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«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».

Necesitamos al Señor

 

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que Él los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. (…) El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. (Del momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020).

 

 

• St. Thomas Aquinas

REFERENCIAS BÍBLICAS

• Mark 4:35-41

Amigos, en la maravillosa historia donde se calma la tormenta del mar somos testigos de la dinámica espiritual entre el miedo y la confianza. Cuando cruzan el lago, los discípulos representan simbólicamente a todos nosotros en un viaje por la vida. Cuando se enfrentan a las poderosas olas, inmediatamente están llenos de temor. Del mismo modo, cuando nos enfrentamos a las pruebas y ansiedades de la vida, la primera reacción es el miedo.

 

 

Jesús está “durmiendo sobre el cabezal”. Él representa el poder divino “dormido” dentro de todos nosotros. Esto simboliza la energía divina que no se ve afectada por las tormentas de miedo que genera nuestro ansioso ego.

A nivel espiritual, vemos que este poder divino calma las olas: “Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”.

Esta hermosa narrativa sugiere que, si solo despertamos a la presencia de Cristo dentro de nosotros, entonces podemos resistir aún las tormentas más aterradoras. Cuando, al final de la historia, Jesús pregunta a sus desconcertados discípulos: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?” parece sorprenderse que aún no hayan experimentado ese cambio de corazón necesario para vivir en el Reino de Dios.

 

 

Tomás de Aquino, Santo

Memoria litúrgica, 28 de enero

Presbítero y Doctor de la Iglesia

 

Martirologio Romano: Memoria de santo Tomás de Aquino, presbítero de la Orden de Predicadores y doctor de la Iglesia, que, dotado de gran inteligencia, con sus discursos y escritos comunicó a los demás una extraordinaria sabiduría. Llamado a participar en el Concilio Ecuménico II de Lyon por el papa beato Gregorio X, falleció durante el viaje en el monasterio de Fossanova, en el Lacio, el día siete de marzo, y muchos años después, en este día, sus restos fueron trasladados a Toulouse, en Francia (1274).

Fecha de canonización: 18 de julio de 1323 por el Papa Juan XXII

Breve Biografía

Nació hacia el año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecassino, luego en Nápoles.

A los 18 años, contra la voluntad del padre y hasta perseguido por los hermanos que querían secuestrarlo, ingresó en la Orden de Predicadores, y completó su formación en Colonia donde tuvo por Maestro a San Alberto Magno, y después en París. Mientras estudiaba en esta ciudad se convirtió de estudiante en profesor de filosofía y teología. Después enseñó en Orvieto, Roma y Nápoles.

Suave y silencioso (en París lo apodaron «el buey mudo»), gordo, contemplativo y devoto, respetuoso de todos y por todos amado, Tomás era ante todo un intelectual. Continuamente dedicado a los estudios hasta el punto de perder fácilmente la noción del tiempo y del lugar: durante una travesía por el mar, ni siquiera se dio cuenta de la terrible borrasca y el fuerte movimiento de la nave por el choque de las olas, tan embebido estaba en la lectura.

 

Pero no eran lecturas estériles ni fin en sí mismas. Su lema, «contemplata aliis tradere», o sea, hacer partícipes a los demás de lo que él reflexionaba, se convirtió en una mole de libros que es algo prodigioso, más si se tiene en cuenta que murió a los 48 años.

En efecto, murió en la madrugada del 7 de marzo de 1274, en el monasterio cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el B. Gregorio X. Su obra más famosa es la Summa theologiae, de estilo sencillo y preciso, de una claridad cristiana, con una capacidad extraordinaria de síntesis. Cuando Juan XXII lo canonizó, en 1323, y algunos objetaban que Tomás no había realizado grandes prodigios ni en vida ni después de muerto, el Papa contestó con una famosa frase: «Cuantas proposiciones teológicas escribió, tantos milagros realizó».

El primado de la inteligencia, la clave de toda la obra teológica y filosófica del Doctor Angélico (como se lo llamó después del siglo XV), no era un intelectualismo abstracto, fin en sí mismo. La inteligencia estaba condicionada por el amor y condicionaba al amor. «Luz intelectual llena de amor – amor de lo verdadero pleno de alegría» -cantó Dante, que tradujo en poesía el concepto tomístico de inteligencia – bienaventuranza.

El pensamiento de Santo Tomás ha sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos de los seminaristas, y gracias a León XIII y a Jacques Maritain ha vuelto a florecer en nuestros tiempos. Y tal vez particularmente actuales, más que las grandes Summae, son precisamente los Opúsculos teológico -pastorales y los Opúsculos espirituales.

Oración de San Tomás de Aquino

 

Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

¡Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

Señor, ¿duermes?

Santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41.

 

 

Sábado III del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te doy las gracias por este momento que Tú me regalas para encontrarme contigo. Creo en ti, Jesús, pero ayúdame a creer con firmeza. Confío en ti, en tu poder, pero, ayúdame a saber abandonarme en tus brazos. Te amo, mas regálame una experiencia de tu amor. Tú me amas, Jesús, sin importar lo que haga. Me amas por ser quien soy… yo te quiero amar y alabar por ser quien eres. Gracias, Jesús, por ser quien eres. A ti la alabanza, la gloria y mi amor por siempre. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41

 

 

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas. De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “Cállate, enmudece!”. Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “ Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”. Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “Quien es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, Tú duermes en medio de una tormenta. No sé cómo puedes hacerlo. Es como si yo viajara en un avión, el piloto dijera que acaba de perder el control de la nave y que es posible que nos estrellemos, y yo pidiera a la azafata un par de audífonos para ver una película… ¿es que no te importa que se hundan? La misma pregunta me surge muy a menudo Señor, veo tanto mal en el mundo, tanta violencia, tanta injusticia… y Tú callas, casi como si durmieses… ¿Es que no te importa a dónde vaya a parar este mundo?, ¿o acaso duermes y no te enteras que vamos a la deriva? Te miro en silencio, allí, en el sagrario y me pregunto si duermes, si no te importa tanto dolor… Tú despertaste, Señor, e increpaste al mar y al viento… y te obedecieron. En un segundo cambiaste la tempestad en calma y la incredulidad de tus discípulos, en fe.

Miro alrededor, Señor, y me doy cuenta que de ninguna manera duermes, que trabajas.

Tantos misioneros, tantos sacerdotes y almas consagradas, tantos laicos que, en silencio, transforman las peores tempestades en paz, portando tu palabra a los hospitales, pan a los hambrientos y consuelo a los tristes… No duermes, Jesús. Trabajas…sí, pero en silencio. Y yo ni escucho tu voz ni veo tus obras porque estoy más ocupado viendo y escuchando el mar y el viento que mirando tus obras. Jesús, me miras allí, hablando en lo profundo de mi corazón, y me invitas a dejarme de lamentos estériles y a ponerme a trabajar por la extensión de tu Reino.

Confío en ti, Jesús. ¡Aumenta mi confianza! Yo también quiero trabajar por tu Reino y por mis hermanos. Lo haré. Dame la fuerza que necesito.

 

«Prometemos que nunca los olvidaremos. Nunca vamos a dejar de hablar por ustedes. Les aseguramos que haremos todo lo posible para abrir los ojos y los corazones del mundo. La paz no es el fin de la historia. La paz es el inicio de una historia ligada al futuro. Europa debería saber esto mejor que cualquier otro continente. Esta hermosa isla [Lesbos], donde nos encontramos ahora, es sólo un punto en el mapa. Para domar el viento y el mar agitado Jesús ordenó al viento que cesase justo cuando la barca en el que estaban él y sus discípulos estaba en peligro. Luego la calma siguió a la tormenta». (Cf Discurso de S.S. Francisco, 16 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

 

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré una oración especial por todos los refugiados y migrantes, para que experimenten la consolación de una persona que trabaje en silencio por la extensión del Reino de Dios.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

El arte de dormir

¡Escuchar es un arte, y no por cierto de los menos trabajosos!

Cuenta Juan Casiano (360-430, aprox.) en el libro de las Instituciones que hubo una vez en el desierto de la Tebaida un monje llamado Maquete. Este monje era ya viejo, y a fuerza de insistentes ruegos y súplicas había alcanzado del Señor una gracia muy especial: “la de no sorprenderle jamás el sueño durante las conferencias espirituales, ya tuvieran lugar éstas de noche o de día”.

¡La gracia de no quedarse dormido mientras sus hermanos le hablaban de Dios! Esto era todo lo que suplicaba al cielo este santo seguidor de Jesucristo. ¿Pedía poco? Si así lo cree usted, lector, vaya a darse una vuelta un domingo cualquiera por la que guste de nuestras iglesias, a la hora de la Misa, y se encontrará usted con cientos de hombres y mujeres que no han alcanzado ni siquiera una mínima parte de esa gracia tan ancha y tan alta. Obsérvelos, sobre todo, en el momento del sermón para que vea que Maquete no era precisamente un iluso al pedir lo que pedía. ¡Dios mío, cómo roncan algunos, cómo bostezan, cómo se ponen en posición fetal mientras el orador se desgañita!

“Voy a definirle lo contrario de un pueblo cristiano –dice el párroco de Torcy en esa gran novela de Georges Bernanos (1888-1948) que es su Diario de un cura rural-: lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete usted que la definición tiene muy poco de teológica, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en Misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles la alegría. E incluso si se supieran de memoria el Catecismo de Trento, no estarían probablemente más alegres”.

 

¡Si Eutico, ese joven del que nos habla el libro de los Hechos de los apóstoles, hubiera pedido a Dios lo mismo que Maquete, no le habría ido tan mal en la vida! Porque fue el caso que, oyendo a San Pablo que predicaba, se quedó dormido en el borde de una ventana, donde se había sentado, y cayó desde el tercer piso, “de modo que lo levantaron ya cadáver” (Hechos de los apóstoles 20, 7-12).

Sí, es muy peligroso quedarse dormido cuando se habla de Dios. Y, si no me cree usted, llame a Eutico para que él personalmente se lo explique.

“En cambio –sigue diciendo Casiano a propósito de Maquete-, no bien alguien intentaba decir una palabra de difamación, o simplemente ociosa, se dormía al instante sin remedio. Tanto era así, que la palabra venenosa no tenía ya tiempo de llegar a sus oídos”.

¡Ay, si así nos durmiéramos nosotros cuando alguien nos invita a participar de su charla insustancial! Cuando le hablaban de Dios, Maquete abría los ojos y se mostraba atentísimo, pero apenas alguien empezaba a difamar a un hermano o simplemente a decir tonterías, el santo monje empezaba a roncar a pierna suelta.

Cuando, hace ya algunos años, leí por primera vez las Instituciones de Casiano, pedí a Dios con insistentes suplicas me concediera –a mí, pecador-una gracia semejante, y algo creo haber obtenido de aquellos juveniles ruegos, pues si bien es cierto que a veces me quedo dormido en uno que otro sermón, también es verdad que los discursos que no hablan de Dios ni remiten a Él acaban siempre por hacerme bostezar.

 

 

¿Cómo hacen algunos para hablar constantemente de fútbol, de plantas y animales o del último video de Madonna sin aburrirse? ¡Hablan siempre de lo mismo y ni siquiera dan muestras de cansancio! ¿Cómo lo hacen, cómo lo consiguen? Yo no podría. A mí, cuando alguien empieza a hablarme de política o de índices de precios y cotizaciones, me gana en seguida el bostezo y me da por cabecear. Claro que en tales situaciones asiento gravemente con la cabeza y hasta digo que sí, pero en el fondo quisiera dormirme de una vez por todas.

He llegado al punto, si puedo decirlo así, en el que tanto la izquierda como la derecha me dan lo mismo y ya sólo me preocupan dos cosas: el arriba y el abajo. De donde infiero que Dios no fue del todo sordo a mis plegarias y algo me concedió de aquella gracia sinceramente suplicada.

Una persona a la que aprecio no poco, para no dar pie a comentarios inconvenientes, cuando alguien va y le dice algo malo de algún conocido común, no se duerme como Maquete (es demasiado cortés y no llegaría a tales extremos), pero sí pregunta al difamador:

-¿Serías capaz de sostener lo que dices en su presencia?

 

 

¡Santo remedio! Entonces, como los viejos del Evangelio, los acusadores retroceden espantados y dejan caer la piedra con que intentaban herir al pecador: bien saben que no podrían sostener en su presencia nada de lo que acaban de decir.

¡Escuchar es un arte, y no por cierto de los menos trabajosos! Ante una palabra difamatoria habría que preguntar: “¿Eres capaz de sostener lo que acabas de decir?”. Lo más seguro es que no pueda hacerlo; pero, si por alguna razón, dijera que sí, entonces ¿qué es lo que sigue? Echarnos a roncar “para que la palabra venenosa no tenga tiempo ya de llegar a nuestros oídos”.

 

 

Cinco vias de Santo Tomas

Explicación breve de las cinco vias para la demostración de la existencia de Dios según Santo Tomás.

La existencia” de Dios no pertenece “necesariamente” a la fe. A esta verdad puede acceder el hombre mediante su razón. Esto no quita que también esta verdad esté revelada (la encontramos en la Sagrada Escritura).

Por este motivo, el Concilio Vaticano I (1869-1870), definió contra el fideísmo y el agnosticismo la posibilidad universal de conocer a Dios, por medio de la sola razón natural (de aquí que esta verdad sea enumerada entre los “preámbulos de la fe”). De todos modos, como no todos los hombres llegan a este conocimiento por su razón (a causa de la debilidad que ha dejado en nuestra inteligencia el pecado original) hay una “necesidad moral” de que esta verdad sea revelada por Dios, para que lleguen a la misma todos los hombres, prontamente y sin mezcla de error.

Las pruebas más tradicionales para demostrar la existencia de Dios son estas cinco vías expuestas de modo magistral por Santo Tomás de Aquino (“Suma Teológica”, Prima pars, cuestión 2, artículo 3). Son éstas pruebas propiamente metafísicas. Estas vías son cinco argumentos a posteriori (a partir de las cosas más conocidas por el hombre) que demuestran la existencia de Dios; así, por ejemplo:

Primera Vía

La primera es la vía del movimiento: la realidad del cambio o del movimiento (en sentido aristotélico) exige necesariamente la existencia de un primer motor inmóvil, porque no es posible fundarse en una serie infinita de iniciadores del movimiento.

Segunda Vía

La segunda es la vía de las causas eficientes: puesto que las causas eficientes forman una sucesión y nada es causa eficiente de sí mismo, hay que afirmar la existencia de una primera causa.

Tercera Vía

La tercera es la vía de la contingencia y del ser necesario: como es un hecho que hay seres que existen y que podrían no existir, esto es, que son contingentes, es forzoso que exista un ser necesario, ya que, de otra forma, lo posible no sería más que posible.

Cuarta Vía

La cuarta es la vía de los grados de perfección: puesto que todas las cosas existen según grados (de bondad, verdad, etc.), debe también existir el ser que posee toda perfección en grado sumo, respecto del cual las demás se comparan y del cual participan.

Quinta Vía

La quinta es la vía teleológica o del orden y la finalidad: existe un diseño o un fin en el mundo, por lo que ha de existir un ser inteligente que haya pretendido la finalidad que se observa en todo el universo.

Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar “argumentos complementarios”. Estas son:

1) La demostración por el consentimiento universal del género humano: todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien, como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan importante y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad entera: ¡Creo en Dios!

2) Por el deseo natural de la perfecta felicidad: consta con toda certeza que el corazón humano apetece la plena y perfecta felicidad con un deseo natural e innato; consta también con certeza que un deseo propiamente natural e innato no puede ser vano, o sea, no puede recaer sobre un objetivo o finalidad inexistente o de imposible adquisición; y consta, finalmente, que el corazón humano no puede encontrar su perfecta felicidad más que en la posesión de un Bien Infinito. Por tanto, existe el Bien Infinito al que llamamos Dios.

3) Por la existencia de la ley moral: existe una ley moral, absoluta, universal, inmutable, que prescribe el bien, prohibe el mal y domina en la conciencia de todos los hombres. Ahora bien, no puede haber ley sin legislador, como no puede haber efecto sin causa. Este legislador ha de ser, al igual que esa ley, absoluto, universal, inmutable, bueno y enemigo del mal. Esto es lo que denominamos Dios.

4) Por la existencia de los milagros: el milagro es, por definición, un hecho sorprendente que es realizado a pesar de las leyes de la naturaleza, ya sea suspendiéndolas o anulándolas en un momento dado. Ahora bien, es evidente que sólo aquel que domine y tenga poder absoluto sobre estas leyes puede suspenderlas o anularlas a su arbitrio. Por tanto, existe un Ser supremo que tiene ese poder soberano.

Es evidente que no he hecho más que exponer el núcleo central de todos estos argumentos. Para entenderlos bien y ver su fuerza probativa, es necesario estudiarlos en profundidad y con los textos completos. Estos textos puede Usted encontrarlos en:

-Santo Tomás, Suma Teológica, Primera parte, cuestión 2, artículo 3 (conviene leer también algún comentario; por ejemplo, R. Garrigou-Lagrange, “Dios, su existencia y su naturaleza”, Ed. Palabra, Madrid).

-Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro I, capítulo 13.
De modo resumido y muy claro para quien no tiene mucha formación filosófica puede encontrarlo en el libro clásico de Hillaire, “La religión demostrada” (Barcelona 1955; hay numerosas ediciones); o: Antonio Royo Marín, “Dios y su obra” (Ed. BAC, Madrid 1963).

Estos argumentos, sin embargo, sólo nos llevan a conocer la existencia de Dios. Pero la naturaleza misma de Dios, su misterio íntimo, sólo es alcanzado por revelación del mismo Dios. Jesucristo es el revelador del Padre, es decir, del misterio íntimo de la Santísima Trinidad. Y esto sólo se alcanza recibiendo la fe, la cual nos viene por medio de la Iglesia fundada por Cristo.

 

 

Tomás de Aquino, un grande en todos los sentidos

 

El patrón de los estudiantes y las escuelas católicas tenía una mente tan prodigiosa como su humildad

Santo Tomás de Aquino es un brillante y reconocido filósofo y teólogo medieval, Doctor de la Iglesia, patrón de los estudiantes y las universidades y escuelas católicas.

Se pasó la vida sumergido en libros, pero a la vez fue muy humano. De familia noble y formación exquisita, siendo un niño fue enviado a estudiar al famoso monasterio de Montecassino.

Permaneció allí hasta pasada la adolescencia. Pero a pesar de que su familia hizo todo lo que pudo por evitarlo, se hizo dominico: sí, un pobre fraile predicador itinerante.

Físicamente era un hombre alto y corpulento aunque solía mostrarse taciturno y silencioso. Por eso algunos le llamaban el «buey mudo». Tenía una mente prodigiosa y era conocido por su sencillez, su humildad y su bondad.

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Escribió grandes libros que se han convertido en clásicos, entre ellos la Summa Theologica, que ha ayudado a muchas personas a creer en Dios con sus profundos argumentos a favor de su existencia.

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También sus obras más poéticas siguen vigentes, como sus famosos himnos a la Eucaristía Adoro te Devote y Pange Lingua.

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Millones han rezado a Dios y siguen haciéndolo con oraciones del llamado Doctor Angélico.

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Y su sabiduría traspasa credos y fronteras.

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Pero el 6 de diciembre de 1273, después de un éxtasis de los que le dejaban abstraído en ocasiones, dejó de escribir. ¿La razón? Él mismo la explicó así a un profesor y amigo suyo que le animaba a continuar:

«No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada».

Ya a punto de morir, pronunció este acto de fe:

«Si en este mundo hubiese algún conocimiento de este sacramento mas fuerte que el de la fe, deseo ahora usarlo en afirmar que creo firmemente y sé de cierto que Jesucristo, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María está en este Sacramento… Te recibo a Ti, el precio de mi redención, por cuyo amor he velado, estudiado y trabajado. A Ti he predicado, a Ti he enseñado. Nunca he dicho nada en Tu contra: si dije algo mal, es sólo culpa de mi ignorancia. Tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, así que someto todas ellas al juicio y enmienda de la Santa Iglesia Romana, en cuya obediencia ahora dejo esta vida».