La Nota de Hoy
Anécdotas e historias de la música
por Mario Aquino Colmenares
Es común atribuir la autoría de todos los Salmos al rey David, sabemos sin embargo, por los descubrimientos de la ciencia bíblica moderna, que esto no es así. Muchas de las referencias históricas que contienen los salmos no pertenecen ni guardan relación con los tiempos en los que el Rey David vivió.
En todo caso lo que si es cierto, es que David compuso para Dios. ¿Y quien era David? David era un joven como cualquier otro, un chico más, a quien su padre ya le había encargado a temprana edad, alguna que otra tarea de cierta responsabilidad, como cuidar el rebaño por ejemplo. Y vaya si fue diligente en ello.
Que un mozuelo tuviera el arrojo de enfrentarse a un oso y a un león dándoles muerte a ambos por defender sus ovejas, no parece ser un lugar común.
Pero lo que definitivamente distingue al joven pastor, es que, aquello que escribió, brotó de la intimidad de su corazón, un corazón que fue tocado y acrisolado por Dios. Esta, es tal vez, la característica que hace de David, “el salmista”, “el cantor elegido del Señor”.
Pero David no solo componía, también ejecutaba sus canciones, las cantaba y acompañaba, era lo que hoy día conocemos con el nombre de ”cantautor”. Aunque sabía él claramente, por supuesto, que la última inspiración, la última palabra y el último arpegio, radicaba en el corazón mismo de Dios.
¿De donde pues,por un lado, habría sacado el aplomo, la valentía y hasta la fuerza física para desquijarrar al león o matar al gigante filisteo? y por otro, ¿cómo es que su música pudo traer la paz y hasta sanar los corazones enfermos, como el del mismo rey Saúl?. Su fuerza y poder provenían sin duda, de esa intimidad previa con el Señor, de aquella conversación con Dios que le aseguraba la guía cierta de su cayado y la destreza de su lira, ese pacto secreto, aquella Alianza que le libró tantas veces de la muerte e incluso de la traición del propio Saúl.
Por lo que la misma Escritura nos cuenta, David alababa en mente, cuerpo y alma. Así nos lo recuerda el primer libro de Crónicas :”Cuando el arca de la Alianza de Yahveh entró en la ciudad de David, Mikal, hija de Saúl, estaba mirando por una ventana, y vio al rey David que saltaba y bailaba…” ( 1 Crónicas 15,29). Su alabanza era una entrega confiada y total.
La pasión del cantautor ha tenido a lo largo de la historia infinidad de razones, pretextos y ”musas”. Casi todas referidas al sentimiento del amor, y más que del amor mismo, del desamor, de las diversas caras que este sentimiento, ha producido en el corazón de los hombres. Sin embargo en la poesía, en la voz y en el amor del canto del Rey David, se transluce algo más que una razón, un pretexto, una musa, o una simple inspiración. Y esto no es otra cosa, que el espíritu del mismo David, del cantautor de otrora, del pastor, del traedor de la paz, del vencedor de demonios que se dejó apoderar totalmente por Dios.
“Pues aquel que canta alabanzas, no solo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no solo canta, sino que también ama a quien le canta. En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor…” “…el que canta ora dos veces” ( San Agustín)
¡Que la música os acompañe!