Texto del Libro – El diario de Santa Faustina:

Tercer día.  Durante la meditación sobre la muerte me he preparado como para la muerte real; hice el examen de conciencia y examiné minuciosamente todas mis acciones de cara a la muerte, y por mérito de la gracia mis actos llevaban en si el sello del fin último, lo cual ha llenado mi corazón de gran agradecimiento a Dios y he decidido servir en el futuro a mi Dios con más fidelidad.  Lo primero, hacer morir completamente al hombre viejo y empezar una vida nueva.  Por la mañana me he preparado para recibir la Santa Comunión como si fuera la última de mi vida y después de la Santa Comunión me he imaginado la muerte real y he rezado oraciones por los agonizantes y luego el De Profundis por mi alma, y mi cuerpo ha sido puesto en el sepulcro y dije a mi alma:  Mira, lo que es de tu cuerpo, un montón de barro y una gran cantidad de gusanos.  He aquí tu herencia.

Reflexión: Meditando la muerte

Tercer día. Durante la meditación sobre la muerte me he preparado como para la muerte ideal, hice el examen de conciencia y examiné minuciosamente todas mis acciones de cara a la muerte.

Fue el pecado quien introdujo la muerte en el mundo, Dios creo al hombre con dones sobrenaturales, entre ellos, figuraba la inmortalidad corporal, que nuestros primeros padres debían transmitir en la vida a su descendencia. El pecado de origen llevó consigo la pérdida de la amistad con Dios y de este don de la inmortalidad.

Para toda creatura, la muerte es un trance difícil, pero después de la redención de Cristo, ese momento tiene un significado distinto. Sé que mi Redentor vive y que en el último día resucitaré del polvo, en mi propia carne contemplaré a Dios; debemos fomentar en nuestra alma la virtud de la esperanza y el deseo de ver a Dios. Creemos en la resurrección de los muertos y resurrección de la carne. Resucitamos con el mismo cuerpo, el que tuvimos durante nuestro paso por la Tierra. Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad, porque la vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo. Nuestro cuerpo, el que tenemos en la vida terrena también está destinado a participar para siempre de la gloria de Dios. “Quien crea en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. Recuerda hermano, que aquí en la Tierra, solo hay un mal que hay que temer: el pecado. Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios. La Virgen del Carmen y el escapulario, es esperanza para el cielo. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, que ella no te olvidará.

Desearte un lindo día. El Señor de la Misericordia te conceda la vida eterna a ti y a tu familia.

Dios te bendiga y proteja.

Sta. Faustina. Ruega por nosotros.

Amén.

Dr. Víctor Arce.