Texto del Libro – El diario de Santa Faustina:

Cuando dieron las doce, mi alma se sumergió en un recogimiento más profundo y escuché en el alma una vez:  No tengas miedo, niña Mía, no estás sola, lucha con valor porque te sostiene Mi brazo; lucha por la salvación de las almas, invitándolas a confiar en Mi misericordia, ya que ésta es tu tarea en ésta y en la vida futura.  Después de estas palabras comprendí más profundamente la Divina Misericordia.  Será condenada solamente el alma que lo quiera, porque Dios no condena a nadie.

Reflexión: La expiación del pecado

Terminó el año viejo con sufrimiento y empiezo el año nuevo también con sufrimiento; uní mis sufrimientos a las plegarias de las hermanas que velaban en la capilla en expiación por las ofensas hechas a Dios por los pecadores, meditemos, sobre la manera como Jesucristo expió el pecado.

Queriendo Dios que viéramos lo que es el pecado, nos dio a su propio Hijo para pagar la deuda y expiar, de modo que la expiación igualara a la ofensa. Vino Jesús y cargó con nuestros pecados. El pecado equivale a Jesucristo crucificado: Jesús cargó sobre sí toda suerte de humillaciones hasta tomar la forma de esclavo, toda su vida es una larga humillación que termina en el Calvario.

Jesús calla todo por espacio de treinta años, así como Nuestro Señor repara el pecado de nuestro orgullo, cuantas veces cometemos un pecado de orgullo, renovamos todas las humillaciones de Nuestro Señor.

Otro pecado que el Señor expió fue el de la avaricia. El Señor vino como pobre, vivió de la caridad y murió como pobre. Con toda verdad pudo decir de sí mismo. “El Hijo del Hombre, ha venido para servir y no para ser servido”. Pasó su vida haciendo el bien.

Otro pecado que nuestro Señor expió, fue la concupiscencia de la carne. ¿Cómo tuvo Dios valor para condenar a Nuestro Señor a tormentos tan crueles como los que padeció? Era necesario para reparar nuestra sensualidad, nuestros pecados de la carne. Si somos pecadores, ¿Cómo no estamos en el infierno ahora? Porque ve a su Hijo suplicando perdón. ¿Quiero resucitarle y darle mi sangre, para que se purifique? Déjame que lo salve.

Desearte un lindo día. El Señor de la Misericordia te conceda la expiación de tus pecados, a ti y a tu familia.

Dios te bendiga y te proteja.

Sta. Faustina. Ruega por nosotros.

Amén.

Dr. Víctor Arce.