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Eleuterio de Tournai, Santo

Obispo, 20 de febrero

Martirologio Romano: En Tournai, en la Galia Bélgica, san Eleuterio, obispo (c. 530).

Etimológicamente: Eleuterio = Aquel que se comporta con generosidad y libertad, es de origen griego.

Breve biografía

Este nombre, raro en nuestros días, era muy común en los primeros siglos del cristianismo, y lo llevan catorce santos, entre los cuales un Papa que gobernó la Iglesia del año 175 al 189 y que parece murió mártir.

Hoy el Martirologio Romano recuerda a dos obispos con el mismo nombre: San Eleuterio de Constantinopla, que gobernó a la Iglesia bizantina a comienzos del siglo II o a fines del siglo V. La fecha es muy imprecisa. EL otro es San Eleuterio, obispo de Tournai (Bélgica), en donde se le tiene mucha devoción.

Este santo, muy popular en el norte de Europa, vivió en un periodo sumamente difícil en la historia de Francia: probablemente nació en el año 456, y murió en el 531.

Es la época en que la Galia, ya meta de varias migraciones bárbaras, como la de los Burgundes y la de los Visigodos – convertidos mal al cristianismo, pues pasaron de la idolatría a la herejía arriana – se convirtió en tierra de conquista de los Francos del rey Clodoveo. A la conversión de estos contribuyeron la esposa cristiana, Clotilde, venerada como santa, el obispo de Reims, San Remigio, y San Eleuterio, elegido obispo de Tournai en el 484, cuando Clodoveo había hecho de esta ciudad la capital de su reino, antes de emprender la conquista de la región parisiense.

Aunque no poseamos ningún documento históricamente seguro sobre la actividad de este santo obispo y sobre su obra misionera, una biografía atribuida a San Medardo, coetáneo y hasta compañero de juegos en la infancia, cuenta muchas anécdotas de la vida de San Eleuterio y sobre sus contactos con el rey pagano Clodoveo. EL mismo Medardo le predijo que un día llegaría a ser obispo, pero esa profecía equivalía a un augurio de vida difícil, incluyendo el martirio.

 

 

Los pueblos bárbaros, que de las regiones orientales se iban trasladando hacia las verdes colinas de Francia, no conocían otra autoridad sino la de su rey. A1 obispo de Tournai le correspondió la tarea de sembrar la palabra de Dios entre un pueblo rudo e idólatra, los Francos, que en el 506 recibirán en masa el bautismo, siguiendo el ejemplo de su rey, después de la victoria contra los Alemanes de Tolbiac. Pero el honor de esta abundante mies le corresponderá a San Remigio. En la catedral de Tournai, meta de numerosas peregrinaciones, reposan los restos de San Eleuterio, el humilde e infatigable obrero del Evangelio, que tuvo como campo de trabajo la nueva frontera del cristianismo, representada por los pueblos bárbaros.

 

 

Y tú, ¿qué estás haciendo de extraordinario?

Santo Evangelio según san Lucas 6, 27-38. Domingo VII del Tiempo Ordinario

 

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame la gracia de vivir lo ordinario, de una manera extraordinaria.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 6, 27-38

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados; den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque son la misma medida con que midan, serán medidos”.

Palabra del Señor.

 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando una persona verdaderamente ama a otra persona, lo demuestra. Lo demuestra de muchas maneras, con detalles, palabras, regalos, etc. Todo esto es muy bueno pero muchas veces, secundario, pues si esa demostración de amor sólo se basa en esas cosas, el final es muy evidente. Sin embargo, cuando este amor se demuestra queriendo lo mejor para la otra persona, es decir, llevándola a sacar lo mejor de sí misma, ahí es cuando se puede decir que hay una verdadera amistad, cuando hay verdadero amor. Es verdad que puede ser exigente y puede costar, pero al final habrá valido la pena.

Jesús nos invita a sacar lo mejor de nosotros mismos y nos lleva a salir de nuestra zona de confort. No porque nos quiera «complicar la vida», sino porque sabe que estamos hechos para amar y sólo en el amor encontramos el sentido de nuestra existencia. Por tanto, nos invita a amar, no a medias, no solamente con una parte de nuestro corazón, sino en totalidad.

«¿Qué estás haciendo de extraordinario?» -nos dice. Jesús nos invita a vivir la vida que muchas veces podemos considerar ordinaria, de una manera extraordinaria. Nos invita a vivir, no con un amor limitado por el rencor, la envidia, o nuestra zona de confort, sino con un amor que libera, que siempre va más allá… Nos invita a amar como Él ama.

 

 

«Una invitación acompañada de cuatro imperativos, podríamos decir de cuatro exhortaciones que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo cotidiano de la vida. Son cuatro acciones que darán forma, darán carne y harán tangible el camino del discípulo. Podríamos decir que son cuatro etapas de la mistagógica de la misericordia: amen, hagan el bien, bendigan y rueguen. Creo que en estos aspectos todos podemos coincidir y hasta nos resultan razonables. Son cuatro acciones que fácilmente realizamos con nuestros amigos, con las personas más o menos cercanas, cercanas en el afecto, en la idiosincrasia, en las costumbres» (Homilía de S.S. Francisco, 19 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Aprovechar una actividad de día para crecer en el amor, mediante un acto de caridad oculta.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

La falsa compasión

Vivir responsablemente exige a veces incomodar a otros

 

«La piedad peligrosa» es una interesante novela de Stefan Zweig. Un joven teniente austríaco es invitado a una fiesta. Durante la celebración invita a bailar a la hija del dueño de la mansión, sin saber que la joven está impedida. Al día siguiente le envía unas flores para pedir disculpas por el incidente y, a raíz de ese detalle, la chica piensa que el teniente se ha enamorado de ella.

El protagonista parte de una noble y buena sensibilidad ante el dolor ajeno. Es un hombre que se propone ayudar hasta donde puede a todos. Cualquier indefensión reclama su interés. Sin embargo, esa buena disposición se encuentra de pronto con un difícil escollo. Su deseo de no hacer sufrir, de no incomodar, de evitar el dolor ajeno, le lleva a un prolongar el pequeño malentendido que se ha producido en la fiesta. Por no entristecer a aquella ilusionada y caprichosa chica inválida, retrasa una y otra vez la necesaria aclaración sobre su supuesto amor por ella, y se ve envuelto poco a poco en un inmenso absurdo que tiene consecuencias cada vez más trágicas para él y para aquellos a quienes quería evitar cualquier daño.

 

 

Todo empezó por un mero y piadoso no decir la verdad, sin voluntad o incluso contra su voluntad. Al principio no fue un engaño consciente, pero enseguida se vio enredado, y por empezar con una primera mentira por compasión, vio que ahora tenía que mentir con gesto impenetrable, con voz convencida, como un consumado delincuente que planea cada detalle de su acción y su defensa. Por primera vez empezaba a entender que lo peor de este mundo no viene provocado por la maldad, sino casi siempre por la debilidad.

Hay dos clases de compasión. Una, la débil, la sentimental, que no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la embarazosa conmoción que se padece ante la desgracia ajena; esa compasión no es propiamente compasión, es tan solo un apartar instintivamente el dolor ajeno, que es causa de nuestra propia ansiedad. La otra, la verdadera compasión, está decidida a resistir, a ser paciente, a sufrir y a hacer sufrir si es necesario para ayudar de verdad a las personas.

Aquel hombre tenía que decir y hacer algo que le resultaba difícil, y lo retrasó una y otra vez. Prolongó aquella situación absurda, entre otras cosas porque estaba halagado por la vanidad, y la vanidad es uno de los impulsos más fuertes en las naturalezas débiles, que sucumben fácilmente a la tentación de lo que visto desde fuera parece admirable o valeroso.

Por falsa compasión muchas veces se miente, se engaña, se elude la verdad costosa, las realidades incómodas, las responsabilidades molestas. Se miente para no contrariar, para evitar un daño que luego vuelve multiplicado; se elude la verdad difícil de decir pero apremiante, aunque sabemos que no desaparecerá por ignorarla; por falsa compasión se consienten prácticas o situaciones reprobables en la empresa o la familia, que no se afrontan por no perjudicar a algunos, aun sabiendo que tolerarlo es un daño mucho mayor.

 

 

La falsa compasión hizo de aquel joven teniente un hombre mísero que dañaba infame con su debilidad, que perturbaba y destruía con su compasión. Como él, todos deberíamos esforzarnos en distinguir si la compasión que en determinado momento sentimos no encubre egoísmo o debilidad. Debemos reconocer sinceramente que consentir y mimar a los hijos, malacostumbrar a los que están bajo nuestra responsabilidad, no exigir el respeto que merecen los derechos de los ausentes (la falsa compasión suele inclinarse contra los que no nos ven), son ocasiones en que nos compadecemos equivocadamente y cerramos los ojos a la realidad.

Vivir responsablemente exige a veces incomodar a otros. Por ejemplo, educar, formar, supone siempre una cierta constricción, contrariar, negar consuelos que podríamos dar pero que no debemos dar. Es cierto que debemos ser flexibles, pero ceder a la falsa compasión es hacer daño. Un daño que quizá a primera vista no parece tal, pero que tarde o temprano vuelve, con terquedad, y más crecido, más real, menos evitable.

 

 

Jesús nos invita a ver con el corazón y sin prejuicios

El Papa recibe a los miembros ciegos y con discapacidad visual de la Asociación «Voir Emsemble».

 

“Deja que Jesús venga a ti, sane tus heridas y te enseñe a ver con el corazón”. Esta fue la invitación del Papa Francisco al recibir, esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a los miembros de la Asociación Voir Ensemble (Ver juntos) de Francia, constituida por personas ciegas o con deficiencias visuales, que realizan una peregrinación a Roma. Un signo, les dijo el Santo Padre, de la plena participación de los fieles con discapacidad en la comunión de la Iglesia.

La mirada de Jesús nos precede

El encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento, episodio narrado en el Evangelio de Juan (cf. Jn 9,1-41) fue el punto de partida del discurso del Pontífice, quien recordó que es el Señor quien se acerca al ciego y ve que necesita ser liberado, salvado.

“La mirada de Jesús nos precede, es una mirada que llama al encuentro, que llama a la acción, a la ternura, a la fraternidad”, afirmó Francisco. Y esto, continuó diciendo el Papa, es lo que el Señor nos llama a cultivar: la ternura y el estilo del encuentro. No como sus discípulos atrapados en la mirada que se tenía en aquella época de los ciegos, como nacidos en pecado o castigados por Dios, “prisioneros de una mirada de exclusión”.

«En una cultura de prejuicios, Jesús rechaza radicalmente esta forma de ver», puntualizó el Papa.

 

 

Jesús no es indiferente al sufrimiento

“Hoy, por desgracia, estamos acostumbrados a percibir sólo el exterior de las cosas, el aspecto más superficial. Nuestra cultura dice que las personas son dignas de interés según su aspecto físico, su ropa, sus bonitas casas, sus coches de lujo, su posición social, su riqueza”, advirtió el Papa al recordar que, como enseña el Evangelio, también la persona enferma o discapacitada, a partir de su fragilidad y de su limitación, puede estar en el centro del encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe. En otras palabras, Jesús invita a actuar inmediatamente, para consolar, aliviar y curar las heridas del otro, a “no permanecer indiferentes ante el sufrimiento”, a tender una mano a quienes lo necesitan, pues” la Iglesia es como un hospital de campaña”.

La paradoja de la ceguera

 

 

Retomando el pasaje evangélico, Francisco llama la atención sobre la paradoja que revela ya que el ciego al encontrarse con “Aquel que es la Luz del mundo” llega a ver, mientras “los que ven, a pesar de encontrarse con Jesús, siguen siendo ciegos e incapaces de ver”. Una paradoja que a decir del Papa atraviesa muy a menudo nuestra propia vida y nuestra forma de creer.

En su discurso el Papa se refirió a una frase del libro “El Principito” de Saint-Exupéry, en el escribía: No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es Invisible a nuestros ojos”. De allí el llamado a ver con los ojos de Dios. “Jesús nos invita a renovar nuestra forma de ver a las personas y las cosas. Nos propone una visión siempre nueva de nuestras relaciones con los demás, especialmente en la familia, de nuestra fragilidad humana, de la enfermedad y de la muerte. Nos invita a ver todo esto con los ojos de Dios”. Esto, añadió el Santo Padre, porque “la fe no se reduce a un conjunto de creencias teóricas, tradiciones y costumbres. Es un vínculo y un camino de seguimiento de Jesús, que renueva nuestra manera de ver el mundo y a nuestros hermanos.

 

 

Ser testigos de la luz de Dios con sencillez

El Papa concluyó su discurso recordando a los miembros del la Asociación “Voir ensemble” que deben ser testigos de la luz como el ciego cuando profesaba su fe diciendo con sencillez: “Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo” (Jn 9,25). En este contexto, recordó que todos estamos llamados a dar testimonio de Jesús en nuestra vida con el estilo de la acogida y el amor fraterno.

“Deja que Jesús venga a ti, sane tus heridas y te enseñe a ver con el corazón. Sólo Él conoce verdaderamente el corazón del hombre, sólo Él puede liberarlo de la cerrazón y la rigidez y abrirlo a la vida y la esperanza”, concluyó el Papa.

 

 

¿Cómo orar cuando es «de noche»?

La oración es una contemplación radiante de Cristo pero también puede ser un grito en la noche en busca de su amor.

 

La oración es una contemplación radiante de Cristo pero también puede ser un grito en la noche en busca de su amor. Puede ser un diálogo amistoso, cordial, sereno o también un esperar madurado en la soledad aparente de su ausencia.

No siempre experimentamos, sentimos la cercanía de Dios. Al entrar en la oración nos disponemos a caminar junto a Él pero a veces su presencia no es tan tangible. Aparentemente nos abandona, o también puede darse, le abandonamos por el pecado. ¿Cómo rezar cuando es «de noche» en nuestro interior?

La noche no interrumpe la historia de salvación y de amor

La noche no interrumpe la historia de Dios con el hombre. La noche es tiempo de salvación:• De noche Abraham contaba tribus de estrellas; de noche prolongaba la voz de la promesa (Gn. 15, 5).

 

• De noche descendía la escala misteriosa de Dios hasta la misma piedra donde Jacob dormía (Gn. 28, 12).
• De noche celebraba Dios la Pascua con su pueblo, mientras en las tinieblas volaba el exterminio (Ex. 12, 1-14).
• De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre; de noche eran los sueños la lengua más profunda de Dios (1Sm. 3, 1-10).
• De noche, en un pesebre, nacía la Palabra; de noche lo anunciaron el ángel y la estrella (Lc. 1; Mt. 2).
• La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección (Mt. 27, 57-61; 28, 1-6).

¿Cuándo experimentamos que es «de noche» en nuestro interior?

Hay diversos modos de experimentar la noche en la vida espiritual.

• Me siento solo: Es un llamado para vivir escondidos con Cristo en Dios (Col 3,3). La noche es fin del día pero también inicio del amanecer. Es ausencia de luz, no tiene entidad, es negación de la realidad luminosa.

Así cuando nos sentimos solos en la noche tenemos que aprender a mirar arriba. La noche está presidida por las estrellas, por el silencio que habla al corazón. Se escuchan ruidos nuevos, gritos, deseos, intimidades que brotan de una situación desconocida o prolongada a veces. La soledad nos debe llevar a alzar la vista, dejar que este sentimiento de abandono aparente sea iluminado por la luz de la promesa. Alaba al Señor, bendícelo, dale gracias por los infinitos regalos con los que te ha revestido. Atrévete a contar estrellas, regalos y verás cómo no alcanzas. Así es Él, te ha acompañado cada día de tu existencia, del mismo modo que lo hizo con Abraham. Tú eres heredero de esa promesa y Dios es siempre fiel. El cielo te recordará la promesa y las estrellas serán su voz. ¡No estás solo, levántate y camina!

 

• No encuentro a Cristo, me siento como en el desierto: La noche en un desierto es fría, constante, silenciosa pero a la vez habitada por ruidos desconocidos. La ausencia de Cristo en mi interior me recuerda esta experiencia. Nada me llena porque Cristo no está conmigo. Mi alma se ha vaciado, se ha enfriado. Tiene sed del Dios vivo (Sal. 42, 3) pero Él aparentemente no se hace presente. Duermo muchas veces soñando despertar en sus brazos, pero no está. Sin embargo, Él vela mi sueño con su sueño. Está dormido en mi interior pero su Corazón vela, como una Madre con su hijo (Is 49.15). Y de noche, en ese aparente desierto interior desciende una escala misteriosa hasta mi corazón. Esta escala me enseña que mi oración tiene que ser sencilla y confiada. Buscar subir un peldaño cada día. Aunque parezca que no avanzo. Este aparente sueño de Dios es para que despierte a una vida de mayor generosidad, para que vea desde lo alto de la escalera mi vida, mi corazón y mi futuro. ¡Despierta alma mía, sube, camina, confía!

• Mis sentimientos van por un lado y la Voluntad de Dios por otro: la salvación nos llega a través del paso de Dios por nuestra vida. Esta es la noche santa en la que Dios se hizo presente en la vida de Israel, en su Iglesia y también en la tuya. Es una noche en la que salimos del Egipto seductor, dejamos una vida de esclavitud para encontrarnos con Dios. Deja a tus «faraones», aquellos que te oprimen y te esclavizan. Sal de tu «Egipto» con confianza, Dios hará milagros en tu camino. Aunque sientas oscuridad, aunque te presentes delante de un mar inmenso de dudas, temores y debilidades, Él quiere ser tu Camino, tu Vida y tu Verdad. ¡Levántate, camina, cruza el mar rojo camino de la tierra prometida! ¡Vive para Dios, aliméntate del Cordero inmolado que fortalecerá tu voluntad para caminar hacia la tierra prometida del cielo!

• El pecado me tiene atado: desde el cielo desciende la Palabra. Se esconde en medio del silencio de la noche. Aparece en Belén. En la oscuridad de mi alma manchada por el pecado nace una nueva esperanza. «Os anuncio una buena nueva, os ha nacido un Salvador» (Lc. 2, 10-11). Para entrar en Belén y encontrar a la luz del mundo tienes que ser humilde, agacharte. Sí, reconocer tu pecado reconociendo a tu Salvador. Él vino por ti y por mí. Por todos. Quizás no te sientas digno, pero puedes todavía ofrecerle el oro de tu corazón, el incienso de tu voluntad y la mirra de tus pensamientos. Deja que el niño en Belén te renueve y te lleve a su corazón. Te transportará hasta la cruz y allí encontrarás ese costado abierto que te sanará. ¡Agáchate con humildad, entra, adora y confiesa tu miseria para ser iluminado por la ternura de Dios!

 

• Vivo un momento de purificación interior: la mano de Dios nos envuelve con cariño. En su pedagogía a veces puede ser que con una caricia tierna nos cubra la vista interior para que nos purifiquemos. Nos ayuda así a «no ver» para escuchar más atentamente. Purifica el amor para que vivamos en el Amor y por el amor. Sin ver en esta noche, siendo purificado, escucharás tu nombre mejor, con mayor nitidez, no sólo una vez sino hasta tres veces, como Samuel. Y entenderás entonces que Dios tiene una misión para ti, que te ama y que te envía. ¡Despierta, escucha, no duermas, Dios te envía con amor para predicar el Amor!

• Experimento un dolor, una pérdida, una cruz pesada: las tinieblas envolvieron el Calvario. La naturaleza quiso manifestar su luto ante la muerte del Hijo de Dios. También tu naturaleza humana ante el dolor se transforma. Se llena de tinieblas, se une al dolor de Cristo, al silencio de la vida. Pero no te olvides en tu oración, en tu dolor, que en medio de este silencio, de esta oscuridad brotó agua y sangre del costado. Déjate limpiar por el agua de la vida, que tu sed de amor, de consuelo, de infinitud sea saciada por el agua del amor de Dios. Y que tu fe, esperanza y caridad resuciten cada día escondido en el costado de Jesús. Allí espera la resurrección, allí medita tu dolor, la muerte. Allí contémplate en lo alto de la cruz junto a tu Redentor. Así, serás también llevado al sepulcro. Será también de noche, habrá silencio, pero al tercer día, muy temprano escucharás un tremendo estruendo: la piedra ha sido removida porque el sepulcro no puede contener al que es la Vida. ¡Despierta, camina, sal y vive el gozo de la resurrección!

PARA LA ORACIÓN

¿Has escuchado alguna vez una lágrima caer? El silencio te dejará escuchar su voz.
¿Has visto alguna vez un latido del corazón? El silencio te hará mirar en tu interior y ver el color de un latido.
¿Has tocado alguna vez una estrella? El silencio de permitirá sentir la luz y la fuerza de las estrellas, testigos vivos de la fidelidad divina.

El silencio es el lenguaje de las almas enamoradas. El silencio te permite escucharte para escuchar a Cristo. Es sentir tu dolor, sequedad, necesidad para reconocerte en el corazón del Amado. «En el mío no te encuentro, iré al tuyo para encontrarte y encontrándote me habré encontrado!»

 

 

La conversión del corazón

Jueves después de Ceniza. ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo?

 

 

Reflexionar es una conversión que no debe ser solamente una conversión exterior, sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigir a Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?

En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué quiere hacer de su vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste. Es en lo profundo de nuestra intimidad donde acabamos descubriendo hacia quién estamos orientando nuestra vida.

 

La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios, cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme de delante de Él y decirle: «aquí estoy, cuenta conmigo».

Jesús en el Evangelio nos presenta esta elección, entre resistencia del corazón y la adhesión del corazón como una adhesión por Él o contra Él: «El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo.» Una conversión que no es solamente el cambiar el comportamiento; una conversión que no es simplemente el tener una doctrina diferente; una conversión que no es buscarse a sí mismo, sino seguir a Jesucristo. Esta es la auténtica conversión del corazón.

 

Jesús pone como polo opuesto, como manifestación de la resistencia del corazón el querer ganar todo el mundo. ¿Qué prefieres tú? ¿Cuál es la opción de tu vida, cuál es el camino por el cual tu vida se orienta, ganar todo el mundo si no te ganas a ti mismo?, pero si has perdido a base de la resistencia de tu corazón lo más importante que eres tú mismo, ¿cómo te puedes encontrar?. Solamente te vas a encontrar adhiriéndote a Dios.

Deberíamos entrar en nuestra alma y ver que estamos ganando o qué estamos perdiendo, a qué nos estamos resistiendo y a quién nos estamos adhiriendo. Este es el doble juego que tenemos que hacer y no lo podemos evitar. Nuestra alma, de una forma u otra, se va a orientar hacia adherirse a Dios, automáticamente está construyendo en su interior la resistencia a Dios. El alma que no busca ganarse a sí misma dándose a Dios, está automáticamente perdiéndose a sí misma.

 

 

Son dos caminos. A nosotros nos toca elegir: «Dichoso el hombre que confía en el Señor, éste será dichoso; en cambio los malvados serán como paja barrida por el viento. El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo»: ¿Qué camino llevo en este inicio de Cuaresma? ¿Es un camino de seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres de los que quieren estar conmigo, de los que quieren adherirse a Mí? ¿O eres de los que se resisten?

 

 

Consejos para recuperar la paz espiritual

Tratamos el problema de la pérdida de la paz espiritual a partir de nuestros propios pecados. ¿A quién no le ha ocurrido?

 

 

Hace algunos días terminé el libro “La paz interior” de Jacques Philippe. Es un libro espiritual muy breve, con un lenguaje sencillo y lleno de enseñanzas muy hermosas sobre importancia de cultivar la paz espiritual en la vida cristiana. La obra repasa todas aquellas acciones y situaciones, propias o ajenas, que nos hacen perder la paz interior; por ejemplo, cuando perdemos la paz porque no aceptamos nuestro pasado, porque no nos gusta cómo somos o cómo son los demás, etc. Ofrece además reflexiones y consejos prácticos para mantener esa paz en cada una de las situaciones tratadas.

Entre esos consejos, me parecieron particularmente sugerentes y útiles los que enfrentaban el problema de la pérdida de la paz espiritual a partir de nuestros propios pecados. ¿A quién no le ha ocurrido? Cuando pecamos nos sentimos culpables por nuestras acciones y eso es algo muy sano; sin embargo, no es infrecuente que ese sentimiento de culpa degenere y nos lleve a experimentar remordimientos y angustias que poco o nada tienen que ver con el Dios misericordioso en el que creemos. Por esta razón, quiero repasar con ustedes 11 de los varios consejos que el libro ofrece para enfrentarnos como Dios manda a nuestros propios pecados.

(Quienes quieran comprar el libro en formato electrónico o físico pueden hacerlo en este link)

1. Buscar la paz interior y rechazar la angustia complace al Señor

 

 

¿Qué es lo que más agrada a Dios? ¿Cuando después de una caída nos descorazonamos y atormentamos, o cuando reaccionamos diciendo: «Señor, te pido perdón, he pecado otra vez, ¡mira lo que soy capaz de hacer por mí mismo! Pero me abandono confiadamente en tu misericordia y en tu perdón y te doy gracias por no haberme permitido pecar aún más gravemente. Me abandono en ti con confianza porque sé que, un día, me curarás por fin. Mientras tanto, te pido que la experiencia de mi miseria me haga más humilde, más dulce con los otros, más consciente de que no puedo nada por mí mismo, sino que todo lo tengo que esperar solamente de tu amor y tu misericordia.

2. Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Cristo

 

 

¿Dónde encontraremos la curación de nuestras faltas sino junto a Jesús? Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Él, pues cuanto más pecadores somos, más necesitamos acercarnos al que dice: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13).

3. Si me dejo tocar por el amor de Dios, mis faltas pueden convertirse en un manantial de misericordia con los demás.

 

 

Nuestras faltas pueden convertirse en un manantial de ternura y misericordia para con el prójimo. Yo, que caigo tan fácilmente ¿puedo permitirme juzgar a mi hermano? ¿Cómo no ser misericordioso con él como el Señor lo ha sido conmigo?

4. La ansiedad y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas raramente son sentimientos puros.

 

 

La angustia, la tristeza y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas y fracasos raramente son puros y no suelen deberse al simple dolor de haber ofendido a Dios: en ello se mezcla una buena parte de orgullo. Nos sentimos tristes y desalentados, no tanto por haber ofendido a Dios, sino porque la imagen ideal que teníamos de nosotros mismos se ha visto brutalmente destruida. ¡Frecuentemente nuestro dolor es el del orgullo herido! Este dolor excesivo es justamente la prueba de que confiábamos en nosotros mismos y en nuestras fuerzas, y no en Dios.

5. Estar atentos a las armas del demonio: el desaliento.

 

 

Hemos de saber que una de las armas que el demonio suele emplear para impedir el camino de las almas hacia Dios consiste precisamente en hacerles perder la paz y llegar a desalentarlas a la vista de sus faltas. Si los sentimientos que experimentamos después del pecado «nos causan angustia, si hacen decaer nuestro ánimo, y si nos vuelven perezosos, tímidos o lentos en el cumplimiento de nuestros deberes, hemos de creer que son sugerencias del enemigo y debemos seguir haciendo las cosas del modo habitual, sin dignarnos a escucharlas» (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 25)

6. Dios es capaz de sacar frutos hasta de nuestras faltas.

 

 

La razón por la que la tristeza y el desaliento no son buenos radica en que no debemos tomar trágicamente nuestras propias faltas, pues Dios es capaz de sacar un bien de ellas. Santa Teresa de Lisieux gustaba mucho de esta frase de San Juan de la Cruz: «El Amor sabe sacar provecho de todo, del bien como del mal que encuentra en mí, y transformar en Él todas las cosas». Nuestra confianza en Dios debe llegar hasta ahí: hasta creer que Él es lo bastante bueno y poderoso como para sacar provecho de todo, incluidas nuestras faltas y nuestras infidelidades. Cuando San Agustín cita la frase de San Pablo: «Todo coopera al bien de los que aman a Dios», añade «Etiam peccata»: ¡incluso el pecado! Por supuesto, hemos de luchar enérgicamente contra el pecado y batallar por corregir nuestras imperfecciones. Nada enfría tanto el amor como la resignación ante cierta mediocridad, una resignación que es, además, una falta de confianza en Dios y de su capacidad de santificarnos.

7. Evitar la ilusión de querer presentarnos ante el Señor sólo cuando estamos limpios y bellos.

 

 

En esta actitud hay mucho de presunción. A fin de cuentas, nos gustaría no necesitar de su misericordia. Sin embargo, ¿qué clase de naturaleza es la de esa pseudo-santidad a la que aspiramos, a veces inconscientemente, que nos haría prescindir de Dios? Por el contrario, la verdadera santidad consiste en reconocer siempre que dependemos exclusivamente de su misericordia.

8.Después de la confesión no sigas preguntándote si Dios te ha perdonado

 

 

Eso significa querer preocuparos en vano y perder el tiempo; y en este procedimiento hay mucho orgullo e ilusión diabólica, que, a través de estas inquietudes del alma, trata de perjudicaros y atormentaros. Así, abandonaos en su misericordia divina y continuad vuestras prácticas con la misma tranquilidad del que no ha cometido falta alguna. Incluso si habéis ofendido a Dios varias veces en un solo día, no perdáis jamás la confianza en Él.

9. Un alma en paz coopera mejor con el auxilio de Dios.

 

 

No conseguiremos liberarnos del pecado con nuestras propias fuerzas, eso solamente lo conseguirá la gracia de Dios. En lugar de rebelarnos contra nosotros mismos, será más eficaz que nos encontremos en paz para dejar actuar a Dios.

10. Los humildes no se espantan de sus pecados.

 

 

«Existe la ilusión, muy común, de atribuir a un sentimiento de virtud el temor y la turbación que se siente después del pecado. Aunque la inquietud que sigue al pecado vaya siempre acompañada de cierto dolor, procede, sin embargo, de un fondo de orgullo, de una secreta presunción causada por una excesiva confianza en las propias fuerzas. Así, cuando la persona que se cree asentada en la virtud y desprecia las tentaciones llega a reconocer —por la triste experiencia de sus caídas— que es tan frágil y pecadora como las demás, se asombra ante un hecho que no debía haber sucedido y, privada del débil apoyo con el que contaba, se deja invadir por el disgusto y la desesperanza. Esta desdicha no sucede nunca en el caso de los humildes, que no presumen de ellos mismos, y solamente se apoyan en Dios, porque cuando caen, no se sorprenden ni se turban, pues la luz de la verdad que los ilumina les hace ver que su caída es un efecto de su debilidad y su inconstancia» (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 4 y 5)

11. El color del verdadero arrepentimiento.

 

 

Necesitamos saber distinguir el auténtico arrepentimiento, el verdadero deseo de corregirnos – que siempre es tranquilo, apacible y confiado-, del falso arrepentimiento, de sus remordimientos que nos conturban, nos desaniman y nos paralizan. ¡No todos los reproches que proceden de nuestra conciencia están inspirados por el Espíritu Santo! Algunos provienen de nuestro orgullo o del demonio, y tenemos que aprender a discernirlos. Y la paz es un criterio esencial en el discernimiento del espíritu. Los sentimientos que inspira el Espíritu de Dios pueden ser poderosos y profundos, pero no por ello menos sosegados.

 

 

Jacinta y Francisco Marto, los santos pastorcitos de Fátima

 

Los pastorcitos Francisco y Jacinta videntes de Fátima

Vivieron pocos años y sufrieron mucho, pero la Virgen les prometió que les llevaría al cielo

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Año 1917. Europa está en plena guerra. Tres pastorcitos –Francisco, Jacinta y Lucía— pastorean a su rebaño en Cova da Iria (Ensenada de Irene), a unos 2 kilómetros de Fátima, cuando una “Señora más resplandeciente que el sol” se les aparece, sosteniendo en sus manos un rosario blanco.

Por tres veces, antes de esta primera aparición (de seis en total), un ángel les había advertido de un futuro acontecimiento de gracia divina y les invitó a ofrecer oraciones y sacrificios a modo de reparación por los pecados de los hombres.

Una visión que permanecerá grabada en sus corazones y de la que ninguno hablará a nadie, excepto su prima Lucía, aunque más tarde.

Dos niños pastores de Portugal

¿Quiénes son los dos jóvenes pastores que se convirtieron en los santos más jóvenes no mártires reconocidos por la Iglesia católica? Antes de comenzar miremos sus rostros:

 

 

Galería fotográfica

Jacinta y Francisco Martos son dos niños portugueses dedicados al pastoreo que aseguraron haber visto a la Virgen María seis veces en el año 1917 en Cova de Iría.

Ellos recibieron la invitación de la Señora vestida de blanco a ofrecerse como víctimas de reparación y a llegar con ella hasta Dios.

De sus manos maternas vieron salir una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explicaron ellos- se contempla en un espejo.

Más tarde, Francisco explicaba: «Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo«.

Las indicaciones de los pequeños videntes

En las apariciones, Jacinta, con 7 años, podía ver y escuchar a la Virgen, mientras que su hermano Francisco, de 9 años, sólo podía ver. Ambos estaban acompañados por su prima, Lucía, de 10 años.

Estos niños videntes pidieron orar insistentemente por los pecadores y expresaban un deseo permanente de estar junto a Jesús oculto en el Sagrario, destacó el papa Francisco cuando los canonizó en el Santuario de Fátima, donde reposan sus restos.

Sólo al pequeño Francisco, Dios se dio a conocer «muy triste», como decía el niño. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: «Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él».

El niño se entregó a una intensa vida espiritual, rezó mucho, se purificó con la renuncia de sus pequeños gustos infantiles y llegó a una unión mística con Jesús a través de su deseo de consolarle y darle alegría.

 

Santuário de Fátima

El rosario

La Virgen María, durante su primera aparición el 13 de mayo de 1917, le predijo que iría pronto al cielo, pero que antes debía rezar muchos rosarios.

Y eso haría el joven Francisco hasta su muerte, el 4 de abril de 1919, a causa de una gripe española que él recibió como “un don inmenso” para consolar a Cristo —“tan triste a causa de tantos pecados”, decía— para redimir los pecados de las almas y ganarse el paraíso.

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Como su hermano Francisco, Jacinta no vivió mucho. Enfermó al mismo tiempo que él de gripe española en 1918, pero murió un año después que él, tras un largo mes de agonía.

Durante este periodo, la Virgen se le apareció tres veces. “¡Oh, Mamá! (…) ¿No veis a Nuestra Señora de la Cova da Iria?”, exclamó un día.

«Le dije que sí»

Murió sola el 20 de febrero de 1920, como le había predicho la Virgen en una visión:

“Nuestra Señora nos vino a ver, y dice que en seguida viene a buscar a Francisco para llevarle al cielo. A mí me preguntó si todavía quería convertir más pecadores. Le dije que sí”, relataría más tarde su prima llena de emoción (fatima.be).

No era para sanarla, sino para que sufriera más “en reparación a las ofensas cometidas contra el Corazón Inmaculado de María”.

Jacinta murió sola, pero sin temor, porque la Virgen le había prometido venir a “buscarla para ir al Cielo”.

Milagros

 

 

En 1999, un milagro atribuido a la intercesión de los dos niños abrió la puerta de su beatificación en 2000. Luego, un segundo milagro, reconocido el 23 de marzo, permitió su canonización. Este milagro benefició a un niño de 6 años de Brasil, que en 2013 entró en coma después de una caída. Tres días después llegó la recuperación inexplicable, tras la oración de su padre a la Virgen de Fátima y los dos pastores.

El niño estuvo presente en el santuario de Fátima para la canonización de Jacinta y FRACISCO.

 

 

«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso»

Más allá de la violencia

Meditación al Evangelio 20 de febrero de 2022 (audio)

 

El mundo judío tenía una máxima que ahora nos parece brutal, pero que en un ambiente donde el más poderoso es el que manda, fue logrando dar un avance en la legislación: “Ojo por ojo y diente por diente” Así, se rompía esa cadena de injusticia donde el más poderoso no tenía castigo. Era una ley dada para proteger al más débil y quería terminar con los abusos, los robos y las injusticias. Claro que el pueblo de Israel ya conocía el mandato del amor. En los Libros Sagrados se dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas… no serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos y amarás a tu prójimo como a ti mismo” Pero esta ley se fue quedando en la práctica condicionada por la famosa ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente. Muy parecida a la máxima que tan famoso ha hecho a Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Medidas, muros, leyes, para evitar el contacto y el abuso, pero que al final se quedan en letras que no llegan a detener la violencia de los hombres.

En este ambiente, y en el ambiente de hoy, Jesús propone otro camino. El reino de Dios no puede estar basado en la venganza, ni siquiera en la venganza limitada, sino en el principio del amor y el perdón. El amor a los enemigos es fundamento importantísimo en la propuesta de Jesús. Y es cierto, la venganza y el odio no son diques que frenen la violencia; si no la frena el amor, no la podremos frenar jamás. Recuerdo con cariño a un anciano que en sus últimos momentos confesaba había vivido casi toda su vida ahogado por el odio y el deseo de la venganza. Un día, de improviso, se decidió a perdonar. “Fue como si hubiera nacido de nuevo, me decía. El odio es como una manzana con un gusano adentro. Nadie puede comer la manzana, pero lo podrido es la manzana. El odio pudre a quien lo lleva en su corazón” Si miráramos con detenimiento las graves y grandes guerras de la historia y las actuales, descubriríamos que más allá de todo conflicto, fueron causadas por odios, por egoísmos y por venganzas que oscurecen la mente y entorpecen los sentidos. ¿A dónde nos ha llevado la violencia? ¿Qué se ha logrado? Solamente mayores inseguridades, más temores y a alimentar nuevos rencores que justifiquen lo que no tiene razón. A Jesús, se le han unido grandes hombres y reformadores, anunciando con su vida y con sus obras que puede más el amor que el odio. Gandi, Martín Luther King, y tantos hombres y mujeres que han sido capaces de enfrentar con dignidad, con valentía, pero sin violencia, a los que cometen injusticias. He encontrado hombres muy valientes que después de haber sufrido graves injusticias, sin renunciar a la verdad, sin dejarse comprar por unos cuantos pesos, han sido capaces de vencer los rencores e iniciar una nueva vida, buscando la reconciliación y una verdadera justicia que les permita a cada uno vivir dignamente.

 

 

Un segundo principio nos ofrece Cristo: “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames” Estas propuestas de Jesús nos parecen hasta ingenuas y motivo de abusos de los poderosos. Pero tengamos en cuenta lo que acaba de decir en las bienaventuranzas. Se trata de ser mansos pero no “mensos”. Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, al conformismo o a la resignación. ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigía sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos, también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darlas a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento…” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.