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Y, aún hoy, somos invitados a adorar el sacramento eucarístico que es el sacramento por excelencia.

La adoración quizá sea la característica más típica y más popular de la solemnidad de Corpus.

En este gran día, contemplamos maravillados la donación total de Jesucristo y adoramos su presencia divina que es portadora de salvación y que nos une al Padre y al Espíritu Santo.

Y la adoración se puede transformar en coloquio íntimo, en silencio maravillado considerando como el Dios trascendente, el todo-otro, se convierte máximamente cercano en la humildad del pan y del vino, para ponerse a nuestro nivel, para entrar dentro nuestro, transformarnos a su imagen y hacernos participar de su vida divina.

Conscientes de ello, la liturgia nos invita a brotar de nuestro interior “un cántico nuevo”.

En la tradición de Israel, con motivo de una nueva intervención salvadora de Dios o de una nueva experiencia espiritual, se componía un cántico nuevo: a la novedad de lo que Dios había hecho había que corresponder con la novedad de la alabanza y no repitiendo unas palabras ya conocidas (cf. Ps 95, 1; 97, 1). También el cristianismo siguió esa tradición.

La novedad de la obra salvadora de Jesucristo, la gran hazaña de su pasión, muerte y resurrección que nos es comunicada en el memorial eucarístico, piden un cántico nuevo de los labios y del corazón.

Lo encontramos en el libro del Apocalipsis con los veinticuatro ancianos prosternados ante el Cordero, es decir, ante Jesucristo muerto y resucitado, y cantando un cántico nuevo. Lo adoran porque ha comprado para Dios con su sangre, gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y ha hecho una casa real y unos sacerdotes dedicados a nuestro Dios.

Y dicen eternamente: Digno es el Cordero que ha sido degollado de recibir todo poder, honor, gloria y alabanza (Ap 5, 8-9.12). Y nosotros unimos nuestras voces a las de ellos proclamando la gloria del Señor tres veces santo que ha dado la vida en la cruz y nos ha dejado la Eucaristía.

«El Señor nos alimenta con la flor del trigo y con el fruto abundante de la vid»; agradecemos, acogemos el don, adoramos la presencia.

 

 

MATEO 6:24-34 

Amigos, nuestro Evangelio de hoy nos llama a confiar nuestra vida por completo a Dios. ¡Cuán a menudo la Biblia nos obliga a meditar sobre el significado de la fe! Podríamos decir que las Escrituras se basan en la fe y que permanecen inspiradas en todo momento por el espíritu de la fe.



 

Paul Tillich dijo que “fe” es la palabra más incomprendida en el vocabulario religioso, y siempre he sentido que tiene razón en eso. ¿Qué es la fe? La fe es una actitud de confianza en la presencia de Dios. La fe es estar abierto a lo que Dios nos revele, lo que haga y donde nos invite. Debería ser obvio que al tratar con un Dios infinito y todopoderoso, nunca tendremos control.



Esto es precisamente lo que vemos en la vida de los santos: en la Madre Teresa mudándose al peor barrio pobre del mundo con una actitud de confianza; en San Francisco de Asís simplemente abandonando todo y viviendo para Dios; en la decisión de Rose Hawthorne de llevar a los enfermos de cáncer a su propia casa; en San Antonio dejando todo atrás y adentrándose en el desierto; en San Maximilian Kolbe diciendo: “Soy un sacerdote católico; llévame en su lugar «.



No te preocupes y depende de Dios para todo. ¡Ten fe!

La página evangélica del día de hoy (cf. Mateo 6, 24—34) es un fuerte reclamo a fiarse de Dios —no olvidar: fiarse de Dios— quien cuida de los seres vivientes en la creación. Él provee la comida para todos los animales, se preocupa de los lirios y de la hierba del campo (cf. vv. 26-28); su mirada benéfica y solícita vela cotidianamente en nuestra vida. Esta pasa bajo la angustia de muchas preocupaciones, que pueden quitar serenidad y equilibrio; pero esta angustia es a menudo inútil, porque no logra cambiar el curso de los acontecimientos. Jesús nos exhorta con insistencia a no preocuparnos del mañana (cf. vv. 25.28.31), recordando que por encima de todo está un Padre amoroso que no se olvida nunca de sus hijos. (Ángelus, 26 febrero 2017)

 

 

Abandonaron la casa de Yahveh, el Dios de sus padres

La lectura del segundo libro de las Crónicas nos presenta una radiografía de a lo que puede llegar el corazón del ser humano dejado llevar por los intereses personales. Llegamos a la sin razón movidos por la ceguera, y el horizonte que se nos muestra es la desolación que provocan las guerras. Algo que hoy día tenemos tan presente en Europa, con el sin sentido de la guerra en Ucrania. Se nos presenta en el texto, la voz de denuncia que trata de gritar el profeta en ese transfondo del reinado de Joás. Esa voz pone de manifiesto que en el corazón del ser humano entra la ambición, codicia, egoísmos, maldades, ansias de poder, guerras, cuando el corazón no se deja evangelizar por el mandamiento del: «Amaos los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34-35).

La denuncia que hace el profeta está bastante clara, el alejamiento que tiene el «Pueblo elegido» de su Dios. «Olvidar el Dios de sus padres» ¿Puede cegarse tanto el corazón del ser humano para llegar a esos extremos? ¿Cómo se puede llegar hasta renunciar de tu propia identidad?

La raíz, el núcleo de nuestro ser mismo. Lo que somos. Renunciar a vivir en esa clave de fidelidad y de amor que nos presenta Dios: el ser hijos de Dios. Para darle la espalda y vivir de cualquier manera justificando todo tipo de acción para sacar beneficio.

No es que el texto esté justificando que Dios por el hecho de abandonar la Casa y el Dios de sus padres, el Señor castigue, sino que en esa libertad que posee el ser humano quiere vivir según y a merced de un corazón que es de piedra y no de carne y él mismo se está autoexcluyendo del proyecto de Dios.

No podéis servir a Dios y al dinero

Siguiendo el hilo conductor que nos presenta la primera lectura aterrizamos en el evangelio de hoy con la misma realidad la fe y las acciones, que vienen a hacer referencia del tipo de Dios en el que creemos. Para ello, podemos hacer un tipo de tabla comparativa en el que podemos poner de relieve los ídolos frente al verdadero Dios providente. De este modo, comprenderemos mejor la Palabra de Dios y la profundidad que nos quiere presentar. Para hablar de fe y de seguimiento debemos hilar fino. El verdadero ser del discipulado lleva una exigencia y una coherencia determinada, no valen los paños de agua caliente. Por un lado, se nos presenta al dios dinero y una cierta preocupación por lo inmediato: vestido y alimento, que nos puede llevar a despistarnos de la profundidad del seguimiento como discípulo y darle el corazón a los ídolos. Evidentemente que necesitamos una serie de cosas materiales para la vida, sin embargo, de eso no habla el texto. Si recordamos los tiras y aflojas del «Pueblo elegido» a su paso por el desierto, van demandando a Dios cosas: comida, agua… Y llega un momento en el que no quieren reconocer a Dios en sus vidas: «Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”» (Ex 32,8). Darle el corazón al ídolo y manifestar que ha sido un becerro que come hierba el que ha hecho la acción de darles la libertad. Dios queda relegado a otro plano no interesa.

 

 

En la otra columna de la tabla aparece el Dios providente. El Dios creador, de la vida, la belleza, el bien y amor. Para hablarnos de esa profundidad que necesitamos oir. Del sentido que tiene que tener nuestra vida en estos momentos tan combulsos por los que estamos pasando. La vida unida al sustento al alimento del que nos hace referencia la idolatría. ¿Solo necesitamos pan material en nuestra vida? Jesús le dice al tentador: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”» (Mt 4,4). La respuesta es bastante clara, el deseo que tenemos de sentido cuando el alma grita buscando un rayo de luz en medio de tanta oscuridad solo la proporciona el Dios de la vida.

 

 

La ansiedad que se genera en nuestro interior cuando no vemos el horizonte claro o nos visita la enfermedad solo alcanza sentido si estamos centrados en el Creador. No andéis agobiados buscando con qué os vais a vestir o tratando de añadir unos segundos de vida al reloj de tiempo. Vuestro Padre que es providente al inicio de la creación revistió de belleza todo el escenario creado. Las aves del cielo, los lirios del campo. Y al ser humano que lo cubrió con un manto mucho más hermoso que al resto de las criaturas que salieron de sus manos. A este le dio la categoría de ser imagen. De ser Hijo de Dios. A este ser humano le toca en suerte reconocerse como hijo amado de Dios y tratar de sembrar en este mundo las semillas del mandamiento nuevo que nos hablan del Reino del amor y su justicia en medio de tanto sin sentido.

 

 

Gregorio Barbarigo, Santo

Obispo, 18 de junio


Martirologio Romano: En Padua, en el territorio de Venecia, san Gregorio Barbarigo, obispo, que instituyó un seminario para clérigos, enseñó el catecismo a los niños en su propio dialecto, celebró un sínodo, mantuvo coloquios con su clero y abrió muchas escuelas, mostrándose liberal con todos y exigente consigo mismo. († 1697)

Fecha de beatificaciòn: 20 de septiembre de 1761 por el Papa Clemente XIII
Fecha de canonización: 26 de mayo de 1960 por el Papa San Juan XXIII

Breve Biografía

Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifus, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.




El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.



Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.



Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.



Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.



Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.



Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.



Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.



Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.



El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: «ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!».



El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: «Los de Milán tuvieron un obispo santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Don Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí».




 

En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.


El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote.



Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.


Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: «Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo». Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: «para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales».



San Gregorio Barbarigo murió el 18 de junio de 1697 y fue beatificado en 1761 y canonizado por S.S. Juan XXIII, el 26 de mayo de 1959.

 

 

Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia

Santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34. Sábado XI del Tiempo Ordinario


 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Ayúdame, Jesús, a buscar encargarme de tus asuntos, sabiendo que Tú te encargarás de los míos.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.



Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?



¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?



No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.



Palabra del Señor.



 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.



Madre Teresa de Calcuta ha sido una de las santas más emblemáticas de su tiempo. Su fe era tan real y convincente que fue reconocida mundialmente a través del premio nobel de la paz. Su abandono en Dios era tan radical que a sus religiosas les propuso la regla de no conservar ni almacenar alimentos en el centro donde habitaban, pues les repetía constantemente que debían estar sometidas, afectiva y efectivamente a la Divina Providencia.



¿De dónde venía dicha fortaleza? ¿De dónde brotaba dicha confianza? De Dios. De las dos horas diarias que pasaba en oración antes de salir a dar aquello que había en su corazón, Dios y solo Dios.



Ayúdame, Jesús, a no olvidar que primero hay que buscarte a Ti, y todo lo demás, que también es importante, se dará por añadidura.



«En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón? Viene a mi memoria esa oración tan bonita de la liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— “donde estará tu tesoro, allí está tu corazón”. Tenemos debilidades todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo, a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados? Es decir: ¿Dónde está el “tesoro” que nos aleja del Señor? Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, sino el encuentro».
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de junio de 2016).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito


Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Haré un autoexamen sobre lo que me impide poner a Dios como el centro de mi vida para luego proponerme uno o dos medios para revertir la situación.


 

 

Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

 

 

Ante la ansiedad, la paz que da Jesús

La paz del Maestro no esfuma en la nada los males, pero los hace llevaderos.


Si los mismos animales se asustan ante el peligro inminente o ya enfrentado, es más que comprensible que las personas nos asustemos, tengamos miedo y angustia por una plaga que enfrenta no sólo su entorno, sino el mundo entero. Pedirle a la gente que no tema es sólo un buen deseo inocente, de buena voluntad, pero que hasta quien pide no temer, teme, y trata que no se le note. Así como un padre de familia que, ante una amenaza dice a los suyos, muerto de miedo, pero con una sonrisa, que no teman, que no pasará nada.

En esta catástrofe mundial del coronavirus, hay en principio dos tipos de personas, las que en mayoría están preocupadas, y hasta muy asustadas, y las que en minoría dicen que “no pasa nada”, que todo es un invento de los gobiernos y cosas semejantes. Y que las hay, las hay, aunque los enfermos y los muertos estén allí presentes, por testimonios conocidos o por los medios de comunicación.

Pero concentrémonos en los temerosos, los razonablemente temerosos. Entre éstos los hay que creen en un Dios, y los que no creen en Él o no lo quieren o no les interesa. Los primeros piden al Señor su misericordia (aunque sea con otras palabras) y los otros van desde los que desprecian la oración y hacer mofa del orante, hasta los que reclaman a Dios “el castigo”, el abandono “injusto” que imaginan.

Los creyentes, los orantes, rezan para que se acabe el mal, y hacen bien con ello, pero no basta, si no ponen de su parte lo necesario. Si tienen los cuidados debidos, se ponen en manos del Señor, y eso les da algún consuelo. Los que no oran viven en angustia sin remedio ni esperanza.

¿Qué hay que hacer? Orar, pedir al Señor por la salud, por el remedio misericordioso a la pandemia. Pero se requiere algo más: es pedir que Jesús nos dé Su paz en nuestros corazones. Esa paz Suya tan diferente a la que da el mundo. Los cercanos pueden amorosamente darnos algún consuelo, calor fraterno, ánimo, pero no basta. Se necesita la paz de Jesús en el corazón.

Para Él, la paz es esencial; por eso en tantas ocasiones, nos recuerdan los evangelios, habla de ella. Dijo a sus discípulos que a donde llegaran dijeran “que la paz sea en esta casa”, y cuando se apareció ante ellos tras la resurrección, lo primero que hizo fue darles la paz. ¿Y qué tiene esa paz de Cristo de esencial? Veamos.

La paz de Cristo en el corazón nos hace enfrentar la vida con una fuerza inimaginable. Esa paz suya es la que permitió (y permite) que los suyos, en necesidades, angustias y ataques, su alma estuviera o esté en paz. La paz no elimina el mal, pero quien la tiene lo enfrenta de manera diferente al que le hace falta. Los mártires, los perseguidos por Su causa, enfrentaron los ataques y la muerte en paz. Y esa paz conllevaba la esperanza de la vida eterna.

Los enfermos, los sufrientes por diversas causas humanas, cuando tienen en el corazón esa paz que sólo Jesús da, están tranquilos, no angustiados. Santa Teresita del Niño Jesús y otros santos sufrieron enfermedades, como ella la tuberculosis, que le daba dolores permanentes estando despierta. Nunca reclamó al Señor, sufrió, pero lo ofrecía por los demás.

 

 

Pedir misericordia es pedir que se acaben o disminuyan los males que se padecen, pero pedir la paz es diferente. La paz del Maestro no esfuma en la nada los males, pero los hace llevaderos. Si pedimos insistentemente a Jesús que nos dé Su paz, a nosotros y a los nuestros, podemos enfrentar la adversidad con una fe y una esperanza que quienes no la piden o no la tienen, los lleva y mantiene en la desesperación que pueden evitar.

Además de la misericordia ante el mal, hay que pedir la paz a Jesús, para nosotros, para los nuestros y para todos, en especial los más angustiados. Él responderá como lo prometió, y nos dará la tranquilidad de enfrentar al mundo. Y a aquellos que no la han pedido pero que la reciben porque el Maestro escucha nuestros ruegos por ellos, tendrán de pronto, aun enfermos o en graves necesidades, una tranquilidad que de alguna manera reconocerán como un regalo del Señor. ¿Verdad que vale la pena? Que con la misericordia divina la paz sea con todos nosotros. Oremos así.

 

 

Trabajemos juntos como hermanos estando atentos a los últimos

Papa Francisco recibe a un grupo de monjes y laicos budistas, junto a varios representantes de la Iglesia católica en Tailandia.


 

 

El Santo Padre recibió esta mañana en audiencia a treinta y tres monjes budistas de las escuelas Theravada y Mahayana, junto a sesenta budistas laicos y a varios representantes de la Iglesia católica en Tailandia con motivo del 50º aniversario del histórico encuentro del 17º patriarca supremo budista de esta nación con el Papa Pablo VI, del 5 de junio de 1972.

Superar el egoísmo que genera conflictos y violencia

“En un momento en el que la familia humana y el planeta se enfrentan a múltiples amenazas, el diálogo amistoso y la estrecha cooperación son aún más necesarios. Lamentablemente, de todas partes se oye el grito de una humanidad herida y de una Tierra desgarrada. Buda y Jesús comprendieron la necesidad de superar el egoísmo que genera conflictos y violencia”.

«Evitar el mal, cultivar el bien y purificar la propia mente» decía Buda, mientras Jesús enseñaba a sus discípulos: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, ámense también los unos a los otros».

 

 

Así lo recordó Francisco en su saludo a esta delegación budista de Tailandia acompañada por varios representantes de la Iglesia católica en esta nación.

Todos somos hermanos y hermanas

El Pontífice subrayó que, en el mundo actual, la tarea de los cristianos y los budistas es guiar «a sus respectivos fieles hacia un sentido más vivo de la verdad de que todos somos hermanos y hermanas».

“Y esto implica que debemos trabajar juntos para cultivar la compasión y la hospitalidad hacia todos los seres humanos, especialmente los pobres y marginados. Con este espíritu, aliento sus esfuerzos para profundizar y ampliar el diálogo y la colaboración con la Iglesia católica”.

 

 

Colaboración entre el Vaticano y los budistas tailandeses

A propósito del 50º aniversario del encuentro de Somdej Phra Wannarat, 17º patriarca supremo budista de Tailandia con Pablo VI, el Papa les agradeció esta visita que renueva los «lazos de amistad y colaboración mutua». Y recordó los sentimientos expresados por su predecesor hace cincuenta años:

Palabras de Pablo VI

“Tenemos un profundo respeto por los tesoros espirituales, morales y socioculturales que les han sido otorgados a través de sus preciosas tradiciones”.

“Reconocemos los valores de los que son depositarios y compartimos el deseo de que sean preservados y promovidos. Esperamos un diálogo cada vez más amistoso y una estrecha colaboración entre las tradiciones que usted representa y la Iglesia católica». A continuación, el Papa trazó un balance de las relaciones con los budistas tailandeses.

 

 

Durante estos cincuenta años, hemos sido testigos de un crecimiento gradual y constante del «diálogo amistoso y la estrecha cooperación» entre nuestras dos tradiciones religiosas.

Francisco mencionó asimismo la visita de la delegación tailandesa hace cuatro años y la acogida y hospitalidad recibida en Tailandia durante su viaje apostólico del año 2019. A continuación, agradeció la «amistad y el diálogo fraternal» de los budistas con los miembros del Dicasterio para el Diálogo interreligioso y con la comunidad católica en Tailandia y, por último, invocó la abundancia de bendiciones celestiales para todo el país y sus habitantes.

 

 

Sagrado Corazón de Jesús

Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre



 




Explicación de la fiesta



La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.


Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.



La Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días.



 

Esto significa que debemos vivir este mes demostrandole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida eterna.
Todos los días podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos está esperando y amando.



Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.).


Debemos, por tanto, pensar si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.



Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.



Origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús



Santa Margarita María de Alacoque era una religiosa de la Orden de la Visitación. Tenía un gran amor por Jesús. Y Jesús tuvo un amor especial por ella.



Se le apareció en varias ocasiones para decirle lo mucho que la amaba a ella y a todos los hombres y lo mucho que le dolía a su Corazón que los hombres se alejaran de Él por el pecado.


Durante estas visitas a su alma, Jesús le pidió que nos enseñara a quererlo más, a tenerle devoción, a rezar y, sobre todo, a tener un buen comportamiento para que su Corazón no sufra más con nuestros pecados.



El pecado nos aleja de Jesús y esto lo entristece porque Él quiere que todos lleguemos al Cielo con Él. Nosotros podemos demostrar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús con nuestras obras: en esto precisamente consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.



Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús:



Jesús le prometió a Santa Margarita de Alacoque, que si una persona comulga los primeros viernes de mes, durante nueve meses seguidos, le concederá lo siguiente:



1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado (casado(a), soltero(a), viudo(a) o consagrado(a) a Dios).
2. Pondré paz en sus familias.
3. Los consolaré en todas las aflicciones.
4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Los pecadores hallarán misericordia.
7. Los tibios se harán fervorosos.
8. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección.
9. Bendeciré los lugares donde la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
10. Les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.
12. La gracia de la penitencia final: es decir, no morirán en desgracia y sin haber recibido los Sacramentos.



 

 

Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús



Podemos conseguir una estampa o una figura en donde se vea el Sagrado Corazón de Jesús y, ante ella, llevar a cabo la consagración familiar a su Sagrado Corazón, de la siguiente manera:



Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies,
renovamos alegremente la Consagración
de nuestra familia a tu Divino Corazón.



Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.



Bendice a nuestra familia, nuestra casa,
a nuestros vecinos, parientes y amigos.



Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes, y participa de nuestras alegrías y angustias, de nuestras esperanzas y dudas, de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.



Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día y sepamos ofrecer todos nuestros actos, junto con tu sacrificio, al Padre.



Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia estén presentes en nuestro hogar y en nuestras comunidades.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.



Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia, la ingratitud y la falta de amor de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.



Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.
Confianza profunda, ilimitada.



Sugerencias para vivir la fiesta:

Poner una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, algún pensamiento y la oración para la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.

Hacer una oración en la que todos pidamos por tener un corazón como el de Cristo.

 

 

¿Son lícitos los trasplantes?

La nobleza de la donación de órganos reside en la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona


 

 

Pregunta:

¿Cuál es el problema que se plantea con los trasplantes y especialmente sobre los criterios de muerte para el caso de algunos trasplantes?

Respuesta:

El tema de los trasplantes es un tema muy largo y arduo. Me limito a señalar algunos principios indicativos del Magisterio:×

La actitud del donante

Es elogiable la disposición de donar sus órganos (siempre que se cumplan los parámetros que hace lícita esta acción): “Más allá de casos clamorosos, está el heroísmo cotidiano, hecho de pequeños o grandes gestos de solidaridad que alimentan una auténtica cultura de la vida. Entre ellos merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas”[1]. También: “Es preciso poner de relieve, como ya he afirmado en otra ocasión, que toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: ‘la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona’[2]. Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor. No se trata de donar simplemente algo que nos pertenece, sino de donar algo de nosotros mismos, puesto que ‘en virtud de su unión sustancial con un alma espiritual, el cuerpo humano no puede ser reducido a un complejo de tejidos, órganos y funciones, (…) ya que es parte constitutiva de una persona, que a través de él se expresa y se manifiesta’[3]”[4].

El consentimiento

Sobre este punto señalo los siguientes criterios:

1º “El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus representantes no han dado su consentimiento consciente”[5]. “El consentimiento de los parientes tiene su validez ética cuando falta la decisión del donante”[6].

2º “Naturalmente, deberán dar un consentimiento análogo quienes reciben los órganos donados”[7].

Los peligros y riesgos

“El trasplante de órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien que se busca en el destinatario”[8].

¿Qué órganos se pueden donar y trasplantar?

“No todos los órganos son éticamente donables. Para el transplante se excluyen el encéfalo y las gónadas, que dan la respectiva identidad personal y procreativa de la persona. Se trata de órganos en los cuales específicamente toma cuerpo la unicidad inconfundible de la persona, que la medicina está obligada a proteger”[9].

Mutilación o muerte del donante

“Es moralmente inadmisible provocar directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas”[10].

Trasplante de órganos vitales singulares

Se entiende por órganos vitales singulares, aquellos órganos sin los cuales el ser humano no puede vivir (vital) y que además los posee no en número doble sino simple (singular); por ejemplo el corazón. Ha dicho el Papa Juan Pablo II: “Los órganos vitales singulares sólo pueden ser extraídos después de la muerte, es decir, del cuerpo de una persona ciertamente muerta. Esta exigencia es evidente a todas luces, ya que actuar de otra manera significaría causar intencionalmente la muerte del donante al extraerle sus órganos”[11].

Transplantes y eutanasia encubierta

Cuando no se respetan los criterios objetivos de muerte, bajo la excusa de los trasplantes se esconde en realidad una verdadera eutanasia: “No nos es lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales, de eutanasia. Estas podrían producirse cuando, por ejemplo, para aumentar la disponibilidad de órganos para trasplante, se procede a la extracción de los órganos sin respetar los criterios objetivos y adecuados que certifican la muerte del donante”[12].

 

 

¿Es válido el criterio de muerte encefálica?

De todos los problemas que presenta el tema de los trasplantes, el más serio es, ciertamente, la constatación de la muerte del donante. El principio moral que debe regir es el siguiente: en el caso del trasplante de órgano único vital hecho ex cadavere se requiere la certeza de la muerte del mismo.

Debemos decir que si el trasplante se realiza verdaderamente de un cadáver a un hombre vivo, teniendo en cuenta y respetando todas las normas éticas pertinentes, no parecen haber objeciones morales, y se trataría de un acto “perfectamente lícito”[13]. Ahora bien, tales “normas éticas” son determinadas por los principios que siguen a continuación.

1º Mientras haya vida, aunque sólo sea vida vegetativa, ésta es inviolable. Como afirma Mons. Sgreccia: “No se puede introducir la distinción entre ‘vida biológica’ y ‘vida personal’ (vida de conciencia y relación): en el hombre, hay una vitalidad única y mientras que hay vida hay que retener que se trata de vida de la persona…”[14]. Por su parte el Papa Juan Pablo II ha dicho: “El respeto a la vida humana… no es para el hombre uno de los derechos, sino el derecho fundamental… Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: mientras vivo tengo derecho a vivir’”[15].           

2º Como consecuencia de lo anterior, no se puede proceder en la duda o basándose en la sola probabilidad sino siempre y solamente en la certeza de su muerte. Aquí se aplica en toda su extensión el principio que enuncia Juan Pablo II para el trato de los embriones humanos: “… desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona humana para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano”[16].

Teniendo esto en cuenta, ¿puede aceptarse el criterio de la muerte encefálica? Sobre este tema tan delicado, ha dicho el Papa Juan Pablo II: “Al respecto, conviene recordar que existe una sola ‘muerte de la persona’, que consiste en la total desintegración de ese conjunto unitario e integrado que es la persona misma, como consecuencia de la separación del principio vital, o alma, de la realidad corporal de la persona. La muerte de la persona, entendida en este sentido primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente. Pero la experiencia humana enseña también que la muerte de una persona produce inevitablemente signos biológicos ciertos, que la medicina ha aprendido a reconocer cada vez con mayor precisión.

 

En este sentido, los ‘criterios’ para certificar la muerte, que la medicina utiliza hoy, no se han de entender como la determinación técnico-científica del momento exacto de la muerte de una persona, sino como un modo seguro, brindado por la ciencia, para identificar los signos biológicos de que la persona ya ha muerto realmente. Es bien sabido que, desde hace tiempo, diversas motivaciones científicas para la certificación de la muerte han desplazado el acento de los tradicionales signos cardio-respiratorios al así llamado criterio ‘neurológico’, es decir, a la comprobación, según parámetros claramente determinados y compartidos por la comunidad científica internacional, de la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico). Esto se considera el signo de que se ha perdido la capacidad de integración del organismo individual como tal. Frente a los actuales parámetros de certificación de la muerte –sea los signos ‘encefálicos’ sea los más tradicionales signos cardio-respiratorios–, la Iglesia no hace opciones científicas.

Se limita a cumplir su deber evangélico de confrontar los datos que brinda la ciencia médica con la concepción cristiana de la unidad de la persona, poniendo de relieve las semejanzas y los posibles conflictos, que podrían poner en peligro el respeto a la dignidad humana. Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el reciente criterio de certificación de la muerte antes mencionado, es decir, la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral, si se aplica escrupulosamente, no parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica. En consecuencia, el agente sanitario que tenga la responsabilidad profesional de esa certificación puede basarse en ese criterio para llegar, en cada caso, a aquel grado de seguridad en el juicio ético que la doctrina moral califica con el término de ‘certeza moral’. Esta certeza moral es necesaria y suficiente para poder actuar de manera éticamente correcta. Así pues, sólo cuando exista esa certeza será moralmente legítimo iniciar los procedimientos técnicos necesarios para la extracción de los órganos para el trasplante, con el previo consentimiento informado del donante o de sus representantes legítimos”[17].
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Notas
[1] Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 86.
[2] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un congreso sobre trasplantes de órganos, 20 de junio de 1991, n. 3: L’Osservatore Romano, 2 de agosto de 1991, p. 9.
[3] Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae, 3.
[4] Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional, 29 de agosto de 2000.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2296.
[6] Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional, 29 de agosto de 2000.
[7] Ibid.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2296.
[9] Pontificio Consejo para la Pastoral de los agentes de la salud, Carta a los agentes de la salud, n. 88.
[10] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2296.
[11] Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional, 29 de agosto de 2000.
[12] Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 15.
[13] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias, del 14 de diciembre de 1989, L’Osservatore Romano, 7 de enero de 1990, p.9, n. 6.
[14] Sgreccia, Manuale di Bioetica, op.cit., tomo I, p. 449.
[15] Juan Pablo II, Clausura de la IX Conferencia Internacional de agentes sanitarios; L’Osservatore Romano, 9 de diciembre de 1994, p. 7, n. 2.
[16] Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 60.
[17] Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional, 29 de agosto de 2000.

 

 

Nardo del 18 de Junio

!

Oh Sagrado Corazón, sediento de amor!



 

Meditación: Jesús, Jesús…ya sobre la tierra te han elevado, no puedes sostener Tu Cabeza, de Ella Sangre gotea…de Tu Santa Boca salen hilos de Sangre. Señor, te escucho decir: «tengo sed…», pero me miras a mi, ¿Señor, tienes sed de mí?, ¿de esta pobre criatura?. Repites «tengo sed…», sí, Señor, sed de amor, sed de éste pobre amor que te niego yo…perdón Señor, ¡perdón Mi Dios!. Mi Cristo, mi amado, escúchame bien, ya que te lo digo de corazón: «Jesús en Ti confío, perdona todos mis olvidos, «Jesús en Ti confío», perdona porque te he hecho un «mendigo», un mendigo de amor, que espera a mi pobre corazón.
Padre, míralos. Mira a Tu Hijo aún mancillado, mira a Su Madre también Crucificada, cambia nuestro corazón para que siendo hijos Tuyos, te llenemos de orgullo.



Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.



Florecilla: Hagamos una Hora Santa de Adoración Eucarística.



Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.


 

 

Santos Marcos y Marcelino, dos gemelos que dieron su vida por Cristo

El juez romano dictó una prórroga de 30 días para que renegaran de la fe. Lo que ocurrió fue que se convirtieron la familia y el mismo juez

 

 

Marcos y Marcelino eran hermanos gemelos, hijos de los romanos san Tranquilino y santa Marcia, inicialmente paganos.

A los chicos los crió un ayo cristiano que les enseñó la religión sin que sus padres lo supieran. Ellos querían ser célibes, pero la familia les obligó a casarse con jóvenes paganas. Marcos y Marcelino manifestaron a los suyos que eran cristianos y durante un tiempo estos los protegieron de los edictos de persecución que lanzaba el emperador Diocleciano. Sin embargo, llegó un momento en que fueron detenidos y encarcelados. Se les condenó a ser azotados. Los familiares les pedían que simularan que renegaban de la fe, para librarse del castigo, pero estos gemelos prefirieron dar testimonio de Cristo.

Además, en esta situación conocieron a san Sebastián, un soldado también apresado por ser cristiano y que moriría mártir. Su ejemplo les llenó de fortaleza.

30 días

El juez Cromacio, en vista de ello, ordenó que se les cortara el cuello.

La familia, al oír eso, pidió clemencia para que el veredicto se aplazara 30 días y así intentar que Marcos y Marcelino cambiaran de postura.

Sin embargo, ellos se mantuvieron fieles y no solo eso: sus familiares también se convirtieron al cristianismo.

Incluso el juez Cromacio, al comprobar esta fe, se convirtió poco después y abandonó su cargo.

El castigo a Marcos y Marcelino quedaba pendiente de ejecución y a Cromacio le sucedió Fabiano, que era cruel y quería acabar con los cristianos.

Retomó la persecución, mandó atar a un árbol a los gemelos y ordenó que les clavaran los pies.

Pero Marcos y Marcelino pasaron aquel día y aquella noche cantando y alabando a Dios.

Al día siguiente, Fabiano mandó que les clavaran una lanza. Así murieron estos dos mártires el 18 de junio del año 286, en un lugar llamado Las Arenas.

Fueron sepultados en la vía Ardeatina, cerca del cementerio de Domitila, y posteriormente los fieles trasladaron sus reliquias a Roma.

Su fiesta se celebra el 18 de junio.

Santos patronos

Son patronos secundarios de la archidiócesis de Mérida-Badajoz (España).

Oración

Señor todopoderoso y eterno,
que nos has dado como ejemplo para imitar la vida de los santos Marcos y Marcelino, concédenos también que su valiosa intercesión venga siempre en nuestra ayuda.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.