Luke 13:1-9

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos cuenta la parábola de la higuera que el dueño maldice porque no ha dado fruto. A un nivel más profundo podemos entender que el Señor espera que nosotros demos frutos espirituales.

El fruto del Espíritu es la consecuencia universal y omnipresente de la presencia del Espíritu en nosotros. Todas las personas que viven en el Espíritu deben manifestar estas cualidades. La palabra “fruto” es especialmente buena en este contexto.

En el Salmo 1 encontramos esta comparación: “El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien”. El Espíritu es la corriente de agua; cuando nos plantamos cerca de ella florecemos.

Bueno, ¿cuáles son estos frutos del Espíritu Santo? En el quinto capítulo de Gálatas, Pablo los enumera: “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”. Para discernir si el Espíritu vive en ti, para determinar si estás caminando por el camino correcto, estos son criterios maravillosos.

Toribio de Mogrovejo, Santo

Obispo, 23 de marzo

Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

Obispo de Lima

Martirologio Romano: Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del Perú, descansó en el Señor († 1606).

Etimológicamente: Toribio = Aquella persona dinámica y ruidosa, es de origen griego.

Fecha de canonizacion: 10 de diciembre de 1726 por el Papa BenedIcto XIII.

Breve Biografía

En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, escribiéndole al rey de España Felipe II, san Toribio Alfonso de Mogrovejo hacía un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas (Toribio no podía saber que entre ellos había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la misma coherencia de quien fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y a quien Benedicto XIV comparó con San Carlos Borromeo.

Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho. Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.

Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales.

También fundó el primer seminario de América; intervino con energía contra los derechos particulares de los religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas y pobres; casi duplicó el número de las “Doctrinas” o parroquias, que pasaron de 150 a más de 250.

Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró.

¿Para qué vivimos?

Santo Evangelio según San Lucas 13, 1-9. Domingo III de Cuaresma

Por: Abraham Cortés Ceja, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme el día de hoy crecer en la convicción de que mi vida solo tiene sentido si está cimentada y arraigada en Ti. Mi vida es un don, que he recibido de manos de un Padre que me ama. ¿Para qué vivo?, ¿por qué he recibido este don? La vida es un don que es necesario descubrir. Tiene un inicio y un fin que alcanzar. Hay un valor que debo descubrir y esto solo se logra entrando en lo más íntimo de mi ser. ¿Cuál es el valor de mi vida?

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”. Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’”.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En el Evangelio, centrándonos en la parábola, vemos como el dueño de una viña va en busca de los frutos de su higuera y no los encuentra. Desea arrancarla, pues no es la primera vez que sucede esto y es inútil que ocupe el terreno estérilmente, pero hay alguien que interviene y busca darle una oportunidad más, cavará a su alrededor y echará abono. En esta parábola que el Señor nos da, podemos descubrir el valor de nuestra vida y que hay que dar fruto.

Nuestra vida es como esa semilla que fue sembrada y que creció hasta convertirse en un arbusto, pero no basta eso, debe de dar frutos. Vivimos para dar frutos para el cielo, para la eternidad, lo que se traduce en el lenguaje del amor, de la caridad, del perdón, de la alegría, etc. El pecado, los criterios del mundo y las asechanzas del enemigo buscan secar la tierra en la que estamos plantados, pero Cristo, al hacerse hombre, ha venido para liberarnos y abonar, con su amor y entrega en la cruz, nuestra tierra, para que nuestra vida esté cimentada en la verdad y dé mucho fruto.

En esta Cuaresma descubramos el valor de nuestra vida. Dejemos que el Señor nos llene de su gracia y haga de nosotros una higuera que dé mucho fruto, pero, sobre todo, buen fruto. Que el llamado a la conversión sea un llamado a dar fruto y no solo a cambiar.

«Todo esto nos lleva a mirar hacia nuestras raíces, a lo que nos sostiene a lo largo del tiempo, nos sostiene a lo largo de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. Las raíces. Sin raíces no hay flores, no hay frutos. Decía un poeta que “todo lo que el árbol tiene de florido le viene de lo que tiene de soterrado”, las raíces. Nuestras vocaciones tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo. No se olviden esto. Cuando falta alguna de estas dos, algo comienza a andar mal y nuestra vida poco a poco se marchita, como un árbol que no tiene raíces, marchita».

(Homilía de S.S. Francisco, 20 de enero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Voy aprovechar este tiempo de Cuaresma para revisar qué tengo que hacer para dar más frutos.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Esta antigua oración a san José es “conocida por no fallar nunca”

Domaine Public

Fuente: Aleteia – Philip Kosloski – publicado el 10/03/18 – actualizado el 18/02/25

Reza con fe y pide un beneficio espiritual

Aunque san José nunca dijo una sola palabra en las Escrituras, su silencioso ejemplo de fidelidad, obediencia y cuidado para con la Sagrada Familia durante los años de formación de Jesús hizo de él uno de los santos más queridos del cristianismo.

Se estima que la devoción al padre adoptivo de Jesús comenzó entre los siglos III y IV. Pero, según el libro de oración Pietá, hay una oración a san José que data del año 50:

«Esta oración fue encontrada en el año 50 de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. En 1505, fue enviada por el Papa al emperador Carlos, cuando él estaba yendo a la batalla. Quien lea esta oración, la escuche o la guarde consigo nunca morirá de muerte repentina ni se ahogará, ni le afectará el veneno o caerá en las manos del enemigo, ni será quemado en cualquier fuego o derrotado en la batalla. Reza esta oración durante nueve mañanas por cualquier intención. Ella es conocida por no fallar nunca».

Aquí está la oración que «es conocida por no haber fallado nunca, que ofrece el pedido para el beneficio espiritual para quien está rezando o para la persona por la que se está rezando»:

Oración

Oh san José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos.

Ayúdame, san José, con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, Te tribute mi agradecimiento y homenaje.

Oh san José, yo nunca me canso de contemplarte con Jesús adormecido en tus brazos. No me atrevo a acercarme cuando Él descansa junto a tu corazón. Abrázale en mi nombre, besa por mí su delicado rostro y pídele que me devuelva ese beso cuando yo exhale mi último suspiro.

¡San José, patrono de las almas que parten, ruega por mi! Amén. 

Recuerda: Dios siempre atiende nuestras oraciones. Pero nosotros no siempre esperamos las respuestas que recibimos.