La Nota de Hoy 📝

Anécdotas e historias de la música

por Mario Aquino Colmenares

 

 

Mi afición por la ópera, me llevó, al menos en un primer momento y en mi calidad de iniciado a apropiarme  de cuanto material discográfico hubiera en el mercado. Claro está, siempre y cuando estuviera al alcance de un estudiante de tercer año de teología. En otras palabras, recurrí a grabaciones por encargo, que amigos mucho más entendidos en el tema, preparaban para mí. Así pude hacerme poco a poco, de una, más o menos nutrida colección de registros sonoros y también de conocimientos.

Para el año, había y me habían hecho ver y oir  una gran parte de la historia de la lírica y poco tiempo después,  participaba como colaborador  con el elenco del coro nacional,  en más de una puesta de la temporada de ópera. 

Comprobé además, como era evidente, que toda esta expresión  teatral  estaba basada principalmente,  en las más grandes obras de la literatura universal, obras que por cierto también había leído en su momento y que  habían prestado sus argumentos para que  los libretistas se encargaran de adaptar los textos originales a los requerimientos musicales y particulares  del compositor.

Fausto, Tosca, Turandot, Romeo y Julieta, por nombrar algunas de ellas, tenían ahora un ropaje nuevo, habían sido revestidas de color, movimiento y música. Sin embargo esta comprobación prontamente crearía en mí la duda de su legitimidad. ¿Era válido o aceptable que lo que originalmente fuera concebido para tener como receptáculo a la misma imaginación, fuese ahora de alguna manera  condicionada  y mediatizada por otro lenguaje?. Recuerdo  haber comentado esto con un maestro de canto, aludiendo concretamente a Fausto: “… ¡ah no!”, me dijo, refiriéndose a la parafernalia y logística escenográfica, ”los alemanes, por ejemplo, hacen todo, aunque dure seis horas”. 

Pero acaso la meticulosidad con que se recreaba una escena, o la fidelidad en los detalles, ¿podían agotar la intencionalidad primigenia del escritor?.

 No hace falta decir que mi interlocutor era un apasionado de la ópera y mal habría hecho yo en cuestionar su sugestión. Sin embargo la convicción de sus palabras no hicieron mayor mella en mi punto de vista, definitivamente para mí, se trataba de dos obras distintas y era con este criterio con el que  teníamos que apreciar ambas “versiones”.

Sin ánimo de cometer sacrilegio en mis apreciaciones o de herir susceptibilidades, en más de una ocasión he considerado casi una caricaturización de la versión literaria, la apropiación, que de alguna de ellas, han hecho las versiones operísticas; aunque reconozco que hay casos en los que la literatura originaria son de fácil asimilación para la lírica.  

Creo sin embargo, que lo más sensato es hacer una especie de “tabula rasa” estética y hacer el deslinde necesario entre la obra literaria original y la versión llevada a la ópera. De manera tal, que nuestras consideraciones, por un lado, no traicionen las expectativas de la primera pluma y por otro no perdamos la oportunidad de valorar la reinterpretación escrita por los grandes maestros. 

¡Que la música os acompañe!