, Jesús quiso revelarnos en qué consiste la justicia que Dios vino a traer al mundo. Nada que ver con la idea estrecha y meramente humana de «quien se equivoca, paga». La justicia de Dios, dijo Francisco, es mucho mayor: «No tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y renacimiento», la voluntad de hacer justo incluso al más obstinado de los pecadores.
Es una justicia que nace del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, el Padre que se conmueve cuando nos oprime el mal y caemos bajo el peso del pecado y de la fragilidad.
“La justicia de Dios, por tanto, no quiere distribuir penas y castigos, sino que, como afirma el apóstol Pablo, consiste en hacer justos a sus hijos, liberándonos de las asechanzas del mal, curándonos, levantándonos”
Sólo la misericordia salva
Salvar a todos los pecadores, cargar sobre sus hombros el pecado del mundo entero: he aquí, pues, el sentido de ese gesto perturbador que Jesús hace a orillas del Jordán y que deja estupefacto al propio Juan, he aquí la justicia que vino a cumplir.
“Él nos muestra que la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva, el amor que comparte nuestra condición humana, se hace cercano, comprensivo con nuestro dolor, entrando en nuestras tinieblas para traer la luz”
Francisco citó además a su predecesor, Benedicto XVI, cuyo funeral celebró el pasado 5 de enero, para subrayar la profundidad y la amplitud de esta redención que Dios concede a todos, sin distinción, y que lo lleva a descender él mismo «hasta el fondo del abismo de la muerte, para que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, encuentre la mano de Dios a la que asirse» (homilía del 13 de enero de 2008).
No dividir sino compartir
La tarea más difícil para los cristianos, concluyó el Santo Padre, es precisamente la de ejercer así la justicia no sólo en la Iglesia, sino también en la sociedad, en la vida cotidiana, en las relaciones con los demás. ¿Cómo se consigue? Ciertamente no chismorreando sobre los hermanos, acusando, parloteando, porque parlotear divide, es un arma letal.
San Adrián de Canterbury: prefirió colaborar con el obispo a serlo
Un profesor sabio y virtuoso procedente de Nápoles que hizo mucho bien en Inglaterra
Adriano nació en África. Descubrió que quería dedicarse totalmente a Dios y se consagró a él como monje. Fue abad en un convento cerca de Nápoles, en Italia.
Era un hombre con fama de sabio y virtuoso. Por eso el papa san Vitalino pensó en él cuando buscaba a alguien para fortalecer en la fe a la nación inglesa.
El Papa le propuso convertirse en arzobispo de Canterbury, pero Adriano, con humildad, le dijo que se sentía indigno y le sugirió buscar a otra persona. Incluso le propuso un nombre, Teodoro de Tarso, y se ofreció para ayudarle en su misión.
A san Vitalino le pareció bien y Adriano se convirtió en asistente y consejero del obispo y en abad del monasterio de San Pedro y San Pablo de Canterbury.
En la escuela monástica de Canterbury, el abad enseñó griego, latín, patrística, derecho romano, ciencias eclesiásticas y sobre todo fue un potente testimonio de vida cristiana.
Después de 39 años entregado a la evangelización del país, falleció el 9 de enero del año 710.
Oración
Tú, Señor, que concediste a san Adrián
el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde,
concédenos también nosotros, por intercesión de este santo,
la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación,
tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo,
que vive y reina contigo.
Amén.